JERUSALÉN,
UNA CIUDAD Y TRES RELIGIONES
3. Ciudadela de David, la mejor opción
para comenzar la visita a la Ciudad Antigua
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Escudo de Jerusalén |
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Ciudadela y muralla occidental desde Yafo Street. En el centro se ve el minarete de la Ciudadela y a la derecha la cúpula
y torre de la Iglesia de la Dormición, en el Monte Sión |
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Judíos ortodoxos camino de la Puerta de Jaffa |
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Muralla y Puerta de Jaffa |
Muchas
guías turísticas aconsejan iniciar la visita a Jerusalén subiendo
a algunos de los miradores naturales ubicados en las
colinas que rodean la Ciudad Antigua, sobre todo el que está situado en la
cima del Monte de los Olivos, para obtener una panorámica general de
la configuración urbana, de las murallas y de los principales
monumentos. Aunque no me parezca mala idea, en esta ocasión yo
preferí conseguir mejor resultado desde un observatorio mucho
más cercano, ubicado ya en el interior del recinto amurallado y
desde el cual puede contemplarse con mayor cercanía el entramado de la vieja
Jerusalén: hablo de la gran atalaya sobre la ciudad que es la Ciudadela,
concretamente la azotea de la denominada Torre de Fassael.
Desde
el Monte de los Olivos la vista es, desde luego espectacular y su
contemplación resulta imprescindible, pero, a mi parecer, ofrece dos
inconvenientes importantes: el primero es que como punto de
observación está demasiado alejado del núcleo urbano: desde sus
miradores se domina casi exclusivamente la parte oriental de la
Ciudad Antigua, por lo que no resultará posible hacerse una idea de
las zonas norte y occidental del perímetro amurallado. La segunda es
de orden eminentemente práctico: dado que, por lógica natural, el
tiempo de estancia de que dispondrá el viajero siempre será inferior
al que precisaría para ver en condiciones lo mucho que la ciudad
ofrece, la visita al Monte de los Olivos deberá ir asociada a los lugares de interés ubicados en sus inmediaciones para
que el traslado resulte aprovechado. Realizar este itinerario la
primera jornada, necesariamente a pie y que se lleva una mañana
completa, supone postergar el conocimiento de la Ciudad Antigua, que
es el núcleo fundamental que guarda los principales monumentos y en
donde se desarrolla la desbordante actividad que bulle en sus
estrechas calles, plazoletas y bazares, a los que conviene asomarse a primeras horas de la mañana, antes de que las oleadas de turistas lo invadan todo. De este modo, cuando
posteriormente subamos al Monte de los Olivos seremos capaces de
distinguir fácilmente los monumentos construidos a intramuros por la
simple razón de que ya habremos visitado, con mayor o menor
detenimiento, la mayor parte de ellos.
Nuestro
deambular mañanero camino de la Ciudad Antigua, después de haber
desayunado como Dios manda, fue una delicia gracias a la frescura del
aire y porque la lenta aproximación a la Puerta de Jaffa discurre
por la zona peatonal magníficamente urbanizada que bordea la
muralla, entre restos arqueológicos y espacios ajardinados, por la
que el denso tráfico rodado desaparece tragado por el túnel
subterráneo construido en la Khativat Yerushalayim. El cielo
rabiosamente azul cobalto destacaba contra la blancura rosácea de
una ciudad que iba tomando cuerpo conforme avanzábamos. La luz en
Jerusalén suele ser tan poderosa, incluso cuando las nubes pueblan
el espacio, que casi siempre abre entre la tierra y el cielo
encapotado alguna franja de claridad, dejando en el horizonte
brochazos de luminosidad plateada.
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Puerta de Jaffa |
¡Jerusalén...!
Cuando convocas su nombre en donde sea y ante quienes sean, observas
que se produce un impacto que traspasa los siglos. Y esa es la
impresión que siente el viajero cuando llega por fin a la Puerta de
Jaffa, la más importante de todo el recinto amurallado, porque de
ella partía la ruta que conducía al puerto de Jaffa, de donde toma
su nombre. Fue construida, como todo el recinto amurallado, por
Suleimán el Magnífico, el más grande de los sultanes otomanos,
como consta en la hermosa inscripción dedicada a él y a sus obras, que adorna el tímpano existente entre el dintel y el el elegante
arco ojival en el que se enmarca. La entrada, provista de una gran
puerta de hierro, nos obliga a torcer hacia la izquierda en ángulo
recto, recurso ideado por la estrategia militar anterior a la
artillería para forzar a los carros enemigos y a su infantería a
aminorar sus velocidad y favorecer las defensas desde la muralla. Cuando
se traspone, descubrimos que en realidad se trata de una doble
puerta, porque a su lado hay practicada una entrada para que los
vehículos puedan atravesar, en sentido único, el casco antiguo por
la única calle abierta a la circulación, y que conduce, cruzando
longitudinalmente el barrio armenio, a la Puerta de Sión.
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Suleimán el Magnífico |
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Detalle de la Puerta de Jaffa |
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Inscripción en honor de Suleimán el Magnífico |
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Cruzando la Puerta de Jaffa |
Como
detalle curioso cabe reseñar que esta entrada, una simple abertura
en la muralla, fue abierta a toda prisa cuando el kaiser alemán
Guillermo II anunció que durante su visita a Jerusalén, en octubre
de 1898, pensaba hacer su pomposa entrada sin bajarse de su caballo
blanco. Según convenciones muy antiguas, el que un soberano cruzara
la puerta de una ciudad montado a caballo era considerado un acto de
conquista: la Historia cuenta que el mismísimo Alejandro Magno se
desmontó de su caballo Bucéfalo y, como muestra de respeto, entró
en Atenas a pie, mientras sujetaba las bridas de la cabalgadura. Por
consiguiente, y para evitar un conflicto diplomático internacional,
el kaiser Guillermo fue conducido a la nueva entrada, adornada para
la ocasión, que no era una puerta
propiamente
dicha.
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Entrada en 1898 del káiser de Alemania, Guillermo II y de su esposa, Augusta Victoria |
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Arco decorativo en la entrada abierta junto a la Puerta de Jaffa para que pasara el káiser |
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Guillermo II durante su visita a la Explanada de las Mezquitas situada en el Monte del Templo |
Sin
embargo, el general Edmund Allenby no fue tan pretencioso y a pesar de
que pudo hacerlo cuando conquistó Jerusalén a los otomanos durante
la I Guerra Mundial, entró a pie por la Puerta de Jaffa para
presidir la ceremonia de rendición de la ciudad a las tropas
británicas el 9 de diciembre de 1917 desde las gradas de la escalinata
que sirve de acceso principal a la Ciudadela. Desde allí aseguró a los habitantes de la ciudad, a la que denominó "Jerusalén la Bendita", que protegería los santos lugares y preservaría la libertad de cultos de las tres religiones de Abrahán, en nombre del Gobierno de S.M. Británica.
Allenby traspasó inmediatamente el control de la ciudad al teniente coronel Ronald Storr, quien concedió la hegemonía del consejo municipal de seis miembros, dos por cada religión, a un alcalde árabe, asistido por un judío y un cristiano. Pero la decisión no satisfizo a los judíos, porque formaban algo más del 50 por ciento de la población. Tampoco agradó a los árabes ver el hebreo en los anuncios oficiales, en paridad con el inglés y el propio árabe, empezando una campaña de agitación que acusaba a los británicos de ser los nuevos cruzados, en esta ocasión con la complicidad de los judíos. Pese a la indudable voluntad de entendimiento que intentó demostrar con todos, Storr se vio pronto desbordado por la animosidad que ambas partes mantenían entre sí. Por eso escribió con británica ironía: "Dos horas de quejas de los árabes me llevan a la sinagoga, pero después de un curso intensivo de propaganda sionista estoy dispuesto nuevamente a abrazar el islam". El hecho fue que no contentó a nadie y en su búsqueda de la imposible equidistancia, anmistió a Haj Amin Al-Huseini, un radical que se oponía ferozmente tanto a la presencia británica en Palestina como a la de los judíos, quien no tardó en instigar los primeros ataques contra los inmigrantes judíos llegados a Palestina, con el resultado de decenas de muertos en las revueltas que se produjeron 1920, que volvieron a reproducirse con insólita violencia nueve años más tarde en toda la zona de ocupación británica, con el resultado de 133 judíos muertos y 339 heridos, mientras que la policía británica había dado muerte a 110 árabes y seis más habían muerto en un contrataque judío cerca de Tel Aviv. Toda esperanza de que se hiciera realidad la soñada colaboración entre árabes y judíos había saltado hecha añicos. Un nuevo período de fatídicas turbulencias se estaba abriendo paso en el incierto futuro de Jerusalén, siempre proclamada como Ciudad de la Paz, pero que los hechos no se cansaban de demostrar que en realidad era la Capital de la Discordia, tal como venía ocurriendo desde hacía más de dos mil años.
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El General Allenby entra a Jerusalén por la Puerta de Jaffa después
de la toma de la ciudad por las tropas británicas en octubre de 1917 |
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El General Sir Edmund Allenby preside en la escalinata de la Puerta de Jaffa la parada militar con ocasión de la toma de Jerusalén |
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El General Allenby pasa revista a sus tropas frente
a la Torre Fassael de la Ciudadela |
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La Torre Fassael de la Ciudadela |
Cuando
el viajero accede a la plaza, llamada hoy Omar Ibn El-Katthab Square
y que es más bien una explanada en forma de "L" alrededor del recinto
fortificado, adquiere conciencia de la primera gran contradicción de
Jerusalén: que es demasiado oriental para ser una ciudad occidental
y que, al mismo tiempo, es demasiado occidental para ser oriental, así, las primeras referencias que encuentra tienen hondas referencias
cristianas: las calles del Patriarcado Latino, que se abre
inmediatamente a la izquierda, y la siguiente, Casa Nova, a cuya
mediación se encuentra el Patriarcado Católico Griego en la esquina
con St. George Street, que conduce directamente a la Iglesia del
Santo Sepulcro.
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Puesto de pan recién horneado y zumos en Omar Ibn El-Khattab Square |
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Clientes madrugadores |
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Inicio de la Calle del Patriarcado Latino |
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Calle del Patriarcado Latino |
Un poco más adelante, frente a la entrda de la
Ciudadela, se encuentran la Iglesia Maronita y el Complejo Anglicano,
cuyo centro es la iglesia de Cristo, primer templo protestante
construido gracias a una especial concesión de Muhammad Ali Pasha,
un turco de Albania y comandante otomano que había combatido contra
Napoleón en Egipto. Después de la marcha de los franceses, su
ambición fue la de hacer de Egipto un Estado moderno, gobernado
según parámetros occidentales en el que todos los ciudadanos fuesen
iguales ante la ley, cualesquiera que fueran su raza o su religión, un concepto que carecía de precedentes en Palestina, en la que la adscripción religiosa era fundamental para determinar los derechos individuales y sociales desde hacia más de dos milenios.
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Muhammad Ali Pasha |
Muhammad
Ali modernizó el ejército y en noviembre de 1831 tuvo fuerza para
invadir Palestina y Siria, arrebatando estas provincias a los
otomanos, en las que gobernó nueve años, que fueron decisivos para
Jerusalén gracias a sus reformas, continuadas por su hijo Ibrahim
Pasha, que permitió a los cristianos reparar sus edificios y construir nuevas iglesias, una oportunidad que
aprovecharon inmediatamente los franciscanos. Su iglesia de la
Flagelación fue uno de los principales edificios cristianos
construidos en la Via Dolorosa, que pasó a ser progresivamente una
nueva calle cristiana durante el siglo XIX.
De
igual manera se comportó con los judíos, a los que también
concedió permisos para reconstruir sinagogas y yeshivas o escuelas
rabínicas, pese al enfrentamiento entre los diversos grupos religiosos
judíos: los sefardíes
se oponían a los ashkenazis,
los hasidim
contra los mitnaggedim
y todos ellos contra los que se fueron convirtiendo al cristianismo,
cuyos nuevos centros educativos construidos por los franciscanos y
las diversas ramas protestantes, sobre todo inglesas, les
proporcionaban de forma gratuita una educación similar a la de los
países occidentales. Cuando las potencias europeas restituyeron a
los otomanos en 1840 el control de Palestina, el sultán Mahmud II
demostró un nuevo interés por Jerusalén y, persuadido de la atención occidental por la Ciudad Santa, durante un breve período dispuso que su gobierno dependiera directamente de Estambul, mientras que la población crecía
y se configuraba de manera distinta: en 1840 había censados 10.750
habitantes en la ciudad, de los cuales 3.000 eran judíos y 3.350
cristianos, pero a principios del siglo XX el panorama ya era bien
distinto: de los 55.000 habitantes que alcanzó, los judíos
eran 35.000, mientras que musulmanes y cristianos se dividían, a
partes iguales, los 20.000 restantes.
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El sultán oromano Mahmud II |
Mi
intención para la primera jornada era recorrer el conjunto de la Ciudad Antigua sin detenernos demasiado en ninguna parte, a
excepción de la Ciudadela, a fin de impregnarnos de los ambientes de
sus diversos barrios y familiarizarnos con los ejes principales de
aquel laberinto de callejas, que durante los días siguientes
patearíamos a todas horas. El tiempo seguía jugando misteriosamente
a nuestro favor: faltaba más de una hora para las 10:00, que es
cuando se abre al público la Ciudadela, así que optamos por
acercarnos a la iglesia del Santo Sepulcro, abierta desde las cinco
de la mañana, recorriendo la calle Kikar David (Al-Bazar para los musulmanes) para
disfrutar de la apacibilidad del momento, antes de que con la
apertura de tiendas y tenderetes despertase la febril actividad
comercial y las angostas calles de nuestro breve recorrido se viesen
abarrotadas por las mesnadas de turistas, sabiendo que la detenida
visita al principal referente cristiano de Jerusalén la
realizaríamos más adelante. Este plan dosificado también vendrá
bien al lector curioso que se interese por la lectura de estas
páginas, ya que le evitaré una indigestión descriptiva de los
monumentos jerosolimitanos, a los que me iré refiriendo agrupados en
unos cuantos itinerarios adecuadamente escogidos.
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Kikar David Street a primeras horas de la mañana |
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Christian Quarter Road o Calle del Barrio Cristiano a primeras horas
de la mañana |
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Kikar David (Al-Bazar para los musulmanes), a la altura de St Mark Street |
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Muristan Bazar, con la Iglesia Luterana del Redentor al fondo |
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Fuente otomana del Bazar Muristan |
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Una zona donde se mezclan los comercios cristianos, árabes y judíos |
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Terrazas en Muristan, todavía vacías |
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Para el abastecimiento de los comercios se utilizan pintorescos vehículos que producen momentáneos atascos en las estrechas calles... |
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... o, lo que es más frecuente, la tracción a fuerza de brazos |
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Comercios cristianos y árabes mezclados en las calles limítrofes de
los barrios respectivos |
Avanzamos
por Kikar David (Al Bazar) para torcer a la izquierda por la calle
Muristam hasta la plazoleta con la airosa fuente que sirve de centro
al gracioso bazar otomano rodeado de un peristilo columnado situado junto a la Iglesia Luterana del Rendentor, consagrada en 1898
durante la visita del kaiser Guillermo II, cuya más notable
característica es la alta torre que se destaca en la proximidad del
Santo Sepulcro, pero cuyo interior tuvimos ocasión de comprobar,
cuando más adelante la visitamos, que era tan frío y carente de
interés como el de casi todas las iglesias luteranas.
Y
con estas, después de trasponer el estrecho cobertizo que enlaza con
St. Helena Street, se abrió ante nuestra ávida mirada la amplia plazoleta
que acoge la fachada principal, de traza indudablemente cruzada, de
la Iglesia del Santo Sepulcro, que ante nuestro asombro, la mañana de aquel martes
día 21 de mayo, aparecía tan tranquila como todo el trayecto que
habíamos recorrido, así que nos sentamos un rato en el largo murete
de mármol adosado a la fachada lateral de la plaza para dilatar
aquel momento y tomar conciencia plena de dónde estábamos.
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Los primeros peregrinos cruzan el arco de St. Helena Road para acceder
al Santo Sepulcro |
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Fachada del Santo Sepulcro |
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Lateral derecho de la plaza del Santo Sepulcro |
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El autor junto a la fachada del Santo Sepulcro |
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Popes ortodoxos griegos conversan en la plaza del Santo Sepulcro |
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Fraile de la orden franciscana junto a la puerta del Santo Sepulcro |
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Losa de la Unción, junto a la puerta del Santo Sepulcro |
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En la parte superior de la foto puede verse la Capilla del Gólgota o Calvario |
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Lámparas votivas suspendidas sobre la Losa de la Unción |
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Rotonda donde se encuentra el edículo del Santo Sepulcro o Anástasis |
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Exterior de la Anástasis o Sepulcro de Jesucristo |
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Cúpula del Katolikón |
La
visita se prolongó más de lo que pensaba para aprovechar que
los grupos de peregrinos aún no habían aparecido, así que
recorrimos el templo en su totalidad, comenzando por la Capilla del
Calvario, cuya escalera se inicia apenas se traspone la entrada, a
la derecha de la Losa de la Unción. Observamos que todavía
permanecía cerrado el templete de la Anástasis, situado sobre el
sepulcro de Jesús, circunstancia que no nos preocupó, ya que de
antemano había decidido que lo veríamos en nuestra próxima visita.
Dados por satisfechos, regresamos a la Ciudadela por St. Helena
Street, donde está el Patriarcado Griego Ortodoxo, y St George
Street, a cuya derecha se encuentra el Patriarcado Griego Católico.
Cuando accedimos nuevamente a Omar Ibn El-Katthab Square ya se veían
abiertos la mayor parte de los comercios de la calle Kikar David y
las primeras oleadas de turistas desfilaban en grupos compactos precedidos por
los guías y sus características banderitas, algo que los viajeros auténticos somos incapaces de soportar.
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Entrada a la Ciudadela en Omar Ibn El Khattab Square |
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Acceso sobre el foso que rodea la Ciudadela, antiguo puente levadizo |
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Foso y murallas |
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Parque arqueológico en el interior de la Ciudadela |
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Muralla occidental y zona arqueológica |
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Cúpula otomana con el minarete al fondo añadido en el siglo XVII |
Como
había previsto, también fuimos de los primeros en entrar a la
Ciudadela, así que nos alegró comprobar que su visita discurriría
al mismo ritmo tranquilo que veníamos disfrutando. A pesar de su
nombre, la Ciudadela nada tiene que ver con el Rey David: hoy sabemos que fue
edificada, sobre anteriores bastiones fortificados asmoneos, durante el
reinado de Herodes el Grande, que también mandó construir un
fastuoso palacio en sus inmediaciones, reforzando el complejo en el
año 24 a.C. con tres torres colosales bautizadas con los nombres de uno de sus
hijos, su mejor amigo y su esposa: Hippicos, Fassael y Mariamme.
Cuando fue sofocada la Gran Rebelión Judía (66-74 d. C) por
Vespasiano y, después de que fuese nombrado emperador, por su hijo
Tito, las tropas romanas destruyeron lo que quedaba en pie de los edificios
del Templo, donde la resistencia judía luchó hasta la aniquilación. No obstante, los romanos mantuvieron las tres torres como cuartel de sus legiones, pasando al
cabo de los siglos por usos sucesivos como alojamiento de monjes
bizantinos, fortificación omeya, fortaleza cruzada, bastión
mameluco y ciudadela otomana (cuyos sendos restos arqueológicos pueden
verse en el interior del recinto) a la que el inevitable Suleimán el
Magnífico remodeló para darle un aspecto muy parecido al actual, a
excepción del minarete circular añadido en 1635.
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Maqueta de la Ciudadela |
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Minarete otomano construido en 1635 |
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La esbelta altura del minarete caracteriza el perfil de Jerusalén |
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Tronera defensiva en la muralla |
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Arco y murallas interiores |
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La Torre Fassael |
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Escultura en bronce de David con la cabeza de Goliat a sus pies |
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Bajorrelieve asirio alusivo a la Cautividad de Babilonia, en
el Museo de la Ciudadela |
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Nabudoconosor trinfante en su carro de guerra |
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Personajes de finales del periodo otomano en el Museo de Historia,
ubicado en la Ciudadela |
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La figura del aguador |
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Torres, murallas y parque arqueológico |
La
imprescindible visita a la Ciudadela incluye la del Museo de la
Historia de Jerusalén, espléndidamente instalado en sus torres
siguiendo criterios didácticos que muestran los distintos periodos
de la historia de la ciudad hasta el final del mandato británico en
noviembre de 1947. Después de la reunificación de la ciudad en 1967 fue restaurada con mimo y abierta al público. Pero, sin duda, unos
de los atractivos más interesantes de la visita es contemplar desde
la azotea de la torre más alta, la de Fassael, el espléndido
panorama de la Ciudad Antigua y la moderna Jerusalén, desde las dos inmediatas
cúpulas del Santo Sepulcro, el monte del Templo con sus actuales
construcciones musulmanas, las torres o cúpulas de iglesias,
mezquitas y sinagogas, hasta las colinas que circundan el perímetro
amurallado, entre las que destaca el Monte de los Olivos, pasando por
el amplio cinturón de avenidas y autovías que comunican entre sí
las distintas zonas de la ciudad moderna, resultando muy fácil
distinguirlo todo gracias a los magníficos paneles de señalización
colocados en las cuatro caras del excepcional observatorio, lo que
confiere razón a mi elección ya mencionada de haber aconsejado al viajero que comience
la visita a Jerusalén precisamente por la Ciudadela.
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Cúpulas del Santo Sepulcro desde la Torre Fassael |
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Torre de la Iglesia Luterana del Redentor con el Monte de los Olivos al fondo |
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Pasillo almenado en la muralla oriental de la Ciudadela |
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Muralla occidental. Al fondo puede verse la torre de la Iglesia de la Dormición |
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Vista del Jerusalén moderno desde la Ciudadela |
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Banderas de Israel y de Jerusalén en la Torre Fassael |
A
partir de esta visión de conjunto y gracias a las referencias de los
monumentos más sobresalientes de la Ciudad Antigua, cuya ubicación
aproximada ya no nos será desconocida, estaremos en perfectas
condiciones de encaminar nuestros pasos, con la eficaz ayuda del
imprescindible plano de la ciudad, hacia los itinerarios que
previamente hayamos decidido, pues, entre el compacto laberinto de
cúpulas, terrazas, techumbres de todo tipo, cables, antenas
parabólicas, aparatos de aire acondicionado, paneles solares y un
largo etcétera, gracias a estos enclaves identificados podremos intuir por dónde transcurren los ejes viarios del perímetro
amurallado, que sigue manteniendo en nuestros días la división
romano-bizantina de cuatro barrios principales (cristiano,
musulmán, judío y armenio), unidos por las mismas vías ahora existentes.
Las calles Kikar David y Ha-Shalshelet discurren de oeste a este, uniendo la Puerta de Jaffa con el Muro de las
Lamentaciones y el Monte del Templo; las calles Bet Ha-Bad y sus
prolongaciones, Ha-Yehuhim o Habad, conectan de norte a sur las
Puertas de Damasco y Sión, existiendo un tercer eje, la calle
Ha-Gai (Al-Wad para los musulmanes), que une las Puerta de Damasco con la de las Basuras, situada frente al parque arqueológico de la Ciudad de
David, fuera ya del perímetro amurallado.
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Maqueta de la Ciudad Antigua en la época romano-bizantina, en la que se distinguen los actuales ejes que cruzan el perímetro amurallado |
Después
de haber comprobado estas valiosas, por útiles, correspondencias
topográficas, todavía extasiados ante una panorámica que abarca
los 360º del horizonte visible desde el privilegiado observatorio de
la Torre Fassael y sin atrevernos a decidir el momento de
abandonarlo, porque percibiremos estar viviendo un momento muy
especial que será difícilmente repetible ̶
nunca las cosas vuelven a verse como la vez primera ̶ . Entonces el viajero no podrá menos que acordarse del conocido texto que
aparece en los Salmos:
Si
me olvidare de ti, oh Jerusalén,
pierda
mi diestra su destreza.
Mi
lengua se pegue a mi paladar,
si
de ti no me acordare;
si
no enalteciere a Jerusalén
como
preferente asunto de mi alegría
(Salmos
137:5-6)
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Vista al Sur con la Iglesia de la Dormición al fondo, sobre el Monte Sión |
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Vista de la parte oriental, con el Monte del Templo en primer plano y al fondo el Monte de los Olivos |
Datos
útiles para el viajero:
Horario
para visitar la Ciudadela:
De
domingo a jueves, de 10:00 a 16:00 y sábado de 10:00 a 14:00
Precio de la
entrada: 30 shékels (6,38 euros)
¿Que si conozco Jerusalen? .....Como si estuviera en mi casa
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