IMPERIALISMO HUMANITARIO O EL USO DE LOS DERECHOS HUMANOS PARA VENDER LA GUERRA
Conoceréis
la verdad,
y
la verdad os volverá locos.
Aldous
Huxley
Tras
el acabamiento de la Guerra Fría, la idea de los “derechos humanos” ha sido
utilizada como justificación por parte de los poderes militares y
económicos –singularmente por parte de Estados Unidos– para
tomar el control de otros países, mediante una “intervención
humanitaria”. Los criterios utilizados para llevar a cabo esa
intervención son totalmente arbitrarios y en cualquier caso,
conducen a un escenario en el que las víctimas, en lugar de
disminuir, aumentan de manera exponencial. Así sigue ocurriendo en
Afganistán, Iraq, Libia y, sobre todo, en Siria, en donde la larga
duración del conflicto permite analizar a la luz de la impresionante
documentación acumulada, la peligrosísima aberración que supone
para la paz mundial que el papel de las Naciones Unidas haya sido
sustituido por la voluntad del actual inquilino de la Casa Blanca, un
problema que abordé en mi artículo "Obama con licencia para actuar como policía global".
La “ideología de la intervención” ha sido compartida ampliamente por la izquierda, ciega ante el hecho de que los nuevos modos del imperialismo estadounidense hoy se enmascaran bajo la defensa de los Derechos Humanos. Poniéndolo de manifiesto, Jean Bricmont establece el verdadero papel que cumple la ideología intervencionista en la expansión del concepto de "guerra permanente" y el papel que juega Estados Unidos en su nefasta implantación, secundado por la OTAN y la Unión Europea, en un incremento de las acciones bélicas que pueden calificarse ya de guerra global.
Con
motivo del décimo aniversario de la publicación del libro
"Imperialismo humanitario. El uso de los Derechos Humanos para
vender la guerra", publicado en España por el Viejo Topo, fue
entrevistado su autor, Jean Bricmont, profesor en la Universidad
Católica de Lovaina, para hablar de las principales ideas desarrolladas en el libro,
con el conflicto de Siria como telón de fondo.
La rara claridad de las respuestas de Bricmont a su entrevistador motivan sobradamente que me haya decidido a transcribir en su total integridad este reportaje realizado por el periodista Ángel Ferrero y publicado el día 20 de noviembre del año pasado.
La rara claridad de las respuestas de Bricmont a su entrevistador motivan sobradamente que me haya decidido a transcribir en su total integridad este reportaje realizado por el periodista Ángel Ferrero y publicado el día 20 de noviembre del año pasado.
Ángel
Ferrero: Han pasado 10 años desde la publicación en español de
Imperialismo humanitario. ¿Qué le llevó a escribir entonces este
libro?
Jean
Bricmont: Comenzó como una reacción a la actitud de la izquierda
durante la guerra de Kosovo, en 1999, que fue en gran medida aceptada
con argumentos humanitarios, y también a la más bien débil
oposición del movimiento pacifista antes de la invasión de 2003 en
Irak.
Por
ejemplo, muchos "pacifistas" aceptaron la política de
sanciones impuesta en la primera guerra del Golfo, en 1991, e incluso
después, y eran favorables a las inspecciones en los días previos a
la guerra sin darse cuenta de que era una maniobra para preparar a la
opinión pública para que la aceptase, algo que se hizo público a
través de filtraciones posteriores, como los llamados papeles de
Downing Street.
Me
parecía que la ideología de la intervención humanitaria había
destruido por completo en la izquierda cualquier noción de respeto
al derecho internacional, así como cualquier actitud crítica hacia
los medios de comunicación.
Jean Bricmont |
A.F.:
¿Qué cree que ha cambiado en estos últimos diez años?
Han
cambiado muchas cosas, aunque me temo que no debido a mi libro. Se
trata, más bien, de una realidad que se ha revelado por sí misma,
primero, con el caos en Irak, luego en Libia y ahora en Siria y en
Ucrania, conduciendo a la crisis de los refugiados y a un estado
próximo a la guerra con Rusia, que no sería un simple desfile
militar.
Los
imperialistas humanitarios siguen ocupados empujándonos hacia nuevas
guerras, pero ahora hay una parte considerable de la opinión pública
que está en contra de estas políticas. Esa parte es probablemente
más importante en la derecha que en la izquierda.
A.F.:
El papel de los intelectuales a la hora de legitimar las
intervenciones e injerencias occidentales es duramente criticado en
el libro, así como sus acciones simbólicas, como la firma de cartas
públicas y manifiestos, ¿por qué?
J.B.:
El problema con los intelectuales es que les encanta pretender
que son críticos del poder cuando en realidad lo legitiman. Por
ejemplo, lamentarán que nuestros gobiernos occidentales no hacen lo
suficiente para promover nuestros valores (a través de
intervenciones y subversiones), lo que, por descontado, refuerza el
concepto de que “los nuestros” o “nuestros gobiernos” hacen
eso de buena voluntad, algo de lo que conviene dudar, como trato de
explicar en mi libro.
Estos
intelectuales en ocasiones son criticados, ¿pero por quién? En
general por figuras marginales, creo. Siguen dominando en los medios
de comunicación y en la esfera intelectual.
A.F.:
Otra de las preocupaciones del libro es la degradación del discurso
público. ¿Cree que la situación empeorado? ¿Cómo valora el
impacto de las redes sociales?
J.B.:
El discurso público ha ido de mal a peor, al menos en Francia. Este
hecho está relacionado con la censura constante, ya sea a través de
demandas legales o campañas de demonización, o del discurso
políticamente incorrecto, en el que se incluye a quienquiera que
cuestione el discurso dominante sobre los crímenes de nuestros
enemigos y las justificaciones para las guerras.
Las
redes sociales es la única alternativa que queda a los disidentes,
con el inconveniente de que, allí, cabe cualquier cosa, incluyendo
las teorías más descabelladas.
A.F.
Algunos comentaristas señalan que Rusia está utilizando actualmente
su propia versión de la “ideología de los derechos humanos”
para justificar su intervención en Crimea o su campaña de
bombardeos en Siria contra el Estado Islámico. ¿Le parece justa
esta comparación?
J.B.:
No creo que Rusia ni siquiera alegue intervenir por motivos
humanitarios. En el caso de Crimea, se basa en el derecho a la propia autodeterminación de un pueblo que es
básicamente ruso, que fue vinculado a Ucrania de manera arbitraria
en 1954 (en una época en la que no importaba demasiado, porque
Ucrania era parte de la Unión Soviética) y que tenía todas las
razones del mundo para temer un gobierno fanáticamente antirruso en
Kiev.
Neonazis ucranianos desfilan en Kiev |
En
el caso de Siria, han respondido a la demanda de ayuda del gobierno
de ese país para combatir a los terroristas procedentes del
extranjero. No veo por qué es menos legítima que la intervención
de Francia en Mali, que también fue demandada por el gobierno de ese
país, o la intervención, más reciente, de Estados Unidos en Irak
contra el Estado Islámico.
Por
supuesto, los movimientos de los rusos pueden demostrarse como
equivocados y pueden debatirse desde un punto de vista pacifista,
pero la cuestión fundamental es la siguiente: ¿Quién empezó a
desmantelar el orden internacional basado en la Carta de la ONU y la
premisa de igual soberanía de todas las naciones? La respuesta,
obviamente, es Estados Unidos y sus aliados (en los viejos tiempos,
uno estaba acostumbrado a decir lacayos). Rusia sólo está
respondiendo a ese desorden y lo hace a través de vías legales.
A.F.
No abandonemos Siria. Algunos políticos europeos exigen una
intervención militar en Siria y Libia para restaurar el orden y
detener el flujo de refugiados hacia la Unión Europea. ¿Qué opina
de esta crisis y de las soluciones planteadas por la UE?
J.B.:
Los políticos no saben resolver el problema que ellos mismos han
creado. Sobre el conflicto, diré que exigiendo la dimisión de Assad
como condición previa a resolver la crisis siria y apoyando a los
llamados rebeldes moderados (la etiqueta moderado significa aquí, en
la práctica, que son los que han sido escogidos por nosotros),
previene cualquier solución en Siria. Es más, una solución
política debería estar basada en la diplomacia y esto último
presupone una evaluación realista de las fuerzas.
En
el caso de Siria, ser realista significa aceptar el hecho de que
Assad tiene el control del ejército y tiene aliados extranjeros,
Irán y Rusia. Ignorar este hecho es una manera de negar la realidad
y de rechazar dar cualquier oportunidad a la diplomacia.
Nadie
probablemente esperaba la crisis de los refugiados, pero ocurre en un
momento en el que los ciudadanos europeos son crecientemente hostiles
a la inmigración y a la construcción europea. La mayoría de los
gobiernos europeos se enfrentan a lo que llaman movimientos
populistas, esto es, movimientos que exigen una mayor soberanía para
sus propios países.
El flujo de refugiados no podría llegar en peor momento desde
el punto de vista de los gobiernos europeos, por lo que intentan
resolver el problema como pueden: con países periféricos como
Hungría alzando vallas (que denuncian en público, pero de las que
probablemente se alegran en privado), reintroduciendo controles
fronterizos, pagando a Turquía para que se haga cargo de los
refugiados, etcétera.
También
hay, por supuesto, llamadas a intervenir en Siria y resolver el
problema "en su origen". ¿Pero qué es lo que pueden hacer
ahora? ¿Prestar un mayor apoyo a los rebeldes creando una zona de
exclusión aérea, por ejemplo, y arriesgándose a tener una
confrontación directa con los rusos? ¿Ayudar al ejército sirio a
combatir a los rebeldes, como hacen los rusos? Pero eso significaría
dar la vuelta a años de propaganda y políticas contrarias a Assad.
En
suma, son rehenes de su propia situación, lo cual es una posición
incómoda.
A.F.:
¿Por qué cree que los verdes y la nueva izquierda defienden las
intervenciones humanitarias?
J.B.:
En última instancia uno debe llevar a cabo un análisis de clase de
la “nueva izquierda”. Mientras que la “vieja izquierda” se
basaba en la clase obrera y sus dirigentes procedían de esa clase
social, la nueva izquierda está enteramente dominada por
intelectuales pequeño-burgueses.
Estos
intelectuales no son “burguesía”, en el sentido de que no poseen
los medios de producción, ni son tampoco explotados.
Su
función social es la de proporcionar una ideología que pueda servir
de justificación cómoda a un sistema económico y a una serie de
relaciones internacionales que están basadas, en última instancia,
en la fuerza bruta. La ideología de los derechos humanos es perfecta
desde ese punto de vista.
Es
lo suficientemente idealista e imposible de poner en práctica de
manera consistente (si uno tuviera que librar una guerra contra cada
“violador de los derechos humanos”, entonces entraríamos en una
guerra contra todo el mundo, incluyéndonos a nosotros mismos), como
para permitir a aquellos defensores de la oportunidad observar
críticamente a los gobiernos (si no Intervienen lo suficiente).
Sin
embargo, desviando la atención de las relaciones de fuerza reales en
el mundo, la ideología de los derechos humanos ofrece también a
aquellos que mantienen realmente el poder una justificación moral
para sus acciones. Así, los intelectuales pequeño-burgueses de la
nueva izquierda pueden servir al poder y pretender, al mismo tiempo,
ser subversivos. ¿Qué más se le puede pedir a una ideología?
A.F.:
En la conclusión del libro recomienda una suerte de pedagogía para
el público occidental, con el fin de que éste acepte el fin de la
hegemonía occidental y la emergencia de un nuevo orden en las
relaciones internacionales. ¿Cómo se puede contribuir a ello?
J.B.:
Como dije antes, es la realidad la que está forzando a la audiencia
occidental a cambiar. Siempre fue un disparate pensar que se podían
promover los derechos humanos con un sinfín de guerras, pero ahora
vemos las consecuencias de ese disparate ante nuestros propios ojos.
Debería
haber una reorientación radical de las prioridades de la izquierda
en los asuntos internacionales: en lugar de intentar resolver los
problemas en otros países a través de intervenciones ilegales, la
izquierda debería exigir un estricto respeto del derecho
internacional por parte de los gobiernos occidentales, la cooperación
pacífica con otros países, en particular Rusia, Irán y China, y el
desmantelamiento de alianzas militares agresivas como la OTAN.
A.F.:
Me gustaría preguntarle sobre Imposturas intelectuales, el otro
libro que le hizo conocido para el público no especializado. Este
libro, coescrito con Alan Sokal, es una crítica al posmodernismo.
¿Sigue existiendo esa influencia del posmodernismo entre los
académicos y en la opinión pública?
J.B.:
Me resulta difícil responderle a esta pregunta, porque precisaría
un estudio sociológico para el que no cuento con los medios
necesarios. Pero debería decir que el posmodernismo, como el giro
hacia las intervenciones humanitarias, es otra vía por la que la
izquierda se ha autodestruido, aunque este aspecto ha tenido
consecuencias menos dramáticas que las guerras y el daño se limitó
a una “élite” de los círculos intelectuales.
Si
la izquierda quiere crear una sociedad más justa, ha de contar con
una noción de justicia. Si adopta una actitud relativista hacia la
ética, ¿cómo puede justificar sus objetivos? También tiene que
denunciar las ilusiones y mistificaciones del discurso dominante.
Es
mejor respaldarse en una noción de verdad que no es una
“construcción social”, sin más. El posmodernismo ha contribuído
en gran medida a la destrucción de la razón, la objetividad y la
ética en la izquierda, y la ha conducido a su suicidio.
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