A
VUELTAS CON LA GUERRA DE IRAK
Y OTRAS INFAMIAS
"Nuestra nación ha
sido elegida por Dios y designada
por la
Historia como modelo del mundo".
George W. Bush
El informe Chilcot sobre la participación del Reino Unido en la guerra
de Irak se hizo público el miércoles pasado a las once y media de
la mañana. El trabajo, que se ha venido elaborando durante siete
años, analiza el papel del Gobierno británico en la intervención
militar en Iraq de 2003, uno de los capítulos más siniestros de
Tony Blair en su etapa como jefe del Gobierno (1997-2007). Examina la
actuación de Reino Unido en los meses previos al conflicto, durante
la propia guerra y en la posterior gestión de sus consecuencias:
trece años de espera para saber oficialmente que la guerra que
destrozó a una nación entera y causó centenares de miles de
víctimas fue una guerra injusta, es decir, una agresión criminal.
Sir John Chilcot |
Sir
John Chilcot, el ponente de la comisión de investigación, ha
concluido que "las circunstancias en las que se decidió que
existía una base legal para la acción militar de Reino Unido en
Irak no eran aceptables". La invasión británica en Irak en
2003 fue "mala" y ha tenido "consecuencias"
negativas hasta "el día de hoy", ha declarado Chilcot
durante la presentación del informe, puntualizando que las decisiones
adoptadas por Blair se basaron en sus convicciones personales y no en los
juicios emitidos por el Comité de Inteligencia Conjunta (JTC) [en
referencia a la parte del Gabinete británico encargada de dirigir
las distintas organizaciones de inteligencia].También ha dejado
claro que el ex-presidente iraquí Sadam Husein no suponía una
amenaza antes de marzo de 2003, cuando el Reino Unido y EE.UU.
iniciaron la intervención armada. El autor del documento recordó la
difícil situación en que se encuentra hoy Iraq hoy en día y
mencionó el devastador atentado perpetrado el pasado domingo en
Bagdad, en el que cerca de trescientas personas perdieron la vida.
Atentado del pasado domingo en Bagdad |
De
acuerdo al informe, la planificación y los preparativos para el Irak posterior a Saddam Hussein fueron "totalmente inadecuados", no hubo supervisión ministerial de la estrategia post-conflicto, lo que produjo la completa desestabilización de la zona y dio origen a un enfrentamiento interno entre sunitas y chiitas, cuya más visibles consecuencias son la ininterrumpida
avalancha de atentados terroristas que siembran el terror entre la población civil, en una espiral que alcanza hasta nuestros días, y la vertebración del yihadismo con la aparición del Estado Islámico. En
2007, el instituto británico Opinion Research Business publicó una
estimación de las víctimas mortales a consecuencia de la guerra,
entre civiles y combatientes, cifrándolas en más de 1.200.000
personas. Esto, sin contar los 179 soldados británicos que perdieron
la vida en Irak entre los años 2003 y 2010. Pese a lo cual, el presidente
George W. Bush antes de abandonar la Casa Blanca en enero
de 2009, condecoró a su incondicional aliado Tony Blair con la Medalla de
Libertad, por sus esfuerzos para la “promoción de la democracia,
los derechos humanos y la paz en el exterior”. Si no resultase tan patético, sería para echarse a reír.
George W. Bush imponiendo a Tony Blair la Medalla de la Libertad |
Declarar
una guerra en base a informaciones falsas y la consiguiente
responsabilidad contraída por tanta destrucción y sangre derramada
supone un crimen contra la humanidad del que Tony Blair no puede ser
exonerado, sobre todo después de conocer los términos acusatorios
recogidos en el informe Chilcot. Su procesamiento debería servir a
los dirigentes europeos como elemento disuasorio para evitar que
sigan actuando como fieles ejecutores de las agresiones militares
decididas por el poder americano, tanto dentro de la OTAN como de
forma unilateral. Causa estupor comprobar cómo después de provocar
la caótica situación en la que permanece Irak, tanto el presidente
francés, François Hollande, como el primer ministro británico,
David Cameron, no dudaran en volver a ofrecer su colaboración a
EE.UU. en agosto de 2014 para llevar a cabo nuevas operaciones
militares en suelo iraquí.
En
realidad, no era preciso realizar ningún informe para saber que la
decisión de imponer la guerra a Irak fue adoptada por el presidente
George W. Bush, en una reunión en Camp David celebrada el 15 de
diciembre de 2001, cuando después de los atentados de Nueva York y
de Washington fue incluido Irak en el llamado "Eje del Mal". En
aquel momento inicial, lo previsto era comenzar la intervención
militar en Siria y en Libia para demostrar que las fuerzas
norteamericanas podían actuar de manera simultánea en dos teatros
bélicos, un detalle que conocemos por el testimonio del general
Wesley Clark, ex-comandante supremo de la OTAN, quien se opuso al
proyecto. Atacar Afganistán fue la mejor solución mientras se
preparaba la Guerra de Irak para derrocar a Sadam Hussein y controlar
sus inmensas reservas petroleras, mientras Libia y Siria permanecían
en el punto de mira como objetivos inmediatamente posteriores.
El
desastre en vidas y en destrucción material que supuso la guerra de
Irak, continuado por la creación en su suelo del Estado Islámico como
consecuencia demostrada, no sirvió para evitar que la agresiva
política militar de Washington siga siendo respaldada por la Unión
Europea y cuente con la colaboración incondicional de Gran Bretaña
y Francia, que jugaron un papel decisivo para aplicar en Libia el
modelo destructivo aplicado en Irak. Resulta obvio que Afganistan e
Irak fueron los primeros eslabones de una cadena de intervenciones
militares programadas para modificar el mapa del Oriente Medio al
antojo de los halcones instalados en la Secretaría de Estado, en el
Pentágono y en las agencias secretas norteamericanas, como muestran
las guerras por encargo que siguen arrasando Libia y Siria, causas inmediatas del mayor desastre humanitario acontecido desde la
Segunda Guerra Mundial, con centenares de miles de muertos y heridos,
millones de desplazados y un enorme flujo migratorio representado por esa continua avalancha de refugiados, cuya
única obsesión es escapar de la devastación que asola sus países
y encontrar refugio en las costas de Europa los que sobreviven a los naufragios y no encuentran la muerte en las aguas del Mediterráneo.
A
estas alturas, parece evidente que la dictadura de Gadafi justifica
difícilmente que se le tratara como a un peligro mayor que el
representado por los demás regímenes dictatoriales tolerados y
hasta financiados por Occidente. Gadafi fue hasta poco antes de su
decretada caída un colaborador amistoso de la Unión Europea, con
muchos de cuyos dirigentes mantuvo cordiales relaciones y hasta
colaboró para frenar con métodos expeditivos, plenamente aprobados
por Europa, el flujo de la emigración africana que llegaba a través
del desierto. De que su régimen era oficialmente respetado puede dar
testimonio el hecho de que el Fondo Monetario Internacional lo
elogiase todavía el 15 de febrero de 2011, animándolo a seguir con
sus reformas económicas neoliberales, congratulándose de que Libia
hubiera quedado al margen de las conmociones acaecidas en Túnez y
Egipto.
También
resulta claro, para quien quiera verlo, que los grupos yihadistas que
ensangrientan Siria no surgieron de las manifestaciones pacificas de
febrero de 2011. Sin que deje de ser cierto que las muy escasas
protestas sirias denunciaban la corrupción gubernamental y
reclamaban más libertades, nada tenían en común con los grupos
armados procedentes del yihadismo salafista que tomaron el relevo de
los manifestantes para actuar sin reparar en medios ni en salvajismo
contra todos los sospechosos de apoyar al gobierno de Damasco y a las
minorías no sunitas, entre ellas las diversas confesiones cristianas
que hasta entonces habían gozado de la más absoluta libertad bajo
la protección del Estado sirio.
Gracias
a la sustitución de la información verdadera por la propaganda que
distribuyen las grandes agencias de comunicación vinculadas al poder
imperial americano, los medios occidentales han presentado el conflicto sirio como si se tratara de una revolución política
ahogada en sangre por una dictadura implacable. Las personas
secuestradas, mutiladas y asesinadas por el yihadismo sunita se
convirtieron, por obra y gracia de los medios de comunicación
occidentales, en víctimas del tirano, mientras que los jóvenes
sirios de todas las confesiones que sirven en el ejército nacional
para defender su país de la agresión exterior fueron presentados
como sicarios capaces de masacrar a su propio pueblo. El ataque a
Siria por parte de fuerzas extranjeras fue convertido en un capítulo
más de la llamada “primavera árabe”. El emir de Qatar y el rey
de Arabia Saudita, dos monarcas feudales que nunca han organizado
elecciones en sus propios países y que no vacilan en encarcelar a
todo el que protesta contra sus regímenes teocráticos, así como el tirano Erdogan, se
convirtieron por arte de magia en defensores de la revolución y de
la democracia. También Francia y el Reino Unido, protagonistas bajo
dirección estadounidense de la hecatombe libia, que costó más de
150.000 vidas, en flagrante violación del mandato que el Consejo de
Seguridad de la ONU les había otorgado, se transformaron
filantrópicos protectores de la población siria, a la que había
que defender mediante una “intervención humanitaria” en favor de
unos "rebeldes moderados" que, como han demostrado
numerosos informes elaborados por los más prestigiosos historiadores
y periodistas de investigación, no han existido más que en la
propaganda estadounidense, repetida de forma acrítica por los medios
de información occidentales.
Agradecimiento de Arabia Saudí a Tony Blair por la destrucción de Irak |
El
profesor emérito de la Universidad de Nueva York, Stephen F. Cohen,
en su última aparición en el programa de John Batchelor el pasado
21 de junio, explicó que la actual política de Washington
representa una amenaza existencial para el mundo. "Yo creo que
podría decirse, dada la forma en que se está orientando la política
estadounidense hacia Rusia, desde Suwalki [Polonia] hasta Siria, que
la política estadounidense está provocando deliberadamente una
guerra con Rusia y cómo se niega a cooperar con Rusia; que por lo
menos hipotéticamente podríamos plantear la cuestión de que
Estados Unidos, en la manera que actúa su élite bipartidista, se ha
convertido en la amenaza existencial número uno para el mundo".
Convertidos
en los árbitros y jueces de la política mundial, los halcones que controlan
y deciden la geoestrategia estadounidense orientada a mantener la
hegemonía americana a través del control ejercido desde el complejo
industrial-militar que determina la política de Washington, no
parece no parece dispuesta a modificar la nefasta gestión de los
grandes conflictos internacionales hasta llegar a una hecatombe
bélica de consecuencias incalculables. Al contrario de lo ocurrido
en Gran Bretaña con el informe Chilcot, en Estados Unidos no existe
ningún contrapoder con suficiente influencia capaz de ejercer la
crítica ante sus peligrosas decisiones, ni mucho menos, elaborar un
documento como el informe Chilcot que ponga en entredicho la política
gubernamental en cualesquiera de sus aspectos.
Basta
ser medianamente conscientes para que produzacan auténtico pavor las
recientes declaraciones de Michael Hayden, general de cuatro
estrellas, ex-director de la CIA y de la NSA, dedicado durante toda
su vida al espionaje y uno de los hombres con más poder al frente de
los servicios secretos de Estados Unidos, publicadas en el número
1494, del 12 al 18 de junio, en la revista XL Semanal, editada por
el grupo Vocento.
General Michael Hayden |
Cuando
hoy se habla de la NSA como de un aparato de espionaje global que
dispone de recursos tecnológicos prácticamente ilimitados, en buena
medida se debe a la labor de Michael Hayden, el que fuera uno de sus
principales arquitectos. Como director de la CIA también operó en
«los márgenes», fórmula que emplea él mismo. Pocas personas en
el mundo conocen tantos secretos turbios como él.
Hayden
sigue siendo un hombre muy importante. Dirige -junto con el antiguo
secretario de Seguridad Nacional Michael Chertoff- el Chertoff Group,
una especie de consultora empresarial para cuestiones de seguridad y
defensa, convencido como siempre lo ha estado de encontrase en el
lado correcto de la Historia, como lo demuestran sus afirmaciones,
tan tajantes como faltas de cualquier escrúpulo moral a las que
habría hecho respecto a su actuaciones el mismísimo Joseph
Goebbels, quien fuera todopoderoso ministro de Propaganda del III
Reich.
Como prueba tanto de mi descalificatoria valoración como de lo fundado de mi temor ante semejante personaje, transcribo una selección de la entrevista a Michael Hayden.
Como prueba tanto de mi descalificatoria valoración como de lo fundado de mi temor ante semejante personaje, transcribo una selección de la entrevista a Michael Hayden.
XLSemanal:
General Hayden, usted ha sido uno de los hombres con más poder al
frente de los servicios secretos. También simboliza el lado oscuro
de Estados Unidos.
Michael
Hayden: Estados Unidos se encontraba, y se encuentra, en guerra.
Con mi trabajo he contribuido a salvaguardar la seguridad y la
libertad de América. Y sí, es posible que hayamos actuado con
cierta agresividad. Apuramos todas las posibilidades.
XL:
Bajo su mando, la NSA se convirtió en una maquinaria de espionaje
global. También ha defendido los métodos de tortura usados por la
CIA en los interrogatorios. ¿No se arrepiente? ¿No hubo errores,
ningún fracaso?
M.H.:
En este negocio del espionaje, la verdad es que somos realmente
buenos, incluso diría que casi perfectos. ¿Mi mayor error?
Probablemente la cuestión de las armas de destrucción masiva en
Irak.
XL:
Su presunta existencia sirvió al Gobierno de Bush como fundamento
para la guerra de Irak, una decisión catastrófica bajo cualquier
punto de vista. Armas de destrucción masiva nunca hubo.
M.H.:
Yo también tuve voz en aquella decisión.
XL:
¿Y cuál fue el sentido de su voto?
M.H.:
A favor. Los resultados de nuestra inteligencia electrónica...
XL:
...de la que era responsable como director de la NSA...
M.H.:
...abarcaban desde «pruebas ambiguas» hasta abundantes «pruebas
claras», basadas en indicios.
XL.:
¿Cree que era suficiente para decantarse por una guerra que ha
causado cientos de miles de muertos? Por si fuera poco, ahora tenemos
un país acosado por el caos y el terrorismo del llamado Estado
Islámico.
M.H.:
Las estimaciones que hicimos en aquellos días resultaron ser
equivocadas, realmente equivocadas. Transmitimos una seguridad que no
estábamos en condiciones de tener. No fuimos lo suficientemente
claros con nuestros clientes.
XL.:
¿Clientes? Se refiere al presidente de Estados Unidos, al
Gobierno y al Congreso...
M.H.:
Los servicios secretos siempre actúan a partir de aproximaciones,
casi siempre quedan dudas. Pero, al mismo tiempo, tenemos que
ofrecerles alternativas a nuestros clientes, distintas opciones de
actuación. El presidente Obama también ha tomado decisiones
importantes basadas en este tipo de indicios. Las probabilidades de
que Osama bin Laden se encontrara realmente en aquella casa en
Pakistán, donde se lo localizó y abatió, eran en el mejor de los
casos del 50 por ciento, según las estimaciones barajadas por la
CIA. (...)
XL.:
¿El fin justifica los medios?
M.H.:
No, pero ¿cómo define usted la moral? Rechazar categóricamente
este tipo de técnicas es loable, cierto; hace falta mucho valor para
defenderlas, aun sabiendo que producen resultados. Por mis cargos,
sobre todo como director de la CIA, he tenido mucha más
responsabilidad operativa que la mayoría de los ciudadanos de este
país, al margen del presidente, claro. Los de la CIA formamos la
primera línea de defensa. Vamos donde nadie va. Operamos siempre en
los márgenes legales, políticos, éticos. (...)
XL.:
En cualquier caso, la clave para la NSA es alcanzar y ejercer una
posición dominante en el campo de la vigilancia global. En palabras
de su sucesor, Keith Alexander: ¿por qué no podemos recoger todas
las señales, todo el tiempo?
M.H.:
Es posible que en Europa hayan caído en un error fundamental de
interpretación. En la cuestión de la seguridad nacional no hay una
América de Bush o una América de Obama, solo hay una única
América. Es cierto que Obama fue elegido sobre todo porque era
alguien presuntamente diferente...
XL.:
...diferente al presidente George W. Bush.
M.H.:
Sí. Pero, en la entrega del Premio Nobel de la Paz, Obama habló de
la «guerra justa». ¿Y qué hizo Obama con Stellarwind, ese
programa tan criticado por usted? Pues básicamente se atuvo a él,
incluso amplió otros programas.
XL.:
Entre ellos, Prism, que sigue siendo una de las herramientas
principales de la NSA. Permite el acceso a los servidores de
prácticamente todas las empresas norteamericanas de Internet:
Facebook, Google, Microsoft...
M.H.:
Prism ofrece muchas más posibilidades que Stellarwind. En la
actualidad, la NSA tiene acceso a muchos más metadatos que en mi
época. ¿Y por qué? Porque la principal máxima de la
Administración Obama ha sido la continuidad. ¿Guantánamo? Algunos
prisioneros se van a pasar allí toda su vida, nunca serán llevados
ante un tribunal. ¿Asesinatos selectivos? Obama los ha ampliado.
Solo la detención y el interrogatorio de terroristas por parte de la
CIA son prácticamente inviables ya. Estados Unidos se ha despedido
de facto de este tipo de acciones. Hoy preferimos apretar un botón
cuando queremos eliminar terroristas del campo de batalla. (...)
XL.:
¿Por qué la NSA espió el teléfono móvil de la canciller Merkel?
M.H.:
Evidentemente, no diré si la NSA lo hizo o no lo hizo, pero los
dirigentes políticos y sus intenciones son un objeto legítimo de
vigilancia. Aunque entiendo que los alemanes empezaran a
hiperventilar cuando se enteraron. Por cierto, ¿se ha comentado algo
sobre el predecesor de Angela Merkel?
XL.:
Parece ser que la NSA también habría espiado a Gerhard Schröder
por orden de la Casa Blanca...
M.H.:
¿Y no cree que los alemanes entenderían que Estados Unidos
hubiera querido saber lo más posible acerca del canciller Schröder
y su postura ante la guerra de Irak? ¿O sobre sus relaciones con
Rusia?
XL.:
«Espiarse entre amigos, eso no se hace».
M.H.:
[Ríe con ganas]. ¿De dónde ha sacado eso?
XL.:
Lo dijo la canciller Merkel.
M.H.:
Henry Kissinger dijo una vez: «No hay servicios secretos amigos,
solo hay servicios secretos de países amigos». No se trata de si
alguien es 'bueno' o 'malo'. Lo importante son los contenidos. Y
nosotros los conseguimos.
XL.:
«Cuando quiero saber qué piensa la canciller Merkel, la llamo por
teléfono», dijo Barack Obama.
Como
considero que con sus propias declaraciones el general Michael Hayden queda suficientemente retratado, junto a la política exterior de EE.UU. y los medios que utiliza para imponerla, me limitaré a decir
que ante la nueva y terrible magnitud de los hechos
que se desarrollan ante nuestros ojos es preciso agudizar el sentido
crítico y afinar las herramientas analíticas que sirvan para
aclarar la verdadera realidad de un presente tan confuso como el que nos ha tocado
vivir: Reflexionar sobre la naturaleza de las “aguas negras” que
circulan por las cloacas de la Historia para prevenir los hechos que
nos amenazan en la noche que se ve venir. Porque, para decirlo con
palabras de Walter Benjamín, “No se puede esperar nada mientras
los destinos más terribles y oscuros, comentados a diario, incluso a
cada hora, en los periódicos, analizados en sus causas y
consecuencias aparentes, no ayuden a la gente a reconocer los oscuros
poderes a los que la vida está sometida”.
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