MIÉRCOLES SANTO EN
MÁLAGA: TRES PARACAIDISTAS CAEN DESMAYADOS
EN LA IGLESIA DE SAN JUAN
En posición de firmes ante el Cristo de Ánimas de Ciegos |
De la noticia se ha
hecho eco el Diario Sur de hoy, Jueves Santo. En los titulares ya
aclaraba que los desmayos tuvieron lugar durante el acto religioso
celebrado ante el Cristo de Ánimas de Ciegos en la malagueña
iglesia de San Juan.
La noticia del desmayo
de estos hombres fornidos fue atribuida por el cronista del periódico
a un posible exceso de calor durante la celebración del acto o a la forzada
postura que hubieron de mantener a lo largo de toda la ceremonia. La primera
hipótesis no me parece creíble, porque yo estuve allí y no aprecié
que la temperatura fuese tan excesiva como para que nadie se
desmayara, y mucho menos estos militares aguerridos y tan acostumbrados a
situaciones extremas. Y en cuanto a la segunda, tampoco la creo
probable: Para quien, por edad, tuvo que hacer el servicio militar
obligatorio, sabe de las muchas horas que los reclutas teníamos que
aguantar a pleno sol, los interminables ejercicios, las largas marchas
con el fusil CETME a cuestas, que pesaba lo suyo y, lo más duro de
todo, las sesiones de ensayo para que la Jura de
Bandera resultara tan perfecta como un mecanismo de relojería.
De lo que sí puedo dar
fe es de la sobria belleza de la ceremonia celebrada en la iglesia de San Juan y del calor de otra naturaleza que sofocó el
ambiente en el interior del templo cuando los paracaidistas entonaron
“La muerte no es final”:
Cuando
la pena nos alcanza,
del
compañero perdido.
Cuando
el adiós dolorido,
busca
en la fe su esperanza
en
tu palabra confiamos
con
la certeza que Tú,
ya
le has devuelto a la vida,
ya
le has llevado a la luz.
¿Cómo no recordar en
esos momentos los seres queridos que nos han dejado y abandonar nuestras máscaras por unos instantes para dejarnos
penetrar por esa necesidad inexplicable de vida eterna que se esconde
en el corazón de los hombres desde que la Humanidad emerge en las
tinieblas de los tiempos?
Las viriles voces, el
estruendo de los tambores y trompetas del batallón, que restallaron en
las bóvedas barrocas de la iglesia como aldabonazos en las
conciencias, veladas por el humo del incienso que enrarecía el aire
en la garganta, mientras que las toses apenas disimulaban los nudos
como puños y los pañuelos enjugaban lágrimas inoportunas
que furtivamente brotaban de manantiales largo tiempo agotados. ¿Acaso
no hubiéramos tenido que ser de piedra para no sentir emoción alguna ante
la singularidad del momento?
Para mi tengo que estos
mocetones fuertes y valerosos se desmayaron de pura expectación emocional: las razones del corazón, de las que hablaba Pascal. Lo cual
no solo me parece mucho más poético, sino que, sin pecar de exageración,
creo que se ajusta más a la realidad vivida. Tanto, que los versos
del romance del Mío Cid referidos a la Jura de Santa Gadea cobraron
de pronto una inusitada corporeidad en mi memoria: “Las juras eran
tan fuertes/ que a todos ponen espanto/ sobre un cerrojo de hierro/ y
una ballesta de palo...”
Inicio del Vía Crucis en el interior de la Iglesia de San Juan |
Instalando al Crucificado en su trono procesional |
En cualquier caso, salir
a la calle una vez acabada la ceremonia religiosa sirvió para expandir los pulmones y que las tensiones acumuladas se
aliviaran, pero, aún bajo el cielo luminoso de la primavera
malagueña, el desfile de los caballeros paracaidistas con el
Crucificado a hombros seguía siendo la escena soberbia de un teatro
improbable que a más de un transeúnte mañanero cogió de improviso
y que se acercó al cortejo atraído por el estruendo anunciador de las
trompetas y tambores, sobre todo a los centenares de miles de
forasteros y turistas que durante la Semana Santa recalan en Málaga
abarrotando calles y plazas. En sus rostros y gestos pude leer el
asombrado arrobo que experimentaban ante semejante espectáculo. Al fin y al
cabo, encontrarse en plena calle con la imagen de un Cristo del siglo
XVII, portado por paracaidistas del siglo XXI, no es un suceso que pueda
contemplarse todos los días.
La escultura del Cristo
de Ánimas de Ciegos data de 1649 y se debe a Pedro de Zayas, quien
la talló para la Hermandad de las Ánimas del Purgatorio, radicada
desde mediados del siglo anterior en el convento franciscano de San Luis
el Real y que hunde sus raíces en la legendaria historia de los
monjes ciegos, adiestradores de las mujeres musulmanas tras la toma de la ciudad por los Reyes Católicos.
La bicefalia típica de
las cofradías de la época trajo consigo en esta hermandad la
peculiaridad consistente en que uno de los mayordomos fuera invidente, un hecho que se perpetuó y en recuerdo del cual, pasados los siglos, fueron declarados los ciegos de la ONCE
hermanos mayores honorarios de esta peculiar cofradía. A partir de 1646, después de reformada
la capilla, fue cuando se planteó la realización de un crucificado que sirviera de titular, incorporando así otra novedad dentro de las hermandades
de ánimas, que solían venerar imágenes pictóricas mus estadarizadas.
La imagen del Cristo es
de marcada frontalidad derivada de su concepción para ser vista en
el retablo de la iglesia, mostrando el arcaísmo de su composición al
presentar una suavidad estética más propia de un manierismo
arcaicamente italianizante que del exacerbado barroquismo imperante
en la época de su realización. La suave ondulación de su cuerpo, el
desplome de la cabeza y su policromía a pulimento delatan claramente
que dicha filiación manierista se ha conservado a pesar de las
restauraciones que ha necesitado la vieja talla desde la década de nuestro Siglo de Oro posterior a aquella en la que murió el gran
Lope de Vega (fallecido en 1635), autor del célebre “Soneto a
Jesús Crucificado” que a continuación transcribo.
¿Qué tengo yo que
mi amistad procuras?
¿Qué interés se te
sigue, Jesús mío,
que a mi puerta,
cubierto de rocío,
pasas las noches del
invierno oscuras?
¡Oh cuánto fueron
mis entrañas duras
pues no te abrí! ¡Qué
extraño desvarío
si de mi ingratitud el
hielo frío
secó las llagas de tus
plantas puras!
¡Cuántas veces el
ángel me decía:
Alma, asómate agora
a la ventana;
verás con cuánto amor
llamar porfía!.
¡Y cuántas,
hermosura soberana,
“mañana le
abriremos”, respondía,
para lo mismo responder
mañana!”
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