martes, 22 de diciembre de 2015


   ESPAÑA: ¿MATAR DOS PÁJAROS DE UN TIRO...?


En la víspera de la jornada electoral comenté la posibilidad de votar por Escaños en Blanco a los que no se sintieran representados por ninguno de los partidos concurrentes a los comicios. El único punto en el programa de esta opción consistía en materializar el desencanto a través del voto para conseguir escaños vacíos en el Parlamento, que testimoniarían el repudio del votante hacia las opciones políticas presentadas, renunciando la candidatura a la ulterior obtención de sueldos o subvenciones. Se trataba de un voto de protesta puro y duro, cuya primera consecuencia sería la de evitar que ningún partido se repartiera el dinero y el poder político de los escaños así obtenidos. Y es que la Ley Electoral vigente es la que en mayor medida hace que el sistema político nacido de la Transición sea una partitocracia en la que las listas cerradas son impuestas por los aparatos de los partidos políticos sin tener en cuenta las preferencias de los votantes. La nula democracia interna de los partidos políticos, de todos, hace que estos sean instrumentos para la dominación social y no para servir de adecuado cauce a la representación ciudadana.


A la vista de mi comentario, alguien opinó que si se diese unanimidad en votar la candidatura de Escaños en Blanco, tal circunstancia supondría el fin de la democracia. Tuve que aclarar lo erróneo de semejante apreciación argumentando que la consecuencia no podría ser otra que forzar una segunda convocatoria electoral en la que, a la vista del fracaso cosechado en la primera, por lo menos los dos grandes partidos tradicionales se viesen urgidos a cambiar de candidatos a la presidencia del Gobierno, con lo que los españoles nos libraríamos de Mariano Rajoy y de Pedro Sánchez a un mismo tiempo, tan perdedores el uno como el otro. Por otra parte, parece evidente que si nuestro ordenamiento jurídico hubiera previsto una segunda vuelta electoral (solución adoptada en muchísimos países) se habría evitado la situación de fragmentación a la que hemos llegado y también la posibilidad de que las minorías puedan unirse para evitar que gobierne el partido más votado. 



Pese a todo, debo aclarar que semejante perspectiva la contemplé más como posibilidad teórica que real, toda vez que, por muchos alardes demagógicos que haga Pablo Iglesias, Podemos no es más que un conglomerado de grupúsculos diversos, no un verdadero partido político. En esas condiciones, y a pesar de que el fulanismo de Sánchez le lleve a estar más que dispuesto a formar gobierno con Podemos, con Esquerra y hasta con el mismísimo demonio con tal de encaramarse en el poder y tapar el varapalo electoral obtenido, tal cosa habría de suponer la aceptación por parte del Partido Socialista del derecho a la autodeterminación de Cataluña, algo que Susana Díaz no permitirá en manera algunay hasta cabe suponer que la andaluza aprovecharía la ocasión para defenestrar a Pedro Sánchez, quien, de tener una pizca de vergüenza, debería de haber anunciado su dimisión irrevocable en la misma noche electoral. Como destacados miembros de su partido han manifestado, ”solo los tarados pueden estar satisfechos” de los catastróficos resultados conseguidos y, encima, tener el descaro de presentar como victoria lo que ha sido la peor derrota sufrida por los socialistas desde la Transición hasta hoy. Que su aparición ante la prensa después de conocerse los resultados electorales fuera saludada por sus incondicionales a los gritos de ¡presidente, presidente!, demuestra, más que ningún tipo de razonamiento, el grado de sectarismo existente en esas asociaciones cuasi mafiosas para asaltar y ocupar el poder que son nuestros partidos políticos.


También de Mariano Rajoy cabe decir algo parecido. O incluso peor. El Partido Popular se ha dejado en el camino la friolera de cuatro millones de votos y 63 escaños, por lo que resulta más que obvio que su gestión de gobierno no ha sido bien valorada por la inmensa mayoría de los españoles. Los cinco descalabros del último año y medio –europeas, andaluzas, municipales, autonómicas y catalanas– sufridos por los populares han tenido como tremendo colofón los resultados del pasado domingo. El Partido Popular ha perdido casi todo su poder territorial y lo tendrá muy difícil para volver a gobernar, a pesar de ser la fuerza más votada. Rajoy no parece ver que se ha convertido en el primer presidente de la democracia incapaz de revalidar una mayoría suficiente tras un mandato (¡con mayoría absoluta!), y muy difícilmente se puede argumentar que como candidato haya contribuido a otra cosa que a hundir las opciones de su partido muy por encima de lo que pronosticaban las encuestas. ¿Qué más necesita para dimitir?

En resumen, que en España hemos llegado a la situación que yo había previsto en el comentario hecho antes de la jornada electoral: que ningún partido será capaz de formar Gobierno, por lo que para salir del marasmo puede que se precise la convocatoria de nuevas elecciones. Si así fuese (que para mi sería la mejor solución), tanto PP como PSOE habrían de comparecer con otros candidatos más atractivos: cabe pensar, dentro de lo que hay, en Alberto Núñez Feijóo por los populares y en Susana Díaz por los socialistas. Tal vez así la situación podría desbloquearse y hasta encontrar una salida "a la alemana", es decir, la posibilidad de formar un Gobierno de coalición PP-PSOE, que contara con la mayoría absoluta para gobernar sin sobresaltos los próximos cuatro años, aunque tal cosa exigiría una cultura democrática desconocida por estos lares. 

Alberto Núñez Feijóo

Susana Díaz

El caso es que España está en el aire, en manos de nadie. Que siga gobernado D. Tancredo Rajoy con un gobierno minoritario sería la peor pesadilla imaginable para España. Si teniendo la mayoría absoluta ha sido incapaz de enfrentarse a los graves problemas de la nación, no quiero ni pensar lo que sería su gestión en una situación de minoría y siendo blanco de los furibundos ataques de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. Tampoco soy capaz de imaginar al tal Sánchez absteniéndose por propia voluntad en la investidura de Rajoy para permitirle gobernar en minoría. 


Si los asesores palatinos fuesen inteligentes (buena ocasión para demostrarlo) el Rey, sin salirse de la función moderadora y arbitral que le otorga la Constitución, debería maniobrar para evitar que se forme un Gobierno en precario, cuya gestión sería necesariamente caótica, con huelgas, manifestaciones y algaradas callejeras un día sí y el otro también; hasta podría aconsejar a quienes corresponda forzar las dimisiones de Mariano Rajoy y de Pedro Sánchez. Me reitero, pues, en lo dicho: que la mejor alternativa no puede ser otra que, cuando pase el período constitucionalmente establecido para formar gobierno, sean convocadas nuevas elecciones legislativas con nuevos líderes al frente de las dos primeras formaciones políticas nacionales. Si la ingobernabilidad de la situación a la que hemos llegado sirviera para apartar del ruedo político tanto a Rajoy como a Sánchez, creo que los españoles podríamos darnos por satisfechos. En cualquier caso, aún en el supuesto de que fueran capaces de llegar a un acuerdo de mínimos para solventar provisionalmente la difícil situación creada, ambos deberán saber que políticamente ya están caducados, de tal modo que en la siguiente convocatoria electoral, sea cuando fuere, ellos no volverán a encabezar las candidaturas de sus respectivos partidos. Y que tal cosa sucederá mucho antes de que la próxima legislatura llegue a su mitad.