TRILOGÍA
DE MARRUECOS
I.
EL COLOR OCRE
La primera parte del texto que sigue lo he tomado de mi novela “El fuego de San Telmo”,
en la que una parte muy importante de la acción acontece en la
ciudad de Marrakech.
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Muchacho bereber de la tribu amazigh
canta en una calle de la medina de Rabat |
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Sura del Corán en las Tumbas Saadíes. Marrakech |
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En la Kasbah de Ait Benhaddou |
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Tatuaje hecho con henna
en la Plaza de Jamaá El Fná. Marrakech
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Aceitunas de todas las clases posibles
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Guiso bereber |
En
nuestras ciudades el hombre parece que ya no ve los colores. En su
alocada carrera por un escenario yermo, ha llegado a ser tan idiota
que emplea una gran parte de su inteligencia en devastar con
parloteos la hiriente claridad de los ojos. Su mirada se ha vuelto
acromática. De ahí mi fascinación ante el contraste vital
representado por este paisaje de colores radicales, de amarillos
intensos irguiéndose como gritos pelados sobre la confusión de
grises, verdes y azules. Y la inmensa gama de ocres dando arraigo
telúrico a la fugacidad de los sentimientos y de las pasiones. El
color expresa algo en sí mismo. Es un hecho que el ocre, el ocre
rojo o hematita, que empasta la propia representación de las
ciudades, es el color de la sangre, de la vida, del principio del
hombre cuando éste lo utilizó para impresionar las huellas de sus
manos en la pared de una cueva, para manchar piedras y huesos o
decorar su rostro.
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Dunas de Merzouga |
A
nuestros ancestros no les bastó pespuntear las siluetas de los
caballos o bisontes en el oscuro vientre de sus santuarios, sino que
las rellenaron con ocres para marcar que allí aleteaba la vida: el
color como estallido de vida o conjuro a la oscuridad de la muerte.
También se lanzaba polvo de color ocre sobre los cadáveres para
recordarles la existencia y provocar el regreso del espíritu que los
había dejado. En este sentido, el color consigue más que cualquier
otra representación. Pero en Marruecos no hay que molestarse en
elegir; todos los colores vienen cogidos de la mano, inseparablemente
anudados en sus misterios, en sus cultos oscuros o en sus rituales
secretos.
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Ruinas de Chellah. Rabat |
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Museo Dar el-Batha de artesanías populares. Marrakech
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Riad Amira Victoria. Marrakech
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Patio central del Riad Amira Victoria
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Pabellón y estanque de la Menara. Marrakech
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Madrasa de Ben Youssuf. Marrakech
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Zócalo de yeserías en la Madrasa de Ben Youssuf |
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Playa y dunas en Oualidia
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Essauira
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Dátiles y granos |
La
ruta de las kasbahs
Si el ocre es uno de los colores dominantes en los paisajes de Marruecos, desde las intrincadas cadenas montañosas del Atlas o los desiertos, dunas y acantilados de la fachada atlántica hasta las postales que la memoria guarda de la mayoría de sus ciudades, no cabe duda que alcanza su valor más representativo en las kahsbahs que todavía hoy se alzan intemporales, pregonando su alianza indisoluble entre el barro primigenio y esa tierra de fuertes contrastes que deja en quien la visita la sombra de una eternidad difusa que no tiene nombre, pero que se arraiga dentro y rebrota cuando menos se espera en nostalgia de esa serenidad tan buscada de la que la vida nos ha ido desposeyendo poco a poco.
Las kasbahs son imponentes pueblos amurallados y fortificados con torres cuadradas situados próximos a las vías por donde transitaban las caravanas de mercaderes. Construidos en adobe, reforzado en algunas partes con vigas de madera, se ofrecen a la mirada del viajero como testigos mudos de la vida que en ellos latió y que hoy los ha abandonado en su mayor parte, no esperando más que ser desmochados por los elementos y cubiertos por las arenas del tiempo, aunque todavía confieren al paisaje mineral del Atlas una grandeza inenarrable, que el viajero puede admirar mientras se acoge a una categoría de silencio inmemorial que agudiza la percepción de lo humano como elemento indisolublemente arraigado al sustrato telúrico de la tierra que le sirve de asiento.
La cultura bereber instalada en los encajonados valles presaharianos ha desarrollado desde hace milenios una habilidad especial para sacar partido a las aguas de los torrentes procedentes del deshielo de las nieves del Alto Atlas. El verdor de los pequeños huertos de hortalizas rodeados de palmeras, olivos y árboles frutales hasta el último pedazo aprovechable, contrasta con la sequedad circundante, donde los desnudos pedregales muestran los perfiles de un antiguo fondo marino plagado de fósiles que anuncia la aridez absoluta del Gran Desierto.
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Naturaleza convulsa y mineral en las gargantas del Dadés |
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Subiendo al Alto Dadés |
El punto más aconsejable para iniciar la ruta de las kasbahs es la ciudad de Ouarzazate, en el mismo
cruce de los caminos que llevan a los valles del Draa, del Dadés y
del Ziz, a un paso de las dos primeras kasbahs, la de Taourirt y la de
Ait Benhaddou. La primera está dentro de lo que es hoy el casco
urbano de Ouarzazate, una ciudad tranquila, bien urbanizada y donde
es aconsejable pernoctar para disfrutar de sus buenos alojamientos y
restaurantes, en los que es posible degustar las tradicionales recetas de la
gastronomía bereber, no demasiado amplia, pero honrada y con platos de excelente factura.
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Kasbah de Taourit, en Ouarzazate |
La
más famosa de estas kasbahs es la de Ait Benhaddou, declarada
Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, que está emplazada a unos
treinta kilómetros de Ouarzazate. Llegar a ella desde la carretera
principal es adentrarse en un mundo que parecería corresponder a
otra época si no fuese por los pequeños comercios y puestos de
minerales o fósiles que ofrecen por doquier al viajero la posibilidad
de llevarse algún sugestivo recuerdo de su visita. La panorámica del
valle, atravesado por el río de aguas limpias que es necesario
cruzar por un rústico vado para llegar a la entrada de la kasbah, es un espectáculo que resulta muy difícil de describir con el pobre
recurso de las palabras, sobre todo en la primavera temprana cuando florecen los almendros y la nieve de sus flores contrasta con los ocres que definen el paisaje.
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Aldea bereber cerca del puerto de Tichka |
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Puesto de minerales y fósiles en el puerto de Tichka |
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Puesto de fósiles al borde de la carretera |
Camino de Ait Banhaddou, el puerto de montaña de Tichka es el mayor obstáculo que
hay que superar cuando se toma la ascendente carretera que va de Marrakech a
Ouarzazate. Por las abruptas laderas surgen caseríos que se
confunden con las tonalidades ocres de la tierra, donde los pastores
bereberes aprovechan las estrechas riberas de los torrentes para
arrancarle a la aridez algunos cultivos protegidos de la intensa insolación por las sombras de nogales,
manzanos y almendros, mientras la vista se pierde en unos horizontes
en los que las sucesivas cadenas montañosas parecen sucederse hasta
el infinito.
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En la ruta del Dadés |
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Por el alto Dadés |
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Riad o albergue típico en la ruta del Dadés |
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Construcciones de adobe encajonadas en un desfiladero aprovechado para el cultivo de frutales |
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Albergue de carretera cerca de Boumaine du Dadés |
Ait
Benhaddou
El impresionante conjunto amurallado se abre al viajero por una puerta monumental, traspasada la cual se accede al espacio en el que se abren las antiguas construcciones de adobe, típicamente decoradas
y restauradas por cuenta de los diferentes directores de cine
que tomaron este sitio como escenario para sus películas, muchas de las cuales alcanzaron fama internacional, como fue el caso de "Gladiator".
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Atravesando el caserío de Ait Banhaddou
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Kasbah de Ait Benhaddou |
La
historia cuenta que Ait Benhaddou cobró su importancia durante el periodo en el que sus muros protectores servían de escala a las caravanas que llegaban desde el sur de África y
necesariamente debían cruzar las Montañas del Atlas para llegar a
los mercados de las ricas ciudades imperiales de Marruecos. Durante los días
calurosos (no aconsejo el viaje en verano de ninguna de las maneras)
la gente parece perderse entre las sombras de las laberínticas
callejas y pasadizos subterráneos. Sin embargo, en el pueblo actual
por el que pasa la carretera –muy próximo a la kasbah-, hay, como
en casi todo Marruecos, tiendas y tenderetes que ofrecen a los turistas una increíble oferta de minerales, desde cristales perfectos con coloraciones diversas y preciosas geodas, hasta una cantidad desmesurada de fósiles, que deberían de estar protegidos como joyas
geológicas, pero que se venden libremente por todas partes, generalmente
a precios muy bajos, aunque siempre habrá que regatear para
evitarse pasar por tontos al comprobar que otros más despiertos adquirieron objetos semejantes por los que pagaron mucho menos que nosotros. En los
tenderetes del poblado también pueden encontrase artesanías de todo
tipo: vasijas de barro, herramientas de hierro, cintos de cuero,
mantas de lana, vidrio artesanal y baratijas de de todas clases.
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Alfombras bereberes |
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Recuerdos para los turistas en Ait Benhaddou |
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Construcciones de adobe en Ait Benhaddou |
Aunque
el paisaje es árido y rocoso, el agua no falta. La tierra es escasa
en vegetación, aunque abunda la palmera datilera, la higuera, el
naranjo y el limonero, entre otros árboles frutales, como almendros o manzanos. Pero el tono cromático del paisaje viene dado por las
diferentes tonalidades del color ocre, según la hora del día, que también predomina en
las construcciones de adobe que parecen soldadas a la montaña. Aconsejo subir al torreón que domina la antigua kasbah, desde
donde se divisan unas maravillosas vistas del valle fluvial de Ait
Banhaddou y de la región circundante, con el Alto Atlas como telón
de fondo. Un escenario inolvidable que refleja la
esencia atemporal de esta tierra arcaica en la que el pueblo bereber sobrevive dignamente y agasaja al viajero con el don inapreciable de su hospitalidad.
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Tinghir |
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Garganta del Todra
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Baño primaveral en el río Todra |
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Hotel y restaurante en la Garganta del Todra |
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Kasbah de Tinghir |
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Chaval bereber de Tinghir
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En la Kasbash de Tinghir
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En el mercado de Risani |
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Estampa medieval en el mercado ganadero de Risani |
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Madrasa Bou Inania. Meknès |
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Labrados en madera de cedro de la Madrasa Bou Inania |
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Lavatorio de pies en una fuente de la medina de Meknès |
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Muralla del inmenso Palacio Real de Meknès |
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Buganvillas en el jardín de las Tumbas Saadíes. Marrakech |
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En la medina de Meknès |
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Dunas de Merzouga al atardecer |
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