jueves, 28 de febrero de 2013


         CASTEL GANDOLFO Y EL LAGO ALBANO
      Un paraíso en la región de Castelli Romani


Camino de Castel Gandolfo
Entorno forestal de frondoso arbolado

Desviación a la derecha hacia el Lago Albano.
 Al fondo queda Rocca di Pappa

Cruce y carretera de bajada a Castel Gandolfo
Puerta de entrada a Castel Gandolfo




Parece impensable que Roma, una ciudad tan extensa y visitada por peregrinos, viajeros y turistas desde la antigüedad clásica, tenga a tiro de piedra, como quien dice, tantas pequeñas localidades de increíble belleza y singulares enclaves en los que la naturaleza se alía con muchas obras extraordinarias realizadas por la mano del hombre, para componer parajes idílicos en los cuales no sé qué cabe admirar más, si el apacible regalo de sus zonas boscosas y románticos lagos o las formidables ruinas, castillos, palacios, iglesias y abadías que surgen como por ensalmo como perlas escondidas, incrustadas a lo largo de las incontables rutas que encuentran en la Ciudad Eterna su meta de salida y también de llegada, es decir, que se trata de cortos itinerarios al alcance de cualquiera, porque es posible recorrerlos en un solo día y que, por eso mismo, permiten conjugar la estancia en la ciudad más monumental del mundo con cortas excursiones a sus alrededores, que tienen como común denominador la más exquisita belleza así como la completa ausencia de visitantes y en los que, por eso mismo, la tranquilidad del viajero está más que asegurada.

La razón de esta aparente anomalía está en que las estancias medias del turista romano se apañan con la visita a los lugares más conocidos y de imprescindible conocimiento, en los cuales afluyen las riadas viajeras llevadas de acá a allá por los guías, lo que permite que muchos de los más interesantes lugares de la propia Roma sean poco transitados y su visita suponga experiencias inolvidables para cualquier viajero curioso o medianamente informado.

Mirador en la carretera sobre los Montes Albanos y la llanura del Lacio romano

Castel Gandolfo y el lago Albano.
En segundo término, la llanura lacial con el horizonte marino al fondo. 
Uno de los más sorprendentes enclaves próximos a la urbe romana es Castel Gandolfo, la pequeña villa pontificia de los Castelli Romani suspendida sobre los taludes que descienden hasta el quietísimo azul del lago Albano y que hoy ha cobrado meteórica actualidad por ser el lugar donde residirá Benedicto XVI hasta que llegue el día de su instalación definitiva en el convento situado en los jardines vaticanos. Por eso, me ha parecido oportuno colocar en Facebook esta colección de fotos que hablan por sí solas de la belleza de Castel Gandolfo y del lago a cuyo borde se asoma la villa y el Palacio Pontificio, edificado en el mismo enclave elegido por el emperador Domiciano para su residencia campestre, la “Albanum Domitiani”, en cuyo emplazamiento construyó, en torno al año 1200, su castillo feudal la familia genovesa de los Gandolfos, alrededor sel cual surgió la actual villa de Castel Gandolfo.

Al trasponer la puerta de la villa, lo primero que se ve es el Palacio Pontificio 








Piazza della Libertà

Fuente barroca en Piazza della Libertà

Fachada principal del Palacio Papal









La Sede Apostólica tomó posesión del lugar a finales del siglo XVI bajo el pontificado del Clemente VIII Aldobrandini, aunque la transformación de la antigua fortaleza en residencia papal fue llevada a cabo a mediados del siglo siguiente por Urbano VIII, el primer papa que la habitó después del acabamiento de las importantes obras de reconstrucción realizadas bajo la dirección del gran arquitecto Carlo Maderno, artífice de la fachada actual de la Basílica de San Pedro. 

En la uno de los lados de la Piazza della Libertà, a la que se abre la fachada prioncipal del Palacio Pontificio, esta la Iglesia Parroquial de Santo Tomás de Villanueva, de exquisitas proporciones y elegante diseño de Gian Lorenzo Bernini.



  









































domingo, 24 de febrero de 2013


"LA VIDA DE LOS OTROS"
 O ESPIONAJE A LA ESPAÑOLA






El comentario que transcribiré a continuación acerca de las cloacas del Estado es, nada menos, que de Sir Wiston Churchill, quien nos dejó escrito con su estilo inimitable lo que sigue:

Complot y contra-complot, engaño y traición, doblez y triple doblez, agentes verdaderos, agentes falsos, oro y acero, la bomba, el puñal y el pelotón de ejecución, todo ello entretejido para formar una trama: increíble pero verdadero. Los oficiales de alta graduación del Servicio Secreto se deleitan buceando en estas aguas subterráneas y prosiguiendo su trabajo con una fría y silenciosa pasión...”



Por lo que estamos conociendo gracias al abundante goteo informativo que la prensa publica un día sí y el otro también, la agencia Método 3 viene actuando impunemente en España desde hace más de una década y sus responsables máximos, según hemos sabido, han estado muy bien relacionados con los más altos responsables del Ministerio del Interior desde los tiempos de Rubalcaba. Después de haber investigado a políticos, empresarios, jueces, fiscales y a medio mundo, ¿cabe pensar que el CNI no tenía noticia de esta agencia, quiénes eran sus componentes, a qué se dedicaban y hasta el contenido exacto de todos los informes realizados y guardados? Absolutamente impensable. Solo el conocimiento y la aceptación tácita de las actividades clandestinas de la agencia M3 explica que sus actividades se hayan venido manteniendo durante años sin ninguna intervención para poner fin a sus desmanes. ¿No será que los detectives de Método 3 han venido trabajando bajo el amparo o en colaboración con los servicios secretos del Estado? Y todavía más, ¿acaso somos tan idiotas como para no pensar que la propia agencia M3 no sea uno de los múltiples tentáculos operativos que utilizan las propias cloacas de Estado para trabajar a la luz del día sin dejar huellas visibles de quienes deciden en última instancia los personajes que serán investigados, guardándose las espaldas en caso de ser descubiertas sus actividades?




Si esto fuese así, y a mí me parece que lo es, jamás sabremos el contenido de esas decenas de cajas llenas de documentos confiscadas por la policía en las dependencias de la agencia Método 3, ni la verdad acerca de qué voluntades e intenciones se esconden tras ese sistema de espionaje con tintes mafiosos que tanto alarma hoy a la opinión pública y, sobre todo, al menos teatralmente, a los políticos afectados por seguimientos y escuchas. 



Y digo “teatralmente”, porque responsables muy cualificados de los principales partidos han sido, al mismo tiempo, espías y espiados. El conocimiento mutuo de los asuntos turbios en los que aparecen involucrados muchos de los miembros más encumbrados de la nación es la mejor garantía para que sus miserias no salgan nunca a la luz, ya que el desprestigio afectaría a toda la casta detentadora del poder durante los últimos diez o quince años. Por eso, estoy convencido de que el oscuro fondo que se vislumbra tras esta red de espionaje particular, tan “a la española” por su cutrez, no la conoceremos nunca.

Hay que tener muy en cuenta que los altos poderes que gobiernan el reino de las cloacas no podemos clasificarlos en ninguna categoría formalmente establecida. Pertenecen a un ejército de sombras cuya identidad es raras veces demostrable, porque utilizan todos los recursos de que disponen, que son inimaginables, para pasar desapercibidos o hacerse visibles, según les convenga. Entre otras cosas, son especialistas en la información/desinformación, para la que reciben un adiestramiento permanente con las técnicas más sofisticadas. Ahí radica su poder para la extorsión a quienes convenga y para procurarse alianzas y complicidades que, de otra forma, no podrían conseguir. Otra de sus capacidades operativas está en la fabricación de pruebas falsas para todo lo que les exija el guión, que en este mundo se denomina “el juego”.



No nos engañemos. Sin tener en cuenta las actuaciones de los poderes que se mueven en el “mundo subterráneo”, no es posible explicar casi nada de lo acontecido en España desde el asesinato de Carrero Blanco, pasando por el “Informe Crillon” sobre Mario Conde, el pinchazo de los teléfonos del Rey, la operación contra Pedro J. Ramírez, el chivatazo de del caso Faisán y, desde luego, los dos acontecimientos más decisivos, por sus nefastas consecuencias, de la historia reciente española: el fallido golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 y la masacre falsamente islamista llevada a cabo en los trenes de cercanías de Madrid el 11 de marzo de 2004.

  

viernes, 22 de febrero de 2013


LA ESPAÑA DE HOY VISTA POR

DON SANTIAGO RAMÓN Y CAJAL




¿Progresamos? No, retrocedemos. En demasiados asuntos cruciales estamos como antes de la Guerra Civil. Vean este texto de un hombre no político. Parece escrito ahora mismo. Pero no, ¡data de 1934! Su autor es D. Santiago Ramón y Cajal, Premio Nobel de Medicina, a quien hoy nadie se atrevería a llamar “facha”. No cabe duda de que estamos ante el científico español más importante de todos los tiempos, que situó en lo más alto el nombre de España en una época en que la ciencia española estaba en pañales. Pero Ramón y Cajal no solamente destacó en la histología: sus innovaciones en la fotografía o su obra literaria suelen pasar desapercibidas frente a su excepcional producción científica, lo que constituye una pérdida lamentable para todos los españoles.

El testimonio que transcribo a continuación está recogido en su libro “El Mundo a los ochenta años”. Lean, lean y pásmense:

En la Facultad de Medicina de Barcelona, todos los profesores, menos dos, son catalanes nacionalistas; por donde se explica la emigración de catedráticos y de estudiantes, que no llega hoy, según mis informes, al tercio de los matriculados en años anteriores. Casi todos los maestros dan la enseñanza en catalán con acuerdo y consejo tácitos del consabido Patronato, empeñado en catalanizar a todo trance una institución costeada por el Estado.



A guisa de explicaciones del desvío actual de las regiones periféricas, se han imaginado varias hipótesis, algunas con ínfulas filosóficas. No nos hagamos ilusiones. La causa real carece de idealidad y es puramente económica. El movimiento desintegrador surgió en 1900, y tuvo por causa principal, aunque no exclusiva, con relación a Cataluña, la pérdida irreparable del espléndido mercado colonial. En cuanto a los vascos, proceden por imitación gregaria. Resignémonos los idealistas impenitentes a soslayar raíces raciales o incompatibilidades ideológicas profundas, para contraernos a motivos prosaicos y circunstanciales.

¡Pobre Madrid, la supuesta aborrecida sede del imperialismo castellano! ¡Y pobre Castilla, la eterna abandonada por reyes y gobiernos! Ella, despojada primeramente de sus libertades, bajo el odioso despotismo de Carlos V, ayudado por los vascos, sufre ahora la amargura de ver cómo las provincias más vivas, mimadas y privilegiadas por el Estado, le echan en cara su centralismo avasallador.

No me explico este desafecto a España de Cataluña y Vasconia. Si recordaran la Historia y juzgaran imparcialmente a los castellanos, caerían en la cuenta de que su despego carece de fundamento moral, ni cabe explicarlo por móviles utilitarios. A este respecto, la amnesia de los vizcaitarras es algo incomprensible. Los cacareados Fueros, cuyo fundamento histórico es harto problemático, fueron ratificados por Carlos V en pago de la ayuda que le habían prestado los vizcaínos en Villalar, ¡estrangulando las libertades castellanas! ¡Cuánta ingratitud tendenciosa alberga el alma primitiva y sugestionable de los secuaces del vacuo y jactancioso Sabino Arana y del descomedido hermano que lo representa!

La lista interminable de subvenciones generosamente otorgadas a las provincias vascas constituye algo indignante. Las cifras globales son aterradoras. Y todo para congraciarse con una raza que corresponde a la magnanimidad castellana (los despreciables “maketos”) con la más negra ingratitud.

A pesar de todo lo dicho, esperamos que en las regiones favorecidas por los Estatutos, prevalezca el buen sentido, sin llegar a situaciones de violencia y desmembraciones fatales para todos. Estamos convencidos de la sensatez catalana, aunque no se nos oculte que en los pueblos envenenados sistemáticamente durante más de tres decenios por la pasión o prejuicios seculares, son difíciles las actitudes ecuánimes y serenas.

No soy adversario, en principio, de la concesión de privilegios regionales, pero a condición de que no rocen en lo más mínimo el sagrado principio de la Unidad Nacional. Sean autónomas las regiones, mas sin comprometer la Hacienda del Estado. Sufráguese el costo de los servicios cedidos, sin menoscabo de un excedente razonable para los inexcusables gastos de soberanía.

La sinceridad me obliga a confesar que este movimiento centrífugo es peligroso, más que en sí mismo, en relación con la especial psicología de los pueblos hispanos. Preciso es recordar –así lo proclama toda nuestra Historia– que somos incoherentes, indisciplinados, apasionadamente localistas, amén de tornadizos e imprevisores. El todo o nada es nuestra divisa. Nos falta el culto de la Patria Grande. Si España estuviera poblada de franceses e italianos, alemanes o británicos, mis alarmas por el futuro de España se disiparían. Porque estos pueblos sensatos saben sacrificar sus pequeñas querellas de campanario en aras de la concordia y del provecho común”.


También me parece justo destacar las palabras que pronunció en el paraninfo de la Universidad de Madrid con ocasión del homenaje que le dedicaron profesores y alumnos cuando le fue concedida por la Reina Regente, Dª. María Cristina, la Gran Cruz de Alfonso XII y nombrado consejero de Instrucción pública.

Me dirijo a vosotros, los jóvenes, los hombres del mañana. En estos últimos luctuosos tiempos la patria se ha achicado; pero vosotros debéis decir: “A patria chica, alma grande”. El territorio de España ha menguado; juremos todos dilatar su geografía moral e intelectual.

Combatamos al extranjero con ideas, con hechos nuevos, con invenciones originales y útiles. Y cuando los hombres de las naciones más civilizadas no puedan discurrir ni hablar en materias filosóficas, científicas, literarias o industriales, sin tropezar a cada paso con expresiones o conceptos españoles, la defensa de la patria llegará a ser cosa superflua; su honor, su poderío y su prestigio estarán firmemente garantizados, porque nadie atropella a lo que ama, ni insulta o menosprecia lo que admira y respeta. He nombrado a la patria y deseo que, en tan solemne ocasión, sea ésta la última palabra de mi desaliñado discurso. Amemos a la patria, aunque no sea más que por sus inmerecidas desgracias. Porque “el dolor une más que la alegría”, ha dicho Renan. Inculquemos reiteradamente a la juventud que la cultura superior, la producción artística y científica originales constituyen labor de elevado patriotismo. Tan digno de loa es quien se bate con el fusil como el que esgrime la pluma del pensador, la retorta o el microscopio. Honremos al guerrero que nos ha conservado el solar fundado por nuestros mayores. Pero enaltezcamos también al filósofo, al literato, al jurista, al naturalista y al médico, que defienden y afirman enérgicamente en el noble palenque de la cultura internacional el sagrado depósito de nuestra tradición intelectual, de nuestra lengua y cultura, en fin, de nuestra personalidad histórica y moral, tan discutida y a veces tan agraviada por los extraños”.

¿Existe alguien en la universidad española de hoy que se atreva a hablar en estos términos de España? Que la respuesta que se la dé cada cual. La mía es, desde luego, un “no” como una casa. Hablar de España como la patria común de todos los españoles no está dentro de los cánones de lo que hoy viene considerándose como “lo políticamente correcto”. ¿O me equivoco?

Monumento a D. Santiago Ramón y Cajal en el 
madrileño Parque del Retiro

Don Santiago Ramón y Cajal dejó de existir en las primeras horas de la noche del 17 de octubre de 1934 y su muerte produjo un tremendo impacto, no sólo en los círculos universitarios y científicos, sino en todos los sectores de la sociedad española, que ya vivía bajo los efectos de las grandes revueltas que marcaron los años finales de II República, de tal manera que junto a la noticia de su fallecimiento, los periódicos incluyen también la de la sublevación de Asturias. Afortunadamente, no llegó a presenciar la contienda civil entre los españoles

El entierro fue el día 18 a las cuatro. Una tarde plomiza, que entristecía más aún el ambiente, fue testigo de una de las mayores manifestaciones de duelo popular vivido en la capital de España. El pueblo de Madrid, de ese Madrid que tanto quiso Cajal, estaba allí, al lado de los restos del maestro. Faltaba la representación oficial, porque su españolidad a ultranza no gustaba a los jerarcas de las izquierdas encaramados en los poderes republicanos. El presidente de la República se limitó a enviar un representante y el del Gobierno delegó en el Ministro de Instrucción Pública para hacer llegar el pésame a la familia. Nadie más con representación oficial acudió al entierro del gran genio aragonés y español hasta el tuétano de los huesos. No obstante, al año siguiente, en 1935, por decisión de las mismas autoridades gubernamentales que ignoraron su entierro, la imagen de Ramón y Cajal apareció entronizada en los billetes de cincuenta pesetas acuñados por el Banco de España. La desvergüenza y el descarado oportunismo de los políticos españoles, como puede verse, viene de antiguo.




domingo, 10 de febrero de 2013


           TRILOGÍA DE MARRUECOS

                   III. Rapsodia en Blue

Mezquita de Hassán II, en Casablanca

Todas las fotos que he elegido para ilustrar esta entrada y que guardo como preciosos trofeos de mis andanzas por Marruecos tienen en común la preponderancia del color azul, que junto al ocre del barro primigenio y el verde de los palmerales, es el tercer color marroquí característico. Por eso la he titulado "Rapsodia en Blue", como la célebre obra musical de Gershwin.



De compras en la medina de Rabat

Zócalos azules en la Medina de Rabat

Pastorcita bereber. Gargantas del Todra

Tertulia en la Plaza de Jemaá El-Fná. Marrakech

En Ksar Tumnay

L'art c'est l'azur!, escribió Víctor Hugo. Azul, si, pero de ese azul de Marruecos que envuelve las alturas y del que se desprenden soles radiantes para dorar las espigas y las naranjas de las tierras regadas por el agua que conducen las acequias, las mismas que los árabes trajeron a Al-Ándalus. El mismo azul bajo el que maduran los racimos de las vides de Meknés y sirve de telón azul a las palmeras que se mecen al borde de las torrenteras que bajan del Atlas, que estallan en los oasis del desierto y que brotan donde menos se espera. Sí, el arte es el azul, pero de aquel azul de mar que desborda las pasiones del alma y acaricia la risa de los niños, que en Marruecos son más niños que en ninguna otra parte. No sé por qué será, pero el azul que inunda Marruecos de oleadas azules es el azul en el que navegan los sueños, que al regreso confunden la memoria del viajero con nostalgias azules que le harán regresar a Marruecos como una querencia en el azul indecible que fue claro espejo del mundo para ese infinito breve que nos aguarda en los viajes cuando son verdaderos.                 

 Fotos del Jardin Majorelle, restaurado y donado
 a Marrakech por el modisto Ives Saint-Laurent















En el Riyad des Pamiers. Tinghir

Calle de Asilah
Asilah

Ouaidia

Ksar Bicha. Merzouga


Preparando el té de bienvenida en Ksar Bicha


Lago en pleno desierto de Merzouga

En las pinturas murales prehistóricas el azul no aparece: hay rojos, negros, marrones, ocres de todos los matices... Pero el azul está ausente. Es un color que el ser humano tardó mucho en reproducir, aunque esté tan presente en la naturaleza. Hasta bien entrada la Edad Media fueron el rojo, el blanco y el negro los tres polos en torno a los cuales se organizaron todos los códigos sociales y la mayor parte de los sistemas de representación construidos sobre el color. Los romanos también ignoraron el azul, pese a que frente al azul contrastan las columnas romanas de las ruinas de Volubilis, un milagro que permanece en las cercanías de Meknés. El olvido del azul llegó al punto de reflejarse en el vocabulario. En latín clásico existen númerosos términos para referirse al azul, pero todos son polisémicos, cromáticamente imprecisos y de uso discordante. Incluso se llegó a plantear si los romanos (y los griegos) veían el azul tal y como lo vemos hoy. De hecho, no hay que olvidar que en francés, así como en italiano y en español, las dos palabras más corrientes para designar el color azul no son heredadas del latín, sino del alemán y del árabe: “bleu” (blau) y “azur” (lazaward)”.


Plaza de la Tour Hassan. Rabat

Calle en la Medina de Rabat

Riyad des Palmiers. Tinghir


Puesto de minerales y geodas en el bosque de cedros próximo a Azrou

Hotel Hanene Club. Ouazarzate

Morabito en la playa de Essauira

El primer despertar del azul se manifiesta en Occidente de manera paulatina. A partir del siglo IX se convierte en el color de fondo para escenificar la majestad de los soberanos, prelados y papas, tal vez a causa de las ideas difundidas por la teología medieval, según las cuales la luz es la única parte del mundo sensible que es a la vez visible e inmaterial. Y si el color es luz, dijeron los teólogos, entonces participa de lo divino por su propia naturaleza. Así es como el azul –color del cielo– pasa a tener un valor celestial. La primera manifestación de este interés, inédito hasta entonces, se manifiesta en las tonalidades escogidas por los vidrieros de las catedrales y por los pintores para los mantos de las dulces Madonnas italianas. Asimismo, los señores feudales y las casas reales que se consolidan en Europa eligen el azul para dejar constancia de su nobleza, por eso los escudos de armas pasan a adoptar este color y el del rey de Francia es el azur, sembrado de doradas flores de lis, el mismo azul que recubre las bóvedas de las iglesias medievales italianas sobre las que navegan a millares las estrellas de oro.

Como aparece en diversos tratados medievales y renacentistas, el color azul representa en lenguaje místico el ansia de unidad de los contrarios o la suma de iguales, al modo platónico. También simboliza la unión del cielo y de la tierra, de arriba y de abajo, del ascenso y del descenso, la formulación literaria del ensueño o la iluminación que puede alcanzarse como una explosión de luz en medio de la noche oscura del alma. En suma, podemos decir que el azul representa la Perfección, o sea, la Unidad Divina, tal como lo pregonan incansablemente los místicos sufíes de todas las escuelas y que representan las voces más altas de la espiritualidad islámica medieval. Por eso, para el primer gran santuario musulmán, la Cúpula de la Roca construida en Jerusalén por el califa Omar, el azul es el color elegido para que, allá en las alturas, la piedra de las construcciones humanas se confunda con el Cielo.

Cúpula del Mausoleo de Mohamed V. Rabat

Mosaicos en una fuente de Meknés

Karim, nuestro joven guía en Ait Behaddou

Los sabios sufíes encontraron en el color azul una proyección poética que sirviera para ampliar, junto al campo de nuestro saber, el de nuestro sentir humano a la altura de las plantas de los pies, tal vez para que se cumpla el sabio dicho sufí que dice: "Es tanto lo que no sé, que no sabía que era tanto". Entonces, cuando lo que consideramos inerte se llena de vida y lo simple se abre en nuevas complejidades, el suelo que nos sostiene y alimenta canta su sinfonía edénica convirtiéndonos por un momento en el "sello del anillo de todo lo viviente", que cantara el gran Omar Khayyam, el poeta sufí por excelencia. A través de su azul, el Cielo íntegro trabaja para nuestra alegría y el trono de barro ocre, del mismo barro que nos conforma, se convierte en asiento para nuestros sueños de ser reyes de la Creación.

El Océano Atlántico desde desde la muralla de Asilah

Los psicólogos recuerdan que el azul representa las cualidades intelectuales, por eso la primera computadora que consiguió vencer a un maestro mundial del ajedrez llevaba el significativo nombre de Deep Blue. También el azul es sinónimo de confianza, por lo que en la lengua inglesa se asocia a la fidelidad (true blue). En la jerga económica de hoy se habla de "blue chips", valores bursátiles seguros, no sujetos a las oscilaciones cambiarias. Estas connotaciones explican también por qué el azul ha sido elegido por muchos organismos internacionales para simbolizar unión y paz, como podemos ver en las banderas de las Naciones Unidas o de la Unión Europea. Y es que el azul tiene un algo único para ser percibido como color neutro, no discriminante. El azul es pacífico, tranquilo y hasta un poco remoto. De este modo, es un color que hace soñar, pero con un sueño vaporoso que también tiene algo de anestésico y que lo convierte en el color favorito del movimiento romántico, que lo traslada al universo  de los pintores vanguardistas, hasta convertirse a finales del siglo XIX y principios del XX en el color protagonista del impresionismo y del arte moderno. “Cuanto más profundo es el azul, más llama al hombre a lo infinito y despierta en él el anhelo de lo puro y, finalmente, de lo suprasensible”, dice el pintor Kandinsky, uno de los precursores del arte abstracto. El mismo Pablo Picasso, se entrega entre 1901 y 1904 a pintar en tonalidades azules. Según la crítica de arte Helen Kay, “el celebre azul de Picasso es el azul de la miseria, de los labios sin sangre, del hambre. Es el azul de la desesperación, de los blues”. Acaso por asociación, sea el color más próximo a la faceta trabajadora del hombre, cuyos trajes de faena siguen siendo preferentemente azules. Por no hablar de su singular asociación con el mar y con todas las actividades con él relacionadas, empezando por el uniforme de los marineros.    

Pescado fresco en el puerto de El Jadida

Puerto pesquero de El Jadida


Essauira


Barcas en el puerto de Essauira


Essauira


Barcas varadas en el puerto de Essauira

Descendiendo al terreno más prosaico y tan a ras de tierra como la sociedad marroquí actual, alguien me dijo en algún lugar de Marruecos que emplear el azul en fachadas, puertas y ventanas servía para ahuyentar a los mosquitos. Eso no lo he comprobado personalmente, pero lo que sí sé bien es que a las moscas bereberes no las espanta ni el mismísimo Alá.

En cualquier caso, también he elegido para esta entrada de mi blog el azul, porque es mi color favorito, junto con el blanco y el dorado áureo. A lo que se ve, en eso de los colores tengo un gusto muy parecido al de nuestros vecinos marroquíes. Por algo será…


Las cumbres nevadas del Atlas en Ksar Timnay, cerca de Midelt


Ruinas de Volubilis

Relevo de la Guardia en el Palacio Real de Rabat


Cigüeña. Necrópolis de Mellah. Rabat

Salida del Puerto de Tánger

Cruzando el Estrecho de Gibraltar