miércoles, 28 de marzo de 2012

                     INTERLUDIO PARA SOÑAR DESPIERTOS
                              EN LOS TIEMPOS QUE CORREN

                                                                              Para Kika Boldt
 
Friso del Ara Pacis Agustae

                                        Roma, con Rómulo y Remo


         Busquemos refugio en los antiguos pórticos

                        Primor in orbe deus fecit timor
                                                Petronio

El tiempo saquea las palabras y su ausencia
oscurece claves que ensamblan la arquitectura.
Por eso habitamos desiertos donde se extravía
la mirada y la pasión no ayuda a comprender
la realidad que falta, acaso premonición o sueño
de una doblez arcana que manifiesta su plan
en la ebriedad dichosa del vuelo de las aves
y codifica por misteriosas reglas la estructura
de las gemas o el roce voluptuoso del pájaro
en el aire. Todo es caudal de una misma energía
innumerable que llegado el momento se desborda
en fervor para alumbrar la historia.


Pero hoy nuestra heredad es un paisaje de ruinas
donde los sueños mueren cada noche
apuntalando el alba: tras las puertas cerradas
hay dones que se ofrecen y voces que nos llaman
porque en lo conocido el amor no encuentra su latido
ni tampoco aparece a los pies de los antiguos dioses
que marcaron en el mármol de los templos
sus columnatas de cuerpos perfectísimos.
Cada bronce fundido al calor de las llamas,
cada piedra tallada, cada fuente o presagio
iluminó rincones del misterio antes que el hierro
proscribiera el disfrute de semejantes dones
y habitáramos su clamorosa ausencia, rotas las alas
para no insistir nuevamente en los milagros.

Escuchad, el reloj no se agota y cuenta cada hora
para que otra vez los labios proclamen nuevos salmos
y nuevas músicas aplacen las guerras declaradas.
Cediendo a lo oportuno, cuando se agote el tiempo
será perentorio buscar refugio en los antiguos pórticos
antes de que la muerte avance por calles y avenidas
donde la peste acecha la sangre de los niños,
millones de mujeres estériles anuncian los miedos
de la noche que viene y feroces turbas
asaltan la memoria de los nobles legados
para dejar en manos de ladrones
                                                  su miserable tráfico.

                 José Baena, Roma. Septiembre de 2011


 
                        Octavio Augusto. Museo Massimo alle Terme


                                            Ares, dios de la guerra  
              
     
                                                            Cariátide
                                

   
                     Estanque del Cánopo. Villa Adriana 

                                  







En el laberinto andaluz

Tras leer la prensa el día después de las elecciones andaluzas, he llegado al convencimiento de que son muy raros los comentaristas cuyas explicaciones acerca de los resultados obtenidos me convencen plenamente. Los mismos que, con el apoyo de las encuestas, anunciaban el cambio de rumbo andaluz y el previsible ascenso al poder del Partido Popular son los que ahora hilvanan sus razonamientos para explicar las causas por las que sus vaticinios resultaron errados. Ni acertaron antes ni consiguen acertar ahora. Posiblemente sea necesario vivir en Andalucía para captar las verdaderas causas por las que, en las elecciones del domingo, los votantes otorgaron nuevamente su confianza a ese Frente Popular que, de facto, lleva mal gobernándonos desde hace treinta años. 

 
Luis Rojas Marcos, el conocido psiquiatra sevillano afincado en Nueva York, afirmaba desde la última página del ABC del lunes que “la tendencia a la felicidad es genética en el ser humano”, esa misma felicidad que, pocos días antes, la socialista Elena Valenciano prometió a las mujeres que votaran al Psoe en los comicios andaluces. A mi esta dichosa palabreja siempre me ha producido inquietud, porque aparte de no saber qué es ni en qué consiste y tras haber constado a lo largo de los años que solamente un imbécil puede considerarse feliz, todos los regímenes totalitarios la han esgrimido como justificación última para una gobernanza cuya manifestación política quedó formulada en aquella célebre frase que retrata el despotismo ilustrado del siglo XVIII: “Todo para el pueblo, pero sin el pueblo”. La Revolución Francesa cambió de rumbo y apoyándose en la razón, después de sangrientos baños de sangre justificados en aras de una felicidad que condensó en tres palabras: libertad, igualdad y fraternidad, plasmó las bases del estado moderno en un acta solemne de derechos y obligaciones llamada “Constitución”, consagrando así el triunfo de la razón sobre el oscurantismo precedente. Los cual no fue obstáculo para que siglo y pico más tarde, la Revolución de Octubre despojara al individuo de todas las libertades conquistadas en nombre, ¿cómo no?, de la felicidad colectiva a disfrutar en el futuro paraíso comunista, sacrificando por el camino a varios millones de seres humanos.

Pero he aquí que la razón, al igual que la felicidad, son conceptos fácilmente manejables en función de quien los utilice, sobre todo si desde el poder se lleva décadas haciendo tragar a todo el mundo como cosas razonables realidades que no lo son en absoluto. Y con esta última consideración aterrizo de lleno en esta Andalucía delirante, cuya imagen perceptible fabrica Canal Sur de manera incesante, día tras día, hora tras hora, hasta materializarse entre nosotros como esos muertos de Don Juan Tenorio (sevillano, por más señas), que se hacen presentes de tanto convocarlos. Sin embargo, no nos confundamos: por mucho que se empeñen, la realidad es tozuda y, como ocurre en el caso andaluz, acaba manifestándose en forma de corrupción, de saqueo a las arcas públicas, de enriquecimientos súbitos y escandalosos, de acaparación del poder por camarillas familiares o tramas clientelares hereditarias y, en última instancia, de ruina económica, todo ello inundado por una marea de chapapote pestilente y tan ubicuo como el aparato de poder que lo genera en cantidades industriales. Como anotó Goya en uno de sus más famosos aguafuertes, “el sueño de la razón produce monstruos”. Lo malo es que, después de treinta años viviendo en la inercia de esta monstruosidad colectiva, a los que no participamos en ella no nos queda más remedio que admitir, como en el célebre cuento de Monterroso, que el dinosaurio sigue ahí.


 
El bajo perfil de la campaña realizada por Javier Arenas, la influencia negativa de la subida de impuestos y de la nueva legislación laboral, explicada solo por sus detractores, el temor a otorgarle excesivo poder al Partido Popular e incluso el miedo social generado a base de mentiras intragables para alguien medianamente instruido e, incluso, la posible falta de idoneidad de Arenas para protagonizar el deseable cambio político, son elementos que pueden haber influido en el resultado electoral, pero que, a mi juicio, no son determinantes por el simple hecho de que se trata de causas susceptibles de ser razonadas y analizadas. Precisamente, aquí radica el quid de la cuestión: que para el grueso de la población andaluza, la racionalidad es un concepto que opera de forma muy peculiar: en vez de mandar a sus casas a unos gobernantes que mantienen Andalucía a la cola de Europa, prefiere encomendarse la noche del lunes santo a Jesus Cautivo, para que opere el milagro de devolver el trabajo a una tierra con más parados que olivos. Tal vez esta postura iluminista sea extensible a otras muchas regiones de España, pero la exageración andaluza hace que aquí el drama revista caracteres de sainete castizo de los hermanos Álvarez Quintero, en donde el señorito es, como viene siendo desde hace décadas, militante del Partido Socialista. Que para eso estamos en el mundo de las Lolas, las Pacas y las Pepas de España y olé. 


 
D. José Ortega y Gasset, nuestro más insigne filósofo comienza sus reflexiones en “Ideas y creencias”, distinguiendo conceptualmente las primeras de las segundas. En su inicial y ya clásico comienzo afirma “que las ideas se tienen; en las creencias se está”. Las ideas son elaboraciones de un saber reflexivo producto del conocimiento, por eso cuando se quiere entender a una persona, su experiencia y su vida, se le suele preguntar cuáles son sus ideas. Con ello intentaremos saber todo lo que en ella aparece como resultado de su cualidad de ser racional.

Las creencias, por el contrario, suponen un mundo anterior mucho más primitivo, porque no son productos elaborados por nuestra capacidad pensante. Por eso, con las creencias no tenemos nada que hacer, porque, simplemente, estamos en ellas. El lenguaje vulgar ha acuñado la expresión “estar en la creencia”. También por ese motivo no me parece extraño que todos los que carecen de ideas presuman de ideología, un concepto que es primo hermano de las creencias. Con estos mimbres, después correr el maratón de la “Andalucía imparable” y hasta de rebasar la meta, hemos llegado desde la nada a la más extrema de las miserias. Marxismo puro, sí, pero el de los hermanos Marx.



A estas alturas, resulta evidente que la tarea mejor realizada por la Junta ha sido reforzar unas creencias ancestrales que, elevadas a la categoría de esencia diferencial andaluza, constituyen la base del poder político asentado en el Hospital de las Cinco Llagas (supurantes, añadiría yo) y que gasta en propaganda mucho más que en educación, una educación que, para colmo, es también propaganda en buena parte: en la época de Franco el adoctrinamiento político se circunscribía a la hora semanal que duraba la clase de Formación del Espíritu Nacional, mientras que ahora abarca la docencia en su conjunto, desde la Geografía a la Historia, pasando por esa variante de la Gramática Española trufada con los risibles giros del hembrismo militante y purgante. No me cabe duda de que la irracionalidad es el peligro más nefasto que se cierne sobre cualquier sistema democrático, cuyos análisis deberían fundamentarse tanto en el ahondamiento crítico como en el conocimiento objetivo sostenido por estadísticas solventes y hechos comprobables. Fomentar el miedo, aprovecharse de la ignorancia y utilizar los medios de información públicos como altavoces de su prepotencia es como decirle a los votantes que son tarados mentales o que carecen de la más mínima capacidad para distinguir causas y efectos, de razonar, en una palabra. En estos menesteres, el poder socialista andaluz guarda grandes semejanzas con el franquismo, en el que sus prebostes se justificaban a sí mismos en virtud de las famosas “adhesiones inquebrantables”, equivalentes en Andalucía al voto biográfico vinculado a adscripciones heredadas y tan inconmovibles como el desdén, cuando no odio siciliano, hacia el adversario, convertido en enemigo furibundo al que debe negársele hasta el derecho a la palabra.


No quiero dejar de mencionar, dígase lo que se diga de Javier Arenas, que el que más ha fallado en Andalucía ha sido Rajoy, que ha perdido cuatro meses sin tomar medidas espectaculares de saneamiento público, en consonancia con la situación desesperada en la que estamos. Porque los andaluces también votaron en noviembre para que hubiera cambios. Y sin embargo, respecto a las elecciones legislativas, prefirieron quedarse en su casa cuatrocientos mil de estos votantes, que, de haberse molestado en acudir a las urnas, otro gallo nos cantaría. De Rajoy esperábamos mucho, muchísimo más y otra vez nos está defraudando. Su actitud de pasteleo con el separatismo catalán, otro cáncer que no admite más esperas, demuestra su falta de temperamento político. Otra ocasión fallida y creo que no tendremos muchas más.

A los disconformes con la corrupción institucional que nos ahoga, tocará permanecer en ese exilio interior que supone vivir en un régimen totalitario en sus prácticas de gobierno, zafio en su discurso político e impermeable a todo lo que no redunde en el beneficio particular de la casta dirigente y de sus adeptos. Ver a ese esperpento, mezcla de Ho Chi Minh y Arafat, que es Juan Manuel Sánchez Gordillo, apodado “El Cabrero” y alcalde perpétuo de Marinaleda, postulándose para Consejero de Agricultura es más ilustrativo que cualquier discurso razonado para saber dónde estamos y adivinar a dónde todavía podemos llegar si la autoridad competente y el tiempo no lo impiden.



Si “es estar engañado estar más muerto”, como escribió Vicente Aleixandre, nuestro casi desconocido Premio Nobel de Literatura, debería cambiar el nombre a este blog y titularlo algo así como “Crónicas desde la Morgue”. Para no caer en esa tentación he decidido, después de dejar algún comentario acerca de la huelga general con la que nuestros dos grandes sindicatos subvencionados apuestan por situarnos, de la mano de Grecia, en las tinieblas exteriores del llanto y el crujir de dientes, no volver a referirme por el momento a cuestiones de política nacional. La vida está en otra parte y quiero que mi atención también lo esté.

Hace años, de regreso a la ciudad de Jaén en donde entonces residía, después de haber participado en una campaña de promoción del turismo andaluz en Japón, tomé en la estación de ferrocarril un taxi para que me condujera a mi casa. Por el camino, entablé conversación con el taxista, un hombre dicharachero al que intenté explicarle algunas peculiaridades japonesas. Tarea inútil. Las palabras del taxista se me quedaron grabadas:

̶No se moleste usté, maestro, que pá mi, de Despeñaperros pá arriba, tó e Alemania.

Lo terrible del caso es que esta misma respuesta es la que habría recibido de cualquiera de los prebostes socialistas que rigen los destinos de esta desgraciado laberinto andaluz. No hace falta más que vivir aquí para saberlo.


 

sábado, 24 de marzo de 2012


Andalucía o el silencio de los corderos

Conforme han ido pasando los años y las décadas desde la muerte de Franco, la realidad andaluza, social, política y económica, ha ido derivando hacia un totalitarismo feroz en el que los aparatos de poder del partido socialista y su tela de araña clientelar ocupan todo el espacio visible, descalificada cualquier oposición democrática con una sarta de adjetivaciones muy parecida al discurso oficial empleado por la dictadura castrista con los disidentes cubanos y de los que la televisión del Régimen, mendaz hasta la náusea, ha procurado incrustar en las cabezas de los andaluces (y andaluzas, por utilizar la jerga del sexismo hembrista triunfante) hasta convertir al desgraciado solar andaluz en un desquiciado Patio de Monipodio en el que disentir lleva aparejado un ostracismo que, para los que lo padecen, viene a ser como vivir emparedados, reducidos a la condición de zombies por obra y gracia de una trama que, como hierba venenosa, retoña en todas partes.



Los apaños antidemocráticos, corruptelas, mordidas, abusos de poder, falta de controles en la gestión, filibusterismo intelectual y demás secuelas del pensamiento único que han asolado la nación española, encuentran aquí su expresión más exacerbada y hasta surrealista. Basta asomarse media hora a la programación de Canal Sur para darse cuenta de hasta que punto la realidad ha sido sustiuida por un universo paralelo hecho a imágen y semejanza del proyectado por el No-Do del régimen franquista, tan vivo en sus permanentes y denostadas referencias como si el Caudillo hubiera muerto anteayer mismo.

Los desafueros del zapaterismo, el hundimiento económico y la crisis subsiguiente han sido solapados con cuenta chistes de baja estofa, niñas cantantes a lo Pantoja, ancianitos felices sin otros intereses vitales que volver a enamorarse a los ochenta años en los pograms de Juan Imedio, todo eso envuelto en un patrioterismo de fortaleza asediada por esa derecha extrema de terratenientes, curas y señoritos más propios de una comedia de los hermanos Álvarez Quintetro que del tercer milenio o de esa “Andalucía imparable” pregonada urbi et orbi por la propaganda oficialista, venga o no a cuento.

Sin haber leído a Ortega, es sabido que el ignorante desprecia todo lo que desconoce, muchos andaluces han aceptado la jarana promovida desde la Junta y se ofrecen a sí mismos como espectáculo para el safari antropológico de turistas y visitantes, de tal manera que no hay programa de televisión, sea de lo que fuere, que no cuente con su dosis de casticismo meridional (la “grasia” típica esa) expresada por el chistoso, la flamenca o la choni rociera, elevados los estereotipos a señas de identidad gracias al aplauso institucional. El andalucismo de pandereta que aborrecimos los que vivimos la Transición es hoy el único incono cultural ofrecido por los próceres del Régimen, cada vez más montaraces (ellos y ellas) e impermeables al curso de una Historia que han pugnado por detener y reinventar tanto en sus aciertos como en sus fracasos. El reciente espectáculo ofrecido en Canal Sur por los lolailos subvencionados, mal leyendo los solemnes párrafos de la Constición gaditana, no hubiera desmerecido en una película de los Monty Piton.



Después de vivir tantos años soportando este desolador panorama, soy incapaz de creer que el soez espectáculo andaluz acabe con las votaciones de mañana. Vértigo siento ante la orgía de sectarismo revanchista que nos espera si Griñan y sus mariachis lograran perpetuarse en el poder. Como muestra, ahí están las encanalladas palabras de Felipe González, cada día más histriónico, prepotente, rencoroso y rebosante de veneno, previniendo el descalabro de Griñán, al que, dándolo por hecho de antemano, compara a su propia caída del poder, que achaca a las maniobras de la “caverna mediática” encarnada por “El Inmundo y el Abc monárquico de toda la vida”, la misma prensa que ha sacado de las cloacas a la luz pública las pestilencias de la Junta. Su discurso muestra bien a las claras lo que piensa acerca de la libertad de información y, como otras muchas palabras suyas, son dignas de figurar en las páginas de la Historia Universal de la Infamia. Y es que, para el PSOE andaluz, todos los escándalos que le afectan son producto de una conspiración del PP, en el que colaboran algunos jueces, la Conferencia Episcopal y la ínfima parte de la prensa que no soslaya sus desafueros. El enquistamiento en el poder durante treinta años del POSE de Andalucía lo ha desarmado de una estructura de valores capaz de garantizar que el poder político esté al servicio de los ciudadanos y no al revés, sin darse cuenta de que cuanto más se enroca, más nos acerca al precipicio. Resulta patético que los mensajes elegidos por los socialistas andaluces para su campaña electoral (“Con Griñán hay otro camino para salir de la crisis” o “Elije el camino hacia tus derechos”, con falta de ortografía incluida) apelen a la milagrería de los creyentes en vez de a la racionalidad que debe presidir nuestra inapelable condición de seres pensantes, sin querer ver que los menores de treinta años no han conocido otra cosa en sus vidas que el Régimen corrupto que dispone y manda en Andalucía como si se tratara de su coto particular. 

 
En consecuencia, harto de estar harto y por la cuenta que me trae, mañana iré a votar y apostaré por mandar la chusma que nos desgobierna a donde yo me sé. Y si entre todos no conseguimos echarla, me iré a vivir cuatro años fuera de Andalucía. Aunque tampoco descarto, las cosas como son, tenerme que ir a pesar de o como consecuencia de que gane por mayoría absoluta Javier Arenas. Cosas veredes, Sancho.

domingo, 4 de marzo de 2012


                      Comentario de actualidad

Cuando los analistas económicos hablan de la actual crisis de crédito y de los males que arrastra nuestro sistema financiero siempre se refieren explícitamente a los bancos, que son también las entidades que atraen el grueso de las iras populares, sin hacer mención casi nunca de las cajas de ahorros, a pesar de que tradicionalmente han sido depositarias de más del cincuenta por ciento del ahorro popular. Hace un año, ¡cómo pasa el tiempo!, escribí para la revista El Dedo Digital un artículo dedicado especialmente a estas entidades opacas, vergonzosamente politizadas y mal gestionadas. Como desde entonces acá las cosas han ido, y seguirán yendo, de mal en peor, he creido oportuno reproducirlo en las páginas de este blog, que pretende ser un fiel testimonio tanto de mis preocupaciones e intereses como de esas pequeñas gratificaciones compensatorias que uno se busca para seguir tirando en este desgraciado país. Este es el artículo:


Un maldito embrollo

Llevo más de una semana de espera para ponerme a redactar este artículo. Como podrán figurarse, el motivo no ha sido otro que conocer el texto de la muy anunciada, criticada y nuevamente retrasada legislación que determinará el futuro de las cajas de ahorros españolas, eufemísticamente llamado Decreto-Ley sobre el Reforzamiento del Sector Financiero por la ministra Salgado, que dará la puntilla a las cajas tal como las conocemos porque pasarán a ser bancos, ni más ni menos. Una disposición fuertemente contestada desde el propio sector porque su finalidad última no es otra que responder “a la manera española”, es decir, arbitrariamente, tarde y mal, a las prioridades de saneamiento marcadas por los mercados financieros y la Unión Europea, bajo la batuta de Alemania.


Si en octubre de 2008, cuando la caida de Lehman Brothers, el Banco de España hubiera agarrado el toro por los cuernos y apostado decididamente por la reconversión de nuestro sistema financiero, en vez de esconder la cabeza y esperar a que el temporal escampara, abundando en la letanía de que nuestros bancos y cajas eran los más solventes del mundo gracias a su rigurosa tutela, nuestro actual panorama económico no sería tan desesperado. Entonces tal vez habría bastado con la creación por parte del Estado de un “banco malo” en el que colocar todos los activos tóxicos, que las autoridades económicas irían liquidando en un plazo prudencial según las oportunidades ofrecidas por los mercados. De este modo, y de una vez por todas, bancos y cajas podrían haber reiniciado su actividad intermediadora desde una situación de limpieza, conciliando su saneamiento con la imprescindible tarea de reactivar nuestra economía a través de la concesión de créditos, sin los cuales se está viniendo abajo el tejido productivos de la nación entera, imposibilitando sine die la recuperación económica, que es el único camino para atajar la bomba de relojería que representa para todo nuestra sistema social, político y económico ese espantoso agujero negro constituido por los casi cinco millones de parados existentes.


Sin afrontar de raiz el problema representado por el enorme volúmen del crédito inmobiliario concedido, que agrava hasta el paroxismo las otras preocupantes disonancias que presenta el sector de las cajas, todas las medidas adoptadas han sido paños calientes que ni siquiera han servido para enmascarar la gravedad de la situación en la que hemos desembocado. Mientras que el Banco de España declaró que el saneamiento de las cajas estaría terminado a 31 de dieciembre, la realidad es que el proceso de reestructuración del sector no sólo no ha finalizado, sino que ni siquiera ha empezado. La política de fusiones y los SIPs han sido un fiasco, no por previsto, menos espectacular. Peor todavía, esa dinámica generada por el Banco regulador sin haber dispuesto previamente de un mecanismo de limpieza de activos entorpece más, si cabe, una información clara y precisa de la situación de insolvencia real en la que están la mayor parte de las entidades de crédito. Ante esta carencia, y obligadas a capitalizarse a la bulla y corriendo, resulta impensable creer que los escasos inversores locales aportarán los recursos necesarios para una presunta salvación, que, encima, estaría pilotada por los mismos malos gestores que han llevado las cajas al borde de la bancarrota, porque sería tanto como poner a los ratones a cuidar el queso.

En cualquier caso, los veinte mil millones de euros adicionales que como "máximo" aportaría el FROB, no cubren ni de lejos las necesidades reales de recapitalización de nuestras entidades financieras. Sobre este aspecto sobrevuelan numerosas estimaciones, pero ninguna tan baja –por no decir manifiestamente ridícula– como la lanzada por la ministra Salgado. Sin ir más lejos, Jordi Sevilla tasó hace un mes la deuda de estas entidades en 180.000 millones de euros, o sea 30 billones de pesetas. La extraordinaria diferencia de las cifras que menciono sirven para dar cabal idea tanto del maldito embrollo en que nos encontramos, como de la magnitud del temporal que ahora toca capear y que, en lo que a las cajas respecta, viene auspiciado en buena parte por el desastre cantonal español. Es un secreto a voces que las castas políticas perpetuadas en las Autonomías han utilizado descaradamnete las cajas de ahorros como bancos particulares para embarcarse en las más peligrosas aventuras, que, como era previsible, las han puesto en peligro de suspensión de pagos, a la par que han empobrecido a las familias trabajadoras, imposibilitadas de acceder a viviendas mafiosamente sobrevaloradas si no se hipotecaban de por vida.

A los males apuntados debo añadir otra calamidad evidente. Que la legislación aplicable en el ámbito de las cajas posibilita un derrotero dual e incompatible, ya que permite tanto su total privatización como que las comunidades autónomas y ayuntamientos, en la santa y aprovechada compaña de los dos grandes sindicatos mayoritarios, mantegan el control de los órganos de gobierno de las cajas, salvo que sean intervenidas. La prueba de fuego para valorar la efectividad de cualquier operación de saneamiento exige una rápida regeneración de los flujos de crédito y la capacidad de atraer inversores para la viabilidad futura de las entidades financieras y, desde luego, debe quedar muy claro que la conversión de las cajas en bancos no resolverá en modo alguno el problema del crédito, con lo que al final del proceso apuntado por el Ministerio de Economía estaremos como ahora, pero sin cajas de ahorros. Además, y para nuestra tragedia, el tiempo se ha acabado y la prisa manifiesta por convertirlas en bancos es señal inequívoca del desbarajuste existente. Las alarmas están disparadas y los mercados amenazan con estrangular el sector si el horizonte no se despeja conforme vaya avanzando el calendario de vencimientos de la deuda.

La clave para el Gobierno es evitar una situación como la de Irlanda, donde el rescate a la banca disparó el déficit público y acabó instalando al país en la insolvencia. Para ello, los irresponsables económicos consideran indispensable que las cajas encuentren financiación en los mercados y que logren inversores privados que aporten colchones de capital, lo que parece muy improbable en este momento, al menos a precios normales, porque las dudas sobre las cajas en los mercados son formidables. Para algunas entidades, en las que la distancia con la insolvencia es muy corta, no habrá más remedio que meter dinero público antes de que se materialice alguna posibilidad de venta, mientras que algunas aves carroñeras comienzan a acechar: fondos oportunistas del Reino Unido, Estados Unidos, Oriente Medio y China ya se han interesado por el sector y sus activos, eso sí, a precios de derribo. También los presidentes del Santander y del BBV apenas si disimulan su alborozo, al tiempo que afilan sus colmillos. Precisamente, el punto de inflexión vino cuando los dos grandes bancos españoles acudieron al mercado para sus emisiones y terminaron pagando Euribor +2.25%, cuando el resto de los bancos europeos pagó un +0.30. Entonces pisaron el acelerador y presionaron a sus títeres del Gobierno para sacrificar a las cajas, convertidas en chivos expiatorios de un sistemas más que podrido desde sus mismos cimientos.


No quiero dejar de resaltar dos detalles. El primero es que resulta sonrojante el papelón ofrecido por la inoperancia del Banco de España. Por si la historia de las últimas décadas no ha dejado escrito con trazo indeleble que su enorme poder de inrtervención o manipulación del sistema financiero lo ha utilizado, dicho sea con la mayor suavidad posible, en favor de intereses incofesables, sus bandazos de los últimos meses no han hecho más que enracer el ambiente con presiones interesadas a según qué cajas y, por descontado, poco acordes con la transparencia exigible en nuestro entorno europeo a los bancos reguladores de carácter estatal. Al igual que ocurre con las cajas, el sectarismo político acaba resultando catastrófico para el mundo económico en su conjunto, porque en el mercado global las manipulaciones para enmascarar la realidad o, lo que es peor, torcerla, comporta necesariamnete las consecuencias nefastas que todos estamos padeciendo. Y las que están por venir...

En segundo y último lugar, debo señalar acusadoramente a los máximos gestores de las cajas, quienes, acorazados en privilegios feudales absolutamente incompatibles con la transparecia exigida por una sociedad democrática, han colocado demasiadas veces en los puestos técnicos de mayor responsabilidad a individuos de nula preparación financiera, más inclinados ante los intereses políticos a los que deben sus cargos que a la sana administración de unas entidades de las que se consideran más dueños y señores de horca y cuchillo que empleados. Los dioses saben hasta qué punto daría por bienvenido el huracán que nos asola si su incompetencia, manifiesta muchas veces en una previa y desastrosa gestión de empresas públicas que han llevado a la bancarrota, fueran barridos para siempre y, si este fuera un país normal, hasta procesados por presunta malversación. Pero de sobra sé que, parafraseando a Lampedusa, será preciso que todo cambie para que todo siga igual: la inmensa mayoría empobrecida todavía se empobrecerá más, mientras que los miembros de la casta dirigente seguirán forrándose con sus descarados emolumentos, como si fueran premios Nobeles de Economía, después de haber llevado España a la ruina.