miércoles, 28 de octubre de 2020

 

           INFORME SOBRE CIEGOS


                                                “¡Guías ciegos, que coláis el mosquito

                                                  y os tragáis el camello!.”

                                                                                            Mateo 23:24



El texto que sigue es del gran escritor argentino Ernesto_Sabato. Forma parte del “Informe sobre ciegos”, que aparece incluido en su inclasificable novela (?) "Sobre héroes y tumbas". Escribe Sabato:

Hay mucho todavía que decir sobre esto de los poderes infernales, porque acaso algún ingenuo piensa que se trata de una simple metáfora, no de una cruda realidad. Siempre me preocupó el problema del mal, cuando desde chico me ponía al lado de un hormiguero armado de un martillo y empezaba a matar bichos sin ton ni son. El pánico se apoderaba de las sobrevivientes, que corrían en cualquier sentido. Luego echaba agua con la manguera; inundación. Ya me imaginaba las escenas dentro, las obras de emergencia, las corridas, las órdenes y contraórdenes para salvar depósitos de alimentos, huevos, seguridad de reinas, etcétera. Finalmente, con una pala removía todo, abría grandes boquetes, buscaba las cuevas y destruía frenéticamente: catástrofe general. Después me ponía a cavilar sobre el sentido general de la existencia, y a pensar sobre nuestras propias inundaciones y terremotos. Así fui elaborando una serie de teorías, pues la idea de que estuviéramos gobernados por un Dios omnipotente, omnisciente y bondadoso me parecía tan contradictoria que ni siquiera creía que se pudiese tomar en serio (…)

Mi conclusión es obvia: sigue gobernado el Príncipe de las Tinieblas. Y ese gobierno se hace mediante la Secta Sagrada de los Ciegos. Es tan claro todo que casi me pondría a reír si no me poseyera el pavor”.



Utilizando al límite los recursos expresivos que toma especialmente del surrealismo, Sabato logra subvertir el razonamiento platónico: la caverna es en verdad el mundo tal cual lo vemos, y los ciegos, esa secta hegemónica que domina el mundo, son los portadores de una verdad escondida en los lugares más remotos y oscuros de la existencia y el universo. Pero no debemos ser ingenuos y es necesario comprender que la intención del escritor argentino es invitarnos a un despertar desde lo profundo y a un análisis exhaustivo de lo que llamamos lo “real”. Si nos fijamos, la tradición literaria nos ha presentado una gama de ciegos que suele presentar una característica común: el ciego ve más allá que el vidente. Un más allá profundo y revelador, pero Sabato aventura una posible vuelta de tuerca que a la vez resulta muy simple. Como él mismo confesó en una entrevista: los ciegos son “una metáfora del mal”.

Siempre que vuelvo a adentrarme en el “Informe sobre ciegos” experimento el mismo desasosiego que me produjo este relato hace ya muchos años, cuando lo leí por vez primera por mandato expreso de mi inolvidable Rafael Pérez Estrada, poco después de que en mayo de 1981 apareciera la edición de Seix Barral en la ya mítica Biblioteca Universal Formentor. Entonces no podía imaginar que algunos años más tarde tendría la oportunidad de conocer al admirado maestro de la literatura en lengua española y hasta de compartir mesa y mantel con él y con Matilde, su inseparable compañera, en mi ciudad de Málaga, por donde pasó en agosto de 1990 para pronunciar una conferencia en el salón de actos de la hoy inexistente Caja de Ahorros Provincial de Málaga, en la que yo desempeñada por aquel entonces la jefatura de la Obra Social y Cultural. No deja de ser una terrible paradoja que, como a su genial compatriota Jorge Luis Borges, un hombre del que emanaba tan deslumbrante claridad viviera amenazado por la ceguera que, en su caso, afortunadamente no llegó a a ser total, lo que, haciendo un gran esfuerzo, le permitió dedicarse a la pintura, su otra gran pasión junto con la literatura, hasta poco antes de su muerte, acaecida en abril de 2011.



Más que por su enorme obra literaria, cuando conocí en Málaga al gran escritor argentino era más famoso para la gran mayoría por haber presidido la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas, creada por el presidente Raúl Alfonsín cuando terminó la dictadura militar argentina para recoger, testimoniar y documentar minuciosamente la existencia de los centros de detención ilegal y de tortura, así como los miles de desaparecidos durante una de las represiones más sangrientas practicadas en un período no bélico desde el poder político y militar. El informe se tituló “Nunca Más”, aunque ha pasado a la historia como “Informe Sabato”. Fue entregado al presidente Alfonsín el 20 de septiembre de 1984, dando origen al procesamiento y condena de los máximos responsables de las juntas militares de la dictadura, que fueron enviados a la cárcel. Sabato se opuso siempre a las leyes de Punto Final y a los posteriores indultos concedidos por el peronista Carlos Menem.


Ernesto Sábato entrega al presidente Raúl Alfonsín
el Informe Nunca Jamás

Volviendo al momento de mi almuerzo con con Sabato, recuerdo que le mencioné mi incondicional admiración por su producción literaria y lo mucho que me había impresionado su “Informe sobre Ciegos”. Creo que le sorprendió un poco que el representante de una entidad financiera le valorara tanto y, aunque no dijo nada, durante unos breves instantes me miró con mayor intensidad. Han pasado muchos años desde entonces, pero recuerdo perfectamente que en algún momento de nuestra conversación hizo referencia a la terrible experiencia vivida durante la larga represión minuciosamente programada y llevada a cabo por las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, a la que se refirió como “terrorismo de Estado” y “crimen contra la Humanidad”, así como la ceguera de medio mundo y hasta de una parte nada despreciable del propio pueblo argentino, incluidas las más altas instancias de la jerarquía católica, que prefirió mirar hacia otro lado para no ver la espantosa magnitud de lo que estaba pasando. Pero, según me dijo, lo que más íntimamente conmovió su ser fue comprobar, a medida que iba examinando la ingente documentación encontrada, que la violencia existía porque había personas que encontraban placer en practicarla. Que infringir con las propias manos los más feroces tormentos, experimentar las más inimaginables técnicas de tortura a criaturas indefensas podía resultar gozoso a mucha gente aparentemente normal. Que, en definitiva, hacer el Mal podía convertirse en una pasión del alma, en una experiencia gozosa.



En conexión con la experiencia del mal, también hablamos del dolor humano. Con las impresiones de nuestro encuentro todavía calientes hice en mis papeles algunas anotaciones aproximativas a lo que dijo: “Toda vivencia dolorosa nos cuestiona enteramente la vida, empezando por la existencia de Dios, porque los grandes sufrimientos nos llevan a contemplar el mundo con mayor hondura. Es un gran misterio, y por eso no lo podemos explicar. La razón logra abarcar el absurdo pero no alcanza a penetrar los misterios. Desde luego, no quiero decir que esté en contra del placer, pero detesto la desmedida frivolidad de nuestros días. Sin duda el dolor, a través de la Historia, ha sido la fuente de grandes creaciones. Si por un momento tenemos la certeza de que el hombre, como dijo Nietzsche, es el animal más perverso de la creación, ¿por qué no creer que estos seres bondadosos y pobres son la reserva de la humanidad? El amor es una utopía por la que vale la pena vivir y morir. Durante estos últimos siglos todo se ha subordinado a la razón, hasta tal punto que la mayoría de las personas cree que los grandes problemas existenciales se resuelven con razonamientos. Nada de eso, los temas fundamentales del hombre suceden de la corteza cerebral para abajo. Yo soy un hombre por momentos pesimista y por momentos creyente y utópico, pero de carácter poco abatido. Siempre he luchado en la vida. Ahora bien, no cabe llegar a la vejez y no sentir nostalgia de la vida, de las personas que ya no están aquí, aún de los grandes desencuentros. Pero no estoy abatido, porque siempre he sentido una enorme pasión por la vida. Creo, como dijo Camus, que “no hay amor de vivir sin desesperación de vivir”. Más que en la razón, mi azarosa vida me ha llevado a encontrar apoyo en “las razones del corazón” de las que hablaba Pascal”.




Cuando miro hacia atrás, cosa que casi nunca hago porque siento horror al vacío, me perturba la certeza de que no estuve a la altura de la rara fortuna que la vida me deparó al encontrarme frente a frente con uno de mis monstruos literarios favoritos. Una sensación de frustración que encuentra su réplica en todas las ocasiones de mi vida en las que he tenido el privilegio de conocer personalmente a algunos de los más extraordinarios escritores que he admirado. Tal vez me intimidó su proximidad, aunque en el trato se mostraron entrañablemente cercanos tanto él como Matilde, acaso temí aprovecharme del papel de anfitrión que como delegado de la institución que le había invitado a pronunciar su conferencia yo representaba. De aquella conversación, donde lo no dicho fue tan importante como lo expresado, funcionó la regla consistente en que el discípulo mira callar a los maestros, aunque más tarde se pregunte qué pensarían ahora de enjuiciar los acontecimientos espantosos que nos está tocando vivir y en absoluto comprendidos por causa de una ceguera casi general vinculada a la aparatosa falta de referentes, que solamente puede sostenerse cuando la propaganda masiva sustituye a la información y es utilizada como anestésico por los poderes que rigen nuestro mundo para entronizar el Pensamiento Único, que ha entrado ya a formar parte esencial de la maldita realidad nuestra de cada día.

La formidable personalidad de Sabato se me quedó grabada en lo más profundo. Tal vez por conocer su paso, aunque ya remoto, remoto por el Partido Comunista argentino, me sorprendió que el escritor abiertamente confesara sentirse más espiritualmente religioso conforme el tiempo pasaba, aunque abrumado por las grandes contradicciones que siempre le habían acompañado. Me llamó la atención que la confianza en la vida que había observado en la gente más pobre y desvalida, tan parecida al fervor religioso, le inclinara a creer en la inmanencia de un Dios oculto detrás del sufrimiento humano: “Gandhi decía que no habría podido alcanzar a Dios sin el hombre, quizá hoy yo pueda afirmar lo mismo”, terminó diciendo.

En todo caso, aparte de la diferencia en edad, de las enormes distancias entre nuestras circunstancias vitales y de la más que reconocida superioridad de su talento, desde mi encuentro con Sabato he tenido tiempo para reflexionar que Sabato había experimentado en carne propia lo que supone la encarnación del Mal, que para mi era por aquel entonces un concepto puramente abstracto, más conceptual o literario que real. Todavía me quedaba por por vivir muchos horrores escondidos en la normalidad cotidiana para llegar a vislumbrar que, como Sabato desoladamente confiesa, “extraviado en un mundo de túneles y pasillos, el hombre tiembla ante la imposibilidad de toda meta y el fracaso de todo encuentro”.

 



Desde una concepción existencialista, para Sabato la novela no debe abandonarse a la pura objetividad de la ciencia, ni a la mera subjetividad del hombre, sino alcanzar “una síntesis entre el yo y el mundo, entre conciencia e inconsciencia, entre sensibilidad e intelecto”, a fin de lograr una superación de esa dualidad propuesta por Platón del mundo de la ideas (interior) y el mundo sensible (exterior) que dio origen a todas las dualidades posteriores que se presentarían (quizás por malas interpretaciones de la propia filosofía platónica) a priori irreconciliables: cuerpo-alma, belleza-fealdad, cielo-infierno, Dios-Satán, luz-oscuridad. De ahí que en “El escritor y sus fantasmas” manifieste su convicción de que “la filosofía, por sí misma, es incapaz de realizar la síntesis del hombre disgregado: a lo más puede entenderla y recomendarla. La auténtica rebelión y la verdadera síntesis no podía provenir sino de aquella actividad del espíritu que nunca separó lo inseparable: la novela”. 

En “Antes del fin”, ese libro único que constituye su testamento espiritual, el maestro dejó un esperanzador mensaje que define en verdad el espíritu optimista de su aparente pesimismo que no es más que un instinto de supervivencia: “en tiempos oscuros nos ayudan quienes han sabido andar en la noche. (…) Siempre habrá algunos empecinados, héroes, santos y artistas, que en sus vidas y en sus obras (…) nos ayudan a soportar las repugnantes relatividades. (…) El hombre sólo cabe en la utopía. Sólo quienes sean capaces de encarnar la utopía serán aptos para el combate decisivo, el de recuperar cuanto de humanidad hayamos perdido”. 

Quizás simplemente ese lugar donde habita la utopía sea el sueño o la muerte, ya que resulta imposible de ubicar en nuestro mundo tal y como es. O finalmente, ¿quién sabe?, exista una “secta” antitética a la de los ciegos, una secta de santos, benefactores y humanistas pertenecientes a una casta secreta que trabaje por conducir a la humanidad hacia la utopía: de existir dicha logia, indudablemente Ernesto Sabato ha sido uno de sus más señalados miembros. Por eso, en homenaje suyo y como reconocimiento al impacto que me produjo su extraordinario “Informe”, llamé “Cofradía de los Hermanos Ciegos” a la sociedad secreta de carácter iniciático con la que al final de sus extraordinarias peripecias se encuentra Arturo Bernal, el protagonista de mi novela “El Fuego de San Telmo”, que resultó ganadora del V Premio Ciudad de Salamanca de Novela.







domingo, 4 de octubre de 2020

 

              EL REY AL QUE HAN DEJADO DESNUDO

                      Por Francisco Rosell, director de El Mundo, 

                                    Sábado, 3 octubre 2020

En el curso de la visita que giró el lunes a la reformada sede madrileña de la Fundación Ortega-Marañón, en su primera aparición tras impedirle Sánchez entregar en Barcelona sus despachos a los nuevos jueces por primera vez desde su entronización, se registró la curiosa instantánea de Felipe VI frente a uno de los retratos más característicos del filósofo. La imagen evocaba la anécdota que se cuenta del encuentro -más bien choque por sus consecuencias- del pensador con Alfonso XIII y que aceleró el republicanismo del que luego se arrepentiría Ortega ante la deriva del nuevo régimen del que fue partero con su Agrupación al Servicio de la República. Al interesarse el monarca por qué disciplina impartía el docto catedrático y contestarle que «de metafísica, señor...», Alfonso XIII le indicó sonriente: «Eso debe de ser muy complicado».

Conociendo su prudencia, seguro que Don Felipe no se habría permitido la broma que tanto pareció irritar a un Ortega indispuesto con el monarca por propiciar la dictadura primorriverista. Por su carácter, desde luego, bien diferente al de su bisabuelo y al de su padre, al que le cuadra más esa facundia. Pero también por los tiempos recios en los que le ha correspondido reinar y que se encaminan a los del metafísico que hubo de rectificarse a sí mismo. Tras romper amarras con la Monarquía con su explosivo alegato de «¡Españoles, vuestro Estado no existe! ¡Reconstruidlo! Delenda est Monarchia», tuvo que entonar al poco, a raíz de quemarse iglesias y conventos, su histórico «¡No es esto, no es esto!».



En el umbral de la Guerra Civil, quien pasaba por ser la cabeza más lúcida e influyente de España confesaría amargamente su inmenso error a un Cambó que demostró conocer mejor el paño con personajes tan desleales con la República como Macià y Companys. Por eso, cuando al líder catalanista le invitaron a recorrer el Real Club de Polo de Barcelona y le anunciaron su proyecto de crear un club para gentlemen al estilo inglés, inquirió no sin sarcasmo: «¿Y de dónde piensan sacar a los señores?».

No es casual que España sea el único país europeo que, tras dos terribles experiencias, ha retornado a la Monarquía por ser más inclusiva que la República. Así, siempre fue más fácil manifestarse republicano con la monarquía que monárquico con la república hasta el punto de alentar sublevaciones, como la de 1934 en Asturias y Cataluña, para impedir que la mayoría parlamentaria de derechas de Gil-Robles y Lerroux alcanzara el Gobierno. Esa dinámica perversa la reemprendería Zapatero en 2003 como protector del Pacto del Tinell, suscrito por PSC, ERC e Iniciativa para hacer president a Maragall, que establecía un cordón sanitario contra el PP, si bien nadie lo había verbalizado como el vicepresidente Iglesias al sentenciar en las Cortes que la derecha no volvería a sentarse en el Consejo de Ministros.



Lo cierto es que, al cabo del Trienio Iliberal trascurrido desde el histórico discurso real del 3 de octubre de 2017 contra la declaración de independencia de Cataluña, en el que Don Felipe ejerció su rol constitucional de «cabeza de la nación» ante la pasividad del Gobierno de Rajoy que daba por no acontecidos los hechos que tenían lugar y la actitud contemplativa de la oposición, el golpe catalán sigue su curso, más allá de las escaramuzas por liderarlo de Puigdemont y Junqueras, y sus organizadores supeditan la gobernación de España auspiciando un cambio del régimen por la vía de los hechos consumados. En manos de quienes buscan su descomposición, pronto España dejará de ser, como señalaba el canciller de hierro Bismark, el país más fuerte del mundo, pues lleva siglos intentando destruirse sin lograrlo.

En el tránsito, la coalición Frankenstein que sostiene a un Sánchez hipotecado por los separatistas devalúa las Cortes a la condición de sucursal del Parlamento catalán donde se insulta y veja al Rey sin llamada alguna al orden por una presidenta de la Cámara, Meritxell Batet, perfectamente intercambiable con Forcadell o Torrent, que, en cambio, amordaza a la oposición usando ventajistamente el reglamento. Al tiempo, la televisión pública española funge de terminal del canal independentista TV3 con los golpistas tratados a cuerpo de rey -incluido el prófugo Puigdemont a quien se blanquea como antes al etarra Otegui- y los constitucionalistas debiéndose justificar por estar al servicio de la legalidad en un medio fuera de la misma con una administradora única que Sánchez nombró por el mismo artículo 42 por el que el antojadizo rey del País de las Maravillas hacía su santa voluntad saltándose a la torera el Estatuto de la RTVE.

Como ahora pretende -subiendo la apuesta- con el Consejo General del Poder Judicial para burlar la mayoría cualificada que exige la Constitución y a la que no llega sin el concurso del PP, de modo que Sánchez se erija en administrador plenipotenciario de la Justicia sometida al poder político suprimiéndose la división de poderes consustancial a una democracia digna de tal nombre. Desde que preside el Consejo de Ministros merced a una sentencia falsa contra Rajoy, a Sánchez no se le pone nada por delante y, para que no pueda hacerlo ningún tribunal, se procura los medios para poner a los jueces a sus órdenes como acaece con la servil Fiscalía General del Estado.



Si España financiaba a manos llenas a quienes querían destruir la primera nación que ha existido en el sentido moderno, ahora fía su gobernación a esas mismas fuerzas disolventes. Primero, Sánchez legitimó la asonada del 1-O para ser presidente y ahora trata de legalizarla mediante la reforma exprés del Código Penal del ministro socialista Belloch. Al rebajar la pena de sedición por el que fueron condenados por el Tribunal Supremo, los golpistas serían rehabilitados para ejercer nuevamente cargos públicos, amén de posibilitar la repesca con todos los parabienes al evadido Puigdemont. Todo ello en contra de lo prometido en campaña por Sánchez para engatusar a la opinión pública diciendo lo contrario que ha terminado haciendo.

Para favorecer el proceso, les resulta primordial invalidar el rol constitucional de un monarca al que, por saber estar en su sitio, se le intenta quitar el sitio haciéndole su pagar su llamamiento televisado de hace tres años contra la intentona golpista del secesionismo. En este sentido, buscan embridar a Felipe VI para que no se interponga en un cambio de régimen en el que el dilema no es, como algunos despistados suponen, entre monarquía y república, sino entre democracia y tiranía, aunque la autocracia se enmascare porque, como admite Iglesias, la palabra democracia mola -«por lo tanto, habrá que disputársela al enemigo»-, mientras dictadura, aunque sea del proletariado, no hay forma de venderla a la gente.


Como comprobó España en sus experiencias anteriores, saldadas de modo dramático la primera y de forma trágica la segunda, no se puede tomar el nombre república como sinónimo de libertad porque la mayoría de las dictaduras -apellidadas populares en los países comunistas- se autodenominan repúblicas; en cambio, todas las monarquías europeas descuellan como democracias. De este falaz modo, el Rey que trasladó su aliento a los catalanes con su manifestación de que «no están solos, ni lo estarán», sufre el desamparo de un Gobierno socialcomunista en el que Sánchez e Iglesias se reparten los papeles. Mientras el segundo acecha a Felipe VI, el presidente le impide desempeñar de facto sus atribuciones de Jefe de Estado, a quien quiere confinado en La Zarzuela y obligado a pedirle la llave cada vez que quiera asomarse a la calle.

No es tolerable que, para justificar el injustificable veto al Rey en la entrega de despachos a quienes administran Justicia en su nombre precisamente, se diga que se evitó para «velar por la convivencia en Cataluña», como asevera el ministro Campo. Abonando las tesis independentistas cuando Don Felipe no ha hecho otra cosa que personarse allí donde hay que estar a las duras y a las maduras -singularmente en Cataluña- sin descomponer la figura y sin otro rictus que la gravedad de su semblante. Aquel absentismo que, en el Cantar del Mío Cid, Don Rodrigo Díaz de Vivar le echa en cara a Alfonso VI: «Muchos males han venido / por los reyes que se ausentan», no cabe achacársela a Don Felipe, por lo que tampoco cabe argüir el lamento del campeador burgalés: «¡Dios, ¡qué buen vassallo, si oviesse buen señor!».

La jactancia de Sánchez ha llegado al punto de amenazar tácitamente, mientras su vicepresidente lo expresa de forma tajante, que ojito con salir en defensa del monarca porque puede ser contraproducente para la Corona. Es tal su cinismo que acusa de patrimonializar las instituciones a quienes salen en rescate de lo que él hace público desprecio para que, de esta guisa, la demolición constitucional salga expedita y gratis. Esta maniobra tranquiliza a esos avestruces humanos que se hacen a la idea de que, por no darse por enterados, los peligros van a desaparecer. Los campos de batalla de la Historia certifican que la política de apaciguamiento sólo desguarnece las defensas y agiganta la ambición enemiga. Ya Aristóteles reparaba en la estupidez de aquellos que «no se irritan en las cosas que deben» y la de quienes «no se enojan como deben, ni cuando deben, ni con quien deben».



Si el monarca fue el principal bastión contra la asonada catalana, la mayoría socialcomunista no quiere que ocurra otro tanto con la extensión del golpe de Estado al conjunto de la nación. No hay que darle más vueltas a lo obvio y que, como en la carta secreta del relato de Poe, reposa encima de la mesa a la vista de quien quiera dar uso a sus ojos. Por eso, resulta indispensable preservar la figura de Felipe VI que, al modo del clavillo del abanico, une y engarza todas las varillas del régimen constitucional. Se lo aclaró Serguéi Diáguilev, quien trajo a Occidente los Ballets Rusos, a Alfonso XIII. Cuando le inquirió -«Usted, ni toca el piano ni es compositor ni baila ni dirige el espectáculo. Entonces, ¿a qué se dedica?»-. Diáguilev le puntualizó: «Majestad, igual que vos. No trabajo, no hago nada. Pero soy indispensable».

Al igual que este Rey al que dejan desnudo, pero que quieren presentar como dignamente vestido aquellos que presumen de querer protegerlo. Sánchez e Iglesias son como la pareja de sastres embaucadores del cuento de Andersen que tuvieron engañado al monarca con aquella inexistente prenda hasta que un niño gritó: «¡Pero si va desnudo!». 

En la encrucijada española, la alerta ha provenido de la juez más brillante de su promoción cuando, al ver el menosprecio a Don Felipe y a la Justicia, exclamó: «¡Viva el Rey!». No se pasaron «cuatro montañas», como susurró el ministro y captó un indiscreto micrófono, sino que quienes lo hicieron saben que la fe puede mover montañas si se está dispuesto a preservar el preciado don de la libertad.