11-M: ACERCA DEL MALDITO ASUNTO
DE LA AUTORÍA
Prefiero
volverme loco con la verdad
que
cuerdo con las mentiras.
Bertrand
Russell
Al contrario de lo que pudiera parecer, la tan celebrada sociedad de la información no está sirviendo para despejar las incógnitas existentes en la realidad por medio de la razón, sino contribuyendo a crear nuevos simulacros y creencias erróneas. La opinión pública está absolutamente indefensa ante la avalancha que cada día nos inunda desde periódicos, radios y televisiones y sirve como información lo que no es más que una propaganda tan cuidadosamente elaborada como la que inundaba la Alemania nazi cuando la realidad cotidiana era ofrecida por el todopoderoso Ministerio de la Propaganda regido por Joseph Goebbels, fiel calco del Ministerio de la Verdad descrito por George Orwell en su genial e inclasificable obra “1984”. Vivimos en un sistema controlado desde el poder en el que se exterminan la crítica y los pensamientos independientes, como nunca antes había ocurrido en la Historia, en función de los intereses de quienes pretenden seguir manejando los hilos que rigen nuestro destino para acumular más beneficios y privilegios, dando por supuesto que, encima, seguirán contando con la sumisión general. Basta observar que la atención concedida a la reflexión sosegada, honesta, elaborada con esfuerzo y trabajo, es incluso menor que la que se otorga a las majaderías y soflamas de los innumerables ventrílocuos de turno que acaparan las páginas de los periódicos, las tertulias radiofónicas y las pantallas de nuestras televisiones con sus zafiedades.
En
nuestra sociedad mediática —y mediatizada— por la propaganda
se da un tipo muy sutil de censura consistente en una descarada
manipulación de la realidad en beneficio de los tópicos admitidos
—lo denominado “políticamente correcto”— para obviar
(censurar) sus aspectos negativos o las visiones acordes con la realidad. De este modo, la ramplonería
intelectual se va renovando para impedir que la gente vea lo que hay,
y forzoso es reconocer que los fabricantes de la basura informativa
que nos inunda tienen un ominoso éxito. A este respecto, me
gustaría distinguir la censura represora directa, propia de las
dictaduras y la censura velada correspondiente a los sistemas llamados
“democráticos”. La primera la experimenté en mis tiempos de
estudiante, cuando empecé a publicar las primeras colaboraciones en
los periódicos locales hasta que (con toda cortesía, eso sí) fui
avisado de que mis artículos rozaban lo impublicable. La segunda la
seguimos padeciendo y soportando todas las voces independientes.
¿Cómo funciona? Manipulando, marginado, idiotizando con prensa
amarilla, rosa, televisión basura, libros de usar y tirar y, en
cuanto a política interior, seguir al pie de la letra las pautas
marcadas por las pocas agencias de noticias que controlan la
información. global. Cada vez más, información es igual a
subversión. Y al contrario de los medios de comunicación que
informan des-informando, la calidad informativa parte de la
ignorancia que intenta buscar la verdad: “Tu verdad? / No, la
verdad. / Y ven conmigo a buscarla. / La tuya guárdatela... , que
escribía Antonio Machado.
No
es casualidad que todos las ideologías, que buscan implantar su
hegemonía montada sobre criterios únicos, se destaquen por la
elaboración de una lista de palabras condenadas y de evidencias
prohibidas, en una clara manifestación psico-patológica tendente a
excluir esa parte de la realidad que les conviene ocultar para poder
ejercer con eficacia su voluntad de controlar cualquier atisbo de
opinión libre u organizada al margen de su tutela. Para el objeto
que me guía al redactar estas líneas, resulta oportuno resaltar que
una de las palabras prohibidas, y hasta execradas desde la mayor
parte de los medios de comunicación viene siendo la de
“conspiración” referida a la masacre terrorista que tuvo lugar
el 11 de marzo de 2004 en los trenes de cercanías de Madrid y de la
que ahora se cumple el undécimo aniversario, cuando resulta obvio
que es la única palabra pertinente para designar la naturaleza de
los atentados, según aparece en el Diccionario de la RAE:
“Conspirar: 1. Aliarse varias personas contra alguien o algo. 2.
Concurrir varias cosas para un fin determinado”, estimando como
sinónimas “intrigar”, “tramar”, “confabularse”.
La
cosa tiene miga, ya que derivada de la palabra conspiración, surgió
el adjetivo “conspiranoico”, que fue inicial y masivamente
aplicado por los voceros de la cadena SER
y por los articulistas del diario El
País para, en en un
primer momento, estigmatizar a los que atribuyeron a ETA la autoría
del 11-M, para luego, en un segundo momento, ridiculizar a todos
aquellos que se atrevieron a poner en duda la versión oficial
elaborada desde las instancias policiales y judiciales, las mismas
que atribuyeron al terrorismo islamista la responsabilidad de haber
planeado y ejecutado la masacre. El término tuvo inmediata fortuna y
fue automáticamente aceptado por esa caterva de descerebrados para
la que resulta más fácil sacar a pasear sus carencias neuronales
por tierras de Babia, escupiendo de paso a todo lo que se mueva, que
reflexionar sobre algunas cuestiones más que elementales, como, por
ejemplo, que un “complot” es una maquinación concertada
secretamente entre varias personas con la intención de atentar
contra la vida, la seguridad de una persona o de una institución”
y que una “conspiración” es un complot, una conjura contra los
gobernantes que representan al Estado. Y que, siguiendo sus propios
razonamientos, tan complot y tan “conspiranoica” es la atribución
de la masacre a los islamistas, a los etarras o a cualquier otro
oscuro grupo terrorista que llevara a cabo el 11-M. Pero cualquier intento de razonar con esta gente es perder el tiempo.
De estos conceptos no se puede más que concluir una evidencia elemental: que el primer complot o la primera conspiración relativa al 11-M corresponde inapelablemente a los terroristas, fueran quienes fuesen, que se aliaron secretamente para atentar contra los trenes de cercanías de Madrid y, desde luego, contra la ciudadanía española representada por las víctimas, así como contra las instituciones nacionales, empezando por el gobierno de la Nación. Por eso, no se entiende de ninguna manera por qué no habría de aplicarse el término “conspiranoico” a la conspiración islamista defendida por la Versión Oficial de la masacre y sí a todos aquellos que nos hemos limitado a cuestionar las anomalías, contradicciones y mentiras flagrantes que, derivadas de la instrucción sumarial y de las investigaciones policiales que sirvieron de base a la sedicente “verdad judicial” contenida en la sentencia elaborada por el juez Gómez Bermúdez y consagrada como dogma de fe por la masa acrítica que, como en cualquier parte, es componente esencial de una opinión pública que, para mayor inri, sigue creyendo mayoritariamente que tras el 11-M se esconde una conspiración y que, por tanto, estamos lejos de saber la verdad de lo que entonces sucedió, opinión que es compartida de manera clamorosa por la mayor parte de las asociaciones de víctimas del terrorismo.
Los
medios de comunicación españoles tras el 11-M, al igual que pasó
con las grandes cadenas norteamericanas con respecto al 11-S, evitaron cualquier discusión abierta que pusiera en tela de juicio
la versión oficial de los atentados, tildando de “teóricos de la
conspiración” a todos los críticos que empezaron a cuestionar los
gravísimos fallos y contradicciones que presentaba desde las
primeras e inmediatas detenciones de los sospechosos islamistas, que,
encima, eran en su mayor parte elementos “controlados” o
confidentes policiales. Para actuar de esta manera descalificatoria,
los adictos a la versión oficial pasaron por alto la evidencia
de que todos los servicios secretos fueron creados con el objetivo
de planificar y llevar a cabo operaciones encubiertas, es decir
conspiraciones en favor de una política que se quiere mantener
secreta, para cuyo desarrollo se hace imprescindible la colaboración
de periodistas y medios de comunicación para ocultar los hechos con
simulaciones.
Quien desee descubrir los manejos de la política y del
belicismo hoy imperantes, indefectiblemente transita por los
derroteros de la desinformación, ya que la única conspiración
evidente es la formada por los ejecutores de estas acciones
criminales y sus encubridores mediáticos que, como el gran Dios, tienen el don de la ubicuidad, por lo que están en todas
partes. Como dato a tener en cuenta, conviene saber que en EE.UU,
cinco grandes grupos privados de comunicación controlan el 90% de
los medios. Ellos deciden qué es noticiable y qué no lo es en
función de sus intereses, que son exportados a todas las naciones
sometidas al vasallaje norteamericano, comenzando por las integradas
en la OTAN. El documental de Jean Philippe Tremblay “Sombras
de libertad”
desenmascara sus manejos para controlar la información y muestra
algunas de sus prácticas habituales: censura, corrupción,
encubrimiento, intimidación…
Desde
el mismo día de los atentados de Madrid, a la luz de los primeros
datos que ponen en duda, para un sector de la opinión pública, la
hipótesis de la autoría de ETA, defendida inicialmente por el
Gobierno de Aznar, y alumbran la posibilidad de que los atentados
fueran obra del terrorismo islamista, asistimos a un auténtico
carrusel de informaciones y contrainformaciones suministradas, en un
grado u otro, por prácticamente todos los actores participantes en
el proceso (Gobierno, partidos políticos, medios de comunicación
nacionales y extranjeros, servicios secretos, ciudadanos e incluso
los presuntos grupos terroristas, tanto islamistas como voceros de la
banda ETA), con objeto de señalar la autoría de los atentados, lo
cual, a su vez, tendría una obvia influencia sobre los resultados
electorales. La manipulación presentaba dos caras bien definidas y
contrapuestas: si el atentado era obra de ETA, la opinión pública
podía remitirse a los éxitos logrados por el gobierno del Partido
Popular en su lucha antiterrorista y proporcionarle su apoyo
electoral. Pero si el atentado era obra de Al-Qaeda, el gobierno del
PP podría sufrir un fuerte castigo como consecuencia de su ayuda a
la invasión anglo-estadounidense de Irak en 2003, que estaría en la
base del atentado de los trenes madrileños, una atribución que la sentencia del juicio de la Casa de Campo no recoge, pese a los ímprobos esfuerzos realizados en este sentido desde la Fiscalía del Estado. Como entonces alguien
muy explicativamente dijo, nos colocaron ante dos trolas, la una
etarra y la otra mora. Que la autoría de los atentados fuese de carácter reversible sirvió para enfrentar a la sociedad española y a sus representantes políticos, al tiempo que distrajo la atención de muchos investigadores por caminos que no llevarían a ninguna parte, porque fueron diseñados como cortafuegos para que las pistas que hubieran podido señalar a a los verdaderos autores fueron eliminadas o absolutamente manipuladas con pasmosa impunidad.
La
exacerbación de esta dicotomía maniquea desde la misma mañana del
11-M, sobre todo desde la aparición de Arnaldo Otegui (portavoz de
Batasuna) negando la implicación de la banda terrorista ETA en los
atentados, determinó que sobre la voluntad de conocer de manera
incontrovertible la autoría de la masacre, prevaleciera el
sectarismo partidista que viene dividiendo en dos partes
irreconciliables a la sociedad española bajo el trasnochado epítome
de “izquierdas” y “derechas” heredado de la Guerra Civil, falacia que no ha hecho más que ganar consistencia a partir del 11-M, cuando
mostró en su más cruda realidad el tribalismo cainita que sigue
imperando en buena parte de nuestra ciudadanía. En esta España
nuestra de nuevos ricos, nuevos demócratas y nuevos europeos campea
por sus respetos una ausencia casi general de criterios de valor y si
la política del “todo vale” es siempre deleznable, en el
campo que atañe a la información contrastada o veraz respecto a los
atentados de marzo de 2004 llega a límites tan insoportables como
mendaces.
Como
dejé escrito en la primera entrada que dediqué en este Blog al
11-M, titulada “Carta
a un amigo acerca de los atentados del 11-M”,
puedo decir que entre los inmensos movimientos contradictorios del
alma humana y, sin duda, también del inconsciente colectivo, se
representan tragedias de las cuales la Historia convencional no da
cuenta, como por temor a quitarle el sueño a la sociedad con la
presentación de ciertos documentos, evidencias o interpretaciones de
determinados hechos significativos. Sin embargo, excavar en la
historia prohibida es un ejercicio muy sano para el espíritu. Uno se
desprende de sus repugnancias ante lo inverosímil, que es una
tendencia natural, pero que a menudo paraliza el conocimiento. En mi
opinión, los acontecimientos tienen a menudo razones de ser que las
razones del momento desconocen, y las líneas de fuerza de la
Historia pueden ser tan difíciles de ver y al propio tiempo tan
reales como las fuerzas de un campo magnético. Por eso, coincido con
el filósofo racionalista René Descartes en que “para examinar la verdad
es necesario, al menos una vez en la vida, poner todas las cosas en
duda tanto como podamos”. No obstante, la evidencia de tan sabio
aserto ha de enfrentarse al proceso de “jibarización” mental
derivado de la instrumentación de la información por parte de los
grupos detentadores del poder global, posible gracias a los casi
infinitos recursos que brinda la tecnología informática puesta al
servicio de los gobiernos y de sus Servicios de Inteligencia, así
como a la extraordinaria concentración en muy pocas manos de las
grandes agencias de comunicación globales, que manipulan
permanentemente a la opinión pública, fomentando de manera
interesada unos de los mayores males que acechan el conocimiento
razonado de las cosas: la simplificación.
Estoy
de acuerdo con Gao Xingjian, Premio Nobel de Literatura del año
2000, cuando diagnosticó que la simplificación es la enfermedad más
extendida de nuestro tiempo. La peor. Esa manía de simplificar, de
reducir. Explicar en dos palabras lo que no cabe decirse en dos
palabras puede llegar a ser el peor de los engaños. Las cosas
tienen la complejidad que tienen, complejidad que no debe sustraerse
a la hora de informar con veracidad. Esa tarea reduccionista
constituye una prostitución que es contraria al concepto mismo del
verbo “informar”. Para manipular la realidad ya está la televisión. Desde esta
perspectiva se explica que la profunda complejidad que subyace en la
base misma de los atentados del 11-M haya sido y lo siga siendo tan
difícilmente accesible para la inmensa mayoría e, incluso, para
muchas personas mejor formadas, pero que han abordado el espinoso
asunto de la autoría intelectual de la masacre, convertida en tabú
desde la misma hora en la que fue derramada en las estaciones de
Madrid la sangre inocente de las víctimas, sin adentrarse en el
contexto histórico que le sirve de ineludible marco de referencia,
que no puede ser otro que el definido por el despliegue global del falso terrorismo islamista "made in USA" desplegado a escala global a partir de
los atentados cometidos el día 11 de septiembre de 2001 en el World
Trade Center de Nueva York y en el edificio del Pentágono de
Washington.
Llegar
a esta conclusión no ha sido para mí tarea fácil, sino que me ha
llevado largas cavilaciones, incansables lecturas de libros acerca
del terrorismo islamista, de ensayos sobre Historia Contemporánea,
de consultas en archivos y series documentales más o menos
accesibles y, por supuesto, de la profunda experiencia personal que
supuso para mí conocer de manera directa la realidad siria anterior
al horrible proceso destructivo que viene padeciendo desde marzo de
2011, absolutamente incompatible con la mentirosa versión que los
medios de comunicación occidentales nos vienen ofreciendo del
holocausto
sirio,
al que he dedicado en mi Blog cerca de veinte entradas. Pero todo
esto vino después. Primeramente fue el 11-M y mi dedicación por
conocer hasta el fondo la verdad última de lo que entonces sucedió,
tanto por un inexcusable deber de justicia hacia las víctimas de la
masacre y de indignación ante el simulacro de investigación
policial que tuvo lugar como para satisfacer la insatisfecha
curiosidad intelectual que alimenta mi pasión por el conocimiento,
convencido como estoy de la profunda verdad contenida en una frase de
Vicente Aleixandre, nuestro casi desconocido Premio Nobel de
Literatura: “es estar engañados estar más muertos”, convicción
que casi he llegado a convertir en el lema personal que guía esta
etapa última de mi vida, una vida de la que, con todas las
equivocaciones inherentes a la naturaleza humana, puedo decir que he
huido, tanto como me ha sido posible, del engaño a terceros como del
autoengaño, que suele ser el padre de la mayor parte de las
traiciones y deserciones humanas. No obstante, como ya he dejado
dicho, todo esto ha venido después de que se produjera en mí el
interés inicial que me llevó a dedicar tantas horas de mi vida a
reflexionar e investigar acerca de la verdadera realidad que subyace bajo el 11-M y sus aberrantes implicaciones armado exclusivamente con mi bagaje de
historiador.
Pese
a ser cierto que, como dejó escrito el sabio Goethe, “los
acontecimientos venideros proyectan su sombra por anticipado” o,
dicho de otro modo, que para comprender plenamente el presente hay
que ser contemporáneo del futuro, en la metodología utilizada por
la ciencia, que es la compartida por cualquier investigador de la
Historia, no es posible a adelantarse a los hechos, sino que lo máximo
que nos es dado está en valorarlos correctamente para extraer las
conclusiones provisionales que iremos modificando en función de lo
que el presente en el que vivimos instalados nos vaya deparando. Con
esto quiero referirme a que cuando me enfrenté al 11-M como
fenómeno histórico contemporáneo a desvelar estaba muy lejos de
comprender un hecho capital: que el ataque a los edificios del World
Trade Center y al Pentágono supuso cruzar el umbral de una nueva era
de nuestra Historia Contemporánea, cuidadosamente teorizada,
planificada y hasta divulgada con muchos años de antelación a la
comisión de los atentados de Nueva York y Washington. De haberlo
visto entonces, rastrear la autoría de nuestro 11-M habría sido una
tarea mucho más fácil.
En
los comentarios correspondientes a la entrada del 8
de noviembre de 2013,
me
pareció conveniente dejar muy claro que el criterio utilizado para
redactar estas entradas sobre el 11-M ha sido y será la del
historiador que soy y que, por lo tanto, no descubro en ellas nada
nuevo: trabajo con material conocido, aportado por otros y hasta
publicado. El trabajo del historiador no es el de los cuerpos
policiales que investigan sobre el terreno las pruebas existentes
para descubrir la autoría de un determinado delito. Su tarea es la
de revelar interpretaciones mejores y más explicativas de los hechos
que selecciona, que, por así decirlo, rescata de aguas turbias o
interesadamente enturbiadas, para devolverles lo que resulta más
valioso, su auténtico significado en una trama todo lo abarcadora
que sea posible. Los profanos en Historia suelen creer que los hechos
hablan por sí solos. Es falso, por supuesto. Los hechos sólo hablan
cuando el historiador apela a ellos: él es quien decide a qué
hechos se da paso, y en qué orden y contexto hacerlo. Fue un
personaje de Pirandello quien dijo que un hecho es como un saco: no
se tiene de pie si no metemos algo dentro. Y ese algo es el
desarrollo razonado de las hipótesis que durante su investigación
el historiador va formulando y perfilando conforme cobran
consistencia y probabilidad.
Como
cualquier investigador científico, el historiador es necesariamente
selectivo. La creencia en un núcleo óseo de hechos objetivos con
independencia de la interpretación del historiador es una falacia
absurda, pero dificilísima de desarraigar. La condición de hecho
histórico relevante depende siempre de una cuestión de
interpretación. El investigador de la Historia (de las muchas
historias de la Historia) debe acercarse al objeto de su estudio
revestido de humildad, de una necesaria ignorancia, tanto mayor
cuando más se aproxima a su propia época y, sobre todo, cuando
examina sucesos que le son contemporáneos. Le incumbe la doble tarea
de encontrar los pocos datos relevantes y convertirlos en elementos
válidos para su interpretación, descartando los muchos datos
carentes de importancia, que sólo servirán para perder el norte de
su investigación.
Con
estas reflexiones, quiero que se comprenda lo fácil que resulta
manipularlo todo, sobre todo cuando existen intereses sobrados para
que determinados sucesos nunca sean aclarados y lo proclive que son
las masas a ser conducidas o manejadas, ya que, en general, sus
creencias no son reflexivas, sino simplificadoras, sencillamente
porque abordar la complejidad exige preparación intelectual, mucha
dedicación, tiempo y una voluntad férrea de mantenerse ajeno a
mediatizaciones interesadas. Cosas todas que pertenecen al ámbito de
lo individual, jamás al de lo colectivo. Por no estar vinculado a
partido político, ideología o grupo religioso alguno, puedo ejercer
en este Blog mi oficio de historiador con entera libertad y sin otro
compromiso que el de interpretar la realidad conforme la voy
descubriendo. Hasta que me dejen, porque, como puede verse, escribo
con mis señas de identidad por delante. Como debe ser.
Desde
mi punto de vista independiente quiero dejar constancia de que quien
crea que el 11-M está juzgado y sentenciado para siempre en la
Historia con el cierre en falso de una comisión parlamentaria y una
sentencia judicial llena de contradicciones y falsedades, habrá que
llamarle inmoral con toda propiedad, pues quien ignore u oculte el
grito de dolor de las víctimas, su "queremos saber", está
colaborando no sólo a la muerte de la democracia en España, sino
contribuyendo a que nuestra civilización entera se encuentre metida en
mortales enfrentamientos bélicos que pueden conducirnos a una
catástrofe
sin precedentes.
El
mensaje de la sentencia dictada por el tribunal del 11-M, presidido
por Javier Gómez Bermúdez, no pudo estar más claro: el
funcionamiento de los aparatos del Estado no se discute, su Policía
ni se toca y los Servicios Secretos son como los ectoplasmas de los
espiritistas, que sólo aparecen si los convoca el médium autorizado
por la Autoridad Competente. Y pobre del que lo haga, porque será
sometido a escarnio público y el rebaño entero lo pondrá en la
picota por extraordinario delito de no conformarse con las mentiras
flagrantes que sirvieron para fabricar la verdad "oficial"
de lo que sucedió aquel funesto jueves de marzo de 2004. ¡Qué
gratificante para muchas conciencias resguardarse con una “verdad
legal” que suplante la verdad real!, y todo para que la Justicia
que soportamos salga fortalecida y que las dos principales fuerzas
políticas españolas queden tan empatadas y exoneradas de toda
responsabilidad como libres para seguir apostando por ocupar el
Poder, sin tener que preocuparse en esclarecer cual fue la mano
criminal responsable de la sangre que se derramó en Madrid.
No
he basado en ideas apriorísticas mis análisis, algo que el
historiador debe evitar, sobre todo cuando se enfrenta a
acontecimientos inmediatos. Expongo y analizo hechos que pueden ser
confirmados por cualquiera que tenga interés en dedicar su tiempo a
verificarlos. Pero la metodología lógica y analógica no deja de
ser la misma que es empleada en todas las disciplinas científicas.
Así como el médico elige los síntomas que considera más idóneos
para llegar a su diagnóstico, el historiador elige los hechos
significativos que utiliza para analizar una determinada realidad y
los interpreta según su bagaje y su capacidad para explicarlos de
manera coherente y lógica. Lo cual no quiere decir que sea la única
posible. En este criterio metodológico me remito a Popper y a su
principio de falsabilidad, por el cual siempre cabe elegir otras
series de hechos que sirvan como elementos de contradicción.
Las
conclusiones derivadas de la lectura de los once artículos que he
dedicado en este Blog al 11-M no conducen a atribuir su autoría a
instancias supranaturales ajenas a los procedimientos de
investigación habituales, basados en los principios de causalidad e
interpretación lógica usados instrumentalmente en la investigación
histórica, que es el marco obvio en donde debe encuadrarse la
masacre de los trenes de Madrid, su antes y su después. Porque, como
alguien escribió “después del 11-M, en España todo es 11-M”.
En
nuestro mundo nada ocurre por casualidad: el azar es solamente la
medida de nuestra ignorancia. Las circunstancias que determinan los
hechos históricos de una magnitud semejante a la masacre de Madrid
están enraizadas en el sustrato mismo de nuestra realidad
contemporánea, que, en nuestro ámbito mediterráneo y europeo
vienen dadas por el control atlantista que, a su vez, es el
instrumento usado por los poderes de Washington para imponer su orden
imperial, en el que, para hablar con propiedad, no cabe referirse a
“aliados”, sino a “vasallos”. Como ya dejé escrito hace siete años en el Blog de Luis del Pino, en el planeamiento y en la ejecución del 11-M no hay lugar para odios partidarios ni deseos de venganza desbordados. No se trata de una vendetta siciliana. No nos equivoquemos: estamos ante otra cosa. En un golpe de semejante envergadura sólo hay intereses en juego, intereses enormes vinculados a un estrategia terrorista global. Nada más y nada menos. En su planificación se procedió con una frialdad glacial, sabiendo plenamente a lo que se estaba jugando y que, por eso mismo, los riesgos debían ser minimizados al máximo. Se trataba de no dejar huellas, o que las que quedasen condujeran a conclusiones equivocadas o a callejones sin salida, por inconexas con la gran trama, la trama única, aunque ésta pueda aparecer ante nuestra vista desdoblada en planes o variantes superpuestas. La conspiración de silencio que lleva protegiendo los secretos de los atentados de marzo de 2004 es de ámbito internacional, al menos por la importancia de los poderes encubridores. Así pues, y pese a que la operación de inteligencia que está detrás de la voluntad de abortar cualquier investigación veraz de lo que sucedió, así como de sus antecedentes, su gestación y las motivaciones que determinaron su planeamiento y ejecución en las vísperas de unas elecciones generales sea de exclusiva autoría española, para justificar que la tapadera de silencio no haya estallado es preciso echar mano a la connivencia de otras “inteligencias” que, por sus ámbitos de actuación, son de más allá de nuestras fronteras”.
Al
11-M he dedicado en este Blog once artículos encadenados, en los que
he ido delimitando un escenario de actuaciones y unos comportamientos
geoestratégicos del poder estadounidense que vienen repitiéndose,
con ligeras variantes, desde el fin mismo de la Segunda Guerra
Mundial, que perduran en nuestros días y cuyo vertiginoso incremento
desde los ataques del 11 de septiembre de 2001 al World Trade Center
y al Pentágono, encuentra en nuestros días sus manifestaciones más
alarmantes y esclarecedoras en las “guerras por encargo”,
presentadas como guerras civiles”, que tienen lugar en Siria
y
Ucrania,
a cuyo análisis he dedicado tantas entradas. Mi atención a Siria
viene dada por mi personal conocimiento del país, de su historia
reciente, de las peculiaridades de su régimen, de su realidad
socio-política, del carácter de sus gentes, las visiones del Islam
profesadas en su ámbito y hasta del ambiente de sus pueblos y
ciudades. Con esto quiero resaltar que también en el estudio y
análisis de los acontecimientos que vienen ensangrentado Siria y
Ucrania hay elementos comunes a los atentados presuntamente
islamistas, al menos para la información oficial y manipulada que se
nos sirve, que tuvieron lugar en Nueva York, Madrid, Londres y
recientemente el cometido en Paris contra la
redacción del semanario Charlie Hebdo, cuyo operativo fue dirigido por la Inteligencia francesa con tan esperpénticos resultados. Con ellos, nuestro mundo sigue la tenebrosa andadura marcada por el
proyecto llamado The
New American Century o Hacia un Nuevo Siglo de Hegemonía
Estadounidense,
cuya implantación a sangre y fuego comenzó el 11 de septiembre de
2001, punto de salida para el “Nuevo Orden Mundial” anunciado por
el presidente Bush, para cuya caracterización he recurrido en estas
páginas a lo que en el ámbito de la Física se conoce como
“complementariedad circular”, dada la multiplicidad de hechos
asociados que es preciso investigar para llegar a aproximaciones lo
suficientemente aceptables.
Las buenas películas tienen el efecto de inducir a que el espectador acepte como verdad lo que le muestra la pantalla: ni los anacronismos ni las fantasías más desbordantes consiguen acabar con esa "sensación de verosimilitud" que desprenden las películas realizadas por buenos actores y directores. Mas, sin embargo, cuando una película es mala, cuando el guión aparece forzado, cuando se producen en la trama casualidades inexplicables para apuntalar la historia o, simplemente, cuando la puesta en escena no está suficientemente elaborada, la incredulidad aflora en el espectador y éste comienza, casi sin quererlo, a fijarse en los fallos del guión. Y la tradicional finura francesa brilla por su ausencia en el espectáculo que nos brindaron la Policía y los Servicios Secretos franceses con la burda realización del atentado al semanario Charlie Hebdo, similar en tantísimos detalles al cierre del expediente de los atentados del 11-M madrileño con la farsa de los "suicidados” del piso de Leganés, en donde la tramoya del montaje asoma de tan estridentes maneras.
Que los dos supuestos islamistas autores de la masacre de Paris fueran identificados porque uno de ellos dejó olvidado su documento de identidad en el coche que utilizaron para huir es tan difícil de digerir como la identificación de los suicidados de Leganés por los despojos sin dedos con los que verificar las huellas y, encima, sin que se efetuasen las autopsias legalmente preceptivas a los restos aparecidos entre los escombros. ¿No dice la versión oficial que esos terroristas de Leganés se suicidaron en torno a las nueve de la noche, haciéndose estallar? Entonces, ¿para qué molestarse en hacer las autopsias con el fin de determinar la hora de las muertes y las causas de la mismas? De pasmo, oiga. Casi tan alucinante como que la identidad de Mohamed Atta, el presunto terrorista egipcio que pilotaba el primero de los aviones que se estrellaron en el World Trade Center de Nueva York pudiera ser establecida gracias a que fue encontrado su pasaporte en los calcinados y más que pulverizados escombros de la Zona Zero, incandescentes durante muchísimos días.
Quien esté familiarizado con los toscos detalles de los montajes usados una y otra vez en esos atentados islamistas, que vienen repitiéndose desde el 11-S con acelerada frecuencia, será capaz de reconocer, gracias a una cierta regularidad en el modo de proceder los investigadores para fabricar la versión oficial, la operación encubierta que representan, al menos de forma aproximada.
Las buenas películas tienen el efecto de inducir a que el espectador acepte como verdad lo que le muestra la pantalla: ni los anacronismos ni las fantasías más desbordantes consiguen acabar con esa "sensación de verosimilitud" que desprenden las películas realizadas por buenos actores y directores. Mas, sin embargo, cuando una película es mala, cuando el guión aparece forzado, cuando se producen en la trama casualidades inexplicables para apuntalar la historia o, simplemente, cuando la puesta en escena no está suficientemente elaborada, la incredulidad aflora en el espectador y éste comienza, casi sin quererlo, a fijarse en los fallos del guión. Y la tradicional finura francesa brilla por su ausencia en el espectáculo que nos brindaron la Policía y los Servicios Secretos franceses con la burda realización del atentado al semanario Charlie Hebdo, similar en tantísimos detalles al cierre del expediente de los atentados del 11-M madrileño con la farsa de los "suicidados” del piso de Leganés, en donde la tramoya del montaje asoma de tan estridentes maneras.
El piso de Leganés |
Que los dos supuestos islamistas autores de la masacre de Paris fueran identificados porque uno de ellos dejó olvidado su documento de identidad en el coche que utilizaron para huir es tan difícil de digerir como la identificación de los suicidados de Leganés por los despojos sin dedos con los que verificar las huellas y, encima, sin que se efetuasen las autopsias legalmente preceptivas a los restos aparecidos entre los escombros. ¿No dice la versión oficial que esos terroristas de Leganés se suicidaron en torno a las nueve de la noche, haciéndose estallar? Entonces, ¿para qué molestarse en hacer las autopsias con el fin de determinar la hora de las muertes y las causas de la mismas? De pasmo, oiga. Casi tan alucinante como que la identidad de Mohamed Atta, el presunto terrorista egipcio que pilotaba el primero de los aviones que se estrellaron en el World Trade Center de Nueva York pudiera ser establecida gracias a que fue encontrado su pasaporte en los calcinados y más que pulverizados escombros de la Zona Zero, incandescentes durante muchísimos días.
Quien esté familiarizado con los toscos detalles de los montajes usados una y otra vez en esos atentados islamistas, que vienen repitiéndose desde el 11-S con acelerada frecuencia, será capaz de reconocer, gracias a una cierta regularidad en el modo de proceder los investigadores para fabricar la versión oficial, la operación encubierta que representan, al menos de forma aproximada.
Fernando
Múgica, Luis del Pino, Ignacio López Brú y todos los
investigadores independientes que se han enfrentado a la
fenomenología vinculada al 11-M, al igual que ha ocurrido con los
muchos analistas, fundamentalmente norteamericanos, que han volcado
sus esfuerzos en la investigación de los atentados del 11-S al Word
Trade Center y al Pentágono, han tenido que enfrentarse a un doble
reto: rastrear las pistas de los verdaderos atentados causados por
las criminales acciones y, por otra parte, identificar las pistas
falsas colocadas y alimentadas desde instancias gubernamentales sobre
ellos para sustituirlos por simulacros. En lugar de resolver un
solo rompecabezas en el que las versiones oficiales han pretendido
encajar todas las piezas en una sola imagen, ha sido preciso
enfrentarse a dos imágenes superpuestas. Una imagen reproduce los
atentados tal como ocurrieron, mientras que la otra reproduce los
atentados elaborados y destinados a sobreponerse a los verdaderos
atentados para ocultarlos lo más completamente posible. En mi
opinión, ambas tareas han sido satisfactoriamente resueltas en las
dos series de atentados. Por eso, y en lo que concierne a nuestro
11-M, la asignatura pendiente está en arrojar nueva luz sobre el
maldito asunto de la autoría, sobre la que resulta arriesgado
pronunciarse ¡a los once años de haberse cometido la masacre!
Las
diversas entradas que he venido dedicando en mi Blog a los atentados
de 11 de marzo de 2004 no las elaboré siguiendo un plan concebido de
antemano, sino que en ellas fui abordando diversos aspectos de la
enmarañada fenomenología que pertenecen a lo que podríamos llamar,
en una formulación teórica tomada de la Física, “el orden
implicado” en los atentados. Porque debajo del «orden desplegado»
(explicate realm) hay un «orden implicado» (implicate realm), en el
cual los diversos elementos que lo integran encuentran su razón de
ser, su verdadera realidad y su explicación en el orden del conjunto
del cual forman parte. He vuelto a repasar mis entradas del Blog
dedicadas al 11-M y creo que desde la perspectiva que acabo de
exponer es posible para cualquier lector no avisado llegar al un
entorno explicativo muy próximo a la realidad prohibida que con
tantos y continuados esfuerzos pretenden ocultarnos desde las
instancias del poder, con la complicidad manifiesta de los medios de
comunicación a su servicio. Y esa realidad no es otra que la
expresada por Fernando Múgica, Luis del Pino e Ignacio López Brú
en sus investigaciones y que reaparece por aquí y por allá a lo
largo de mis artículos: que estamos ante un atentado terrorista de
falsa bandera, organizado y ejecutado por un comando militar
dependiente de un Servicio de Inteligencia extranjero con puntuales
conexiones internas, que fueron alertadas (después de cometida la
masacre) para conseguir la ocultación de la autoría.
Luis del Pino, investigador y autor de varios libros sobre los atentados de Madrid, dejó escrito el 4 de junio de 2007 que "el 11-M fue una elaborada operación de inteligencia, precedida de una serie de acciones tendentes a asegurar la campaña de desinformación que debía servir para aprovechar el atentado y seguida por una auténtica obra maestra de intoxicación, con colocación de pruebas falsas incluida, que habría de valer para ocultar la verdadera autoría de los atentados". Fernando Múgica afina más y llega a puntualizar un detalle capital cuando afirma que su tesis contempla “un asunto islamista de verdad, es decir, utilizar a los islamistas para una conflagración mundial, ideológica, que es lo que fue el 11-S y luego el 11-M”. Es esta vinculación estratégica global la que caracteriza la totalidad del orden implicado en el que los atentados muestran tanto su génesis como su complementariedad y su sentido final. Lo cual reduce el círculo de la autoría a su expresión mínima. El que pueda y quiera entender, que entienda. ¿O no está suficientemente claro?
Luis del Pino, investigador y autor de varios libros sobre los atentados de Madrid, dejó escrito el 4 de junio de 2007 que "el 11-M fue una elaborada operación de inteligencia, precedida de una serie de acciones tendentes a asegurar la campaña de desinformación que debía servir para aprovechar el atentado y seguida por una auténtica obra maestra de intoxicación, con colocación de pruebas falsas incluida, que habría de valer para ocultar la verdadera autoría de los atentados". Fernando Múgica afina más y llega a puntualizar un detalle capital cuando afirma que su tesis contempla “un asunto islamista de verdad, es decir, utilizar a los islamistas para una conflagración mundial, ideológica, que es lo que fue el 11-S y luego el 11-M”. Es esta vinculación estratégica global la que caracteriza la totalidad del orden implicado en el que los atentados muestran tanto su génesis como su complementariedad y su sentido final. Lo cual reduce el círculo de la autoría a su expresión mínima. El que pueda y quiera entender, que entienda. ¿O no está suficientemente claro?
Si analizamos con el rigor histórico el rosario de guerras interminables declaradas o promovidas por Estados Unidos a partir del 11 de septiembre de 2001, que tienen como escenario Afganistán, los países del Oriente Medio, zonas muy concretas de África y más recientemente Europa del Este (Ucrania), no es difícil concluir que la totalidad que las engloba, así como la matriz en la que se originan y desarrollan está en el Proyecto para un nuevo siglo de hegemonia estadounidense, que el equipo del presidente George W. Bush había dejado por escrito en fábricas de ideas y círculos de debate antes de llegar a la presidencia, compuesto por un consorcio de thinks thanks conservadores, sustentados por los contratistas de la industria armamentística, por las grandes corporaciones vinculadas a los negocios del petróleo, del gas y de las materias primas, así como por las sociedades dueñas de ejércitos mercenarios privados vinculados al Pentágono y a las innumerables agencias secretas que extienden sus redes por todo el mundo.
Hasta pocos días antes del 11 de septiembre de 2001, los talibanes eran interlocutores válidos para un Gobierno de EE.UU. que buscaba encontrar el régimen estable para Afganistán que garantizase la construcción de un gaseoducto hacia el Océano Índico. Detrás de su trazado se encontraba precisamente la Administración Bush, que por todos los medios deseaba evitar la construcción de los óleo-gaseoductos a través de territorio ruso o iraní. Pero la solución impuesta por el 11-S fue mucho más allá: con el pretexto de la lucha antiterrorista global, los estrategas de Washington se lanzaron a la enorme y peligrosa tarea de reestructurar el panorama militar, político y económico en las zonas petrolíferas del mundo islámico no solo del Oriente Próximo, sino también en las señaladas para emplazar nuevas bases militares en puntos geopolíticamente estratégicos del eje que parte de la zona centro-sur de Eurasia y que, cruzando el Mar Negro, desciende hacia el Cáucaso y el Mar Caspio para dirigirse a Irán, el Golfo Pérsico y desde allí a las zonas petrolíferas de la Península Arábiga, siguiendo las líneas maestras diseñadas por Zbigniew Brzezinski en la década de los noventa en su libro "La única superpotencia: la estrategia para una hegemonía de los Estados Unidos". No hace falta más que mirar el mapa para constatar que tanto Ucrania como Siria se encuentran en esta franja, lo que basta para explicar que hayan sido elegidas por Washington para convertirse en blancos de las acciones desestabilizadoras más destructivas y peligrosas para la paz mundial llevadas a cabo en las últimas décadas.
Salta a la vista que el objetivo de "la única superpotencia" no se limita exclusivamente a controlar las riquezas del subsuelo. Según la concepción de la estrategia que se encuentra detrás de esta política, la apuesta por el poder global debería ser tal que EE.UU. no tenga otro competidor geopolítico en un tiempo previsible. Así lo determinó el núcleo duro en torno a Bush con respecto a la ampliación y afianzamiento de un nuevo siglo de hegemonía estadounidense, que marcó su inicio con el dantesco espectáculo causado por los atentados de Nueva York y Washington.
Este conjunto de enormes intereses económicos perfectamente identificado por sus actuaciones globales ya fue denunciado por Dwight Eisenhower en su discurso de despedida a la nación el 17 de enero de 1961, al final de su periodo como presidente, en unas frases que se harían célebres: “Debemos protegernos contra la adquisic de una influencia injustificada, sea buscada o no buscada, por parte del complejo industrial-militar. El potencial de un desastroso auge de poder inadecuado existe y seguirá existiendo. Nunca debemos dejar que el peso de esta combinación ponga en peligro nuestra libertades o procesos democráticos. No podemos dejar nada por sentado. Solo una ciudadanía alerta e informada puede obligar a la unión apropiada de la enorme maquinaria industrial y militar de defensa con nuestros métodos y objetivos pacíficos, de modo que la seguridad y la libertad puedan prosperar juntas”.
Salta a la vista que el objetivo de "la única superpotencia" no se limita exclusivamente a controlar las riquezas del subsuelo. Según la concepción de la estrategia que se encuentra detrás de esta política, la apuesta por el poder global debería ser tal que EE.UU. no tenga otro competidor geopolítico en un tiempo previsible. Así lo determinó el núcleo duro en torno a Bush con respecto a la ampliación y afianzamiento de un nuevo siglo de hegemonía estadounidense, que marcó su inicio con el dantesco espectáculo causado por los atentados de Nueva York y Washington.
Este conjunto de enormes intereses económicos perfectamente identificado por sus actuaciones globales ya fue denunciado por Dwight Eisenhower en su discurso de despedida a la nación el 17 de enero de 1961, al final de su periodo como presidente, en unas frases que se harían célebres: “Debemos protegernos contra la adquisic de una influencia injustificada, sea buscada o no buscada, por parte del complejo industrial-militar. El potencial de un desastroso auge de poder inadecuado existe y seguirá existiendo. Nunca debemos dejar que el peso de esta combinación ponga en peligro nuestra libertades o procesos democráticos. No podemos dejar nada por sentado. Solo una ciudadanía alerta e informada puede obligar a la unión apropiada de la enorme maquinaria industrial y militar de defensa con nuestros métodos y objetivos pacíficos, de modo que la seguridad y la libertad puedan prosperar juntas”.
Una
preocupación hipócrita hecha para la galería si examinamos su
periodo de gobierno, que ya había sido criticada con mayor
rotundidad por el General Douglas MacArthur en un discurso
pronunciado diez años antes, el 15 de mayo de 1951: “Que nuestro
país vaya ahora encaminado hacia un modelo de economía basada en
las armas es parte del modelo general de una política desacertada,
alimentado con ayuda de una psicosis, inducida artificialmente, de
histeria de guerra y nutrida a partir de una propaganda incesante
alrededor del miedo.” Porque, efectivamente, el miedo es la clave.
Poco
más de medio siglo después, la terrible realidad para el propio
pueblo americano, que soporta en primera instancia los enormes gastos
militares de su Gobierno, y para el mantenimiento de la paz mundial
es que estos intereses son los únicos que determinan hoy la política
exterior e interior de la primera potencia global, en la que el
salvaje incremento en los gastos de “seguridad nacional” ha
sobrepasado todas las previsiones desde los atentados del 11 de
septiembre de 2001, con la tenebrosa consolidación de un “complejo
industrial de inteligencia” que prolonga sus tentáculos a través
de numerosos ejércitos
privados mercenarios más aptos para los actos de sabotaje que para las guerras declaradas, propiedad de influyentes grupos de presión vinculados al Pentágono, así como por medio de las numerosas agencias secretas permanentemente creadas y a través de las grandes
corporaciones vinculadas a la Administración estatal, cuya industria
principal es la fabricación y exportación de guerras allá donde
convenga para consolidar la hegemonía del Imperio que tiene a
Washington por capital y utilizarlas en beneficio de sus dueños y
administradores.
A
pesar de que los grandes responsables de la administración Bush,
empezando por el propio presidente, se apresuraron a declarar
inmediatamente después del 11-S su absoluto desconocimiento de la
terrible amenaza que se estaba gestando, en poco tiempo publicaron
los nombres de los autores de los atentados y en un santiamén se
inculpó como responsables a Osama Bin Laden, que residía en
Afganistán, y al dictador de Irak, Sadam Hussein, al que señalaron
como promotor de Al-Qaeda. A pesar de la falta de pruebas, en pocos
días el Gobierno de EE.UU. declaró una “guerra mundial” contra
sesenta Estados presuntamente favorecedores del terrorismo islamista,
enumerados por el vicepresidente Dick Cheney, quien horas antes de
los atentados ya se había declarado partidario de una intervención
en Irak “por razones humanitarias”. Pero los planes que los altos
funcionarios de la Administración estadounidense habían urdido y
dejado por escrito mucho antes del 11 de septiembre de 2001 tenían
como objetivo afianzar un siglo de hegemonía mundial de EE.UU.,
evitar el ascenso de potencias competidoras en el continente
euroasiático y asegurarse el libre acceso a los yacimientos
petrolíferos y de gas natural, de vital importancia estratégica
para consolidar en régimen exclusivo el poderío global de
Washington y el de las grandes corporaciones e intereses financieros
a él vinculados.
En su libro “La CIA y el 11-M. El Terrorismo internacional y el papel de los Servicios Secretos”, el Dr. Andreas von Bülow, miembro que fue de la Comisión de Servicios Secretos del Bundestag, Secretario General del Ministerio de Defensa de 1976 a 1980 y entre 1980 a 1982 Ministro de Investigación y Tecnología de la República Federal de Alemania, explica que “según la concepción de la estrategia que se encuentra detrás de esta política, la partida por el poder global debería ser tal que EE.UU. no tenga otro competidor geopolítico en un tiempo previsible. Así lo determinó el núcleo duro en torno a Bush con respecto a la ampliación y afianzamiento de un nuevo siglo de hegemonía estadounidense”.
Dr. Andreas von Bülow |
En su libro “La CIA y el 11-M. El Terrorismo internacional y el papel de los Servicios Secretos”, el Dr. Andreas von Bülow, miembro que fue de la Comisión de Servicios Secretos del Bundestag, Secretario General del Ministerio de Defensa de 1976 a 1980 y entre 1980 a 1982 Ministro de Investigación y Tecnología de la República Federal de Alemania, explica que “según la concepción de la estrategia que se encuentra detrás de esta política, la partida por el poder global debería ser tal que EE.UU. no tenga otro competidor geopolítico en un tiempo previsible. Así lo determinó el núcleo duro en torno a Bush con respecto a la ampliación y afianzamiento de un nuevo siglo de hegemonía estadounidense”.
Creo
oportuno manifestar que la lectura del citado libro del Dr. Von
Bülow ha supuesto para mi un formidable espaldarazo, ya que, después
de haber dedicado varios años a investigar la autoría de los
atentados del 11 de marzo de 2004 en los trenes de cercanías de
Madrid, llegué a conclusiones análogas a las expuestas con claridad
inaudita por el citado autor con respecto a los atentados del 11-S
estadounidense. Mis apreciaciones, reforzadas con los resultados más
recientes derivados de nuevos análisis acerca de las agresiones “por
encargo”, que bajo la falsa apariencia de guerras civiles, viene
promoviendo la CIA y el Pentágono en Siria y Ucrania, encuentran su
más justa y esclarecedora síntesis explicativa en las páginas del
formidable ensayo del Dr. Von Bülow.
Cuando
compareció ante el Congreso, el presidente Bush habló de una larga
campaña militar que a partir de entonces era imprescindible llevar a
cabo, exhortando al mundo entero a participar en la inminente guerra.
De inmediato el Gobierno así como los medios de comunicación
hablaron de un nuevo Pearl Harbor, de una guerra mundial contra el
terrorismo que cambiaría de raíz todas las convenciones de política
internacional válidas hasta entonces. El Gobierno de Bush exigió
tanto a su propio país como a las naciones extranjeras una adhesión
casi incondicional, mientras que el presupuesto militar anual pasó
de 300a 400 mil millones de dólares. El mensaje lanzado por Bush fue
tan simple como contundente: O con nosotros o con los terroristas. El
atentado de Madrid fue el siguiente cometido con la finalidad que el
mismo Bush expresó con toda claridad antes siquiera que aparecieran
en Leganés los presuntos autores islamistas: “Los asesinatos en
Madrid nos recuerdan que el mundo civilizado está en guerra”.
Puede
que de tanta amenaza y de tanta falsedad premeditada solamente la
referencia a Perl Harbor tuviera que ver con la realidad consistente
en en antes de realizar una campaña militar estadounidense siempre
acontecen unos actos cruentos que son inaceptables, asaltos,
atentados insidiosos, salvajes guerras civiles que sirvan de base a
“intervenciones humanitarias” o desmanes con ciudadanos o
propiedades americanas. De este modo se puede acudir a la estrategia
de la lucha del Bien para vencer el Mal. Esto ya sucedió en Pearl
Harbor cuando el presidente Roosevelt y los jefes del Estado Mayor
estaban perfectamente informados del inminente ataque japonés
gracias a los reconocimientos radiofónicos de los mensajes cruzados
entre los militares japoneses cuyo código secreto había sido
descifrado. En esa ocasión murieron dos mil soldados
estadounidenses, pero su sacrificio no fue vano: sirvió para
desbordar el torrente de indignación popular con motivo del cobarde
asalto en época de paz, que fue masivamente alimentado por los
medios de comunicación, barriendo de un manotazo la oposición
masiva del pueblo americano a que su país entrara en la Segunda
Guerra Mundial.
Una repetición de lo que ya había ocurrido en 1898, cuando el magnate de la prensa sensacionalista William Randolph Hearst, uno de los principales imperios mediáticos del mundo, convenció a la mayoría de los estadounidenses, con la complicidad del ya entonces influyente Secretario de Marina, Theodore Roosevelt, de la culpabilidad de España respecto a la voladura del acorazado Maine, fondeado en el puerto de La Habana, sin esperar el resultado de las investigaciones en curso: era el pretexto que necesitaba el naciente imperio estadounidense para apoderarse de los últimos territorios ultramarinos de la Corona Española. De este modo comenzó una escandalosa y agresiva campaña orientada a que el pueblo norteamericano presionara a su Gobierno para que declarase la guerra a España, que terminó decretando el presidente William MacKinley. No cabe duda de que los gobernantes de Estados Unidos buscan y siempre encuentran la prueba que ellos mismos han fabricado para atacar a quien les convenga.
Theodore Roosevelt y su "Política del Gran Garrote" |
Cuando Theodore Roosevelt declaró sin ambages: "Yo doy la bienvenida a cualquier guerra y creo que los EEUU necesitan una", expresó la misma voluntad bélica que los autores del documento Hacia un Nuevo Siglo de Hegemonía Estadounidense anteriormente citado, cuando explícitamente parten de la premisa vergonzante de que la aceptación de los enormes incrementos del gasto en asuntos de la Defensa, incluyendo las cargas fiscales impuestas a la población, llevaría un largo tiempo a no ser que se produjera un nuevo Pearl Harbor. Por eso puede afirmarse que el 11-S resultó un regalo providencial para que los grupos militaristas que rodeaban a Bush pusieran en práctica sus planes de manera inmediata. En un párrafo anterior he dejado dicho que de haber conocido todas estas cosas cuando dos años y medio más tarde ocurrieron en Madrid los atentados del 11-M, el trabajo de investigar la autoría de la masacre habría sido una tarea mucho más fácil.
Las declaraciones de Francesco Cossiga, ex-presidente de la República Italiana fueron terminantes y merecieron titulares a toda plana, ¡pero no en El País!Ex-Italy President:11-S Was CIA/Mossad Operation |
Antes de poner el punto final a estos párrafos escritos en el undécimo aniversario de los atentados de Madrid, quiero hacer dos consideraciones a mis lectores. La primera es que la presente entrada, aunque puede leerse y resulta entendible con independencia de las otras que he venido dedicando a los atentados de marzo de 2004, es complementaria de todas y de cada una de ellas, porque la he redactado para que, al mismo tiempo, sirva de nexo de unión y de denominador común a la serie titulada “EL 11-M Y LOS SERVICIOS DE INTELIGENCIA”, de tal manera que el conjunto constituya una especie de holograma en el que está contenida la respuesta que puede dar un historiador acerca de la autoría y los motivos últimos que determinaron la comisión de los atentados de Madrid. Y este hecho, para mi insoslayable, nos obliga a admitir que bajo el 11-M late una verdad mucho más terrible, directamente vinculada a la situación geoestratégica mundial de guerras provocadas para implantar el Nuevo Orden Mundial decidido por Washington y definido en el proyecto “Hacia un nuevo siglo de hegemonía estadounidense”, la única matriz capaz de admitir, sin forzamiento alguno, una operación terrorista de tan enormes características cometida en un suelo vigilado hasta el último rincón por los servicios de inteligencia de medio mundo, empezando, como es natural, por los estadounidenses y su Red Echelon dependiente de la NSA. Echando mano a una redundancia, es evidente de toda evidencia que no existe en este planeta un Servicio de Inteligencia capaz de llevar a cabo un atentado de la dimensión del 11-M en un país de la OTAN sin el permiso o la colaboración de los Servicios Secretos estadounidenses, que no sean los propios servicios secretos estadounidenses, se trate de la CIA, de los grupos operativos del Pentágono o de cualesquiera de las miles de agencias secretas dependientes del Gobierno de Washington.
Aunque
las coordenadas globales en las que es preciso enmarcar el 11-M
aparezcan bien definidas, soy consciente de que cabe explicitar más
todavía algunas claves políticas y geoestratégicas locales
vinculadas a nuestro entorno europeo que tienen que ver con la
decisión consistente en que en marzo de 2004 fuera elegida la
capital de España como fatal escenario para cometer un falso
atentado islamista en Europa. Pero responder a esa problemática
alargaría esta entrada más de lo deseado, por lo que no descarto
abordar la cuestión más adelante.
Por
último, en función de la complementariedad circular u holográfica
a la que me he venido refiriendo, reproduciré los enlaces de las
entradas dedicadas en este Blog a los atentados del 11-M.
© Copyright José Baena Reigal
Permitida la reproducción citando su procedencia.
© Copyright José Baena Reigal
Permitida la reproducción citando su procedencia.
ENTRADAS
SOBRE EL 11-M EN ESTE BLOG
CARTA
A UN AMIGO ACERCA DE LOS ATENTADOS DEL 11-M
11-
M: EL HUMO NEGRO ASTURIANO
11-M:
SAGA-FUGA DEL MAYOR ATENTADO DE NUESTRA HISTORIA
EL
11-M Y LOS SERVICIOS DE INTELIGENCIA. 1. El Gran Hermano
EL
11-M Y LOS SERVICIOS DE INTELIGENCIA. 2. Trama Gladio: la mano negra
de la OTAN
EL
11-M Y LOS SERVICIOS DE INTELIGENCIA. 3. Red internacional de
mentiras
EL
11-M Y LOS SERVICIOS DE INTELIGENCIA. 4. La gran trampa: un atentado
con freno y marcha atrás
EL
11-M Y LOS SERVICIOS DE INTELIGENCIA. 5. La autoría reversible
EL
11-M Y LOS SERVICIOS DE INTELIGENCIA. 6. A la sombra de las Torres
Gemelas
11-M:
La semilla del Diablo
11-M:
UNA RESPUESTA NECESARIA
11-M:
ACERCA DEL MALDITO ASUNTO DE LA AUTORÍA
EL
11-M: APUNTES PARA LA HISTORIA
La
enorme patraña del 11-M. Por Fernando Múgica
22.05.2016