EL
11-M Y LOS SERVICIOS DE INTELIGENCIA
4. La gran trampa: un atentado
con freno y marcha atrás
con freno y marcha atrás
“Para
triunfar sólo se necesitan tres cosas:
audacia,
audacia y más audacia”.
Jean-Paul
Marat
Antes
de acabar su segundo mandato como presidente del Gobierno, José
María Aznar quiso despedirse pasando a la Historia por la puerta
grande, ¿y qué mejor manera de conseguirlo que lograr la detención
de la plana mayor de ETA antes de la elecciones del 14-M? Con esto no
sólo entraría por derecho propio en la galería de los grandes
políticos españoles de todos los tiempos, sino que reforzaría de
manera absolutamente incontestable que su partido ganara las
elecciones por una abrumadora mayoría, desbordando la que ya
anunciaban todas las encuestas y sondeos realizados en las vísperas
electorales. Desde casi su mismo comienzo, es archisabido que ETA ha
estado infiltrada por agentes secretos de las Fuerzas y Cuerpos de la
Seguridad del Estado, de tal manera que para cualquiera resulta muy
difícil saber quién era (o sigue siendo) miembro de la ETA
independentista y terrorista o se trataba de un elemento infiltrado por
los Servicios de Inteligencia españoles o franceses, algo que de por
sí permitiría escribir todo un manual sobre esa gran intoxicación
que para la más elemental lógica y, por supuesto, para el Estado de
Derecho, supone la inconcebible y anacrónica existencia de ETA en
pleno siglo XXI. La visión de la película “Lobo” puede servir como
testimonio, pese a algunas concesiones inevitables destinadas al gran
público, de esta situación tan evidente como especial.
Para
acabar totalmente con ETA el presidente Aznar contaba con bazas más
que suficientes para ganar el envite, ya que, aparte de los medios
policiales bajo su control (?), los infiltrados de siempre (y algunos
más), su Gobierno recibía toda la información sobre la
localización y movimientos de los etarras que le suministraba la omnipresente National
Security Agency
estadounidense (NSA) a través de la red Echelon de vigilancia y
seguimiento por satélite, a la que ya me he referido en una entrada anterior.
Para
rentabilizar su control sobre la banda armada, en los días previos a
las elecciones generales, elementos muy cualificados de las fuerzas
policiales y de los servicios secretos habían preparado golpes de
mano espectaculares contra la cúpula de ETA. Por ello, el miércoles
10 de marzo, el Gobierno de José María Aznar estaba muy tranquilo.
Sabía por todas las encuestas que cuatro días después el Partido
Popular ganaría otra vez las elecciones. El propio Felipe González
lo había pronosticado ante un círculo de íntimos aquella misma tarde: "No
tendrán la mayoría absoluta, pero van a ganar las elecciones".
Los
colaboradores más próximos de Aznar conocían que para el
presidente la lucha contra ETA había sido uno de los ejes centrales
de sus dos mandatos. Por eso, las Fuerzas de Seguridad le prepararon
una gran satisfacción que, a la vez, serviría como última
catapulta electoral para arrasar en los comicios: la captura en un
solo golpe de toda la cúpula de la banda y de los pocos comandos
operativos que le quedaban. Aznar podría así, todavía dentro de su
último mandato y por el escaso margen de un par de días, cumplir
con una de sus promesas más solemnes: acabar con el grueso de la
organización terrorista.
Se
eligió cuidadosamente la fecha del gran golpe: la noche del viernes
12 de marzo, justo en el momento en que el país abandonaría la
campaña electoral para sumergirse en la jornada de reflexión. Ya
veían los enormes titulares en las primeras páginas de todos los
periódicos, así como el bombardeo desde los boletines de noticias
de las radios y de los telediarios: “La cúpula de ETA detenida al
completo cuando la banda se preparaba para cometer un gran atentado
en Madrid”. Los efectivos de vigilancia desplegados estaban en sus
puestos vigilando a los terroristas. El secreto de la operación era
absoluto. En las últimas semanas, las Fuerzas de Seguridad habían
trasladado al Gobierno su preocupación al considerar que ETA podía
intentar un atentado salvaje que irrumpiera de forma determinante en
la campaña electoral. En este sentido, fueron analizados hasta la
saciedad los intentos de la banda por volar trenes en la estación
madrileña de Chamartín coincidiendo con la tarde de la Nochebuena
última.
Estación de Chamartín |
En
esa operación cabía ver detalles de Inteligencia que indicaban la
posibilidad de que se utilizaran mochilas cargadas con bombas. Los
dos jóvenes capturados en una carretera comarcal de Cuenca con la
furgoneta en la que transportaban 500 kilogramos de explosivos,
Irkus Badillo y Gorka Vidal, hablaron hasta por los codos.
Declararon que ETA les había ordenado colocar en las navidades
últimas doce bolsas y mochilas en la estación de esquí de Baqueira
Beret, frecuentada por la familia real, para que explotaran de forma
coordinada, pero, tras dejarse ver sobre el terreno, los terroristas
desistieron inexplicablemente de la acción. Otro montaje teatral de
las cloacas susceptible de doble explicación. Porque todo lo que
atañe a la organización terrorista se ha venido jugando a dos o,
incluso, a tres o más bandas complementarias o alternativas.
Tras
su captura, todos dieron por supuesto que la Guardia Civil estaba
detrás, en una operación de seguimiento de la furgoneta que
conducían desde Francia. Pero según las últimas investigaciones
realizadas, resultaba que no era cierto. Aunque parezca imposible,
según informaron por el altavoz de los medios de comunicación o de
intoxicación, según se prefiera, se trataba de una detención
casual. ¿Eso quiso decir que a esas alturas los servicios secretos
españoles no tenían a los nuevos comandos jóvenes tan controlados
como todos suponían? ¿Para qué querían quinientos kilos de
explosivos en Madrid el 28 de febrero si no era para destrozar las
elecciones? Obviamente, la puesta en escena de la furgoneta de
Cañaveras y su detención “casual” parece indicar la voluntad de
que desde el Ministerio del Interior se estaba fraguando una
operación de envergadura consistente en hacer creer a la opinión
pública la posibilidad de que ETA cometería un gran atentado en las
vísperas electorales. Muchos analistas han considerado que esa
operación culminaría en un falso atentado preparado por los Servicios de Inteligencia del Estado, cuya “desactivación”
coincidiría con la redada que venía preparándose desde hacía
meses y que pondría fin a ETA, con la detención de su cúpula
dirigente y de los pocos efectivos que le quedaban a una banda puesta
contra las cuerdas gracias a la efectividad de las acciones
policiales dirigidas a la línea de flotación de la organización
etarra: su aparato económico y financiero montado sobre la extorsión
a los empresarios gracias al “impuesto revolucionario”.
La
ampulosamente llamada por los medios de comunicación “caravana
de la muerte” de Cañaveras,
interceptada a las 0:40 de la madrugada del 29 de febrero de 2004,
once días antes del 11-M, sería la señal de que la maquinaria
había sido puesta a punto y que la operación para hacer creer que
ETA pensaba cometer un gran atentado antes de las elecciones estaba
en marcha. Para mayor evidencia, a los etarras detenidos, que
necesariamente, en caso de serlo, habrían permanecido
ininterrumpidamente localizados por la red Echelon desde su salida de Francia, se les intervino un mapa en el que aparecía señalado el corredor del Henares y un plano de Madrid en el que
estaban marcados dos puntos, uno de ellos en la Avenida de la
Democracia (en Vallecas, entre las estaciones de Santa Eugenia y El
Pozo) y otro en la calle Túnez, al lado de la M-40. ¡Solamente
faltaba un anuncio luminoso para anunciar “urbi et orbi” los
planes criminales de ETA!
Itinerario de la llamada "Caravana de la muerte" |
Que aquello formaba parte de un montaje policial no pasó desapercibido a los círculos bien informados de la oposición: Felipe González, Joseba Azkarraga y Rodríguez Ibarra manifestaron sus "dudas" sobre la operación contra ETA en la provincia de Cuenca. Por lo que se ve, las noticias procedentes de sus contactos en los servicios secretos españoles y franceses llegaban puntualmente a los altos prebostes, tanto del PSOE como del PNV. Sin embargo, ninguno de ellos llegó tan lejos en expresar su disconformidad con la veracidad de la operación como Julio Anguita. El ex-líder de IU, que llevaba mucho tiempo en silencio, el 5 de marzo, seis días antes del 11-M, llamó "delincuente" a Aznar y afirmó sin recato alguno que “la actual ETA está teledirigida desde las cloacas del Estado”. Yo entonces no le creí y hasta me parecieron infames sus declaraciones. Después de lo que ha llovido desde entonces, hoy no puedo menos que otorgarle credibilidad y rendirle mi admiración por sus conocimientos de las cloacas del Estado y su valentía al expresarlo para que todo el mundo se enterase.
Julio Anguita |
El
espectáculo de Cañaveras culminó con la visita del ministro del
Interior, Ángel Acebes, quien se desplazó el día 1 de marzo al
puesto de la Guardia Civil de la localidad conquense para felicitar a
los agentes que llevaron a cabo la detención de los dos presuntos
miembros de ETA. Y también para apuntarse el tanto, demostrando a
los votantes, tanto que la seguridad del Estado estaba en buenas
manos, como que sus fuerzas policiales iban por delante de los planes
criminales de los asesinos etarras: ¡Qué magnífica inyección al
prestigio del Partido Popular de cara a las inmediatas elecciones y
qué anzuelo tan genial para hacer tragar a los españoles la farsa
secretamente preparada con la que pensaban adornar las
detenciones...! Todo una operación ántrax “a la española” destinada
a la galería parecía asegurar un buen final al gran golpe previsto
para el día 12 de marzo, víspera de la jornada de reflexión,
cuando se procedería a las detenciones masivas de etarras en Madrid,
el País Vasco y Francia, con el consiguiente y triunfal despliegue
informativo que serviría para que el Partido Popular barriese a la
oposición en los comicios y que el nombre de José María Aznar
fuera inscrito con letras de oro en los libros de Historia para
ejemplo de las generaciones presentes y futuras.
Los etarras (?) Barrondo, Vidal y Badillo |
Otro punto que parecía preocupar a los medios policiales respecto a ETA era el asunto de los teléfonos móviles. En la estación de San Sebastián, los servicios especiales de la Guardia Civil habían encontrado semanas antes lo que calificaron como una bomba cebo. No se trataba de una trampa destinada a destrozar a quienes intentaran desactivarla. Por el contrario, se trataba de un artefacto inofensivo, que tenía como iniciador un teléfono con dos cables, uno rojo y otro azul, como si a quienes colocaron el artefacto solamente les preocupara señalar a la policía que estaban preparados para atentar con bombas activadas por móviles.
Es
cierto que ETA había intentado desde hacía tiempo utilizar
teléfonos móviles para cometer sus atentados. Así lo hicieron en
el cementerio de Zarautz, el 9 de enero de 2001, cuando se
encontraban reunidas muchas personalidades del Partido Popular junto
a la tumba del concejal José Ignacio Iruretagoyena, asesinado tres
años antes. Por eso no era de extrañar que los últimos informes de
inteligencia en poder del CNI explicaran con detalle las pruebas de
ETA para utilizar teléfonos móviles como iniciadores de explosivos.
Todo parecía cuadrar.
Informes
anteriores detallaban que los terroristas no habían conseguido
subsanar técnicamente un desfase entre el momento de decidir la
activación del explosivo y la detonación, un corto intervalo de
tiempo que a veces era de unos simples segundos. Pero el último
informe era categórico: al fin habían logrado la simultaneidad, de
tal modo que los teléfonos móviles ya eran operativos para ETA.
Presumiblemente, sería el método que los terroristas utilizarían
en el gran atentado que se preveía. Estos son los hechos, aunque
nunca podremos saber si estos informes se ajustaban a la verdad, si
eran parte del montaje policial previo a la desarticulación de la
banda o, en vista de lo que más tarde sucedió, si formaba parte de
una campaña de intoxicación promovida por alguno de los aparatos
secretos de obediencias extrañas que operan dentro de la
inteligencia española para inducir al Gobierno a que no vacilara en
atribuir a ETA la autoría de la masacre del 11-M, cuyo sistema
operativo ya debía de estar minuciosamente diseñado a esas alturas
por unos autores intelectuales que no han aparecido ni aparecerán
jamás, porque así ha sido decidido desde las más altas instancias del Estado.
Consideradas
las tres opciones, los analistas se inclinan mayoritariamente por
creer que el tinglado de los móviles formaba parte de una operación
de Interior para que calara en el ánimo de los españoles la
posibilidad de que se esperaba una operación terrorista con
explosivos activados por móviles en vísperas de las elecciones de
marzo. ¿Y eso para qué?, cabe preguntarse. Y aquí viene la parte
más tremebunda de un asunto que jamás se sabrá con exactitud,
porque exigiría la imposible investigación a fondo de las cloacas
del Estado: ni más ni menos, podría tratarse de que, con vistas a
la gran operación contra ETA, un grupo de efectivos secretamente
seleccionados entre elementos de la máxima confianza del Gobierno,
dentro de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, planearon
llevar a cabo un simulacro de atentado con bombas en los trenes de
cercanías madrileños. Como es natural, se trataría de una
escenificación sin víctimas, porque el material explosivo estaría
desactivado, es decir, que las bombas serían semejantes a la falsa
mochila que apareció en Vallecas, o sea, con material explosivo cuidadosamente manipulado para que no estallara. El hallazgo de las falsas bombas sería
la señal para que comenzara la redada de los terroristas,
que serían localizados por el mismo sistema que sirvió para
realizar las primeras detenciones después del verdadero atentado del
11-M, es decir, gracias a los móviles incorporados como detonadores
a las falsas bombas que, indefectiblemente, estarían construidas
para señalar, sin lugar a dudas, la autoría de ETA. El fin último
de esta operación no sería otro que el acallar las airadas voces
que con toda seguridad se alzarían para
acusar al Gobierno de mentir, como ya había ocurrido con la caravana
de Cañaveras, y la utilización en su provecho de las Fuerzas y
Cuerpos de Seguridad del Estado con la finalidad de influir a su favor en los
resultados electorales.
La mochila de Vallecas |
No
obstante, a pesar creer que todo estaba bien atado, en la mañana del
11 de marzo se produce un enorme desconcierto. Llegan las primeras
noticias de un gravísimo atentado y con ellas los datos de que, al
parecer, se han empleado teléfonos móviles para hacer estallar al
menos 10 o 12 mochilas y bolsas en los trenes próximos a la estación
de Atocha. Por los datos aportados anteriormente, todos piensan
necesariamente en ETA. Como lo más urgente es la coordinación entre
las Fuerzas de Seguridad y el Gobierno en funciones, se envía
inmediatamente al Norte la orden de que los agentes estratégicamente
distribuidos informen acerca de los objetivos que venían siendo
vigilados para la macro operación preparada para el día siguiente,
viernes, por la noche. Pero conforme los informes van llegando, el
desconcierto aumenta: todos los etarras vigilados están en sus
lugares de residencia habituales, por lo que ninguno de ellos ha
podido participar en la ejecución de la masacre. Muchos recuerdan
entonces la furgoneta detenida en las proximidades del pueblo
conquense de Cañaveras y al extraño comando que surge de la nada...
El
presidente Aznar, su colaboradores más cercanos en el Gobierno, los
seleccionados mandos policiales y de los servicios secretos que
estaban al corriente de la operación contra ETA, es decir, un
reducidísimo número de personas de total confianza, no pueden menos
que pensar en un fallo o, lo que es peor, que han sido traicionados
por alguna trama de las muchas existentes dentro de los servicios
secretos del Estado. Aznar y su ministro del Interior, Ángel Acebes,
están desencajados y más que desorientados. Solamente pueden
pensar que el entorno etarra ha sido alertado y que el atentado del
que acaban de tener noticia se ha llevado a cabo con la finalidad
expresa de dar al traste con las detenciones que deberían de haber
acabado al día siguiente con la banda terrorista. Ni que decir tiene
que les resultaba absolutamente impensable la coincidencia de un
atentado islamista en ese preciso momento. No, necesariamente tenía
que tratarse de ETA, en colaboración con un traidor círculo de infiltrados
en conexión con la banda. Pero claro, la razón última de su
certeza no podían explicitarla de ninguna de las maneras sin delatar
la operación policial que con tanto sigilo habían venido preparando
y cuya culminación triunfal aguardaban expectantes.
Santiago López Valdivieso, Director General de la Guardia Civil |
Las
teléfonos empiezan sonar. El Director General de la Guardia Civil,
Santiago López Valdivieso, afirma que ETA ha provocado la matanza,
que ya lo intentaron por navidades en la estación de Chamartín.
Pero algunos en la Dirección General de la Policía, en la calle
Miguel Ángel, y otros en el CNI, conocedores de que estaban ante una
operación relacionada con los Servicios de Inteligencia vinculados a las cloacas del Estado, piensan otra cosa y no pueden estar tan seguros
de que se trate de un atentado etarra. En cualquier caso, la sospecha
de que ha sido ETA se afianza en Ángel Acebes cuando poco más de la
diez de la mañana Arnaldo Otegui dice por una radio vasca que podría
tratarse de un atentado islamista relacionado con el apoyo dado por
el Gobierno de España a la guerra de Irak. Por eso cuando comparece
para hablar del atentado empieza diciendo que "ETA buscaba una
masacre en España, me lo han oído ustedes decir en los últimos
meses y en los últimos días...". Era como si se tratara de una
profecía convertida a sí misma en realidad. "Pero en esta
ocasión ETA ha conseguido su objetivo", prosiguió el ministro
Acebes. Y atacó a quienes ponían en cuestión la autoría de ETA.
"Por tanto, me parece intolerable cualquier tipo de intoxicación
que vaya dirigido por parte de miserables a desviar el objetivo y los
responsables de esta tragedia y este drama". Todavía prevalece la idea de que la verdadera ETA había actuado alertada de la operación que el Gobierno había tramado.
Arnaldo Otegui |
Acebes
prosiguió: "Los atentados han consistido en trece explosiones:
tres en Atocha, cuatro en las proximidades de la calle Téllez, una
en Santa Eugenia y dos en el Pozo del Tío Raimundo. Además se ha
producido otras tres explosiones controladas, porque eran bombas
trampa, con temporizadores colocados con retraso buscando más
muertes...".
¡Bombas
trampa! La identificación con ETA no podría ser más clara. Era la
práctica de ETA. Tras la presentación inicial, Acebes abrió el
turno de preguntas. La corresponsal de un medio de comunicación
extranjero preguntó:
-
¿Hay posibilidad de que el atentado pueda ser obra de un grupo como
Al-Qaeda?
El
ministro respondió: “En estos momentos las Fuerzas y Cuerpos de
Seguridad y el Ministerio del Interior no tienen ninguna duda de que
el responsable es ETA. Y también estamos asistiendo a un proceso de
intoxicación que ha iniciado el señor Otegi de manera miserable
para desviar la atención...
Ángel Aceves, ministro del Interior |
Por
su parte, el presidente del Gobierno llama a Rodríguez Zapatero. La
primera frase de Aznar es apremiante: "Espero
que no haya dudas de que es un atentado..."
Aznar
pronuncia enseguida la palabra ETA como presunta autora de la matanza
y anuncia la convocatoria de una manifestación para el viernes. El
convocante es el propio Gobierno, no los partidos políticos. La
Moncloa inicia entonces una intensa labor informativa: es Aznar quien
personalmente llama a algunos directores de periódicos españoles.
Las conversaciones son muy breves y en todos los casos hay una frase
que suena a estribillo: “Y no tengas dudas de que ha sido ETA”.
Javier
Arenas, vicepresidente segundo del Gobierno, telefonea al líder de
Izquierda Unida, Gaspar Llamazares. Mantienen una conversación muy
seca, que apenas dura un minuto: "La
manifestación será mañana a las siete. Espero que estéis allí.
“Allí estaremos”, le respondió Llamazares.
De
forma paralela, una funcionaria de Moncloa llama a los periodistas
extranjeros destinados en Madrid. También les insiste en la autoría
de ETA. Un corresponsal le pide las razones de esta conclusión. Y la
funcionaria, que obedece órdenes, responde que son cuatro las
razones. Una: porque utilizan los mismos explosivos, una mezcla con
dinamita de la marca Titadyne. Dos: porque los terroristas están
ansiosos por cometer un atentado en Madrid. Tres: porque ETA siempre
tarda unas semanas en reconocer la autoría del atentado. Y cuatro:
porque el modus operandi responde al operativo preparado para la
noche de Navidad, cuando ETA pretendió cargar de explosivos un tren
que se dirigía de Irún a Madrid. Tenían el objetivo de hacer
estallar las bombas en la estación de Chamartín. La secretaria
termina su llamada con una frase que siempre es la misma: “Podéis
decir que esta información procede de "fuentes de la Moncloa".
Las 14:30 es la hora elegida para la declaración de Aznar que será televisada en directo. Su primera
frase es contundente: “El 11 de marzo de 2004 ocupa ya su lugar en
la historia de la infamia”.
Aznar
hace una referencia a las víctimas, comunica que se han decretado
tres días de luto nacional y anuncia la convocatoria de una
manifestación bajo el lema "Con las víctimas, con la
Constitución y por la derrota del terrorismo". Califica a los
terroristas de asesinos y fanáticos y habla de "la banda
terrorista". Pero en ningún momento pronuncia ya la palabra ETA. Aunque esté próximo el momento del gran viraje, nadie estaba todavía en condiciones de ver la trampa fatal en la que el Gobierno acababa de caer.
La maniobra de ocultación y falsificación de la autoría ya estaba en marcha: casi a esa misma
hora, la furgoneta Renault Kangoo con un cartucho de dinamita y siete
detonadores, ropa diversa y una cinta de casete con versículos del
Corán está ya depositada en las instalaciones que tiene la Policía
en Canillas a disposición de la Policía Científica. El delirante
asunto de la autoría islamista comenzaba su inexorable andadura y
con ello la dicotomía fatal: si había sido ETA el Gobierno
arrasaría en las elecciones, mientras que si se trataba de Al-Qaeda
el panorama se ennegrecía hasta volverse sumamente peligroso para
los intereses del Gobierno.
Como habrá a quien el enrevesamiento que acabo de relatar le parecerá novelesco y hasta "conspiranoico", haré un breve paréntesis para saltar examinar las circunstancias que concurrieron en un atentado terrorista que hoy poca gente recuerda. Me refiero al primer atentado al World Trade Center cometido en 1993 por presuntos islamistas vinculados a Osama bin Laden. Los integrantes del comando pertenecían a un grupo de veteranos de Afganistán afincado en Nueva Jersey bajo la guía de un mullah ciego de El Cairo. Los miembros del grupo habían logrado entrar en Estados Unidos burlando los controles del Departamento de Estado y del FBI gracias a la protección de la CIA. El constructor de bombas egipcio se había ofrecido como informante al FBI, cuidando de grabar minuciosamente en una cinta las negociaciones que tuvo con el oficial jefe de los federales, en las cuales aparecía la intención del funcionario del FBI de sustituir la carga explosiva por un material inofensivo antes de que se llegara a cometer el atentado que estaban preparando. De este modo, cuando los miembros del grupo terrorista partieron hacia el World Trade Center, tanto el informante egipcio como los federales estaban seguros de que no se produciría ninguna explosión: los autores serían arrestados en el lugar del crimen y el FBI podría jactarse de haber combatido con éxito el terrorismo musulmán en suelo estadounidense. Pero la operación no salió como estaba prevista y la bomba explotó, porque el explosivo no había sido reemplazado. Seis personas murieron y cerca de mil resultaron heridas.
En el juicio que tuvo lugar, el mullah egipcio y sus colaboradores fueron condenados a penas de cárcel, para acabar siendo entregados a las autoridades egipcias. No convenía que se ventilasen determinadas cuestiones esgrimidas en su defensa por los miembros del comando, fundamentalmente que habían sido entrenados por Hekmatyar, uno de los jefes de la guerrilla afgana, jefe del narcotráfico de heroína y colaborador habitual de la CIA y de las unidades militares estadounidenses destacadas en Afganistán para luchar contra los soviéticos por el control del país. En contra de las afirmaciones del FBI, el atentado no era obra de Osama bin Laden, cuya legendaria trayectoria ya había comenzado bajo el control de la CIA. Por eso, por eso el gobierno de Washington prefirió que estas "interioridades" no fuesen aireadas y mantuvo a Bin Laden como responsable de la operación terrorista. No hace falta resaltar que las analogías con la ocultación y manipulación de la autoría del 11-M da que pensar.
Volviendo a la tarde de ese mismo día 11 de marzo, Miguel Sebastián, uno de los hombres fuertes de Zapatero en materia económica, llegó a Madrid procedente de Las Palmas, donde había celebrado una de sus últimas intervenciones de la campaña electoral. Miguel Sebastián se dirigió a su domicilio sabiendo que la campaña se había suspendido definitivamente. Al poco de llegar recibió una llamada de Washington. Era un antiguo compañero de Universidad, un colega que trabajaba en el mundo de las finanzas estadounidenses con buenas conexiones en la Casa Blanca. El interlocutor le quiso hacer llegar una información de última hora acerca del atentado:
Como habrá a quien el enrevesamiento que acabo de relatar le parecerá novelesco y hasta "conspiranoico", haré un breve paréntesis para saltar examinar las circunstancias que concurrieron en un atentado terrorista que hoy poca gente recuerda. Me refiero al primer atentado al World Trade Center cometido en 1993 por presuntos islamistas vinculados a Osama bin Laden. Los integrantes del comando pertenecían a un grupo de veteranos de Afganistán afincado en Nueva Jersey bajo la guía de un mullah ciego de El Cairo. Los miembros del grupo habían logrado entrar en Estados Unidos burlando los controles del Departamento de Estado y del FBI gracias a la protección de la CIA. El constructor de bombas egipcio se había ofrecido como informante al FBI, cuidando de grabar minuciosamente en una cinta las negociaciones que tuvo con el oficial jefe de los federales, en las cuales aparecía la intención del funcionario del FBI de sustituir la carga explosiva por un material inofensivo antes de que se llegara a cometer el atentado que estaban preparando. De este modo, cuando los miembros del grupo terrorista partieron hacia el World Trade Center, tanto el informante egipcio como los federales estaban seguros de que no se produciría ninguna explosión: los autores serían arrestados en el lugar del crimen y el FBI podría jactarse de haber combatido con éxito el terrorismo musulmán en suelo estadounidense. Pero la operación no salió como estaba prevista y la bomba explotó, porque el explosivo no había sido reemplazado. Seis personas murieron y cerca de mil resultaron heridas.
En el juicio que tuvo lugar, el mullah egipcio y sus colaboradores fueron condenados a penas de cárcel, para acabar siendo entregados a las autoridades egipcias. No convenía que se ventilasen determinadas cuestiones esgrimidas en su defensa por los miembros del comando, fundamentalmente que habían sido entrenados por Hekmatyar, uno de los jefes de la guerrilla afgana, jefe del narcotráfico de heroína y colaborador habitual de la CIA y de las unidades militares estadounidenses destacadas en Afganistán para luchar contra los soviéticos por el control del país. En contra de las afirmaciones del FBI, el atentado no era obra de Osama bin Laden, cuya legendaria trayectoria ya había comenzado bajo el control de la CIA. Por eso, por eso el gobierno de Washington prefirió que estas "interioridades" no fuesen aireadas y mantuvo a Bin Laden como responsable de la operación terrorista. No hace falta resaltar que las analogías con la ocultación y manipulación de la autoría del 11-M da que pensar.
Volviendo a la tarde de ese mismo día 11 de marzo, Miguel Sebastián, uno de los hombres fuertes de Zapatero en materia económica, llegó a Madrid procedente de Las Palmas, donde había celebrado una de sus últimas intervenciones de la campaña electoral. Miguel Sebastián se dirigió a su domicilio sabiendo que la campaña se había suspendido definitivamente. Al poco de llegar recibió una llamada de Washington. Era un antiguo compañero de Universidad, un colega que trabajaba en el mundo de las finanzas estadounidenses con buenas conexiones en la Casa Blanca. El interlocutor le quiso hacer llegar una información de última hora acerca del atentado:
-Miguel.
Es Al Qaeda.
-¿Es
fidedigna esta información?
-Al
noventa y nueve por cien.
Miguel Sebastián |
¡Al-Qaeda!
¡Cómo no iba a ser Al-Qaeda si para eso está! Era la misma
información que recibiría en la madrugada del sábado (hora
española) la ministra de Exteriores, Ana Palacio, por boca del
director de The
Wall Street Jornal.
Coincidente con que el presidente Bush expresó en la tarde de ese
mismo día, jornada de reflexión electoral, cuando pasó por la
Embajada de España en Washington para expresar sus condolencias al
embajador Javier Rupérez. El amigo americano ya ha señalado la autoría del 11-M: el terrorismo islamista, es decir, Al Qaeda. Lo cual no se corresponde demasiado con la afirmación que
hace José María Aznar en su libro de memorias, cuando dice que
ningún servicio de información extranjero había detectado nada, ni
antes ni después del 11-M. Por lo que cabe preguntarse acerca del
tiempo exacto que significa para Aznar ese “después” al que se
refiere.
A
estas alturas de los acontecimientos, todos los investigadores del
11-M están de acuerdo en que mucho antes de que terminara el año
2003, la macro operación final contra la cúpula de ETA diseñada en
secreto, fuera o no con simulacro de atentado incluido, había sido
detectada por “una inteligencia” contraria a que se llevara a
cabo con éxito: un grupo paralelo o trama operativa similar a los
“stay behind groups” (grupos en la retaguardia), tuvo conocimiento de la operación que se tramaba contra ETA e
inmediatamente se puso a trabajar con el máximo sigilo para que al
Gobierno de Aznar le saliera el tiro por la culata. Tan fuera de
duda como que este grupo o inteligencia paralela estaba conectado con
el núcleo que decidió, preparó y llevó a cabo la gran masacre en
los trenes de cercanías un día antes de que la cúpula de ETA fuera
detenida y cuya autoría debería ser reversible, para que pudiera ser atribuida al terrorismo islamista después de que todas las sospechas
iniciales recayeran en ETA. Parodiando a Jardiel Poncela, se trataba
de diseñar un atentado con freno y marcha atrás.
Si
después de haber leído lo que llevo escrito sobre este particular
en las entradas anteriores de mi blog acerca del “11-M y los
servicios de inteligencia”, alguien sigue creyendo que el CNI es un
núcleo compacto formado por investigadores fieles y espías al
exclusivo servicio de la nación española y de los intereses de su
Gobierno legítimo es que vive en Babia. Como declaró Fernando
Múgica en Veo7, el 25 de febrero de 2011, “el
CNI tiene infiltrados dentro de la gente de seguridad, Policía,
Guardia Civil a mucha gente... En este país existen unos mundos de
inteligencia secretos, absolutamente paralelos que jamás han salido
a la luz”. Y
añade Múgica: “Lo
que quiero decir es que aquí hay unos grupúsculos, grupos, estoy
hablando desde los años 70, que tienen obediencias paralelas, que
están entrelazados y cualquiera que sabe de esto lo puede reconocer.
Entonces esos grupos, ¿a qué obedecen? ¿Obedecen a los mandos
suyos? No siempre, no siempre... Hay gente que obedece a unos mandos
de clanes políticos. Hay gente entrelazada políticamente, que no
tiene nada que ver con un grupo del PP, o con un grupo del PSOE. Hay
gente que obedece a inteligencias extranjeras, y no estoy
descubriendo ahora América: el clan de los americanos, el clan de
los israelíes...”.
Y
podemos seguir señalando otras obediencias: a Francia, a
Marruecos... Múgica habla de servidumbres que se remontan a los años
70, es decir, desde los tiempos del SECED, el Servicio Central de
Documentación de la Presidencia del Gobierno, fundado por Carrero
Blanco, en el que estaba infiltrada la estructura secreta llamada
”Operación
Gladio”, la trama negra al servicio de la OTAN,
que organizó en Italia atentados terroristas de falsa bandera, según
reconocieron ante los jueces el general de los servicios secretos
italianos Gerardo Serravalle y el arrepentido Vicenzo Vicinguerra,
quien consideraba los atentados terroristas de los Gladio como
operaciones de la guerra no ortodoxa, es decir, que no respondían a
las reglas de la guerra clásica. Las conexiones a doble banda no se
limitan al CNI, sino que las diversas tramas confluyen en todos los
Cuerpos y Fuerzas de la Seguridad del Estado, empezando por la
Policía Nacional y la Guardia Civil, aunque desde hace décadas, los
confidentes más importantes y numerosos estén al servicio de la CIA
y nuestros servicios de inteligencia sean un libro abierto, tanto
para la NSA y los servicios de inteligencias de la OTAN. Si nos
fijamos como referente el año 2004, puede afirmarse que la simple
existencia de la red Echelon permite afirmar que los servicios de
inteligencia españoles estaban interpenetrados con la finalidad
explícita de coordinar las operaciones secretas de la Alianza, ya
que “hay fuerzas nacionales que son utilizadas, según las
necesidades, para operaciones nacionales o multilaterales, sea en el marco europeo o en el marco de la OTAN." , siempre bajo las directrices de EE.UU.
Lo
que, en román paladino, quiere decir algo tan sencillo como que
resulta materialmente imposible creer que, como afirma Aznar, nadie
tuviera la más mínima noticia, ni
antes ni después,
de los preparativos que, de manera tan ejemplarmente profesional,
tuvieron que ser coordinados para llevar a cabo el 11-M, el mayor
golpe terrorista perpetrado en Europa y que sus autores se esfumasen
en el éter. Remedando el conocido aserto de Tayllerand: “Lo que no
puede ser, no puede ser. Y además es imposible”.
Casi
inmediatamente a que se tuvo conocimiento de los atentados del 11-M,
sin información todavía del tremendo alcance de los mismos, en esos
momentos de máximo desconcierto, había sucedido algo para provocar
que el Gobierno cometiera una equivocación garrafal, el mayor error
de su mandato. Era el comienzo de la trampa. Un miembro de la
Policía, el comisario jefe de Seguridad Ciudadana, Santiago Cuadro
Jaén, envía
por teléfono y desde el mismo lugar de los hechos
la primera valoración del explosivo. Siempre de viva voz y sin que
nadie ponga todavía nada por escrito nombra la palabra mágica:
Titadine. Se trata del fabricante de una modalidad de la dinamita
utilizada habitualmente ETA. Con la sangre derramada a chorros por la
enorme herida abierta en aquella siniestra mañana de marzo, ¿cómo
no iba a achacarle el Gobierno los muertos a ETA?, ¿a quién si no?
Pero, claro, tenía que tratarse de una fracción residual de ETA
que, por difícil que pareciera, habría permanecido descontrolada
por parte de los servicios de inteligencia del Estado o actuado en
conexión con algún otro centro de inteligencia a la que algún
elemento infiltrado en los servicios secretos del Estado habría
alertado para que obrara antes de que se llevara a cabo la operación
antiterrorista que desde hacía meses se venía preparando.
Con
el lendakari Ibarretxe a la cabeza y todos los periódicos que se
habían distinguido por su ferocidad en sus ataques y manipulaciones
contra Aznar (el Prestige, la guerra de Irak…) publicaron
fortísimos editoriales y artículos arremetiendo contra ETA para
lavar sus irresponsabilidades ante la opinión pública. Sólo
El Mundo
se mostró circunspecto y no dio por supuesta ninguna autoría.
¿Había recibido ya Pedro J. Ramírez alguna información de sus
contactos americanos? Eso no lo sabemos y pertenece al secreto del
sumario. ¿Se sabrá alguna vez...?
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