DESCENSO A LOS
INFIERNOS DE LA SANIDAD PÚBLICA
ANDALUZA: UNA TERRIBLE EXPERIENCIA
PERSONAL
Todos
sabemos que del gozo al sufrimiento hay a veces un solo paso, que una
situación satisfactoria puede volverse extremadamente penosa para
cualquiera en pocos segundos. El novelista Milan Kundera acuñó la
expresión “insoportable levedad del ser” para referirse a la
inconsistencia humana, a nuestra tremenda vulnerabilidad
constitutiva. No creo que exista un enunciado mejor. Nunca he hablado
acerca de mi vida personal en este Blog, porque entiendo que no
interesa a nadie. Hoy hago una excepción, como desfogue y como
denuncia abierta, para contribuir a que sea conocida la verdadera
situación de la Sanidad Pública en Andalucía, que no sé si será
una excepción perversa en el panorama español. Tras los enormes e incesantes recortes llevados a cabo por la Consejería de Salud de la Junta de Andalucía, la
situación de las Urgencias es caótica
en la mayoría, por no decir en la totalidad, de los hospitales
andaluces, sobre todo en Traumatología, al tiempo que el número de pacientes colocados en ese
limbo desesperante que son las listas de espera se
ha disparado exponencialmente. El caso de las Urgencias del Hospital Carlos Haya es tan manifiesto que el pasado mes de julio presentó la dimisión su jefe, el doctor Pedro Rodríguez. No
obstante, y como ya es costumbre, el SAS siguió manteniendo su
postura de siempre: negar la realidad y proclamar que la situación era la correcta para garantizar
en todo momento la debida atención a los pacientes.
Después de esta breve introducción preparatoria, voy a referirme a los terribles días que estoy viviendo desde la tarde del viernes 14 de octubre. Les explicaré con detalle la sucesión de hechos que me han venido sucediendo y cuya terminación se hará de esperar, porque la situación de la Sanidad Pública andaluza es peor que tercermundista. No sé cómo funcionaran los sistemas sanitarios de las otras comunidades autónomas españolas, pero mi experiencia me lleva a que pueda afirmar con conocimiento absoluto que cuando nuestros políticos hablan de la “mejor sanidad del mundo”, no saben lo que están diciendo o, lo que sería mucho peor, mienten con descaro y alevosía, como lo hacen en todo o casi todo.
Después de esta breve introducción preparatoria, voy a referirme a los terribles días que estoy viviendo desde la tarde del viernes 14 de octubre. Les explicaré con detalle la sucesión de hechos que me han venido sucediendo y cuya terminación se hará de esperar, porque la situación de la Sanidad Pública andaluza es peor que tercermundista. No sé cómo funcionaran los sistemas sanitarios de las otras comunidades autónomas españolas, pero mi experiencia me lleva a que pueda afirmar con conocimiento absoluto que cuando nuestros políticos hablan de la “mejor sanidad del mundo”, no saben lo que están diciendo o, lo que sería mucho peor, mienten con descaro y alevosía, como lo hacen en todo o casi todo.
Los hechos acaecidos son
estos:
Después de subir al
avión en el aeropuerto de Fumicino, me pasé de la fila en la que estaba ubicado mi asiento. Hube de retroceder unos metros por el pasillo, bloqueado por el personal que avanzaba en sentido contrario. Cuando por fin puede llegar a la altura de mi asiento, realicé un giro brusco de la pierna derecha para colocar la
bolsa que llevaba en el portaequipajes superior, dificultado por la estrechez del acceso, pues todo el mundo sabe de qué abusiva manera suelen aprovechar las compañías aéreas el espacio de sus aviones para transportar la mayor cantidad de pasajeros posible. La rodilla crujió y
con un dolor intensísimo caí desplomado sobre el brazo del primer
asiento. De ahí no pude moverme, porque, con toda probabilidad, como
después se ha visto confirmado, me había roto algún ligamento de la rodilla derecha y acaso algo más: lo supe desde el primer momento. Antes del aterrizaje en el aeropuerto de Málaga, las
azafatas conectaron con tierra y avisaron de la situación en la que
me encontraba, por lo que un empleado de AENA me esperaba en la
terminal para subir hasta la plataforma anterior a la cabina de los pilotos, trasladarme a las instalaciones del aeropuerto en un carrito de inválidos y, tras recoger la maleta facturada, me condujo a la parada de
taxis. Avisado uno de los taxistas de mi situación, a cambio de una
buena propina, accedió a llevarme hasta la puerta de mi domicilio en La Carihela, subir el equipaje y ayudarme a llegar hasta mi piso
agarrado a su brazo. Como no podía sostenerme en pié, se acercó al
lugar donde conservaba una muleta para que me ayudara a moverme con
todos los riesgos del mundo, ya que, roto el ligamento, con un dolor horroroso, la pierna
tendía a doblarse lateralmente por la rodilla y hacerme caer al suelo, desde el
que no no podría levantarme por mí mismo.
Pasé la noche en un grito. Avisado telefónicamente un buen amigo que
vive cerca, se prestó inmediatamente a llevarme a Urgencias del
Hospital Universitario Virgen de la Victoria de Málaga capital a la
mañana siguiente: por propia experiencia, sabía perfectamente que a esa hora (8:30 de la tarde) el
Servicio de Urgencias estaría más que atestado y la atención se
dilataría un tiempo impredecible.
Hospital Clínico Universitario Virgen de la Victoria |
A las 8:00 del sábado,
día 15, llegamos al hospital. No había absolutamente nadie en sala de espera de
Urgencias, por lo que me atendieron, es un decir, inmediatamente. La
doctora que estaba a cargo de los ingresos, después de preguntarme
qué me pasaba, dispuso que fuese conducido a la consulta de
Traumatología, o eso parecía, porque es lo que podía leerse en la
puerta del consultorio. Me recibió una doctora joven, que apenas si
permitió que le explicara lo que me había pasado: después de
decirme que me acto seguido me harían un radiografía, siguió en la animada
cháchara que mantenía con una compañera.
Como yo bien sabía, la
radióloga me avisó de que si se trataba de rotura de ligamentos, la
radiografía no serviría para diagnosticarla, ya que para ver el estado de los
ligamentos afectados sería preciso realizar una resonancia magnética.
Devuelto al consultorio de Traumatología, la doctora comentó que no
tenía roto ningún hueso, algo que ya sabía. Hizo que me tendiera
en una camilla y procedió a palparme la rodilla, moviendo la pierna
según consideró oportuno. Luego de que una enfermera procediera al
vendado de la pierna, la doctora sentenció, ante mi estupor, que no
tenía roto ningún ligamento, que se trataba de una luxación, que me fuera a mi casa, tomara Nolotil y durante unos días usara la muleta para moverme. Fue aquí
donde comenzó un calvario que todavía persiste cuando redacto estas líneas.
En el informe de alta de
Urgencia puede leerse (ver documentos 1, 2 y 3):
DATOS DE LA ATENCIÓN
DEL EPISODIO Nº 1737041
Motivo de consulta:
refiere rotura de ligamento de rodilla derecha.
JUICIOS CLÍNICOS
Gonalgia derecha
(Diagnóstico de derivación del alta)
TRATAMIENTO Y
RECOMENDACIONES
Observación
domiciliaria.
Nolotil, 1 comp/8 horas
durante 7-10 días.
Marcha con bastones
cargando progresivamente.
Acudir a su map (médico
de atención primaria) para seguimiento.
MÉDICO: Julia Rubio
Merino.
Documento 1 |
Documento 2 |
Documento 3 |
De regreso a mi casa,
procedí a leer con atención el documento sin comprender cómo
indicaba que fuese la doctora de mi Centro de Salud la que tuviera
que realizar el seguimiento de mi rodilla, cuando, por encima de los
problemas de desplazamiento, sabía que esos centros médicos no
están equipados para realizan resonancias magnéticas. Acto seguido,
llamé a un gran amigo y mejor médico para ponerle al tanto de mi
situación.
No me dejó acabar:
“¡Esto es un barbaridad, Pepe! Estás mucho peor que estabas, porque esa
señora no ha diagnosticado lo que te pasa. “Gonalgia” no supone
ninguna afección específica, simplemente significa “dolor de rodilla” escrito en
griego. Lo cierto es que se ha desentendido del asunto y te ha
despachado sin haberte atendido. No hace falta ser médico
para saber que sin una resonancia magnética no cabe diagnóstico
alguno y sin diagnóstico no puede haber tratamiento.
Pasé el resto del día
fatal, concentrando toda la atención en no caerme, ya que desplazar
lateralmente el pie o la pierna suponía que la rodilla, falta de
sujeción, se venciera hacia la izquierda, me quedara sin sustentación y me
fuera al suelo. En vista de la situación, con la ayuda de una amiga
cercana, fui a mi Centro de Salud para ver si mi médico de cabecera
encontraba alguna solución para mi situación. La doctora que me
atiende desde hace años me recibió aún sin tener pase para su
consulta, que no me facilitaron por teléfono en el centro médico ni
en el número centralizado del Servicio Andaluz de Salud: el cupo
para ella estaba completo para ese día y los inmediatamente
siguientes.
Cuando me recibió no
daba crédito a lo que en el Informe de Alta de Urgencia había
escrito la mencionada doctora Rubio Merino el día anterior.
Simplemente, tal como yo pensaba, carecía de medios y de
atribuciones para actuar como la situación requería. Me extendió
un pase de hospitalización urgente para que me atendieran nuevamente
en Urgencias del Hospital Clínico Universitario. Aguanté como pude que
pasaran sábado, domingo y lunes, ya que, como es sabido, los
especialistas no pasan consulta durante los fines de semana y los
lunes la aglomeración es tercermundista. Como no era capaz de ver salida
alguna y dado que mi situación era crítica, el martes día 18 me
presenté nuevamente en Urgencias del Clínico, ya que ayudado por mi portero,
pude bajar hasta la calle y tomar el taxi que me condujo al
hospital. Y es aquí donde viví el segundo e increíble acto de esta lastimosa historia:
La doctora de mediana
edad que me recibió en Traumatología escuchó con gesto impaciente
mi relato y pasó a leer el informe que le entregué. Inmediatamente
me espetó:
― A
ver si nos aclaramos. Aquí dice que tuvo usted una caída hace tres
meses, cómo se compagina esto con su percance del avión el pasado
viernes.
― Pues
se lo voy a decir con toda claridad: la doctora que me atendió no me
prestó ni puñetera atención, ya que no interrumpió ni por un
momento la animada conversación que mantenía con una compañera.
Eso explica su disparatado informe y que mi médico de cabecera se
asombrara de que hubiera ido a su consulta para poner en sus manos un
problema que no estaba en condiciones de resolver. Lea lo que
aparece escrito en el parte de hospitalización que le he entregado y
vea cómo sigo sin diagnosticar pasados cinco días desde mi
accidente, ya que para saber en qué estado están los ligamentos cualquiera sabe que es preciso realizar una resonancia
magnética.
― Pues
aquí en Urgencias no hacemos resonancias magnéticas...
― ¿Pero
qué me dice? ¿Entonces a dónde debo ir para que me hagan la resonancia magnética? ¿Al Corte Inglés...?
― La
resonancia deberá prescribírsela el traumatólogo cuando le vea en
su consulta, dijo endureciendo el gesto. Inmediatamente percibí que estaba a la defensiva y que no haría nada por resolver mi situación.
― ¿Pero
esto no es Traumatología? Al menos eso es lo que aparece escrito en la
puerta.
― En
Urgencias los traumatólogos especialistas vienen dos veces por
semana, así que, como ya le he dicho, deberá esperar en su casa a
que el traumatólogo le vea en la consulta.
Absolutamente confundido, todavía acerté a decirle:
― A
ver si acabo de comprender. ¿Acaso me está usted diciendo que en
Urgencias del Hospital Cínico Universitario de Málaga no me puede ver un traumatólogo y que no se hacen resonancias magnéticas.
― Exactamente. Eso mismo es lo que le estoy diciendo.
― ¡Pero esto
es increíble! ¡Es como para publicarlo en la prensa para que se entere
todo el mundo!
― Pues
publíquelo donde estime conveniente. Ese es el funcionamiento que
tenemos establecido y yo me limito a cumplirlo. Ya le he dicho todo
lo que le podía decir. ¿Quiere que le examine la rodilla o que no la
vea?
― Claro
que quiero. Para eso he venido en taxi desde Torremolinos.
La situación se había vuelto tan tan
tensa como hostil. Sentado en el carrito, me trasladé a la sala contigua, donde con todas
las dificultades del mundo conseguí encaramarme en una camilla para
que me examinara. Después de quitar el vendaje, la doctora me palpó la rodilla
y, sin decir nada, ordenó que nuevamente me vendaran la pierna. Lo
hizo una joven enfermera mientras hablaba calurosamente de sus
problemas profesionales con dos compañeras, mientras que dos
ayudantes de clínica contemplaban la escena en silencio: ¡Cinco mujeres
para vendarme la pierna! A continuación me colocaron sobre el
vendaje una pesadísima férula de plástico con dos flejes
laterales y agarraderas de velcro. Como no tardé en comprobar, mi
situación empeoró, porque la pierna que antes podía flexionar
ahora estaba tiesa y me pesaba como si me hubieran colocado una bota malaya.
Cojeando ostensiblemente, pasé al
despacho de la doctora, quien me confirmó que, efectivamente, creía
que tenía roto el ligamento interno y tal vez afectada la rótula,
algo de lo que, sin embargo, no dejó constancia en el Informe de Alta de
Urgencia, donde escribió: “Esguince L.L.I. De rodilla derecha.
(Diagnóstico de derivación al alta, tal vez para no comprometerse
demasiado en lo que puso por escrito. Menos mal que, antes de salir, me indicó que pasara por
Admisión para concertar la cita con el traumatólogo, que no me vería hasta el día 2 de noviembre en el Sanatorio Marítimo de
Torremolinos (Ver documentos 4, 5 y 6).
Documento 4 |
Documento 5 |
Documento 6 |
Como no avisó a nadie
para que me trasladara en el carrito de inválidos hasta la salida del
hospital ni yo quise pedírselo, salí de la consulta como malamente
pude y, tras recoger el dichoso pase, me acerqué con enorme
dificultad a la parada de taxis para regresar a mi casa. Otras cosa:
de ambulancias, nada de nada: misión imposible. Prefiero no
describir el esfuerzo que hicimos el taxista y yo para poder
introducir la pierna y la férula en el vehículo.
Algo había avanzado,
pensé por el camino para darme ánimos, ya que, por lo menos, tenía la certeza de que
el 2 de noviembre me examinaría un traumatólogo de verdad. Pero el resto del día representó un verdadero suplicio, no solo porque mi movilidad era prácticamente nula, sino porque a causa del peso de la férula, mi equilibrio era
más precario que hasta entonces lo había sido. Dormí en un sillón,
porque en el caso de haberme acostado, no habría podido levantarme de la cama.
Enterado de lo que me pasaba, a la mañana siguiente, miércoles 19 de octubre, apareció por mi casa uno de mis mejores amigos. En cuanto me vio,
inmediatamente comprendió el grave peligro que estaba corriendo,
porque si perdía el equilibrio no podría levantarme del suelo. Puso en guardia a otro amigo común, médico, para detallarle mi
situación. Ambos coincidieron en que lo mejor que podía hacer era ir a Urgencias
del otro gran hospital público de Málaga, el Hospital Carlos Haya,
estableciendo un turno entre ambos para que yo no permaneciera solo ni un
momento.
Hospital Carlos Haya |
Cualquiera que quiera ver
el impresentable estado de las Urgencias del Hospital Carlos Haya no
tiene más que pasarse por allí y comprobarlo. Tras casi cuatro
horas de espera, y acompañado de mi amigo médico, me hicieron pasar
a la consulta, donde una joven doctora me aguardaba con no muy buena
cara, tras ver que antes había pasado dos veces por Urgencias del
Hospital Universitario Virgen de la Victoria, que era al que estaba
adscrito por razón de domicilio.
Viendo que la doctora
escribía en el ordenador sin decir nada, mi amigo, el doctor
Hernández Les, empezó a decir que, “aunque había pasado muchos
años desde que se doctoró, en su vida había visto en España algo
parecido. Me cuesta trabajo aceptar ―añadió― que una carrera
tan vocacional como la Medicina se haya convertido en una sucesión
de trámites burocráticos que, encima, no sirven para resolver la
situación de un paciente que ingresa por vía de Urgencia. Después
de tres visitas a las Urgencias de dos Hospitales y una a su Centro
de Salud, este hombre sigue tan sin diagnosticar o como el primer día.
Yo no soy traumatólogo, pero todos los indicios parecen indicar
que que, al menos, tiene roto algún ligamento de la rodilla...
― Yo
tampoco soy traumatóloga...
― ¿Entonces
es que no hay ningún traumatólogo aquí que ahora mismo pueda
examinarlo...?
― Espérense
fuera, que ahora les llamaran, respondió para ganar tiempo: resultaba evidente que no sabía qué hacer ni qué justificación dar.
En menos de diez minutos, nos hicieron pasar a una consulta contigua en la que otra doctora nos esperaba avisada por la anterior. Su amplia sonrisa
fue lo primero que vi cuando me colocaron en la camilla.
― ¿Cómo
se encuentra?
― Estupendamente,
después de ver su sonrisa. Es el primer gesto amable que me han
dispensado desde que comenzó mi peregrinación por las Urgencias de
los hospitales de Málaga.
― Pues
es gratis y si quiere le puedo seguir sonriendo hasta que usted
quiera.
Supe que, por primera
vez, estaba en buenas manos. Me examinó con una minuciosidad que
antes no me habían demostrado, mientras explicaba que las Urgencias
de Traumatología eran atendidas por médicos no especialistas, pero
que ella llevaba mucho tiempo atendiéndolas y estaba más que
acostumbrada a ver todo lo que podía verse. Llamó a un enfermero,
verdadero especialista en vendajes, quien realizó un más que excelente
trabajo. Me puso una inyección de heparina en la barriga para
prevenir la formación de trombos, explicándome cuales era los pasos
que debería dar para ponérmelas yo mismo durante los diez días siguientes,
evitando que, dada mi situación, tuviera que desplazarme a mi Centro de Salud.
También me dio un valiosísimo consejo: Que me hiciera la
magnetoscopia en una clínica privada, de tal modo que cuando fuera
al traumatólogo en el Sanatorio Marítimo, se la colocara delante y
pudiera hacer un diagnóstico inmediato, ya que si no era así,
tendría que solicitarla y esperar entre diez o quince días más para saber los
resultados.
Todavía no acierto a
comprender por qué las dos doctoras que visité en el Hospital
Universitario Virgen de la Victoria no me lo aconsejaron ni que
tampoco cayeran en “el detalle” de recetarme la heparina. Parece
evidente que, dentro de la catástrofe escandalosa que son las
Urgencias de los hospitales Carlos Haya y Virgen de la Victoria, el
factor humano puede contribuir con su profesionalidad a mejorar los
padecimientos y la situación de los pacientes. Y si, encima, actúan
con la eficacia, comprensión y amabilidad que me demostró la
doctora Rocío Narbona, cuyo nombre menciono como agradecimiento a su
comportamiento conmigo, mejor que mejor.
Aunque esta penosa
historia estaba lejos de haber terminado, equivocadamente pensé que lo peor ya estaba superado. Me encontraba en mi casa, mis familiares y amigos próximos estaban pendientes de mi, una asistente boliviana que me ha facilitado una
congregación religiosa de Málaga, que responde por ella, viene cada
día a atenderme con un coste soportable. Aunque me seguía moviendo con la ayuda de un andador facilitado por un amigo, también gané cierta destreza para moverme con las muletas, y gracias a que el vendaje se mantenía sin
aflojarse, también había adquirido la autonomía necesaria para realizar de forma
autónoma las funciones más elementales, aunque supiera que no podía confiarme, pues el más mínimo fallo podría resultarme fatal. No me quedaba otra solución que esperar a que llegara e el día 2 de noviembre (¡dentro de catorce días...! para
que, por fin, mi rodilla pudiera se examinada por un traumatólogo
de verdad. Lo que viniera después nadie podría saberlo. En todo caso,
esperaba sin demasiada esperanza que el tratamiento no se hiciera esperar
y pudiera salir de una situación que, de tan kafkiana, no habría
creído posible que pudiera suceder en el país “con la mejor
Sanidad del mundo”, como proclaman a coro todos nuestros políticos.
Que la situación es de
absoluto descontrol lo prueba la enorme manifestación de protesta
que tuvo lugar en Granada el pasado domingo día 16 de octubre.
Quien conoce Granada sabe que es una ciudad tranquila. Que por debajo
de los estudiantes y los turistas no hay una masa social peleona sino
más bien conservadora. Sin embargo, el domingo pasado una auténtica marea blanca tomó la ciudad. Fue una manifestación
brutal. Entre 70.000 y 80.000 personas (en una ciudad de 250.000).
Para llegar a una protesta tan multitudinaria solamente se necesitan
dos factores: el cabreo generalizado de la ciudadanía y que alguien
aúne las protestas individuales y sea capaz de canalizarlas,
erigiéndose en líder.
En Granada ha sido el doctor Jesús Candel quien se ha convertido en adalid de la lucha contra el inmenso aparato burocrático de la Junta de Andalucía, un solo profesional de la Medicina contra uno de los mayores complejos hospitalarios de Europa, con un presupuesto cercano a los 9.000 millones de euros.
La multitudinaria manifestación de Granada: un ejemplo a seguir |
En Granada ha sido el doctor Jesús Candel quien se ha convertido en adalid de la lucha contra el inmenso aparato burocrático de la Junta de Andalucía, un solo profesional de la Medicina contra uno de los mayores complejos hospitalarios de Europa, con un presupuesto cercano a los 9.000 millones de euros.
Si repasan lo hasta aquí relatado, verán que después de mi visita del día 19 de octubre a Urgencias del Hospital Carlos Haya y concertada para dentro de un par semanas la cita al Sanatorio Marítimo de Torremolinos, me sentía moderadamente optimista y hasta pensé que lo peor de mi calvario parecía superado. Pero, ¡pobre e ingenuo de mi!, si siguen leyendo la crónica de mi desgraciadas andanzas por los vericuetos insondables de la Sanidad Pública andaluza comprobarán que estaba más que equivocado.
Siguiendo al pie de la letra las instrucciones de la Dra. Rocío Narbona, durante los diez días siguiente me inyecté en la barriga las inyecciones de heparina y el día 25 de octubre fui llevado a la consulta de la la Clínica Radiológica Martí Torres, instalada en el Palacio de Deportes Martín Carpena para que me hicieran la resonancia magnética que me me había sido negada por el SAS. Casi sobra añadir que obtuve la cita de un día para otro, que la prueba fue realizada satisfactoriamente y los resultados entregados en pocos días. Resulta evidente que cuando se va con el dinero por delante las cosas funcionan y las resonancias magnéticas existen.
No fue ninguna sorpresa comprobar que mis temores aparecían confirmados en el peor de los sentidos. En las conclusiones del informe de la exploración magnetoscópica, junto al DVD en el que cualquier especialista podría visualizar el estado de mi rodilla, se especificaba cuál era mi situación:
No fue ninguna sorpresa comprobar que mis temores aparecían confirmados en el peor de los sentidos. En las conclusiones del informe de la exploración magnetoscópica, junto al DVD en el que cualquier especialista podría visualizar el estado de mi rodilla, se especificaba cuál era mi situación:
1. Pequeños focos de edema subcondral en relación con lesiones osteocondriales postraumáticas en la superficie de carga del cóndilo femoral externo y en el borde posterior de ambos platillos tibiales.
2. Signos de rotura parcial de la inserción distal del ligamento cruzado anterior.
3. Imágenes sugestivas del desflecamiento meniscal o pequeña rotura radial en cuerno posterior del menisco interno y cuerpo del menisco externo.
4. Rotura parcial del ligamento colateral interno en rodilla derecha.
Como cualquiera podrá ver, no hace falta ser médico para saber el peligro que estaba corriendo cada día que pasaba, con la rodilla casi suelta, a riesgo de caerme al primer movimiento en falso que supusiera cualquier pequeño desplazamiento lateral de la pierna, algo que me sucedió en un par de ocasiones y que la suerte evitó que tuviera consecuencias, ya que en ambas ocasiones me desplomé, respectivamente sobre la cama y sobre una butaca. Con todas las alarmas encendidas, me mantuve los ocho interminables días que faltaban hasta el día 2 de noviembre, fecha de mi cita en el Sanatorio Marítimo.
Ahora prepárense para lo que viene, pues les aseguro que hace palidecer todo lo que llevaba experimentado hasta entonces y que puntualmente he venido relatando.
Ahora prepárense para lo que viene, pues les aseguro que hace palidecer todo lo que llevaba experimentado hasta entonces y que puntualmente he venido relatando.
Por fin llegó el ansiado momento en el que un especialista en Traumatología pondría fin al calvario que llevaba padeciendo desde hacía veinte días y me prescribiría el tratamiento adecuado.
Cuando fui conducido en silla de ruedas a la Sala de Yesos (?) del Hospital Marítimo de Torremolinos, me recibió la doctora Belén Martín Castilla, quien, ante mi sorpresa, lo primero que hizo en cuanto accedí a su consulta fue preguntarme la edad que tenía, luego se limitó a leer el informe de la resonancia magnética que le entregué, pero sin tocar siquiera el DVD donde podría haber visualizado la situación real de mi rodilla. Ante mi perplejidad, y como inspirada por el Espíritu Santo, dijo que a partir de los cuarenta años estaban desaconsejadas las soluciones quirúrgicas en la rodilla, porque podían causar más daños de los que los pacientes ya tenían, añadiendo que el estado en el que me encontraba se debía a un problema de artrosis propio de la edad y que, en consecuencia, el tratamiento aconsejado consistía en recurrir a infiltraciones de ácido hialurónico y, posteriormente, cuando me avisaran, a sesiones de rehabilitación.
Mi asombro fue tal que ni pude articular palabra. Aprovechando mi silencio, me extendió sendos pases para una posterior visita a la consulta de Traumatología y para las sesiones de rehabilitación, no sin advertirme que debería aguardar que llegase el turno que me correspondiese en una larga lista de espera. En resumen, que sin ningún tipo de vendaje me fuera a mi casa, que siguiera utilizando las muletas o el andador por precaución, hasta que mejorara y me viese en situación de moverme sin ayuda. A quien ponga en duda la exacta veracidad de mi descripción le advierto que el familiar que me acompañó es testigo presencial de esta increíble escena en la que me vi prácticamente privado de mi derecho a ser atendido por el SAS, no por causa de un diagnóstico médico sino por un dictamen político-administrativo que me atrevo a calificar de judicialmente punible.
Dado su comportamiento, en un primer momento pensé que la doctora que acababa de privarme de cualquier tipo de esperanza no sería traumatóloga, sino médico de familia trasvasada por conveniencia, al igual que todas las demás que anteriormente había visitado, pero me equivoqué absolutamente. En efecto, gracias a Internet pude comprobar con asombro que la Dra. Belén Martín Castilla es cirujana y que entre los años 2001 y 2006 hizo el MIR en Cirugía Ortopédica y Traumatología en el prestigioso Hospital Costa del Sol de Marbella.
Sigo sin comprender cómo una profesional titulada fue capaz de diagnosticar artrosis sin mirar siquiera en su ordenador el DVD de la resonancia magnética que le entregué, cuyo informe dice textualmente, tal como ya he dejado dicho, que mi rodilla presentaba rotura de dos de sus ligamentos con afectación de los meniscos, por lo que el riesgo de caerme al suelo y no poder levantarme seguía siendo absoluto y total. ¿Acaso no es evidente que actuó como obediente funcionaria policial al servicio de la nefasta burocracia del Servicio Andaluz de Salud y que, en su caso, las exigencias éticas derivadas del Juramento Hipocrático no aparecían por ninguna parte? ¿Cómo es posible que en España sucedan estas cosas y que el consiguiente escándalo no sea público y notorio? Me preguntaba, me pregunto...
Más que desolado, con todos los temores del mundo y algunos más, esa misma, sin duda producto de mi desesperación, tuve la súbita idea de ponerme en contacto telefónico con la clínica privada de uno de los más prestigiosos traumatólogos especializados en cirugía de rodilla de Málaga. Dada la gravedad de mi caso, obtuve la cita para ser atendido ocho días más tarde: el jueves día 10 de noviembre. Los días me pesaban como el plomo, pero sabía que el doctor que me atendería era una eminencia, ya era el mismo que me operó hace más de veinte años de una rotura del ligamento cruzado de la pierna izquierda, de la que no me he resentido desde entonces.
Con la resonancia magnética a cuestas me presenté en la citada clínica privada. Tras explicar al doctor el motivo de mi visita, pasó a mirar en la pantalla del ordenador cuál era el estado de mi rodilla antes siquiera de leer el informe complementario. Comentó que mi caso era muy poco frecuente, porque la rotura de ligamentos que padecía suele presentarse en los jóvenes deportistas, pero que de eso se trataba. Luego hizo que me tendiera en la camilla para palpar cuidadosamente la rodilla con sus manos expertas. En prevención de cualquier tipo de duda relacionada con el estado de los huesos, me indicó que debería hacerme unas radiografías muy específicas de ambas rodillas y que volviera en cuanto las tuviese. Sin perder tiempo, a la mañana siguiente, viernes 11 de noviembre, me hice las radiografías en la Clínica Santa Elena, próxima al lugar en el que resido.
Más que desolado, con todos los temores del mundo y algunos más, esa misma, sin duda producto de mi desesperación, tuve la súbita idea de ponerme en contacto telefónico con la clínica privada de uno de los más prestigiosos traumatólogos especializados en cirugía de rodilla de Málaga. Dada la gravedad de mi caso, obtuve la cita para ser atendido ocho días más tarde: el jueves día 10 de noviembre. Los días me pesaban como el plomo, pero sabía que el doctor que me atendería era una eminencia, ya era el mismo que me operó hace más de veinte años de una rotura del ligamento cruzado de la pierna izquierda, de la que no me he resentido desde entonces.
Con la resonancia magnética a cuestas me presenté en la citada clínica privada. Tras explicar al doctor el motivo de mi visita, pasó a mirar en la pantalla del ordenador cuál era el estado de mi rodilla antes siquiera de leer el informe complementario. Comentó que mi caso era muy poco frecuente, porque la rotura de ligamentos que padecía suele presentarse en los jóvenes deportistas, pero que de eso se trataba. Luego hizo que me tendiera en la camilla para palpar cuidadosamente la rodilla con sus manos expertas. En prevención de cualquier tipo de duda relacionada con el estado de los huesos, me indicó que debería hacerme unas radiografías muy específicas de ambas rodillas y que volviera en cuanto las tuviese. Sin perder tiempo, a la mañana siguiente, viernes 11 de noviembre, me hice las radiografías en la Clínica Santa Elena, próxima al lugar en el que resido.
Clínica Santa Elena |
Transcurrido el fin de semana, el lunes 14 volví a pedir cita para que el doctor me recibiera, cosa que hizo al día siguiente, martes 15 de noviembre. Este día lo recordaré toda mi vida. Después de confirmado que el diagnóstico era rotura de ligamentos y que la única solución posible era pasar por el quirófano, consultó brevemente su agenda y acto seguido me anunció que la intervención tendría lugar el martes día 22 de noviembre en el Hospital Parque de San Antonio.
Gracias a su diligente intervención, cosa que le agradeceré siempre, fui atendido de inmediato en el mencionado hospital, donde en menos de tres horas me realizaron el pre-operatorio, incluyendo la entrevista con el anestesista. Fue tanta la rapidez y la amabilidad de trato recibida que, acostumbrado a mi experiencia con el SAS, me costaba trabajo aceptar que me encontraba en el mismo país y hasta en la misma ciudad.
Gracias a su diligente intervención, cosa que le agradeceré siempre, fui atendido de inmediato en el mencionado hospital, donde en menos de tres horas me realizaron el pre-operatorio, incluyendo la entrevista con el anestesista. Fue tanta la rapidez y la amabilidad de trato recibida que, acostumbrado a mi experiencia con el SAS, me costaba trabajo aceptar que me encontraba en el mismo país y hasta en la misma ciudad.
Hospital Parque de San Antonio |
El calificativo “escandaloso” me parece benévolo para referirme al contraste abismal que he dejado descrito entre la falta de atención por parte del SAS (¡un mes entero sin diagnosticar y sin posibilidades de tratamiento!) a las atenciones recibidas por la medicina privada, que en en tres días, descontando el fin de semana, había resuelto eficazmente mi situación y colocado ante mis ojos la luz que ya veía brillar al final de oscuro túnel por el que me he venido literalmente arrastrando desde el día 14 de octubre.
No quiero ni debo poner punto final a esta crónica casi marciana sin solidarizarme con todos aquellos que en circunstancias parecidas a la mía no están en situación, porque su situación económica se lo impide, de acudir a la medicina privada para resolver unos padecimientos que el SAS ignora olímpicamente, faltando a su obligación legal de socorrerles. Todo indica que el inicio del proceso de mi curación ha llegado, pero compadezco con toda mi alma a los pacientes que ven pasar los días sumidos en la desesperación, esperando del SAS una respuesta asistencial que nunca llegará.
Por último, quiero dar un consejo a mis amigos y a todos los que me lean: Si viven en Andalucía y pueden costearlo, aunque suponga un cierto esfuerzo económico, no dejen para más adelante hacerse un seguro médico de asistencia privada. Mi terrible experiencia puede estar aguardándoles a la vuelta de la esquina. Piensen que mañana puede ser demasiado tarde.
POST
SCRIPTUM
Tal
como estaba previsto, el día 22 de noviembre fui operado en el
Vithas Hospital Parque de San Antonio por el Dr. Alejandro Espejo
Baena. La intervención fue de cirugía mayor: anestesia total, dos
horas y media de duración, implante de los ligamentos lateral
izquierdo y cruzado de la rodilla derecha con regulación de ambos
meniscos. A la salida del quirófano, el doctor Espejo explicó a mi
familia que la operación había sido exitosa, por lo que la
recuperación sería total. Una vez instalado en mi casa, en días
alternos me ha visitado una enfermera para realizar las oportunas
curas.
Finalmente,
el día 5 de diciembre acudí a la consulta del Dr. Espejo para que
me quitara las grapas de sutura, confirmando el cirujano que mi
proceso de curación era tan bueno como esperaba: por no padecer
artrosis, la intervención había sido posible, ya que en otro caso,
habría necesitado también una prótesis de rodilla. Hace dos días
que me visita un fisioterapeuta para llevar a cabo el imprescindible
proceso de rehabilitación que me haga recuperar la movilidad de la
rodilla. Será un proceso largo, pero tengo claro que gracias a la
medicina privada me he librado de estar cojo para todo lo que me
quede de vida. No puedo dejar de pensar en todos aquellos
desgraciados que, en una situación parecida a la mía, permanecen a
la espera de un tratamiento por parte del Servicio Andaluz de Salud
que nunca llegará.
Otra
cosa. He recibido por parte del SAS una citación para que el día
próximo día 15 de diciembre (¡dos meses después de mi
accidente!!) me presente en la consulta de Medicina Física y
Rehabilitación del C.P.E. San José Obrero para ser clasificado e
incluido en la lista de espera de rehabilitación. Por prudencia y para evitarme pesadillas, mis amigos médicos han preferido no responder a la pregunta de qué me sucedería en el caso de iniciar un proceso de
rehabilitación sin que se me haya hecho resonancia magnética, sin diagnosis clínica y sin haber sido operado, es decir, ¡con los ligamentos rotos y la pierna colgando...! Miedo me da solo de imaginarlo.