viernes, 20 de agosto de 2021

 

       Afganistán: la CIA y el negocio de la droga 


Para que la CIA atendiera las operaciones encubiertas de mayor envergadura fue necesario crear una red bancaria que financiara sus operaciones. Con este fin, con la aprobación oficial del entonces director de la CIA, George H. Bush, fue creado el Bank of Credit and Commerce International (BCCI), que pronto se convirtió en la mayor red clandestina de lavado de dinero procedente del comercio de la droga. Entre los altos funcionarios beneficiarios de la generosidad del BCCI encontramos a James Baker, secretario del Tesoro en la administración Reagan, quien hace treinta años se negó a investigar al BCCI, así como al actual presidente de EE.UU., Joe Biden, que también impidió que el BCCI fuese investigado.



En Afganistán, los primeros señores de la droga en alcanzar relevancia mundial, como Gulbudin Hekmatyar o Abu Rasul Sayyaaf, se vieron proyectados a la escena internacional gracias al masivo apoyo de la CIA, en colaboración con los gobiernos de Pakistán y de Arabia Saudita. Mientras otros grupos locales de resistencia anticomunista fueron considerados como de segunda clase, ambos dirigentes, por no disponer de apoyo a nivel local, fueron pioneros en valerse del comercio del opio y la heroína para generar importantes recursos financieros con los que conformar sus fuerzas de combate, convirtiéndose además en agentes del extremismo salafista atacando al Islam sufista propio de Afganistán. Finalmente, Estados Unidos y sus aliados concedieron a Hekmatyar, quien fue por un algún tiempo el mayor traficante de droga del mundo, más de mil millones de dólares en armas, más de lo que ningún otro cliente de la CIA ha recibido nunca, ni antes ni después (1). Hay que saber que ésta no era la primera vez que la CIA se implicaba en el tráfico de droga, sino que su responsabilidad respecto al papel dominante que Afganistán alcanzó en el tráfico mundial de la droga reproduce en buena medida lo que había sucedido anteriormente en Birmania, Laos y Tailandia entre finales de los años 1940 y la década de los '70, países que también se vieron convertidos en destacados actores del tráfico de heroína gracias al apoyo de la CIA (y de los franceses, en el caso de Laos), sin el cual su importancia se habría visto reducida a una escala meramente local.

Durante ese mismo periodo, la CIA reclutó colaboradores a todo lo largo de las rutas de contrabando del opio clásico, como hizo en Turquía, Líbano, Cuba, Honduras y México. Entre esos colaboradores se encontraban agentes gubernamentales, como Manuel Noriega en Panamá o Vladimiro Montesinos en Perú, a menudo personalidades destacadas pertenecientes a la la Policía o a los Servicios de Inteligencia. Fueron Turquía y Pakistán los primeros escenarios utilizados por los estadounidenses para experimentar la idea de utilizar al nuevo islamismo político contra los regímenes que demostraban veleidades pro-soviéticas. Esta red de apoyos encubiertos supuso una jugada maestra que permitió a Estados Unidos apoyar la lucha contra los soviéticos con el respaldo de dos países musulmanes vecinos sin que la mano de Washington fuera directamente visible. De este modo fue organizado un sofisticado sistema de abastecimiento de armas, voluntarios e instructores procedentes de terceros países, cuya coordinación estuvo en manos del servicio de inteligencia paquistaní, el ISI (señalado como “el gobierno en la sombra“ de Pakistán), fundado en 1971 y dirigido por Ajtar Abdel Rhaman Jan, brazo derecho del dictador Mohamed Zia ul-Hak, que a la condición de militar añadía su fervor anticomunista y ser simpatizante de la causa islamista.



El paso siguiente en la implicación americana fue dado en 1980 con la autorización de vuelos de aviones de transporte a Pakistán desde las bases egipcias de Qena y Aswan, cuyo cargamento consistía en armas de fabricación soviética destinadas a los muyahidines afganos, que, a su vez, procedían de stocks del Ejército egipcio para simular que los combatientes afganos utilizaban pertrechos tomados a los soviéticos en el campo de batalla. Todo ello formaba parte de un programa secreto organizado por la CIA y denominado SOVMAT, mediante el cual los estadounidenses compraron en países diversos, incluidos algunos pertenecientes al Pacto de Varsovia, armas de fabricación soviética a través de una amplia red de falsas empresas con destino a Afganistán, como posteriormente sucedió con el Estado Islámico. El programa también comprendía la instrucción de combatientes afganos por las fuerzas especiales egipcias y el pago a los principales grupos de guerrilleros mercenarios que se iban incorporando a la lucha con sueldos más elevados que los que habían percibido cuando sirvieron a los soviéticos (2). La vasta operación también significó la canalización hacia Afganistán de miles de mercenarios islamistas procedentes de los más variados países, desde Argelia hasta Filipinas, que percibían su correspondiente salario a tiempo completo. La financiación a través de la CIA que el Gobierno de Estados Unidos destinó a los guerrilleros afganos fue “el mayor programa de acción encubierta desde la Segunda Guerra Mundial” (3). La denominada “Operación Ciclón” supuso en 1980 un desembolso de entre 20 y 30 millones de dólares anuales, que se fueron incrementando hasta llegar a 630 millones siete años más tarde. La ayuda de Estados Unidos prosiguió hasta que Kabul cayó en poder de los muyahidines en 1992. Entre 1986 y 1989 la ayuda total a estos rebasó los mil millones de dólares al año (4). La aportación estadounidense fue complementada con las realizadas por el Gobierno saudí, que a mediados de 1980 ya era mayor que la de la propia CIA, cantidades a las que hay que añadir las remesas de los fondos recaudados por las mezquitas, donantes privados e instituciones de caridad no gubernamentales de todo el mundo islámico.



Cuando en 1980, la CIA se implicó de manera indirecta, pero masiva, en su lucha contra la presencia soviética en Afganistán, el comercio de la droga se disparó, desatando una epidemia de heroína en Estados Unidos. Después de la caída de Kabul en 1992, pero algún tiempo antes de que los talibanes se instalaran en el poder, los señores de la guerra o jefes tribales se habían apoderado del campo afgano y ordenaron a los agricultores que volvieran a plantar adormidera, cuyo cultivo había sido prohibido por el gobierno de Mohammed Taraki, el primer líder de PDPA y presidente de la República Democrática de Afganistán que fue asesinado durante los eventos del golpe respaldado por la CIA. Una década antes, el ISI (los Servicios Secretos de Pakistán) había establecido cientos de laboratorios de heroína a instancias de la CIA, con lo que para 1981 la zona fronteriza entre Pakistán y Afganistán se había convertido en la mayor productora de heroína del mundo. Según Alfred McCoy, “una vez que la heroína salía de estos laboratorios situados en la frontera noroeste de Pakistán, la mafia siciliana importaba la droga a los Estados Unidos, donde pronto se hicieron con el 60% del mercado de heroína. Lo que equivale a decir indirectamente que este mismo porcentaje del suministro de heroína procedía de una operación diseñada por la CIA. Durante la década en que estas operaciones tuvieron lugar, la de los años '80, el importante contingente de la DEA en Islamabad no hizo arrestos ni participó en las incautaciones de drogas, lo que permitió manos libres de facto a las organizaciones para exportar heroína” (5). Es importante resaltar que uno de los principales objetivos de los muyahidines y de las campañas lideradas por Washington en Afganistán fue siempre restaurar el cultivo del opio para asegurar su comercio global, principalmente dentro de Estados Unidos.




Para atender operaciones encubiertas de tanta envergadura era necesaria una red bancaria que financiara sus operaciones. Con este fin, con la aprobación oficial del entonces director de la CIA, George H. Bush, el jefe de la inteligencia saudita, Kamal Adham y la inteligencia británica, “un pequeño banco comercial de Pakistán, el Bank of Credit and Commerce International (BCCI), fue transformado en una máquina de lavado de dinero a nivel mundial, comprando entidades bancarias de todo el mundo para crear la mayor red clandestina de dinero en la historia” (6), que fue utilizada para relacionar las operaciones irregulares de financiación con actividades ilícitas pero muy lucrativas, como el tráfico de armas y el comercio de la heroína afgana. Hasta finales de 1970, los agricultores tribales en las montañas de Afganistán y Pakistán cultivaban cantidades limitadas de opio y lo vendían a caravanas de mercaderes vinculados al Oeste de Irán y al Este de la India, pero en los diez años de guerra encubierta contra la ocupación soviética de Afganistán, las operaciones de la CIA proporcionaron la protección política y los vínculos de logística que eran necesarios para incorporar los campos de amapolas de Afganistán a los mercados de la heroína de Europa y América (7).

Por ser formalmente una democracia, Estados Unidos debía conservar las apariencias y no podía enviar tropas abiertamente para imponer su influencia hegemónica en el mundo, por lo que potenció la formación de ejércitos de apoyo (proxy armies) financiados por los traficantes de droga locales. Ese modus operandi se fue convirtiendo poco a poco en una regla general, tal como demuestra Peter Dale Scott en su monumental estudio “American War Machine: Deep Politics, the CIA Global Drug Connection, and the Road to Afghanistan” (8), donde desentraña las claves de la operación Paper, que comenzó en 1950 con la utilización por parte de la CIA de las tropas anticomunistas del Kuomintang (KMT) en Birmania, que controlaban el tráfico de droga en la región. Cuando aquel ejército resultó ineficaz, la CIA desarrolló su propia fuerza en Tailandia bajo el nombre de PARU, cuyo oficial de inteligencia llegó a reconocer que la unidad financiaba sus operaciones con importantes cantidades de droga.



Al restablecer el tráfico de droga en el sudeste asiático, el KMT –como ejército de apoyo– fue el preludio de lo que se convertiría en una costumbre de la CIA: colaborar en secreto con grupos financiados a través de la droga para hacer la guerra, como había sucedido en Indochina y en el Mar de China meridional durante los años 1950, 60 y 70, en Afganistán y en Centroamérica en los años 1980, en Colombia en los años 1990, y nuevamente en Afganistán en 2001. Los responsables son siempre los mismos sectores de la CIA, es decir, los equipos encargados de organizar las operaciones clandestinas, pudiéndose observar cómo desde la época de la posguerra sus agentes, financiados con las ganancias del tráfico de drogas, se mueven de continente en continente repitiendo el mismo esquema, al que el Prof. Dale Scott se refiere como la “conexión narcótica global”. El citado investigador analiza detalladamente cómo el Bank of Credit and Commerce International (BCCI) constituyó un perturbador ejemplo de la importancia de la droga en Washington y su enorme influencia gracias a la connivencia entre el establishment estadounidense y el lavado del dinero procedente del comercio de la droga. La policía y los expertos en inteligencia se refirieron al BCCI como el "Banco de delincuentes y criminales internacionales" por su inclinación por atender a los clientes que comercian con armas, drogas y dinero caliente (9).

Entre los altos funcionarios beneficiados por la generosidad del BCCI encontramos a James Baker, secretario del Tesoro en la administración Reagan, quien se negó a investigar al BCCI (10); al entonces senador demócrata y hoy presidente Joe Biden (vicepresidente de EE.UU. con Obama, que en 2017 le condecoró con la Medalla Presidencial de la Libertad) y al senador republicano Orrin Hatch, así como a varios miembros importantes del Comité Judicial del Senado, órgano federal que también se negó a investigar al BCCI (11), Jonathan Beaty aunque nadie pudo evitar su escandaloso cierre y liquidación por orden judicial en 1991, un terremoto económico considerado "el mayor fraude bancario de la historia financiera mundial "(12).


En su obra de referencia, “La política de la heroína”, McCoy refiere la historia de Greg Musto, experto en drogas de la Casa Blanca bajo la administración Carter. En 1980, Musto dijo en el Strategy Council on Drug Abuse de la Casa Blanca que “fuimos a Afganistán con el fin de apoyar a los cultivadores de opio en su rebelión contra la Unión Soviética. ¿No podríamos evitar hacer lo que ya hicimos en Laos?”. Cuando la CIA le negó el acceso a datos que la ley le daba derecho a consultar, Musto expresó públicamente su inquietud señalando en un editorial del New York Times que la heroína proveniente de la llamada Media Luna de Oro ya estaba causando una crisis médica en Nueva York y anticipadamente advirtió que “esa crisis está llamada a empeorar”. Musto esperaba conseguir un cambio de política exponiendo públicamente el problema y lanzando una fuerte advertencia de que la aventura financiada por la droga en Afganistán podía resultar desastrosa (13), pero su sabia advertencia resultó inútil ante los altos los intereses implicados en la estructura de poder a la que el Prof. Dale Scott se refiere como “la máquina estadounidense de guerra en el seno de nuestro gobierno y de nuestra economía política”. Para Dale Scott son inútiles los lamentos sobre el desarrollo del cultivo de droga en Afganistán y sobre la epidemia mundial de adicción a la heroína. Lo importante es sacar conclusiones de los hechos ya comprobados: los talibanes habían erradicado el cultivo del opio de amapola y la OTAN favoreció su cultivo, el dinero de la droga corrompió el gobierno afgano de Karzai pero el destino principal de este dinero fue EE.UU., cuyas instituciones se demostraron corruptas. Así que la toma de decisiones para solucionar este tráfico no estaba en Kabul sino en Washington (14).




Al estallar en 1979 la guerra ruso-afgana, el jeque Salem Bin Laden, primo y mentor de Osama, ya era un personaje prominente del Bank of Credit and Commerce International, que tanto estadounidenses como británicos usaron para financiar su guerra particular en Afganistán. En 1981, los jefes del narcotráfico en Pakistán y Afganistán suministraban el 60% de la heroína consumida en Estados Unidos. Camiones que entraban a Afganistán con las armas de la CIA volvían desde Pakistán con heroína protegida de las búsquedas policiales por documentaciones expedidas por el ISI, el servicio de inteligencia paquistaní (15). El escándalo que supuso el principio del fin de las actividades del BCCI estalló en enero de 1990 cuando siete de sus ejecutivos reconocieron ante un tribunal federal de Tampa (Florida) haber blanqueado dinero en Estados Unidos procedente del narcotráfico colombiano, lo que provocó una investigación que determinó la quiebra del Banco en 1991. Pero conviene aclarar que no fue el gobierno de Estados Unidos quien primeramente actuó en aras de poner fin a las actividades bancarias del BCCI y de sus filiales ilegales en Estados Unidos, sino dos personas en particular: el abogado Jack Blum, de Washington, y Robert Morgenthau, fiscal de Manhattan (16).

Aunque la amplia trama delictiva y las complicidades del más alto nivel internacional que las encubrían nunca fueron investigadas a fondo, el aquelarre financiero terminó salpicando al Banco de Inglaterra por haber mantenido la licencia para actuar al BCCI, pese a haber conocido que buena parte de sus actividades eran ilegales. En plena tormenta, la CIA admitió ante un sub-comité del Senado que desde mediados de la década de los '80 conocía que el BCCI estuvo implicado en actividades ilícitas, incluyendo el lavado de dinero y el terrorismo, pese a lo cual no tuvo reparos en utilizarlo como parte de su programa secreto para apoyar a los guerrilleros anticomunistas en Afganistán y que, además, ocultó a la Reserva Federal que operaba en Estados Unidos a través de uno de sus bancos adquiridos con esa finalidad (17).

Hamid Karzai

                                                    

En diciembre de 2009, Harper’s publicó una larga investigación sobre el coronel Abdul Razik, “el amo de Spin Boldak”, traficante de droga y aliado Hamid Karzai, que ejerció la presidencia de Afganistán durante trece años bajo la protección de EE.UU., dejando tras de sí un impresionante legado de corrupción y desprestigio institucional (18). El ascenso del coronel Razik fue “estimulado por un círculo de oficiales corruptos en Kabul y Kandahar, y también porque a los comandantes de la OTAN, desplegados en un territorio demasiado grande, les pareció útil el control que ejercía [Razik] sobre una ciudad fronteriza esencial para su guerra contra los talibanes”. El mejor ejemplo de la influencia de la CIA sobre los traficantes de droga es un secreto a voces en el mismo Afganistán, donde el propio hermano del presidente Karzai, Ahmed Wali Karzai (un activo colaborador de la CIA) (19), y Abdul Rashid Dostum (un viejo colaborador de la agencia) aparecen entre los acusados de tráfico de droga (20). La corrupción vinculada a la droga en el seno del gobierno afgano debe atribuirse en buena parte a la decisión de Estados Unidos y de la CIA de desencadenar la invasión de 2001 con el apoyo de la Alianza del Norte, movimiento cuya vinculación con la droga era harto conocida en Washington (21). Según Ahmed Rashid, al principio de la ofensiva estadounidense de 2001, “el Pentágono disponía de una lista de al menos 25 laboratorios de drogas y almacenes en Afganistán, pero se negaron a bombardearlos porque algunos pertenecían a los nuevos aliados de la CIA miembros de la NA [Northern Alliance / la Alianza del Norte] (22).



Conviene insistir en que no fueron los talibanes quienes se apoderaron del tráfico de la droga, sino que su comercio estuvo controlado mayoritariamente por los partidarios del gobierno del presidente Hamid Karzai. En 2006, un informe del Banco Mundial afirmaba que “al más alto nivel”, veinticinco o treinta grandes traficantes, la mayoría con bases en el sur de Afganistán, controlaban las transacciones y los envíos más importantes, trabajando estrechamente con apoyo de personas que ocupan posiciones políticas y gubernamentales del más alto nivel estatal. Según un informe oficial de la ONU, la producción de opio afgano aumentó de forma espectacular después del derrocamiento del régimen talibán, en 2001. Los datos del Buró de Drogas y Crímenes de las Naciones Unidas demuestran que en cada una de las campañas desde 2004 hasta 2007 hubo más cultivos de adormidera que en todo un año bajo el régimen talibán. En Afganistán había más superficie de cultivo dedicada a la producción de opio que al cultivo de la coca en toda América Latina, de tal modo que el 93% de los opiáceos del mercado mundial venían de Afganistán. No son simples coincidencias. Se ha demostrado que Washington seleccionó cuidadosamente al muy controvertido Hamid Karzai, señor de la guerra de origen pashtún con una larga hoja de servicios en la CIA, especialmente llevado a Afganistán desde su exilio en Estados Unidos, a quien se le fabricó todo una leyenda hollywodense sobre «la valiente autoridad sobre su pueblo». Según fuentes afganas, Hamid Karzai ha sido durante más de una década el «Padrino» del opio afgano y el elegido por Washington para presidir el Gobierno de Kabul (23).

El importante artículo «Can Anyone Pacify the World’s Number One Narco-State? The Opium Wars in Afghanistan«, de Alfred McCoy publicado el 30 de marzo de 2010 (24), habría podido incitar a la intervención del Congreso de EE.UU. para emprender una verdadera revisión de la imprudente aventura militar desarrollada por Estados Unidos en Afganistán. La respuesta a la pregunta que plantea el título de ese artículo —“¿Hay alguien capaz de pacificar el mayor narcoestado del mundo?” salta a la vista en ese mismo artículo. Es un resonante “¡No!”.

En diciembre de 2019, dieciocho años y tres Administraciones estadounidenses después de la invasión de Afganistán, una investigación de The Washington Post reveló la campaña de mentiras y ocultaciones que, durante dos décadas ha sustentado la justificación oficial de la intervención del ejército estadounidense en Afganistán tras los atentados del 11-S. La investigación de tres años de duración liderada por el periodista Craig Whitlock reveló el proyecto “Lecciones aprendidas”, un plan federal de la Oficina del Inspector General para la Reconstrucción de Afganistán (SIGAR) con el objetivo de revisar la calamitosa actuación de EEUU durante la guerra de Afganistán. La documentación aportada confirma que la CIA, el ejército, el Departamento de Estado y otras agencias utilizaron efectivo y contratos lucrativos para ganar la lealtad de los caudillos afganos: “Estados Unidos también ha estado llenando los bolsillos de los señores de la guerra más notorios de Afganistán, que tienen una historia larga y sangrienta que se remonta a la era de la ocupación soviética, cuando la CIA repartió dinero en efectivo para luchar contra su enemigo de la Guerra Fría”, explica la periodista Sonali Kolhatkar, que subraya que “se ha utilizado dinero de los contribuyentes para financiar a criminales de guerra y asesinos de masas como Abdul Rashid Dostum, de quien los papeles dicen que recibía cien mil euros mensuales para que no causara problemas” (25).



Después de que Al Qaeda quedara fuera del juego, EE.UU. vendió con la complicidad de la OTAN, que la ocupación de Afganistán tenía como objetivo impedir que en el futuro otro grupo yihadista volviera a utilizar el país como base para lanzar atentados terroristas. El primer ministro británico, Gordon Brown, llegó a decir que se estaba combatiendo contra los terroristas en Afganistán para no tener que hacerlo en las calles de las ciudades europeas. Se trata de pura propaganda. Los talibanes afganos nunca tuvieron idea de una yihad global y enfocaron su lucha de la misma forma que lo habían hecho las tribus afganas contra los británicos en el siglo XIX y los muyahidines contra los soviéticos en el siglo XX: expulsar a las tropas extranjeras que querían imponer ideas ajenas a las tradiciones locales (26).

Bajo el explosivo título “Gran Bretaña está protegiendo la mayor cosecha de heroína de todos los tiempos”, Craig Murray, ex-embajador del Reino Unido en Uzbekistán hasta octubre de 2004, publicó un artículo en el periódico londinense The Daily Mail en el que se atrevió a denunciar que lo conseguido hasta entonces con la invasión de Afganistán era la obtención de "las mayores cosechas de opio que el mundo haya visto". Con maligna ironía, Murray explicitó que “nuestro logro económico en Afganistán va mucho más allá de la simple producción de opio crudo. De hecho, Afganistán ya no exporta mucho opio crudo. Ha tenido éxito en algo que nuestros esfuerzos de ayuda internacional instan a conseguir a los países en vías de desarrollo: Afganistán ha entrado en los procesos de fabricación y de "valor añadido”. Esto significa que Afganistán "ahora no exporta opio, sino heroína. El opio se convierte en heroína a escala industrial, no en cocinas sino en fábricas. Millones de galones de los productos químicos necesarios para este proceso son enviados a Afganistán por camiones cisternas. Estos camiones y los cargados con opio a granel que se dirigen a las fábricas, comparten las carreteras, mejoradas por la ayuda estadounidense, con las tropas de la OTAN”. Murray añade que semejante situación pudo suceder porque “los cuatro mayores partícipes en el negocio de la heroína son miembros de alto rango del Gobierno afgano" [del presidente Hamid Karzai]. Murray resumió su crítica diciendo que "hasta la fecha, nuestro único logro real [en Afganistán] ha sido la caída de los precios de la heroína en Londres" (27). 

El cultivo de opio ha seguido siendo durante los veinte años de ocupación la principal fuente de ingresos de amplias zonas del país, seguido de la industria de la guerra. Al frente de la escena Washington puso a Hamid Karzai, un dirigente pastún al que trajeron del exilio y corrupto hasta los huesos. Según el testimonio del coronel Christopher Kolenda, destinado en Afganistán en varias ocasiones, Karzai acabó formando una cleptocracia pocos años después de llegar al poder. "Me gusta usar una analogía con el cáncer. La pequeña corrupción es como el cáncer de piel. Hay formas de tratarlo y puedes acabar bien. La corrupción dentro de los ministerios, al más alto nivel, es como el cáncer de colon. Es peor, pero si lo pillas a tiempo, quizá salgas bien. La cleptocracia, sin embargo, es como un tumor cerebral. Es fatal".Que a estas alturas, los comentaristas y tertulianos de nuestras radios, televisiones y prensa hablen de los “superiores valores de Occidente” que EE.UU. y sus “socios” europeos han representado en Afganistán frente a las hordas bárbaras de los taliban apesta tanto que, junto a la indignación, provoca ganas de vomitar.

Richard Holbrooke, enviado especial de Estados Unidos para Afganistán y Pakistán en 2009, lo definió como "la operación más fallida de la historia de la política exterior de EEUU". En su filtración de los Afghanistan Papers, el ‘Washington Post’ dijo que la guerra contra las drogas había sido probablemente el fracaso "más irresponsable" de todos. Como remate final de una derrota en todos los frentes es necesario mencionar que en los últimos cuatro años, Afganistán ha producido los mayores niveles de opio desde que hay registros, según UNODC. Incluso con la pandemia el aumento de cultivo de amapolas creció un 37% en 2020 (28).

 

 

CITAS

1. Peter Dale Scott, El opio, la CIA y la administración Karzai, Red Voltaire, 27 diciembre de 2010. https://www.voltairenet.org/article167879.html

2. Francisco Veiga: El desequilibrio como orden. Una historia de la posguerra fría, Alianza Editoral, Madrid, 2015, págs. 331-332.

3. Martin Tolchin: C.I.A. Admits It Failed to Tell Fed About B.C.C.I., The New York Times, 26 octubre de 1991.

https://www.nytimes.com/1991/10/26/business/cia-admits-it-failed-to-tell-fed-about-bcci.html

4. Phil Gasper: Afghanistan, the CIA, Bin Laden, and the Taliban, International Socialist Review, noviembre-diciembre 2001.

5. Alfred McCoy: Drug Fallout: The CIA's forty-year complicity in the narcotics trade, in 'The Progressive' vol 61, núm. 8, agosto de 1997, pp. 24-27.

6. Phil Gasper: Afghanistan, the CIA, Bin Laden, and the Taliban, International Socialist Review, noviembre-diciembre 2001.

7. Peter Dale Scott: American War Machine: Deep Politics, the CIA Global Drug Connection, and the Road to Afghanistan, Rowman & Littlefield Publishers, Lanham, Maryland, Estados Unidos, 2010.

8. Maxime Chaix: Las drogas y la máquina de guerra de Estados Unidos, Red Voltaire, 24 diciembre 2013. https://www.voltairenet.org/article181602.html

9. Steve Lohr: World-Class Fraud: How BCCI Pulled It Off -- A special report; At the End of a Twisted Trail, Piggy Bank for a Favored Few, The New York Times, 12 agosto de 1991.

10. Rajeev Syal: Drug money saved banks in global crisis, claims UN advisor, The Guardian, 13 diciembre 2009.

11. Jonathan Beaty & S.C. Gwynne: The Outlaw Bank: A Wild Ride into the Secret Heart of BCCI, Random House, New York, 1993, p.357.

12. David Musto, The New York Times, 22 mayo 1980; citado en McCoy, Politics of Heroin, p.462.

13. Spalek, Basia: Regulación, delitos de cuello blanco y el Banco de Crédito y Comercio Internacional, The Howard Journal of Criminal Justice, 1 mayo de 2001., pags. 166–179.

14. Peter Dale Scott: Afganistán-Estados Unidos, una geopolítica mundial del comercio de las drogas: El opio, la CIA y la administración Karzai, Red Voltaire, 27 diciembre 2010. https://www.voltairenet.org/article167879.html

15. Peter Dale Scott: The Road to 9/11: Wealth, Empire and The Future of America, University of California Press, 2007, pág. 124.

16. Peter Truell & Larry Gurwin: False Profits: The Inside Story of BCCI, the World’s Most Corrupt Financial Empire, Houghton Mifflin, Boston, 1992, p.373-377.

17. 17. Martin Tolchin: CIA Admits It Failed to Tell Fed About B.C.C.I., The New York Times, 26 de octubre 1991.

18. Jaime León: Hamid Karzai, un legado de corrupción y debilidad institucional, diario La Vanguardia, 29 septiembre de 2014.

19. Encargan a Hamed Wali Karzai de negociar con los talibanes, Red Voltaire, 14 de mayo de 2010.

20. The New York Times, 27 de octubre de 2009.

21. Steve Coll: Ghost Wars: The Secret History of the CIA, Afghanistan, and Bin Laden, from the Soviet Invasion to September 10, 2001, (Penguin Press, New York, 2004), p.536. 

22. Ahmed Rashid: Descent into Chaos: The United States and the Failure of Nation Building in Pakistan, Afghanistan, and Central Asia, Viking, New York, 2008, p.320.

23. F. William Engdahl: Geopolítica tras la falsa guerra de Estados Unidos en Afganistán, Red Voltaire, 21 diciembre de 2009. https://www.voltairenet.org/article163365.html

24. Alfred W. McCoy: Can Anyone Pacify the World’s Number One Narco-State? The Opium Wars in Afghanistan, TomDispatch, 30 de marzo de 2010.

25. Carlos H. de Frutos: Seis revelaciones sobre los 'Papeles de Afganistán', elDiario.es, 14 de diciembre de 2019.

26. Iñigo Sáenz de Ugarte: La historia secreta de la guerra de Afganistán, elDiario.es, 9 de diciembre de 2019.

27. Craig Murray: Britain is protecting the biggest heroin crop of all time, MailOnline, 21 de julio de 2007:

http://www.dailymail.co.uk/pages/live/articles/news/news.html?in_article_id=469983&in_page_id=1770&in_page_id=1770&expand=true 

28. La guerra de las amapolas: el fracaso de EEUU en Afganistán que aupó a los talibanes. Por Carlos Barragán, El Confidencial, 21/08/2021

https://www.elconfidencial.com/mundo/2021-08-21/guerra-taliban-eeuu-afganistan-amapolas-heroina_3238702/


    


 


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