domingo, 30 de junio de 2013


JERUSALÉN, UNA CIUDAD Y TRES RELIGIONES

4. Del Barrio Armenio al Valle del Cedrón, pasando por el Muro Occidental




Joyería en Al Bazar

Calle Kikar David o Al Bazar

Devuelto a la plaza de Omar Ibn El-Katthab, tras haber visitado la Ciudadela y disfrutado de las singulares panorámicas que se divisan desde sus torres y murallas, el viajero estará en condiciones de emprender la aventura que supone para los sentidos adentrarse en el laberinto de la Ciudad Antigua, porque ya ha visualizado su configuración general, así como la ubicación aproximada de sus principales monumentos, gozando, además, de una ventaja añadida: encontrase en el punto idóneo para elegir su andadura entre los tres principales itinerarios posibles, sabiendo que al margen de la decisión que adopte, estos terminarán mezclados, pues para acceder a uno cualquiera de los cuatro barrios o mundos que coexisten dentro del perímetro amurallado no podrá evitar, ni falta que hace, transitar por alguno de los otros.

En nuestro caso no hubo duda. A pesar tener decidido para nuestro primer día el itinerario que le da título a esta entrega, resultaba perentorio llegar hasta el Muro Occidental, verdadero corazón del Jerusalén judío, por una cuestión práctica que recomiendo tenga muy en cuenta cualquier viajero: dado que las visitas a los Túneles del Muro son guiadas, se organizan en varias lenguas, están sujetas a un estricto horario y cuentan con plazas limitadas muy demandadas por el turismo, resulta conveniente asegurarse las entradas para la visita lo antes posible, ya que de no hacerlo cabría la posibilidad de que se quede sin poder hacerla, porque las plazas estén cubiertas con antelación, sobre todo si su estancia en Jerusalén fuera breve.

Para iniciar el itinerario por el Barrio Armenio hubiera bastado torcer a la derecha cuando salimos de la Ciudadela y nada más pasado el Cuartel de la Policía, que el viajero ya habrá visto, seguir por la Calle del Patriarcado Armenio, la única por la que el tráfico rodado cruza la Ciudad Vieja para salir por la Puerta de Sión. Pero como nuestra intención era dirigirnos al Muro, enfilamos Kikar David (o Al Bazar), la calle que se abre frente a la Puerta de Jaffa y que en su primer tramo ya habíamos recorrido para ir al Santo Sepulcro, aunque ahora presentaba un aspecto muy distinto, con todos los comercios abiertos y una ebullición solamente comparable a la que hay a últimas horas de la tarde, cuando parece que todos los habitantes de la Ciudad Antigua se lanzan a la calle, mezclados con la legión de turistas que deambula de un lado para otro en busca de los lugares cuya visita recomiendan las guías turísticas de la ciudad, ofrecidas a cada paso.


Pasear por la Ciudad Antigua es como sumergirse en una marea
de sensaciones contrapuestas



Adentrarse por Kikar David es como zambullirse en un magma que arrastra, mientras que el cuerpo intenta resistirse para dar satisfacción a las demandas del ojo observador, que pronto queda atrapado en la contemplación de la inmensa cantidad de objetos que le salen al paso en expositores, escaparates y mostradores portátiles adosados a las fachadas de los comercios, que exhiben, aparte de la quincallería religiosa más abundante que cabe imaginar, esa mezcla de productos inclasificables que solamente es posible encontrar en los bazares de las ciudades orientales. Sabiendo que volveríamos a pasar por allí muchas veces, no perdimos más tiempo que el indispensable para captar las fotos que nos salían al paso hasta llegar a Ha Kotel, una estrecha callejuela en cuya esquina aparece bien señalizado en hebreo e inglés la dirección hacia el Muro Occidental, al que se accede por una galería cubierta, a cuya entrada está el puesto de control de la policía israelí donde es preciso depositar los objetos de mano en una cinta transportadora para la detección de su contenido por rayos X.

Chain Gate Street o Calle de la Cadena

Ha-Kotel Street, con la señalización del Muro Occidental

A pocos metros se encuentra el pequeño mostrador azul, situado junto a la escalera descendente que sirve de acceso a los Túneles del Muro, en el que se adquieren las entradas para su visita. A pesar de que era mi intención realizarla a la mañana siguiente, no había plazas hasta dos días más tarde, el jueves a las 16: 30 horas. No nos importó modificar nuestro programa, con eso siempre hay que contar, sobre todo porque la visita estaba dedicada a los visitantes de lengua española. Sobra decir que las adquirimos sin vacilar, aplicando la propiedad conmutativa de la adición, en la que el orden de los sumandos no altera la suma.

Acceso a la Explanada del Muro Occidental

Con nuestras entradas en el bolsillo y con el Muro Occidental resplandeciendo en la plenitud solar del mediodía, no cabía más que dejanos arrastrar por la extraña atracción que ejercen sus venerables piedras, testigos parlantes de dos milenios de Historia para quien sepa detener su tiempo interior y limitarse a escuchar esas voces que vienen de tan lejos. Mis comentarios sobre el lugar más santo para los judíos de todo el mundo los incluiré en una próxima entrega, cuando realicemos nuestra incursión por el Barrio Judío, desde el Muro hasta la Kikar Batei Makhse, la hermosa plaza situada junto a la gran explanada que sirve de aparcamiento al perímetro amurallado, entre el Barrio armenio y la Puerta de Sión.

Era la hora del almuerzo. Aunque no teníamos hambre, pese a haber desayunado tan temprano, nos pareció conveniente darnos un breve descanso para comer algo antes de emprender nuestro itinerario por el Barrio Armenio y hacer tiempo para encontrar abierta la Catedral de Santiago, algo que no resulta demasiado fácil por lo restringido de su horario de visitas. Ante la duda de si hacer nuestro frugal almuerzo en el barrio judío o en el musulmán, donde desemboca la vía que sirve de acceso al Muro, optamos por lo segundo con el fin de evitarnos tener que volver sobre nuestros pasos para regresar al Barrio Armenio. Ya habían salido a nuestro paso los consabidos “ganchos” que intentan atraer a los inocentes extranjeros a sus locales, endilgándonos con toda la amabilidad del mundo las tarjetas de sus establecimientos, así que elegimos al azar el primero con el que nos topamos, que exhibía en su mostrador exterior un aceptable surtido de ensaladas. Al ocupar nuestra mesa pedimos sendas cervezas frías por las que hacía rato que suspirábamos. El propietario nos informó que allí cervezas no servían, porque la ley musulmana prohíbe el alcohol, algo que me parece bien para los practicantes de esa religión, pero que no veo motivo para imponer a nadie, muchísimo menos en unas calles cuyos establecimientos viven casi exclusivamente del turismo extranjero. Y ya se sabe que quien paga lo hace para consumir lo que le parezca, no por lo que nadie quiera imponerle. Mi compañera de viaje y yo nos miramos y sin decir palabra, nos levantamos y salimos, no sin antes explicar que queríamos cerveza y no ninguna otra bebida.

Cerveza no...

...en su lugar, naranjas de la China

A los pocos pasos vimos otro de los restaurantes que hacía poco nos había endilgado su propaganda. Para evitar un nuevo equívoco, y dado que también era palestino, en la misma entrada le preguntamos al encargado si podríamos tomar unas cervezas, a lo que respondió afirmativamente, incluso mostrando a través de su gestos una cierta extrañeza por nuestra pregunta, así que pasamos al interior y ocupamos una mesa cercana a la puerta de la gran sala abovedada, seguramente perteneciente a una edificación de la época de los mamelucos. Pedimos unos pinchitos de pollo, falafel, unas bolas parecidas a croquetas hechas con garbanzos crudos triturados, rellenos con carne de cordero muy picada a la que se le añade cebolla, ajo, hierbas frescas y especias; tahina, una pasta de semillas de sésamo ligera de sabor delicioso y una buena ensalada, aderezada a la manera árabe, es decir con limón, perejil picado, hierbabuena fresca y aceite de oliva, especificándole que queríamos un solo plato de cada cosa para compartirlos, aunque le rogamos que antes de nada trajera las cervezas.


Plato de falafel

Tahina


Pan de pita, que se cuece pegado a las paredes del horno

Ni caso. Cuando quisimos acordar teníamos sobre la mesa lo que habíamos pedido, aunque el falafel lo puso por partida doble. Como con uno solo bastaba para los dos (sobraron dos o tres bolas), le hicimos que retirase uno, al tiempo que volvimos a pedir nuestras cervezas. Nos dijo que estaban en camino, porque había que traerlas de fuera, aunque no dijo desde dónde. Yo, con más sed que hambre, me propuse no empezar hasta que nos sirviesen las dichosas cervezas. Pero nada, la comida se enfriaba y de las cervezas ni rastro, mientras el tío cruzaba por nuestro lado sin hacernos el menor caso. Una de las veces lo detuve y le pregunté qué pasaba: “Es que el sitio desde donde hay que traer las cervezas está cerrado”, terminó por decirnos antes de escabullirse. Mi voluntad fue levantarme en aquel mismo momento, decirle que lo que había traído se lo comiera él y salir disparado de allí, incluso con voluntad de llamar a la policía israelí si nos organizaba un escándalo. Pero mi compañera rogó que me contuviera, pidió una botella de agua y después de servirme, comentó que no merecía la pena que nos amargásemos el día por una cosa así, que lo aceptáramos como novatada, pero cuidando caer en situación parecida. Accedí a regañadientes, sabiendo que ella tenía razón, pero sintiéndome estafado.

No pedimos nada más, ni si quiera café, que decidimos tomarlo en cualquier otro lugar. Cuando nos trajo la cuenta y mi amiga la examinó, dijo con una sonrisa: “Nos va a cobrar dos ensaladas y el agua al precio de la cerveza”. Asentí y para evitar un encontronazo con aquel fulano, le pedí a mi amiga que pagara, mientras que contenía mi indignación en la puerta fumando un cigarrillo.

Cuando salió, con una sonrisa de aceptada resignación en su rostro, prometimos no volver a pisar un restaurante palestino mientras estuviésemos en Jerusalén, cosa que cumplimos a rajatabla. He comentado el episodio con detenimiento para ilustrar al viajero acerca de estos “detalles”, que le evitara ser engañado por una gente que ve al extranjero como futura víctima y no como cliente: zalamerías y promesas iniciales, muchas; engaños groseros, todos los que cuelen. Esa es la realidad que con disgusto he comprobado en bastantes ocasiones, algunas de las cuales, por ilustrativas, referiré en otras entregas de mi relato.

Calle del Patriarcado Armenio 

Entrada al restaurante armenio "The Armenian Tavern". Aconsejable

El precioso comedor en "The Armenian Tavern"

Armenian Orthodox Patriarchate Street

Entrada al Convento Armenio de Santiago

Sacerdote armenio 

Aunque llegaríamos con alguna anticipación al barrio armenio, nos pusimos en marcha para distraer nuestras espera dando buena cuenta de sendas botellas de agua fresca en algún lugar sombreado de las inmediaciones de la Catedral de Armenia. La tarde se había vuelto calurosa, pero el aire seguía siendo fresco, tal vez la mejor combinación para moverse por Jerusalén, ya que en pleno verano no recomiendo una visita en la que el calor puede causar estragos.

Los armenios, al igual que los europeos, comenzaron a visitar Jerusalén desde el siglo IV y muchos se quedaron en la ciudad como monjes o ascetas. Hacia el año 1070 compraron la nueva iglesia ubicada cerca del monte Sión y la convirtieron en su catedral, edificada en la década de 1030 por el monje georgiano Prócoro, al mismo tiempo que construía el Monasterio de la Cruz fuera de las murallas de la ciudad, una joya que casi nadie visita y de la que daré cumplida referencia más adelante. La Iglesia Armenia dedicó su catedral a Santiago, Jacobo, Jaime o “Surp Hagop”, como lo llaman en armenio. En su capilla principal estaba la cabeza de Santiago, (también conocido como el Mayor) el apóstol de Jesús decapitado en Jerusalén en el año 42 d.C. Bajo el altar mayor estaba la tumba de Santiago el Saddiq (el Justo), el hermano de Jesús o, como lo llama San Pablo en su Epístola a los Gálatas (1:18-19), “el hermano del Señor”, que quedó al frente del grupo de seguidores y admiradores de Jesús que permanecieron en Jerusalén después de su muerte como uno más de los numerosos grupos del judaísmo de la época, muriendo apedreado en el año 62 por orden del sumo sacerdote Ananías, según cuenta el historiador judeo-romano Flavio Josefo: “Ananías era un saduceo desalmado. Convocó astutamente al Sanedrín en el momento propicio. El procurador Festo había fallecido. El sucesor, Albino, todavía no había tomado posesión. Hizo que el sanedrín juzgase a Santiago, hermano de Jesús, quien era llamado Cristo, y a algunos otros. Los acusó de haber transgredido la ley y los entregó para que fueran apedreados” (Antigüedades judías, 20.9.1)

Icono de Santiago "el Saddiq"

Con el paso de los siglos los patriarcas armenios compraron pacientemente tierras y casas adyacentes a los edificios iniciales hasta que llegaron a poseer una franja casi completa de propiedades en el extremo suroccidental del recinto amurallado. Sus moradores eran conocidos como los kaghakasti, habitantes de Jerusalén, y se consideraban hijos adoptivos de la ciudad, formando hasta nuestros días una comunidad cerrada que se incrementó con los refugiados que huyeron de Turquía cuando tuvo lugar el genocidio armenio durante la I Guerra Mundial. Dado que la Iglesia Armenia es nacional, no acoge a conversos, por lo que solo es posible formar parte de ella adoptando la nacionalidad armenia, siendo la única minoría religiosa que nunca fue expulsada de Jerusalén desde la Edad Media hasta nuestros días, hecho atribuible a la tradicional habilidad diplomática que han venido manteniendo con todos los conquistadores de la ciudad.

Fachada del Convento Armenio de Santiago

Ventana en el muro medieval

Menos su vía principal, abierta al tráfico en un solo sentido, todo parece dormido en las restantes callejas, plazuelas y breves pasajes cubiertos que los armenios comparten con los sirios cristianos en los límites con el Barrio Judío: el silencio, la gente, el tiempo... A los armenios apenas se les ve, excepto cuando los jóvenes seminaristas cruzan en columna de a dos desde el amplísimo recinto amurallado donde viven enclaustrados hasta la Catedral, situada enfrente, para celebrar los cultos o participar con sus cánticos en las solemnes ceremonias fúnebres, con el cadáver a la vista en el descubierto ataúd: una ritualidad medieval de velas encendidas, rezos interminables, incienso quemado y movimientos sincronizados que tuve ocasión de presenciar en mi primera visita a Jerusalén, cuando también a mi me endosaron una estrecha vela, que me apresuré a encender como vi que hicieron los demás asistentes al ceremonial de duelo, acaso porque me tomaron por uno de los suyos, sin que me delatase la cámara fotográfica, precautoriamente guardada en la bolsa ya que en el interior de la iglesia está prohibido hacer fotos, norma expresamente advertida a la entrada del templo y que hace cumplir a a rajatable el siempre malhumorado sacerdote vigilante, quien se permite abroncar con grosería a los incumplidores furtivos. Por lo que he podido ver, el clero armenio supera en arrogancia al ortodoxo, sea griego o ruso, lo que ya es bastante decir.

Entrada a la Catedral de Santiago desde el patio interior del recinto conventual

Coronas funerarias en el patio

Fresco y mosaicos en la fachada de la Catedral Armenia de Santiago

En la Catedral de Santiago, de hermosas proporciones resaltadas por su singular cúpula, son dignos de admirar los magníficos iconos, los azulejos traídos de Estambul durante el siglo XVIII, la capilla izquierda, de madera con incrustaciones en nácar en la que, según la tradición, está sepultada la cabeza de Santiago el Mayor, en un interior ennegrecido por el hollín centenario de los cirios y apabullante por la extraordinaria acumulación de lámparas, candelabros y ornamentos litúrgicos que ocupan todo el espacio disponible en muros y techos, como espectros inanimados de un pasado ininterrumpido desde la Edad Media hasta ahora, por lo que el viajero experimenta una cierta sensación de alivio cuando vuelve a salir a la diafanidad de Jerusalén.

En esta foto, furtivamente obtenida, puede verse la extraordinaria acumulación
 de objetos en la tenebrosa oscuridad de la catedral armenia

Arcos cruzados sobre las pechinas que sostienen la hermosa cúpula

Al final de la Calle del Patriarcado pueden verse la Muralla Sur
 y la torre de la  Abadía de la Dormición, sobre el Monte Sión


                POR LAS SILENCIOSAS CALLES DEL BARRIO SIRIO-ARMENIO



Grupo de peregrinos armenios

































En vez de seguir avanzando hacia la Puerta de Sión, recomiendo retroceder unas decenas de metros por la Calle del Patriarcado y torcer a la derecha, para internarse por St. James Street en el dédalo de callejuelas que configuran el silencioso barrio, cruzar Ararat St y seguir por la pintoresca Or Ha Hayim, ya en el Barrio Judío, hasta llegar al palco de la calle Habad situado sobre las columnas del Cardo romano, desde donde también veremos un elegante minarete otomano y la gran cúpula de la Sinagoga Hurva, que dirigirá nuestros pasos hasta la hermosa plaza en donde se levanta y en la que, sin duda, al acalorado viajero le apetecerá, como nos pasó a nosotros, hacer un alto para tomarse un buen té, café o alguna bebida refrescante instalado en una de sus sombreadas terrazas, mientras contempla el apacible ir y venir de los viandantes, muchos de ellos ataviados con los característicos y extravagantes ropones de los judíos ortodoxos, cuya negrura y vetustez destacan la ligereza de los atavíos veraniegos que exhiben los turistas.


Calle Ha-Yehudim y columnas del Cardo romano desde el mirador de la calle Habad  

Cardo Maximo

Cúpula de la Sinagoga Hurva

A estas primeras horas de la tarde es especialmente recomendable la terraza que está bajo la frondosa arboleda situada en Hurva Square, junto a la esquina de las calles Eretz Israel y Lohame Ha-Rova Be-Tashah, perteneciente a un pequeño bar-restaurante en el que sirven espléndidos platos combinados y bebidas a precios casi irrisorios, sobre todo si los comparamos con los del barrio musulmán, como inmediatamente tuvimos ocasión de comprobar, sin mencionar la extraordinaria amabilidad de la gente joven que lo atiende, que invita de buena gana al viajero a repetir la visita. Y es que los precios en los establecimientos del barrio judío son los que pagan los propios israelíes y no los casi siempre excesivos del barrio musulmán, puestos para clavar sin misericordia al turismo extranjero. Advertidos quedamos.


Ruinas de la Basílica Nea, junto a la Puerta de Sión

La Puerta de Sión desde el interior de la Ciudad Antigua

Cruzando la Puerta de Sión

Impacto de proyectiles en la fachada exterior de la Puerta de Sión

Desde este lugar a la Puerta de Sión hay escasa distancia, que recorrimos, animados después del tan oportuno descanso, por el breve tramo tramo de Jewish Quarter Street, que desemboca en el gran aparcamiento a cuya derecha comienza Zion Gate Street, que recoge el tráfico que busca la salida del recinto amurallado. A la izquierda queda la zona arqueológica de la Basílica Nea, que fue la mayor de Jerusalén y de la que apenas quedan los pobres restos que sirven para ubicarla. En 1948, durante la Guerra de Independencia de Israel, las fuerzas del Palmach lucharon infructuosamente por defender el Barrio Judío, lo que ocasionó a la Puerta de Sión graves desperfectos, que fueron restaurados, a excepción de las señales de los proyectiles jordanos que impactaron en los sillares de su parte exterior. Esta puerta y la muralla adyacente sirvieron de línea divisoria entre los sectores jordano e israelí en que la Ciudad Antigua quedó dividida, siendo tapiada por la administración hachemita y abierta nuevamente en 1967, después del triunfo israelí en la Guerra de los Seis Días.

Hacia el Cenáculo y la Tumba de David, fuera ya del recinto amurallado

Cenáculo y Tumba de David

Grupo de escolares isarelíes visitan la Tumba de David



Patio interior del monumento

Cenotafio del Rey David

Subida a la terraza

Abadía de la Dormición desde la terraza del Cenáculo

Panorama de la zona oriental con el Monte Scopus a la izquierda
y, al frente, el Monte de los Olivos

Vista del Cementerio Judío y Monte de los Olivos

El recorrido por el Monte Sión comienza en la llamada Tumba del Rey David y el Cenáculo, situados en un mismo edificio que data de la época medieval. Las atribuciones parten de fantasiosas historias medievales que nada tienen que ver con la realidad histórica, aunque puede que los antiguos reyes de Judea fueran enterrados en un lugar próximo a esta zona. En cualquier caso, el espacio al que se denomina Tumba de David es decepcionante, limitándose a un moderno y hasta cutre oratorio judío con un cenotafio de mal gusto adosado al muro, que, pese a todo, recibe un ingente número de visitantes, judíos en su mayor parte. Con el Cenáculo, que ocupa la planta superior del edificio, ocurre tres cuarto de lo propio: se trata de los restos de una antigua iglesia construida por los cruzados sobre otra anterior del siglo IV, atribuida al Patriarca Juan de Jerusalén. Bajo las bóvedas ojivales contrasta el mihrad de la mezquita en que este espacio fue convertido por los otomanos, según atestigua una inscripción de la época de Suleimán el Magnífico, cuya sombra constructiva aparece por todas partes. Sin contar con la trascendencia del lugar para los creyentes que aquí se concentran para rezar y cantar movidos por una fe que nada tiene que ver con la exactitud histórica, lo más interesante de esta edificación, perteneciente desde 1967 al Ministerio de Cultos del Estado de Israel, es la terraza a la que se llega por una empinada escalera, desde la que se abarca la enorme cúpula de la inmediata Iglesia de la Dormición y, hacia la parte oriental, por encima de tejados y terrazas muy poco cuidados, una buena vista de Getsemaní y del Monte de los Olivos.

La entrada al Cenáculo

Cenáculo

Detalle del mihrad, añadido cuando fue convertido en mezquita durante
 la época otomana

Capitel romano colocado en tiempos de los cruzados

Capitel cruzado de estilo gótico-normando

Vidriera del Cenáculo

La Abadía de la Dormición destaca desde cualquier parte por el enorme tambor de su rotonda con cuatro estrechos torreones adosados, cubierta por un tejado cónico negro y por su alto campanario exento, rematado por una cúpula orientalizante. Durante el viaje por Oriente Medio del emperador alemán Guillermo II en 1898, el sultán turco Abdul Hamid facilitó el terreno para edificar el monasterio benedictino sobre el antiguo emplazamiento de la basílica llamada de “Santa Sión”, situada sobre el lugar donde, según la tradición, la Virgen Maria vivió y murió. La iglesia, inaugurada en 1910, sufrió graves daños durante las batallas por la posesión de la ciudad en 1948 y 1967, pero hoy luce su espectacular mole después de una esmerada restauración.

La Abadía de la Dormición, que conmemora el Tránsito de María

La enorme rotonda de la Abadía de la Dormición

Detalle de la torre, a la que llaman "El Casco del Soldado"

Ceremonia religiosa en la Abadía de la Dormición

Capillas laterales

Mosaico del ábside

Sin dejar de ser notables el diseño interior de la rotonda y los mosaicos que la adornan, lo más original del conjunto es la cripta, en la que se conserva una escultura yacente de María tallada en madera de cerezo y marfil sobre un catafalco de traza art decó, cuya decoración recuerda algunas de las composiciones de Gustav Klimt. Un pequeña pausa no vino mal para examinar cómodamente sentados los mosaicos de la rotonda, mientras disfrutamos unos minutos de sosiego en la frescura de aquel hermoso interior, ya que la jornada empezaba a ser maratoniana, desde que llegamos al aeropuerto de Tel Aviv aquella misma mañana.

Impresionante escultura yacente de María, en madera de cerezo y marfil, de estilo modernista

Detalle 

Detalle del catafalco, estilo art decó

Mosaicos sobre el ábside de la cripta
Salimos del templo a las seis en punto de la tarde, hora de su cierre al público. Como todavía nos quedaban fuerzas para rematar el día, decidimos aprovechar el declinar de la tarde para bajar por la Ma´ale Ha-Shalom, la carretera de ronda que circunvala la muralla sur de la Ciudad Antigua y de la que, pasada una larga valla decorada con trampantojos judíos, parte la estrecha vía descendente (Ma alot Ir David) en la que, tras recorrer unas decenas de metros, está la entrada al Parque Arqueológico de la Ciudad de David, en el que se siguen realizando unas impresionantes excavaciones, que están sacando a la luz nuevos materiales arqueológicos que han cambiado profundamente los conceptos aceptados acerca de la historia de Jerusalén. Sin embargo, debo añadir para el viajero poco avezado en arqueología, que si no dispone de tiempo, se limite a contemplar la zona excavada desde la carretera. Si el tiempo siempre es oro, en los viajes vale todavía más, por lo que solamente merece la pena dedicarlo a ver cosas esenciales, ya que, haga lo que haga, algo le quedará por ver.

Parque arqueológico junto a la muralla y la Mezquita de Al-Acsa

Muralla del emplazamiento donde estuvo el Templo

Trampantojo antes de llegar a Ma alot Ir David, donde está
 el Parque Arqueológico de la Ciudad de David

Como había claridad más que suficiente, seguimos bajando por la Ma´ale Ha-Shalon, atestada de judíos ortodoxos con sus levitones y grandes sombreros negros que regresaban de alguna celebración religiosa y con un atasco fenomenal producido por los autobuses y vehículos que se cruzaban con el tráfico que intentaba salir por la Puerta de las Basuras, situada al lado de la muralla, que ahora también lo era del Monte del Templo, a la altura del lugar donde está situada la Mezquita de Al-Aqsa. Todavía quedaba un pequeño trecho para llegar a las escaleras donde comienza el camino que cruza el Valle del Cedrón y que nos libraría de aquel caos y de los taxistas palestinos, que nos asediaban sin piedad intentando vendernos a toda costa sus servicios para llevarnos a Belén, a Jericó y hasta al mismísimo Mar Muerto, algo de lo que hay que huir como de la mismísima peste, pues una vez en sus manos, nos timarán con la exigencia de tarifas escandalosas. Ya fui víctima de ellos durante mi anterior viaje por Israel y puedo asegurar que la experiencia, que relataré a su debido tiempo, fue sumamente desagradable, de esas que no se olvidan.


Puerta de las Basuras

Judíos ortodoxos en Derech Ha Ofel

A la derecha, el horizonte visible está formado por colinas en las en las que han brotado nuevos barrios y asentamientos de un urbanismo más bien inexistente, cuyo abigarramiento aparece matizado por las tonalidades doradas que va adquiriendo la piedra con la que están construidos cuando reflejan las últimas claridades del sol poniente. Más a la izquierda, si seguimos avanzando, el horizonte construido se interrumpe para dejar lugar al cementerio judío asentado sobre la ladera de la colina que se vuelca sobre el Valle de Josafat. Las losas de piedra imponen al paisaje su geometría, simple y solemne, dotando al ambiente de una gravidez mineral, que se aviene con las siluetas, negras, funerarias, lejanas, que se perfilan entre las hileras de tumbas, de los participantes ortodoxos en alguna reciente ceremonia religiosa, que impregna el aire con los ecos de extrañas resonancias procedentes de otros tiempos, de otros mundos.

Construcciones árabes en las colinas que circundan la Ciudad Antifgua

Urbanismo inexistente

Cementerio Judío 

Tumbas judías sobre el Valle de Josafat
Camino peatonal que atraviesa el Valle del Cedrón


En cuanto comenzamos el descenso por las escaleras que se inician en una pequeña glorieta situada en la acera abierta a las colinas circundantes y nos adentramos por el camino peatonal, se va borrando de nuestras retinas las imágenes del tráfico caótico de la Derech Ha Ofel, que es como la carretera de ronda se llama en este tramo, y el silencio, solamente roto por el graznido de los cuervos, va adueñándose del ambiente, apagados definitivamente los ruidos procedentes de la ciudad, cuyas murallas se alzan, más soberbias que nunca, sobre nuestras cabezas. Conforme nos encaminamos hacia el fondo del valle, sentimos un agradable sosiego ante el panorama que se va abriendo ante nuestra vista: las impresionantes tumbas construidas en los períodos del Primer y Segundo Templo, en el escenario magnífico presidido por el Monte de los Olivos, en cuya ladera distinguimos la iglesia franciscana del Dominus Flevit y, algo más abajo, las bulbosas cúpulas doradas de la iglesia rusa de Santa María Magdalena, prolongándose el panorama hacia la izquierda por la moderna arquitectura de la Universidad Hebrea de Monte Scopus.


Bajada al Valle del Cedrón
La luz declinaba. Ya se había desvanecido el resplandor luminoso del mediodía, que cegaba ojos y almas. Jerusalén vive sus mejores horas al amanecer y con el crepúsculo, cuando la luz toca sus piedras oblicuamente y las murallas y edificios se revisten de matices suaves de oro, paja, miel y rosas de Sión.

Conforme se baja, el primer monumento funerario que encontrará el viajero, ajustado al espacio mordido por una excavación en la ladera de la colina, es la llamada Tumba de Zacarías. Se trata de una construcción monolítica, coronada por una pirámide y apoyada en columnas jónicas que, como suele ocurrir en Jerusalén, nada tiene que ver con el profeta que el rey Joas mandó lapidar, sino que data del siglo I a.C, posiblemente de la época de Herodes el Grande.

Tumbas de Zacarías y de Benei Jazir

La mal llamada Tumba de Zacarías

Tumba de los Benei Jazir

Algo más adelante está la tumba de Benei Jazir, según aparece en una inscripción en hebreo y que permite asociarla a la decimoséptima familia sacerdotal del Templo. Por el estilo dórico del pórtico de la cueva, sostenido por dos pilares dóricos de piedra, es posible que fuera construida antes del si I a.C. Y que la inscripción fuera añadida posteriormente.

Pero, sin duda, el monumento funerario más conocido es la llamada tumba de Absalón, el hijo réprobo de David, consistente en un monolito esculpido en la misma roca del monte, rematado por un cilindro añadido encima. Las medias columnas que lo flanquean tienen capiteles jónicos, coronados por un friso dórico y un borde superior de estilo egipcio. Casi sobra decir, a estas alturas, que la atribución a Absalón es falsa, ya que fue construida en tiempos de Herodes. No es de extrañar que Bernard Shaw, Premio Nobel de Literatura, haciendo gala de su conocido escepticismo, aconsejara a los sionistas que en los lugares santos colgaran carteles con el lema: “No se moleste en parar aquí, no es auténtico”.

La Tumba de Absalón y el Cementerio Judío

El Valle del Cedrón con la mal llamada Tumba de Absalón

Tumba de Absalón

El Cementerio Judío sobre la Tumba de Zacarías

Tumba de Zacarías

La entrada por la carretera de Jericó

El Monte de los Olivos y la Iglesia Rusa de Santa María Magdalena,
sobre la Tumba de Absalón

Iglesia Rusa de Santa María Magdalena. Sobre ella, el Convento del Domus Flevit

La tarde agonizada y las primeras sombras, acuciadas por los graznidos de los cuervos, cobraban un tinte solitario y huidizo, por eso, antes de que anocheciera completamente, decidimos emprender el regreso desandando el mismo camino que habíamos recorrido, pues, de llegar a su final, habríamos desembocado en la carretera de Jericó a la altura de la Iglesia de Todas las Naciones, un punto demasiado alejado de la Ciudad Antigua. Así que, inducidos por el cansancio que empezábamos a notar, decidimos que la mejor opción para regresar al hotel era tomar un taxi israelí, que a esta hora lo son casi todos los que circulan por la Derech Ha Ofel en dirección a la parte occidental de Jerusalén, es decir, hacia la Ciudad Nueva.

Ya estábamos deseosos de tomar posesión de nuestras habitaciones en el hotel y, sobre todo, de darnos sendas duchas reparadoras, cambiarnos de ropa y salir a cenar como Dios manda. Teníamos hambre y nos pareció que asomarnos a la animación festiva, que a esa hora empezaba a bullir en las calles Yafo y Ben Yehuda, era la mejor forma de terminar la jornada. El trayecto en taxi serviría para conducirnos a otro mundo, cercano sí, pero tan distinto como si perteneciese a otra galaxia. Porque eso es, entre otras muchas cosas, Jerusalén.



Sobre el Valle del Cedrón se alza la Iglesia de Todas las Naciones, 
junto al Huerto de Getsemaní. Al fondo, a la izquierda,
 la Universidad Hebrea de Monte Scopus

Bajada al Valle del Cedrón. Al fondo, en el Monte de los Olivos, vemos
el Huerto de Getsemaní, la Iglesia Rusa y, encima, a la izquierda, 

el convento  franciscano del Dominus Flevit y el carmelita 
del Pater Noster, a la derecha 

ENTRADAS ANTERIORES SOBRE JERUSALÉN EN ESTE BLOG: 


JERUSALÉN, UNA CIUDAD Y TRES RELIGIONES
3. La Ciudadela de David, la mejor opción para comenzar la visita

http://elsacodelogro.blogspot.com.es/2013/06/jerusalenuna-ciudad-y-tres-religiones.html


JERUSALÉN, UNA CIUDAD Y TRES RELIGIONES
2. Llegada a la Ciudad Nueva


JERUSALÉN, UNA CIUDAD Y TRES RELIGIONES
1. Introducción: un espacio central de carácter sagrado










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