sábado, 22 de abril de 2017


                  Jean-Luc Mélenchon, 
     el candidato de la Francia Insumisa




En líneas generales, el discurso electoral del líder izquierdista de la Francia Insumisa lo veo más cercano al de Marine Le Pen que al de ningún otro grupo político presente en las cruciales elecciones de mañana. Tal vez por eso, también guarda muchas similitudes, salvadas las distancias existentes entre Francia y Estados Unidos, con el discurso electoral que llevó a Trump en volandas a la Casa Blanca. Pero resulta indiscutible que el político francés se atreve a encarar problemas de vital importancia que las demás fuerzas políticas ni siquiera se atreven a mencionar.


Mélenchon, como Le Pen, propone un vuelco total, una ruptura completa con los marcos de referencia (Unión Europea, OTAN, libre comercio) que han definido Francia en el último medio siglo. Muchos franceses desean eso, aventurarse en lo desconocido porque lo que conocen no les gusta. Dada la situación de empate que las encuestas conceden a las principales fuerzas políticas francesas en litigio, la sorpresa no sería la clasificación de Marine Le Pen sino que aparezca un escenario que hasta hace poco parecía inimaginable: el triunfo de Mélenchon y Le Pen, que supondría para Francia y para la Unión Europea un verdadero terremoto.



No me cabe duda alguna de que el debate político de Francia discurre a un nivel que en España es inimaginable. Pero eso no ha evitado la corrupción a gran escala en presidentes tan destacados como Mitterrand, Giscard d'Estaing y, sobre todo, Chirac y Sarkozy, ni ha impedido que llegue a la Presidencia de la República un personajillo tan nefasto como Hollande. 



Buena parte del pueblo francés está tan cansado de la política que se viene haciendo en las últimas décadas como los norteamericanos que apostaron por Trump o como los españoles que votan con asco a Rajoy, porque creen que dentro de lo malo (hasta pésimo) puede ser lo mejor. La desconexión con la realidad es el peor mal de la clase política de cualquier país, pero la constatación de esa certeza no hace que los potenciales recambios sean mejores: siempre estará presente el riesgo del aventurismo y que los remedios resulten peores que la enfermedad misma. Aunque todavía sea pronto para saberlo, ese parece ser el caso de Donald Trump. Lo cierto es que en la somnolienta Unión Europea hace falta un revulsivo que reoriente a la vieja Europa en lo que debería ser y no es: un exponente de civilización, justa equidistancia, paz, cordura democrática y altura de miras en un mundo que se nos cae a pedazos. Por nuestro propio bien, deseo para Francia lo mejor.

Del discurso de Mélenchon me he atrevido a entresacar algunos puntos con los que resulta difícil no estar de acuerdo:


“¡La guerra es la primera razón por la que la gente emigra! ¡Y somos nosotros quienes creamos la guerra! No por razones religiosas, sino por oleoductos, por gaseoductos, porque tenemos intereses y/o aliados con intereses económicos en esas regiones. ¡Esa es la verdad! Hay que eliminar entonces las causas del éxodo de esa gente (...)




“En segundo lugar hay que castigar el tráfico humano. Las gentes que vemos en barcazas no comenzaron a buscar un bote cuando llegaron a orillas del mar. Hay un tráfico organizado. Hay millones de personas en esa situación. Para el traslado de millones de personas hay toda una organización. ¿Acaso no se puede interrumpir eso? ¡Por supuesto que sí! Que no quieran interrumpirlo, eso es otra cosa. Y cuando las personas ya están aquí, en Europa, hay que enfocar el problema de manera diferente. No hay otra opción –desde un punto del humanismo que es uno de nuestros principios fundamentales– que el de recibirlos correctamente. Incluso para que puedan volver a sus países cuando lo deseen (…)


“En cuanto al Brexit, ese es el grito del pueblo llano del Reino Unido contra la realidad cotidiana de los Tratados europeos: la pobreza, la precariedad, los privilegios para los ricos y multimillonarios, la arrogancia de los poderosos que pretenden darnos lecciones, esas leyes laborales retrógradas, la tiranía sin rostro de los controladores contables de la Comisión Europea, la bota de hierro de las “troikas” financieras y otros procónsules que han saqueado a países enteros, como Grecia.





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