lunes, 10 de junio de 2013

      JERUSALÉN, UNA CIUDAD Y TRES RELIGIONES


1. Introducción: un espacio central de
 carácter sagrado


Banderas de Israel en la torre de la Ciudadela de David

Vista de la Ciudad Vieja desde el Monte de los Olivos

Judíos ortodoxos rezando ante el Muro Occidental

Cúpula del Domo de la Roca, impropiamente
llamada Mezquita de Omar

 Piedras del Muro Occidental de la plataforma del 
Segundo Templo construido por Herodes

Mujer rezando ante la Losa de la Unción, en la Iglesia del Santo Sepulcro

¿Existe Jerusalén o se trata de un simple espejismo de la mente? ¿Oculta algo bajo su bullente realidad cotidiana? ¿Es Jerusalén algo más que un escenario simbólico? ¿Acaso es una ciudad fosilizada cuya aparente realidad es pura recreación de una memoria imaginada? Tal vez mis interrogantes puedan parecer retóricos, pero es que respecto a Jerusalén no estoy seguro de nada, porque después de haber hablado con algunas personas que la visitaron, comprobé que una cosa sorprendente: que sus impresiones respecto a la ciudad de las tres religiones del Libro eran tan distintas que parecían referidas a ciudades diferentes. De ella puede afirmarse tanto una cosa como la contraria y que ambas sean verdaderas al mismo tiempo. Y es que en Jerusalén adquiere una importancia capital el bagaje mental (o la falte de él) con el que el viajero aborda un espacio que es mucho más que el lugar de encuentro, o mejor, de desencuentro, de muchas civilizaciones desaparecidas y de religiones todavía practicadas que, partiendo de unas bases comunes, se han visto enfrentadas por los avatares de la Historia y también de la barbarie humana, con el fatal resultado de guerras interminables, matanzas feroces y exclusiones radicales, que han bordeado demasiadas veces el exterminio físico de buena parte de sus habitantes: "Demasiada historia para tan poca geografía", sentenció Einstein refiriéndose a Jerusalén. 

El conflicto, en estado latente con momentos de mayor crispación debida a causas circunstanciales, se ve permanentemente contenido por la ostensible presencia policial y militar de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado de Israel, cuyos miembros podemos ver no solamente ocupados en las tareas de vigilancia, sino también paseando agrupados de manera informal mientras realizan visitas culturales por los distintos monumentos de la ciudad o haciendo sus prácticas religiosas ante el Muro Occidental. 

Muchachas del Ejército israelí en Omar Ibn El-Khattab Square 

Patrulla del Ejército de Israel en la Vía Dolorosa


Soldado israelí con los tifilim en la cabeza y brazos
 reza ante el Muro Occidental

Más allá y por encima de los componentes personales está el hecho de que el historiador, y viajero en este caso, como todos los demás miembros de la sociedad, acumula capas de memoria colectiva mucho antes de adquirir el sentido crítico imprescindible para cualquiera que busque conocer la historia desde bases racionales. Diversas esferas de la memoria se funden en un universo imaginado que representa el pasado, y lo hacen mucho antes de que el sujeto haya adquirido las herramientas para reflexionar sobre él. Si esta realidad es válida siempre y en todos los casos, lo es especialmente para los miembros de mi generación que, tanto en la escuela primaria como en los planes de estudios oficiales impartidos en los Institutos de Enseñanza Media, estudiamos la asignatura titulada "Historia Sagrada" como si se tratara de una parte de la Historia tan rigurosa y digna de crédito como si la toma de Jericó por Josué descrita en la Biblia fuera comparable a la guerra de las Galias de Julio César o a las campañas militares de Napoleón. Así, el historiador es el producto psicológico y cultural no solo de experiencias personales sino también de memorias inculcadas en las que los elementos mitológicos han sustituido a los propiamente históricos, como tan singularmente ocurre con la adscripción de la narrativa bíblica al campo del conocimiento histórico, otorgando una significación sagrada al espacio geográfico que hoy ocupa el moderno Estado de Israel y, más singularmente, la ciudad de Jerusalén, símbolo del judaísmo que, para mayor confusión, fue adoptado por la Iglesia de Roma y sus posteriores ramificaciones cristianas como patria y meta sobrenatural, la Jerusalén Celeste, de sus fieles creyentes. 

Ensalzada por las sagradas escrituras, su sombra mítica se proyectó sobre el Imperio Romano de Oriente y su posesión por los conquistadores musulmanes se consideró una afrenta a la Cristiandad y a la ciudad donde murió y resucitó Jesucristo, dando origen en la Edad Media al fenómeno de las cruzadas, convocadas por los representantes políticos y religiosos más incultos y fanáticos que han desfilado por el suelo europeo, desde que el Papa Urbano II, en el penúltimo día del Concilio de Clermont (Francia), jueves 27 de noviembre de 1095, proclamó, mientras la multitud enardecida gritaba "Deus le volt" (¡Dios lo quiere!), la denominada Primera Cruzada (1096-1099) que puso a las turbas europeas en camino hacia Jerusalén dirigidas por Pedro el Ermitaño, un agitador con delirios místicos, que cometieron terribles atrocidades antes de llegar a Bizancio, en donde el emperador Alejo Comneno conjuró el peligro que suponían proporcionando barcos con los que atravesar el Bósforo para llegar al Asia Menor, donde fueron masacrados por los turcos. La guerra santa convocada tenía en sus manos una espada de doble filo: el hereje y el rival podían ser más peligrosos que el pagano o el blasfemo. Algo que se demostró con el ataque contra Constantinopla producido durante la segunda incursión a cuyo frente iba Godofredo de Bouillon, pero las tropas imperiales rechazaron a los atacantes y les volvieron a proporcionar naves y provisiones para que cruzaran inmediatamente al otro lado del mar. Los ejércitos cruzados que, después de penalidades indecibles, pusieron cerco a Jerusalén y la tomaron en el 1099, hicieron una matanza en masa de judíos y musulmanes, pues creían que estos estaban contaminando el Templo de Dios de ellos, que se consideraban el verdadero Israel y herederos legítimos de Jerusalén. Pero la posesión de la Ciudad Santa no fue más que el comienzo de nuevos enfrentamientos y las diferencias de los musulmanes entre sí contribuyó a que el nuevo reino cristiano perdurase más que el propio celo de los cruzados.

Urbano II proclama la Primera Cruzada
 en el Concilio de Clermont







Para rematar el ligero pespunte histórico que he venido trazando, conviene saber que pasada la época medieval, la Reforma contra Roma se opuso a las peregrinaciones a los lugares santos y al culto a las reliquias, pero estas negaciones no impidieron a los protestantes recurrir al celo religioso para organizar sus particulares cruzadas. El propio Lutero apoyó el exterminio de los anabaptistas y de los campesinos que se le opusieron. Para él, el Papa era el Anticristo, y los católicos y los musulmanes eran igualmente herejes, aliados con Satanás, a los que había que hacer la guerra. En cuanto a los judíos, después de anunciar su conversión en masa, los atacó con furia en su opúsculo, publicado en Wittenberg, "Sobre los judíos y sus mentiras", la primera obra popular de contenido antisemita, primer antecedente de la política del Tercer Reich de Adolf Hitler y ese pozo de horror para la Historia de la Humanidad que fueron los campos de exterminio nazis.

Georg Lukács escribió que "el heroísmo moderno tiende a volverse grotesco: la fe más poderosa tiende a convertirse en locura cuando los caminos que conducen al hogar trascendental se han vuelto impracticables". Así traspuso Cervantes la misión de Don Quijote que cabalgaba hacia Jerusalén. La peregrinación del caballero andante y visionario se describe, finalmente, como un viaje interior a su propia naturaleza, opuesta a las visiones de su época. Al final, Cervantes está seguro que ha llegado a su fin la última cruzada y aunque el entierro de Don Quijote no enterró también la idea de la cruzada hacia la ciudad santa, con él cambió la peregrinación física a un lugar sobre la Tierra para convertirse en en una búsqueda espiritual del alma. Así pasó con Jerusalén, que se refundió con la materia de Europa en la Reforma, lejos de su lugar. Ahora residía en los espíritus de los que seguían creyendo en la posibilidad de una ciudad celestial y la peregrinación a los lugares santos se convirtió en un viaje interior por los terrenos íntimos de la cultura y de los saberes que habitan en la propia memoria, algo a lo que ya me he referido en este blog en la entrada que titulé "Del viaje o los lugares de la memoria". 

DEL VIAJE O LOS LUGARES DE LA MEMORIA

http://elsacodelogro.blogspot.com.es/2012_05_01_archive.html  
       




A pesar de que tendemos a creer que los seres humanos actuamos siempre en base a un postulado de racionalidad, en función del cual decidimos nuestras actos, sé de sobra que también opera en nuestra conducta el elemento alógico estudiado por Wilfredo Pareto, por el que este orden se invierte, de tal modo que primeramente actuamos y luego buscamos las justificaciones racionales que nos impulsaron a obrar de tal o cual manera. Estas consideraciones me sirven para reflexionar acerca de los motivos por los que decidí visitar nuevamente Jerusalén al año justo de haberla conocido en mi anterior viaje a Israel. Tal vez sea una cuestión banal, pero he indagado sobre ello y mi primera conclusión es que mi conocimiento de la ciudad no quedó satisfecho, porque el tiempo que dispuse para visitarla resultó insuficiente y no alcanzó para ver todos los lugares que tenía interés en visitar. Pero, aún siendo esto cierto, estoy convencido de que existe otra razón más poderosa relacionada con el elemento alógico de Pareto: mi antigua fascinación por todas las culturas mediterráneas que en algún momento tuvieron a Roma como su centro de poder, tanto político, económico y social como, fundamentalmente, cultural y artístico.


Octavio Augusto

No hace falta una complicada elaboración conceptual para ver que buena parte de nuestro discurso mental funciona de manera dual, oponiendo realidades análogas pero contrapuestas. Y, desde luego, no me cabe la menor duda de que si hay una ciudad en el mundo mediterráneo que simbólicamente sea la opuesta de Roma, esa es, precisamente, Jerusalén. Si en un esquema dialéctico, Jerusalén fuera la tesis, Roma es enteramente la antítesis, hasta tal extremo que todavía la liturgia de la Iglesia Católica, Apostólica y, sobre todo, Romana, se refiere a la capital de los césares y de los papas como la Nueva Jerusalén. En resumen, que siendo como soy mediterraneocéntrico y romanocéntrico, no podía dejar de interesarme captar el alma, por así decirlo, del modelo original, del lugar central desde el que se origina la tradición cultural judía que, unida a la corriente clásica aportada por la madre Grecia, produce en el gran crisol romano esa síntesis que llamamos “Civilización Cristiana Occidental”, a pesar de los pesares, el más alto exponente habido en la Historia Universal de la aventura del hombre en pos del conocimiento, aunque hoy, por avatares que ahora no es momento de analizar, el calificativo que alude a la vertiente cristiana sea vituperado por la barbarie generalizada que caracteriza esta época, en la que prácticamente se han olvidado los valores del humanismo y que pondrá fin a un modelo civilizador, ético, filosófico y artístico que se está derrumbando aparatosamente sobre nuestras cabezas y a cuyo final espero no tener que asistir en mis años postreros.


Platón. Busto del Museo Pío Clementino.
Ciudad del Vaticano


Aristóteles. Busto del Museo Nacional Romano,
 Palazzo Altemps

Si mi primera visita a Jerusalén fue todo lo impactante que cabía esperar, mis curiosidad de viajero no quedó satisfecha, por lo que, aprovechando el período de relativa paz que hemos venido disfrutando, decidí regresar a la ciudad de las tres religiones, pudiendo constatar que mi segunda y reciente visita ha sido tan completa como mis expectativas demandaban desde que, siendo todavía un niño, la ciudad de Jerusalén se perfilaba cuando las conocidas escenas y personajes de la Historia Sagrada cobraban vida a través de las magníficas fotografías en blanco y negro que ilustraban la edición de los cuatro evangelios y de los Hechos de los Apóstoles, imprimidos en Holanda, que me regaló un familiar, que tenía la peculiaridad de ser miembro de la miembro de la Iglesia Evangélica del Redentor, una de las muchas ramas del luteranismo europeo, tolerada en la España de entonces a pesar del nacional catolicismo imperante. En definitiva, que respecto a Jerusalén bien podría aplicarme aquellos versos de Federico García Lorca: “La primera vez no te conocí / la segunda sí”.

Gracias a mis precoces lecturas de la Biblia, sobre todo del Nuevo Testamento, desde aquellos años infantiles y juveniles sé algo que mi posterior formación de historiador, siempre insatisfecho con su bagaje, ha confirmado después de un derrotero cultural tan tan singular como variado: que mucho antes de que los seres humanos comenzaran a trazar el mapa del mundo científicamente, desarrollaron una geografía sagrada para definir su lugar en el universo emocional y espiritualmente. El gran Mircea Eliade, pionero en el estudio de los espacios sagrados, señaló que la veneración de un lugar santo precedió a todas las demás especulaciones sobre la naturaleza del mundo. Este fenómeno se encuentra presente en todas las culturas, representando una convicción religiosa primordial que constituyó una experiencia básica para construir su visión del mundo y llegaba a una profundidad mucho más honda que la del plano cerebral de la mente.


Mircea Eliade

Una vez que se experimentaba un lugar como sagrado, era radicalmente separado de sus alrededores profanos. Como allí se había revelado lo divino, el lugar se convertía en el centro de la tierra. Esto no se entendía de una forma literal o geográfica. Cuando los salmistas y los rabinos sostuvieron que el monte Sión era el lugar más elevado del mundo, los habitantes de Jerusalén no se inquietaron en absoluto ante el hecho evidente de que la colina occidental, situada en la otra ladera de los Tiropeón, fuera ostensiblemente más alta que el monte Sión. No describían la geografía física de la ciudad, sino el lugar que ésta ocupaba en su mapa espiritual: el pueblo de Israel sintió que Sión debía ser exaltada porque allí se encontraba más cerca del cielo.

¿Quiénes eran los israelitas? La Biblia dice que procedían originariamente de Mesopotamia. Durante un tiempo se asentaron en Canaán, pero hacia el 1750 a. de J. las doce tribus de Israel emigraron a Egipto a causa del hambre. Al principio prosperaron allí, pero su situación decayó y fueron sometidos a esclavitud, por lo que hacia el 1250 a.J. escaparon de la tierra de los faraones bajo el liderazgo de Moisés y vivieron como pastores nómadas en la península del Sinaí hasta que el hijo de éste, Josué, los condujo unos cincuenta años más tarde a conquistar Canaán en nombre de su dios, todavía uno más de los muchos dioses locales existentes en aquella zona, aunque no pudieron echar a los jebuseos que ocupaban Jerusalén, con quienes se vieron obligados a convivir y ante los que siempre se sintieron extranjeros. Su nomadismo hizo que, a diferencia de la mayoría de los dioses del Oriente Próximo, considerasen a Yahveh como una divinidad móvil no asociada con un santuario fijo y que habitara en una tienda-santuario. En los relatos patriarcales es crucial la búsqueda de una patria: Abrahán, Isaac y Jacob fueron siempre muy conscientes de su condición de extranjeros en Canaán. Este bien divulgado relato presenta un grave inconveniente: que se trata de una narrativa psudohistórica  impuesta como fidedigna con el fin de fabricar una identidad política y religiosa a unas minorías dispersas y étnicamente diversas sin otro vínculo que participar en la creencia de una mitología teológica sostenida a través de los siglos. En la historia de Jerusalén, judíos, cristianos y musulmanes se encontraron con otros pueblos que también se consideraron propietarios por simple hecho de haber ocupado algún pedazo de su espacio geográfico. Todos tuvieron que enfrentarse al hecho de que la ciudad y la tierra habían sido sagradas para otros antes que para ellos y que la integridad en el futuro de su posesión dependería en buena parte de la forma en que trataron a sus predecesores. Fue necesario inventar la conquista de la fortaleza de Sión hacia el año 1000 a.J. por el rey David para que, después de unidas transitoriamente las tribus de Israel y Judá, Jerusalén fuera asociada al universo judío, aunque de una manera no excluyente, pues Jerusalén siguió siendo una ciudad fundamentalmente jebusea y, según el relato bíblico, David respetó a los antiguos habitantes, así como a sus dioses locales, una política que continuó practicando su hijo Salomón, pese a que, en los terrenos comprados a los jebuseos por su padre en el monte Moriah, construyera el Primer Templo dedicado a Yahveh, que inmediatamente se convirtió en el lugar más santo del mundo judío. Vuelvo a insistir en que entre la "Historia Judía" y la Historia como disciplina científica existe el mismo abismo que hay entre la realidad observable y la ficción novelada. El exhaustivo conocimiento de la historia del antiguo Egipto nos permite afirmar que en el enorme acervo documental y arqueológico existente, no hay una sola mención sobre ninguna clase de "hijos de Israel" que vivieran en Egipto, que se rebelaran contra él, o que abandonaran el país en algún momento. Algo similar cabe decir acerca de las figuras de David y Salomón: a pesar de las numerosas excavaciones arqueológicas realizadas en Jerusalén y su entorno después de anexión por Israel, no se ha encontrado huella alguna de un importante reino del siglo X, el supuesto tiempo de David y Salomón. Al principio se sostuvo que la continua ocupación de la ciudad y la construcción masiva en el reinado de Herodes había destruido los restos, pero este razonamiento de desmoronó cuando se descubrieron importantes huellas de periodos anteriores de la historia de Jerusalén. Aunque estos hechos no hagan mella alguna en la fe de los creyentes, sean judíos o cristianos, realmente no se ha encontrado ninguna huella de esos legendarios reyes de Judea, cuyo poder y riqueza se describe en la Biblia equiparables a los poderosos gobernantes imperiales de Babilonia o Persia.                      

Escultura del rey David, en el monte Sión 


Templo de Salomón, maqueta del Museo de Israel

Llegado a este punto, creo importante destacar que la idea de la existencia en el mundo de espacios privilegiados desde los que la percepción humana puede ser revestida de características especiales no está vinculada a la Historia y tampoco es una superstición primitiva, sino que, contra lo que podría pensar una mente positivista, se trata de una intuición simbólica, en el sentido más exacto que le dio Jung en sus diversos ensayos, que tiene en nuestros días correspondencias tanto en la Física cuántica como en las Matemáticas de vanguardia, así como llenó el pensamiento poético de Paul Valéry y encontró su más alta expresión literaria en el relato El Aleph, del enorme Jorge Luis Borges. Este es el nombre de la primera letra del alfabeto de la lengua sagrada y se corresponde con lo que la Cábala designa como En-Soph, el lugar del conocimiento total, el punto desde el cual el espíritu percibe de un solo golpe la totalidad de los fenómenos, de sus causas y del sentido de la propia existencia. El Punto Más Allá del Infinito es identificable con el punto supremo del segundo manifiesto del surrealismo de André Breton, con el remate de la Gran Obra de los alquimistas, con el Punto Omega de Pierre Teilhard de Chardin y, posteriormente, también con las aproximaciones teóricas del cosmólogo norteamericano Frank J. Tipler, según muestra en su libro "La física de la inmortalidad", una obra asombrosa si reparamos en que está escrita por un físico y gran matemático.


Pierre Teilhard de Chardin



Borges, en su relato, utilizó los trabajos de la Cábala, de los alquimistas y las leyendas musulmanas. Otras leyendas, tan antiguas como la Humanidad y contenidas en la Sabiduría Antigua, evocan este Punto Supremo, este lugar privilegiado. Pero la época en que vivimos tiene la particularidad, aunque muy pocos sean capaces de apreciarlo, de que el esfuerzo de la inteligencia pura, aplicada una investigación ajena a toda mística y a toda metafísica, nos ha llevado a conceptos matemáticos que nos permiten racionalizar y comprender la idea del transfinito.



Jorge Luis Borges

Detalle de la puerta de la Yeshiva Cabalística de Jerusalén




En la matemática del transfinito, que estudia los aleph, la parte es igual al todo y es la base teórica que sustenta la fantástica realidad del holograma. Es una perfecta locura, si adoptamos el punto de vista de la razón clásica: sin embargo, es matemáticamente demostrable desde las aportaciones geniales de Georg Cantor. Igualmente demostrable es el hecho de que, si se multiplica un aleph por no importa qué número, se llega siempre al aleph. Y he aquí cómo las altas matemáticas contemporáneas coinciden con la Tabla de Esmeralda de Hermes Trimegisto (“lo que está arriba es como lo que está abajo”) y la intuición de poetas como William Blake, quien expresa la visión de todo el Universo contenido en un grano de arena.


Jerusalén como centro del mundo, en una ilustración
 del códice del Beato de Liébana

Si los matemáticos revolucionarios tienen razón, todo induce a pensar que la tienen, y las paradojas del transfinito son fundadas, se abren extraordinarias perspectivas a las vanguardias del espíritu humano. Se puede concebir que existan en el espacio puntos aleph, como el descrito en la novela de Borges. En estos puntos se encuentra representado todo el continuo espacio-tiempo, y el espectáculo se extiende desde el interior del núcleo atómico hasta la galaxia más lejana. La idea de los puntos transfinitos es prodigiosamente abstracta, pero no lo son menos las ecuaciones fundamentales de la relatividad, de las cuales se derivan, sin embargo, el cine hablado, la televisión y la bomba atómica. El gran matemático Paul Langevin hacía ya observar que el electricista del barrio manejaba perfectamente la noción, tan abstracta, de potencial, e incluso la había incorporado a su jerga; decía: "hay jugo".

Pues bien, en Jerusalén hay “jugo”. Para los practicantes del judaísmo, no me cabe duda de que el Muro de las Lamentaciones actúa como un acumulador de energía psíquica que resulta transmisible por contacto, al igual que pasa cuando recargamos una pila eléctrica gracias al cargador que enchufamos en la corriente  eléctrica. Algo que también sucede a la mayoría de los creyentes cristianos cuando visitan la Capilla del Gólgota o la Anástasis en la Iglesia del Santo Sepulcro.


Ante el Muro Occidental


Orantes ante el Muro Occidental


Peregrinos haciendo cola para visitar la Anástasis, en el lugar del Santo Sepulcro 


Capilla de la Anástasis, todavía cerrada


Cola para entrar en la Capilla del  Calvario, sobre la colina del Gólgota, dentro de
la Iglesia del Santo Sepulcro

Mi percepción del misterio, que no cabe identificar con creencia religiosa alguna, es personal e intransferible y, aunque enriquecida culturalmente por todas las aportaciones compatibles con mi manera de ser, no se adscribe a ninguna de las religiones institucionalizadas habidas o por haber. Esta advertencia sirve de preámbulo a la siguiente anécdota ocurrida a los pocos días de haber regresado de Jerusalén. A primeras horas de la noche recibí una llamada telefónica de la persona con quien había realizado el viaje y con la que no había tenido ningún contacto desde nuestra llegada. Después de referirse a su satisfacción por lo perfectamente que habíamos cumplido el programa previsto, los muchísimos lugares que había conocido y que juntos visitamos, dudando porque lo que iba añadir no tenía una explicación lógica, me confió que, a pesar de no haber parado desde que llegó por compromisos personales inaplazables, se sentía cargada de una extraña energía, una sensación de euforia interior no exaltada o vehemente, sino más bien consistente en la posesión de una sosegada fuerza impulsora de carácter psíquico que le llevaba a actuar con una decisión que no reconocía como habitual en ella. Procede decir que esta percepción era sintomáticamente tan exacta como sus diagnósticos clínicos, ya que mi compañera de viaje es doctora en medicina. “Me alegra mucho que me lo digas le repuse porque a mi me sucede exactamente lo mismo y de no haberlo mencionado tú, tal vez yo no me habría atrevido a confesártelo por temor a que pensaras que algo no anda bien en mi cabeza”.




 Bertrand Russell

Pues eso: que Jerusalén "tiene jugo". Tal vez, como otros muchos lugares considerados sagrados por la Humanidad a lo largo de miles de años, la ubicación geográfica de Jerusalén corresponda espacialmente a un punto aleph, lo cual explicaría muchas cosas de su complicada historia que con la sola razón no son entendibles. A lo mejor, refiriéndose a este tipo de coincidencias significativas, escribió Bertrand Russell, matemático enorme, filósofo, escritor Premio Nobel, pacifista, revolucionario y gran escéptico, que “las matemáticas y la poesía tienen la misma raíz”. Y si esto es así, me parece que el mejor final para esta entrega dedicada a Jerusalén puede ser el poema dedicado a la ciudad por Israel Efrat, poeta judío nacido en Polonia. 


                               
                             NOCHE EN JERUSALÉN

                                               I

              
               Jerusalén se levanta en la noche 
               como si alguno sobre su cabeza la molestara
               y con ella caminase profundo entre estrellas.
               ¡Mira! Allí oscila un racimo de estrellas
               contra una ventana, cerca del tejado.

               La ventana se abre bruscamente
               y un hombre demacrado
               alarga la mano y corta el racimo a navaja.

              Y toda la noche, sentado, come estrellas,
              come y desecha la piel y los granitos en un plato.
              Y relucen sus dedos y su boca.


                                                II

               Ahora en el silencio del fin de la vigilia:
               sonora sube la pisada de un hombre.

               Ahora cualquier piedra de la calle
               despierta al pie que la tropieza
               cual la tecla de un piano.

               Mi oído persigue la música
               de un paso que se aleja

               ¡Chitón! Campanas, campanillas de oro
               en los vuelos del gabán de algún hombre.

               En el silencio de las vigilias, 
               todo hombre es un sacerdote,
               toda Jerusalén es un templo.       



Vista desde la capilla franciscana del Dominus Flevit,
en el Monte de los Olivos











3 comentarios:

  1. Me encantaría visitar Jerusalén. Tus reportajes son extraordinarios.

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  2. Estaba convencido que Jerusalén el día que la visitara me transmitiría sensaciones difícil de explicar, aun no lo he hecho pero ahora sé que se llaman aleph

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  3. ¡Bingo! Has acertado. ¿Pero cómo sabes tú eso? No creo que hayas leído a Borges... Sí, el punto aleph..., el punto central que sirve de acceso al trasinfinito. O Carlos Castaneda: los lugares de poder. Fantástico. Ya hablaremos.

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