En el laberinto andaluz
Tras leer la prensa el día después de las elecciones andaluzas, he llegado al convencimiento de que son muy raros los comentaristas cuyas explicaciones acerca de los resultados obtenidos me convencen plenamente. Los mismos que, con el apoyo de las encuestas, anunciaban el cambio de rumbo andaluz y el previsible ascenso al poder del Partido Popular son los que ahora hilvanan sus razonamientos para explicar las causas por las que sus vaticinios resultaron errados. Ni acertaron antes ni consiguen acertar ahora. Posiblemente sea necesario vivir en Andalucía para captar las verdaderas causas por las que, en las elecciones del domingo, los votantes otorgaron nuevamente su confianza a ese Frente Popular que, de facto, lleva mal gobernándonos desde hace treinta años.
Luis Rojas Marcos, el conocido psiquiatra sevillano afincado en Nueva York, afirmaba desde la última página del ABC del lunes que “la tendencia a la felicidad es genética en el ser humano”, esa misma felicidad que, pocos días antes, la socialista Elena Valenciano prometió a las mujeres que votaran al Psoe en los comicios andaluces. A mi esta dichosa palabreja siempre me ha producido inquietud, porque aparte de no saber qué es ni en qué consiste y tras haber constado a lo largo de los años que solamente un imbécil puede considerarse feliz, todos los regímenes totalitarios la han esgrimido como justificación última para una gobernanza cuya manifestación política quedó formulada en aquella célebre frase que retrata el despotismo ilustrado del siglo XVIII: “Todo para el pueblo, pero sin el pueblo”. La Revolución Francesa cambió de rumbo y apoyándose en la razón, después de sangrientos baños de sangre justificados en aras de una felicidad que condensó en tres palabras: libertad, igualdad y fraternidad, plasmó las bases del estado moderno en un acta solemne de derechos y obligaciones llamada “Constitución”, consagrando así el triunfo de la razón sobre el oscurantismo precedente. Los cual no fue obstáculo para que siglo y pico más tarde, la Revolución de Octubre despojara al individuo de todas las libertades conquistadas en nombre, ¿cómo no?, de la felicidad colectiva a disfrutar en el futuro paraíso comunista, sacrificando por el camino a varios millones de seres humanos.
Pero he aquí que la razón, al igual que la felicidad, son conceptos fácilmente manejables en función de quien los utilice, sobre todo si desde el poder se lleva décadas haciendo tragar a todo el mundo como cosas razonables realidades que no lo son en absoluto. Y con esta última consideración aterrizo de lleno en esta Andalucía delirante, cuya imagen perceptible fabrica Canal Sur de manera incesante, día tras día, hora tras hora, hasta materializarse entre nosotros como esos muertos de Don Juan Tenorio (sevillano, por más señas), que se hacen presentes de tanto convocarlos. Sin embargo, no nos confundamos: por mucho que se empeñen, la realidad es tozuda y, como ocurre en el caso andaluz, acaba manifestándose en forma de corrupción, de saqueo a las arcas públicas, de enriquecimientos súbitos y escandalosos, de acaparación del poder por camarillas familiares o tramas clientelares hereditarias y, en última instancia, de ruina económica, todo ello inundado por una marea de chapapote pestilente y tan ubicuo como el aparato de poder que lo genera en cantidades industriales. Como anotó Goya en uno de sus más famosos aguafuertes, “el sueño de la razón produce monstruos”. Lo malo es que, después de treinta años viviendo en la inercia de esta monstruosidad colectiva, a los que no participamos en ella no nos queda más remedio que admitir, como en el célebre cuento de Monterroso, que el dinosaurio sigue ahí.
El bajo perfil de la campaña realizada por Javier Arenas, la influencia negativa de la subida de impuestos y de la nueva legislación laboral, explicada solo por sus detractores, el temor a otorgarle excesivo poder al Partido Popular e incluso el miedo social generado a base de mentiras intragables para alguien medianamente instruido e, incluso, la posible falta de idoneidad de Arenas para protagonizar el deseable cambio político, son elementos que pueden haber influido en el resultado electoral, pero que, a mi juicio, no son determinantes por el simple hecho de que se trata de causas susceptibles de ser razonadas y analizadas. Precisamente, aquí radica el quid de la cuestión: que para el grueso de la población andaluza, la racionalidad es un concepto que opera de forma muy peculiar: en vez de mandar a sus casas a unos gobernantes que mantienen Andalucía a la cola de Europa, prefiere encomendarse la noche del lunes santo a Jesus Cautivo, para que opere el milagro de devolver el trabajo a una tierra con más parados que olivos. Tal vez esta postura iluminista sea extensible a otras muchas regiones de España, pero la exageración andaluza hace que aquí el drama revista caracteres de sainete castizo de los hermanos Álvarez Quintero, en donde el señorito es, como viene siendo desde hace décadas, militante del Partido Socialista. Que para eso estamos en el mundo de las Lolas, las Pacas y las Pepas de España y olé.
D. José Ortega y Gasset, nuestro más insigne filósofo comienza sus reflexiones en “Ideas y creencias”, distinguiendo conceptualmente las primeras de las segundas. En su inicial y ya clásico comienzo afirma “que las ideas se tienen; en las creencias se está”. Las ideas son elaboraciones de un saber reflexivo producto del conocimiento, por eso cuando se quiere entender a una persona, su experiencia y su vida, se le suele preguntar cuáles son sus ideas. Con ello intentaremos saber todo lo que en ella aparece como resultado de su cualidad de ser racional.
Las creencias, por el contrario, suponen un mundo anterior mucho más primitivo, porque no son productos elaborados por nuestra capacidad pensante. Por eso, con las creencias no tenemos nada que hacer, porque, simplemente, estamos en ellas. El lenguaje vulgar ha acuñado la expresión “estar en la creencia”. También por ese motivo no me parece extraño que todos los que carecen de ideas presuman de ideología, un concepto que es primo hermano de las creencias. Con estos mimbres, después correr el maratón de la “Andalucía imparable” y hasta de rebasar la meta, hemos llegado desde la nada a la más extrema de las miserias. Marxismo puro, sí, pero el de los hermanos Marx.
A estas alturas, resulta evidente que la tarea mejor realizada por la Junta ha sido reforzar unas creencias ancestrales que, elevadas a la categoría de esencia diferencial andaluza, constituyen la base del poder político asentado en el Hospital de las Cinco Llagas (supurantes, añadiría yo) y que gasta en propaganda mucho más que en educación, una educación que, para colmo, es también propaganda en buena parte: en la época de Franco el adoctrinamiento político se circunscribía a la hora semanal que duraba la clase de Formación del Espíritu Nacional, mientras que ahora abarca la docencia en su conjunto, desde la Geografía a la Historia, pasando por esa variante de la Gramática Española trufada con los risibles giros del hembrismo militante y purgante. No me cabe duda de que la irracionalidad es el peligro más nefasto que se cierne sobre cualquier sistema democrático, cuyos análisis deberían fundamentarse tanto en el ahondamiento crítico como en el conocimiento objetivo sostenido por estadísticas solventes y hechos comprobables. Fomentar el miedo, aprovecharse de la ignorancia y utilizar los medios de información públicos como altavoces de su prepotencia es como decirle a los votantes que son tarados mentales o que carecen de la más mínima capacidad para distinguir causas y efectos, de razonar, en una palabra. En estos menesteres, el poder socialista andaluz guarda grandes semejanzas con el franquismo, en el que sus prebostes se justificaban a sí mismos en virtud de las famosas “adhesiones inquebrantables”, equivalentes en Andalucía al voto biográfico vinculado a adscripciones heredadas y tan inconmovibles como el desdén, cuando no odio siciliano, hacia el adversario, convertido en enemigo furibundo al que debe negársele hasta el derecho a la palabra.
No quiero dejar de mencionar, dígase lo que se diga de Javier Arenas, que el que más ha fallado en Andalucía ha sido Rajoy, que ha perdido cuatro meses sin tomar medidas espectaculares de saneamiento público, en consonancia con la situación desesperada en la que estamos. Porque los andaluces también votaron en noviembre para que hubiera cambios. Y sin embargo, respecto a las elecciones legislativas, prefirieron quedarse en su casa cuatrocientos mil de estos votantes, que, de haberse molestado en acudir a las urnas, otro gallo nos cantaría. De Rajoy esperábamos mucho, muchísimo más y otra vez nos está defraudando. Su actitud de pasteleo con el separatismo catalán, otro cáncer que no admite más esperas, demuestra su falta de temperamento político. Otra ocasión fallida y creo que no tendremos muchas más.
A los disconformes con la corrupción institucional que nos ahoga, tocará permanecer en ese exilio interior que supone vivir en un régimen totalitario en sus prácticas de gobierno, zafio en su discurso político e impermeable a todo lo que no redunde en el beneficio particular de la casta dirigente y de sus adeptos. Ver a ese esperpento, mezcla de Ho Chi Minh y Arafat, que es Juan Manuel Sánchez Gordillo, apodado “El Cabrero” y alcalde perpétuo de Marinaleda, postulándose para Consejero de Agricultura es más ilustrativo que cualquier discurso razonado para saber dónde estamos y adivinar a dónde todavía podemos llegar si la autoridad competente y el tiempo no lo impiden.
Si “es estar engañado estar más muerto”, como escribió Vicente Aleixandre, nuestro casi desconocido Premio Nobel de Literatura, debería cambiar el nombre a este blog y titularlo algo así como “Crónicas desde la Morgue”. Para no caer en esa tentación he decidido, después de dejar algún comentario acerca de la huelga general con la que nuestros dos grandes sindicatos subvencionados apuestan por situarnos, de la mano de Grecia, en las tinieblas exteriores del llanto y el crujir de dientes, no volver a referirme por el momento a cuestiones de política nacional. La vida está en otra parte y quiero que mi atención también lo esté.
Hace años, de regreso a la ciudad de Jaén en donde entonces residía, después de haber participado en una campaña de promoción del turismo andaluz en Japón, tomé en la estación de ferrocarril un taxi para que me condujera a mi casa. Por el camino, entablé conversación con el taxista, un hombre dicharachero al que intenté explicarle algunas peculiaridades japonesas. Tarea inútil. Las palabras del taxista se me quedaron grabadas:
̶No se moleste usté, maestro, que pá mi, de Despeñaperros pá arriba, tó e Alemania.
Lo terrible del caso es que esta misma respuesta es la que habría recibido de cualquiera de los prebostes socialistas que rigen los destinos de esta desgraciado laberinto andaluz. No hace falta más que vivir aquí para saberlo.