domingo, 4 de marzo de 2012


                      Comentario de actualidad

Cuando los analistas económicos hablan de la actual crisis de crédito y de los males que arrastra nuestro sistema financiero siempre se refieren explícitamente a los bancos, que son también las entidades que atraen el grueso de las iras populares, sin hacer mención casi nunca de las cajas de ahorros, a pesar de que tradicionalmente han sido depositarias de más del cincuenta por ciento del ahorro popular. Hace un año, ¡cómo pasa el tiempo!, escribí para la revista El Dedo Digital un artículo dedicado especialmente a estas entidades opacas, vergonzosamente politizadas y mal gestionadas. Como desde entonces acá las cosas han ido, y seguirán yendo, de mal en peor, he creido oportuno reproducirlo en las páginas de este blog, que pretende ser un fiel testimonio tanto de mis preocupaciones e intereses como de esas pequeñas gratificaciones compensatorias que uno se busca para seguir tirando en este desgraciado país. Este es el artículo:


Un maldito embrollo

Llevo más de una semana de espera para ponerme a redactar este artículo. Como podrán figurarse, el motivo no ha sido otro que conocer el texto de la muy anunciada, criticada y nuevamente retrasada legislación que determinará el futuro de las cajas de ahorros españolas, eufemísticamente llamado Decreto-Ley sobre el Reforzamiento del Sector Financiero por la ministra Salgado, que dará la puntilla a las cajas tal como las conocemos porque pasarán a ser bancos, ni más ni menos. Una disposición fuertemente contestada desde el propio sector porque su finalidad última no es otra que responder “a la manera española”, es decir, arbitrariamente, tarde y mal, a las prioridades de saneamiento marcadas por los mercados financieros y la Unión Europea, bajo la batuta de Alemania.


Si en octubre de 2008, cuando la caida de Lehman Brothers, el Banco de España hubiera agarrado el toro por los cuernos y apostado decididamente por la reconversión de nuestro sistema financiero, en vez de esconder la cabeza y esperar a que el temporal escampara, abundando en la letanía de que nuestros bancos y cajas eran los más solventes del mundo gracias a su rigurosa tutela, nuestro actual panorama económico no sería tan desesperado. Entonces tal vez habría bastado con la creación por parte del Estado de un “banco malo” en el que colocar todos los activos tóxicos, que las autoridades económicas irían liquidando en un plazo prudencial según las oportunidades ofrecidas por los mercados. De este modo, y de una vez por todas, bancos y cajas podrían haber reiniciado su actividad intermediadora desde una situación de limpieza, conciliando su saneamiento con la imprescindible tarea de reactivar nuestra economía a través de la concesión de créditos, sin los cuales se está viniendo abajo el tejido productivos de la nación entera, imposibilitando sine die la recuperación económica, que es el único camino para atajar la bomba de relojería que representa para todo nuestra sistema social, político y económico ese espantoso agujero negro constituido por los casi cinco millones de parados existentes.


Sin afrontar de raiz el problema representado por el enorme volúmen del crédito inmobiliario concedido, que agrava hasta el paroxismo las otras preocupantes disonancias que presenta el sector de las cajas, todas las medidas adoptadas han sido paños calientes que ni siquiera han servido para enmascarar la gravedad de la situación en la que hemos desembocado. Mientras que el Banco de España declaró que el saneamiento de las cajas estaría terminado a 31 de dieciembre, la realidad es que el proceso de reestructuración del sector no sólo no ha finalizado, sino que ni siquiera ha empezado. La política de fusiones y los SIPs han sido un fiasco, no por previsto, menos espectacular. Peor todavía, esa dinámica generada por el Banco regulador sin haber dispuesto previamente de un mecanismo de limpieza de activos entorpece más, si cabe, una información clara y precisa de la situación de insolvencia real en la que están la mayor parte de las entidades de crédito. Ante esta carencia, y obligadas a capitalizarse a la bulla y corriendo, resulta impensable creer que los escasos inversores locales aportarán los recursos necesarios para una presunta salvación, que, encima, estaría pilotada por los mismos malos gestores que han llevado las cajas al borde de la bancarrota, porque sería tanto como poner a los ratones a cuidar el queso.

En cualquier caso, los veinte mil millones de euros adicionales que como "máximo" aportaría el FROB, no cubren ni de lejos las necesidades reales de recapitalización de nuestras entidades financieras. Sobre este aspecto sobrevuelan numerosas estimaciones, pero ninguna tan baja –por no decir manifiestamente ridícula– como la lanzada por la ministra Salgado. Sin ir más lejos, Jordi Sevilla tasó hace un mes la deuda de estas entidades en 180.000 millones de euros, o sea 30 billones de pesetas. La extraordinaria diferencia de las cifras que menciono sirven para dar cabal idea tanto del maldito embrollo en que nos encontramos, como de la magnitud del temporal que ahora toca capear y que, en lo que a las cajas respecta, viene auspiciado en buena parte por el desastre cantonal español. Es un secreto a voces que las castas políticas perpetuadas en las Autonomías han utilizado descaradamnete las cajas de ahorros como bancos particulares para embarcarse en las más peligrosas aventuras, que, como era previsible, las han puesto en peligro de suspensión de pagos, a la par que han empobrecido a las familias trabajadoras, imposibilitadas de acceder a viviendas mafiosamente sobrevaloradas si no se hipotecaban de por vida.

A los males apuntados debo añadir otra calamidad evidente. Que la legislación aplicable en el ámbito de las cajas posibilita un derrotero dual e incompatible, ya que permite tanto su total privatización como que las comunidades autónomas y ayuntamientos, en la santa y aprovechada compaña de los dos grandes sindicatos mayoritarios, mantegan el control de los órganos de gobierno de las cajas, salvo que sean intervenidas. La prueba de fuego para valorar la efectividad de cualquier operación de saneamiento exige una rápida regeneración de los flujos de crédito y la capacidad de atraer inversores para la viabilidad futura de las entidades financieras y, desde luego, debe quedar muy claro que la conversión de las cajas en bancos no resolverá en modo alguno el problema del crédito, con lo que al final del proceso apuntado por el Ministerio de Economía estaremos como ahora, pero sin cajas de ahorros. Además, y para nuestra tragedia, el tiempo se ha acabado y la prisa manifiesta por convertirlas en bancos es señal inequívoca del desbarajuste existente. Las alarmas están disparadas y los mercados amenazan con estrangular el sector si el horizonte no se despeja conforme vaya avanzando el calendario de vencimientos de la deuda.

La clave para el Gobierno es evitar una situación como la de Irlanda, donde el rescate a la banca disparó el déficit público y acabó instalando al país en la insolvencia. Para ello, los irresponsables económicos consideran indispensable que las cajas encuentren financiación en los mercados y que logren inversores privados que aporten colchones de capital, lo que parece muy improbable en este momento, al menos a precios normales, porque las dudas sobre las cajas en los mercados son formidables. Para algunas entidades, en las que la distancia con la insolvencia es muy corta, no habrá más remedio que meter dinero público antes de que se materialice alguna posibilidad de venta, mientras que algunas aves carroñeras comienzan a acechar: fondos oportunistas del Reino Unido, Estados Unidos, Oriente Medio y China ya se han interesado por el sector y sus activos, eso sí, a precios de derribo. También los presidentes del Santander y del BBV apenas si disimulan su alborozo, al tiempo que afilan sus colmillos. Precisamente, el punto de inflexión vino cuando los dos grandes bancos españoles acudieron al mercado para sus emisiones y terminaron pagando Euribor +2.25%, cuando el resto de los bancos europeos pagó un +0.30. Entonces pisaron el acelerador y presionaron a sus títeres del Gobierno para sacrificar a las cajas, convertidas en chivos expiatorios de un sistemas más que podrido desde sus mismos cimientos.


No quiero dejar de resaltar dos detalles. El primero es que resulta sonrojante el papelón ofrecido por la inoperancia del Banco de España. Por si la historia de las últimas décadas no ha dejado escrito con trazo indeleble que su enorme poder de inrtervención o manipulación del sistema financiero lo ha utilizado, dicho sea con la mayor suavidad posible, en favor de intereses incofesables, sus bandazos de los últimos meses no han hecho más que enracer el ambiente con presiones interesadas a según qué cajas y, por descontado, poco acordes con la transparencia exigible en nuestro entorno europeo a los bancos reguladores de carácter estatal. Al igual que ocurre con las cajas, el sectarismo político acaba resultando catastrófico para el mundo económico en su conjunto, porque en el mercado global las manipulaciones para enmascarar la realidad o, lo que es peor, torcerla, comporta necesariamnete las consecuencias nefastas que todos estamos padeciendo. Y las que están por venir...

En segundo y último lugar, debo señalar acusadoramente a los máximos gestores de las cajas, quienes, acorazados en privilegios feudales absolutamente incompatibles con la transparecia exigida por una sociedad democrática, han colocado demasiadas veces en los puestos técnicos de mayor responsabilidad a individuos de nula preparación financiera, más inclinados ante los intereses políticos a los que deben sus cargos que a la sana administración de unas entidades de las que se consideran más dueños y señores de horca y cuchillo que empleados. Los dioses saben hasta qué punto daría por bienvenido el huracán que nos asola si su incompetencia, manifiesta muchas veces en una previa y desastrosa gestión de empresas públicas que han llevado a la bancarrota, fueran barridos para siempre y, si este fuera un país normal, hasta procesados por presunta malversación. Pero de sobra sé que, parafraseando a Lampedusa, será preciso que todo cambie para que todo siga igual: la inmensa mayoría empobrecida todavía se empobrecerá más, mientras que los miembros de la casta dirigente seguirán forrándose con sus descarados emolumentos, como si fueran premios Nobeles de Economía, después de haber llevado España a la ruina.


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