viernes, 10 de septiembre de 2021

 

               Afganistán: la creación de Al Qaeda


                     Si nos atrevemos a decir la verdad sobre el pasado,

             quizás nos atrevamos a decir la verdad sobre el presente.

                                                                                               Ken Loach



En 1979, el director de los servicios secretos de Arabia Saudí, el príncipe Turki Al Faysal, reclutó a Bin Laden –graduado en Administración de Empresas en la Universidad Rey Abdul Aziz de Riad–, que por entonces tenía veintidós años, para que gestionara financieramente las operaciones de la CIA en Afganistán. Su cometido era conseguir fondos, atraer a fundamentalistas islámicos y armarlos para combatir al ejército de la Unión Soviética, que acababa de entrar en el país a petición y en apoyo del gobierno del Partido Democrático Popular de Afganistán. Bin Laden también estuvo vinculado con el líder muyahidín afgano y traficante de heroína Gulbudin Hekmatyar, ambos figuras centrales en la red de colaboradores de la CIA. El General Akhtar Abdul Rahman, jefe del ISI [Servicio de Inteligencia] de Pakistán desde 1980 hasta 1987, se reunía periódicamente con Bin Laden en territorio pakistaní, ya que ambos aunaron esfuerzos para exigir un impuesto sobre el comercio del opio a los señores de la guerra, de tal manera que Bin Laden y el ISI se dividieron ganancias que ascendían a más de cien millones de dólares anuales. Cabe recordar que la CIA ya utilizó de manera encubierta el negocio de la droga para financiar los gastos extraordinarios que supuso la guerra del Vietnam, un tráfico tan perfectamente probado y bien documentado que ha servido de guión para varias producciones cinematográficas de Hollywood sin que nadie se haya escandalizado. En 1985, Salem, hermano de Osama bin Laden, reconoció que Osama era “el vínculo entre Estados Unidos, el gobierno saudí y los rebeldes afganos” (1), siendo conocido por la CIA con el seudónimo secreto de “Tim Osman”. Sin embargo, todos los especialistas e investigadores coinciden en señalar que el principal ideólogo de los yihadistas no afganos que había acudido a luchar junto a los muyahidines no fue Bin Laden sino Abdalá Azam (2), que fue su mentor y quien le motivó para que se uniera en 1988 a un grupo de militantes en la ciudad fronteriza de Peshawar formado por no más de una docena de hombres que no se diferenciaba de otros muchos grupos que actuaban, se formaban y se disolvían en Pakistán. El único grupo de esa época en que aparece Bin Laden y del que existe constancia porque aparece referido en la Enciclopedia de la Yihad, una recopilación de tácticas terroristas y de la guerra irregular elaborada en Pakistán por veteranos de la guerra afgano-soviética para su uso en otros escenarios de conflicto, es el denominado Maktab al Khidamat lil Mujaidin al-Arab (MAK) de Azam (3).




Existe unanimidad entre los especialistas en señalar que a la cabeza de los islamistas sirios asentados en Afganistán estaba Abdalá Azam, el “padrino” intelectual de Al Qaeda, entendida esta denominación como movimiento ideológico para marcar las líneas que deberían seguir los voluntarios más entregados a la causa islamista cuando terminase la guerra contra los soviéticos y no referido entonces a ninguna organización yihadista existente. Azam, que era palestino, siendo muy joven se unió a los Hermanos Musulmanes de Egipto a mitad de la década de los '50, trasladándose a Siria en 1963, donde se matriculó en la Universidad de Damasco, vinculándose a los grupos salafistas más radicales y cimentó su odio contra el Gobierno baazista de carácter laico. Tras una estancia en Egipto para hacer el doctorado, se fue a Arabia Saudí, donde comenzó a trabajar en la Universidad de Yeda y donde conoció a Bin Laden, quien empezó a financiar el movimiento yihadista que había organizado. Sus opiniones políticas irritaron a las autoridades saudíes, que le instaron a abandonar el país en 1979, año en que se trasladó a Peshawar, cerca de la frontera pakistaní con Afganistán, en donde abrió una oficina de reclutamiento en la que recibió a gran cantidad de muyahidines llegados de los cuatro puntos cardinales del mundo musulmán. En total, entre los años 1979 y 1985, unos 35.000 yihadistas se registraron en la “Oficina de Reclutamiento” (Maktab al Jadamat) de Azam, situada en una casa propiedad de Bin Laden (4).

Es muy importante señalar que nadie por aquel entonces menciona la existencia en Afganistán de una organización llamada Al Qaeda vinculada a las actividades yihadistas. Afzal Khan ―que ha trabajado para diversas agencias de inteligencia británicas y norteamericanas, incluyendo el Departamento de Estado― resalta la influencia pakistaní en la proyección de Bin Laden: “El presidente Zia ul-Haq cruzó el Rubicón después de aceptar con el aliento de Estados Unidos millones de dólares aportados por los saudíes para difundir el mensaje wahabita, una secta fundamentalista del islam sunita. El principal jugador en esa transferencia de la riqueza petrolera para apoyar la yihad contra los rusos infieles fue Osama Bin Laden. Él llegó a Peshawar ―con la bendición de la monarquía saudí― para luchar la yihad […], lo que luego se transformó en Al Qaeda en 1989” (5). Debo puntualizar que utilizar el verbo “transformar” resulta atrevido, toda vez que la existencia real de Al Qaeda como organización terrorista operativa a nivel global es una completa entelequia (de manera imprecisa se le suele llamar “franquicia”) de vaporosa materialización en la práctica, que el control informativo y la manipulación practicada por las agencias de comunicación globales se han encargado de ocular tras la falsedad de una narrativa impuesta como verdad única e incuestionable.

Entre la abundante documentación existente acerca de la fabricación de la galaxia Al Qaeda por parte de la CIA destaca el testimonio directo de Michael J. Springmann, funcionario norteamericano que entre 1987 y 1989 trabajaba en Arabia Saudí como jefe del departamento de visados del consulado estadounidense en Jeddah y que fue testigo de cómo los agentes de la CIA entregaban visados a "personajes repugnantes" que más tarde se convertirían en yihadistas y figuraron en las listas internacionales del terrorismo. Al asumir el cargo de responsable de los visados, Springmann no tardó en ver que su trabajo consistía esencialmente en estar al servicio de los oficiales de la CIA y de sus agentes en Arabia Saudí. Springmann no solamente ha dejado minuciosa constancia de su experiencia en un libro de singular valor documental, “Visas for Al Qaeda: CIA Handouts That Rocked the World” (Visados para Al Qaeda: los papeles de la CIA que sacudieron al mundo) (6), sino que, con el transcurso del tiempo, el desarrollo de los acontecimientos le ha permitido establecer extraordinarios paralelismos entre Al Qaeda y el Estado Islámico en cuanto a la formación de las brigadas yihadistas, su financiación e incluso sus objetivos.




Tras haber pasado por varios departamentos gubernamentales, Michael J.Springmann fue incorporado al Servicio de Asuntos Exteriores y destinado a Yeda, donde aprendió que “Arabia Saudí era un lugar misterioso y exótico, pero que no sería nada en comparación con el exotismo y misterio del propio Consulado General de Estados Unidos, que se hallaba ubicado en Palestine Road. Recién aterrizado en Yeda, me encontré con que había sido designado como nuevo agente responsable de la expedición de visados, esperando de mí que fuese capaz de identificar y “separar el grano de la paja” acerca de más de cien solicitudes de visado diarias, clasificándolas como “aprobadas” o “rechazadas” añadiendo a dichas categorías una tercera, aquella que resultó ser la de visados libres para los agentes de la CIA” (7). Pero lo que allí sucedía “no era un simple trapicheo de visados fraudulentos”, sino algo mucho más serio: “Formaba parte del Programa de Visados para Terroristas (VTP), diseñado para captar, reclutar y entrenar en los Estados Unidos a verdaderos asesinos y criminales de guerra para combatir, entre otros, en Afganistán contra la Unión Soviética. Todos ellos se convirtieron de ese modo en los miembros que fundaron Al-Qaeda, la legión árabe-afgana. Fueron el presidente Jimmy Carter y su consejero de Seguridad Nacional, Zbigniew Brzezinski, quienes fundaron el programa para familiarizar a todos aquellos perfiles que se reclutaban, con el “arte” de hacer explotar objetivos o derribarlos a disparos, especialmente si esos objetivos eran soldados soviéticos. Para ayudarles a conseguirlo, el Departamento de Estado y la Agencia Central de Inteligencia (CIA), contrataban a perfiles que consideraban apropiados para servir como chivos expiatorios o cabezas de turco para que trabajasen como agentes consulares en lugares como Yeda […].

“La CIA, hábilmente ayudada por uno de sus activos, un personaje llamado Osama bin Laden y empleando sus contactos en Arabia Saudí, había logrado establecer tres oficinas de reclutamiento dentro de ese país: una de ellas estaba en Yeda, la segunda en Riad y la tercera al este de la provincia de Al-Sharqiah […] (págs 32-33) Esta captación de “soldados”, no sólo se llevaba a cabo desde países orientales; en los Estados Unidos existían también muchas oficinas de reclutamiento según las declaraciones de Sheikh Abdullah Azam, uno de los cofundadores de la conocida como Oficina de Servicios (organización que, entre otras funciones, se dedicaba a poner en contacto a los voluntarios árabes con las facciones afganas que combatían contra el ejército soviético).

“El principal objetivo que tenía Sheikh Abdullah cuando lanzó la publicación The Jihad Magazine (publicación de origen árabe centrada en la guerra de Afganistán y que estaba focalizada en remarcar el apoyo de los saudíes y el esfuerzo que estaban haciendo para ayudar a combatir contra los “soviets”), era el de informar a todo el mundo árabe qué era lo que estaba ocurriendo en Afganistán, pero sobre todo, su verdadero objetivo era el de contribuir con dicha publicación a recaudar dinero y reclutar mercenarios para la causa. En Yeda, en una ocasión llegamos a imprimir 70.000 ejemplares de dicha revista, la mayoría de ellos fueron enviados a los EEUU, ya que allí existían 52 centros de reclutamiento, siendo los principales los centros de Brooklyn , Phoenix, Boston, Chicago, Tucson, Minnesota, Washington DC y Washington State” […] “Si hubiese sido informado en su momento sobre lo que la CIA, el Departamento de Estado y el propio Osama bin Laden estaban llevando a cabo en Yeda, con toda seguridad en aquella época hubiese sido lo suficientemente estúpido como para mirar a otro lado, consentirlo y transigir con aquellas actividades. Después de todo, confiaba ciegamente en mi Gobierno” […].

“Esos agentes, eran los mismos que reclutaban y entrenaban a los que, en un primer momento, se llamó muyahidines, que más tarde recibirían el nombre de Al-Qaeda y que acabarían transformándose en ISIS. Fui testigo directo con mis propios ojos de aquellos inicios en Yeda, pero en aquel momento no fui ni pude ser capaz de atar cabos y comprender quién era quién y con qué fin lo hacían. Hoy todo el mundo puede ver en qué se han convertido aquellos reclutamientos iniciales, y puede adivinar a poco que se lo proponga, cuáles son las consecuencias cuando se permite que los servicios de inteligencia controlen tanto la política como la diplomacia: Todos los soldados que captaron, reclutaron y entrenaron, han servido y siguen sirviendo obedientemente las órdenes de EEUU y la CIA, entre otros muchos objetivos, ayudando a desestabilizar y romper Yugoslavia, destruyendo Iraq, colapsando y adueñándose de Libia y hoy en día, sin ir más lejos, ayudando al saqueo y sometimiento de Siria” (8). En una entrevista realizada a Springmann el día 30 de julio de 2015 por El Vórtice Radio, es posible escuchar todo lo anteriormente referido de su propia boca, lo que constituye un testimonio de inestimable valor documental (9).



Conocidos los antecedentes de Zbigniew Brzezinski, solamente un iluso podría extrañarse de que, quien diseñó y promovió el apoyo de la CIA a los muyahidines en su lucha con los soviéticos, aconsejara al presidente Barack Obama un procedimiento similar al usado tan exitosamente en Afganistán para derrocar a los gobiernos de Libia y Siria, consistente en la creación de milicias yihadistas que “actuaran” desde dentro con el fin de derrocar a sus respectivos gobiernos sin necesidad de implicarse militarmente de manera directa ante los ojos del mundo. La estrategia de Brzezinski catapultó en unos pocos meses a Afganistán al centro de la Guerra Fría entre la Unión Soviética y los Estados Unidos, convirtiendo a los muyahidines afganos en tropas de choque contra los rusos. Para ellos la invasión soviética era un nuevo intento desde el exterior de someterlos y sustituir sus antiguas costumbres por una ideología y un sistema social ajenos. La yihad adquirió un nuevo impulso cuando Estados Unidos y las monarquías del Golfo aportaron dinero y armamento moderno a un sencillo pueblo agrícola, que fue utilizado tras la expulsión de los soviéticos en luchas internas con el resultado de que el país quedó dividido en feudos regidos por los señores de la guerra. Todos ellos habían luchado, cambiado de bando y vueltos a enfrentarse en una asombrosa serie de alianzas, traiciones y derramamientos de sangre, de tal modo que poco antes de que aparecieran los talibanes, a fines de 1994, Afganistán se hallaba al borde de la desintegración. 


Zbigniew Brzezinski


La vasta dimensión de la Operación Ciclón, reflejada por los enormes fondos que fueron necesarios para su financiación, los muchos años que duró, la cantidad de países que se vieron implicados directa o indirectamente en su montaje y el flujo de decenas de miles de combatientes mercenarios procedentes de medio mundo que fueron movilizados y en la guerra sucia de atentados, secuestros y víctimas civiles que tuvieron por escenario Afganistán constituyeron la base y el origen de los innumerables grupos yihadistas surgidos en las últimas décadas y cuya peligrosidad para Occidente constituye el motivo central de la propaganda global difundida con la finalidad de instaurar el miedo como componente indispensable para justificar las guerras preventivas que permiten a Washington intervenir militarmente en cada momento donde mejor convenga a sus intereses geoestratégicos. El ataque a Afganistán en octubre de 2001 y la posterior involucración de la OTAN bajo la jerga habitual usada para disfrazar las guerras de conquista estadounidenses por “misiones de paz para luchar contra el terrorismo” vienen a ser una prolongación de la Operación Ciclón, ya su finalidad es la misma: mantener a Afganistán bajo el control de Occidente, es decir, de Estados Unidos.

Como represalia a los ataques en las embajadas estadounidenses de Keya y Tanazania, en agosto de 1998 el presidente Bill Clinton ordenó el bombardeo de “bases terroristas” de Bin Laden en Afganistán y Sudán (10), precisamente el día en que tenía lugar la segunda comparecencia de Mónica Lewinsky ante el gran jurado encargados de dictaminar acerca del escándalo sexual protagonizado por el presidente y la becaria. Por otra parte, está bien comprobado que Bin Laden no se encontraba en los campos afganos bombardeados, donde solo había militantes islamistas pakistaníes que se entrenaban para el combate en la Cachemira india. En una entrevista difundida por ABC News ese mismo día, Osama negó cualquier participación en los atentados, aunque declaró que apreciaba a algunos de los sospechosos (11). Después del bombardeo, el senador republicano Dan Coats declaraba: “Hay mucho que no sabemos de este ataque y por qué fue desatado hoy, en medio de los problemas personales del presidente. Es legítimo hacerse preguntas sobre el momento que se eligió para la acción”. Por su parte, Peter King, representante por Nueva York y miembro del Comité de Relaciones Internacionales, dijo a CNN que el presidente había cometido un error al no informar a los miembros de la dirección republicana de los ataques planeados, aunque admitió que no necesita la aprobación del Congreso para ordenar tales operaciones militares, para las que pidió el apoyo de los republicanos (12).



El gasoducto TAPI era un proyecto que el magnate argentino Carlos Bulgheroni y la compañía ‎argentina Bridas habían elaborado en los años 1990 junto al gobierno de Turkmenistán y que ‎debía contar con financiamiento del Banco Asiático de Desarrollo (ADB). Aquel proyecto ‎encontró la rivalidad de otro, el de la petrolera californiana UNOCAL. ‎Ambas compañías llegaron a un acuerdo y Estados Unidos abrió una negociación con ‎los talibanes en Berlín –Alemania acogió a los negociadores talibanes a pesar de que el Consejo ‎de Seguridad de la ONU les había prohibido viajar. En realidad, no fueron los atentados del 11 de septiembre, sino el fracaso de la negociación ‎sobre la construcción del gasoducto a través del territorio afgano lo que decidió a Washington para ‎dar la orden definitiva de invadir Afganistán.

Por encima de todo, en 1999 resultaba evidente que los talibanes eran incapaces de proporcionar las garantías que la petrolera UNOCAL necesitaba para proteger la construcción de los gasoductos, por lo que fue adoptada la idea de invadir Afganistán, tal como en diciembre del año 2000 anunció Frederick Starr, jefe del Instituto de Asia Central en la Universidad Johns Hopkins, en el diario The Washington Post. En diciembre del año 2000, es decir, ¡nueve meses antes de que tuvieran lugar los atentados de Nueva York y Washington! De este modo, en el año 2000, último del segundo mandato de Bill Clinton, la principal línea geopolítica que servía para fijar en el mapa el control estadounidense sobre Afganistán no era otro que la determinada por los oleoductos y gasoductos que las compañías petroleras norteamericanas proyectaban construir atravesando Afganistán para conectar los ricos yacimientos del recóndito Turkmenistán con los mercados internacionales. No obstante, a pesar de este evidente y bien demostrado interés, puede decirse que mientras duró la presidencia de Clinton, para el Departamento de Estado no fue Afganistán un objetivo prioritario de su política exterior y que fue la Administración Bush, comprometida con los intereses petroleros que inyectaron millones de dólares en la campaña de 2000, la que volvió a colocar a Afganistán en el foco de atención del Gobierno de Washington (13). “La CIA, que más que nunca parecía una familia virtual pendiente de los intereses petroleros de Bush, facilitó un enfoque renovado para los talibanes. Milton Bearden, un ex-jefe de estación de la CIA que en la década de los '80 supervisó las operaciones encubiertas de Estados Unidos en Afganistán desde su base en Pakistán culpó al Gobierno Bush de inflexibilidad y lamentó el hecho de que Estados Unidos nunca se  tomara la molestia de comprender a los talibanes, tal como escribió en un artículo publicado el 29 de octubre de 2001 en The Washington Post: "Nunca escuchamos lo que intentaban decir... No teníamos un lenguaje común”. Funcionarios de la embajada y del Departamento de Estado se citaron con Amid Rasoli, jefe de seguridad talibán, en una fecha tan avanzada como agosto de 2001. “No tengo duda de que querían librase de él”, declaró Bearden en octubre. Obviamente, el funcionario estadounidense no estaba al tanto de amplia agenda de intervenciones marcadas por la nueva estrategia diseñada para imponer a sangre y fuego la hegemonía norteamericana en el siglo que comenzaba y en la que bombardear Afganistán marcaría el punto de salida. Bastaba cambiar al comunismo internacional por el terrorismo global para que la “doctrina Bush”, enunciada en su discurso del 20 de septiembre, fuera una simple repetición de los planteamientos de la doctrina Truman de 1947, que sirvió de fundamento teórico a la denominada Guerra Fría.



Después de la llegada de Bush a la presidencia, durante tres años los funcionarios estadounidenses se reunieron al menos veinte veces con representantes talibanes, en continentes distintos, para analizar las formas en que el régimen podría llevar ante la justicia al presunto terrorista Osama bin Laden. Las conversaciones continuaron hasta unos días antes de los ataques del 11 de septiembre y en ellas los representantes talibanes sugirieron repetidamente que entregarían a Bin Laden si se cumplían determinadas condiciones que les permitieran salvar la cara por entregar un hermano musulmán para ser juzgado por un poder “infiel” (14).

La campaña electoral norteamericana produjo un impasse en los planes gubernamentales en relación con Afganistán, pero cuando en enero de 2001 se hizo cargo del Gobierno de Washington el equipo neocon de George W. Bush, la Casa Blanca decidió que en vez de capturar o eliminar a Bin Laden mediante una incursión limitada de tipo quirúrgico, se llevaría a cabo una gran intervención militar contra el régimen talibán, según esperaban las compañías petroleras que habían contribuido con cerca de dos millones y medio de dólares a campaña electoral del equipo Bush-Cheney, cuyas fortunas personales estaban tan vinculadas a la familia de Bin Laden como a los negocios del petróleo y a sus industrias derivadas. En julio de 2001 se reunió en un hotel de Berlín una representación de las partes interesadas para escuchar a un ex funcionario del Departamento de Estado, Lee Coldren, cuya misión era transmitir el mensaje de la administración Bush de que “Estados Unidos estaba tan disgustado con los talibanes que podrían estar considerando alguna acción militar”. Lo más llamativo de esta advertencia privada fue que llegó —según uno de los presentes, el diplomático paquistaní Niaz Naik— acompañada de detalles específicos de cómo tendría éxito el plan de Bush. Cuatro días antes, The Guardian había informado que Osama bin Laden y los talibanes habían recibido claras amenazas de una posible acción militar estadounidense contra ellos dos meses antes de que ocurrieran los ataques del 11-S en Nueva York y Washington.



En cualquier caso, la mayor parte de los especialistas están convencidos de que el interés de la Administración de Bush por capturar a Bin Laden antes de los atentados de septiembre fue un montaje de cara a la opinión pública. Su figura era imprescindible para mostrarlo como el peligroso líder de Al Qaeda, presentada como la mayor organización terrorista de alcance global dispuesta a llevar a cabo atentados sangrientos e indiscriminados, especialmente en Estados Unidos y en los países europeos de la OTAN aliados de Washington. Por este motivo, cualquier insistencia es poca para resaltar el hecho de que la decisión adoptada por la nueva Administración estadounidense de atacar e invadir Afganistán había sido tomada por la camarilla militarista del PNAC (Proyecto para un Nuevo Siglo Americano) con anterioridad a que Bush accediera a la presidencia y, en consecuencia, antes de que fueran cometidos el 11 de septiembre de 2001 los atentados de Nueva York y Washington, que fueron utilizados por Washington para presentar ante el mundo la guerra afgana como represalia contra Al Qaeda y su líder Bin Laden (15). Como concluye Gore Vidal: “La conquista de Afganistán no tuvo nada que ver con Osama Bin Laden. Fue simplemente un pretexto para sustituir a los talibanes por un gobierno relativamente estable. Un gobierno así debería permitir a la compañía Union Oil de California instalar su oleoducto en beneficio de Cheney-Bush, entre otros” (16).

Robert Gray, profesor universitario y editor de la revista “Defense and Security Analysis” dijo que Bush había cometido un error al identificar demasiado la guerra contra el terrorismo con la persona de bin Laden y que estaba en peligro de cometer el mismo error al jurar repetidamente que eliminaría a Sadam. del poder en Irak. El problema para Bush es que, sin una invasión de Irak no hay un próximo paso claro en la guerra global contra el terrorismo que Bush declaró después del 11 de septiembre y que sería la misión definitoria de su generación para un futuro previsible. De la misma opinión era Keith Shimko, politólogo de la Universidad Purdue en Indiana: "Sin Osama bin Laden ni Sadam Hussein, la guerra contra el terrorismo se convierte en una abstracción tan metafórica como la guerra contra la pobreza", quien añadió: “Deberíamos estar reconstruyendo Afganistán y asegurando su futuro, pero nosotros, como pueblo, tenemos poca capacidad de atención y es difícil concentrarse en cosas no dramáticas que cuestan dinero y no brindan la satisfacción inmediata que se obtiene al hacer estallar las cosas” (17).

El comentarista político más respetado del mundo árabe y ex ministro de Relaciones Exteriores de Egipto, Mohamed Heikalel, comentó en una entrevista realizada por Stephen Moss y publicada en The Guardian al mes siguiente de los atentados del 11-S: “Bin Laden no tiene las capacidades para una operación de esta magnitud. Cuando escucho a Bush hablar de al-Qaeda como si fuera la Alemania nazi o el Partido Comunista de la Unión Soviética, me río porque sé lo que hay allí. Bin Laden ha estado bajo vigilancia durante años: cada llamada telefónica fue monitoreada y Al-Qaeda ha sido penetrada por la inteligencia estadounidense, la inteligencia paquistaní, la inteligencia saudí y la inteligencia egipcia. No podrían haber mantenido en secreto una operación que requería tal grado de organización y sofisticación” (18). Pierre Pierre-Henri Bunel, ex mayor de la inteligencia militar francesa, coincide en señalar que Al-Qaeda era una forma de intranet, que fue utilizada por las naciones islámicas y las familias influyentes para comunicarse unas con otras, así como “por el agente americano Osama Bin Laden para enviar mensajes codificados desde Afganistán a sus controladores de la CIA” [...] “ Pero Bunel llega mucho más lejos al afirmar “no hay ningún ejército islámico o grupo terrorista llamado Al Qaeda, algo que sabe cualquier oficial de inteligencia bien informado. Pero hay una campaña de propaganda para hacer que el público crea en la existencia de una entidad identificada que representa al “demonio”, solamente para lograr que los espectadores de la televisiones acepten la existencia de un liderazgo internacional unificado en la guerra contra el terrorismo. El país detrás de esta propaganda es Estados Unidos y los miembros de las corporaciones estadounidenses de esta guerra contra el terrorismo solo están interesados en obtener ganancias” (19).

Saab al-Faqih, opositor saudí instalado en Londres, aclara que el término Al Qaeda fue usado sobre todo por los norteamericanos, ya que los seguidores de Bin Laden solamente lo utilizaban para referirse a un sistema de comunicación empleado a fines de los años ochenta. Al Fakish también puntualiza que tampoco elaboraron textos en los cuales se refieran a sí mismos como una organización, ya que en la cultura saudí no es necesario “nombrar” una organización, y por eso siempre se referían a ellos mismos como muyahidines, yihad o árabes afganos (20). El ya citado Pierre-Henri Bunel, que se hizo famoso por filtrar documentos confidenciales de la OTAN en relación con la guerra de Kosovo, comparte este mismo punto de vista cuando precisa que el único vídeo donde Bin Laden menciona el nombre de Al Qaeda fue posterior a los atentados del 11 de Septiembre, después de que el Gobierno estadounidense lo difundiera a los cuatro vientos.



Después de haber sido Secretario de Asuntos Exteriores con el primer gobierno de Tony Blair y posteriormente líder de la Cámara de los Comunes, Robin Cook dimitió de éste último cargo el 17 de marzo de 2003 por su disconformidad acerca de comprometer a Gran Bretaña en la guerra de Irak. Tras dejar su puesto, Cook no solo siguió mostrándose contrario a la guerra, sino que acusó a los servicios de inteligencia británicos de haber falseado informaciones relativas a Sadam Husein, pues, según sus noticias, el dictador iraquí no disponía de armas de destrucción masiva ni era aliado de Bin Laden en la organización del terrorismo internacional. Al día siguiente de los ataques terroristas cometidos en Londres el día 7 de julio de 2005, atribuidos de inmediato a Al Qaeda de la misma manera que sigue sucediendo con los cometidos en Madrid el año anterior, Robin Cook publicó un artículo en el diario The Guardian, en el que hizo una referencia de gran interés para una persona de su posición: "Al Qaeda, literalmente la base de datos, fue al principio el archivo informático de unos miles de muyahidines, que fueron reclutados y entrenados con la ayuda de la Agencia Central de Información —CIA― para derrotar a los rusos” (21).

Es el propio Bin Laden quien explica la posterior evolución del significado de Al Qaeda. En una entrevista realizada en octubre de 2001 por Taysir Alluni, corresponsal de Al Yazira en Kabul, decía que “la situación no es como la muestra Occidente, ya que no hay una organización con un nombre específico (como Al Kaeda) o algo así. Este nombre en particular es muy viejo. Nació sin ninguna intención. El hermano Abu Ubaidash al-Banshiri creó una base militar para entrenar a los jóvenes y pelear contra el brutal, arrogante, vicioso y terrorífico imperio soviético […]. Así que este lugar fue llamado “la Base” (Al Qaeda), como un lugar de entrenamiento. Luego este nombre creció y creció”. Por eso algunos sostienen que desde un primer momento fue Al Qaeda al yihad, es decir, la base de la yihad en el sentido militar del término (22). En cualquier caso, no parece difícil compaginar ambas versiones: Que tras haber sido el referente de la base de datos informatizada de los muyahidines creada por Bin Laden, a la denominación se le añadiera el segundo significado, que acabó prevaleciendo gracias a las publicaciones norteamericanas y, desde luego, a la voluntad manipuladora de los estrategas de Washington, necesitados de vincular a una organización yihadista dirigida por una persona conocida el papel de representar ese gran enemigo al que atribuir inmediatamente la autoría de los atentados del 11-S, así como la de todos los que posteriormente se fueran cometiendo y de los que se servirían para mantener vivo el fantasma del terrorismo global de signo islamista.

Martin Scheinin, que entre 2005 y 2007 ocupó el puesto de Relator Especial de las Naciones Unidas para la protección de los Derechos Humanos y las Libertades Fundamentales contra el Terrorismo, en una entrevista publicada en julio de 2007 se muestra contundente cuando afirma que “Al Qaeda es una metáfora y no existe una larga guerra contra el terrorismo como lo pretenden ciertos gobiernos”, para añadir: “No creo que Al Qaeda pueda ser clasificado como un ejército global, que forme parte de un conflicto armado mundial sin final” (23).

¿Cómo no recordar los versos finales del poema “Esperando a los bárbaros”, de Konstantino Kavafis:


                        Algunos han venido de las fronteras

                    y contado que los bárbaros no existen.

                  ¿Y qué va a ser de nosotros ahora sin bárbaros?

                  Esta gente, al fin y al cabo, era una solución.


NOTAS

1. Steve Coll: The Bin Ladens: An Arabian Family in the American Century, Penguin Books, Nueva York, págs. 7-9.

2. Javier Biosca Azcoiti: Abdulá Azzam, el padre de Al Qaeda, elDiario.es, 23 de noviembre de 2018

3. Jason Burke: Al Qaeda. La verdadera historia del islamismo radical, RBA Libros S.A., Barcelona, 2004, pág. 27.

4. Sami Moubayed: Bajo la bandera del terror, Ed. Península, Barcelona, 2016, págs. 67-68.

5. Pedro Brueger: ¿Qué es Al Qaeda?, Capital Intelectual, Madrid, 2010, pág. 68.

6. Michael J.Springmann: Visas for Al Qaeda: CIA Handouts That Rocked the World: An Insider's View; Daena Publications LLC, Pembroke Pines, Distrit of Columbia, EE.UU., 2015.

7. Michael J.Springmann: Visas para Al Qaeda, Edit. Manuscritos, Morata de Tajuña, Madrid, 2015, pág. 5.

8. Ibídem., págs. 31-39.

9. Michael J. Springmann: Cómo la CIA creó Al-Qaeda e ISIS. Yo fui testigo. El 30 de julio de 2015, Michael Springmann concedió una entrevista a “El Vórtice Radio” en la que se puede escuchar su inestimable testimonio. Aunque realizada en inglés, va siendo traducida al español por el presentador conforme la entrevista se desarrolla. Ver el enlace:

http://www.ivoox.com/vortice-como-cia-creo-al-qaeda-e-audios-mp3_rf_5537462_1.html

10. Carlos Mendo: Estados Unidos bombardea "bases terroristas" en Afganistán y Sudán en represalia al ataque de las embajadas en Kenya y Tanzania, El País, 21 agosto 1998

https://elpais.com/diario/1998/08/21/internacional/903650421_850215.html

11. Gilles Kepel: La Yihad. Expansión y declive del islamismo, Ediciones Península, Barcelona, 2000, nota en la pág. 512.

12. All Politics CNN.com: Most Lawmakers Support Clinton's Military Strikes, 20 agosto 1998.

http://edition.cnn.com/ALLPOLITICS/1998/08/20/strike.react/

13. Wayne Madsen: Afghanistan, the Taliban and the Bush Oil Team. Centre for Research on Globalisation, 23 enero de 2002

https://archives.globalresearch.ca/articles/MAD201A.html

14.The Irish Times: US met Taliban leaders on fate of bin Laden, 30 de octubre de 2001

https://www.irishtimes.com/news/us-met-taliban-leaders-on-fate-of-bin-laden-1.334693

15. Peter Dale Scott: The Road to 9/11: Wealth, Empire, and the Future of America, University of California Press: 2007: pág. 73.

16. Gore Vidal: The Enemy Within, The Observer, Londres, 27 oct. 2002.

https://www.ratical.org/ratville/CAH/EnemyWithin.html

17. Alan Elsner: Bin Laden: del 'maligno' al innombrable, Reuters, 20 de agosto de 2002.

18. Stephen Moss: No hay un objetivo en Afganistán que valga un misil de 1 millón de dólares '', The Guardian, 10 octubre de 2001.

https://www.ratical.org/ratville/CAH/EnemyWithin.html

19. Pierre-Henri Bunel: Al Qaeda: The Data Base, Wayne Madsen Report and Global Research, 20 de noviembre 2005

https://www.globalresearch.ca/al-qaeda-the-database-2/24738

20. Pedro Brieger: ¿Qué es Al Qaeda? Terrorismo y violencia política, Capital Intelectual, Madrid, 2010, pág. 69.

21. Robin Cook: The struggle against terrorism cannot be won by military means, The Guardian, 8 de julio de 2005.

https://www.theguardian.com/uk/2005/jul/08/july7.

22. Pedro Brieger: Op. Cit., págs. 69-70.

23. Sandro Cruz: Martin Scheinin: Al Qaeda es una metáfora y no existe una larga guerra contra el terrorismo, Red Voltaire, 9 de julio 2007.

http://www.voltairenet.org/Martin-Scheinin-Al-Qaeda-es-una





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