domingo, 7 de diciembre de 2014


                             FRANCO




En la segunda década del siglo XXI y casi cuarenta años después de su desaparición, la figura de Francisco Franco y su larga permanencia al frente de la gobernación de España continúan levantando encendidas pasiones, más incluso, por paradójico que resulte, que en los años inmediatamente posteriores a su muerte, el día 20 de noviembre de 1975.

Cuando este suceso acaeció, ya había realizado yo el servicio militar obligatorio, pasado por la Universidad y llevaba cinco años vinculado al mundo laboral, en el que ingresé en agosto de 1970, con mi incorporación a la hoy extinta Caja de Ahorros Provincial de Málaga. Con esto quiero decir que la base de mis juicios sobre el hombre que durante cuatro décadas había dirigido los destinos de la nación española estaba bien asentada y fundamentada, aunque mi conocimiento fue enriqueciéndose con enfoques y matices vinculados a nuevas lecturas y, sobre todo, a la voluntad de objetividad que se va abriendo paso en nuestras investigaciones conforme la fenomenología sometida a examen se aleja en el tiempo y el devenir de los acontecimientos nos va permitiendo ampliar el campo de visión para comprender con mayor ecuanimidad el pasado desde las múltiples lecturas que quepa hacer, huyendo del historicismo, de sus leyes causales invariables y de su propensión al maniqueísmo, en cuyo entorno los esqueletos suelen seguir danzando cuando así conviene a la demagogia política del filibusterismo populista, siempre agazapado en la escena política española y en estrecha alianza con la flagrante incultura histórica de la inmensa mayoría. 

Foto oficial de Franco en los años sesenta

Está fuera de duda que con el paso del tiempo, las encuestas de opinión vienen registrando valoraciones más negativas sobre Franco que las que se hicieron en los años inmediatamente posteriores a su muerte. No deja de resultar sorprendente que la generación que mejor ha conocido el franquismo haya dado respuestas más positivas que las más jóvenes. Esta consideración parece pertinente a la hora de dejar constancia de un hecho plenamente vigente y a todas luces anómalo: que conforme han ido pasando los años, la figura de Francisco Franco y las circunstancias relacionadas con su larga etapa de gobierno fueran ganando un protagonismo en nuestra vida política y cultural (artículos, ensayos, novelas, obras de teatro, películas, etc.) directamente proporcional al tiempo transcurrido desde su desaparición, de tal manera que las alusiones a su figura son casi tan constantes en el presente como cuando gobernaba y era la indiscutible estrella del No-Do, aquellos documentales propagandísticos en blanco y negro que se proyectaban en las salas de todos los cines españoles antes de que comenzara la película. No me cabe la menor duda de que los fantasmas terminan cobrando corporeidad a fuerza de convocarlos. Tal vez esto sirva para explicar que los “demonios familiares” que amenazaban la convivencia pacífica de los españoles y a los que Franco se refirió en tantas ocasiones, sean hoy los grandes protagonistas de los desquiciados momentos por los que atraviesa la nación española. Las meigas no existen, pero haberlas, haylas...


Goya. El sueño de la razón produce monstruos 

Sobre la figura de Franco se ha vertido más tinta que sobre cualquier otra de la Historia de España. Y sin embargo, ni una pequeña parte de tan abundante bibliografía es conocida por la inmensa mayoría de los españoles, ni siquiera por aquellos a los que le sería exigible por su dedicación a la docencia, al periodismo a al activismo político. Aunque haya infinidad de estudios bien documentados sobre su persona y su papel como gobernante, no se puede esperar que ninguno de ellos cierre definitivamente las investigaciones de todos aquellos que buscan el conocimiento tanto como detestan la propaganda servida como realidad histórica incontrovertible. Afortunadamente para la Historia Contemporánea de España, Stanley Payne y Jesús Palacios han llegado a la conclusión de que era el momento de hacer un nuevo esfuerzo de investigación y valoración para escribir una biografía personal y política de carácter monumental, que aporta la más novedosa e inédita documentación recientemente desclasificada en Estados Unidos y en Europa. No es de extrañar que para Walter_Laqueur, el eminente historiador y fundador, junto con George Mosse, de la revista Journal_of_Contemporary_History, “este libro, impecablemente basado en las fuentes disponibles y redactado con buen juicio, bien podría ser la obra definitiva sobre la figura de Francisco Franco”. Una opinión que, dentro de mi obligada modestia ante el ingente trabajo realizado por estos historiadores, me atrevo a suscribir.




Stanley Payne

El capítulo final del libro, titulado “Conclusión: Franco desde una perspectiva histórica”, me parece tan excepcional y desmitificador, que con su sola lectura ya estaría justificada la lectura de este a apasionante estudio que retrata la realidad del personaje enraizada como pocas en el largo período de nuestra historia del que fue principal protagonista. Para rematar esta entrada de mi Blog he seleccionado varios párrafos alusivos a muchos de los aspectos más controvertidos e injustamente tratados acerca de su figura y su etapa de gobierno, que transcribiré tal como aparecen en el texto, es decir, sin añadir nada de mi propia cosecha. Hacerlo supondría una falta de respeto al trabajo de estos dos eminentes historiadores, aunque me parece honrado confesar que sus conclusiones coinciden exactamente con mi propio criterio valorativo respecto a la figura de quien no dudó en permitir que en las monedas acuñadas durante su largo mandato apareciera su efigie junto a la pomposa leyenda: “Francisco Franco, Caudillo de España por la Gracia de Dios”.


Franco preside el desfile del Día de la Victoria en el Paseo de la Castellana

Discurso desde el balcón del Palacio de Oriente

Empezaré mis citas abordando directamente una de las acusaciones más frecuentes e históricamente inexactas de las que Franco ha sido y sigue siendo acusado: la de ser el militar que encabezó un golpe de Estado fascista contra una república democrática.

"La proclamación de la Segunda República no fue en absoluto de su agrado, pero como la mayoría de los españoles, aceptó su legitimidad mientras mientras la República respetó la ley. Franco siguió siendo un militar profesional hasta el final del período republicano y no quería politizarse, aunque desde 1935 su postura era claramente conservadora. No alentó ni respaldó planes de insurrección, aún cuando la situación se deterioró gravemente en la primavera de 1936 (…) Hasta donde se puede saber, esta fue su posición entre 1933 y 1936. Su única iniciativa política en esa época fue intentar que el presidente de la República y el gobierno decretasen la ley marcial el 17 de febrero de 1936, aunque no lo consiguió, y no hay pruebas de que de ese modo pretendiera anular las elecciones del día anterior, como se ha dicho frecuentemente. Por el contrario, se trató más de un intento por controlar los desórdenes violentos que se estaban produciendo y hacer que se respetara la ley y los resultados electorales (…)


12 de mayo de 1931. Incendio del Palacio Episcopal de Málaga

Iglesia del Sant Esperit de Tarrasa, en 1935 y en 1936

Brigadistas internacionales saludando con el puño en alto

"Al final de la primavera de 1936, la situación de España no tenía precedentes en ningún otro país occidental en tiempos de paz (...) Los análisis que se hacían sobre España hablaban de caos, anarquía y de preparación para la revolución. En abril, numerosos representantes diplomáticos acreditados en Madrid evacuaban consultas y escribían notas a sus respectivos gobiernos sobre qué hacer y cómo actuar cuando estallara la revolución, si es que definitivamente ocurría (...) Todo esto nos lleva a la pregunta crucial de cómo era la situación en España antes de julio del 36. Las frecuentes violaciones de la ley, los asaltos a la propiedad privada y la violencia política en España no tenían precedentes en ningún país moderno de Europa que no hubiera acabado en una revolución total. La violación sistemática de la ley incluía oleadas de huelgas masivas, muchas de ellas violentas y destructivas, incautaciones ilegales a gran escala de las tierras de cultivo en el sur, una ola de incendios provocados y numerosas destrucciones de la propiedad privada, cierres arbitrarios de escuelas católicas, saqueos de iglesias y de propiedades eclesiásticas en algunas zonas, generalización de la censura, miles de arrestos arbitrarios, práctica impunidad para las acciones criminales de los miembros de los partidos del Frente Popular, manipulación y politización de la justicia, disolución arbitraria de las asociaciones derechistas, coacciones y amenazas en las elecciones de Cuenca y Granada, que excluyeron la posibilidad de que se presentara la oposición, subversión de las fuerzas de seguridad y un incremento notable de la violencia política, con un resultado de más de 300 muertos. Junto a todo ello, el gobierno decretó la toma de control de muchos gobiernos locales y provinciales en buena parte del país sin que hubiera elecciones, creando una red de administraciones locales coercitivas, muy similares a las ocupaciones que hicieron los fascistas en los gobiernos en el norte de Italia durante el verano de 1922."

Si esta era la realidad de la mayor parte del país desde que se proclamó la II República, la situación degeneró hasta convertirse en insostenible cuando el Frente Popular se hizo con el poder en febrero de 1936. Clara Campoamor, que consiguió el sufragio femenino en contra de los criterios de su propio partido y de la socialista Victoria Kent, describe con rigor forense los acontecimientos que le tocó vivir en "La revolución española vista por una republicana", Ediciones Espuela de Plata, Sevilla, 2005. 



Escribe Clara Campoamor:

"El gobierno de Madrid, poco dispuesto a facilitar la huida de personas amenazadas de muerte, ha hecho sin embargo algunos esfuerzos para dominar las milicias enfurecidas. Para apaciguar la furia de los milicianos, ha nombrado tribunales populares intentando dar a sus excesos una apariencia de justicia legal con la esperanza de limitarlos. Además, el 7 de octubre el ministro del Interior dictó un decreto "contra los arrestos y visitas a domicilio de los que los milicianos tomaban con frecuencia la iniciativa", ordenando llevar ante la Justicia a aquellos que los llevaran a acabo sin una orden de la Dirección de Seguridad, prohibiendo la requisa de muebles y de enseres en el curso de los registros y ordenando que estos tuviesen como testigos al portero y a los vecinos de la casa donde tuvieran lugar... Las milicias, por otra parte, no acataron esta orden que había nacido del escándalo que en todo Madrid levantó el espectáculo de las casas registradas y de los camiones llevando su mobiliarios hacia destinos desconocidos. Pero además de que no se pueden endosar las matanzas a la fatalidad, a una catástrofe sísmica o a los designios de la Providencia, no es menos cierto que el gobierno no ha podido evitarlas, ni reducirlas, ni atenuarlas y no ha querido o no ha sabido castigar a sus autores (pág. 117-118).       

"En la retaguardia reinaba el terror desde el principio de la lucha. Patrullas de milicianos comenzaron a practicar detenciones en domicilios, o en la calle, o en cualquier lugar donde pensaran encontrar elementos enemigos. Los milicianos, al margen de toda legalidad, se erigían en jueces populares y hacían seguir aquellos arrestos de fusilamientos. Pronto se hizo corriente en la retaguerdia una frase trágica: se llevaba a alguien "a dar un paseo". Pasear a todo sospechoso o a todo enemigo personal se convirtió en el apasionado deporte de los milicianos de retaguardia (...) Los muros de la Casa de Campo, cuartel general de las milicias, pudieron sentir, apretados contra ellos, los cuerpos míseros y tiritantes de gente aterrorizada para la cual fueron el último contacto con la vida. Tras espeluznante ejecuciones en masa efectuadas en la Casa de Campo, el gobierno, incapaz de impedirlas, cerró aquel enorme parque imposible de vigilar. Las ejecuciones de personas detenidas prosiguieron, con la única diferencia de alargar un poco la agonía del "paseo". Llevaban la gente al depósito del cementerio municipal o a la Pradera de San Isidro, o bien a las carreteras que rodeaban a la capital. El gobierno hallaba todos los días sesenta, ochenta o cien muertos tumbados en los alrededores de la ciudad. Iban a buscar a la gente en pleno día a su casa, a su trabajo o en la calle. Si no encontraban a quien buscaban se llevaban a algún miembro de su familia (págs. 99-100).   

"Se ocuparon tierras, se propinaron palizas a los enemigos, se atacó a todos los adversarios, tildándolos de "fascistas". Iglesias y edificios públicos eran incendiados, en las carreteras del Sur eran detenidos los coches, como en los tiempos del bandolerismo, y se exigía a los ocupantes una contribución en beneficio del Socorro Rojo Internacional (...) He aquí la situación en la que se encontraba España tres meses después del triunfo del Frente Popular. ¿Por qué el gobierno republicano nacido de la alianza electoral no tomó medidas contra aquellos actos ilegales de los extremistas? No suponía más que un problema de orden público el detener todos los excesos contrarios a su propia ideología y métodos. Pero si el gobierno se mantuvo pasivo es porque no podía tomar medidas sin dislocar el Frente Popular (pág. 118).

"En cuanto a los partidos de derecha, un exceso de prudencia les llevó a silenciar a sus propios diputados. Sin embargo, el Sr. Calvo Sotelo denunció estos hechos ante las Cortes en un famoso discurso. Aquel acto le costaría la vida (pág 51). También Stanley G. Payne y Jesús Palacios coinciden en resaltar la trascendental importancia del asesinato del jefe de la oposición monárquica para precipitar los acontecimientos.   




"Calvo Sotelo fue detenido ilegalmente (o con mayor precisión, secuestrado) sobre las dos de la madrugada en su domicilio. Introducido en la camioneta policial e iniciada la marcha, el pistolero Luis Cuenca le disparó un tiro en la nuca y otro en la cabeza cuando el diputado de Renovación Española yacía ya en el suelo. Luis Cuenca, como otros del grupo, era militante socialista y había prestado seguridad como escolta al diputado socialista Indalecio Prieto. La furgoneta de la guardia de asalto siguió camino del cementerio del Este con sus ocupantes en silencio. Al llegar dejaron el cadáver de Calvo Sotelo en el suelo junto a la acera, bajo un cobertizo de la entrada. Y se marcharon, regresando al cuartel policial de Pontejos. Calvo Sotelo fue identificado a primera hora de la mañana siguiente. Los responsables de la Dirección General de Seguridad y del Ministerio de la Gobernación intentaron en un primer momento censurar la noticia, algo que era habitual, pero la información sobre un crimen de tal naturaleza circuló de inmediato y, en muy poco tiempo, se extendió hasta el último rincón de España (...) El efecto fue como una descarga eléctrica.


Cadáver de Calvo Sotelo sobre la acera próxima al cementerio del Este


Cadáver del diputado monárquico en el Instituto Anatómico Forense 

"La banda de ejecutores que participó en el asesinato o pasaron a una semiclandestinidad momentánea, o se dejaron ver con arrogancia, y la única iniciativa gubernamental fue arrestar a doscientos derechistas más, como si ellos hubieran sido los culpables del asesinato de Calvo Sotelo. Nada se hizo para proteger a los moderados y a los conservadores. Más adelante, durante décadas, se seguría diciendo que ni el gobierno republicano ni la izquierda pretendieron nunca una guerra civil, pero eso no es exactamente verdad. Algunos líderes revolucionarios llevaban meses invocando la necesidad de una guerra civil, y el sector socialista de Largo Caballero estaba intentando precipitar una revuelta militar desde hacía semanas. Todos ellos estaban convencidos de que la aplastarían con una huelga general que les daría el poder. Un plan en el que creían "a pies juntillas"(...)


Camioneta policial nº 17 en la que fue
conducido y asesinado Calvo Sotelo
       
"Para Franco, mientras hubo una razonable posibilidad de que la crisis sociopolítica se pudiera solucionar, la revuelta militar carecía tanto de justificación como de perspectivas de éxito. Solo cambió su actitud cuando la situación alcanzó el punto de ruptura con los socialistas, al provocar estos intencionadamente una reacción militar (y hasta cierto punto, también el gobierno), que desatara la revolución que la izquierda radical se hiciera con el poder. De hecho, Franco solo se unió a la rebelión cuando pensó que era más peligroso no rebelarse que rebelarse.

"Con frecuencia se le ha acusado de ser el general que dirigió un golpe de estado fascista contra una república democrática, pero tal afirmación es incorrecta en casi todos sus extremos. Lo único cierto de la frase es la referencia a su rango militar. En primer lugar, la República dejó de ser democrática en la primavera de 1936 al no respetar la ley, quedar vacía de contenido legal, violando la Constitución, y al claudicar el gobierno de “izquierda burguesa” ante la presión de los revolucionarios. La democracia y las elecciones libres murieron a manos del Frente Popular y, en última instancia, esta fue la razón de la insurrección militar, aún cuando muchos de los rebeldes no fueran demócratas. En segundo lugar, Franco no era el líder, sino Mola, que fue el director-organizador, mientras que el jefe de la rebelión fue el general Sanjurjo. En tercer lugar, la insurrección no fue fascista, ya que desde el principio la Falange tuvo un papel subordinado (…) Si la democracia se hubiera mantenido, no se habría producido una insurrección general de la derecha, como, de hecho, no se produjo durante los primeros cinco años de la República. En cambio, sí hubo una rebelión de los socialistas y de los moderados y radicales de izquierda en el otoño de 1934. La desaparición del respeto a la ley y a la propiedad desde febrero de 1936 fue la consecuencia del levantamiento militar de julio, levantamiento que fue apoyado por una parte de la sociedad. Al comenzar la Guerra Civil, la cuestión no era tanto si el gobierno español tendría un carácter autoritario, puesto que en cierta medida ya lo tenía, como el tipo de acciones que debían llevarse a cabo para rectificar la situación, tal y como apuntó con total precisión Ramón Franco en Washington, mientras dudaba si unirse a su hermano o no.


La Puerta de Alcalá en 1937







"En el verano de 1936, España era el país más conflictivo y dividido de Europa. Pero Franco tenía poco o nada que ver con esa situación, que se habría producido igualmente aunque él no hubiera existido. La insurrección y la Guerra Civil fueron provocadas deliberadamente por la izquierda, y habrían tenido lugar igualmente con la participación de Franco o sin ella. En este sentido, la izquierda revolucionaria y el Partido Socialista fueron tanto o más responsables de que surgiera el Franco político que la derecha, aunque fuera el propio Franco el que finalmente se decidiera, para bien o para mal, a asumir la responsabilidad (…)

"Es inútil insistir, como reiteran muchos críticos de Franco, en que un buen funcionamiento de la democracia habría sido preferible. Esto es obvio, pero también es un intento tramposo de sustituir las alternativas históricas existentes por un juicio de valor abstracto. Una utópica democracia como la que se plantea en la España de 1936 era del todo inviable, sencillamente porque no existía. La democracia había sido destruida y por eso surgió la Guerra Civil (…)


Franco, con el fajín de Generalísimo, acompañado del general Mola

"Si los nacionales hubiesen perdido la Guerra Civil, el resultado difícilmente hubiera sido una democracia. En el momento de la guerra, un tercio de la República estaba dominada por unas poderosas fuerzas revolucionarias dedicadas a la eliminación política de todos sus adversarios (la mitad de los españoles). Durante el conflicto, las ejecuciones en masa del Frente Popular fueron tan numerosas como las de la zona nacional, y si la izquierda revolucionaria hubiera vencido, no hay ninguna razón para creer que el resultado final habría sido más moderado, puesto que se registraron nuevas ejecuciones en 1937 y 1938 en aquellos pequeños territorios en los que el ejército popular volvió a recuperar el control durante un breve tiempo. La fuerza de la dictadura de Franco no provino únicamente de su poder de represión, por importante que esta fuera, sino de la convicción de gran parte de la población de que la alternativa izquierdista no habría sido muy diferente.”


Franco aclamado en una corrida de toros

La visita del presidente Eisenhower en diciembre de 1959 marcó un hito histórico 

Otro punto que considero importante es la tipificación como “dictadura militar” del régimen resultante de la Guerra Civil bajo la dirección de Franco, que adoptó el nombre de Movimiento Nacional. Por eso no me resisto a transcribir el siguiente párrafo de Stanley Payne y Jesús Palacios:

"Por encima de todo (Franco) creía en el patriotismo militar, en la seguridad nacional y el servicio a la patria, junto al papel de las élites militares, pero se oponía a la idea de un papel corporativo de las fuerzas armadas o de una dictadura militar, pues debemos resaltar que la dictadura de Franco no fue una dictadura militar, sino la dictadura de un militar” (…)

"El autoritarismo político estuvo acompañado de favoritismos, de monopolios económicos y, a menudo, de una considerable corrupción, ligada al peculiar funcionamiento del régimen. Pese a todo, ni Franco ni Carrero Blanco saquearon las arcas del Estado ni malversaron fondos públicos, y la honestidad y la eficacia de la burocracia estatal aumentaron notablemente en los últimos años del régimen. Después de los años cuarenta no se produjo nada equiparable a la masiva y directa corrupción de los gobiernos socialistas españoles de 1982 a 1996 y de 2004 a 2011, o de los gobiernos de centro derecha entre 1976 y 1981, de 1996 a 2004, o de 2011 en adelante. Y esto viene siendo así porque en la España formalmente democrática desde 1977 se ha instalado un sistema de corrupción sin límite que afecta a todas sus instituciones, administraciones y gobiernos.







"Los juicios sobre Franco comenzaron a ser menos negativos a medida que la dureza de su mandato se fue relajando, la modernización del país se aceleró y los niveles de renta y educación se elevaron. Uno de los libros más difundidos y leídos sobre un dictador moderno, Hitler: A Study in Tyranny, de Allan Bullock, concluye con la descripción de una Alemania en ruinas y cita el aforismo romano: “Si buscas su monumento, mira alrededor”. Si aplicamos este método a Franco, el observador encuentra un país que alcanzó su mayor nivel de prosperidad de su larga historia, que llegó a ser la novena potencia industrial del mundo, con la “solidaridad orgánica” de la gran mayoría de la población, que había aumentado considerablemente, y una sociedad bien preparada para la convivencia para la convivencia pacífica y para un nuevo proyecto de democracia descentralizada. La política de Franco ha recibido, y sigue recibiendo, juicios muy extremos y radicales por parte de la izquierda, sin que esta haya sido capaz de despojarse de sus tabúes o mantras “guerracivilistas” para emitir una valoración equilibrada. Por ejemplo, durante el régimen de Franco se fomentó la protección familiar, se elevó la tasa de natalidad, se dio una mejora notable a los cuidados de la infancia y un crecimiento sustancial de la población, además de un desarrollo de la educación universal. Según estos patrones, Franco podría considerarse no solo el gobernante individual más poderoso de la historia de España, sino también el modernizador definitivo de su país y el líder que alcanzó mayor éxito de todos los aspirantes a las “dictaduras del desarrollo” del siglo XX.”

Tumba de Franco en el Valle de los Caídos


A modo de complemento informativo acerca del libro de los profesores Stanley Payne y Jesús Palacios, me ha parecido interesante insertar el enlace de la crítica bibliográfica aparecida en el blog HISTORIA EN LIBERTAD, que considero excelente en todos sus puntos.  






7 comentarios:

  1. Gracias por esta entrada Pepe. Estos párrafos para los que ya hemos leido otros libros de los autores no son nuevos, pero satisface leerlos en estos tristes momentos de incertidumbre respecto al futuro de España.

    ResponderEliminar
  2. Gracias, Carmela, por haberte molestado en dejar constancia de que has leído esta entrada. La Historia la escriben tanto los vencedores como los vencidos y hasta los especialistas que no son ni una cosa ni la otra. Conforme pasa el tiempo, se da esa "complementariedad circular" que permite la síntesis, que será lo que quede, lo que permanezca, lo que entre a formar parte de la Historia. Esa tarea, siempre inacabada, hace que, por ejemplo, hoy sepamos mucho más de Alejandro Magno, Julio César o Adriano, que hace mil años.

    Como podrás ver, el silencio en Facebook es clamoroso. El españolito medio es un ser cobarde que busca ampararse en la multitud o en el anonimato para escupir o embestir. Opinar razonadamente y con conocimiento de causa no forma parte de nuestras señas colectivas de identidad. Por desgracia.

    ResponderEliminar
  3. Hola José, como sabes soy Argentino, pero desde que vivo aquí, siempre me he interesado mucho por la historia de España. Es brillante el artículo.Gran parte de la sociedad siempre pierde la memoria, gracias a Dios hay gente como tú que la refresca. Es muy fácil para algunos hablar sin ni siquiera estar documentados. Recomíendame, por favor, algún libro sobre la Guerra Civil, que es un tema que me gusta mucho, pero poca gente ha sabido indicarme alguno.
    Aquí tienes un seguidor más, tus artículos y conocimientos no tienen ni una coma de desperdicio. Muchísimas gracias

    ResponderEliminar
  4. Gracias a ti Gonzalo, por tu estimulante comentario sobre esta entrada de mi Blog, cuya única virtud acaso esté en mi voluntad de entender el conocimiento, cualquier tipo de conocimiento, como un proceso indefinidamente abierto a la comprensión y valoración de los hechos significativos, independiente respecto a los dogmatismo ideológicos o a las burdas manipulaciones impuestas desde cualquier tipo de sectarismo oportunista.

    José Luis Sampedro, profesor universitario, fecundo novelista e intelectual libérrimo, mantuvo su extraordinaria lucidez hasta el final. En la breve entrevista, realizada muy poco antes de su muerte, habla de que los poderes políticos que gobiernan nuestras sociedades programan la educación para no pensar (pinchar aquí). Si a esta evidencia general unimos que en España llevamos cuarenta años de manipulación sectaria de nuestra Historia, una tarea más propia de los estados totalitarios que de las sociedades democráticas, el resultado no puede ser otro que la más supina ignorancia y la instauración de la “corrección política” como criterio último para juzgar la realidad, porque no hay peor mentira que una verdad a medias. Como escribió Hannah Arendt, “el propósito de una educación totalitaria nunca ha sido infundir convicciones, sino la capacidad para formar alguna”.

    Sobre la Guerra Civil española de ha escrito muchísimo, tanto de lo que fuera el desarrollo del conflicto bélico como de las circunstancias que lo produjeron y determinaron su problemático desarrollo, hasta el triunfo del bando nacional frente al republicano, con la instauración del régimen de Franco. El libro de Stanley Payne y Jesús Palacios es muy bueno para llenar el hueco informativo sobre este período decisivo y hasta apasionante de nuestra Historia reciente, ya que la figura de Franco solamente es comprensible si la examinamos como producto de la época que le tocó vivir. Así que la lectura de este libro podría servir para iniciarte en el conocimiento de los últimos años del reinado de Alfonso XIII, el advenimiento de la Segunda República y la Guerra Civil. Además, frente a otros textos, tiene la indudable ventaja de que es muy fácil de leer.

    Para adentrarse más detalladamente en las vicisitudes del conflicto bélico, pese a algunas valoraciones que no acabo de compartir, está el estudio clásico, en dos volúmenes, del profesor e insigne hispanista Sir Hugh_Thomas: “La Guerra Civil española”. Como complemento, para entender la problemática de las circunstancias sociales y políticas que tuvieron lugar en el período de gobierno del Frente Popular, imprescindibles para entender lo que vino después, recomendaría la lectura de un libro muy singular, tan breve como iluminador, escrito mientras acaecieron los ellos que describe, por Clara Campoamor: ”La revolución española vista por una republicana”, testimonio vivo y doloroso de una mujer singular que nadie se atrevería a acusar de ser pro-franquista.

    ResponderEliminar
  5. Veo que en mi respuesta no aparecen los enlaces que he insertado en el texto. Colocaré nuevamente el correspondiente a la entrevista con el profesor Sampedro. En cualquier caso, si abrirlo no resultara posible, siempre cabrá copiarlo y trasladarlo a buscador de Google. Vale la pena.

    https://www.youtube.com/watch?v=3cM24QZui44

    ResponderEliminar
  6. No sé si me das permiso, por esa amistad a distancia que tenemos me tomo la libertad de colgarlo en mi muro. Brillante, José, muchas gracias.

    ResponderEliminar
  7. Gracias a ti, Rosa. Sin tantos años de ocultaciones, cobardías y mentiras oportunistas de unos y de otros la situación actual que nuestra pobre España padece sería bien distinta. Llegar a donde hemos llegado demuestra que la tan alabada Transición ha sido un fracaso colectivo. Y lo peor de todo es que a este desastre no le veo salida alguna. Como escribió Nietzsche, "todas las verdades que se ocultan terminan por hacerse venenosas".

    ResponderEliminar