sábado, 14 de julio de 2018




LA VERDAD SOBRE EL ESTADO ISLÁMICO
                                    (Primera Parte)

                                El simulacro no encubre la verdad. Es la verdad la
                                que encubre el hecho de que ella misma no existe.
                                El simulacro es la verdad.
                                                                                      Jean Baudrillard



Introducción

El profesor Michael Clarke, Director del Royal United Services Institute hasta 2015 y director para el Desarrollo de la Investigación en el King's College de Londres, donde sigue siendo profesor de Estudios de la Defensa, dijo: “Hay guerras que las buscas tú y hay otras que te las buscan, y el caso de Siria está entre las segundas”. Pocas veces ha sido explicada con una sola frase una guerra tan larga y de las enormes proporciones que ha llegado a tener el conflicto sirio. Desde esta perspectiva esclarecedora inicio el presente artículo, en el que intentaré mostrar a qué razones obedece el desencadenamiento del horror que viene destrozando la nación siria desde hace seis años, cuál es la raíz última del conflicto y a qué intereses geoestratégicos obedece la aparición y rápido desarrollo de esa hidra de cien cabezas a la que de manera indistinta se le llama con apelativos tan diversos que suscita confusión: Estado Islámico o EI por sus siglas en español, IS en inglés, ISIS (Islamic State in Iraq and al-Sham), ISIL (Islamic State in Iraq and the Levant) y más frecuentemente Daesh, término que suscita confusión, pues “Daesh” o Da'ish es un acrónimo de Al Dawla al-Islamyia Irak Wa'al Sham, nombre adoptado en un principio por la organización, aunque sus líderes decidieron evitar su uso porque da pie a un juego de palabras que en árabe resulta insultante, pues Da'ish en plural —daw'aish— equivale a descerebrados, intolerantes o fanáticos que necesitan imponer sus criterios sobre los demás. Para evitar equívocos, en este artículo utilizaré la denominación de “Estado Islámico”, a pesar de que, paradójicamente, no se trata de un Estado ni es islámico.



El súbito estallido de violencia desencadenado en Siria durante el mes de marzo de 2011 no debería engañar a nadie, porque a estas alturas sabemos que sigue el procedimiento que es habitual en estos casos: transformar el posible malestar existente en manifestaciones pacíficas y convertir inmediatamente a éstas en acciones tan violentas como bien organizadas para difundir la idea de que existe una situación de guerra civil en la que las piadosas naciones de Occidente deban intervenir “por razones humanitarias” para lograr la paz, la justicia y la democracia violadas por un gobierno marcado por los estrategas de Washington para ser destruido por la fuerza. Al precedente creado en Afganistán durante la década de los ´80 del pasado siglo, cuando se fabricó una guerra que todavía no ha terminado mediante la creación de una milicia yihadista destinada a combatir las tropas soviéticas que habían acudido en ayuda del gobierno de Kabul, en Siria se perfeccionó el mecanismo con el fin de evitar la intervención militar directa, para lo que la agresión fue programada utilizando la base de milicias yihadistas preexistentes que fueron financiadas, armadas y dirigidas con la única finalidad de derrocar a Bashar al-Assad, desintegrar Siria y dividir su territorio según criterios religiosos y étnicos (1), bajo la tutela de Estados Unidos, siguiendo el modelo de Iraq, el mismo que ha sido aplicado en Libia con el devastador resultado que todos conocemos.

Con Siria en el corazón y en mis mejores recuerdos desde que salí de Damasco en los últimos días de octubre del año 2010, cuatro meses antes de que se convirtiera en el volcán que no ha dejado de estar en permanente erupción, seguí entre el asombro y la incredulidad la versión que los medios de comunicación españoles ofrecían del conflicto iniciado en el mes de marzo de 2011. Me costaba trabajo creer la versión de lo que estaba pasando en el tranquilo y hospitalario país que acababa de dejar. Insatisfecho con la información que recibía, no tardé en indagar por mi cuenta para encontrar una explicación plausible al sangriento enfrentamiento que se había desencadenado, con el resultado de que en septiembre de 2012 tomé la decisión de publicar en mi blog “El Saco del Ogro” los sucesivos análisis que sobre el conflicto sirio he ido realizando, ya que desde desde entonces no he dejado de seguir ni un solo día todo cuanto tuviera relación con lo que en Siria acontecía. Creo que en mis artículos he demostrado cumplidamente que la información ofrecida por nuestros medios de comunicación —televisión, prensa y radio— ha sido y sigue siendo intoxicación pura y dura de un calibre tal que haría palidecer de envidia al mismísimo Joseph Goebbels, ministro de Propaganda de la Alemania nazi. Su objetivo: que la opinión pública aplaudiera cuando, finalmente, el benévolo coloso norteamericano aplastara al miserable dictador Bashar al-Assad, destrozara todas las instituciones del Estado y llevara "su" democracia a Siria para liberar a su pueblo del ominoso yugo que soportaban. En nuestra memoria colectiva permanece el exhibicionismo obsceno con que fue servida la retrasmisión televisada del asalto a Bagdad con bombardeos televisados en directo, como si se tratara de un espectáculo de luz y sonido.





Operación Ciclón: La trampa afgana

Tras la hecatombe de Vietnam, la fuerza de los movimientos pacifistas norteamericanos opuestos a las intervenciones militares en el extranjero llevaron al entones Secretario de Estado, Henry Kissinger, a diseñar una respuesta al cambio de contexto: si Estados Unidos no podía realizar intervenciones militares directas actuaría valiéndose de otros (2). Así comenzó la era de las guerras realizados por terceros o “guerras por encargo”, que marcaron el período desde Vietnam hasta la guerra de Siria, cuyo primer hito importante fue la Operación Ciclón, por la que el presidente Jimmy Carter (1977-1981), a instancias de su influyente Consejero de Seguridad Nacional, Zbigniew Brzezinski, autorizó financiar de manera secreta la constitución en Afganistán y Pakistán de un movimiento de guerrilleros islámicos con la finalidad de combatir al Ejército soviético, que a finales de diciembre de 1979 había desplazado 110.000 soldados a Afganistán en respuesta a la petición de ayuda formulada por el gobierno de Kabul, formado por el Partido Democrático Popular (PDP). En una comparecencia televisada realizada en enero de 1980, el presidente Carter dijo: “Tenemos que reconocer la importancia estratégica de Afganistán para la paz y la estabilidad. Un Afganistán ocupado por los soviéticos amenaza a Irán y Pakistán y supone un paso más hacia el posible control de gran parte de los recursos petroleros del mundo”. Es la primera vez que el poder estadounidense reconocía públicamente que el interés por controlar la producción y distribución del oro negro es una de las bases de la geoestrategia que inspirará su política militar en las décadas posteriores, cuyos eslabones siguientes serían Irak, durante los mandatos de los dos Bush, y las guerras fabricadas en Libia y Siria durante el primer mandato de Obama y mantenidas durante el segundo.



Después de una campaña catastrófica en la que sufrieron 14.000 muertos y más de 50.000 mil heridos, las tropas soviéticas abandonaron Afganistán el 15 de febrero de 1989. Fue una derrota que precipitó el colapso de la URSS tras la caída del muro de Berlín y su disolución final en el año 1991. Las financiación a través de la CIA que el gobierno de Estados Unidos destinó a los guerrilleros afganos supuso “el mayor programa de acción encubierta desde la Segunda Guerra Mundial” (3). La aportación estadounidense fue complementada con las realizadas por el gobierno saudí y las remesas de fondos recaudados por las mezquitas, donantes privados e instituciones de caridad no gubernamentales de todo el mundo islámico. Los servicios de espionaje de Pakistán (ISI, por sus siglas en inglés) dirigidos por el general Muhammad Zia-ul-Haqse coordinaron el reparto de los fondos, las entregas de armas y el entrenamiento militar a más de 100.000 militantes islámicos, que fueron adiestrados en la fabricación de bombas y otras técnicas terroristas entre los años 1986 y 1992 en campamentos de Pakistán supervisados por la CIA y el MI6 británico, en colaboración con las SAS (fuerzas especiales británicas), para constituir las milicias de los muyahidines talibanes y de los yihadistas de Al-Qaeda (4), cuyos líderes fueron instruidos en los cuarteles de la CIA en Langley, estado de Virginia. Esta enorme maniobra de sabotaje fue denominada Operación Ciclón y se mantuvo operativa mucho tiempo después de que la retirada soviética se produjera (5).

Fue en 1985 cuando el mulá Omar y su equipo talibán fueron invitados por Ronald Reagan a la Casa Blanca para negociar la construcción del gasoducto transafgano “TAPI” (Turkmenistán-Afganistán-Pakistán-India, “TAPI”) sobre las ruinas del espacio soviético. Los guerrilleros opositores, llamados genéricamente “muyahidines”, fueron glorificados como héroes por la fábrica de producir monstruos hollywoodense. Dos años más tarde, en 1987, llegó a Peshawar a bordo de un avión C-123 cargado con armas para estos muyahidines un extraño pasajero: el millonario saudí Osama bin Laden, que catorce años más tarde pasaría a los anales de la Historia, cuando el establishment norteamericano decidió convertirlo en el promotor de los atentados a las Torres Gemelas y al Pentágono que conmovieron al mundo el 11 de septiembre de 2001.



Bin Laden fue reclutado por la CIA en 1979 en Estambul y desde un primer momento contó con el apoyo del príncipe saudí Turki bin Faisal al-Saud, su amigo y jefe de la inteligencia saudí y también estuvo vinculado con el líder muyahidín afgano Gulbudin Hekmatyar, ambos figuras centrales en la red de colaboradores de la CIA. El General Akhtar Abdul Rahman, jefe del ISI de Pakistán desde 1980 hasta 1987, se reunía periódicamente con Bin Laden en territorio paquistaní, ya que ambos se asociaron para exigir un impuesto sobre el comercio del opio a los señores de la guerra, de tal manera que Bin Laden y el ISI se dividieron ganancias que ascendían a más de cien millones de dólares anuales. Cabe recordar que la CIA ya utilizó de manera encubierta el negocio de la droga para financiar los gastos extraordinarios que supuso la guerra del Vietnam, un tráfico tan perfectamente probado y bien documentado que ha servido de guión para varias producciones cinematográficas de Hollywwood. En 1985, el hermano de Osama bin Laden, Salem, reconoció que Osama era “el vínculo entre Estados Unidos, el gobierno saudí y los rebeldes afganos”(6), siendo conocido por la CIA con el seudónimo secreto de “Tim Osman”.

En 1988, Bin Laden promovió “la creación de un nuevo grupo militar”, que pasados algunos años llegaría a ser conocido como Al-Qaeda (7). Al frente de caridad constituido para financiar sus futuras actividades en Afganistán, Maktab al-Khidamat (MAK), se unió la creación en Nueva York del Al-Kifah Center de Brooklyn, con la finalidad de servir como oficina de reclutamiento para los musulmanes que irían a Afganistán para combatir a los soviéticos, proporcionando el gobierno norteamericano los visados especiales requeridos para que pudieran entrar en Estados Unidos con el objeto de recibir adecuado entrenamiento. El Centro Al-Kifah fue considerado “intocable”, ya que estaba “protegido por no menos de tres organismos”, incluyendo el Departamento de Estado, la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) y la CIA (8).



Entre la abundantísima documentación existente de fuentes muy diversas, destaca por su audacia el testimonio personal de Michael J. Springmann, funcionario que entre 1987 y 1989 trabajaba en Arabia Saudí como jefe del departamento de visados del consulado estadounidense en Jeddah y que presenció cómo los agentes de la CIA entregaban visados a "personajes repugnantes" que más tarde se convertirían en yihadistas y figuraron en las listas internacionales del terrorismo. Al asumir el cargo de responsable de los visados, Springmann no tardó en ver que su trabajo consistía esencialmente en estar al servicio de los oficiales de la CIA y de sus agentes en Arabia Saudí. Springmann no solamente ha dejado minuciosa constancia de su experiencia en un libro de singular valor documental, Visas for Al-Qaeda: CIA Handouts That Rocked the World” (Visados para Al Qaeda: los papeles de la CIA que sacudieron al mundo) (9), sino que, con el transcurso del tiempo, el desarrollo de los acontecimientos le ha permitido establecer la exacta correspondencia existente entre Al-Qaeda y el Estado Islámico en cuanto a la formación de las brigadas yihadistas y sus objetivos.




Los combatientes entrenados por Estados Unidos que lucharon en Afganistán en la denominada Legión Afgana-Árabe, que fue la base de Al-Qaeda, tras la retirada soviética se trasladaron para operar en otros escenarios conflictivos, especialmente en Yugoslavia, Irak, Libia y Siria. Según denuncia el propio Springmann, los agentes de la CIA en Arabia Saudí, incluyendo los del consulado de Jeddah, reclutaron y entrenaron a los muyahidines que se convirtieron en miembros de Al-Qaeda y más tarde del Estado Islámico: "Yo he visto el inicio de este proceso, pero en aquel momento no pensé en sus consecuencias", confiesa el ex-funcionario norteamericano, quien concluye: “Todos hemos visto el desarrollo posterior y el resultado del control de los servicios de inteligencia en la política exterior y en la diplomacia; la gente entrenada por aquellos agentes ayudaron a desmembrar Yugoslavia, destruir Libia y destrozar Siria". En una entrevista realizada a Springmann el día 30 de julio de 2015 por El Vórtice Radio, es posible escuchar todo lo anteriormente referido de su propia boca, lo que constituye un testimonio de inestimable valor documental (10).

Después de la salida de las tropas soviéticas, la atención hacia Afganistán derivó hacia un cierto desinterés, mientras que el territorio afgano se sumía en la dictadura fundamentalista de los talibanes, quienes en 1996 instauraron el Emirato Islámico de Afganistán, bajo la dirección espiritual del mulá Omar, coincidiendo con la vuelta de Osama bin Laden, que fue bien recibido tras su expulsión de Sudán, donde había establecido temporalmente su base de operaciones. Después de algunas vicisitudes que no cabe explicar aquí, conviene dirigir el foco a los atentados del 11-S en Nueva York y Washington, pues fue entonces cuando la propaganda estadounidense decidió convertir al grupo residual de yihadistas que encabezaba Bin Laden en esa hidra de las mil cabezas llamada Al-Qaeda, que encarnó durante la primera década del siglo XXI el orwelliano papel de enemigo público número uno de Occidente dentro del Eje del Mal declarado por Bush. Parece obvio que para la existencia real de esa guerra era y sigue siendo requisito necesario la existencia de un terrorismo yihadista de carácter global, capaz de producir el miedo deseado y su carga involutiva de libertades y derechos civiles, drásticamente recortados por Bush con la excusa del terrorismo mediante la Patriot Act, mantenida y hasta ampliada por Obama. De manera sintética cabría decir que “Estados Unidos creó una infraestructura de terror, pero que la anunció como una de liberación” (11).




En una entrevista publicada en 1998 por la revista francesa Le Nouvel Observateur, Zbigniew Brzezinski, el influyente consejero de los presidentes norteamericanos desde Carter a Obama, hizo unas revelaciones memorables, porque lo que no se había dicho hasta entonces era que la implicación de la CIA en Afganistán no empezó después de la entrada de los soviéticos, sino antes de que tuviera lugar, precisamente para provocarla. Según declaró Brzezinski: “De acuerdo con la versión oficial de la historia, la ayuda de la CIA a los muyahidines empezó en 1980, es decir, después de que los soviéticos invadieran Afganistán el 24 de diciembre de 1979. Pero la verdad, mantenida en secreto hasta ahora, es totalmente otra. Realmente, fue el 3 de julio de 1979 cuando el presidente Carter firmó la primera orden para ayudar en secreto a los opositores del régimen pro-soviético de Kabul. Ese mismo día escribí una nota al Presidente en la que le explicaba que, en mi opinión, esta ayuda induciría a una intervención militar de los soviéticos”.

Esta descarada revelación significa que la CIA no eligió un movimiento opositor preexistente de luchadores por la libertad y los ayudó en su combate contra los soviéticos, sino que la inteligencia norteamericana (ayudada por la británica, la saudí y la paquistaní) reclutó extremistas islámicos con el expreso propósito de provocar a los soviéticos para que invadieran Afganistán. Según palabras de Brzezinski, si estos muyahidines no hubieran sido organizados por la CIA, cabe suponer que los soviéticos no habrían entrado en Afganistán. Orgulloso de su éxito, añade Brzezinski: “Esa operación secreta fue una excelente idea. El día en que los soviéticos cruzaron oficialmente la frontera [de Afganistán] escribí al presidente Carter: Ahora tenemos la oportunidad de darles a los rusos su guerra de Vietnam”. Preguntado acerca de si se arrepentía de la decisión adoptada, ratificó su satisfacción preguntando a su vez: “Qué es más importante para la historia del mundo, los talibanes o el colapso del imperio soviético? ¿Algunos musulmanes exaltados o la liberación de Europa Central y el final de la guerra fría?” (12).





Visto lo que antecede, solamente un iluso podría extrañarse de que este mismo personaje aconsejara a Obama la utilización de un procedimiento similar, de cuyos exitosos resultados tan orgulloso estaba, para intervenir secretamente en Libia y en Siria con el fin de promover milicias yihadistas que “actuaran” desde dentro con el fin de derrocar a sus respectivos gobiernos sin necesidad de implicarse militarmente de manera directa ante los ojos del mundo. La realidad de las revueltas en Siria iniciadas en Daraa y lugares próximos a comienzos de 2011 fue bien distinta a la relatada desde Occidente. La realidad fue sistemáticamente ocultada por los grandes medios corporativos que informan según el guión decidido por Washington, con el apoyo de los países de la OTAN y sus vasallos del Oriente Medio. Los grupos violentos y militarmente organizados que de manera casi inmediata comenzaron a realizar sangrientos atentados y matanzas de civiles, preferentemente en barrios ocupados por cristianos, no surgieron como una consecuencia de la “inestabilidad” o de la “guerra civil” en Siria, sino que fueron la causa de esa “inestabilidad”: Fueron creados para fabricar la guerra y no al revés, siguiendo el modelo afgano (13).

Es importante destacar que los estrategas de la administración Reagan introdujeron importantes novedades, que pasaron a formar parte esencial de las intervenciones norteamericanas en Iraq, Libia y Siria, la primera de las cuales fue privatizar la guerra, reclutando, entrenando y dirigiendo desde las sombras una red global de luchadores islámicos contra la URSS, susceptibles de ser utilizados luego donde mejor conviniera, mientras que también empleaba ejércitos privados directamente contratados por el Pentágono. En segundo lugar, en Afganistán se inició “la guerra preventiva” de duración indefinida, un nuevo concepto estratégico que Bush y Obama han utilizado como instrumento operativo para declarar y mantener su particular Guerra contra el Terror, que las agencias de comunicación globales se han encargado de propagar desde que comenzó el siglo XXI y que hoy continúa a través de los atentados yihadistas realizados en suelo europeo, cuya dirección o ejecución son atribuidas inmediatamente al Estado Islámico, que es el más reciente ente fantasmal creado para sustituir a Al-Qaeda cuando las necesidades del guión así lo exigen, tal como ocurrió con el primero y más mortal de ellos: los atentados cometidos en los trenes de cercanías de Madrid el día 11 de marzo de 2004, cuya autoría sigue siendo falsamente atribuida a Al-Qaeda (14).

"Guerrero antisoviético pone sus armas al servicio de la Paz", reportaje sobre
Bin Laden en The Independent, 6 de diciembre de 1993.

Después de haber sido Secretario de Asuntos Exteriores con el primer gobierno de Tony Blair y posteriormente líder de la Cámara de los Comunes, Robin Cook dimitió de éste último cargo el 17 de marzo de 2003 en un discurso de renuncia que recibió por primera vez en su historia una ovación con los miembros del Parlamento puestos en pie. Las causas de su dimisión las expuso sin medias tintas: “No puedo aceptar la responsabilidad colectiva por la decisión de comprometer a Gran Bretaña en una acción militar contra Irak sin un acuerdo internacional o apoyo interno". Tras dejar su puesto, Cook no solo siguió mostrándose contrario a la guerra, sino que acusó a los servicios de inteligencia británicos de haber falseado la realidad, pues, según sus informaciones, Sadam Husein no disponía de armas de destrucción masiva ni era aliado de Bin Laden en la organización del terrorismo internacional. Al día siguiente de los ataques terroristas cometidos en Londres el día 7 de julio de 2005, atribuidos de inmediato a Al-Qaeda de la misma manera que sucedió con los cometidos en Madrid el año anterior, Robin Cook publicó un artículo en el diario The Guardian, en el que hizo una revelación sensacional: "Al-Qaeda, literalmente 'la base de datos', fue al principio el archivo informático de unos miles de muyahidines, que fueron reclutados y entrenados con la ayuda de la Agencia Central de Información -CIA- para derrotar a los rusos" (15). 



Bush y el nuevo proyecto imperial

Mientras Bill Clinton ejercía la presidencia, el equipo de políticos neoconservadores, denominados neocons, que tuvieron sus primeras experiencias en el poder en tiempos de Ronald Reagan y que se habían consolidado con G.H.Bush, preparaban, alejados de los puestos de gobierno, no solo la vuelta de un presidente republicano al poder, sino una nueva formulación del papel de Estados Unidos en la escena mundial, que implicaba un retorno al rearme y al unilateralismo, con una nueva idea de imperio para la etapa posterior a la guerra fría. Si la dirección política correspondía a hombres que habían desempeñado ya importantes cargos en el pasado, como Donald Rumsfeld o Dick Cheney , la formulación de los nuevos proyectos procedería de un grupo de intelectuales, muchos de ellos de origen judío, influidos por el pensamiento de Leo Strauss, que había sido maestro de muchos de ellos en la Universidad de Chicago. En una ocasión, Bush Jr. preguntó a su padre qué era un neocon:

Quieres nombres o una descripción ―le preguntó el padre a su vez.
Descripción.
Bueno, te la daré en una palabra: Israel (16).

Al llegar George W. Bush a la casa Blanca ya traía en su agenda un programa de ampliación en los gastos militares sin precedentes desde la Segunda Guerra Mundial, que incluía la creación del famoso Escudo Antimisiles. Una primera formulación de tal propósito la encontramos en un informe redactado por Dick Cheney y sus colaboradores en 1992: Project for a New American Century (Proyecto para un nuevo siglo americano), documento que había conducido a la creación de una fundación con ese mismo nombre en 1997. En septiembre del año 2000, la fundación referida publicó otro documento con un título todavía más revelador: Rebuilding America's Defenses: Strategies, Forces and Resources for a New Century (Reconstruir las defensas de los Estados Unidos: estrategias, fuerzas y recursos por un nuevo siglo), redactado bajo la dirección del propio Dick Cheney, Donald Rumsfeld y Paul Wolfowitz (17). Después de efectuar un análisis de las fuerzas y debilidades del aparato militar estadounidense, concluye la articulación de su estrategia en torno a cuatro ejes que deberán constituir las líneas maestras de la política a emprender por los Estados Unidos, a saber: 1º) Incremento sin precedentes en época de paz del presupuesto militar. 2º) Derrocamiento de los regímenes no afines a la política estadounidense en Oriente Medio. 3º) Abrogación de los tratados internacionales desfavorables a los intereses norteamericanos. 4º) Control de los recursos energéticos mundiales y 5º) Demonización de Rusia para convertirla en enemiga permanente de Estados Unidos, contando con la servidumbre de sus “aliados” de la OTAN para imponer el Nuevo Orden Mundial consistente en ejercer el control para que su hegemonía unipolar fuese indiscutida. Para esta última finalidad era conveniente crear conflictos armados y focos de tensión en Oriente Medio e incluso en la misma Europa, que sirvieran para mantener a los gobiernos europeos como aliados sumisos respecto a la estrategia de tensión permanente diseñada por Washington y cuya más evidente materialización en suelo europeo está en la guerra de Ucrania, que provocó la partición del país y el mantenimiento en estado latente de un conflicto bélico que puede ser atizado cuando convenga a los estrategas estadounidenses (18).




Ese documento preconizaba la transformación de los Estados Unidos en el "poder dominante del futuro", no sin advertir que “el proceso de transformación será posiblemente largo de no producirse otro evento catastrófico y catalizador como un nuevo Pearl Harbor.”. El cataclismo esperado no tardó en producirse con los atentados del 11 de septiembre, ocho meses después de que Bush ocupara la Casa Blanca el 20 de enero de 2001. La “providencialidad” de los atentados del World Trade Center y del Pentágono resulta difícil no compararlas con la del famoso incendio del Reichstag de Berlín, porque de igual manera fue utilizado como detonante para producir una reacción en cadena cuyos desastrosos efectos no han dejado de producirse hasta el día de hoy.

Contrariamente a la información ofrecida por los medios de comunicación occidentales, Osama bin Laden condenó los atentados y negó rotundamente haber participado en ellos en una entrevista realizada por un periódico paquistaní (19), en la que afirmó no tener conocimiento previo de ellos y que nunca habría tolerado el asesinato de mujeres y niños inocentes ni de otras personas, pidiendo a Estados Unidos que buscase a los autores entre su propia gente, puesto que se trataba de personas interesadas en producir el mayor enfrentamiento posible entre Islam y Cristianismo. Su desmentido apenas si tuvo eco en los grandes medios de comunicación europeos y estadounidenses, que difundieron una versión según la cual Bin Laden decía estar orgulloso de los atentados perpetrados en Nueva York y en Washington, que los aplaudía y que, lleno de odio, preconizaba otros atentados terroristas, sobre todo en Estados Unidos y en sus naciones aliadas (20).




Hablando en la Catedral Nacional de Washington unos días después de los atentados del 11 de septiembre, Bush se apropió de la misma ideologización de tipo religioso usada por Reagan cuando la guerra afgana para elevarla a proporciones escatológicas: se trataba, ni más ni menos, que de "librar al mundo del mal". Como amenazó sin andarse con rodeos: "Todas las naciones, en todas las regiones del mundo, tienen una decisión que tomar. O están de nuestra parte o están de parte de los terroristas".





NOTAS

1. José Baena, El holocausto sirio: Por el bien del imperio, Blog El Saco del Ogro, 20 de enero de 2013.

2. Greg Grandin: Kissinger's Shadow: The Long Reach of America's Most Controversial Statesman, Metropolitan Books, Nueva York, 2015.
También puede consultarse su artículo “Henry of Arabia”, en TomDispatch.com, 27 septiembre 2015. Le Nouvel Observateur, ejemplar del 5-21 de enero de 1998, p. 76.

3. Phil Gasper: Afghanistan, the CIA, Bin Laden, and the Taliban. International Socialist Review, noviembre-diciembre 2001.

4. Michael Meacher: The Pakistan connection, The Guardian: 22 de julio de 2004.

5. Peter Dale Scott: The Road to 9/11: Wealth, Empire, and the Future of America. University of California Press, 2007, p. 123.

6. Douglas Jehl, Senators Accuse Pentagon of Obstructing Inquiry on Sept. 11 Plot. The New York Times: September 22, 2005:

7. Philip Shenon: Pentagon Bars Military Officers and Analysts From Testifying. The New York Times, 21 Sept. 2005

8. Michael Isikoff, Exclusive: The Informant Who Lived With The Hijackers. Newsweek, 16 de septiembre de 2002.

9. Michael J. Springmann: Visas for Al Qaeda: CIA Handouts That Rocked the World: An Insider's View, Daena Publications LLC, Pembroke Pines, EE.UU., 2015.

10. Michael J. Springmann: Cómo la CIA creó Al-Qaeda e ISIS. Yo fui testigo. El 30 de julio de 2015, Michael Springmann concedió una entrevista a El Vórtice Radio en la que se puede escuchar su inestimable testimonio. Aunque realizada en inglés, va siendo traducida al español por el presentador conforme la entrevista se desarrolla. Ver el enlace:

11. Mahmood Mamdani: La invención de la violencia política: La Yihad made in USA, diario La Jornada, México, 13 de febrero de 2005.

12. Le Nouvel Observateur, ejemplar del 5 al 21 de enero de 1998, p. 76.

13. José Baena: Siria: sangre, fuego, mentiras y cintas de vídeo, Blog El Saco del Ogro, 10 de septiembre de 2012

14. Sobre los atentados del 11-M hay mucho publicado, bueno, regular y vomitivo. Referencia obligada es el primer artículo de la serie “Los agujeros negros del 11-M. Una versión policial llena de incongruencias”, del gran periodista Fernando Múgica, publicado por el diario El Mundo, el 18 de abril de 2004, apenas un mes después de la masacre.

Sobre todo lo demás libros editados, destaco los dos siguientes:
Luis del Pino: Los enigmas del 11-M, ¿conspiración o negligencia?, Ed. Libros Libres, Madrid, 2006.

Ignacio López Bru: Las cloacas del 11-M, Ed. Sepha, Málaga, 2013.
También me atrevo a recomendar mis artículos sobre los atentados:
José Baena: El 11-M: Apuntes para la Historia, Blog El Saco del Ogro, 11 de marzo de 2016.

15. Robin Cook: The struggle against terrorism cannot be won by military means, The Guardian, 8 de julio de 2005.

16. Josep Fontana: Por el bien del imperio. Una historia del mundo desde 1945, Ediciones de Pasado y Presente, Barcelona, 2011, pgs. 837- 838.

17. Rebuilding America's Defenses: Strategies, Forces and Resources for a New Century, septiembre de 2000:

18. José Baena: Ucrania por el camino de Siria: Informe para ciegos, Blog El Saco del Ogro, 27 de febrero de 2014.

19. Entrevista publicada el 28 de septiembre de 2001 en el diario Ummat, de Karachi.

20. Andreas von Bülow: La CIA y el 11 de septiembre. El terrorismo internacional y el papel de los servicios secretos, Ellago Ediciones, Castellón, 2006, p. 77.



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