LOS
NÁUFRAGOS DE LA OTAN
Un día sí y el otro
también el Mar Mediterráneo se cobra un feroz tributo: el de las
muertes causadas por los naufragios de las embarcaciones atestadas y
más que obsoletas, que fletadas por criminales traficantes de carne
humana, intentan alcanzar las costas europeas para escapar de las
guerras que asuelan sus países de origen, fundamentalmente las que
llevan demasiado tiempo ensangrentando las tierras de dos países
ribereños especialmente castigados: Siria y Libia.
Desde las paginas de
los periódicos e informativos de radios y televisiones, los
comentaristas de toda laya agotan sus palabras de condena y horror
ante semejante catástrofe humanitaria, mientras los gobiernos
europeos simulan una preocupación tan estéril como gratuita, ya que
ninguno de ellos ha querido darse por enterado de un horror capaz de
estremecer las conciencias más petrificadas. Hasta una cadena de
radio ha desplazado a Catania al conductor de su programa mañanero,
cuya verborrea fácilmente identificable resulta ajena a la más mínima noción de objetividad informativa, para que retransmita en directo la llegada
de los náufragos rescatados de las olas como si se tratara de una regata deportiva, aunque sin aludir a las causas primeras y últimas
de este éxodo masivo. A esto llaman “informar” por estos pagos.
Con toda la cínica
desvergüenza que caracteriza a la ONU, su Alto Comisionado para los
Derechos Humanos tacha de "xenófoba" la política de
migración de la UE y la acusa de dar la espalda a "algunos de
los inmigrantes más vulnerables del planeta". Como si la ONU no
tuviera responsabilidad alguna en que el Mediterráneo se haya convertido en un cementerio marino y, desde luego, en la vulnerabilidad de tantas criaturas que prefieren arriesgar sus vidas a permanecer en sus devastados lugares de origen.
"Se trata de una
hecatombe, la mayor tragedia jamás sucedida en el Mediterráneo",
ha declarado Carlotta Sami, portavoz de ACNUR, la agencia de la ONU
para los refugiados, añadiendo que "contra las tragedias del
mar es necesaria una ''operación Mare Nostrum europea", en
referencia al dispositivo que Italia mantuvo hasta el pasado
noviembre en las mismas aguas territoriales libias. ACNUR lleva un
año solicitándolo y, según Sami, "no hemos recibido ninguna
respuesta". Parece ser que después de semejantes declaraciones,
la Sra. Sami se ha quedado tan fresca. Por pedir que no quede, cabría
añadir. A estos coros plañideros hay que añadir los millones de
comentarios, tan inútiles como desaforados, que inundan las redes
sociales, a cual más desgarrador o condenatorio, abundando en la
idea de que todos somos igualmente responsables del horror al que
estamos asistiendo, lo cual es tan falso como mendaz, ya que una
acusación dirigida contra todo el mundo es lo mismo que no condenar
a nadie. Sin embargo, ante tanto ruido mediático, he buscado alguna
voz, ¡siquiera una!, que señalara con valentía las causas exactas
e inmediatas de esta avalancha de desesperados que, exponiéndose a
una muerte horrible, intentan llegar a suelo europeo buscando una
salvación que no encuentran en el infierno advenido, ¿acaso por arte de magia?, en las tierras de donde proceden.
¿Por qué nadie señala a los responsables que convirtieron tanto a Siria como a Iraq o a Libia en zonas devastadas? ¿Acaso el horror que vienen padeciendo estas naciones no ha sido planeado, desencadenado y ejecutado minuciosamente por el gobierno de Washington, con la eficaz colaboración de los miembros europeos de la Alianza Atlántica, a cuya cabeza han estado y siguen estando Francia y Gran Bretaña? ¿Es propio de países teóricamente democráticos provocar el caos en terceras naciones con acciones bélicas, decididas por motivos inconfesables, sin que surja un clamor ciudadano que ponga en entredicho las decisiones de sus desaprensivos gobernantes? Lo es, porque tales acciones se suceden según aparece marcado en el calendario estratégico del Pentágono, ante el cual no hay gobierno europeo que se desmarque, como lo estamos viendo día tras día con la política de sanciones contra el gobierno de Putin decretada por Obama, que perjudica por igual a Rusia y a la recuperación de las economías de las naciones europeas, cosa que a Washington parece no importarle. Como si la desestabilización de Ucrania, cuya segunda parte será peor que la primera, no hubiera sido planificada, financiada y ejecutada desde el otro lado del Atlántico.
Walter Benjamin |
La actitud de Europa
respecto de los acontecimientos que sacuden al mundo árabe desde lo
que tan estúpidamente llamaron “primavera árabe” indica que el
pensamiento estratégico occidental permanece bajo la impronta del
gobierno de los Estados Unidos y se alinea ciegamente bajo las
decisiones tomadas por Washington, cuya acción se fundamenta en dos
principios inalterables: el control territorial de todo el Oriente
Medio y su hegemonía sobre el petróleo y el gas natural de los
países árabes. Así de simple termina siendo todo. Los hechos
desmienten en su totalidad el discurso acerca del apoyo a la
democracia y a las reformas en Irak, Siria o Libia. Basta ver que la
monarquía saudita es uno de los gobiernos más antidemocráticos del
mundo y el más autocrático de los regímenes políticos árabes,
sin dejar de ser el gran protegido de los norteamericanos. En Arabia
Saudita radica el origen del pensamiento takfirista-wahabita, que
constituye el crisol ideológico y cultural de las corrientes
terroristas que pretende combatir Occidente, luego de haberlas
fomentado para utilizarlas en provecho propio como excusa de base
para intervenir militarmente y derrocar a los gobiernos señalados
por los estrategas del Pentágono desde mucho antes de que tuvieran
lugar los atentados contra las Torres Gemelas de Nueva York.
Más todavía, los hechos indican que el terrorismo yihadista viene siendo utilizado contra Siria con las bendiciones de Arabia Saudita, cuyo actual ministro de Defensa, Mohammed bin Salman, hijo del recién nombrado rey Salman bin Abdulaziz Al Saud, apartándose del papel velado seguido hasta ahora por el gobierno saudita, ha decidido intervenir militarmente en Yemen para imponer el control sunita y pretende, ¡con el apoyo del Israel de Netanyahu!, que los dirigentes de Washington se embarquen en una guerra contra Irán, no sin antes derrocar al régimen de Bashar Al-Assad en Siria, el único país del Medio Oriente cuyo ejército lleva cinco años combatiendo la ferocidad de los mercenarios yihadistas, reagrupados hoy bajo las enseñas del Estado Islámico. Y si ahondamos aún en ese confuso magma, ¿quién puede creer que Arabia Saudí y los emires del Golfo luchan por la democracia cuando encarnan el peor ejemplo de teocracias en el ámbito del islam y han regado con ingentes sumas de dinero la construcción y sostenimiento de los centenares de mezquitas de ideología takfirista que han levantado en todos los países europeos ante la pasividad de sus gobernantes?
Príncipe Mohammed bin Sultan |
Tras
el primer asalto a Afganistán, el presidente Bush pudo concentrar la
atención en su objetivo preferido, que era la “invención de la
guerra de Irak”, según la acertada denominación del Prof. Josep
Fontana, maestro de historiadores, quien remacha que “estaba
planeada antes del ataque del 11 de septiembre de 2001, lo que
significa que nada tenía que ver con la “guerra contra el terror”
con que se quiso justificar”, porque, “como reveló el secretario
del Tesoro de su gobierno, Paul O´Neill, “la decisión de atacar
Irak comenzó a discutirse en la Casa Blanca en enero de 2001, el día
siguiente de la toma de posesión de Bush, mucho antes por tanto del
ataque terrorista de septiembre”. En efecto, Mikey Herskowitz, el
periodista que firmó un contrato con Bush para escribir un libro que
sirviera de apoyo a su campaña electoral (compromiso que el
presidente rescindió más tarde) explica que dos años antes del 11
de septiembre, Bush le hablaba ya de lo importante que era para el
prestigio de un presidente actuar como comandante en jefe de una
guerra, y le decía: “Mi padre tuvo en sus manos este capital
político cuando echó a los iraquíes [de
Kuwait]
y lo malgastó. Si tengo una oportunidad de invadir Irak, si consigo
este capital, no lo malgastaré”. Sobra añadir lo que le importaba
a Bush el precio en vidas humanas que su delirio provocaría,
empezando por las de los propios soldados estadounidenses.
En realidad hacía ya mucho que las informaciones sobre Irak se estaban manipulando para acomodarlas a la voluntad de declarar la guerra. Según un memorándum secreto británico de 23 de julio de 2002, sir Richard Dearlove, el jefe del M16, explicó a su regreso de Washington, que “la acción militar se ve como inevitable”. Bush desea echar a Sadam por medio de una acción militar justificada por la conjunción de terrorismo y las ADM (“armas de destrucción masiva”). Blair le había dado ya seguridades al presidente norteamericano de que estaría a su lado en este asunto, pese a que el fiscal general, lord Goldsmith, le había advertido de la ilegalidad de la acción; de ahí que el jefe del gobierno británico se preocupase por establecer “el contexto político”, organizando un plan para presentar un ultimátum a Sadam en relación con el retorno de los inspectores de la ONU, con el fin de “crear una justificación para el uso de la fuerza”, algo que no preocupaba en absoluto a los norteamericanos. De hecho, Dick Chaney se oponía a que volvieran los inspectores y Blair hubo de insistir personalmente ante Bush para que este aceptase “ir a las Naciones Unidas”, de modo que se guardasen las apariencias.
Para
los neocons
que
Bush puso en los primeros puestos de su Administración, esta línea
de actuación iba asociada a su visión de lo que había de ser el
nuevo imperio americano:. Como escribían William Kristol y Lawrence
Kaplan: “La misión comienza en Bagdad, pero no termina aquí (…).
Estamos en los albores de una nueva era histórica (…). Este es el
momento decisivo (…) y abarca mucho más que Irak. Es más incluso
que sobre el futuro del Oriente Próximo y sobre la guerra contra el
terrorismo. Es sobre el papel que los Estados Unidos se proponen
representar en el siglo XXI”. Pero lo que no confesaban en público
era que la ambición por controlar las fuentes y canales de
distribución del petróleo y del gas natural de las naciones árabes
comprendía no solamente Irak, sino que en sus planes estaban también
Siria y Libia, lo que pasaba por derrocar a los respectivos gobiernos
con la repetida falacia de devolver la libertad a sus pueblos
mediante la imposición de “gobiernos democráticos” compuestos
por elementos integrantes de los grupos de oposición armados que,
aprovechándose de la situación, han contribuido eficazmente a
fomentar el caos, destruyendo cualquier tipo de organización
vinculada a la idea de estado-nación, que es llamado “estado
fallido” por la cínica corrección política (es decir,
autocensura) hoy imperante en los medios de comunicación españoles.
Bombardeo de Trípoli |
“La
invasión de un país constituye ya un abuso lo suficientemente grave
como para pretender añadirle encima el insulto a la inteligencia de
los perjudicados”, escribe Eugen Rogan, profesor de la Universidad
de Oxford, en su monumental obra “Los árabes. Del Imperio Otomano
a la actualidad”. Quien sigue diciendo que “en el año 2003, en
la época en la que el presidente Bush se disponía a invadir Irak
para liberar a la población de la tiránica dictadura de Sadam
Hussein, los árabes volvieron a escuchar un estribillo conocido: el
de la ocupación de un lobo disfrazado con las corderiles pieles de
la liberación”. No creo que la situación pueda expresarse con
mayor claridad por parte de un riguroso profesor universitario.
No
abundaré acerca del holocausto sirio, porque respecto a esta
agresión salvaje disfrazada de guerra civil, he dedicado en este
Blog numerosos
artículos
en los que he ido siguiendo los terribles avatares que se han ido
sucediendo a lo largo de los cinco últimos años hasta llegar al
momento
actual,
cuando los ejércitos fieles al gobierno de Damasco parecen ganar la
partida al terrorismo yihadista, lo cual no asegura, ni muchísismo
menos, que se abra un horizonte de paz al sacrificado pueblo sirio,
ya que mucho me temo que los planes del Pentágono para derrocar el
régimen de Bashar Al-Assd seguirán adelante, para lo que Washington
sabe que puede contar con el cheque en blanco de los países de la
OTAN, empezando por Gran Bretaña y Francia.
Campo de refugiados sirios de Zaatari, en Jordania. Se trata de segundo campo de refugiados más grande del mundo |
Bashar Al-Assad, presidente de Siria |
En
el prólogo de su mencionado libro, publicado en el año 2009, el
Prof. Rogan advierte que, en su opinión, “los islamistas ganarían
de calle cualquier elección libre y justa que pudiera celebrarse en
el mundo árabe actual”. Si a esta conclusión, revalidada dos
años después con ocasión de la “primavera árabe”, cabe
preguntarse cómo es que el gobierno de Washington no tuviera en
cuenta esta posibilidad, contando con centenares de agencias de
información capaces de procesar y analizar todas las variables
habidas y por haber, y se lanzara a la desestabilización
de Siria
y Libia de la misma manera que hizo en Iraq. Pero lo que nunca se le
ocurrió al profesor Rogan es que la CIA llegase al extremo de
utilizar a mercenarios yihadistas en la estrategia elaborada para
derrocar al régimen de Damasco y convertir a Siria en otro Irak.
En lo que atañe a
Libia, la caótica dictadura de Gadafi no justifica que se
le haya tratado como a un peligro mayor que el representado por otros
tantos regímenes dictatoriales tolerados y hasta financiados por
Occidente. Gadafi fue hasta poco antes de su decretada caída por Obama, un colaborador amistoso de la Unión Europea, con muchos de
cuyos dirigentes mantuvo cordiales relaciones y hasta colaboró para
frenar con métodos expeditivos, plenamente aprobados por Europa, el
flujo de la emigración africana que llegaba a través del desierto
sahariano. De que su régimen era oficialmente respetado puede dar
testimonio el hecho de que el Fondo Monetario Internacional elogiase la política seguida por su gobierno todavía el 15 de febrero de 2011, animándolo a seguir con
sus reformas económicas neoliberales, congratulándose de que Libia
hubiera quedado al margen de las conmociones acaecidas en Túnez y
Egipto.
El Gadafi regaló un caballo de raza árabe a Aznar durante su visita a Trípoli, el 18 de septiembre de 2003. |
La escena del sofá entre Zapatero y Gadafi, pocos meses antes que el presidente español decidiera apuntarse al derrocamiento del líder libio |
Silvio Berluscuni con su "amigo" Gadafi |
Mientras que España, junto con otros países europeos como Francia, Alemania o Italia, se negó en 1986 a apoyar el bombardeo de Estados Unidos contra Libia, llegando el gobierno de Felipe González a cerrar el espacio aéreo español a los aviones de combate estadounidenses dirigidos contra el país norteafricano, en el año 2011, por el contrario, el gobierno de Rodríguez Zapatero apoyó la intervención militar para derrocar al régimen de Muamar El-Gadafi, destacando el "alcance y significado" de lo aprobado por su gobierno porque "da efectividad al principio de la responsabilidad de proteger a la sociedad civil". Si no resultara tan patético, sería como para morirse de risa después de la hecatombe que lleva padeciendo Libia desde entonces. No contento con estas pomposas declaraciones, Zapatero precisó que España participaría en el ataque a Libia “de una forma importante". Sobra comentar la sarta de estupideces y lugares comunes “buenistas” y “políticamente correctos” contenidos en las abundantes declaraciones realizadas por Carmen (¿o es Carme otra vez?) Chacón, la entonces ministra de Defensa acerca de la participación española contra un gobierno con el que España venía manteniendo buenas relaciones oficiales y comerciales.
Carme Chacón señala en un mapa de Libia la "participación" española |
La barbarie de la
intervención inmediatamente posterior, iniciada con bombardeos
sistemáticos efectuados por aviones británicos, franceses y
norteamericanos, con asistencia italiana y española, en una
operación aprobada por las Naciones Unidas y puesta bajo el mando de
la OTAN, no tiene motivos claros, salvo que obedezca al hecho de que
en marzo de 2011 Gadafi amenazó con echar de Libia a las petroleras
occidentales e invitó a las empresas de Rusia, China y la India a
que invirtiesen en la producción del petróleo libio.
Después de una
primera oleada de ataques, en junio de 2011, dos ministras del
gobierno de Rodríguez Zapatero anunciaron una involucración de España en la
lucha contra Gadafi. La titular de Defensa, Carme Chacón, anunció, en la reunión de primavera de los ministros de Defensa
aliados celebrada en Bruselas, que plantearía al Consejo de
Ministros la "prórroga indefinida" de la misión española
en Libia y que haría lo mismo en el Congreso de los Diputados. Y la jefa de la
diplomacia, Trinidad Jiménez, expresó en Bengasi su respaldo al
Consejo Nacional de Transición, al que calificó como "el
representante legítimo del pueblo libio", así por las buenas.
No obstante, el anuncio de la prórroga no fue suficiente para EE.
UU., cuyo gobierno pensaba que España también debería intervenir
en los bombardeos. Según fuentes de la Alianza, el secretario de
Defensa, Robert Gates, dijo que España, Turquía y Holanda debían
bombardear Libia como ya lo hacían otros ocho países de la OTAN.
Como es natural, el
presidente del Partido Popular, entonces en la oposición, estuvo de
acuerdo con la intervenciónmilitar española en Libia. Según dijo: “Se
trata fundamentalmente de evitar que una persona que se erige en juez
de la vida de los demás, pueda seguir bombardeando y atentando
contra seres humanos y personas inocentes". Sobra decir que
después de soltar semejantes lindezas, a Rajoy no se le cayó la
cara de vergüenza. En seguir a pie juntillas las órdenes del Gran Hermano de Washington, socialistas y populares van cogiditos de la mano, son indistinguibles.
La realidad es que al mismo tiempo que el régimen de Gadafi se iba desmoronando y las distintas facciones de la Libia “liberada”, armadas hasta los dientes, se enfrentaban entre sí, de lo único que se hablaba en la prensa occidental era de los planes para nuevos contratos relacionados con el petróleo y el gas natural, así como del espléndido negocio en que podía convertirse las destrucción de un país destrozado por la guerra, pero con recursos propios más que suficientes para costear sobradamente, por ejemplo, las destrucciones masivas causadas por los bombardeos de la OTAN.
Después de todo lo
expuesto, cuya exactitud puede comprobarse en las hemerotecas,
resulta más que sorprendente que en ningún medio de comunicación
español se haga referencia a que la devastación ocasionada en Siria
y Libia se ha llevado a cabo bajo los auspicios de Estados Unidos,
con la colaboración efectiva de sus “aliados” de la Alianza
Atlántica, junto a las petromonarquías de Arabia Saudita y Qatar,
según las líneas maestras diseñadas por la CIA y el Pentágono. No
deja de resultar pasmoso cómo en los medios de comunicación
españoles se viene calificando a Libia como “país fallido”,
para explicar la tremebunda desbandada de inmigrantes desesperados que se
lanza a las aguas del Mediterráneo desde sus costas, sin explicar
jamás que la destrucción y la situación de caos humanitario hoy
existentes han sido producidos a sangre y fuego por los ejércitos de
las naciones occidentales, con los Estados Unidos al frente y los aviones franceses en la vanguardia del ataque.
Avión francés de combate Dassault Rafale |
En puertas de la cumbre
europea extraordinaria
sobre inmigración, que tendrá lugar mañana jueves 23 de abril en
Bruselas, a petición de Italia, y que contará con la presencia de
todos los jefes de Estado y de Gobierno, las últimas noticias recibidas hablan de que serán adoptadas "medidas inmediatas" para evitar nuevas tragedias migratorias. En la rueda de prensa
ofrecida para anunciar su convocatoria, el presidente del Consejo
Europeo, Donald Tusk, ha reconocido que "la situación en el
Mediterráneo afecta no sólo a los países en nuestro vecindario sur
sino a todos, a toda Europa. Por eso debemos actuar y actuar juntos
ahora". ¡Un gran descubrimiento, no cabe duda...!
Donald Tusk |
Pero lo que nadie se
ha atrevido a decir en ninguna parte es que el Consejo Europeo
debería exigir a la OTAN, con los Estados Unidos a la cabeza, que en
vez de promover nuevas acciones bélicas, se implicara de manera
inmediata en la resolución de este drama, creado por las actuaciones
destabilizadoras promovidas y llevadas a cabo por los países
miembros de la Alianza. Porque, por muy políticamente incorrecto que
resulte decirlo, los náufragos del Mediterráneo son también los
náufragos de la OTAN.
Sé de sobra que tal
cosa nunca ocurrirá, pero con esta entrada he querido dejar
constancia de que la responsabilidad de la catástrofe a la que
estamos asistiendo, y que tenderá a incrementarse en los meses
veraniegos, no es de todos, sino exclusivamente de los gobernantes
que han decidido y actuado llevados por la voluntad manifiesta de
destruir desde sus cimientos naciones enteras, sin tener en cuenta las terribles
consecuencias que tendrían que pagar sus habitantes. Porque para
reparar un daño, la primera regla es reconocer que se ha cometido. Algo que no ocurrirá, porque, desgraciadamente, la mayor parte de los ciudadanos europeos han perdido la memoria. Y con ella, cualquier atisbo de conciencia crítica.