viernes, 7 de diciembre de 2012



EL ARA PACIS DE AUGUSTO, JOYA DEL ARTE ROMANO


Augusto Imperatore

El Museo del Ara Pacis

La recuperación del Ara Pacis, iniciada en el siglo XVI, avanzó entre hallazgos fortuitos y excavaciones esporádicas y no concluyó hasta cuatro siglos más tarde, en el año 1938. La primera noticia de la recuperación del altar se produce con ocasión de las obras para la cimentación del Palazzo Peretti, situado en Via Lucina, y nos ha llegado gracias a un grabado de Agostino Veneziano realizado antes de 1536, que muestra un cisne con las alas extendidas en una amplia porción del friso, señal evidente de que en aquella fecha ya se conocía su existencia. El hallazgo siguiente data de 1566, año en que el cardenal Giovanni Ricci de Montepulciano compró nueve grandes bloques de mármol esculpidos pertenecientes al altar.

Cisne alusivo a Apolo, patrón de Augusto

Lateral de la mesa del altar 

No se tienen más noticias del monumento hasta 1859, cuando el Palacio Peretti, que había pasado a manos del Duque de Fiano, requirió obras de consolidación que sacaron a la luz la base del altar y nuevos fragmentos del friso ornamentado, aunque no todos pudieron ser recobrados por la estrechez de la excavación, obligada por el peligro que suponía para la sustentación de los muros del palacio. Sólo en 1903, tras el reconocimiento de las piezas aparecidas por parte del especialista alemán Friedrich Von Duhn, se solicitó al Ministerio de Instrucción Pública que se reiniciaran las excavaciones con mejores medios, petición aprobada de inmediato gracias a la generosa colaboración del nuevo propietario del palacio, Edoardo Almagia, quien además de autorizar las exploraciones previas, ayudó generosamente a sufragar los gastos de las excavaciones y decidió donar al Estado todos los hallazgos.


Aparición en las excavaciones de 1903 de una losa con decoración vegetal 

En julio de 1903, con las obras ya en marcha, se valoró que las condiciones de trabajo eran extremadamente complejas y que a largo plazo su continuidad podría afectar la estabilidad del edificio, por lo que, cuando se llevaba explorada la mitad del área proyectada y encontrados cincuenta y tres nuevos fragmentos, los trabajos de recuperación fueron nuevamente interrumpidos. Hubo que esperar a febrero de 1937 para que el Consejo de Ministros decretara la rápida continuación de las excavaciones con la utilización de los medios más modernos que aportaban las nuevas tecnologías, dado que se aproximaba la celebración del segundo milenario del nacimiento de Augusto, que Mussolini había decidido festejar con todo el fasto y la voluntad propagandística que caracterizaban a su régimen.

A comienzos del año 1937 ganaba partidarios la idea de reconstruir el Ara Pacis en el Museo de las Termas, ya que hacerlo in situ exigía la demolición del Palacio Fiano-Almagia, pero el Duce intervino para decidir la ubicación final del Ara Pacis junto al Mausoleo de Augusto, dentro de un cerramiento situado entre Via di Ripetta y el Lungotevere in Augusta, trabajo que se realizó en menos de año y medio. Visto que la ejecución del proyecto para el contenedor del Altar presentado al gobierno fascista no podría cumplir el plazo exigido, las obras se confiaron a la empresa Vaselli, ganadora del concurso público convocado al efecto, concluyéndose los trabajos pocas semanas antes del 23 septiembre, fecha prefijada para la solemne inauguración del Ara Pacis. Con vista a acelerar la ejecución, el arquitecto del pabellón, Morpurgo, no tuvo más remedio que transigir con la simplificación del proyecto, utilizando hormigón y falso pórfido en lugar del preciado mármol travertino, así como ampliar las distancias de los espacios entre las columnas para la sustentar la techumbre, tanto en la fachada principal como en las laterales.

Entre junio y septiembre de 1938, al mismo tiempo que se realizaban las excavaciones, comenzó la construcción del pabellón del Lungotevere destinado a albergar la reconstrucción del Ara Pacis, que fue inaugurado el 23 de septiembre por el propio Mussolini, día en que clausuró las celebraciones del Año Augusteo.


Pabellón del novecientos. Foto tomada en 1938

El pacto tácito entre el arquitecto y el gobierno era acabar provisionalmente las obras con el fin de inaugurar rápidamente el monumento y terminar la protección externa después, pero el coste añadido de las obras, la incertidumbre de los tiempos y la guerra ensombreciendo el horizonte echaron el compromiso en saco roto. Durante la guerra se desmontaron las vidrieras y se protegió el Ara Pacis con sacos de gravilla y un muro de hormigón para prevenir los posibles daños que pudieran ocasionar las balas y los proyectiles de artillería.

Las primeras intervenciones para la restauración definitiva del Ara Pacis y su presentación en el pabellón ubicado en el Lungotevere se realizaron a principios de 1950, cuando el Ayuntamiento romano decidió eliminar el muro protector, reparar el arquitrabe del altar, perjudicado por las protecciones antiaéreas, y sustituir las vidrieras que habían sido desmontadas durante la guerra por un muro de cuatro metros y medio que enlazara las columnas, pero la verdadera conclusión del pabellón no se produjo hasta 1970, año en que fue colocado el nuevo cerramiento acristalado.

A lo largo de la década de los ochenta se procedió a la primera restauración sistemática del altar, que obligó a desmontar y sustituir algunos pernos de hierro que sujetaban las partes más prominentes del relieve, a restaurar las partes de argamasa, a consolidar las restauraciones históricas, a retocar el color de las partes no originales y a eliminar el polvo y los residuos depositados a lo largo de los años. Aunque el aislamiento de los nuevos cristales no fuera perfecto, se esperaba que la restauración de los ochenta permitiera la conservación del monumento a largo plazo, pero a mediados de la década siguiente se hicieron patentes los problemas derivados de los cambios de temperatura y de humedad: la argamasa volvió a abrirse formando una retícula de microfracturas, la humedad provocó que los pernos de hierro que no fueron cambiados se oxidaran y dilataran provocando fracturas en el interior del mármol. El análisis de las piezas mayores dio resultados preocupantes: una capa de polvo graso y ácido se había ido depositando sobre la superficie del Altar como consecuencia de la contaminación producida por coches y calefacciones, de modo que, ante las precarias condiciones de conservación y vista la imposibilidad de adaptar a las nuevas exigencias el recubrimiento exterior existente, el Ayuntamiento de Roma decidió en 1995 cambiar totalmente la estructura de protección exterior y construir una nueva.


Fachada principal del Museo del Ara Pacis, en la Via di Ripetta



Firma de Meier en el exterior del Museo del Ara Pacis

Fachada al Lungotevere in Augusta

El Ara Pacis desde el vestíbulo del Museo



El nuevo Museo del Ara Pacis es obra del arquitecto estadounidense Richard Meier y de su equipo, que ya había participado en algunos de los mejores museos italianos durante la segunda mitad del siglo XX. El edificio actual, sustancialmente inalterado en su forma, fue pensado para que resultara permeable y transparente en el contexto urbano, sin que la conservación del monumento quedara afectada. Para la realización del nuevo museo se recurrió a materiales y soluciones de absoluta calidad: el travertino, como elemento de continuidad del color, el revoque y el acristalamiento según técnicas vanguardistas, que permiten combinar el interior con el exterior a través de un efecto simultáneo de volumen y transparencia, de plenitud y vacío.


Vestíbulo de entrada y fachada lateral al Lungotevere in Augusta

Retratos de la familia imperial de la dinastía Julia-Claudia

Cabeza de Octavio Augusto

Vestíbulo y lateral abierto al Lungotevere in Augusta

Vista del lateral acristalado abierto al Lungotevere 

Lateral occidental en Via di Ripetta

Boutique del Museo del Ara Pacis

Los espacios del Museo proyectado por Richard Meier se articulan a través de un juego de luces y sombras. Los dos primeros cuerpos de fábrica se rigen por un efectivo juego de claroscuros a los que se accede desde una zona de sombra, la galería de acceso, para llegar al pabellón central que alberga el Ara Pacis, iluminado por la luz natural que es filtrada a través de quinientos metros cuadrados de ventanales que, sin interrumpir visualmente la continuidad con el exterior, procuran el silencio necesario para disfrutar plenamente del monumento. En la quietud del aislamiento acústico pueden apreciarse los ritmos pausados de los motivos ornamentales, asistir al paso del cortejo situado a sendos lados del altar, compuesto por los máximos representantes sacerdotales del periodo augusteo y por los miembros de la familia imperial, guiados por el propio Augusto, revivir los orígenes míticos de Roma y las glorias del príncipe que ofreció al Imperio tiempos de magnífica prosperidad hasta el punto de ser bautizados como seculum aureum.


El Ara Pacis Agustae

"A mi vuelta de la Hispania y de la Galia (el año 13 a. de C), después de haber pacificado aquellas provincias, el Senado decretó como acción de gracias por mi feliz regreso, dedicar un Altar a la Paz de Augusto (Ara Pacis Augustae) en el Campo de Marte y donde pudieran cada año hacer un sacrificio de ofrendas los magistrados, sacerdotes y vírgenes vestales.” Con este lacónico texto del testamento conocemos las intenciones y la voluntad de Augusto para construir el monumento, cuya dedicatio, es decir, su inauguración se celebró el 30 de enero del año 9 a.C.

Según el testimonio del historiador Dión Casio (LIV, 25.3), en un primer momento el Senado había propuesto edificar el altar en el interior de su misma sede, la Curia, pero la idea no fue respaldada y se escogió el Campo Marcio septentrional, recientemente urbanizado. El altar dedicado a la Paz de Augusto se encontraba justo en el centro de la vasta meseta en la que tradicionalmente se practicaban maniobras del ejército, de la caballería y, en tiempos más recientes, demostraciones gimnásticas de jóvenes romanos.

La construcción del altar, por decisión del propio Augusto, tuvo lugar al norte del Campo Marcio, en una zona próxima al confín sagrado de la ciudad (pomerium) donde quince años antes Octavio quiso edificar su mausoleo. En ese mismo enclave se iniciaba, contemporáneamente al Ara Pacis, la construcción de un gran reloj solar que heredó el nombre de Augusto: el Horologium o Solarium Augusti.

El griego Estrabón relata con admiración el crecimiento de la Roma Augustea, que en esos años se iba extendiendo entre la Via Lata (actual Via del Corso) y el amplio meandro del Tíber. Tras describir la verde llanura, la fresca sombra de los bosques sagrados, los pórticos de los circos, de los gimnasios, de los teatros y de los templos que allí se habían edificado, Estrabón menciona la sacralidad del Campo Marcio, marcada por la presencia del mausoleo y del ustrinum, en el que en el año 14 d.C. se incineraron los restos mortales del príncipe.

El asentamiento urbanístico-ideológico del Campo Marcio septentrional tuvo una vida breve y en pocas décadas el Horologium quedó maltrecho. El caudal del Tíber aumentó y hubo muchas inundaciones, razón por la que se decidió proteger el Ara Pacis con un muro, que no resultó demasiado efectivo: el destino del Ara Pacis parecía decidido y su olvido irreversible, dándose el caso de que durante más de un milenio el silencio envolvió al Ara Pacis y hasta se perdió noticia de la ubicación del monumento.


Ingreso al espacio interior del Ara Pacis

Frontal derecho del Ara Pacis

Decoración a candelieri y elegantes motivos vegetales

Detalle en el que se aprecia la exquisita maestría del relieve

El numen del Populus Romano recibiendo la oblación de frutos portados por dos acólitos
que conducen las víctimas sacrificiales. En el fondo, Rómulo y Remo conteplan la escena   

Los camilos o acólitos

Sin duda alguna, puede decirse que el descubrimiento e interpretación de los mármoles del Ara Pacis marcan el principio del cambio, producido a comienzos del siglo pasado, sobre la valoración por parte de los especialistas de las obras artísticas de la Roma imperial. Ya no es Roma la vasalla, la servil imitadora de Grecia, sino la inventora, la creadora de un arte tan original como el mismo arte griego. Cuando observamos las guirnaldas monumentales de la decoración interior del Ara Pacis, es de fácil comprobación advertir que nunca Grecia o el Oriente helenístico hubieran podido producir tal manifestación de fuerza combinada con belleza. Hasta es posible que los maravillosos relieves del Ara Pacis fueran ejecutados por maestros griegos, pero al hacer los frisos históricos de este monumento y la decoración floral de sus paredes, caso de ser griegos, ya se habían romanizado.


Guirnalda monumental con la patena oferente de Augusto

Mesa del altar para los sacrificios y decoración de guirnaldas

Lateral del altar 

Muro interior y altar de los sacrificios

El Ara Pacis se compone de un cercado que encierra el ara o altar propiamente dicho, sin ninguna estatua o representación figurada. Los griegos habían personificado a Eirene, la Paz, con forma femenina. Horacio, en el Canto Secular, hace de la Paz uno de los dioses que procuran el bien a los romanos. En lugar de un santuario en forma de templo para habitáculo de la divinidad (que hubiera sido la forma griega de honrar la Paz), Augusto prefirió el tipo latino de ara, análogo en disposición a la antiquísima Ara Máxima de Hércules en el Foro Boario. Sólo que el Ara Máxima era, en realidad, un gigantesco altar votivo con una pobre pared de cerca, mientras que en el Ara Pacis la pared es el verdadero monumento. El muro es el estuche magnífico para encerrar un ara pequeña, simbólica, casi insignificante en apariencia, pero grande por su contenido ideológico. Hacia ella van los magistrados romanos en procesión. El artista los ha representado con sus fisonomías personales, tal como aparecen en el cortejo. Van primero los lictores, que llevan los haces (fasci, de donde Mussolini tomó el nombre de “fascismo” para su régimen), los camilos o acólitos y el Pontífice Máximo, que hubiera debido de ser el propio Augusto, pero que lo representa Agripa como su vicario. A estos sigue la familia imperial: Livia con sus dos hijos, Tiberio y Druso; Antonia, Julia y los pequeños infantes envueltos con sus togas, llevando todavía la bula-amuleto. Es señal que han pasado por una purificación preliminar de agua bendita (lustratio) antes de ir a ocupar su sitio en el cortejo, ceremonial de donde se deriva el uso del agua bendita por la Iglesia, heredera, entre otras tantísimas cosas, de la ritualidad oficial del Imperio romano.

Agripa con la cabeza cubierta con la toga como Pontífice Máximo, 
precedido por los acólitos

A la toga de Agripa se agarra su hijo, nieto de Augusto, el pequeño Cayo César, que mira a Livia, a quien sigue su hijo Tiberio 

          A la izquierda, Antonia con el pequeño Germánico de la mano, seguida de su esposo 
                  Druso, que lleva el atuendo militar. Siguen Antonia, sobrina de Augusto, 
                             junto a su esposo, Domicio Enonarbo y sus hijos Domicia
                                          y Gneo Domicio, futuro padre de Nerón  


Grupo de senadores y magistrados, coronados de laurel, aludiendo a la purificación en la que han participado previamente a la consagración del Ara


Grupo de lictores portando los fasci


Representación de la Pax Augustea, con dos amorcillos, uno de los cuales atrae su mirada ofreciéndole una manzana, símbolo de la feracidad de la tierra cultivada gracias a la paz

Detalle de la Pax Augustea con un delicado fondo de granadas, símbolo de inmortalidad,
y hojas de acanto


Estudiantes extranjeros de Arte contemplan el Ara Pacis 

En medio de éstos, también con el laurel que ciñe su frente, sin otra insignia o corona que lo distinga, está el protagonista, el celebrado príncipe, Octavio Augusto, recibiendo los aplausos del pueblo romano al verlo pasar. Nada como el friso del Ara Pacis explica el secreto de la virtud o fuerza romana. Otros monumentos, como la Columna Trajana, las gigantescas bóvedas de las Termas y Basílicas, las vías pavimentadas de los confines del Imperio, acaso darán una impresión más palpable de la grandeza de Roma, pero el friso del Ara Pacis nos presenta la causa de su éxito, la razón primera, el secreto de su gloria imperecedera. Allí están los hombres, y no sólo los hombres, sino también las mujeres romanas. ¿Qué duda hay que debían de imponerse al mundo? Activos, inteligentes, ordenados, elegantes, tenían necesariamente que subyugar a los bárbaros aletargados de Occidente y a los corrompidos griegos y orientales.

Los romanos del Ara Pacis se mueven ordenadamente, pero sin hacer manifestaciones grotescas de piedad. No hay en el friso del Ara Pacis la impresión de tumulto que se observa en algunas partes del friso de las Panateneas del Partenón ateniense, donde un joven de la procesión tiene que pararse para atar su sandalia y otros tienen que bajar del caballo, mientras a otros se les encabrita. Sin pretender declarar la inferioridad del friso del Partenón, que es superior en algunos conceptos, el friso del Ara Pacis tiene más homogeneidad, más unidad y muestra un gran progreso técnico. Rara vez en el friso de las Panateneas encontramos la perspectiva aérea, que es tan evidente en los frisos del Ara Pacis. Raramente aparecen en el cortejo del Partenón más de dos términos o dos figuras superpuestas, mientras que en el cortejo del Ara Pacis las figuras de primer término siempre están destacadas sobre otra serie de figuras de fondo y hasta, a veces, podríamos decir que hay tres términos de profundidad en el ambiente.

Pero, sobre todo, lo que hace tan diferente el friso del Ara Pacis respecto al friso de las Panateneas es el espíritu. Aquél es el de la glorificación de la democracia ateniense, bulliciosa, apasionada, idealista y hasta a veces generosa. El relieve de Roma es la glorificación de una aristocracia consciente, astuta, práctica y religiosa, hasta supersticiosa, pero nunca idólatra, porque compensa su entusiasmo con el sentido de la realidad, una característica tipicamente romana. El numen de la Paz les obliga a marchar en fila apretada, pensando en sus obligaciones imperiales: gobernar liberalmente a los buenos e imponer con la fuerza el reino de la justicia a los malos. Algunos de los que marchan en la procesión del Ara Pacis han llegado de provincias recientemente, otros marcharán mañana a las fronteras acompañados de sus mujeres, que consienten y hasta comparten la vida castrense del campamento. El resultado será el profetizado por Horacio en su Canto Secular: “Que nunca el Sol iluminará nada más grande que Roma”. “Roma es vuestra obra    ̶les dicen los coros de doncellas y mancebos a los dioses  ̶ , Roma es vuestra obra. Conceded a la dócil juventud puras costumbres, plácido descanso a los ancianos y riquezas y glorias envidiables a todos”.

Igual que los cánticos de alabanzas, los monumentos augusteos reflejan este deseo algo paranoico de pureza. Augusto, probablemente porque estaba preocupado por los desórdenes escandalosos de algunos miembros de su familia, especialmente de su hija Julia, sueña con una Roma donde todos serán buenos, justos, puros. Los mármoles del Ara Pacis hablan por sí solos: las guirnaldas votivas y los rizos de acanto sugieren el alma de un príncipe retraído, preocupado, valetudinario, pero romántico de pureza. Augusto no pudo cambiar a las gentes, pero pudo cubrir con mármoles y con los versos de Virgilio la idealidad de sus ensueños. Horacio trata de convertirse a la fe de Augusto, a quien exalta como príncipe y restaurador de la virtud romana, pero enseguida vuelve a sus Cloe, Lidia, Glicera... Aunque en su interior reconozca la excelencia del ideario augusteo, que para complacer al príncipe alaba en sus Odas: “Pagarás romano, sin merecerlo, los delitos de tus antepasados si no restauras los templos y santuarios que se desmoronan y no alzas las estatuas de númenes ennegrecidas por el humo”.

Como observará quien leyere esta entrada, he procurado centrarme en la significación espiritual y en los valores artísticos del Ara Pacis, a su alma, podría decirse. Para aquellos que quieran saber otros detalles acerca de las instalaciones del Museo y sus características, así como de los horarios de visita y eventos temporales que organiza, incluyo a continuación el enlace de su sitio web oficial:

http://www.arapacis.it/



Explanada de entrada al Museo del Ara Pacis, junto a la iglesia de San Girolamo

Contraste de estilos demasiado aparatoso

Iglesias de San Girolamo y de San Rocco desde el Museo del Ara Pacis

Fachada de la iglesia de San Girolamo y cúpula de la Basílica de los santos
 Ambrosio y Carlos desde la tienda del Museo 


Tienda del Museo del Ara Pacis


Via di Ripetta, con el Museo del Ara Pacis a la izquierda
 y el Mausoleo de Augusto a la derecha

Antes de poner el punto final a mis comentarios sobre este genial monumento romano, tantas veces olvidado en las visitas a la Ciudad Eterna, quiero dejar constancia de que el diseño exterior de la obra de Maier no es muy apreciado por los romanos, porque rompe aparatosamente con el entorno que configuran las inmediatas iglesias de San Girolamo y San Rocco, ubicadas en Via di Ripetta. Creo que de haber sido realizado el proyecto por un arquitecto de las característica de nuestro gran Rafael Moneo, el resultado hubiera sido bien distinto y, desde luego, menos agresivo con la característica monumentalidad romana. Sería injusto no añadir que esta disonancia externa se compensa, en parte, por el magnífico interior, que es, desde cualquier punto de vista que se le mire, una verdadera obra de arte, en la que el Ara Pacis reluce como una gema preciosa. A modo de consolación, vaya, pues, lo uno por lo otro.






3 comentarios:

  1. Unas fotos estupendas y un reportaje magnífico. Nunca me había parecido tan hermoso el ara pacis que con sus fotos. Felicidades.

    ResponderEliminar
  2. Observo que reside en Écija y lo celebro, porque es una de las ciudades andaluzas cuyos monumentos siempre me apetece volver a admirar. Le agradezco su comentario y puedo asegurarle que después de redactar el texto y seleccionar las fotos, sentí un fuerte deseo de volver a extasiarme una vez más ante esta joya del Arte Romano, cosa que haré en mi próxima visita anual, peregrinación diría yo, a la Ciudad que amo. Gracias otra vez por su estimulante comentario y reciba un saludo muy cordial.

    ResponderEliminar
  3. Una autentica joya del arte romano.Ojalá en Itálica hicieran excavaciones y disfrutaramos de lo que su suelo esconde

    ResponderEliminar