CRISIS
DE LA POLÍTICA, CRISIS DE LOS PARTIDOS
El
artículo que a continuación reproduzco íntegro fue enviado por su
autor, Gerardo Hernández Les, al diario “La Opinión de Málaga”,
con el que viene colaborando ocasionalmente y en cuya redacción ha
permanecido aparcado, sin que nadie se haya molestado en comunicar a
su autor la decisión de no publicarlo.
Después
de su lectura, cualquier lector inteligente podrá darse inmediata
cuenta del por qué de semejante veto: el magnífico análisis que
hace Hernández Les de la degradada situación por la que atraviesa
la democracia en España es demasiado sincero y realista para el
gusto de esa censura encubierta que padecemos en nombre de la
“corrección política”, ese maligno cóctel de cinismo,
hipocresía, oportunismo y falta de talento que infecta a nuestra
sociedad, a los medios de comunicación y, desde luego, a la clase
política española en su conjunto.
Gerardo Hernández Les |
CRISIS
DE LA POLÍTICA, CRISIS DE LOS PARTIDOS
En
España puede decirse que, históricamente, crisis política es
sinónimo de profundas crisis de los partidos políticos. Muchos
españoles que vivimos con ilusión el final del franquismo y el
inicio de la Transición democrática, estábamos convencidos que los
antecedentes dramáticos que nos precedían – siglo XIX convulso,
Restauración canovista, Dictadura primoriverista y la Segunda
República, antesala de la Guerra Civil- suponían una vacuna
suficientemente potente para no repetir los errores que nos llevaron
reiteradamente al desastre. Cuarenta años de régimen democrático
no han podido evitar que nuestros viejos demonios del pasado hayan
reaparecido y hoy volvamos a estar instalados en una crisis cuyas
consecuencias son impredecibles y en la que, como veremos, vuelven a
ser responsables en primera instancia nuestros partidos políticos.
La
situación por la que atraviesa actualmente el Partido Popular tiene
muchas semejanzas con los avatares que llevaron al Partido
Conservador canovista a entrar en una senda de división sin retorno.
En el congreso de Valencia, Mariano Rajoy –un hombre sin carisma-
decidió hacer un partido personalista y ajeno a la implantación de
procedimientos democráticos internos; e incapaz de ceder su
liderazgo después de cuatro años en La Moncloa, ha dejado una
formación malherida, principalmente por la huella indeleble de la
corrupción. Ha malversado su mayoría absoluta y ha rehuido hacer
política, al no querer enfrentarse con algunos problemas muy graves
(Cataluña, Ley Electoral, Justicia, etc.) y ha convertido su mandato
en una gestión puramente tecnocrática volcada exclusivamente en la
economía, donde ha conseguido los logros más plausibles, después
de recibir un país en quiebra.
La
crisis del PSOE es más profunda y más grave. No se basa simplemente
en que sufra un liderazgo débil. Pedro Sánchez es el final de un
proceso que empezó hace casi treinta años, cuando el partido
–coincidiendo con el referéndum de la OTAN (1986)- se convirtió
en una fortaleza interior inexpugnable donde no cabía la
discrepancia y en el que la cooptación era la única ley que
imperaba en la configuración de los órganos del partido y en la
confección de las listas electorales. El partido adquirió un poder
institucional inmenso, parejo a la aparición de casos de corrupción
que escandalizaron a la sociedad española. Esto fue así mientras
perduró el liderazgo de Felipe González y la autoridad indiscutible
de Alfonso Guerra sobre las estructuras orgánicas, lo que también
hizo posible que el PSOE actuara como un partido nacional que todavía
no había fragmentado la ambición de los barones regionales.
La
ascensión de Rodríguez Zapatero a la Secretaría General en el
congreso del 2000 –y, posteriormente, a la presidencia del gobierno
en 2004- alteró este relato: rompió con los consensos que hicieron
posible la Transición, y fue más allá; privilegió a los
nacionalistas, no sólo para hacer posible la gobernación, sino para
arrojar de forma suicida al PP fuera del juego democrático. Esto y
un discurso radical ocupando el espacio ideológico y electoral de
Izquierda Unida han sido sus señas de identidad. Sánchez es la
continuidad del zapaterismo, pero con un estilo más prepotente y una
exhibición de superioridad moral que roza lo grotesco. La vieja
ideología socialista –la que descansa en la igualdad- se ha
quedado reducida a los discursos para el consumo de masas y en el
reparto de subvenciones. El partido se ha configurado como una
máquina para ganar elecciones y mantenerse en el poder. Esta es su
verdadera ideología. Pero algo ha fallado. Aparte de que su gestión
de gobierno entre 2004 y 2012 fue un fracaso manifiesto, es que el
partido no se sabe lo que es. Sus dirigentes dicen que son un partido
socialdemócrata de corte europeo, mientras que sus bases han sido
adoctrinadas en el radicalismo y en la demonización de la derecha.
Sus operaciones de poder con Podemos para repartirse al alimón
Ayuntamientos y CC.AA. no les permiten engañar a nadie.
Siendo
PSOE y PP los dos partidos que se han alternado en el poder desde
1982, sobre ellos recae el mayor peso de lo que acontece en este
momento. Ahora está por ver que los partidos emergentes no
reproduzcan los mismos errores. Podemos ha sabido aprovechar muy bien
las debilidades del PSOE. Tomando como punto de partida una crisis
económica muy severa, que ha llevado a muchos miles de familias
españolas a la exasperación, ha elaborado un discurso emocional
–inherente a un populismo de izquierdas- que permite ofrecer a la
gente lo que quiere escuchar, aunque muchas de sus recetas están más
cerca del delirio voluntarista que de la realidad del entorno
geopolítico en el que vivimos, y, si no, tengamos presente la
experiencia de Syriza en Grecia. Su proyecto (donde asumen que sea
IU, su socio principal, el que enarbole las viejas banderas del
comunismo) es más propio de una sociedad latinoamericana que
europea, empezando por el perfil caudillista de su líder, que exhibe
una visión descarnada del poder, para cuya conquista todos los
ropajes de camuflaje político son válidos.
Ciudadanos
representa una verdadera incógnita si nos atenemos a los diferentes
pasos que va ejecutando. Partiendo de una posición ideológica
propia del liberalismo, lo que le permitió encontrar su principal
caladero de votos en el sector más abierto y crítico del PP, sus
últimos movimientos son un tanto desconcertantes. Su pacto con
Sánchez siempre nos pareció un error, porque le alejaba de su
primitiva posición de buscar un acuerdo con todos los partidos
constitucionalistas con apoyo a la lista más votada. Ahora no
sabemos si pretende reeditar el pacto con los socialistas a tenor de
la impostada agresividad que esgrime contra Rajoy y su partido, o si
está intentando cambiar de caladero y pescar en las turbulentas
aguas socialdemócratas. Lo que es poco serio es que los políticos
se nieguen a desvelar los pactos que piensan realizar y tomen por
idiotas a los electores. Tampoco es de recibo que Rivera cuando
denuncia la corrupción utilice torticeramente una doble vara de
medir como se comprobó en el debate a cuatro.
Y
no es lo peor, porque la fuerza moral de C’s residía no sólo en
su programa regenerador (cada vez más diluido) de la democracia
española sino en construir un partido capaz de romper con los viejos
hábitos de la partitocracia, y aquí es donde reside el gran fiasco
de C’s, que (siendo Rivera tan proclive a entrometerse en lo que
deben hacer los demás) oculta como puede una crisis interna que
alcanza a distintas provincias, donde detrás de una propaganda
engañosa sobre la maravilla de las elecciones primarias solo hay
unas prácticas aparatistas (donde el dedazo se impone siempre al
talento y a la transparencia) que lo convierten en un partido como
los demás, y que generan entre los afiliados un malestar crítico
creciente.
La
salida de esta crisis no se verá en estas elecciones ni se hará
realidad mientras no mejore nuestra clase política, aparezcan nuevos
liderazgos y se transformen nuestros partidos (los viejos y los que
se dicen nuevos). Así las cosas, no es sorprendente que la tercera
parte de los electores no sepan a quien votar.
GERARDO
HERNÁNDEZ LES
Málaga, 17 de junio de 2016