lunes, 22 de mayo de 2023

 

       GUERRA DE UCRANIA: ES HORA DE CONTAR LA VERDAD

                                              (Primera parte)

                                                



                          Los pueblos también son responsables por aquello que                                   deciden ignorar".

                                                                                       Milan Kundera

                          Estados Unidos está librando esta guerra por medio                                      de gobierno interpuesto. La gran víctima es Europa.

                                                                         Juan Luis Cebrián                                                              

Reconozco que lo que aquí escriba servirá para poca cosa, tanto es así que casi podría decir que escribo para mí mismo: practicar libremente el sano ejercicio del razonamiento crítico constituye el mejor tónico para la salud de nuestras neuronas y ayuda a no dejarnos arrastrar hasta ese espacio virtual constituido por la falsa narrativa difundida por el «mainstream» dominante en los países vasallos de Washington y subordinados a la peligrosa apuesta de su casta gobernante por mantener a cualquier precio la hegemonía global de Estados Unidos.                          

Se ha escrito mucho sobre el primer aniversario de la intervención rusa en Ucrania, pero en lo publicado apenas si hay intentos serios de análisis, de comprensión inteligente de lo que ocurre y de sus múltiples consecuencias. La información ha sido sustituida por la propaganda, por el insulto y la descalificación. El enemigo a abatir es Putin, quien bombardea es Putin y quien agrede es Putin, un tirano que gobierna a una población propensa al servilismo y a un comunitarismo despersonalizado que no valora la individualidad, la racionalidad y la búsqueda del propio interés tan determinante en nuestra cultura. Como ha dicho Kaja Kallas, la primera ministra de Estonia —a cuyo lado Margaret Thatcher sería de izquierdas—, que los rusos deben ser reeducados, hay que poner fin a su tipo de Estado y restablecer nuevas fronteras y relaciones con un Occidente cuna de la única civilización verdadera. Ante la avalancha de esa infecta propaganda de guerra que los medios corporativos occidentales presentan como información, mi sugerencia no puede ser otra que la exigida por todo aquel que con un mínimo sentido crítico intente saber qué viene sucediendo en Ucrania y cuál puede ser el inmediato futuro de una guerra cuyo final resulta más peligroso e imprevisible cada día que pasa. Para ello es preciso un análisis riguroso de los antecedentes del conflicto, sobre todo a partir de los sucesos de 2014 en la Plaza Maidan de Kiev (1), verdadero punto de inicio de una escalada de violencia que desemboca en la guerra. Desde el estricto cumplimiento de esta premisa, es preciso saber leer bien los periódicos occidentales (sobre todo, algunos), interpretar las redes que no han sido interceptadas o censuradas y, por supuesto, no ver televisión. Sé también que encontrar medios alternativos no resulta fácil para los no especialistas y que la manipulación informativa tiene unas dimensiones desconocidas en tiempos de paz (o mejor “de guerra no declarada”), pero eso es lo lógico en una guerra híbrida que afecta de manera decisiva los cimientos mismos del poder mundial, aunque no cabe duda de que tal cosa será posible para quien se esfuerce en rastrear los hechos que resultan claves para conocer el inapelable entramado lógico en que la verdad se fundamenta (2).

Plaza Maidan 2014




“Si se examina la edición de La Vanguardia del 1 de septiembre de 1939, el día que empezó la Segunda Guerra Mundial en Europa con la invasión alemana de Polonia, el lector se encontrará con el titular, “Un golpe de mano polaco degenera en lucha abierta con fuerzas alemanas”. Al día siguiente el corresponsal del diario en Berlín, Ramón Garriga, informa del inicio de la invasión alemana de Polonia como “contraataque alemán en respuesta a las agresiones de que han sido víctimas los soldados alemanes en los últimos días”. Pero junto a eso, en un pequeño recuadro, aquel 2 de septiembre se podía leer un informe, bien pequeñito, sobre “Las operaciones alemanas según los polacos” e incluso se daba cuenta de la “Proclama del Presidente polaco”. Es decir, dentro de los límites del periódico de un régimen aliado de los nazis, cada cual podía hacerse cierta composición de lugar y sacar sus propias conclusiones sobre lo que pasaba en realidad. Ahora, para hacerse una idea de lo que ocurre en Ucrania, oficialmente una “invasión no provocada” iniciada en 24 de febrero que carece de un cuarto de siglo de antecedentes, hay que salirse de los medios de comunicación oficiales y establecidos, explorar en los alternativos, en la propaganda rusa y demás, y pese a estos ardides, no siempre te haces una idea clara de lo que ocurre. En cualquier caso, si lo que nos dicen sobre esta guerra fuera la verdad, no haría falta que censuraran los medios rusos, ni las voces disconformes con la narrativa oficial incluso en las redes sociales, ni que las fábricas de propaganda de la OTAN, cuyo dominio de los think tanks y medios de comunicación occidentales ya es considerable (igual que en Rusia pero en sentido inverso), nos bendijeran con su primitiva buena nueva macartista” (3). 

Como ha señalado el Prof. Boaventura de Sousa Santos, catedrático de la Facultad de Economía y director del Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coímbra, “la guerra de información sobre el conflicto entre Rusia y Ucrania se ha desarrollado hasta ahora de tal manera que incluso los comentaristas con cierto sentido común conservador se someten a ella con repugnante sumisión. Un ejemplo entre muchos de los medios corporativos europeos: en el comentario semanal de un canal de televisión portugués, un conocido comentarista, generalmente una persona de buen criterio dentro del campo conservador, dijo más o menos esto: «Ucrania tiene que ganar la guerra porque si no gana, Rusia invadirá otros países de Europa». Más o menos lo mismo que los televidentes estadounidenses escuchan todos los días de la mano de Rachel Maddow en el canal de televisión MSNBC. ¿De dónde viene este absurdo sino del consumo excesivo de desinformación? ¿Se les habrá olvidado que la Rusia postsoviética quería unirse a la OTAN y a la UE y fue rechazada, y que la expansión de la OTAN en las fronteras de Rusia, en contra de lo que le fue prometido a Gorbachov, podría ser una preocupación defensiva legítima por parte de Rusia, incluso si es ilegal invadir Ucrania, como condené desde primera hora? ¿No sabrán que fueron Estados Unidos y Reino Unido quienes boicotearon las primeras negociaciones de paz poco después de la guerra haber comenzado? Y si, por hipótesis, Zelensky quisiera abrir negociaciones con Putin, ¿creen que solo lo detendría la extrema derecha ucraniana? ¿Estados Unidos o Reino Unido lo permitirían? ¿No han pensado los comentaristas ni por un momento que una potencia nuclear enfrentada a la eventualidad de la derrota en la guerra convencional puede recurrir a las armas nucleares, y que esto puede causar una catástrofe nuclear? ¿Y no se dan cuenta de que en la guerra de Ucrania se explotan dos nacionalismos (ucraniano y ruso) para someter a Europa a una dependencia total de Estados Unidos y detener la expansión de China, el país con el que Estados Unidos está realmente en guerra? ¿Que Ucrania es hoy la prefiguración de lo que Taiwán será mañana? Curiosamente, en este vértigo ventrílocuo de la propaganda, nunca se dan detalles sobre lo que significa la derrota de Rusia” (4).



La propaganda de guerra no consiste simplemente en mentiras y desinformación por parte de instituciones oficiales y de los medios de comunicación occidentales, sino que es producto de grandes organismos especializados y mecanismos de propaganda de todas las potencias vinculadas a la OTAN que se han movilizado para servir a los planes de Washington, con desprecio absoluto de los intereses nacionales de sus propios países. De hecho, hay documentos con instrucciones que enumeran frases «correctas» e «incorrectas» sobre la guerra en Ucrania: «Los clichés rusos como el referéndum en Crimea» o la voluntad del pueblo de Crimea» son completamente inaceptables» y según el documento deben sustituirse por frases como «ocupación e intento de anexión de Crimea». De particular interés es el documento que describe el objetivo de la invasión rusa de Ucrania, que señala: «(…) Parece que los valores fundamentales y el ADN de la sociedad ucraniana ─el amor por la libertad, la democracia, el libre pensamiento y los valores europeos─ son anatemas para Putin; no puede comprender ni tolerar estos valores, por lo que en su lugar está tratando de destruirlos. Como resultado, la agresión militar y la violación total de todas las normas y leyes internacionales es lo único que Rusia puede proponer para alentar a los estados independientes a moverse dentro de la órbita del «mundo ruso», su proyecto neoimperial.». Resulta especialmente escandalosa la afirmación de que la democracia sea un valor fundamental para Ucrania cuando es evidente que su historia reciente demuestra lo contrario y no quepa duda de que vincular a Zelenski con las ideas democráticas supone un atentado a la inteligencia.



En el corazón de la máquina que «produce» propaganda de guerra para consumo occidental se encuentra una coalición internacional de más de ciento cincuenta empresas de comunicaciones y relaciones públicas de todo el mundo que trabajan directamente con el Ministerio de Relaciones Exteriores de Ucrania. El papel de coordinar esta gigantesca campaña de propaganda ha sido asumido por Francis Ingham, Director General de la entidad británica «Asociación de Relaciones Públicas y Comunicaciones (PRCA)», quien también dirige la «Organización Internacional de Consultoría de Comunicaciones (ICCO)». PRCA es la asociación más grande de la industria de las comunicaciones y representa a más de 35.000 profesionales de relaciones públicas en 82 países de todo el mundo. En una entrevista, confirmó el número de empresas que apoyan al Ministerio de Relaciones Exteriores de Ucrania y manifestó que «las agencias han ofrecido equipos completos para apoyar a Kiev en la guerra de las comunicaciones. Nuestro apoyo al Ministerio de Relaciones Exteriores de Ucrania es inquebrantable y continuará mientras sea necesario».

Es un hecho evidente que EE.UU. se ha reconocido siempre como el único y verdadero Occidente, con el derecho y el deber de construir un mundo a su imagen y semejanza. Considera que la vieja Europa vive en el pasado y en crisis permanente, incapaz de autogobernarse y necesitada de ser guiada o tutelada. Descubrieron la vitalidad y el anticomunismo de los antiguos países socialistas europeos, se dieron cuenta de que ahí había un material precioso que había que organizar y fortalecer. Muchos teóricos y dirigentes norteamericanos tienen su origen en ese mundo: Zbigniew Brzezinski, Margaret Albright, Antony Blinken, Victoria Nuland, Robert Kagan… Son las naciones de la vieja/nueva Europa  —así se les denominó—, el frente de batalla contra una Rusia a la que había que debilitar económica y militarmente, desmantelarla como Estado y hasta desintegrarla como civilización. Desde el primer momento, Biden lo dijo con claridad: Norteamérica ha vuelto; es decir, pasa a una ofensiva global para defender su orden mundial y sus reglas. El debate en el núcleo dirigente, entre Trump y Biden, se resolvió en favor de una estrategia imperialista liberal-intervencionista que parte de la convicción de que este es el momento –su momento– para frenar y derrotar a las llamadas potencias que cuestionan la hegemonía global de EEUU. A los cuatro días de que el primer soldado ruso pisara tierra ucraniana, Silvia Marcu, geógrafa e investigadora del Instituto de Economía, Geografía y Demografía del CSIC, resumió los factores geopolíticos y geoestratégicos del conflicto: “Como en las tradiciones clásicas de la Guerra Fría, en la actualidad el mundo es testigo de la misma confrontación en el eje Moscú-Washington, en la que Moscú quiere respeto como jugador importante, en ascenso en el escenario internacional, y Washington persiste en mantener su hegemonía en el mundo” (5).


El pasado 24 de febrero A. Rizzi y M. Zafra publicaron en el diario El País un largo análisis sobre lo que llaman “la guerra más global desde 1945” (6). Merece la pena leerlo porque ofrece  una serie de datos que intentan fundamentar las dimensiones y la hondura de un conflicto en permanente escalada. Las cifras son reveladoras. La primera, es que la economía de Rusia tiene un PIB de 1,8 billones de dólares; menor que Italia, menor que Francia y menos de la mitad que Alemania.; es decir, que los países que se enfrentan directa o indirectamente al gran país euroasiático determinan en torno al 50% del PIB mundial. En segundo lugar, y desde el punto de vista político-militar, los datos que aporta son significativos. La ayuda militar de Occidente equivale al 94% del presupuesto de Defensa ruso; si se suma todo, significa que Ucrania está empleando casi la mitad de su PIB en su enfrentamiento contra Rusia. El gasto militar global de la coalición contra Rusia (la OTAN Plus) equivale al 60 % del presupuesto militar mundial. El tercer dato, muy unido al anterior, es que la OTAN (30 países) está suministrando armamento, ayuda económica, financiera, logística, inteligencia y formación a Ucrania. No son en realidad 30 países, son más de 40. Rusia, según nos cuentan, estaría sola, con la ayuda indirecta de Irán y, más nebulosamente, de China. En cuarto lugar, Occidente, dirigido y organizado por EE.UU., ha impuesto un conjunto de sanciones tan completas, tan sistemáticas y tan dañinas que convertirán a Rusia en un paria económico internacional con el objetivo ―Biden lo ha repetido muchas veces―  de debilitarla y desangrarla. Según estos datos, la correlación real de fuerzas política, económica y militar es claramente desfavorable para Rusia; siempre ―tiene una relevante importancia― que no se llegue a un conflicto nuclear. Es más, Washington siempre ha ido por delante y tiene la guerra en el lugar y en el tiempo más adecuado para sus intereses. Este es un dato crucial sobre el cual se ha reflexionado poco y que no se ha tenido suficientemente en cuenta. La crisis de hegemonía y ofensiva norteamericana están íntimamente relacionadas. El factor tiempo es la clave. El problema de la paz, eso que los académicos llaman la trampa de Tucídides, está relacionado con una cuestión central que no se puede eludir en este momento histórico: ¿aceptarán los EE.UU. un mundo multipolar donde ya no sean la potencia hegemónica o se opondrán a ello con todo su potencial económico y político-militar? La administración Biden lo tiene claro: pasar a la ofensiva, militarizar las relaciones internacionales, romper el mercado mundial, aislar y contener a Rusia y, sobre todo, a China. Si esto no se entiende no es posible comprender lo que está pasando y tomar una posición políticamente fundada.


La idea central que defiende el sector del Partido Demócrata al que Biden sirve de  títere (liderado por Hillary Clinton) puede sintetizarse en que la Administración norteamericana tiene la obligación de defender la ordenación del mundo dirigida por Washington y, en consecuencia, debe impedir que emerja una potencia o un conjunto de potencias que la cuestione, por lo que EE.UU. ha de estar siempre preparado y disponible para el uso sistemático de la fuerza y la diplomacia coercitiva, es decir, tiene la potestad suprema para usar la fuerza cuando lo considere necesario; el poder para invadir cualquier país y para imponer sus intereses estratégicos sobre las reglas del derecho internacional. El comportamiento de EE.UU. ha sido el mismo dese 1945: interviene militarmente cuando lo considera oportuno, ya sea con o sin acuerdo del Consejo de Seguridad de la ONU.  El teórico conservador Robert Kagan señala abiertamente que entre 1989 y 2001 (años de la desaparición de la URSS y de la crisis de Rusia) la Administración norteamericana intervino militarmente en Panamá (1989), Somalia (1992), Haití (1994), Bosnia (1995-1996), Kósovo (1999) e Irak (1991 y 1998). La sustancia del mundo unipolar era esencialmente esta: un país soberano (EE.UU.) que decide quién es el enemigo y quién es el amigo, qué es democracia y qué no; tiene el poder de definición y el poder punitivo desde un control omnímodo de los grandes medios de construcción de la subjetividad y del imaginario social.

Si de algo no se puede dudar es de que Putin y el equipo dirigente ruso tienen un conocimiento geopolítico de alto nivel. Sabían perfectamente que la correlación de fuerzas le era claramente desfavorable, pero no tenían más alternativa que, o aceptar esta situación o plantar cara, adelantándose. Como recientemente ha dicho el propio Secretario General de la OTAN, la guerra en Ucrania comenzó en el 2014, con el golpe de Estado de Maidán. Es más, como han reconocido el ex-presidente ucraniano Poroshenko, Angela Merkel o François Hollande, los acuerdos de Minsk (I y II) de 2015 sirvieron solo para ganar tiempo, consolidar un régimen nacionalista ferozmente antirruso y rearmar a un ejército que ya en febrero de 2022 era de los más fuertes de Europa. 


Conferencia de Minks, septiembre de 2014 

¿Qué habría significado aceptar la situación? Dejar que el potente ejercito ucraniano diseñado, organizado y armado por la OTAN diera el golpe final a las fuerzas prorrusas de las repúblicas del Donbass, poner en serio peligro a Crimea y aceptar la ampliación de la Alianza Atlántica no solo a Ucrania, sino también a Georgia. No había límites; nunca los hubo. Cercar, asediar, situar contra la espada y la pared a Rusia para obligarla a responder en el momento y en el lugar más adecuado para la estrategia global definida por la Administración Biden. Quien define el campo de batalla es que tiene el poder y la superioridad en la relación de fuerzas. EE.UU. ha estado siempre a la ofensiva, por delante; llevando con mano férrea la iniciativa y situando desde el principio a Rusia a la defensiva, haciendo lo que está obligada a hacer.

Como lúcidamente explicó Rafael Poch en marzo de 2022: “Accediendo al más que razonable catálogo presentado por Moscú a EE.UU. y la OTAN el 17 de diciembre, la guerra podía haberse evitado. Rusia se habría contentado con concesiones de lo que era un catálogo de máximos en algunos puntos, como la retirada de infraestructuras militares de sus fronteras y la neutralidad de Ucrania. A pesar de ello se optó por no negociar nada esencial. Esa decisión revela algo bastante claro: que si el plan A de Washington para Ucrania era convertirla en un ariete contra Rusia, el plan B era que Rusia se metiera por sí sola en una especie de Afganistán eslavo, es decir provocar la acción de Moscú contra Ucrania con el resultado de un catastrófico desgaste del adversario. Para esa prioridad, el plan B puede ser visto incluso como “mejor” que el plan A (...). Para EE.UU. la sangría de Ucrania parece un precio perfectamente asumible si con ello se logra “desestabilizar y estresar a Rusia”, algo de consecuencias incalculables. La mentalidad es la misma que Zbigniew Brzezinsky expresó en 1998 en su famosa entrevista con Le Nouvel Observateur: “Logré que los rusos se metieran en la trampa afgana ¿y pretende que me arrepienta? ¿Qué era más importante para la historia mundial, los talibán o el colapso del imperio soviético? ¿Algunos musulmanes excitados o la liberación de Europa central y el fin de la Guerra Fría?”.

“La solidaridad con Ucrania no consiste en echar más leña en el altar del doble sacrificio imperial de Ucrania, sino en sacar a ese país y a su población del papel de víctima propiciatoria e instrumento en el pulso entre dos imperios. Para eso se necesita una actitud hipocrática, no dañar aún más con nuestras acciones a las víctimas, ni crear las condiciones para un conflicto aún mayor. Es decir: extrema prudencia y negociación. En tiempos de guerra y extrema propaganda, ¿pretenden que hasta el forense marque el paso?” (7). 




NOTAS

1. José Baena: Ucrania por el camino de Siria: informe para ciegos, blog El Saco del Ogro, 27 de febrero de 2014

http://elsacodelogro.blogspot.com.es/2014/02/ucraniapor-el-camino-de-siria-para.html

2. Ruiz Ramas, Rubén (coord.), Ucrania. De la Revolución del Maidán a la Guerra del Donbass, Comunicación Social, Salamanca, 2016. Los autores ofrecen una visión completa y multidisciplinar en la que se combinan el conocimiento y la disciplina, propios de la academia, con la experiencia sobre el terreno, la labor periodística y la especialización sectorial de cada uno de ellos.

https://repositorio.uam.es/bitstream/handle/10486/677019/RI_32_16.pdf?sequence=1    

3. Rafael Poch de Feliú: Nos toman por idiotas, blog personal, 3 de diciembre de 2022

4. Boaventura de Sousa Santos: El silencio de los intelectuales, Revista Cultural Bloghemia, Buenos Aires, 28 de febrero de 2023.

https://www.bloghemia.com/2023/02/el-silencio-de-los-intelectuales-por.html

5. Silvia Marcu: Claves para comprender el conflicto en Ucrania, boletín del C.S.I.C., 28 febrero de 2022

https://www.csic.es/es/actualidad-del-csic/claves-para-comprender-el-conflicto-en-ucrania

6. Andrea Rizzi y Mariano Zafra: Cómo Putin ha desatado la guerra más global desde 1945, El País, 24 febrero de 2023.

https://elpais.com/internacional/2023-02-24/como-putin-ha-desatado-la-guerra-mas-global-desde-1945.html

7. Rafael Poch: El forense y la víctima, Ctxt, 10 de marzo de 2022

https://ctxt.es/es/20220301/Firmas/39061/Putin-Biden-Ucrania-Estado-Unidos-guerra-rafael-poch.htm

  





 

         



No hay comentarios:

Publicar un comentario