lunes, 28 de julio de 2014

               AUMENTA LA AMENAZA
                DE GUERRA NUCLEAR                                    

Strobe Talbott, veterano de la Administración Clinton y presidente de Brookings Institution, observa paralelismos entre los tiempos previos a la Primera Gran Guerra y las turbulencias actuales en una entrevista que ha sido publicada por el diario “El País” en su edición de ayer, domingo 27 de julio. A pesar de que su análisis cae en los tópicos de la propaganda antirrusa que nos asedia cada día, por encima de cualquier discrepancia, coincido con el autor en el hecho de ver en los graves conflictos locales hoy declarados el peligro fundado de que comienzan a darse las condiciones favorables para desencadenar una Tercera Guerra Mundial, en la que la posibilidad de utilizar el armamento termonuclear almacenado por las grandes potencias aumenta de manera exponencial.

Strobe Talbott

Hay muchísimas personas que, conocedoras de que una guerra atómica constituiría un desastre inimaginable para la Humanidad, han llegado a convencerse para su tranquilidad de que no ocurrirá jamás. Yo deseo profundamente que estén en lo cierto; pero si lo están, será  porque las grandes potencias poseedoras del arma atómica adopten nuevas normas políticas de comportamiento, porque mientras subsistan las actuales, existe una posibilidad de guerra nuclear mucho mayor de lo que la opinión pública estaría dispuesta a admitir. La razón de ese peligro está en que todo parece indicar la existencia de estadistas y especialistas en estrategias de la Defensa que creen, o dicen creer, que su nación podrían conseguir una victoria, siquiera sea relativa, en el caso de que se produjera una guerra nuclear, sobre todo para quien inicie el ataque.

El caso es que existen desde hace décadas documentados estudios realizados por reputados analistas en cuestiones bélicas que demuestran no solo que el peligro de guerra nuclear existe, sino que, totalizada sobre el tiempo, la probabilidad aumenta y se convierte en certidumbre si transcurre un período suficiente sin que se logre encontrar alternativas a la nueva Guerra Fría declarada por Washington a la Rusia de Vladimir Putin. Síguese de ello que, mientras continúe la política actual, habrá un riesgo constante de que estalle una guerra en gran escala y que, a medida de que los hechos sean mejor conocidos, este riesgo irá en aumento, lo que, a su vez, conduce al incremento de tecnologías destructivas cada vez más sofisticadas que implican necesariamente el desvío de enormes partidas de recursos económicos para su fabricación. Que es lo que sucede en nuestros días con la alocada carrera armamentística iniciada por el Pentágono bajo la etapa en la presidencia de George Bush, Jr., con la implantación y permanente extensión del llamado "Escudo Antimisiles", que obligó a Rusia a incrementar de forma notable sus presupuestos anuales en gastos de armamento, como ya ocurrió cuando Estados Unidos fabricó y empleó la bomba atómica contra Japón durante la Segunda Guerra Mundial.



Al llegar George W. Bush a la casa Blanca ya traía en su agenda la creación del Escudo Antimisiles. En septiembre del año 2000, el think thank, “Proyecto para el nuevo siglo americano” publicó un informe titulado: "Reconstruir las defensas de América", redactado bajo la dirección de Dick Cheney, Donald Rumsfeld y Paul Wolfowitz. Ese documento preconizaba la transformación de los Estados Unidos en el "poder dominante del futuro", no sin advertir que “el proceso de transformación será posiblemente largo de no producirse otro evento catastrófico y catalizador como un nuevo Pearl Harbor.”

Este evento se produjo inmediatamente gracias a los atentados del 11 de septiembre, ocho meses después de que el 20 de enero de 2001 ocupara la Casa Blanca. La “providencialidad” del atentado del World Trade Center es difícil no compararla con la del famoso incendio del Reichstag de Berlín, porque de igual manera fue utilizado como detonante para producir una reacción en cadena cuyos efectos no han dejado de producirse.


George W. Bush

Dick Cheney

La guerra de Iraq estaba en la agenda de los halcones del Pentágono desde la segunda guerra del Golfo. El camino hacia Bagdad era la ruta marcada hacia la supremacía global estadounidense. Como escribe Theodore Roszak en su impecable y bien documentado estudio: "¡Alerta Mundo! El nuevo imperialismo americano" (Ed. Kairós, Barcelona, 2004), "ya en 1996, en Estados Unidos había elementos derechistas que hablaban acerca de imponer una "hegemonía global benévola" en el mundo. La frase pertenece a Robert Kagan y William Kristol, y apareció en Foreing Affairs. Iraq ofrecía esa oportunidad. Al resistirse a lo que la Administración Bush pretendía, las Naciones Unidas no hicieron más que acelerar el momento en el que Washington se sintió libre para desechar la Organización, junto con la OTAN y la Unión Europea, como irrelevante. Había llegado el nuevo siglo estadounidense, y cuanto antes lo reconociese el mundo, mejor".

Para los halcones del Departamento de Defensa y del Pentágono, la obstinación del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas en no autorizar la intervención militar norteamericana en Iraq les ofrecía la mejor oportunidad para iniciar la confrontación con una institución a la que detestaban. Así, pues, ante ellos se abría la posibilidad de matar dos pájaros de un tiro: la guerra contra Sadam Hussein no sólo le ofrecería a George W. Bush la oportunidad de jugar a ser "el Llanero Solitario" frente al mundo, sino que también le proporcionaría una razón para repudiar a las Naciones Unidas por mostrarse débil e incompetente, por ser una barrera frente a las claras intenciones de Estados Unidos de extender su poder por todo el planeta.




Hablando en la Catedral Nacional de Washington unos días después de los atentados del 11 de septiembre, Bush declaró que el objetivo estadounidense había alcanzado proporciones míticas: se trataba, ni más ni menos, que de "librar al mundo del mal". Como sigue diciendo Roszak, "la única razón por la que George W. Bush acudió a las Naciones Unidas fue a causa de la súplica desesperada del primer ministro británico, Tony Blair, que se halllaba sometido a grandes presiones por parte de su propio partido para que no apoyase una acción preventiva por parte de Estados Unidos. En un momento determinado, a los asesores de Bush se les debió pasar por la cabeza que acudir a la ONU valía la pena, no porque les importase la aprobación de otros países, sino porque acudir ante el Consejo de Seguridad les daba la oportunidad de ofrecer al resto del mundo una arrogante elección en términos de "lo tomas o lo dejas". Tal y como George W. Bush dijo, sin rodeos: "Todas las naciones, en todas las regiones del mundo, tienen una decisión que tomar. O están de nuestra parte o están de parte de los terroristas"           

La estrategia puesta en marcha a partir de entonces por la Casa Blanca de una manera perfectamente coherente y sistemática se se desarrolló de manera simultánea sobre varios frentes, en los que se complementaban las dimensiones militares, económicas y comerciales, justificadas después del 11 de septiembre 2001 con el argumento del terrorismo global. Una primera formulación al documento citado la encontramos en otro informe redactado por Dick Cheney en 1992: Project for a New American  (Proyecto por un nuevo siglo americano), documento que había conducido a la creación de una fundación con ese mismo nombre en 1997. En septiembre del año 2000, la fundación referida publicó otro documento con un título todavía más revelador: Rebuilding America's Defenses: Strategies, Forces and Resources for a New Century (Reconstruir las defensas de los Estados Unidos: estrategias, fuerzas y recursos por un nuevo siglo). Después de efectuar un análisis de las fuerzas y debilidades del aparato militar estadounidense, concluye la articulación de su estrategia en torno a cuatro ejes que deberán constituir las líneas maestras de la política a emprender por los Estados Unidos, a saber: 1ª) Incremento del presupuesto militar. 2ª) Derrocamiento de los regímenes no afines a la política estadounidense. 3º) Abrogación de los tratados internacionales desfavorables a los intereses norteamericanos y 4ª) Control de los recursos energéticos mundiales. Como consecuencia de esta política, el presidente Bush encontró vía libre para dotar a Estados Unidos del escudo de defensa anti-misiles para cuya realización fue nominado candidato a la Presidencia de los Estados Unidos por el Partido Republicano.


Donald Rumsfeld

Un año después, el secretario de Estado para la Defensa, Donald Rumsfeld, anunció a los cuatro vientos la necesidad de desarrollar una estrategia de defensa conjunta, desde Canadá hasta Nueva Zelanda y los países europeos, para protegerse de los programas nucleares de Irán y Corea del Norte. Dado que la mayoría de los países de la OTAN no tragaron, EE.UU. decidió realizar la instalación por su cuenta, que ya sería la marca general de la casa: Polonia y la República Checa, aliados estratégicos de Estados Unidos en Europa contra Rusia, fueron los países elegidos para colocar las baterías de misiles. Polonia acogió la instalación de las baterías mismas, mientras que la Republica Checa aceptó la colocación de un radar que conectase todo el sistema defensivo, bajo la promesa de ayudar a ambos países al desarrollo de su capacidad militar y así protegerlos de Rusia.

Durante su visita a Moscú en mayo de 2009, Obama consiguió algo que George Bush Jr. nunca había logrado: que Putin confiara en él. De aquella visita salió un pacto renovado entre ambos países para liderar la carrera por el desarme nuclear, comprometiéndose Rusia a aceptar el reto si rompía con la política de Bush, lo que suponía, sobre todo, paralizar la instalación del Escudo Antimisiles. Y todo ello a pesar de que un mes antes la OTAN se expandió hacia los Balcanes, cuando los embajadores de Albania y Croacia en EE.UU. depositaron el 1º de abril en el Departamento de Estado los instrumentos de adhesión a la OTAN, con lo que esos dos países se convirtieron oficialmente en miembros de la Alianza. No obstante, aquel encuentro prometedor entre Obama y Putin sirvió para que el relanzamiento de las relaciones entre Moscú y Washington se fortalecieran con la firma el 8 de abril de 2010 en la ciudad de Praga del Tratado de Reducción de Armas Estratégicas (START III), por los presidentes Dmitri Medvédev y Barack Obama, con una vigencia de diez años.

Los presidentes Putin y Obama durante su reunión en mayo de 2009, en Moscú

Los presidentes Obama y Medvéded se saludan después de firmar
en Viena el Tratado Start III

Tras esta aparente consolidación del buen entendimiento entre las dos grandes potencias, el giro dado por Obama solamente cabe explicarlo por su rendición ante las presiones de los sectores más duros de la Administración norteamericana vinculados a los intereses de las Grandes Corporaciones que condicionan las decisiones del Pentágono Y de la Secretaría de Defensa. Los hechos posteriores parecen demostrar que las promesas de Obama fueron un recurso estratégico para ganar tiempo y que los rusos se confiaran, lo que se evidenció con el anuncio hecho en mayo de 2011 de incorporar a Rumanía a su Escudo Antimisiles y, en octubre de ese mismo año, también a España, y eso en pleno enfrentamiento entre las dos grandes potencias a causa de la voluntad estadounidense de apoyar a los yihadistas islámicos, eufemísticamente llamados "rebeldes" por los medios de comunicación occidentales, para, aprovechando la llamada "primavera árabe", intervenir nuevamente para configurar a su antojo un nuevo mapa del Oriente Medio, tras atacar militarmente a Siria "por razones humanitarias" y derrocar al régimen de Bashar Al-Assad repitiendo la parodia de liderar una coalición internacional formada por las monarquías feudales del Golfo protegidas por Estados Unidos y sus satélites de la OTAN, encabezados por Turquía, Francia y Gran Bretaña, al igual que ocurrió en Iraq y Libia.  

Tras meses de negociaciones mantenidas en secreto, España cedió finalmente a que EE.UU. desplegara a partir del pasado año 2013, cuatro nuevos buques y mil cien militares en Rota (Cádiz), convirtiendo a la base militar en el gran eje naval para el sistema de defensa antimisiles auspiciado por la OTAN.





Zapatero en la sede de la OTAN, en octubre de 2011,
en el acto de anunciar la instalación en Rota
del Escudo Antimisiles

Fue el propio presidente del Gobierno español, Rodríguez Zapatero, quien hizo el anuncio en Bruselas desde la sede de la Alianza Atlántica, junto al Secretario General de la organización, Anders Fogh Rasmussen, y el entonces secretario de Defensa estadounidense, Leon Panetta, en una rueda de prensa en la que no se admitieron preguntas. En sus cortas luces, Rodríguez Zapatero se felicitó por la "aportación decisiva" que haría España, que también contribuye a la causa atlantista con la base militar aérea de Torrejón de Ardoz: "Vamos a acoger este componente del sistema debido a su posición geoestratégica y como puerta de entrada al Mediterráneo", explicó ufano a los periodistas.



     
No hace falta ser intelectualmente apocalíptico para que la campaña de descrédito, que forma parte de la manipulación propagandística antirrusa, sea interpretada por cualificados analistas, en conjunción de la Guerra contra el Terror, como preparación pre-bélica, hasta el extremo de considerar que la Tercera Guerra Mundial ya está en marcha a través del combate informativo emprendido por los medios occidentales contra la Rusia de Putin. Y todo ello ante la despreocupación y la infundada tranquilidad de la inmensa mayoría de la opinión pública mundial, ajena a la gravedad de los acontecimientos que se suceden con una velocidad tan acelerada como perturbadora.



Las “estrategia de tensión”, vinculada a la voluntad estadounidense de imponer el Nuevo Orden Mundial, manifiesta claramente que el segundo milenio se inició con la catástrofe de las Torres Gemelas del World Trade Center de Nueva York, el icono pavoroso que fue utilizado por los estrategas de Washington para abandonar la lógica de la disuasión nuclear imperante hasta el año 2001, que había servido para evitar el enfrentamiento directo entre la antigua Unión Soviética y Estados Unidos, ya que solo provocaría una destrucción mutua absolutamente inimaginable. 


Las Torres Gemelas del World Trade Center el 11-S 

La multitud mira sorprendida y horrorizada el desplome de las Torres Gemelas


Poco después del 11 de septiembre de 2001, el Pentágono cambió su filosofía estratégica y, entre otras medidas, se apuntó a la tarea de poner en marcha el Escudo Antimisiles, tanto en territorio norteamericano como en Europa, con la argumentación de que era preciso hacer frente a las naciones pertenecientes al "Eje del Mal", como así fue designado un conjunto de países indefensos elegidos por la Administración Bush a los que era preciso combatir mediante "guerras preventivas", un concepto nuevo de estrategia bélica aportado por Paul Wolfowitz, vicesecretario de Defensa de Donald Rumsfeld, designado posteriormente por Bush para ocupar el cargo de Presidente del Banco Mundial en el año 2005.  La peligrosidad del concepto mismo de guerra preventiva deriva de que consiste en la aprobación de acciones militares (bombardeos y/o invasiones terrestres) desatadas en contra de un determinado país, antes de que el país agredido ataque o le declare la guerra al primero, barbaridad, que de manera desenfada, podría llamarse "una guerra por si acaso". Como resulta evidente, en este nuevo tipo de guerra la legalidad internacional deja de existir, ya que con su aplicación cabe atacar e invadir cualquier nación sin la aprobación de la comunidad internacional representada por la Organización de las Naciones Unidas, tal como decidió hacer el presidente George Bush Jr. en Afganistán e Iraq y su sucesor, Barack Obama, en Libia y Siria.


Paul Wolfowitz

A los pocos minutos de las explosiones de las Torres Gemelas, el equipo de Bush entró en acción, ¡sin Bush...! Con el Presidente en Florida y luego, con la excusa de protegerlo, mientras Bush y su séquito daban vueltas por el espacio aéreo norteamericano en el Air Force One escoltado por cazas, como si de un secuestro se tratase, el vicepresidente Cheney tomó el mando en sustitución del Presidente, argumentando que en caso de agresión externa le correspondía desempeñar el papel de Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos.  


El avión presidencial "Air Force One" sobre el Monte Rushmore

El papel decisorio último asumido por Cheney también implicaba que, en la práctica, podría actuar fuera de los límites establecidos por las leyes norteamericanas, una extraña y alarmante situación nunca explicada satisfactoriamente, que ha dado pie a muchas sugerentes interpretaciones, toda vez que la historia que entonces nos contaron es falsa de toda falsedad, empezando por el supuesto ataque al Pentágono por el tercero de los aviones conducidos por pilotos terroristas, un Boeing 757, cuyos restos nunca fueron encontrados. Causa pavor que haya sido precisamente Dick Cheney quien ha pronosticado, en una entrevista concedida recientemente a una radio local, que en los próximos años es probable que se lleve a cabo un ataque contra EE.UU. "mucho más letal" que los atentados del 11-S. Más tarde se atrevió a puntualizar que dicho ataque tendría lugar dentro de esta misma década. Un anuncio que pone el vello de punta, porque no cabe duda alguna de que Chaney sabe muy bien de lo que habla.    

A la pregunta sobre si semejante ataque conduciría a "un régimen militar" y a la reconstitución del Gobierno de EE.UU., Cheney recordó el programa de "continuidad del Gobierno", que, según sus palabras, se creó durante la Guerra Fría para que un "Gobierno interino" (government in waiting)  pueda ocupar el lugar del Gobierno convencional si fuera necesario: todo un Gobierno Mundial en las sombras de carácter secreto formado por desconocidos, algo absolutamente contrario a la letra y al espíritu republicano y antimilitarista de la Constitución de Estados Unidos, que aparece fielmente expresado por George Washington, primer presidente de la nación, en su discurso de despedida, el 7 de septiembre de 1796: "El excesivo crecimiento de las fuerzas militares es, bajo cualquier forma de gobierno, poco propicio para la libertad, y ha de ser considerado hostil especialmente para la libertad de la República".     


  






Una vez de regreso a Washington y con la vista puesta más allá de Al-Qaeda y del grupo de Bin Laden en Afganistán, el presidente Bush dio instrucciones al Grupo de Antiterrorismo, dirigido por Richard Clarke, para que fijara su atención en Sadam Hussein. Según posteriores declaraciones de Clarke, cuando se consideró la opción de bombardear las bases de Al-Qaeda en Afganistán, Donald Rumsfeld dijo: "No hay objetivos en Afganistán. ¡Vamos a bombardear Iraq!". Al objetársele que Iraq nada tenía que ver con el 11-S, ni siquiera hizo caso y siguió adelante con sus planes como si tal cosa. De hecho, el mismo 11 de septiembre, Rumsfeld dispuso sus planes, previamente elaborados, para atacar Iraq: "A lo grande, arrasando todo. Lo que está relacionado y lo que no", según testimonio directo del propio Clark. Pocos días después, Bush anunció al Congreso que iba a embarcarse en una guerra global, para cuya preparación Bush decidió incrementar en un 50% el presupuesto de Defensa y comenzar el costoso proyecto del Escudo Antimisiles. 

Basta repasar las hemerotecas para comprobar las protestas y advertencias de los máximos dirigentes rusos, quienes no se cansaron de denunciar que las amenazas de países como Corea del Norte o Irán no eran creíbles y que el verdadero propósito tal despliegue de misiles balísticos con cargas atómicas no podía ser otro que acabar con la paridad compartida del poder nuclear con Rusia, pactada durante el mandato de Ronald Reagan. Aunque durante su presidencia, en marzo de 1983 el presidente Reagan propuso un sistema militar denominado Iniciativa de Defensa Estratégica, conocido popularmente como "Guerra de las Galaxias", por la película de ciencia-ficción que triunfaba en ese año, una actualización del denominado Proyecto Sentinel diseñado por el Pentágono en la década de los sesenta, tras entenderse Reagan con el presidente ruso Mijaíl Gorbachov fue posible llegar a un acuerdo de desarme parcial escalonado y con controles mutuos del respectivo arsenal nuclear, un paso de gigante hacia una situación de mayor distensión y transparencia, que limaba recelos y alejaba notablemente el peligro de una confrontación nuclear entre las dos superpotencias.


Entrevista entre Ronald Reagan y Mijaíl Gorbachov

Para muchos historiadores, pese a la evidente distensión conseguida, fue la conferencia entre George Bush (padre) y Gorbachov celebrada los días 2 y 3 de diciembre de 1989 bordo del buque Máximo Gorki, fondeado en Malta, la que significó el verdadero final  de la guerra fría. Pocas semanas después de la caída del Muro de Berlín, el día 9 de noviembre, los dos mandatarios se reunieron para comentar los vertiginosos cambios que estaba viviendo Europa y proclamaron oficialmente el inicio de una "nueva era en las relaciones internacionales" y el fin de las tensiones que habían definido a la guerra fría. Bush afirmó su intención de ayudar a que la URSS se integrara en la comunidad internacional y pidió a los hombres de negocios norteamericanos que "ayudaran a Mijaíl Gorbachov". Este proclamó solemnemente que "el mundo terminaba una época de guerra fría (...) e iniciaba un período de paz prolongada".

El encuentro de Malta propició que el 21 de noviembre del año siguiente EE.UU., la URSS y otros treinta estados participantes en la Conferencia para la Seguridad y la Cooperación en Europa firmaran la Carta de París, un documento que tenía como principal finalidad regular las relaciones internacionales tras el fin de la guerra fría. La Carta incluía un pacto de no agresión entre la OTAN y el Pacto de Varsovia. El presidente Bush manifestó tras firmar el documento: "Hemos cerrado un capítulo de la historia. La guerra fría ha terminado."



Tras la disolución el 1 de julio de 1991 del Pacto de Varsovia,  en pleno proceso de descomposición del Estados soviético, el 31 de julio de ese mismo año, Bush y Gorbachov firmaban en Moscú el Tratado START I de reducción de armas estratégicas, acuerdo que fue rápidamente superado al año siguiente, el 16 de junio de 1992, por la firma de Bush y el nuevo líder ruso Boris Yeltsin del Tratado START II, por el que las dos antiguas potencias rivales acordaron importantes reducciones en sus arsenales nucleares. Este clima de distensión, que representó un verdadero alivio respecto a las situaciones de peligro vividas, no fue más que una ensoñación efímera. Inmediatamente los ideólogos estadounidenses convencieron a la opinión pública que la desaparición de la Unión Soviética era la prueba de la victoria del sistema americano. Pero, como pone de relieve el Dr. Chalmers Johnson en su imprescindible libro "Las amenazas del imperio. Militarismo, secretismo y fin de la república", ese triunfalismo generó un sutil cambio en la postura que Washington había mantenido a lo largo de la Guerra Fría. Sin una superpotencia rival, los primeros indicios del papel imperial de Estados Unidos asumiría en el nuevo siglo, abiertamente y hasta con descaro, fueron apareciendo a medida que el Pentágono, lejos de declarar la victoria y promover la desmilitarización, comenzó una expansión de su poderío, tanto dentro de la Administración estadounidense como de cara al exterior. De acuerdo con William A. Galston, asesor adjunto del presidente Clinton para política interior de 1993 a 1995: "En lugar de seguir actuando como el primero entre iguales en el sistema internacional de la posguerra, Estados Unidos procedería a dictar sus propias leyes, creando nuevas reglas de enfrentamiento internacionales sin contar con el respaldo de otras naciones".

         
Mijaíl Gorvachov

El período comprendido entre entre la caída del muro de Berlín el primer aniversario del 11 de septiembre de 2001 abarca trece años y tres presidentes. De 1989 a 2002 tuvo lugar una revolución de las relaciones de Estados Unidos con el resto del mundo. Con el final de la Guerra Fría, naciones antes respetadas por estar situadas dentro del ámbito de influencia de la Unión Soviética quedaron disponibles a la voracidad expansionista del militarismo norteamericano. Esto fue lo que ocurrió con el inmenso territorio del continente euroasiático comprendido entre los Balcanes y Paquistán. Estados Unidos se apresuró a desplegar sus fuerzas militares en esta región crítica y se preparó para combatir a todos los regímenes o gobiernos que se interpusieran en su camino. Durante este período de poco más de una década, se tejió un enorme complejo de compromisos e intereses políticos, financieros y militares que determinaron la aparición de una nueva política a espaldas de la propia ciudadanía norteamericana. Se trata de un verdadero imperio de bases permanentes que abarca todos los continentes del globo e incluye bases navales, aeropuertos militares, guarniciones de tropas asentadas en todos los continentes, cabezas atómicas en naciones "aliadas", puestos de escucha para el espionaje y el sabotaje en todos los enclaves considerados estratégicos por los halcones de Washington. 




Usando palabras de Chalmers Johnson, "cualquiera que fuese el motivo por el que Estados Unidos entró en determinado país y estableció en él una base, las razones por las que ésta continúa existiendo son imperiales: la hegemonía local o global, no ceder territorio a los rivales, permitir el acceso a las empresas americanas, mantener la "estabilidad" o la "credibilidad" como fuerza militar, o pura y simple inercia (...) La cuestión es de si Estados Unidos puede o no permitirse estar para siempre en todas partes no se se considera un tema adecuado de discusión nacional; como tampoco resulta oportuno, en medio de la atmósfera propagandística que impregna el país en el nuevo milenio, insistir en lo que cuentan los imperios y cómo terminan". No hace falta insistir demasiado para ver que estas ideas, publicadas hace once años, cobran hoy tanta o mayor vigencia que cuando fueron escritas. Y es que, la apoteosis del intervencionismo global del gobierno de Washington se ha producido de manera tan brutal como el derrumbe de las Torres Gemelas de Nueva York. 

El prestigioso analista geopolítico William Engdahal considera que el Escudo Antimisiles "acerca más que nunca al mundo a una guerra nuclear causada por un error de cálculo", ya que "cada peldaño hacia la finalización del Escudo Antimisiles abre la posiblidad de un primer ataque nuclear de Rusia contra Turquía, Polonia, la República Checa y, desde ese momento, también España". Una posibilidad inquietante cuando, como es mi caso, se vive a doscientos cincuenta kilómetros de la base militar de Rota (provincia de Cádiz), es decir, a dos pasos del arsenal balístico intercontinental estadounidense en el Sur de Europa, que irremisiblemente subordina la política exterior española a los intereses y decisiones de Washington. De ahí que quien estas líneas escribe tenga sobrados motivos personales para mostrar honda preocupación ante lo que podría ocurrir si Obama persiste en su alocada carrera de cercar a Rusia con misiles de la OTAN, declarar una guerra comercial de la que la Unión Europea sería la principal perjudicada y poner entre la espada y la pared al presidente de la Federación Rusa, Vladimir Putin.



Para entender la actual peligrosidad de la escalada del conflicto que enfrenta a EE.UU. y a sus aliados de la OTAN en el conflicto de Ucrania no basta con detenerse a mirar el panorama de hoy, sino que hay que ver la película al completo, en la que resulta fundamental la secuencia de la expansión de la OTAN hacia el Este. En diez años (de 1999 a 2009), la OTAN abarcó a todos los países del antiguo Pacto de Varsovia, anteriormente aliados de la URSS: tres repúblicas ex-soviéticas y dos de la ex-Yugoslavia, y desplazó sus bases y fuerzas militares, incluyendo las que tenían capacidad nuclear, acercándolas cada vez más a Rusia, y armándolas con el llamado “Escudo Antimisiles”, que no constituye un elemento defensivo sino ofensivo. De hecho, EE.UU. y sus aliados de la OTAN también tienen barcos de guerra en el Mar Báltico, próximo a Rusia, y fuerzas militares en Polonia, Letonia, Estonia y Lituania, país donde también poseen una importante base aérea. Para más inri, Polonia, República Checa, Rumanía, Bulgaria y Turquía cuentan con instalaciones del Escudo Antimisiles, que según el análisis de muchos especialistas en estrategia, dejaría a Rusia en una hipotética situación de inferioridad en caso de una guerra nuclear entre Estados Unidos y Rusia. Esta escalada armamentista se ha materializado a pesar de las repetidas advertencias de Moscú, ignoradas o ridiculizadas por los medios informativos de Occidente, como “estereotipos obsoletos de la Guerra Fría” o demostraciones de la delirante voluntad del presidente Putin de reconstruir el antiguo bloque soviético, una declaración con la que se sigue machacando a la opinión pública como si se tratara de un dogma de fe indiscutido e indiscutible.  

Vladimir Putin

Lo que actualmente está en juego en esta escalada descalificatoria y ofensiva no es la incorporación de Ucrania a la Unión Europea, sino la concesión a Ucrania del rango de socio privilegiado de la OTAN, lo que podría desestabilizar aún más la situación en el país eslavo, según ha advertido hoy mismo, 28 de julio, el viceministro de Asuntos Exteriores ruso, Serguéi Riabkov, quien ha denunciado a Occidente de llevar a cabo una campaña difamatoria contra Rusia a propósito de la crisis en Ucrania, mientras se multiplican las pruebas de que las armas letales de las que dispone el gobierno de Kiev se utilizan indiscriminadamente contra la población civil en la zona defendida por las milicias de la llamada República Popular de Donetsk y se suceden unas tras otras las maniobras de tropas de la OTAN en suelo ucraniano, mientras que se denuncian un día sí y el otro también como agresiones a la paz mundial el despliegue de tropas dentro de las propias fronteras rusas. 




Esta forma de actuar de Estados Unidos y de la OTAN es muestra palpable de la “estrategia de la tensión” que, más allá de Europa, busca contrarrestar la creciente influencia de la Federación Rusa en el mundo, potencia que ha conservado la mayor parte del territorio y los recursos de la antigua URSS y que ha logrado recuperarse de la crisis económica a la que se enfrentó al término de la Guerra Fría, agravada durante el periodo de desgobierno de Boris Yelsin, logrando reactivar su política exterior –como lo demuestra el papel crucial que la diplomacia rusa ha desempeñado en Siria– , así como forzar a Rusia a buscar un indeseado acercamiento con China para poder hacer frente a la superpotencia estadounidense y a su evidente voluntad de imponer un Orden Mundial unipolar: "poder dominante del futuro", como fue anunciado por Dick Chaney en 1992 con su Project for a New American (Proyecto por un nuevo siglo americano). Creer que algo ha cambiado para mejor en la política exterior de la Casa Blanca con la sustitución de Bush por Obama, putativo Premio Nobel de la Paz, es vivir fuera de la realidad.

En este sentido, llaman la atención las declaraciones de Chuck Hagel, nada menos que secretario de Defensa de EE.UU. Según el jefe del Pentágono, EE.UU. debería aumentar su presencia militar en el mundo, invertir más capital en armamento, fortalecer las capacidades tácticas y operativas de la OTAN y, sobre todo, prepararse para un posible conflicto militar contra Rusia, cuando la lógica más elemental aconseja que tanto EE.UU. como las naciones europeas deberían procurar una política de acercamiento con Rusia para combatir juntos el gran reto al que se enfrenta Occidente: la emergencia casi global del yihadismo islamista.

Chuck Hagel, Jefe del Pentágono

A través de la estrategia adoptada por Washington, se empuja a Rusia, como se hizo en el pasado con la URSS, hacia una carrera armamentística cada vez más costosa para tratar de desgastarla financieramente, acentuando las dificultades económicas internas que afectan a la mayoría de la población, tratando de arrinconar a Rusia para llevarla a reaccionar en el plano militar y aislarla cada vez más de las “grandes democracias occidentales”, lo cual explica la peligrosa decisión que impuso Obama a sus vasallos de la OTAN de excluir a Rusia del G-8, así como de imponerle sanciones económicas, que los gobiernos europeos vienen siendo reacios a aceptar, porque supondrían un durísimo golpe a sus propios intereses económicos, acentuando las tendencias recesionistas de las economías nacionales europeas. Esa es la OTAN que, en estos críticos momentos, por boca de su secretario general, el danés Anders Fogh Rasmussen, ha acusado a Rusia de violar en Ucrania el derecho internacional con la incorporación de Crimea, después del plesbicito democrático de sus habitantes, mayormente prorrusos, ignorando que en defensa de su propia seguridad, Rusia no puede prescindir de Crimea, sede de su flota en el Mediterráneo, como ya dejé bien explicado en este Blog en la entrada que dediqué el pasado mes de febrero a la crisis ucraniana.




Que mi análisis era acertado lo corrobora Lawrence Wilkerson, asesor del ex-secretario de Estado de EEUU, Colin Powell, quien en una entrevista para MSNBC ha afirmado: “Si yo fuese Putin, haría lo mismo que hizo el presidente ruso, y todos los que afirman que no han podido predecir su actitud son tontos o mentirosos”. 

En esta línea realista, es revelador que nada menos que Henry Kissinger, de tan aquilatada experiencia en la política internacional, reconocido gurú de los conflictos de este mundo y antiguo secretario de Estado de EE.UU., se manifestara a propósito del conflicto de Ucrania en un llamativo artículo, publicado el día 12 del pasado mes de marzo, en el periódico “The Washington Post”, criticando a los políticos occidentales porque se dedican a “demonizar” al presidente de Rusia, Vladímir Putin, al tiempo que propone su propio estrategia de “normalización” para la crisis de Ucrania. “En mi vida he visto a los EE.UU. empezar cuatro guerras sin saber cómo terminarlas y de tres de ellas nos retiramos unilateralmente", escribió Kissinger en el Washington Post. “La prueba de una política está en cómo termina, no en cómo empieza”. A renglón seguido, ofrece la mejor vía de solución del conflicto, que sólo puede venir del reconocimiento y del respeto a los derechos e intereses de cada parte enfrentada.


Henry Kissinger

Según Kissinger, para Occidente no es política válida la demonización de Putin, sino que se trata de una coartada para justificar su incompetencia: “Ucrania no debe ser la manzana de la discordia entre Occidente y el Oriente, sino un puente entre ellos”, escribe el ex-secretario de Estado. También considera que Ucrania no debe ingresar en la OTAN o ser observador en la Alianza, aunque podría colaborar con Occidente en la mayoría de los temas, evitando cuidadosamente cualquier hostilidad hacia Rusia, exactamente lo contrario que viene haciendo el gobierno de Kiev, que no se cansa de atizar el fuego de la guerra contra las milicias prorrusas de la llamada República de Donetsk, machacando a su población civil y, para colmo, instando a la OTAN a que inicie una operación terrestre contra las milicias prorrusas, ¡al día siguiente de la catástrofe provocada a la aeronave malasia!, sin esperar los resultados de investigación alguna acerca de la autoría de semejante barbarie! El presidente ucraniano inmediatamente que ocurrió el crimen hizo pública su condena y mencionó que el avión fue derribado por los "separatistas" o "terroristas" ucranianos, insistiendo en su versión del control de estos por el Gobierno ruso. En días posteriores moderó sus acusaciones para exigir una investigación internacional por expertos reconocidos, pero sin explicar la rapidez con que conoció el hecho. Ahora se sabe que la información provino de la CIA y fue distribuida a través de los medios en forma de obligatoria difusión, tal como se hizo en los editoriales de los centros ideológicos informativos para acompañar la guerra mediática contra Rusia.

Tan desasosegante como que el gobierno de Kiev siga manifestando día tras día su voluntad de infectar todo lo que esté en sus manos el conflicto de Ucrania, que sirve de excusa para que Washington no deje de presionar a la sumisa Unión Europea para que adopte nuevas medidas sancionadoras contra Rusia, en una declarada guerra comercial interminable, al tiempo que el presidente Putin es mostrado como la Bestia Negra de Occidente, en una campaña descalificatoria inadmisible para cualquier observador con un mínimo de sentido común.




La postura rusa ante la crisis de Ucrania fue expuesta por Sergéi Karaganov, uno de los internacionalistas más prestigiosos de la ex-Unión Soviética, en The Financial Times pocos días antes de que el artículo de Kissinger apareciera. En su artículo del día 5 de marzo, Karaganov iniciaba su análisis apuntando también a las percepciones, donde empiezan y terminan todos los conflictos. “El pueblo ruso no vio la desintegración de la URSS como una derrota, pero Occidente trata a Rusia como si hubiera sido derrotada”, escribe. “El presidente Vladimir Putin ha estado intentando restablecer una alianza económica entre la mayor parte los países de la ex-URSS para reforzar su competitividad y la inestabilidad que destruyó a la República de Weimar tras la disolución del imperio alemán, pero Occidente ha hecho casi todo lo posible para impedirlo”.

Los dirigentes ucranianos cada gobierno sucesivo más incompetente y corrupto que el anterior, según Karaganov , en vez de conducir a su país hacia la prosperidad, ha buscado el poder enfrentando a Rusia con Occidente, “arañando favores a cambio de frágiles promesas de seguidismo” de unos y de otros. Yanukovich, añade, ha sido el último brujo de Kiev en ese juego chantajista, impresentable y peligroso.

Sergéi Karaganov

El apoyo abierto, público y provocador de la OTAN a las manifestaciones de la Plaza Maidan y a la violencia que siguió en Kiev al cambio de pareja en noviembre por parte del presidente ucraniano, coincidió y reforzó, en opinión de Karaganov, una campaña antirrusa de propaganda y de calumnias emprendida hace más de un año. “Sobreviví a las últimas dos décadas de la Guerra Fría, pero no recuerdo tal avalancha de mentiras, que contaminaron de forma especialmente repugnante la victoria de Rusia y de sus atletas en los Juegos Olímpicos de Sochi”, escribe. Campaña que se ha recrudecido ahora con la propuesta realizada por el viceprimer ministro británico, Nick Clegg, de arrebatar a Rusia la celebración del Mundial de Fútbol de 2018, como parte de las sanciones económicas que EE.UU. no para de exigir a la Unión Europea y a sus socios de la OTAN. Para los dirigentes rusos, explica el ex-asesor principal de seguridad del Kremlin, el objetivo de esta campaña descalificadora es evidente: “Esto refrescó la memoria del doble rasero y de las mentiras que han caracterizado el comportamiento de Occidente durante los últimos veinte años”, agrega. “Nos hizo recordar la expansión de la OTAN hacia el Este, desoyendo sistemáticamente las protestas y súplicas de una Rusia debilitada. Si Ucrania se integrara en la Alianza, la posición estratégica de Rusia se volvería intolerable”. ¿Cabe pensar qué sucedería si Rusia siguiera la misma política expansiva de instalación de bases con misiles nucleares en Ecuador, Honduras, El Salvador o Venezuela?  

Desde Estados Unidos no es solamente la voz de Kissinger la que denuncia públicamente la deriva belicista del presidente Barack Obama. También el reconocido político republicano Pat Buchanan, explicó en el portal “USA Today”, que el enfrentamiento a propósito de Crimea "ha llevado a la OTAN al borde de un conflicto con Rusia por primera vez desde el apogeo de la Guerra Fría". El ex-congresista recuerda que el Artículo I de la Carta de las Naciones Unidas señala claramente que uno de los propósitos de la ONU es "fomentar entre las naciones relaciones de amistad, basadas en el respeto al principio de la igualdad de derechos y al de la libre determinación de los pueblos". Por lo tanto, Buchanan se pregunta "por qué EEUU se preocupa por cuál es la bandera que se iza sobre un pequeño pedazo de tierra a miles de kilómetros de distancia". "Los críticos apuntan a la llamada “ocupación” rusa de Crimea como presunta prueba de que no pudo llevarse a cabo una votación justa. ¿Pero dónde estaban estas personas cuando llamaron a las elecciones celebradas en un Iraq ocupado por las tropas de EE.UU. “el triunfo de la democracia?".

Pat Buchanan

Buchanan continúa diciendo: "Probablemente funcionarios estadounidenses que apoyaron el derrocamiento inconstitucional del Gobierno de Ucrania deben reorientar sus energías para aprender nuestra propia Constitución, que no permite al gobierno de EE.UU. que derroque a Gobiernos en el extranjero o envíe mil millones de dólares para rescatar a Ucrania y a sus acreedores internacionales". El ahora columnista conservador planteó la siguiente pregunta: "¿Quién es en realidad irracional, el líder ruso, que sin disparar un tiro regresa a Crimea, donde el 95 % de los electores votaron para la reunificación con Rusia, o sus críticos?¿Qué beneficios hemos recibido de tener a Estonia y Letonia como aliados de la OTAN que justifiquen perder a Rusia como amigo y socio y que Ronald Reagan había ganado después del final de la Guerra Fría? Para rematar la andanada, Pat Buchanan añade: “Hemos perdido a Rusia, pero hemos ganado a Rumanía como aliado, ¿quien de nosotros es irracional?”. Irrebatible, vamos.




El agravamiento del conflicto que hoy asuela Ucrania por el derribo con un misil, de procedencia todavía no demostrada, del Boeing de la Malaysia Airlines, hay que situarlo en el contexto donde se produce. En la entrada que publiqué en este blog el 27 de febrero, ”Ucrania por el camino de Siria: informe para ciegos”, cabe ver que la guerra civil ucraniana ha sido provocada y alimentada exteriormente, del mismo modo que lo ha sido la agresión yihadista que desde hace más de tres años destroza a Siria, el único país árabe con una constitución laica, es decir, no inspirada por la Sharía musulmana. Todo hace suponer que el derribo del avión malasio forma parte de esta estrategia del caos. La actitud de la Casa Blanca acusando violentamente a Rusia y a su presidente, Vladimir Putin, de ser responsables directos de esta acción execrable supone una falsedad tan notoria como coreada por los medios de comunicación occidentales, que pone en grave peligro la paz mundial y supone la utilización innoble de las víctimas del Boeing malasio para echar gasolina al fuego prendido desde que EE.UU. y sus aliados de la OTAN tomaron partido por la desestabilización de Ucrania en contra de los intereses rusos, a pesar de la densa red de desinformación contraria, que siguiendo las consignas de la OTAN, ha presentado a los rusos como agresores y hasta criminales de guerra.





De "tragedia mundial" calificó Barack Obama la destrucción del avión malasio en Ucrania durante su conversación telefónica con Vladimir Putin. En esa conversación, Obama acusó además a Rusia de armar a los rebeldes ucranianos proporcionándoles incluso misiles antiaéreos. En otras palabras, Obama acusó a Moscú de ser, directa o indirectamente, responsable de la trágica muerte de 298 personas de diversas nacionalidades. Esa versión se basa en una serie de "pruebas" que los servicios secretos de Estados Unidos divulgaron, a través de Kiev, en los medios de prensa occidentales solo horas después de la caída del avión. Entre esas pruebas, hay una comunicación telefónica en la que un comandante rebelde informa a un coronel de la inteligencia militar rusa que las fuerzas separatistas han derribado un avión, un video –en la zona controlada por los rebeldes– en el que se ve una batería rusa SA-11 a la que le falta un misil, el que supuestamente derribó el avión.

Después de eso, el secretario de Estado Kerry declaró a la CNN que tenía las pruebas de que Moscú no sólo entregó misiles SA-11 a los separatistas sino que además los entrenó para los utilizaran. Resultado: Rusia colocada en el banquillo de los acusados por la "comunidad internacional" (léase, EE.UU. y sus socios de la OTAN), los ucranianos rusos estigmatizados como terroristas y la atención de los medios concentrada en la tragedia del avión, desviando la atención del verdadero motivo que ha motivado la guerra en Ucrania. Esa técnica funciona tan bien que viene siendo utilizada repetidamente por Washington para fabricar otros casus belli.





Los gobernantes de Estados Unidos buscan y siempre encuentran la prueba que ellos mismos han puesto para atacar a quien les convenga. El procedimiento lo tienen patentado desde que en 1898 el magnate de la prensa sensacionalista William Randolph Hearst, uno de los principales imperios mediáticos del mundo, convenció a la mayoría de los estadounidenses, con la complicidad del ya entonces influyente Secretario de Marina, Theodore Roosevelt, de la culpabilidad de España respecto a la voladura del acorazado USS Maine fondeado en el puerto de La Habana. De este modo comenzó una escandalosa y agresiva campaña orientada a que el pueblo norteamericano presionara a su Gobierno para que declarase la guerra a España, que terminó decretando el presidente William MacKinley. Utilizando recursos parecidos es como "América" decidió ir a la guerra de Iraq. Como señala Theodore Roszak en su ya mencionado ensayo: "Ante nosotros tenemos el engaño más pernicioso y autocrático al que se ha sometido al público estadounidense desde que el presidente William McKinley y los editores periodísticos Joseph Pulitzer y William Randolph Hearst lanzaron al país a la guerra hispano-estadounidense de 1898".  


El USS Maine, orgullo de la marina norteamericana

Restos del Maine, tras su hundimiento

Como Bush en el caso de Iraq, Theodore Roosevelt tenía su mente hecha ya a la guerra con España y decía sin ambages: "Yo doy la bienvenida a cualquier guerra y creo que los EEUU necesitan una", idea compartida por los dos dos periódicos más importantes de la época pertenecientes, como ya he indicado, a William Randolph Hearst y Joseph Pulitzer. En estos periódicos se ofrecían noticias de las supuestas atrocidades cometidas por los españoles contra los cubanos, insidias que terminaron por inclinar la balanza a favor de la guerra. Los periódicos de Hearst enviaron a Cuba a un gran fotógrafo, Federico Remington, quien apenas llegar comunicó a sus jefes que no había encontrado ninguna guerra en Cuba, a lo que el Hearst le respondió: "Envíame las fotos y yo produciré la guerra". A pesar de que estamos ante una voluntad criminal que costó tantas vidas inocentes, cabe recordar la implacable lógica de aquel célebre diálogo de los hermanos Marx:   

̶  Oye, en la casa de al lado hay un tesoro.
̶  Pero si al lado no hay ninguna casa...
̶  Está bien, ¡construiremos una! 
  
Por tratarse de un suceso histórico reciente, hace falta tener muy poca memoria para no recordar las "pruebas" sobre las armas iraquíes de destrucción masiva, presentadas por el secretario de Estado Colin Powell al Consejo de Seguridad de la ONU… y posteriormente reconocidas como falsas por el propio Powell. Pero en 2003 aquellas "pruebas" le permitieron al presidente Bush obtener la luz verde del Congreso para atacar y ocupar Iraq, que es de lo que se trataba.

Ya sabemos cómo funciona el mecanismo. Así que poco importa que en 2024 –o quizás más tarde– aparezca algún documento desclasificado donde se diga que el avión malasio abatido en 2014 fue derribado premeditadamente por una de las baterías de SA-11 Buk de fabricación rusa desplegadas días antes por las fuerzas armadas de Kiev en el límite del territorio controlado por los rebeldes, zona extrañamente no prohibida a los vuelos civiles. Y que toda la operación fue organizada por los servicios secretos de Estados Unidos.


Batería de misiles tierra-aire SA-11 Buk

Lo que importa es el resultado alcanzado: la acusación de que Rusia es responsable de la destrucción voluntaria del avión malasio –un acto que, para Moscú, sería poco menos que equivalente a un suicidio– permite que el presidente Obama obtenga la luz verde del Congreso para reforzar la guerra fría contra Rusia con el aplauso de los medios de comunicación occidentales. 

Cuesta trabajo aceptar que en el país más poderoso de la Tierra resulte tarea harto complicada obtener información fidedigna de más allá de sus fronteras, por no mencionar las propias noticias nacionales: en  EE.UU, cinco grandes grupos privados de comunicación controlan el 90% de los medios. Ellos deciden qué es noticiable y qué no lo es en función de sus propios intereses. La información pública norteamericana, base imprescindible para saber qué sucede en el mundo, está en manos de empresas comerciales cuyo objetivo no es otro que acaparar la atención general a cambio de los beneficios que se obtienen a costa de los defensores de la verdad, la libertad y la democracia. Las grandes corporaciones mediáticas, como Time Warner, News Corporation o Disney, deciden qué es noticia, qué es noticiable y qué no lo es. Los medios privados necesitan una política favorable del Gobierno que les permita crecer y ganar más dinero. Y los políticos necesitan a esos medios para salir en ellos. De lo contrario no existirían. El público se queda fuera de este acuerdo. A este respecto, recomiendo la visión del magnífico reportaje realizado por por Jean-Philippe Tremblay en 2012, titulado “Sombras de libertad”, emitido por TVE en el conocido espacio Documentos TV. El documental desenmascara los manejos para controlar la información y muestra de forma irrebatible algunas de las prácticas habituales de los medios: manipulación, censura, corrupción y el uso de la propaganda servida como información.

Para ver el vídeo pinchar aquí.


En este recalentado contexto, muchos analistas opinan que no se puede descartar una guerra nuclear entre ambas potencias. Es el caso de Paul Craig Roberts, antiguo subsecretario del Tesoro durante la presidencia de Ronald Regan, quien ha afirmado que si EE.UU. no abandona su estrategia de guerras y desestabilización para mantener su hegemonía mundial, “una guerra nuclear con Rusia y China sería un desenlace probable”. ¿Cabe hablar con mayor claridad?, pregunto...


Paul Craig Roberts

La mejor evidencia de que Putin ha tomado buena nota de la amenaza norteamericana es el simulacro de guerra termonuclear que el Ejército ruso llevó a cabo el pasado 8 de mayo. Las espectaculares maniobras militares fueron dirigidas por el presidente en persona y asistieron los primeros mandatarios de Bielorrusia, Armenia, Kirguizistán y Taykistán, aliados estratégicos de Rusia. Tras finalizar las maniobras, el ministro ruso de Defensa, Serguéi Shoigu, declaró que la tríada nuclear de Rusia (misiles atómicos, submarinos y bombarderos) se encontraba en perfecto estado a fin de mantener la paridad de destrucción nuclear con EE.UU.

Apenas cuatro días después de los ejercicios militares rusos, las Fuerzas Armadas estadounidenses hicieron lo propio como clara advertencia a Putin. Entre el 12 y el 16 de mayo, el Comando Estratégico del Ejército de los EE.UU. (USSTRATCOM) realizó unas maniobras llamadas Relámpago Global 14, cuyos objetivos, según fuentes oficiales, eran los de “combatir y prevenir ataques con armamento nuclear”. Desde la sede del USSTRATCOM, en la base aérea de Offutt, en Nebraska, se coordinó el simulacro, que incluyó a diez bombarderos estratégicos B-52 y hasta seis bombarderos estratégicos B-2, “a fin de demostrar la flexibilidad y capacidad de respuesta en escenarios de entrenamiento a lo largo del territorio continental de EE.UU”, tal como se puede leer en el comunicado de prensa emitido desde la misma base aérea de Offutt.






Bombardero estratégico B-52

Bombardero estratégico indetectable B-2

El bombardero B-2 "Spirit of Pensilvania" en su hangar

Ante la preocupación de los expertos, este escenario prebélico provocó que algunos estudiosos ahondaran en las estrategias de defensa nuclear de ambas potencias, tratando de ver cómo actuarían una y otra en caso de que la escalada de tensión llegara a un punto de no retorno. En este sentido, Francis Boyle, profesor de Derecho Internacional de la Universidad de Illinois, declaró taxativamente que Barack Obama está preparando un ataque nuclear por si se llegara el caso de un enfrentamiento directo con Rusia.


Tu-22M (según la codificación de la OTAN: Backfire). Bombardero portamisiles supersónico ruso de largo alcance con alas de geometría modificable

Su-35S (según la codificación de la OTAN: Flanker-T+)

Para defender su tesis, se fija en un reciente informe firmado por el propio presidente estadounidense, titulado Estrategia en el Uso de las Armas Nucleares de EE.UU. En uno de sus párrafos podemos leer: “La revisión de la Postura Nuclear 2010 estableció el objetivo de esta Administración de fijar las condiciones que permitieran a EE.UU. adoptar, de una manera segura, una política de disuasión militar como única finalidad de nuestras armas nucleares. Aunque no podemos seguir una política de este tipo hoy en día, la nueva guía reitera la intención de trabajar hacia esa meta en el tiempo”. En otras palabras, la disuasión no es en estos momentos la estrategia de la Administración Obama, sino la de contar con ventaja tácticas para llevar a cabo un primer golpe nuclear si las condiciones así lo requirieran.

Ahora sabemos con certeza  ̶ añadió Boyle ̶ que todos los sistemas de defensa contra misiles balísticos que Obama está implantando actualmente en Europa, Asia y EE.UU., en tierra, en mar y tal vez en el espacio exterior, se han diseñado para proporcionar a EE.UU. una ventajosa capacidad de combate en una guerra nuclear de primer ataque, ofensiva y estratégica, contra Rusia, China, Irán, Corea del Norte y Siria”. Valoración que coincide exactamente con la que piensan los rusos y que, desde luego, yo comparto.


También el historiador, escritor y analista Webster_Tarpley ha llamado recientemente la atención sobre la amenaza que supone la actitud "apocalíptica" de EE.UU. frente al desmantelamiento del mundo unipolar, denunciando que “la mentalidad de las élites gobernantes de EE.UU. aumenta el riesgo de nuevas guerras".


Prof. Webster Griffin Tarpley

Tarpley califica el golpe de estado en Ucrania de "fascista" y acusa directamente a "la OTAN, la CIA, la Fundación Nacional para la Democracia, Freedom House y todos los demás" de orquestarlo. A su juicio, esta manera de provocar a Rusia es "estúpida", sobre todo si se recuerdan todas las invasiones que a través de las llanuras de Europa Central ha sufrido Rusia. También afirma que Rusia tiene una sensibilidad especial contra la ideología nazi, cuyos partidarios han entrado a formar parte del  Gobierno de Ucrania con el apoyo de Occidente.

Milicias de signo neonazi desfilan en Kiev durante los sucesos de febrero

   
Paramilitares de la ultraderecha en Kiev 


De parecida opinión es el analista estadounidense Eric Zuesse, del portal OpEdNews, según el cual hay fuertes indicios de que EE.UU. está preparando un ataque nuclear contra Rusia, cuyo desarrollo se ha intensificado a raíz de la crisis ucraniana. Zuesse denuncia que los medios de comunicación presentan al líder ruso Vladímir Putin como el la encarnación del malvado enemigo: "En mi opinión, es muy significativo que, según una reciente encuesta de CNN, el temor de los estadounidenses ante Rusia ha crecido claramente en los dos últimos años. Nuestros medios de comunicación presentan al líder ruso, Vladímir Putin, como el malo de la película, incluso cuando la realidad no lo justifica", indicó. Y la guerra en Ucrania brinda una oportunidad “histórica” para ello…




El articulista sugiere que la operación punitiva contra los prorrusos en el territorio de Ucrania tiene por objeto provocar a Rusia para que intervenga militarmente. "Como resultado, la gente de Obama está aumentando la presión sobre Putin, bombardeando los territorios ucranianos habitados por rusófonos que tienen vínculos familiares en el territorio de Rusia. Solo dos semanas después de la perpetración de esos atentados el apoyo a Putin entre los ciudadanos rusos comenzará a caer significativamente si no decide poner fin a la masacre y no envía tropas para proteger a la gente y repeler los ataques de Kiev (que obedece a Washington), hecho que finalmente dará a Obama el deseado pretexto", señaló.




Y todo ello porque Obama está considerando seriamente los planes elaborado por los estrategas del Pentágono de crear una vía conducente a un ataque nuclear preventivo que podría eliminar por completo a Rusia del escenario mundial. En esa línea, al tiempo que aumenta la capacidad ofensiva para un ataque nuclear preventivo de EE.UU., ha puesto en marcha la iniciativa llamada “Prompt Global Strike” (Ataque Global Rápido), que debería complementar a las fuerzas nucleares con armas de precisión de última tecnología. En teoría, estas armas deberían ser capaces, una vez lanzadas desde el territorio de la vecina Ucrania, de destruir las armas nucleares rusas en pocos minutos, recuerda Zuesse, quien concluye: "Solo dos cosas son capaces de detener [a Obama] en este momento: una división dentro de la OTAN o que Putin decida aceptar los ataques de la opinión pública en su propio país por no responder a nuestras crecientes provocaciones". Yo prefiero apostar por que sea la propia opinión pública estadounidense la que acabe frenando a Obama en su escalada bélica, dada la existencia de tantas voces autorizadas que desde el interior de la gran nación americana denuncian la agresiva política seguida por el actual inquilino de la Casa Blanca.






Como contrapartida al arsenal bélico norteamericano, Rusia cuenta con una potente arma de disuasión que ofrecería la posibilidad de un ataque nuclear de respuesta contra EE.UU., a pesar de que sus centros estratégicos de mando fuesen destruidos por una primera embestida estadounidense. Se trata del sistema conocido bajo el nombre de Perimeter, consistente en un conjunto de proyectiles balísticos cuyas ojivas no trasportan cargas termonucleares, sino unos potentes radiotransmisores que se lanzarían para emitir señales de control sobre los sistemas de misiles nucleares rusos, estén instalados en silos, aviones de combate, buques o sistemas móviles en tierra.


El "Severodvinsk", nuevo y gigantesco submarino nuclear ruso, puesto en funcionamiento a finales de 2013






Tras la detección de los misiles estadounidenses, se disparan los proyectiles que portan los radiotransmisores. Eso sí, antes de poner en marcha el algoritmo que marcaría el lanzamiento de todo el potencial nuclear ruso contra los objetivos estadounidenses señalados, el sistema Perimeter verifica que se ha producido un primer ataque contra Rusia. Para ello analiza multitud de datos, como la actividad sísmica y radioactiva, la presión atmosférica, la intensidad de las frecuencias de radio militares, etc. En caso de que las condiciones indiquen la realidad de la ofensiva atómica, Perimeter conecta con el Estado Mayor General para cederle el mando. Si no recibe respuesta, lanza una señal al maletín nuclear controlado en primer término por el presidente Putin. En el supuesto de no obtener comunicación, delega la capacidad decisoria en el oficial de mayor rango en el puesto de mando nuclear. Finalmente, si tampoco recibe confirmación, Perimeter actúa por si mismo, enviando el algoritmo de lanzamiento a todo el armamento nuclear ruso, controlando automáticamente la primera y, probablemente, última guerra nuclear en la historia de la Humanidad.


Sistema defensivo ruso Perimeter

La respuesta estadounidense al Perimeter se llama Ataque Global Inmediato. Los funcionarios del Ministerio de Defensa ruso han mostrado repetidamente su gran preocupación por este sistema, puesto es capaz de atacar cualquier punto del globo en menos de una hora. ¿Tendrían la capacidad estas armas de evitar la acción del Perimeter y ganar la guerra definitiva? De momento, y que se sepa, no existe una respuesta clara, porque la realidad es que cuando obtuviéramos una respuesta cierta sería demasiado tarde para salvar a nuestro planeta de los efectos de una guerra nuclear.        

En cualquier caso, todo lo expuesto, que parece sacado de una película de ciencia-ficción, muestra sin lugar a dudas que la irresponsable agresividad que Barack Obama, vergonzante Premio Nobel de la Paz, manifiesta contra Rusia y su presidente, supone una extraordinaria amenaza a la paz mundial y un obstáculo insuperable para lograr una base equilibrada desde la que negociar la distensión en esta nueva Guerra Fría declarada unilateralmente por Washington. Sobra decir que en el desarrollo y aplicación de esta estrategia, Obama no es más que la marioneta construida por el marketing electoral para oponerla a la desprestigiada imagen de Bush, la pantalla exterior de los poderes que deciden, en última instancia, la política de la Casa Blanca: las grandes corporaciones que forman parte del complejo militar-industrial estadounidense, al que ya se refirió el presidente Eisenhower al inicio de la década de los sesenta y que desde entonces no ha hecho más que aumentar en potencia económica e influencia política.

El presidente Dwigth. D. Eisenhower

El 17 de enero de 1961, ya al final de su segundo mandato, Swigth David Eisenhower, presidente número treinta y cuatro de los Estados Unidos, dirigió al pueblo norteamericano la siguiente advertencia:

En las asambleas parlamentarias hemos de guardarnos del crecimiento de influencia, tanto patente como oculta, del complejo militar-industrial. El riesgo de que un poder en manos de personas equivocadas crezca desastrosamente existe, y seguirá existiendo también en el futuro. No hemos de permitir nunca que el peso de esta mezcla de poderes ponga en peligro nuestras libertades o los procesos democráticos. Y tampoco hemos de dar nada por descontado: solo los ciudadanos vigilantes y bien informados pueden imponer la equidistancia entre la enorme máquina militar-industrial y nuestros métodos y objetivos pacíficos, para que la seguridad y la libertad puedan prosperar juntos”.

Fue la primera vez que se empleó la expresión "complejo militar-industrial" para indicar un conglomerado de intereses en condiciones de influir en la política interna e internacional de los Estados Unidos de América y es interesante resaltar que lo hiciera un presidente que fue también uno de los militares más destacados de la Historia norteamericana y mundial. 

Han pasado decenios, pero aquellas palabras parecen más actuales que nunca: Afganistán, Irak, Libia, Siria, en estos momentos Ucrania... Hoy parece indubitable que buena parte de la agresiva política exterior de los EE. UU. se debe, precisamente, al peso de los enormes intereses acumulados por el complejo militar-industrial. A más guerras, más negocios y más poder. las cifras son tan elocuentes que apenas si necesitan comentario alguno: Las ventas de armas de los cien principales fabricantes crecieron un 59% entre los años 2002 y 2009, según los datos de la organización SIPRI, que señala que el comercio se viene acelerando “firmemente” desde 2005". Del total de fabricantes estudiados, 78 tenían su sede en Estados Unidos y Europa Occidental y generaron un 92% de la ventas. En el caso norteamericano el porcentaje es aún mayor, puesto que casi la mitad de las cien empresas analizadas se ubicaban en su territorio: en el año 2011 el 78% de las armas vendidas en todo el mundo fue de procedencia estadounidense.    

En fin, para usar las irónicas palabras de Alberto Sordi, para Barack Obama parece ser que “mientras haya guerra habrá esperanza.” Exactamente todo lo contrario de los que pensamos que su política puede conducirnos a un desastre planetario de proporciones inimaginables. Con nuestros peores fantasmas sucede que de tanto convocarlos terminan por encarnarse. Como ese síndrome del terror nuclear que los fanáticos de toda laya llevan escondido en la bocamanga, dispuestos siempre a desencadenar el Apocalipsis antes que perder la partida o retirarse del juego. A estas alturas, nadie debería llamarse a engaño. Un juego de control universal en el que el fin justifica los medios no es un juego, sino una enfermedad del alma.