YO TAMBIÉN SOY GRIEGO
Atenas: Museo Nacional |
¿Cuántas veces en los últimos dos años hemos escuchado por boca de los políticos españoles la estúpida afirmación, por geográficamente obvia, de que España no es Grecia? Con tales palabras, repetidas hasta la saciedad como si tratara de un mantra religioso, hemos pretendido interponer una barrera conceptual que apartara nuestras conciencias de las privaciones que en nuestros días afligen al pueblo griego, como si con torpes palabras, fabricadas por el egoísmo y la cobardía, pudiéramos camuflar la tremenda realidad de que la raíz de los males que hoy asolan Grecia sea muy semejante a la de los problemas que hoy soportamos los españoles a causa de la crisis.
Una realidad, cualquier realidad, no se desvanece con exorcismos, ni acogiéndonos por interés a las mentirosas palabras que en apestoso diluvio pronuncian solemnemente nuestra vergonzante clase política, sino con actos firmes de buen gobierno. Si Grecia es excluida de Europa, algo que parece muy probable, debemos ser conscientes de que serán España y Portugal las naciones que ocupen, por méritos propios, su papel de apestados en el escenario de la farsa que hoy representa la Unión Europea. Un espectáculo que, si bien presenta tintes de comedia burlesca para la clase política en su conjunto, es un terrible drama para todos los que sufren en sus carnes las peores consecuencias de los desvaríos de Europa y la desvergüenza voraz de nuestros propios gobernantes carpetovetónicos, los que hoy ocupan el poder y los que les precedieron: léase PP y PSOE, más ese corifeo de bergantes neonacionalistas instalados en el despilfarro glotón representado por el potaje de siglas que puebla el mapa de lo que alguna vez fue España.
Que nadie nos engañe. Las tribulaciones del pueblo griego son nuestras propias tribulaciones y cuando Grecia caiga, los españoles nos deberemos ir preparando para asumir y representar con la dignidad griega el poco honroso papel al que estamos abocados: ser comparsas de un drama en el que el fatum no viene dado por un destino aciago, sino por el mal gobierno de la casta política que, tomando en vano nuestro nombre, lleva instalada en el poder desde hace más de treinta años.
Por todo esto, proclamo en alta voz que yo también soy griego.
Monumento a Leónidas, héroe de Las Termópilas |
El Efebo de Antequera |
Por
los dioses de Atenas
No es Lord Byron ni estamos en Missolonghi.
Tampoco me refiero a algún
notable ateniense.
La esforzada palabra es de un joven ático,
que en la tierra yace y al aire musita:
“Por Grecia y por nuestra libertad hemos combatido”.
“Por Grecia y por nuestra libertad hemos combatido”.
Ni la Academia entera galoneada
de oro
vale la palabra de este aprendiz
de héroe.
Sólo con tales pensamientos florecieron las sagas
de los antiguos
dioses, de Atenea protectora
y de Dionisos, el dios que
inflama los teatros.
Un hoplita caído en la batalla apretaba el escudo
que iluminó por un instante la herida en su costado.
Un hoplita caído en la batalla apretaba el escudo
que iluminó por un instante la herida en su costado.
Es sabido que los políticos aman las arengas huecas,
las promesas que pronto se
truecan en mentiras,
pero los altos ideales tan solo se alimentan
del ardor y el arrojo del
guerrero valiente
que comparte las tradiciones y
las viriles danzas.
Con los persas en la Acrópolis
y en llamas los jardines,
el furor urgió la nobleza sin
tacha del muchacho.
Cuando cayó en el combate y un dolor postrero
le robaba el aliento, no pensó
en sus ancianos padres
ni en los amigos que llorarían
su muerte, pero al aire
pidió: “No permitan los
dioses que la Ciudad se rinda.
"Por Atenas y nuestra libertad yo
ofrezco mi vida.”
José Baena, agosto de 2012
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