Peregrino por la Strada dell'Architettura
2.
Possagno y Antonio Canova
A
la mañana siguiente de mi tormentosa llegada a Paderno del Grappa,
lo primero que hice al despertar fue descorrer las cortinas y abrir
la ventana de par en par. Por encima de la tierra empapada, de las
cercas de piedra y de los tejados de las villas rurales desperdigadas por el verdor empapado del paisaje, irrumpió sin previo aviso el
esplendor de una primavera imposible, porque, según el calendario,
estábamos a mediados de octubre, ¡qué hermoso regalo me ofrecía
la fortuna!
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Desde mi ventana |
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Hotel con encanto |
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Possagno y el Macizo del Grappa |
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El alma se serena
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Una habitación con vistas |
Las
grisuras de la tarde anterior se habían trasmutado en un cielo
intensamente azul que cubría la escena, tal como suele aparecer en
los frescos del Giotto que enjoyan las paredes de la Basílica de
San Francesco, en Asisi, otro enclave portentoso de esa tierra
italiana tan mía como pueda serlo de de los italianos. O acaso más,
porque mi amor no es producto del azar: uno no elige el lugar donde
nace, sino donde se siente renacer y que es, necesariamente, fruto de
una predilección especial, de una elección. A la razón estamos
obligados por ser humanos; las razones del corazón a las que se
refería Pascal son de otra índole. La racionalidad resulta tan necesaria como la
respiración, porque sin ella nos convertimos en bestias, mientras
que el amor es un don gratuito y tan imprevisible como ese punto en
donde el rayo cae y abrasa lo que toca, aunque, como es el caso, mi vocación italiana contenga un componente lógico vinculado a la propia biografía.
Sobre
el azul, como enormes galeones a la deriva, flotaban densas nubes
algodonosas que empenachaban las altas cumbres del macizo del Grappa
como si fueran volcanes humeantes, lo que confería al escenario una
movilidad tan cambiante como frágil e inaprensible a la mirada,
mientras que, ajenos a estos vaivenes, los caseríos aparecían como
anclados a las huertas y vallas de piedras de los que emergían como
submarinos. Ante mí acababa de presentarse la belleza, natural,
suave y silenciosamente, una belleza antigua que por humanísima podría calificar propiamente como “italiana”. Me pareció que el mundo acababa
de nacer y yo con él. Que todo volvía a ser nuevo otra vez, porque las cosas me
hablaban en el olvidado lenguaje de la infancia, cuando encontraba en
los libros de Arte, que afanosamente buscaba, los rastros de un
tiempo anterior, presentido, imaginado, soñado. Una placentera
sensación de gratitud inundó mi espíritu porque era capaz de volver a sentir, mejor que comprender, las profundas razones de mi predilección italiana. También las impresiones revividas en la suntuosa Venecia, que todavía impregnaban mi memoria con su despliegue de fulgores dorados bajo el sol implacable del mediodía o con azulones
plateados, cuando las misteriosas sombras se adelantan a la noche en los
canales, porque con la oscuridad Venecia se convierte en un enigma
milenario y tan tentador como lo son todos los laberintos. En un sentido total, acaso metafísico, ese perpetuo e inclasificable viajero que fue Henri Michaux creía que viajar es recorrerse uno mismo. Y es que puede que la sabiduría esté en seguir buscando con la intensidad primera una luz o camino que ya se ha encontrado. Porque todo lo que se comprende es bueno: Oscar Wilde dixit.
Creo que pocas veces durante la vida adulta somos conscientes mientras recibimos del azar un regalo
tan sencillo como el de aquella mañana cuando me asomé a la
ventana de mi habitación en Paderno. De la contemplación pasé
inmediatamente a la acción: además de estar hambriento, no quería
perder ni un minuto de un día tan hermoso. Me duché con prisa y
bajé al bar del hotel para dar buena cuenta del desayuno sin haber
decidido todavía por dónde comenzar el itinerario que me había
propuesto recorrer.
En
consideración al Hotel San Giacomo, debo reseñar que el buffet
que me encontré dispuesto estaba en consonancia con el resto del
establecimiento, es decir, que era sencillamente espléndido. En el
módulo de la entrada me enfrenté con un surtido de exquisita
pastelería, panes crujientes de diversos tipos, bizcochos, galletas
y zumos, mientras que en el situado al otro extremo de la barra del
bar se encontraba la charcutería, mantequillas, quesos, mermeladas
caseras, yogures y una generosa muestra de frutas del tiempo: uvas
negras, ciruelas, manzanas, frescas tajadas de melón y diversos
tipos de cereales ricos en fibra. Como por pudor prefiero no entrar
en detalles de lo que recogí para mi suministro, diré que ya en mi
mesa, situada junto a la cristalera que dejaba ver la preciosa terraza ajardinada anexa a la fachada principal del edificio, entre
sorbo y sorbo de mi segundo capuccino,
me dediqué a escudriñar el indispensable plano para decidir hacia
dónde me dirigiría en primer lugar, si al norte, para visitar
Possagno, o en dirección sur, para ver Asolo, que atravesé el día
anterior en plena tormenta, y el cercano caserío de Maser, en cuyas
inmediaciones están Villa Barbaro y el Tempietto de Palladio.
Considerando que Asolo se encuentra a unos quince kilómetros del hotel y
Maser está nueve kilómetros más adelante, era evidente que completar
este recorrido me llevaría bastante más tiempo que acercarme a
Possagno, situado a tan solo cuatro kilómetros, así que opté por
visitar primero el Tempio del Canova y disponer luego de la mayor
parte del día para ver tranquilamente todo lo demás.
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Paderno del Grappa. Via Roma
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Paderno del Grappa. Via IV Novembre |
Sería
una injusticia no decir que Paderno del Grappa me pareció tan hermoso con la radiante claridad matutina que con las últimas
sombras de la tarde anterior. El entramado urbano parece más el de
una localidad balnearia que un enclave agrícola común y corriente,
porque Paderno no tiene nada especialmente destacado que ver; en
realidad es un gran parque urbano enclavado en un cruce de caminos de
los muchos que hay en la zona y solamente identificable por la gran
torre exenta de la iglesia parroquial, situada en la arbolada y
solitaria plazoleta que comparte con el edificio municipal y una
trattoria de acogedora terraza. Siempre me sorprende gratamente que
las plazas, calles o jardines de las ciudades y pueblos italianos
conserven la impronta romántica de la época en la que fueron
construidos y que ningún munícipe especialmente cazurro haya
decidido “urbanizarlos” con los brutales criterios con los que en
España se han destruido las huellas del pasado, sustituyendo los
frondosos arbolados por explanadas marmóreas o colocando espantosos
adefesios presuntamente modernos que solamente retratan la voluntad
exhibicionista propia de los nuevos ricos, la incultura social
generalizada y la agresiva prepotencia de una clase política tan
palurda como sectaria. Por eso, cuando oigo decir por estos pagos que
España e Italia son sociedades muy parecidas me entra la risa.
Volviendo
a mis impresiones sobre Paderno, es su esencialidad rural entrañable
la que otorga a este rinconcito apacible su cualidad doméstica de
servir de parada y fonda ideales al viajero tranquilo que quiera
recorrer sin prisas la comarca situada entre el Brenta y la llanura
véneta o adentrase en los hermosos valles pre-alpinos situados en la
vertiente sur del macizo del Grappa, llenos de alquerías y
pueblecitos de ensoñadora estampa.
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Urbanismo decimonónico muy bien conservado
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Campanario exento de la iglesia parroquial de Paderno del Grappa |
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Alto en el camino para hacer fotos |
Después
de tomar algunas fotos del hotel y de sus inmediaciones, partí
con mi Lancia alquilado para enfilar la Via IV Novembre, que
inmediatamente empezó a ascender, serpenteando entre el verdor de
huertos, maizales y masas forestales sobre las que destacaban las
esbeltas siluetas de los cipreses, que clavetean con su elegancia la
mayor parte de las estampas rurales italianas. En apenas diez minutos
llegué a la Via Molinetto, que es como se denomina ese tramo de
carretera provincial cuando llega a Possagno, un municipio con
poco más de dos mil habitantes, distribuidos con holgura en casas
preferentemente unifamiliares rodeadas de pequeños jardines, vertebradas por un entramado de calles arboladas y la hermosa
explanada en la que se encuentran la casa natal y el Museo Canoviano,
de la que parte la ascendente Via Antonio Canova (¿cómo no?) que
conduce al Tempio donde está sepultado el gran artista neoclásico.
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Maizales y huertas en los alrededores de Paderno del Grappa |
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Alquería |
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Caminos en los que no importa perderse |
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Llegada a Possagno |
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Possagno. Via Molinetto, con el Tempio del Canova al fondo
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Desde
antes de llegar a Possagno la mirada queda secuestrada por la visión
blanca del Tempio, que alza su bien proporcionada mole sobre un
altozano que domina el caserío y cuya grandiosa cúpula marca la
impronta del hermoso panorama abarcado por la vista. Conforme subía
lentamente por la empinada vía que le sirve de acceso, el monumento
fue surgiendo de la fronda en su enormidad deslumbrante como la
aparición sobrenatural de un universo perdido. Aunque esperaba algo
parecido, cuando aparqué el coche en el lateral derecho de la
gigantesca explanada donde se levanta el edificio no pude evitar mi
pasmo ante la pureza del grandioso escenario formado por el templo,
el esbelto campanille
alzado a su izquierda y el telón de fondo constituido por el denso
arbolado que escala el macizo del Grappa, cuyas cimas aparecían
envuelta en un abultado penacho de nubarrones que contrastaban todavía
más, si cabe, con el añil del cielo en aquella fragante
mañana del mes de octubre. Mi pobre yo era el único espectador y
referente humano del esplendor marmóreo y líneas purísimas brotado
como por ensalmo en las mismas faldas del Monte Grappa, ¡que
desmesura tan iltalianísima!
Deambulé parsimoniosamente por la solitaria explanada degustando la suavidad del aire
que respiraba, el intenso verdor de los valles pre-alpinos que se
divisan desde el emplazamiento escogido por el mismo Canova para el
templo de su propio diseño, cada vez más asombrado ante las
colosales dimensiones del conjunto, que se iba agigantando conforme
ascendía por las rampas de guijarros geométricamente dispuestos a
modo de mosaicos y cuyas líneas de fuga convergían en el gran frontal columnado de la fachada principal, que poco a poco fue
ocultando la visión de la fastuosa cúpula que domina el monumento
cuando se contempla desde mayor distancia.
En
el Tempio Canoviano se distinguen tres elementos arquitectónicos esenciales: la
columnata del pórtico, que recuerda el Partenón de Atenas; el
cuerpo central similar al Panteón romano y el ábside del altar mayor. Las tres partes representan simbólicamente tres fases
esenciales de la historia de Occidente: la civilización griega, la
cultura romana y la culminación cristiana.
El
atrio, construido en piedra viva, tiene una longitud de 27,816 metros
(como el diámetro interior y la altura de la cúpula), está
compuesto de dieciséis columnas de orden dórico que sostienen el
arquitrabe de diseño ático. Las bases de las columnas tienen un
diámetro de 1,69 metros y son de lumachella,
una piedra blanca y porosa de Costalunda, localidad ubicada sobre
las colinas al sur de Possagno.
El
gran portón de entrada está sostenido por dos estípites, también
de lumachella, de 7,32 metros de altura y un grosor de 0,51metros. El
arquitrabe, de 4,4 metros de anchura, sostiene el frontón sobre el
que aparece esculpida la frase latina “DEO OPT MAX UNI AC TRINO”,
es decir, que el templo está dedicado a Dios, Óptimo, Máximo, Uno
y Trino. Impresiona el frontal de siete metopas diseñadas por destacados alumnos de Canova y otras metopas decorativas más simples alternadas
con triglifos. Es una lástima que el tímpano aparezca desnudo
porque Canova no vivió lo suficiente para decorarlo con las
esculturas que tenía proyectadas: el artista murió el 13 de octubre
de 1822, tres años después de que fuese colocada la primera piedra
del monumento. En los tiempos que corren causa admiración y asombro
el hecho de que las obras fuesen costeadas casi por
entero gracias a una donación del propio Canova, que no habría bastado de no haber sido por la participación económica de los
vecinos de Possagno, junto al trabajo voluntario y desinteresado de
muchos trabajadores de la comarca. Una lección de solidaridad a lo Fuenteovejuna, pero, claro, al itálico modo...
Si
el exterior del Tempio Canoviano asombra por sus dimensiones y la
armonía de sus proporciones, cuando se accede al interior, la mirada se dirige involuntariamente a la cúpula semiesférica
decorada con 224 casetones que contienen sendos rosetones de madera
dorada. Como sucede en el Panteón romano, todos los elementos
constructivos o decorativos, siendo valiosos por sí mismos, están
subordinados a la inmensa cúpula, por cuyo lucernario acristalado se cuela la
blanquísima luz que ilumina el espacio que sirve a Possagno de suntuosa
iglesia parroquial.
Después
de examinar detenidamente el conjunto, encaminé mis pasos al nicho lateral situado a la derecha de la entrada en donde se encuentra la
tumba de Antonio Canova, flanqueada por su busto en mármol, esculpida por el propio artista, y el de su medio hermano, monseñor
Giovanni Battista Sartori-Canova, obispo de Mindo, obra de
Cincinnato Baruzzi. En las capillas laterales, diseñadas en estilo
jónico por Stefano Marcadella, hay obras de Luca Giordano (San
Francesco de Paula), Palma il Giovane (Jesús en el Huerto), Giovanni
de Sacchis, llamado
il Pordenone (Madonna
de las Mercedes), Andrea Vicentino (santos Sebastián, Francisco,
Roque y Antonio con la Virgen y el Niño Jesús), completándose el
conjunto con el nicho lateral derecho, opuesto al
que sirve de sepultura canoviana, con una Pietà fundida en bronce
por Bartolomeo Ferrari sobre un modelo canoviano y el altar mayor,
presidido por Il
compianto di Cristo, un óleo pintado por el mismo Canova durante sus vacaciones en Possagno.
Una
vez devuelto a la explanada y después de reparar en que el
campanario, diseñado a imagen de la torre de la iglesia parroquial
de Paderno del Grappa (aunque sin su cúpula bulbosa), está a suficiente distancia del templo como
para que los diversos estilos de ambos no se superpongan y chirríen,
me encaminé lentamente hacia el rincón donde había aparcado el
automóvil con intención de visitar el Museo Canoviano y la
Gipsoteca antes de abandonar Possagno con destino a Asolo y a la
Villa Barbaro de Maser.
El
Museo Canoviano está en la casa en donde el artista nació y residió
durante sus largas estancias en Possagno. Recorrer las sencillas y
luminosas estancias abiertas al recoleto jardín interior fue una
experiencia deliciosa que realicé completamente solo, aunque
sabiéndome vigilado por las cámaras de seguridad dispuestas en
todos los ángulos posibles, que me impidieron hacer las fotos que de
buen gusto habría realizado. Las estancias están absolutamente impregnadas por la humanidad del artista, ya que se conservan los
muebles originales, así como importantes colecciones de sus pinturas
(óleos y témperas), incisiones en yeso, dibujos, bocetos y
mármoles, junto a sus instrumentos de trabajo y hasta algunas
vitrinas con vestidos usados por el artista en las numerosas
recepciones oficiales a las que asistió.
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Retrato de Antonio Canova
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Cefalo y Procri. óleo sobre tela. 1876 |
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Autorretrato |
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Retrato de Canova, por Thomas Lawrence |
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Las Gracias y Venus danzando ante Marte. Témpera
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A
lo largo del recorrido hay carteles dispuestos para explicar la
manera en la cual trabajaba Canova. Desde el dibujo que representaba
la primera idea, pasaba al boceto en terracota para dar volumen al
dibujo. En la siguiente fase creaba el modelo en arcilla, sobre la
cual realizaba el molde final en yeso. Sobre estos yesos insertaba
pequeños clavos con los que, mediante un compás o pantógrafo,
trasladaba al mármol las proporciones del diseño, pudiéndose ver
las huellas de estos clavos en casi todos los modelos conservados en
la Gipsoteca.
Después
de refrescar las sensaciones experimentadas en el delicioso jardín
que une la casa natal con la Gipsoteca, me dispuse a recorrer el
conjunto de salas que la integran. Confieso que la Gipsoteca me
sorprendió. No esperaba su enormidad, que aunaba magistralmente la
originalidad de su diseño, tan actual como sobrio y elegante, con la
funcionalidad expositiva. Que las obras fueran en yeso apenas si me
importó, ya que lo realmente valioso era el privilegio de poder
contemplar reunida la descomunal producción del artista,
representada por la mayor parte de sus mejores obras, incluyendo la
famosa escultura de Paulina Bonaparte, cuya réplica en mármol está
en la romana Galería Borghese.
Sin
entrar de lleno en el terreno formal de la crítica del arte, me
parece conveniente apuntar que la escultura en el tránsito de los
siglos XVIII al XIX se aproxima con mayor voluntad incluso que la
arquitectura al mundo clásico. La antigüedad y las esculturas
greco-romanas alcanzan en ese momento un periodo de exaltación,
lógica si consideramos las numerosas piezas que iban apareciendo en
las excavaciones del momento. Por otra parte hay un deseo, convertido
casi en necesidad, de volver a las formas sencillas y sobrias en la
escultura, después de las exageraciones formales del barroco, y nada
mejor que la estética clásica para reencontrase con esos cánones
de armonía, proporción y claridad compositiva.
Por
todo ello, la obra de Antonio Canova desarrolla un estilo basado en
la nitidez de líneas, en la pureza de los contornos, y en una
limpieza formal a la que también contribuye el mármol, debidamente
pulimentado, como material habitual. La claridad compositiva es
igualmente otra de sus características, así como su variedad
temática en la que no faltan el retrato, las alegorías, la
figuración mitológica, los monumentos públicos, los sepulcros
funerarios y ya en mucha menor medida, el tema religioso. Aunque en
una obra tan extensa haya de todo, quiero apuntar que, acaso por ser
italiano, pese a la formalidad inexpresiva de algunos de sus modelos,
Canova no llega casi nunca a la frialdad nórdica del otro gran
escultor neoclásico que fue contemporáneo suyo, el danés Bertel
Thorvaldsen.
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Danza de los hijos de Alceo. Relieve en yeso. 1790 |
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Danza de las Gracias y Venus ante el dios Marte. Relieve en yeso. 1797 |
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Las tres Gracias |
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Según mi opinión, la Magdalena yacente (obra de 1819), es de una sensibilidad muy próxima al manierismo barroco |
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Magdalena penitente |
Aunque
puedan considerarse obras menores, a mi me parecieron especialmente
deliciosos algunos relieves en yeso trabajados a buril, en los que el
arista muestra su impregnación clásica, que plasma con magistral
exquisitez, y otras en las que su sentido de la monumentalidad
típicamente neoclásica no le impide una sensibilidad manierista muy próxima al barroco, que yo emparentaría con el helenismo, como sucede con el
famoso grupo de “Eros y Psique”, cuyo original en mármol se
encuentra en el Museo del Louvre.
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Eros y Psique |
Ya he dejado dicho que el conjunto de la obra canoviana expuesta en la
Gipsoteca es apabullante y que ni de lejos esperaba semejante lujo
museístico, tanto más sorprendente si consideramos que Possagno es
un pueblecito que apenas si sobrepasa los dos mil habitantes. En
definitiva, que recomiendo esta visita a todo aquel que, sabiéndose
amante del arte, viaje por las cercanas y monumentales ciudades de
Vicenza o Padova. Estoy seguro de que agradecerán mi ferviente
recomendación y no se olvidaran de incluir en el itinerario la
deliciosa villa de Possagno.
Cuando
di por terminada mi visita era casi las dos de la tarde: ¡la
parada en Possagno había durado cerca de seis horas! Como casi
siempre me pasa cuando ando embebido en la contemplación de las
cosas que me interesan, el reloj había corrido demasiado para mi
gusto, así que, para no perder tiempo haciendo un almuerzo formal,
decidí conformarme con un buen bocadillo, cerveza y un par de
manzanas, que adquirí en una pequeña tienda cercana. También me
pareció una magnífica idea hacer un alto en el camino para dar cuenta
de mis viandas en alguna de las acogedoras áreas de descanso que
había visto junto a la carretera entre Paderno del Grappa y Possgno,
con lo que prolongaría un rato más el disfrute de la hermosa
naturaleza de aquella tierra que tanto me estaba gustando. Es muy
cierto, además, que cuando los placeres son gratis, resultan
doblemente apetecibles.
Villa
Emo estaba a media hora de trayecto, así que podría llegar a eso de
las tres de la tarde, disponiendo luego de tiempo más que suficiente
para visitar Asolo antes de que anocheciera. Todo me pareció
perfecto: el horario encajaba, el día era soleado y la tranquila
carretera provincial invitaba a una conducción más que relajada.
Hoy sé que la sensación de euforia que experimentaba se
parecía mucho a la felicidad. Al fin y al cabo, coincido con Séneca en que, admitiendo que todo el mundo aspira a la felicidad,
nadie sabe en qué consiste.
muchas gracias por el detallado recorrido. Muchas de sus anotaciones son excelentes ayudas para el disfrute visual.
ResponderEliminarGracias. Me alegra saberlo. Pero creo que lo mejor es que le sirva de estímulo para experimentar la vivencia de recorrer este itinerario tan poco conocido. Es cuestión de proponérselo... Al fin y al cabo, no está en la Patagonia, ¿verdad?
ResponderEliminarGracias por tantísima belleza compartida tan generosamente por ti.
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