sábado, 11 de enero de 2014

       EL 11-M Y LOS SERVICIOS DE INTELIGENCIA

           6. A la sombra de las Torres Gemelas


                                                Los asesinatos en Madrid nos recuerdan
                                             que el mundo civilizado está en guerra”

                                                    George W. Bush (19-03-2004)




Cuando Leopold von Ranke, en el cuarto decenio del siglo XIX, apuntaba, en legítima reacción contra la historia moralizadora, que la tarea del historiador era atenerse “sólo lo que realmente aconteció”, este no muy profundo aforismo tuvo un éxito asombroso. Los positivistas, ansiosos de considerar su defensa de la Historia como ciencia, contribuyeron con el peso de su influjo a este culto de los hechos. Primero averiguad los hechos, decían los positivistas; luego deducid de ellos las conclusiones. El proceso receptivo es pasivo: tras haber recibido los datos, se los maneja. El Oxford Shorter English Dictionary delimita claramente ambos procesos cuando define el hecho como “dato de la experiencia, distinto de las conclusiones”. A esto puede llamársele “concepción del sentido común” de la Historia. Los hechos son reunidos por el historiador lo mismo que los pescados sobre el mostrador de una pescadería. El historiador los reúne, se los lleva a casa, donde los guisa y los sirve como más le apetezca. Cerciórense primero de los hechos, que luego podrán aventurarse por su cuenta y riesgo en las arenas movedizas de la interpretación, tal como recuerda el dicho favorito del gran periodista liberal C.P. Scott: “Los hechos son sagrados, la opinión libre”.

Leopold von Ranke

Pero, a estas alturas, para los historiadores de hoy, está claro que por este camino no se llega a ninguna parte. La precisión es un deber, no una virtud, escribió Housman. Elogiar a un historiador por la precisión de sus datos es como encomiar a un arquitecto por utilizar vigas debidamente preparadas o cemento de buena calidad en la construcción de sus edificios. Tales cosas son requisitos necesarios de su obra, pero no su función esencial. Solía decirse que los hechos hablan por sí solos. Es falso, por supuesto. Los hechos sólo hablan cuando el historiador apela a ellos: él es quien decide a qué hechos se da paso, y en qué orden y contexto hacerlo. Era un personaje de Pirandello quien decía que un hecho es como un saco: no se tiene de pie si no metemos algo dentro.

Alfred Edward Housman

Como cualquier otro investigador científico, el historiador es necesariamente selectivo. La creencia en un núcleo óseo de hechos históricos existentes objetivamente y con independencia de la interpretación del historiador es una falacia absurda, pero dificilísima de desarraigar. La condición de hecho relevante depende siempre de una cuestión de interpretación. El investigador de la Historia debe acercarse al objeto de su estudio revestido de humildad, de una necesaria ignorancia, tanto más cuanto más se aproxima a su propia época y, sobre todo, cuando examina sucesos que le son contemporáneos. Le incumbe la doble tarea de descubrir los pocos datos relevantes y convertirlos en elementos válidos para su interpretación, y de descartar los muchos datos carentes de importancia, porque sólo servirán para que pierda el rumbo de su investigación. Separar el polvo de la paja. Pero esto es exactamente lo contrario de la herejía decimonónica, según la cual la historia consiste en la compilación de la mayor cantidad posible de hechos irrrefutables y pretendidamente objetivos. Quien caiga en tal herejía, o tendrá que abandonar su investigación por considerarla tarea inabarcable y dedicarse a coleccionar sellos o cualquier otra forma de coleccionismo, o acabará en el manicomio.

Estas reflexiones teóricas resultan especialmente pertinentes a la hora de abordar las circunstancias que concurrieron para que la masacre del 11-M se produjera y, posteriormente, que sus consecuencias fueran las que podemos observar a poco que nos esforcemos en ello. A menudo tuve la sensación de que iba a volverme loco cuando me asomaba a ese inmenso mar de datos incompletos, de hechos contradictorios e incluso falseados, que debimos examinar, interpretar y superar para llegar a conclusiones aproximadas acerca de lo que realmente ocurrió y sigue sucediendo ante nuestras mismas narices sin que lleguemos a vislumbrar una luz indubitable al final de tanta oscuridad provocada, de tantos intereses enfrentados y de tanta manipulación mendaz e ignominiosa. Que la manipulación acerca del 11-M es un hecho indudable constituye, por ejemplo, un hecho capital, ya de por sí; sobre todo, porque a estas alturas no necesitamos acudir a nuevos hechos puntuales que avalen esta afirmación, pues todos los que hemos investigado la fenomenología del 11-M coincidimos en que se trata de un hecho absolutamente probado. Y como éste, podríamos referirnos a otros muchos de los que he dejado constancia en las entradas anteriores que he dedicado a este asunto.



Estamos ante un maldito juego de ocultaciones y falsificaciones en el que, por unas u otras razones, todo el mundo ha hecho trampas. Por eso hay que guardarse de convertir los datos en fetiches: por sí solos no nos brindarán ninguna respuesta definitiva a la fatigosa e imprescindible pregunta de qué es lo que sucedió aquella fatídica mañana del jueves 11 de marzo de 2004, cuya primera consecuencia fue el vuelco electoral que, contra todo pronóstico, provocó la reacción ciudadana que apartó del poder al Partido Popular, colocando en la presidencia del Gobierno a un hombre tan mediocre y, hasta entonces, política e intelectualmente irrelevante como es José Luis Rodríguez Zapatero.

Desde la síntesis conceptual de esa asignatura pendiente que se llama Teoría de la Historia, es necesario justificar la validez de cualquier intento bien documentado que permita elaborar hipótesis racionalmente defendibles acerca del 11-M en su conjunto. Hay científicos cuya tarea es verificar experimentos, realizar mediciones, acumular series de datos, fabricar estadísticas y observar las relaciones de unos fenómenos con otros. Pero también hay otros que, sobre esas observaciones, son capaces de elaborar síntesis generales capaces de englobar los datos acumulados, porque valorándolos e interpretándolos en su universo teórico, son capaces de llegar mucho más allá. Albert Einstein, por poner un ejemplo, pertenece a este grupo: su Teoría de la Relatividad mereció el desprecio de la mayor parte de sus compañeros científicos y de casi todas las Academias de Ciencias del mundo. Tardó varios años en ser verificada empíricamente y, sin embargo, hoy es la base indiscutida de toda la Física contemporánea. Con los hechos históricos ocurre lo mismo. Y como hecho histórico puede y debe ser examinado el vasto conjunto de fenómenos que conforman el 11-M. Para eso, la brújula de nuestra capacidad lógica resulta imprescindible. Quiero decir que analizar los hechos, realizar valoraciones o elaborar teorías explicativas son tareas complementarias que no podemos colocar en mundos diferentes.



La dinámica política y el tremendo enfrentamiento social que, fomentado desde las más altas instancias del poder, viene desarrollándose en España a una velocidad que produce escalofríos, están determinados por la existencia misma del 11-M y por la voluntad permanente de los dos grandes partidos de abortar, al precio que sea, cualquier investigación imparcial y veraz de lo que sucedió, así como de sus antecedentes, su gestación y las motivaciones que determinaron su planeamiento y ejecución en las vísperas de unas elecciones generales que, sin discusión posible, quedaron marcadas por su impronta de terror y confusión. Si ya es suficientemente grave que el destino de una nación civilizada venga determinado por la sangre de los inocentes sacrificados en la masacre, lo es mucho más que los mecanismos presuntamente democráticos, asentados en sus instituciones, se muestren incapaces de resolver las terribles incógnitas y poner en evidencia las contradicciones y flagrantes mentiras a las que han tenido que recurrir muchos de los más altos responsables de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado para ocultar la verdadera historia de esta repugnante saga.

El proceso de decadencia que soportamos comenzó con el abrupto final de la próspera era de Aznar, que se reveló como un espejismo sin base real alguna. Su tenaz empeño en convertir a España en una potencia mundial de primer orden a través de una relación privilegiada con Washington y Londres desembocó en la foro de las Azores, el fiasco de la invasión de Irak para eliminar aquellas inexistentes armas de destrucción masiva y la monstruosa factura que nos pasó el 11 de marzo de 2004 para cortarnos las alas como nación. Como alguien escribió hace años, "desde el 11-M, todo es 11-M". En los casi diez años transcurridos desde entonces, hemos tenido tiempo para reflexionar y realizar valoraciones suficientemente ponderadas, tanto del tremendo impacto que para todos supuso el infausto acontecimiento, como de los análisis independientes que ha venido realizando el mejor periodismo de investigación de nuestro país, pasando por la tesis explicativa contenida en el vergonzante sumario realizado por el juez Juan del Olmo y las inconcebibles actuaciones de la Fiscalía del Estado, tendentes a afianzar contra viento y marea la autoría islámica de la masacre, para desembocar, finalmente, en las sesiones de un macrojuicio que, férreamente conducido por el juez Gómez Bermúdez, no hizo más que acrecentar la dimensión del gigantesco fraude constituido por la Versión Oficial del atentado. Según contó hace años el director de El Mundo, Pedro J. Ramírez, en una comida en Washington a la que asistió junto los directores de los grandes diarios estadounidenses The Washington Post y The New York Times, el, director del Times le comentó: “Aquí hemos tenido nuestro Watergate, pero es una auténtica broma comparado con vuestro 11-M". Aunque tuvo buen cuidado de no referirse a los atentados del 11-S en Nueva York y Washington.



A estas alturas podemos afirmar sin temor a equivocarnos, que lo más sustancioso de las comparecencias de testigos y peritos citados por las partes comparecientes en el Juicio de la Casa de Campo no está en lo que estos declaran sino en lo que callan u ocultan, sobre todo cuando se trata de los representantes de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, cosa especialmente desasosegante. Fueron tan evidentes las contradicciones en las que incurrieron, tan inconsistentes sus exposiciones de los hechos y tan sesgadas sus declaraciones, que no es exageración alguna afirmar, que, con total certeza, estamos ante uno de los crímenes más descomunales, repugnantes y sórdidamente urdidos de toda la Historia Moderna y Contemporánea de Europa.

Con la intención de destacar la profundidad del abismo en el que andamos metidos, el último aspecto al que me voy a referir en estas consideraciones previas a mis conclusiones acerca de los atentados del 11-M consiste en poner de relieve la grandísima capacidad de maniobra, el elevado grado de profesionalidad y la extraordinaria sofisticación técnica de los diseñadores y ejecutores que llevaron a cabo la masacre para dar el golpe e, inmediatamente, contando con su conocimiento y control de la realidad española actual, sincronizar desde los primeros momentos las acciones policiales, jurídicas y mediáticas que han provocado un fenómeno absolutamente inusitado: que de la autoría del 11-M no solamente no se hable, sino que hasta esté socialmente penalizado hacerlo.



Para ello aconsejo que empecemos a reflexionar sobre la existencia de una realidad tan vieja como el poder mismo: me refiero a las sociedades secretas, que en nuestro mundo encuentran su cabal y máxima expresión  ̶ ¿acaso cabe negarlo? ̶  en los servicios de inteligencia con los que el Poder se blinda a sí mismo frente a cualquier intromisión o interferencia exteriores. Un último apunte para viajeros despistados: de todas las sociedades secretas habidas o por haber, las más peligrosas son las que se mueven dentro de esas máquinas inabarcables y, muchas veces, descontroladas, que son los sórdidos engranajes de los aparatos dedicados al espionaje con los que cuentan los Estados modernos gracias a los avances de una tecnología desbocada y a unos gastos descomunales. Desde una cobertura legal asegurada, financiadas con el maná inacabable de los presupuestos públicos a través de asignaciones opacas, disimuladas por leyes que protegen sus actividades inconfesables y sus conexiones o adscripciones personales, se mueven los agentes de los servicios de inteligencia. Se trata de un mundo paralelo que trabaja al servicio de oscuros designios que, para protegerse, siempre negarán, como el Diablo, su existencia. Como dicen los gallegos, las meigas no existen, pero haberlas, haylas...



Que la mayor parte de los personajes que fueron relacionados con el 11-M y más tarde procesados resultasen confidentes policiales o estuvieran siendo investigados (seguidos o escuchados) por las distintas Fuerzas y Cuerpos de la Seguridad del Estado fue el primer requisito para poder implicarlos a conveniencia, tanto en la tramoya asturiana, que sirvió para imponer el origen de los explosivos, como en el retablo islamista que hicieron desaparecer en Leganés para cerrar el "archivo" (que así se llama en el argot de inteligencia), tras una enconada pugna en el mundo de los servicios secretos españoles para llegar a un acuerdo aceptable para los medios policiales implicados, de tal modo que todos estuvieran atrapados en la misma red de mentiras, ya que en este mundo de obediencias dobles y triples, nadie se fía de nadie. Sobre este apartado es del máximo interés el siguiente comentario de Fernando Múgica, el primer gran investigador del cúmulo de circunstancias extraordinarias que concurrieron en el 11-M. En la entrevista que le hizo Luis del Pino en el programa “Sin complejos”, emitido el 11 de marzo de 2011, declaró:

FERNANDO MÚGICA: “Ellos (las Fuerzas de Seguridad)... no saben quienes van a ser los culpables hasta, primero, la semana en que aparece el análisis oficial de la furgoneta Kangoo, que, como sabes, fue el veintitantos de marzo, y después salen las fotos en los periódicos. Ahí sí, ahí dicen: “estos van a ser los malos”. Ahí los han seleccionado, y alguien dice: “Pues si tú metes a éste, yo meto a mi radical El Tunecino”. Y el CNI dice : “Si tú metes al radical El Tunecino yo meto a Lamari”. ¡Fíjate por dónde!, y empiezan entre ellos unas discusiones brutales. Y al final dicen: “¡Bueno, consenso!”. “Estos son los malos”. Y entonces salen en los periódicos. ¿Y qué hacen los terroristas cuando ven sus fotos en grande en el periódico? Pues irse a tomar un café. Es lo más lógico. O sea que tu ves que a ti, Fernando Múgica, le acusan del 11-M, con su cara en el periódico, y entonces yo digo: Bueno, pues nada, me voy a tomar un croissant con un cafelito”, y sigo con mi vida. ¡No se lo cree nadie! ¡Se hubieran ido en una patera, si es preciso!

También resulta concordante el hecho de que en los días previos a la comisión de los atentados se suspendiera el seguimiento de muchos de los que, poco más tarde, serían acusados de su planeamiento y ejecución, un asunto de lo que el ex-juez Garzón podría hablar largo y tendido. En caso contrario, las investigaciones realizadas durante esos días podrían haber sido utilizadas para eximirlos de cualquier responsabilidad y lo que se estaba planeando era justamente lo contrario.



El tiempo ha corrido deprisa y echar más leña sobre la autoría de Al-Qaeda no sirve más que para perder el tiempo y marear la perdiz. En las agotadoras y exhaustivas sesiones del Juicio de la Casa de Campo no apareció ni un sólo indicio de ello y sí muchas pruebas para que los detenidos no pudieran ser imputados por pertenecer a esta franquicia terrorista que, según nos siguen contando, tuvo su origen en Ben Laden. Ni siquiera el Ministerio Público quiso profundizar demasiado en ese terreno para no desacreditarse más todavía las actuaciones patéticas de la fiscal Olga Sánchez y su numerología de pandereta. Así pues, no volveré a referirme a Al-Qaeda. Una cuestión zanjada y un problema menos, por ahora.

De la hipótesis consistente en que el 11-M fue obra de ETA tampoco puede decirse mucho más, excepto la férrea disciplina seguida por el partido socialista, que ocupó el poder tras los atentados, y sus terminaciones policiales, judiciales y mediáticas para impedir a cualquier precio la simple mención de la banda en ninguna de las tramas detectadas o en las investigaciones realizadas. La explicación de esta aparente anormalidad tampoco requiere demasiado desgaste de inteligencia. El Gobierno socialista ocupó el poder porque acusó al Ejecutivo anterior de mentir y reconocer lo contrario implicaría que los que mintieron fueron ellos y que, encima, llevaban años negociando en secreto con la banda terrorista a espaladas del Gobierno del Partido Popular. Ni siquiera en España, donde todo parece posible, dadas las tragaderas de una parte muy importante de la ciudadanía, los socialistas podrían haber contrarrestado el descrédito que les habría supuesto reconocer después de las elecciones que las sospechas de la autoría fueran distintas a la atribución islamista, bendecida por París y Washington. Ni entonces, ni ahora, ni nunca. Fueron los islamistas con explosivos procedentes de Asturias ¡y vale ya!


Si el plan para llevar a cabo el 11-M hubiera consistido en implicar directamente a ETA, todos los moros hubieran sobrado y la explosión en el piso de Leganés no habría tenido lugar. Tampoco era necesaria la trama asturiana. Pero, incluso en el caso de que los atentados hubieran sido obra de ETA, sería ridículo pensar siquiera que la banda hubiera podido construir, con sus solos recursos, toda la escenografía islamista que paulatinamente fue apareciendo, ni la vergonzante cadena de negligencias, dejaciones y falsificaciones protagonizadas por los medios policiales desde el momento mismo de la masacre. Por otra parte, resulta más que evidente que la orden de suspender las escuchas de los moritos no partió de ETA, sino de quien sabía con anterioridad el torbellino que se avecinaba y, por supuesto, quiénes serían acusados de perpetrar la masacre. A nadie se le fue la mano con los explosivos y los muertos y heridos fueron los previstos. El guión era impecable y se realizó con la exactitud milimétrica que planearon los organizadores. Así de simples son las cosas.

Durante la mañana de los atentados todo el mundo creyó en la autoría etarra y toda la prensa escrita se retrató el día 12 con feroces editoriales y artículos de opinión contra los autores del execrable crimen, distinguiéndose los publicados por el El País y ABC, como queriéndose distanciar de cualquier posible ambigüedad en la que hubieran podido incurrir con anterioridad acerca de la política antiterrorista seguida por el Gobierno de Aznar. Basta consultar las hemerotecas. Cuando las magníficamente orquestadas pistas islámicas fueron apareciendo, parecía elemental que el PSOE jugaría las bazas del terrorismo islamista. Si ETA resultaba la autora de semejante barbarie, estaba cantado que el PP, partidario entonces de luchar contra ETA hasta exterminarla, hubiera salido reforzado y habría alcanzado una nueva mayoría absoluta. Por el contrario, si la autoría islámica se perfilaba, podrían acusar a Aznar, su bestia negra, de ser responsable directo de la masacre a causa de su política sobre Irak y presentar el 11-M como una prolongación del 11-S norteamericano. Que es, más o menos exactamente, lo que acabó sucediendo y que podría sintetizarse en una frase que para cerrar el archivo ante especulaciones ulteriores, pronunció en Washington el presidente George W. Bush a los pocos días de los atentados, concretamente el el 19 de marzo de 2004: “Los asesinatos en Madrid nos recuerdan que el mundo civilizado está en guerra”.




En el vasto mundo de la investigación —de cualquier investigación— existen deducciones que son correctas por estar elaboradas siguiendo las reglas de la lógica, y otras que no reúnen estas condiciones, porque se alejan del imprescindible postulado de racionalidad. En el caso de las investigaciones sobre el 11-M, podemos encadenar razonamientos muy diversos, pero siempre que tengamos en cuenta una consideración muy importante: este esquema analítico con base en la lógica tendrá validez siempre que nos circunscribamos exclusivamente al esquema global que comprende el planeamiento, diseño y ejecución en suelo europeo de un atentado de la magnitud de los atentados de Madrid, que encuentra su más directo antecedente en la masacre de la estación Bolonia, producto de la estrategia de tensión contra el comunismo, y su prolongación en los atentados de Londres de 2005, vinculados ambos a la nueva estrategia de política internacional diseñada por la administración Bush, a partir de los atentados de la Torres Gemelas de Nueva York, con la finalidad de convertir el terrorismo islamista en el gran enemigo de Occidente, sin detenerse ante el hecho revelador de promover y alimentar el yihadismo islamista en donde fuese preciso para justificar las intervenciones operativas del Pentágono y de todas las agencias secretas norteamericanas, empezando, como es natural, por la CIA, como nos lo viene mostrando con espantosa claridad el holocausto de Siria, directamente organizado y financiado por Estados Unidos, las monarquías petroleras del Golfo y sus satélites de la OTAN, empezando por Francia, cuyo actual presidente, François Hollande, colabora con el mismo entusiasmo de converso que su antecesor, Nicolas Sarkozy, en la implantación del Nuevo Orden Internacional, con la finalidad de compartir las migajas del botín que les toque en el reparto de la riqueza energética (petróleo y gas natural) de las naciones del Oriente Medio, caso de Siria, y de África, como sucedió en el caso de las reservas energéticas de Libia.




La veracidad de los hechos probatorios del 11-M no ha sido acreditada en la Versión Oficial, de tal modo que de una falsedad inicial nunca podremos extraer conclusión verdadera alguna, ya que construir sobre mentiras sólo nos conducirá a otras inexactitudes de mayor calado todavía. Quiero remachar —nunca lo será suficientemente— que esto es así por la sencilla razón de que carecemos de datos que hayan sido verificados sin lugar a dudas, “hechos” probados sobre los que sustentar un encadenamiento analítico que nos permita llegar a conclusiones seguras, sean estas las que fueren. Por eso, en el caso del 11-M, empeñarnos en llevar hasta sus últimas consecuencias el examen de cada presunto detalle de los atentados no sirvió más que para enredarnos en una hiedra venenosa que acabó siempre por atraparnos en su siniestro entramado, sobre todo desde que la infamante sentencia del juez Gómez Bermúdez fue colocada a modo de punto final de una masacre sin autores intelectuales y con actores trucados.



Para avanzar no cabe seguir dando vueltas y más vueltas alrededor de los mismos asuntos, convertidos en fijaciones indemostrables. A estas alturas, es preciso salir de este círculo vicioso y hacerlo cuanto antes. Las tortugas se arrastran a ras del suelo y, por eso, su horizonte es mínimo; sin embargo, las aves vuelan y ven las cosas desde arriba. Actuemos, pues, como las aves. Que no nos pase como aquella hormiga del cuento que cuando trepaba por la pata de un elefante, creyó que subía por el tronco de un árbol; cuando cabalgaba sobre su lomo, lo confundió con una inmensa llanura y, finalmente, cuando bajaba por la trompa del paquidermo, concluyó que se encontraba sobre una enorme serpiente. El ejemplo me parece suficientemente gráfico.

De lo dicho no cabe deducir que mi actitud sea pesimista o que esté afirmando, con ciertos rodeos, que no quepa esperanza alguna de esclarecer hasta el fondo la verdad del 11-M, o que todo esté perdido. Ni muchísimo menos. Del examen del Sumario elaborado por el Juez Del Olmo, de las actuaciones de la Fiscalía, de las declaraciones de las partes implicadas en el juicio y de la actitud de los gobiernos que desde marzo de 2004 se han sucedido en España, tanto del PSOE como del Partido Popular, sacamos dos grandes y no poco importantes evidencias: la primera es que se eliminaron, manipularon, omitieron y falsificaron con absoluta impunidad los hechos que fueron presentados como “pruebas” para dirigir la investigación en el sentido de implicar en la masacre a personas que, de otro modo, no habrían sido detenidas ni, por lo tanto, juzgadas. En segundo lugar, que durante las investigaciones realizadas y, luego, en las sesiones del juicio, un elevado número de personas vinculadas a los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado faltaron a la verdad por acción y por omisión, es decir, que mintieron descaradamente, callándose informaciones o destruyendo pruebas esenciales para esclarecer la autoría de un crimen tan execrable.

Los acusados escuchan el veredicto del juicio del 11-M

Cualquier investigación histórica debe partir de estas bases. Así, en el proceso de documentación y análisis llevado a cabo con posterioridad por investigadores (no muchos) de probada solvencia e independencia, se procedió de manera inversa a la usual, o sea, no fabricando explicaciones o hipótesis en el aire sobre la base de los elementos presuntamente conocidos de la operación terrorista, sino desmontando pieza a pieza la Versión Oficial, que ha terminado por estar, al menos para cualquier observador riguroso, absolutamente desacreditada.

Partiendo de esta premisa, resulta posible acercarse a una visión global y coherente del 11-M, aunque la exactitud de muchos detalles específicos de sus elementos integrantes sea más o menos aproximada. Pero, desde una perspectiva teórica este método funciona y el conocimiento científico avanza de esta manera, yendo y viniendo de lo general a lo particular. Mendeleiev construyó la tabla periódica de los elementos químicos basándose en sus propiedades y características, con la finalidad de establecer un orden específico, que consiguió con precisión suficiente como para colocar en ella los huecos de algunos elementos que en su época todavía no habían sido descubiertos. Cualquier investigador independiente que quiera acercarse a la verdadera naturaleza del 11-M debe proceder de forma semejante, partiendo desde una perspectiva totalizadora que, a mi juicio, aparece ya dibujada con un suficiente grado de exactitud. Lo cual no quiere decir que no queden correcciones o ajustes según puedan aparecer determinados elementos probatorios que arrojen nueva luz, tanto a la visión de conjunto de la operación que produjo la masacre de Madrid, como sobre cualesquiera de sus elementos.



El método de análisis científico (que los historiadores empleamos) está basado en el postulado de racionalidad y se construye bajo la premisa del principio de falsabilidad resaltado por Karl Popper (esto es, que todas las hipótesis explicativas de la realidad a describir cambiarán en función de los datos empíricos que vayan apareciendo durante el proceso de investigación u observación) y el de la complementariedad circular, descrito por el físico Von Weizsäcker, por el que las partes que componen la investigación, o sea, los hechos observados, se vertebran entre sí de manera natural, sin forzamientos, algo que faltó en las investigaciones del 11-M a causa de la dicotomía apresuradamente fabricada que fue establecida desde el poder político, con la colaboración imprescindible de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, acerca de la autoría de la masacre, es decir, ETA/Titadyn o islamistas/Goma 2 Eco, con todas las prolongaciones y ramificaciones complementarias adobadas por el sectarismo político, que sirvieron para entronizar a la política interna española como única clave desde la que examinar los atentados de Madrid.

Esta postura fue la defendida por el ex-presidente Aznar cuando en noviembre de 2004 compareció en la Comisión de Investigación del Congreso, donde pronunció una frase que se hizo famosa, pero que cada cual puede interpretar a su antojo, incluso que está lanzando el mensaje de que la autoría de la masacre no está en Al-Qaeda: ”Los que idearon los atentados terroristas del 11 de marzo no están en desiertos remotos ni en montañas lejanas”. Pero, acaso como contrapeso, falta descaradamente a la verdad cuando dice que la intención de los terroristas del 11-M era "volcar las elecciones", por lo que pidió insistentemente que se "investigue la verdad" para aclarar "quién y por qué eligió el 11 de marzo" para que el terror irrumpiera en campaña. De hecho, Aznar explicó que dudó en convocar las elecciones el 7 o el 14 de marzo, y dijo estar seguro de que si hubiera elegido la primera fecha, el atentado se habría perpetrado el día 4. El ex-presidente aseguró que su "tranquilidad de conciencia" radica en que, ante los atentados, su gobierno dijo "la verdad" y fueron "otros" los que optaron por "buscar ventaja partidista", "atizar el sectarismo" y "manipular los sentimientos" de la sociedad. Tendría razón si a continuación hubiese dicho que después de decir en un primer momento lo que suponía como cierto, pronto tuvo que rendirse y no tuvo más remedio que aceptar la autoría islamista como mal menor para evitar una catástrofe: que se conociera la verdad.


El ex-presidenteAznar en la Comisión del 11-M

Las veces que se ha referido a este tenebroso asunto con posterioridad, Aznar ha mantenido sus afirmaciones insistiendo en que el 11-M tenía "un objetivo muy especial", el de "cambiar el curso histórico de España". Aunque una parte de sus afirmaciones se ajusten parcialmente a la verdad, no me cabe duda de que también encierran una gravísima falsedad: poner al cambio de Gobierno en España como objetivo de quienes idearon y llevaron a cabo el atentado, una postura que, como ya he dejado dicho, impidió durante mucho tiempo la búsqueda de motivaciones distintas. A diez años de distancia de del 11-M, considero que esa fue la mayor barrera de las muchas que fueron interpuestas para segar de raíz cualquier otra perspectiva esclarecedora. Una equivocación garrafal en la que todavía vive instalada la inmensa mayoría de la opinión pública española para aquietar sus poco escrupulosas conciencias.

No hace falta investigar mucho para ver que la Comisión de Investigación del 11-M no pretendió otra cosa que confirmar la Versión Oficial de los atentados, que luego se impondría en el juicio de la Casa de Campo. Aquella Comisión no fue otra cosa que un cierre de filas para apuntalar entre todos la teoría del empate infinito que permitiera enterrar el 11-M con la máxima rapidez posible, recurriendo a la misma falsa disyuntiva (o ETA o Al Qaeda) en que nos encerraron desde la propia mañana de los atentados. Cuando hay que elegir entre dos dos opciones, lo lógico es que la decantación sea hacia la menos mala. Pero, ¿por qué entonces tanto el Partido Popular como el PSOE han venido percibiendo como "menos mala" la opción de seguir mintiendo a los españoles en todo lo que al 11-M concierne? ¿Qué puede haber en el 11-M que sea "malo" simultáneamente para las cúpulas de ambos partidos? ¿Quién ha encerrado a los políticos españoles en esa situación de "gran silencio", en la que no queda otra opción que no sea torcer el gesto y mirar hacia otro lado en cuanto se habla del 11-M? ¿Tan grave es que sigamos queriendo saber qué pasó exactamente el 11 de marzo de 2004 y quienes fueron los autores intelectuales de la masacre? Porque resulta evidente que cuando sale a colación el 11-M, se produce un silencio ominoso y el aire se vuelve más frío que el nitrógeno líquido, mientras los presentes miran a algún punto del infinito, porque lo cierto es que desde los medios informativos se nos ha enseñado que lo mejor para todos es no remover el pozo de la autoría, convertido en asunto-tabú por los representantes de la casta política asentada en el Poder y sus prolongaciones mediáticas. Fernando Múgica llegó en sus tempranas investigaciones tan lejos como podía llegarse, hasta que su propia vida comenzó a estar en serio peligro. De entonces acá el panorama geoestratégico internacional no ha hecho más que complicarse, tal como estaba previsto en el guión. Múgica identificó el huevo de la serpiente, pero no llegó a romperle la cáscara. Y ahí quedó la cosa.



Las investigaciones y los dos libros que dedicó Luis del Pino al 11-M fueron decisivos para desmontar punto por punto la Versión Oficial que elaboraron los medios policiales acerca de la ejecución de la masacre. “Los enigmas del 11-M ¿Conspiración o negligencia?” (editado por Libros Libres en 2006), supuso un primer inventario de las falsedades contenidas en el sumario judicial y posteriormente validadas, en su mayor parte, por la sentencia del juez Gómez Bermúdez. En su segunda publicación, “11-M Golpe de Régimen” (La Esfera de los Libros, 2007), su minuciosa deconstrucción de los atentados sirvió para subrayar una evidencia: “Que alguien construya pruebas falsas para tratar de demostrar la autoría islamista del terrible atentado solo puede significar una cosa: que ese alguien necesita unos falsos culpables con los que encubrir a los verdaderos autores”.

En su Carta abierta al Fiscal General del Estado, Luis del Pino hace especial referencia a la autoría de los atentados de Madrid, atribuyendo su ejecución “a las cloacas del Estado”, cuando literalmente dice: “Estoy convencido de que usted sabe -como lo saben tantos millones de españoles- que el 11 de marzo de 2004 no hubo en España ningún atentado islamista. Tampoco etarra. Estoy convencido de que usted sabe -como lo saben muchas víctimas directas de la masacre- que el 11-M fue, en realidad, un golpe de estado ideado, organizado y ejecutado desde lo más siniestro de las cloacas del Estado”.

Luis del Pino

Sin embargo, el gran investigador del 11-M parece vincular la autoría y realización de la masacre de Madrid a un asunto de política interna española, tal como ya hizo Aznar con su célebre frase pronunciada ante la Comisión de Investigación del Congreso. Pero la verdad es mucho más terrible. Desde luego, no cabe duda de que la tramoya que sirvió para encubrir el 11-M fue elaborada por “las cloacas del Estado”. ¿Quienes si no hubieran podido hacerlo con la impunidad que el silencio ominoso de los años transcurridos desde entonces ha venido demostrando? Más todavía cabe decir: que sin la complicidad, activa o pasiva, de una cierta parte de los servicios de inteligencia españoles, los atentados de Madrid no hubieran podido cometerse. Del mismo modo que Carrero Blanco no habría podido ser asesinado o que el 23-F jamás hubiera podido intentarse sin la asistencia de elementos muy cualificados de los servicios españoles de inteligencia, que actuaron en conexión con determinados poderes fácticos españoles. Pero en ambos casos hubo algo más: la sombra de la CIA, que es tan alargada como para abarcar el Atlántico Norte y mucho más, el mundo mundial, como decía con su gracejo inimitable el gran Francisco Umbral.




En el planeamiento del 11-M no hay lugar para odios acumulados ni deseos de venganza desbordados. No se trata de una vendetta siciliana o una aventura criminal para cambiar de manos el Gobierno de España. No nos equivoquemos: se trata de otra cosa. En el mayor atentado cometido en Europa hay intereses internacionales en juego, intereses enormes que están concernidos en los ámbitos del Gran Juego de la alta política occidental. Nada más y nada menos. En su planificación se procede con una frialdad glacial, sabiendo plenamente lo que está en juego y, por eso mismo, que los riesgos deben ser minimizados al máximo, de tal manera que es preciso asegurarse de que, pase lo que pase, los medios policiales del Estado español contarán con recursos suficientes para que las huellas sean borradas y las que queden conduzcan a conclusiones equivocadas o a callejones sin salida. Algo que solamente es posible conseguir con la complicidad de los gobiernos que lleven las riendas del Estado, tanto del PSOE como del Partido Popular. Que tanto da. Porque, insisto, no debe olvidarse que las pruebas falsas que sirvieron para montar la Versión Oficial, fueron elaboradas mientras el Partido Popular estaba al frente de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, aunque con la inevitable y decisiva presencia de los representantes socialistas que inmediatamente ocuparían las instituciones españolas después del vuelco electoral del 14-M.



Pero hay otro detalle a tener en cuenta. Que la vinculación del 11-M a los asuntos internos de España no explica un hecho fundamental al que ya anteriormente he hecho referencia: la temprana irrupción de nuestros vecinos franceses y del gran amigo americano a la hora de enderezar hacia los islamistas la autoría de la masacre. Y este hecho evidente nos obliga a admitir que bajo el 11-M late una verdad mucho más terrible, directamente vinculada a la situación geoestratégica mundial, la única matriz capaz de admitir, sin forzamiento alguno, una operación terrorista de tan enormes características en un suelo europeo vigilado hasta el último rincón por los servicios de inteligencia de medio mundo, empezando, como es natural, por los estadounidenses y la Red Echelon. El ex-presidente Aznar ha de saberlo. Tal vez por eso, en su libro de memorias se refirió expresamente a ello, cuando dice que "ni antes ni después del atentado se ha detectado absolutamente nada ni dentro ni fuera de España que pudiera indicar una preparación o satisfacción por lo que ha ocurrido. El silencio es total, como atestiguan todos los contactos mantenidos con los servicios de Inteligencia de nuestro entorno o el mundo árabe. Nadie ha detectado nada, ni antes ni después (y eso que la NSA de Estados Unidos lleva veinticuatro horas dedicada a este tema con la máxima prioridad)”.

La misma ignorancia previa respecto al peligro terrorista que declaró Bush respecto a los atentados del 11-S, que contrasta con que su gobierno identificara en poco tiempo a los diecinueve autores materiales de los atentados y a Osama bin Laden y Sadam Hussein como instigadores. Sorprendente.   


Julian Assange, silenciado ¿para siempre...?

También de las palabras de Aznar cabría deducir, entre otras lecturas, que sin el conocimiento “de los servicios secretos de nuestro entorno”, el 11-M carece de explicación lógica. Puede que sea la manera del ex-presidente de darse por enterado y expresar sibilinamente por donde vinieron los tiros, pero desde la impotencia de tener que tragarse todo lo que sabe. Que a estas alturas debe ser, necesariamente, todo de todo. Aunque, por otra parte, resulte visible para cualquier observador que su comportamiento ha sido espléndidamente recompensado por los dueños del Gran Juego: su contratación como asesor de Endesa, con una retribución anual de unos 400.000 euros anuales, entre retribuciones fijas y variables, y su incorporación como consejero al grupo dirigido por Murdoch, News Corp, propietario de los periódicos The Wall Street Journal, The Times o las cadenas CNBC y Fox News, que comprende el pago de 107.639 dólares (86.112 euros) en efectivo, y de otros 140.000 dólares (112.000 euros) en acciones, según cifras referidas al año 2012.


No deja de resultar extraordinariamente llamativo que las afirmaciones de Aznar fueran complementadas, de manera mucho más directa, por Alfredo Pérez Rubalcaba, desde su condición de Vice-presidente del Gobierno y Ministro del Interior, es decir, jefe de los servicios de inteligencia del Estado. Es posible comparar su mensaje con el célebre cuento ”La carta robada”, de Edgar Allan Poe, un documento perdido que nadie es capaz de encontrar, sencillamente, porque está a la vista de todos. En este caso, si ustedes quieren un adelanto del entorno donde deben buscarse los autores del 11-M lo mejor, como les digo, es que atiendan a Rubalcaba cuando habla de la “prueba del nueve”, porque si este hombre se calla, revienta. El juez Gómez Bermúdez dio lectura a la sentencia del juicio sobre el 11-M, el día 31 de mayo de 2007. Al día siguiente, el Ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba compareció ante los medios informativos y, entre otras cosas, hizo una extensa relación de los servicios de inteligencia extranjeros que colaboraron en la fabricación de la Versión Oficial del 11-M, es decir, que se prestaron a encubrir la autoría de la masacre, que la sentencia vagamente atribuye “a un grupo de terroristas islamistas que se organizó para perpetrar diez explosiones casi simultáneas en cuatro trenes en la capital de España, en venganza por la posición del gobierno español sobre la guerra de Irak”, sin mencionar para nada a Al-Qaeda ni a ninguna otra organización islamista.



Como puede verse en el vídeo, Pérez Rubalcaba dijo: “No sería justo, en todo caso, decir que lo que ha pasado en la Audiencia Nacional en estos últimos meses, el juicio y el resultado de ese juicio fue que la sentencia de ayer no ha sido solo trabajo de nuestros jueces, de nuestros fiscales, de nuestras fuerzas de seguridad, no sería justo, porque hemos contado con la colaboración internacional de muchas policías y de muchos servicios de inteligencia, desde luego, de Europa. Me dejaré alguno por citar, pero me vienen a la memoria Italia, Bélgica, Francia, Gran Bretaña, Alemania, países que han colaborado con nosotros y así se refleja en la sentencia. Por supuesto, de Estados Unidos, empezando por la CIA y siguiendo por las restantes fuerzas de seguridad de EE.UU., pero también por las fuerzas de seguridad marroquíes, argelinas, tunecinas. Son muchos los países que ha colaborado con nosotros para llegar a donde hemos llegado. A esos países quiero agradecer desde este primer momento su colaboración. Fíjense que, probablemente, el término “terrorismo internacional” es el que mejor describe el fenómeno al que nos estamos enfrentando y porque efectivamente se trata de terrorismo internacional”.



El testimonio de Pérez Rubalcaba concuerda con lo por mi escrito hace años acerca de que, como ya he mencionado en el artículo primero de estas serie (El Gran Hermano”), cabe deducir que la conspiración de silencio que lleva protegiendo los secretos de los atentados de marzo de 2004 es, de alguna manera, global, porque para justificar que la tapadera de silencio no haya estallado es preciso echar mano a la connivencia de otras “inteligencias” que, por sus ámbitos de actuación, son de más allá de nuestras fronteras”. En resumidas cuentas: que lo que Rubalcaba viene a agradecer es que los servicios de inteligencia de Estados Unidos y de los países de la OTAN hayan colaborado para que esa colección de mentiras que constituye la Versión Oficial del 11-M se haya convertido en verdad incuestionada e incuestionable, aunque sin olvidar la ayuda de los servicios de inteligencia de los países magrebíes de donde procedían los presuntos autores materiales de la masacre, que se evaporaron en la explosión del piso de Leganés, empezando por Marruecos, cuyos servicios de inteligencia merecen una mención muy especial por la importancia de su colaboración para que los medios policiales españoles construyeran la Versión o Mentira Oficial, según se prefiera.

Sobra decir que, inmediatamente, al presidente Rodríguez Zapatero le faltó tiempo para dar por cerrado el ominoso asunto, declarando pomposamente, nada más y nada menos, que el fallo establecía la verdad, mientras que Mariano Rajoy, jefe de la oposición parlamentaria y Secretario General del Partido Popular reclamaba una investigación “sin límites” que aclarase la autoría intelectual de la masacre, algo que, como era previsible, olvidó completamente cuando accedió a la Presidencia del Gobierno en la elecciones generales celebradas en noviembre de 2011.

Mariano Rajoy tropieza cuando va a comparecer ante los periodistas en la sede
del Partido Popular para comentar la sentencia del 11-M: todo un mal presagio

La proximidad de los autores de los atentados denunciada reiteradamente por Aznar (“ni en montañas lejanas ni en desiertos remotos”) deja paso en Pérez Rubalcaba, a una conspiración fruto del terrorismo internacional, cuya consistencia debe conocer mejor que nadie quien ha sido durante ocho años dueño y señor de los servicios de inteligencia y receptor privilegiado del SITEL, es decir, del sistema de escuchas telefónicas del Ministerio de Interior de España utilizado por la Policía Nacional, la Guardia Civil y el Centro Nacional de Inteligencia, también conocido como Sistema Integrado de Interceptación de las Comunicaciones Electrónicas.



No hace falta buscar rebuscados intérpretes para saber qué debemos entender por la acepción “terrorismo internacional” utilizada por Pérez Rubalcaba. Basta recordar el comentario de Ana Palacio, ministra de Asuntos Exteriores en la fecha de la masacre de Madrid, cuando en la madrugada del día siguiente a los atentados comentó airada al director de The Wall Street Journal que a un año de las elecciones en Estados Unidos y con la popularidad de Bush por los suelos, a la Administración norteamericana le vendría muy bien que la autoria del 11-M fuese islamista y no atribuible a ETA, como entonces ella creía.

Volviendo a Fernando Múgica, “el hombre que sabía demasiado”, por su conocimiento y contactos privilegiados en el mundo de los servicios secretos españoles, su opinión respecto a la autoría es inequívoca y atribuible a servicios especialmente secretos de responsabilidad incontrolada de origen estadounidense, como recoge Ignacio López Bru en su espléndido libro sobre el 11-M. A este respecto, dice Múgica: “Mi tesis es un asunto islamista de verdad , es decir, utilizar a los islamistas para una conflagración mundial, ideológica, que es lo que fue el 11-S y luego el 11-M”.


Afirmación que en nuestros días encuentra su validación más absoluta en el apoyo dado por Estados Unidos y los países de la OTAN a los llamados “rebeldes sirios”, que no son sino mercenarios yihadistas reclutados en los parajes más variopintos del atlas, varios miles de ellos procedentes de países europeos (entre ellos España), financiados desde Qatar o Arabia Saudita y adiestrados por militares norteamericanos, que les llevan prestando apoyo logístico desde mucho antes que comenzara el conflicto, que ha destrozado una de las naciones mejor organizadas del Oriente Medio. Aunque la posibilidad de atacar Siria hasta hacerla desaparecer del mapa como nación ya aparece esbozada en un documento elaborado por Richard Perle, junto con otros "halcones" del círculo más próximo a Paul Wolfowitz y Dick Cheney a finales de la década de los sesenta, por los por los papeles de Wikileaks se ha podido confirmar que, al menos desde el año 2006, Estados Unidos trazó planes clasificados como secretos para derrocar al régimen de Bashar Al-Assad, dentro de la conocida estrategia de tensión desarrollada por la CIA durante la Guerra Fría, con el empleo de los medios operativos de las llamadas guerras no-ortodoxas, que, como informó Vicenzo Vinciguerra, el terrorista vinculado a la Trama Gladio, responsable del atentado de la Estación de Bolonia (”A la sombra de Gladio”), también “tiene por objeto la mente, las conciencias, los corazones y las almas de los hombres, no de los territorios. La guerra no ortodoxa no responde a las reglas de la guerra clásica. Emboscadas y atentados no son más que un medio, uno de tantos utilizados en este tipo de guerra, usados también por los empleados de uniforme, a los que nadie reprocharía, sin embargo, la adopción de ciertos métodos."



La invención de la Guerra de Irak fue el primer eslabón de la nueva política de tensión elaborada por los halcones de Washington (Paul Nitze, Eugene Rostow, Donald Rumsfeld, Paul Wolfowitz y Zbigniew Brzezinski entre otros) desde el Committee on the Present Danger (CPD), que George W. Bush colocó a la cabeza de la Administración estadounidense al comienzo de su primer mandato. Tras el primer asalto a Afganistan, Bush pudo concentrarse en su objetivo preferido, que era la guerra de Irak, algo que estaba planeado con anterioridad a los atentados del 11 de septiembre al World Trade Center, lo que significa que no tenían nada que ver con la “guerra contra el terror” con que se quiso justificar. Como reveló más tarde el que fue secretario del Tesoro de su gobierno, Paul O´Neill, la decisión de atacar Irak comenzó a discutirse en la Casa Blanca en enero de 2001, el día siguiente a la toma de posesión de Bush, mucho antes, por tanto, del ataque terrorista de septiembre, aunque la operación estaba planeada desde hacía años.




Si a la ambición de controlar la red de oleoductos y las reservas petroleras del Oriente Medio, incluyendo Libia, fue causa más que suficiente para embarcarse en una aventura bélica que no ha servido más que para empobrecer al pueblo iraquí, provocar el holocausto siriohundir a Libia en el peor de los caos y fomentar el terrorismo islamista de corte sunita, cuya violencia ni siquiera nos estremece por cotidiana, no cabe duda que la otra gran industria norteamericana favorecida por los gobernantes de Washington es la de la guerra, para lo que se han ido entretejiendo poderosas relaciones entre los fabricantes de armas y los fabricantes de conflictos. La gran industria productora de tecnología militar y el negocio de exportar ejércitos formados por tropas mercenarias se apoyan en un denso entramado de políticos, financieros, pensadores e ideólogos cómplices y medios de comunicación al servicio del Poder que crean las condiciones para que la paz mundial no sea un bien deseable y el 11-S una necesidad estratégica perentoria. Para quien esté interesado en saber el terrible fondo de los atentados al World Trade Center y al Pentágono, que conmovieron al mundo el 11 de septiembre de 2001, considero imprescindible la lectura de cuatro libros traducidos al español cuya referencia transcribo a continuación:

"La gran impostura", Thierry Meyssan, La Esfera de los Libros, Madrid, 2004. 

Su autor es periodista de investigación, especialista en política del Oriente Medio y director-fundador de la Red Voltaire. 

"La CIA Y el 11 de septiembre. El terrorismo internacional y el papel de los servicios secretos", Andreas von Bülow, Ellago Ediciones, Castellón, 2006.

Su autor es doctor en Derecho, experto en servicios secretos, de 1969 a 1994 fue miembro del Parlamento alemán y participó en la Comisión Parlamentaria de Servicios Secretos. De 1976 a 1980 fue Secretario General en el Parlamento del Ministerio de Defensa y entre 1980 a 1982 Ministro de Investigación y Tecnología de la República Federal de Alemania.


Dr. Andreas von Bülow

"11-S. Las verdades ocultas", Éric Raynaud, Ediciones Akal, Madrid, 2009.

Su autor ha sido periodista de investigación durante veinte años en la prensa francesa. Por la calidad de sus trabajos ha recibido el Prix de la Justice Citoyenne y el apoyo incondicional de Marie Rouart, de la Académi Française.

"11-S. Falso terrorismo Made in USA", Webster Griffin Tarpley, Progressive Press, California, 2009. 

El Dr. Tarpley es autor de una treintena de libros, Profesor emérito de Filosofía de las Religiones y de Teología en Claremont School Of Theology y en la Claremont Graduate University, asi como co-director del Center for Process Studies.


Dr. Webster Griffin Tarpley

Como puede comprobarse, he querido dejar constancia de la extraordinaria relevancia y solvencia intelectual de estos autores para evitar que alguien pueda pensar que se trata de personajillos o de advenedizos de dudosa reputación, así como para otorgar la relevancia que merecen sus trabajos en las que todos coinciden en denunciar la gran manipulación y falsificación criminal de la realidad realizada por la administración estadounidense respecto a los atentados del 11-S, que marcaron el inicio de las guerras declaradas por el Gobierno de EE.UU. para imponer el Orden Mundial a través de la fuerza, al mismo tiempo que sometía la sociedad norteamericana a unos controles sin precedentes en tiempos de paz gracias a la Patriot Act promulgada por la Administración Bush. 

La Patriot Act fue impuesta aprovechando el clima de miedo generado por los atentados del 11 de septiembre de 2001 al Pentágono y a las torres del World Trade Center,  presentada bajo el chantaje consistente en que el pueblo norteamericano debía elegir entre su seguridad y sus derechos constitucionales, optando por restringir estos la vigencia de los derechos humanos y las libertades civiles conquistadas, por lo que ha sido declarada anticonstitucional en varios sentencias judiciales ya que basta invocar su aplicación para que cualquier ciudadano pueda ser detenido sin que pueda apelar a sus garantías constitucionales, pese a lo cual sigue vigente.




Entre sus previsiones, la Patriot Act incrementa las facultades de las agencias represivas para vigilar las comunicaciones telefónicas y de correo electrónico, así como los registros públicos y privados (médicos, financieros, libros solicitados en las bibliotecas, etc.); reduce las restricciones para acciones de inteligencia en otros países; aumenta el poder de la Secretaría del Tesoro para regular el mercado financiero y concede poder discrecional a las autoridades policiales y migratorias para detener y deportar a inmigrantes cuando se invoque que los mismos son sospechosos de estar relacionados con el terrorismo. La Patriot Act también amplía la definición de terrorismo, con el fin de incluir actividades realizadas por ciudadanos estadounidenses y actos que antes no eran considerados como tal.

Para completar la conclusión de que la destrucción de las Torres Gemelas no se debió al impacto de los aviones, sino que fue provocada con total certeza por una demolición controlada, no me resisto a transcribir el enlace referido a los resultados de la investigación realizada por un científico del prestigio académico internacional del Doctor Niels Harrit, profesor de Química de la Universidad de Copenhagepublicada en el Open Chemicals Fhysics Journal.
 
Dr. Niels Harrit, de la Universidad de Copenhagen


También recomiendo la página "Principiantes" del Journal of 9-11 Studies:
http://www.journalof911studies.com/beginners.html.

Particularmente valioso es el artículo "Why indeed did the WTC towers collapse?", escrito por el profesor Steven Jones, de la Brigham Young University, quien después de ser "premiado" con unas vacaciones forzosas, se retiró en octubre de 2006 con el status de Profesor Emérito. Al igual que el Dr. Harrit, el Prof. Jones demuestra de manera incontrovertible que el edificio WTC7 y las Torres Gemelas del World Trade Center fueran derribados no sólo por el fuego y los daños resultantes del impacto de los aviones, sino mediante explosivos cortantes instalados con anterioridad, lo que prueba la evidencia de demoliciones controladas. A continuación reproduzco el enlace de la traducción española del documento, realizada por Anton Montsant, del Département de Biologie, Ecole Normale Supérieure de Paris: Informe del Prof. Steven Jones sobre la demolición de las Torres Gemelas y del edificio WTC7


Profesor Steven Jones

Desde esta perspectiva, no es de extrañar que las mentiras respecto a la motivación de la guerra de Irak formen parte de la misma yedra venenosa que sirvió para tejer la urdimbre del gran engaño que cubre de criminal maquiavelismo la masacre de Madrid y con la misma finalidad: "utilizar a los islamistas para una conflagración mundial ideológica, que es lo que fue el 11-S y luego el 11-M", tal como afirma Fernando Múgica. Junto a esta realidad incuestionable, existen suficientes elementos complementarios para terminar de explicarnos el por qué de los atentados de Madrid y cómo se vertebran en la geoestrategia diseñada por el poder financiero-militar para las naciones europeas vinculadas a la OTAN, en la que es preciso incluir las derivaciones francesas derivadas de la posición independiente que Francia venía manteniendo desde la época del Presidente De Gaulle.

En todo caso, cualquiera puede ver que nos seguimos moviendo en el campo donde operan a sus anchas los servicios de inteligencia, que vertebran estos artículos referidos al 11-M bajo un mismo denominador común, el secretismo: “Complot y contra-complot, engaño y traición, doblez y triple doblez, agentes verdaderos, agentes falsos, oro y acero, la bomba, el puñal y el pelotón de ejecución, todo ello entretejido para formar una trama: increíble pero verdadero. Los oficiales de alta graduación de los servicios secretos se deleitan buceando en estas aguas subterráneas y prosiguiendo su trabajo con una fría y silenciosa pasión...”

Este último párrafo es de Sir Wiston Churchill, que no hablaba de estas cosas por referencias de terceros. Y es que no hay nada nuevo, excepto lo que se ha ocultado. O aquello de lo que está prohibido hablar. Que, en según qué casos, viene a ser lo mismo. Aunque en sus operaciones encubiertas los servicios secretos aceptan siempre que pueden la colaboración del llamado Crimen Organizado, formular una acusación o demanda de los servicios secretos es algo que no funciona en un juicio. Más bien constituye una amenaza de por vida. De ahí que los servicios secretos tengan siempre agarrados a sus autores encubiertos. Aquí juega siempre la máxima de "quien sabe no habla".

©  Copyright José Baena Reigal
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22.05.2016