ESPAÑA: ¿MATAR DOS PÁJAROS DE UN TIRO...?
En
la víspera de la jornada electoral comenté la posibilidad de votar
por Escaños en Blanco a los que no se sintieran representados por
ninguno de los partidos concurrentes a los comicios. El único punto
en el programa de esta opción consistía en materializar el desencanto
a través del voto para conseguir escaños vacíos en el Parlamento,
que testimoniarían el repudio del votante hacia las opciones
políticas presentadas, renunciando la candidatura a la ulterior
obtención de sueldos o subvenciones. Se trataba de un voto de
protesta puro y duro, cuya primera consecuencia sería la de evitar
que ningún partido se repartiera el dinero y
el poder político de los escaños así obtenidos. Y es que la
Ley Electoral vigente es la que en mayor medida hace que el sistema
político nacido de la Transición sea una partitocracia en la que
las listas cerradas son impuestas por los aparatos de los partidos
políticos sin tener en cuenta las preferencias de los votantes. La
nula democracia interna de los partidos políticos, de todos, hace
que estos sean instrumentos para la dominación social y no para
servir de adecuado cauce a la representación ciudadana.
A
la vista de mi comentario, alguien opinó que si se diese unanimidad
en votar la candidatura de Escaños en Blanco, tal circunstancia
supondría el fin de la democracia. Tuve que aclarar lo erróneo de
semejante apreciación argumentando que la consecuencia no podría
ser otra que forzar una segunda convocatoria electoral en la que, a
la vista del fracaso cosechado en la primera, por lo menos los
dos grandes partidos tradicionales se viesen urgidos a cambiar de
candidatos a la presidencia del Gobierno, con lo que los españoles
nos libraríamos de Mariano Rajoy y de Pedro Sánchez a un mismo
tiempo, tan perdedores el uno como el otro. Por otra parte, parece
evidente que si nuestro ordenamiento jurídico hubiera previsto una
segunda vuelta electoral (solución adoptada en muchísimos países)
se habría evitado la situación de fragmentación a la que hemos
llegado y también la posibilidad de que las minorías puedan unirse
para evitar que gobierne el partido más votado.
Pese
a todo, debo aclarar que semejante perspectiva la contemplé más como
posibilidad teórica que real, toda vez que, por muchos alardes
demagógicos que haga Pablo Iglesias, Podemos no es más que un
conglomerado de grupúsculos diversos, no un verdadero partido
político. En esas condiciones, y a pesar de que el fulanismo de
Sánchez le lleve a estar más que dispuesto a formar gobierno con
Podemos, con Esquerra y hasta con el mismísimo demonio con tal de
encaramarse en el poder y tapar el varapalo electoral obtenido, tal
cosa habría de suponer la aceptación por parte del Partido
Socialista del derecho a la autodeterminación de Cataluña, algo que
Susana Díaz no permitirá en manera alguna, y hasta cabe suponer que la andaluza aprovecharía la ocasión para defenestrar a Pedro Sánchez, quien,
de tener una pizca de vergüenza, debería de haber anunciado su
dimisión irrevocable en la misma noche electoral. Como
destacados miembros de su partido han manifestado, ”solo
los tarados pueden estar satisfechos”
de los catastróficos resultados conseguidos y, encima, tener el
descaro de presentar como victoria lo que ha sido la peor derrota
sufrida por los socialistas desde la Transición hasta hoy. Que su
aparición ante la prensa después de conocerse los resultados
electorales fuera saludada por sus incondicionales a los gritos de
¡presidente, presidente!, demuestra, más que ningún tipo de
razonamiento, el grado de sectarismo existente en esas asociaciones
cuasi mafiosas para asaltar y ocupar el poder que son nuestros
partidos políticos.
También
de Mariano Rajoy cabe decir algo parecido. O incluso peor. El Partido
Popular se ha dejado en el camino la friolera de cuatro millones de
votos y 63 escaños, por lo que resulta más que obvio que su gestión
de gobierno no ha sido bien valorada por la inmensa mayoría de los
españoles. Los cinco descalabros del último año y medio –europeas,
andaluzas, municipales, autonómicas y catalanas– sufridos por los
populares han tenido como tremendo colofón los resultados del pasado
domingo. El Partido Popular ha perdido casi todo su poder territorial
y lo tendrá muy difícil para volver a gobernar, a pesar de ser la
fuerza más votada. Rajoy no parece ver que se ha convertido en el
primer presidente de la democracia incapaz de revalidar una mayoría
suficiente tras un mandato (¡con mayoría absoluta!), y muy
difícilmente se puede argumentar que como candidato haya contribuido
a otra cosa que a hundir las opciones de su partido muy por encima de lo que pronosticaban las encuestas. ¿Qué más
necesita para dimitir?
En
resumen, que en España hemos llegado a la situación que yo había
previsto en el comentario hecho antes de la jornada electoral: que
ningún partido será capaz de formar Gobierno, por lo que para salir
del marasmo puede que se precise la convocatoria de nuevas
elecciones. Si así fuese (que para mi sería la mejor solución),
tanto PP como PSOE habrían de comparecer con otros candidatos más
atractivos: cabe pensar, dentro de lo que hay, en Alberto Núñez Feijóo por los populares
y en Susana Díaz por los socialistas. Tal vez así la situación
podría desbloquearse y hasta encontrar una salida "a la
alemana", es decir, la posibilidad de formar un Gobierno de
coalición PP-PSOE, que contara con la mayoría absoluta para
gobernar sin sobresaltos los próximos cuatro años, aunque tal cosa exigiría una cultura democrática desconocida por estos lares.
Alberto Núñez Feijóo |
Susana Díaz |
El
caso es que España está en el aire, en manos de nadie. Que siga
gobernado D. Tancredo Rajoy con un gobierno minoritario sería la
peor pesadilla imaginable para España. Si teniendo la mayoría absoluta ha sido
incapaz de enfrentarse a los graves problemas de la nación, no
quiero ni pensar lo que sería su gestión en una situación de
minoría y siendo blanco de los furibundos ataques de Pedro Sánchez y Pablo
Iglesias. Tampoco soy capaz de imaginar al tal Sánchez absteniéndose por propia voluntad en la investidura de Rajoy para permitirle gobernar en minoría.
Si
los asesores palatinos fuesen inteligentes (buena ocasión para
demostrarlo) el Rey, sin salirse de la función moderadora y arbitral que le
otorga la Constitución, debería maniobrar para evitar que se forme
un Gobierno en precario, cuya gestión sería necesariamente caótica,
con huelgas, manifestaciones y algaradas callejeras un día sí y el
otro también; hasta podría aconsejar a quienes corresponda forzar las dimisiones de Mariano Rajoy y de Pedro Sánchez. Me reitero, pues, en lo dicho: que la mejor
alternativa no puede ser otra que, cuando pase el período
constitucionalmente establecido para formar gobierno, sean convocadas
nuevas elecciones legislativas con nuevos líderes al frente de las
dos primeras formaciones políticas nacionales. Si la
ingobernabilidad de la situación a la que hemos llegado sirviera
para apartar del ruedo político tanto a Rajoy como a Sánchez, creo
que los españoles podríamos darnos por satisfechos. En cualquier caso, aún en el supuesto de que fueran capaces de llegar a un acuerdo de mínimos para solventar provisionalmente la difícil situación creada, ambos deberán saber que políticamente ya están caducados, de tal modo que en la siguiente convocatoria electoral, sea cuando fuere, ellos no volverán a encabezar las candidaturas de sus respectivos partidos. Y que tal cosa sucederá mucho antes de que la próxima legislatura llegue a su mitad.