DE ESPAÑA INVERTEBRADA
A ESPAÑA DESVERTEBRADA
¿Hasta
cuándo, Catilina, abusarás de nuestra paciencia?
Marco Tulio Cicerón
He llegado a tiempo de
Inglaterra para ver, a través de las magníficas imágenes que nos
ha ofrecido la televisión, la proclamación de Felipe VI como Rey
Constitucional de España. No he podido menos que recordar, con la
añoranza que el pasado concede, la proclamación de su padre después
del entierro de Franco, sucesos ambos que viví en directo desde las
calles de Madrid. No me parece cierto que las circunstancias con las
que se encontró el rey Juan Carlos a su llegada fueran peores a las
que deberá afrontar ahora su hijo y heredero: hoy el pueblo español
en su conjunto es, desde luego, mucho más libre, pero no me cabe
duda que también es bastante más incivilizado. Por otra parte,
entonces todo eran esperanzas que, podemos constatarlo, en buena
parte han resultado fallidas a causa de que nos ha tocado padecer las
consecuencias de la peor clase política que cabía esperar, de tal
manera que, mayoritariamente, hoy nos sentimos no solamente estafados
sino profundamente asqueados y hasta desesperanzados.
En líneas generales, me
ha gustado, dentro de lo que cabe, el discurso del nuevo Rey y el
toque de humanidad que hemos podido ver en el emocionado homenaje que
ha dedicado a su madre, la reina Sofía, una figura siempre ejemplar
y digna de la que, según parece, el rey Felipe ha heredado su
carácter, tan alejado de la vulgaridad del de su padre, a la que,
piadosamente, hemos preferido llamar “casticismo”. Personalmente,
poco carisma he visto nunca en la persona de D. Juan Carlos, incapaz
de pronunciar tres palabras seguidas bien dichas. Por el contrario,
las cualidades ideales que los tratadistas han atribuido al
"príncipe" las he visto mejor encarnadas en la reina
Sofía, quien, aunque procedente de un país mediterráneo, lleva en
su genética y en su carácter la impronta alemana. A la emotividad
llorona borbónica y discontínua, prefiero el análisis racional de
los hechos y la laboriosidad del trabajo bien hecho. Si, como parece
ser, el rey Felipe ha salido a su madre, creo que todos saldremos
ganando.
Los gestos populistas tienen su lugar, qué duda cabe, pero para desarrollar la difícil tarea que el nuevo monarca tiene por delante deberá echar mano de su magnífica preparación intelectual y de la inteligencia que no parece faltarle. En cualquier caso, nunca podrá hacer que llueva café, que es lo que, según parece, amplios sectores de la ciudadanía esperan de él, mientras que los profesionales de la algarada y de la descalificación permanente hacia la monarquía, que, ¡oh paradoja!, suelen nutrirse de las ubres de ese mismo Estado que pretenden destruir, recrudecerán sus ataques, porque creen que ha llegado su momento. El otoño va a ser terrible y como el PSOE se escore hacia la demagogia de Podemos, me temo que habremos de sortear borrascas y hasta ciclones. Y de don Rajoy no me fío ni lo más mínimo como capitán de la nave, pese a que Galicia sea la cuna de tantos buenos marinos.
Los gestos populistas tienen su lugar, qué duda cabe, pero para desarrollar la difícil tarea que el nuevo monarca tiene por delante deberá echar mano de su magnífica preparación intelectual y de la inteligencia que no parece faltarle. En cualquier caso, nunca podrá hacer que llueva café, que es lo que, según parece, amplios sectores de la ciudadanía esperan de él, mientras que los profesionales de la algarada y de la descalificación permanente hacia la monarquía, que, ¡oh paradoja!, suelen nutrirse de las ubres de ese mismo Estado que pretenden destruir, recrudecerán sus ataques, porque creen que ha llegado su momento. El otoño va a ser terrible y como el PSOE se escore hacia la demagogia de Podemos, me temo que habremos de sortear borrascas y hasta ciclones. Y de don Rajoy no me fío ni lo más mínimo como capitán de la nave, pese a que Galicia sea la cuna de tantos buenos marinos.
Me ha gustado sobre todo
la valentía personal que ha demostrado, a pesar de los evidentes
riesgos, que el rey Felipe eligiera un coche descubierto para
recorrer el largo trayecto que va desde el edificio del Congreso, en la Carrera de San Jerónimo, al
Palacio de Oriente. Afortunadamente, una vez más, el pueblo de
Madrid, punto de encuentro y espejo de las Españas, ha sabido estar
a la altura de las circunstancias y con su numerosa presencia ha
ratificado cívicamente la indudable legitimidad del nuevo monarca, a
quien le deseo lo mejor, para bien de mí mismo y para bien de todos.
Los representantes del republicanismo populista se han mostrado una
vez más como lo que verdaderamente son: la vanguardia de una chusma
que busca destruir lo poco o mucho que tenemos sin aportar como
soluciones a los problemas que padecemos más que soflamas casposas,
demagogia totalitaria, ruido y furia. Por eso, no nos cabe otra
opción que la de apoyar y defender a quien desde hoy ocupa la
Jefatura del Estado, ya que la Corona es el único símbolo visible
de la unidad nacional que nos han dejado a los españoles la mala
gestión de una clase política tan incompetente, cobarde y tribal que se ha
mostrado incapaz durante casi cuatro décadas de consensuar una letra
para el himno nacional, un caso tan simbólico como único en la
Historia, hasta donde yo sé.
¿Qué buen vasallo si hubiese buen señor...! |
Como ha escrito Santos
Juliá, “nada se puede objetar a la legitimidad de una movilización
por la República, pero no deja de suscitar cierta melancolía que a
su cabeza se encuentren los herederos de quienes en los años sesenta
del pasado siglo enseñaron a jóvenes desorientados que el problema
no era Monarquía o República, sino democracia o dictadura. Hoy,
como ya no hay dictadura, pero como volvemos a saborear el placer
intelectual y el potencial movilizador de las claridades dicotómicas,
el dilema vuelve a enunciarse, por quienes inventan una tradición
republicana de la que se apropian ochenta y cuatro años después de
haberla despreciado y combatido, como Monarquía o democracia. Con lo
cual, limpios de polvo y paja, volvemos a 1930 sin que aquí haya
pasado nada”.
En cuestiones políticas
(y en casi todo lo demás) yo practico desde hace muchos años el
decir de Machado, "la infinita inocencia que da no creer en
nada. En nada". Como decía Ortega, "las ideas se tienen,
en las creencias se está", sencillamente porque las primeras
son productos del conocimiento reflexivo, mientras que "estar en
la creencia" no implica para nada poseer algún tipo de saber
susceptible de ser evaluado objetivamente o verificado. Por eso, sin
entrar en el creer o no creer en la institución monárquica,
considero que aquí y ahora es el mejor blindaje posible para
intentar conjurar lo que se nos viene encima.
La razón última de la
enfermedad desintegradora que sacude España es el mantenimiento a
ultranza de un modelo de Estado inviable, fuente de todo nepotismo y
de toda corrupción, impuesto por la nomenclatura de unos partidos en
connivencia con las oligarquías financiera y económica, con el
poder judicial y con los organismos de control a su servicio. En
España no opera en la práctica la separación de poderes, ni la
independencia del poder judicial, ni los diputados representan a los
ciudadanos, solo a los partidos que los colocan en sus listas
cerradas. Esta es la realidad que los partidos políticos se niegan a
reconocer y que nos está conduciendo al mayor desastre nacional
desde la Guerra Incivil y que la Constitución de 1978 consagró como
modelo. Aquí está el germen destructivo del proceso dinámico que
entonces se desencadenó: no poner un límite claro y preciso al
proceso de descentralización que cristalizó en el llamado Estado de
las Autonomías.
Me parece una realidad
evidente, que este proceso centrífugo se convirtió muy pronto en un
proceso de desintegración, ya que las minorías nacionalistas
obtuvieron una parcela de representación y de poder muy superior al
que por su cuantía numérica les hubiera correspondido, poder que
utilizaron y siguen empleando para desarrollar políticas
insolidarias y hasta belicistas con el resto del conjunto nacional.
La peor manifestación de este movimiento centrífugo y uniformemente
acelerado fue permitir la coexistencia de particularidades educativas
que no buscaron otra cosa que afirmar personalidades tribales basadas en los particularismos étnicos, históricos, geográficos y
culturales, con muy especial vocación para romper la natural unidad
lingüística nacional, basada en los muchos siglos de utilización
del español como lengua común y vertebradora de la nación
española, así como de la cultura hispánica, una de las pocas que merece en los tratados de Historia el título de universal.
La clase política en su
conjunto y los poderes del Estado han preferido soslayar este
problema y apostar por su propio y privilegiado mantenimiento de
casta dominante, usufructuaria de un poder llamado “democrático”, pero que dejó de serlo desde el mismo momento en
que se dedicó a crear más desigualdad y desorden que a fortalecer
las estructuras comunes y a resolver los problemas reales de unos
súbditos a los que se les llama “ciudadanos” por el mero hecho
de votar a cada cuatro años entre galgos y podencos, al fin y al
cabo, perros de muy parecida naturaleza y actitud: ocupar la
totalidad del poder. Y en esas estamos. Para ellos ya no se trata de
construir España como nación, sino apoderarse de las “Españas”
dispersas en los feudos territoriales, esos reinos de taifas que
permanentemente desafían la autoridad del Estado a lo largo y ancho
de nuestra geografía peninsular. Hasta llegar al órdago en toda
regla que Artur Mas lidera desde la Generalidad de Cataluña, la
estrategia común, envolvente como la de las arañas, se ha cifrado
más en acosar al Estado por vías indirectas que en el ataque
directo, en controlar (como sea y con quien sea) las Autonomías,
para desde ellas vaciar de contenido el poder del Estado central,
aunque eso suponga la disolución de España como referente de nación
o sociedad vertebrada dentro de la Unión Europea.
Después de todo lo
dicho, cabe afirmar que plantear ahora como perentorio el falso
debate entre Monarquía o República es una maniobra más para
desestabilizar al Estado nacional (adjetivo de uso prohibido en la España actual) y provocar su desmoronamiento a través de
algaradas callejeras, tal como ocurrió en España a partir de
1931. El mito de las libertades republicanas se lo cargó la propia
República el mismo día de su proclamación, cuando su primera
decisión fue la de aprobar, con la resistencia de Indalecio Prieto,
una Ley de Defensa de la República con carácter de urgencia,
refrendada por el Congreso el día 20 de octubre. De este modo, la
Constitución republicana nacía ya amputada por una ley arbitraria
que vigilaba las libertades en ella estipuladas y que fue la norma
jurídica por la que se regirá el país hasta la aprobación de la
Constitución de 1931, en la que se reconocían las libertades
públicas, pero a continuación se concedía al Gobierno “plenos
poderes” para suspenderlas sin intervención judicial, “si la
salud de la República, a juicio del Gobierno, lo reclama”.
Así pues, el gobierno republicano no estableció un régimen de libertad general ni de lejos parecido al que hoy disfrutamos con nuestra monarquía, como lo prueba el análisis de las limitaciones al derecho de reunión hacia las diferentes opciones políticas, de forma que los grupos conservadores de signo monárquico y sectores de la izquierda, tales como anarquistas y comunistas, tuvieron serias restricciones para ejercerlo. En esa línea, se toleraron, y no siempre, las reuniones en locales cerrados, quedando prohibido su ejercicio en lugares públicos. Por ejemplo, una manifestación que se organizó a la salida de una reunión que el Partido Comunista de España celebró el 1º de mayo en San Sebastián, fue disuelta contundentemente por la fuerza pública, produciéndose numerosos heridos.
Más significativo aún
de cómo iba a abordar el nuevo Gobierno el orden público y la
libertad de prensa fue lo que ocurrió en torno a los sucesos que se
produjeron en San Sebastián el 28 de mayo. Aquel día unos
huelguistas de Pasajes que se dirigían a San Sebastián fueron
bloqueados por la Guardia Civil en el puente de Miracruz. Ante la
negativa de aquéllos a disolverse, los guardias civiles comenzaron a
disparar ocasionado la muerte a ocho personas y más de cincuenta
heridos. Ante la magnitud del hecho, el ministro de la Gobernación,
Miguel Maura, reunió a todos los directores de periódicos para
recordarles “que se hallaban frente a un ministro que disponía de
plenos poderes en materia de orden público” (dos semanas antes ya
había decretado la suspensión temporal del diario monárquico ABC y
del diario católico El Debate, a raíz de los hechos conocidos como
la “quema de conventos" para acallar las voces críticas, información que a quien le interese puede ampliar pulsando aquí.
Queda puntualizar que estas arbitrariedades tan notorias estaban amparadas legalmente por el artículo 1º de la Ley de Defensa de la República, que en sus apartados establecía y enumeraba una larga serie de conductas que se consideraban “actos de agresión a la República” entre las que se encontraban la “incitación a resistir o a desobedecer las leyes o las disposiciones legítimas de la autoridad” y “la incitación a la comisión de actos de violencia contra personas, cosas o propiedad, por motivos religiosos, políticos o sociales”. Asimismo se consideraban actos de agresión a la República “la difusión de noticias que puedan quebrantar el crédito o perturbar la paz o el orden público”, “toda acción o expresión que redunde en menosprecio de las Instituciones del Estado”, “la apología del régimen monárquico… y el uso del emblema, insignias o distintivos alusivos”, “la suspensión o cesación de industrias o labores de cualquier clase, sin justificación bastante”, “las huelgas no anunciadas con ocho días de anticipación,... las declaradas por motivos que no se relacionen con las condiciones de trabajo y las que no se sometan a un procedimiento de arbitraje o conciliación”, es decir, las huelgas declaradas por motivaciones políticas de manera declarada o encubierta.
Miguel Maura |
Queda puntualizar que estas arbitrariedades tan notorias estaban amparadas legalmente por el artículo 1º de la Ley de Defensa de la República, que en sus apartados establecía y enumeraba una larga serie de conductas que se consideraban “actos de agresión a la República” entre las que se encontraban la “incitación a resistir o a desobedecer las leyes o las disposiciones legítimas de la autoridad” y “la incitación a la comisión de actos de violencia contra personas, cosas o propiedad, por motivos religiosos, políticos o sociales”. Asimismo se consideraban actos de agresión a la República “la difusión de noticias que puedan quebrantar el crédito o perturbar la paz o el orden público”, “toda acción o expresión que redunde en menosprecio de las Instituciones del Estado”, “la apología del régimen monárquico… y el uso del emblema, insignias o distintivos alusivos”, “la suspensión o cesación de industrias o labores de cualquier clase, sin justificación bastante”, “las huelgas no anunciadas con ocho días de anticipación,... las declaradas por motivos que no se relacionen con las condiciones de trabajo y las que no se sometan a un procedimiento de arbitraje o conciliación”, es decir, las huelgas declaradas por motivaciones políticas de manera declarada o encubierta.
De lo dicho se desprende
fácilmente que, con las leyes republicanas en la mano, la mayor
parte de los actos y manifestaciones convocadas en la España de hoy
por los sindicatos, okupas, grupos antisistema de diverso pelaje,
partidos independentistas, Izquierda Plural, Podemos y otras
agrupaciones de similares características serían ilegales de pleno
derecho, incluyendo el hecho innegable de que Artur Mas hace tiempo
que habría sido detenido, procesado y condenado por la vulneración
flagrante y reiterada del ordenamiento jurídico constitucional, tal
como hicieron las autoridades republicanas con Lluís Companys,
cuando intentó aprovechar el desbarajuste revolucionario que se
materializó en la revolución de Asturias para ponerse al frente de
los descontentos y canalizar la situación hacia la independencia de
Cataluña, algo que dos años antes había intentado su antecesor en
el cargo, Francesc Macià.
Lluis Companys |
En la tarde del día 6 de octubre de 1934, en medio de una gran agitación popular, el presidente de la Generalidad proclamó “el Estado catalán dentro de la República Federal Española”. Luego, él y su gobierno, se atrincheraron en el Palacio de la Generalidad. Manuel Azaña, que en aquellos momentos estaba en una especie de medio retiro político, se encontraba en Barcelona y el gobierno de la Generalidad se puso en contacto con él solicitando su apoyo moral, que Azaña le negó.
Después de su discurso,
Companys comunicó sus propósitos al Capitán General de Cataluña y
General en Jefe de la IV División Orgánica, con sede en Barcelona,
el general Domingo Batet, catalán de ideas moderadas, pidiéndole
que se pusiera a sus órdenes "para servir a la República
Federal que acabo de proclamar". El general pidió a Enrique
Pérez Farrás, jefe de los Mossos d'Esquadra, que se presentara en
la Capitanía para ponerse a sus órdenes. Éste le respondió que
solo obedecería al presidente de la Generalidad. Batet habló
entonces con el presidente del Consejo de Ministros, Lerroux y,
siguiendo sus órdenes, proclamó el Estado de Guerra, aplicando la
republicana Ley de Orden Público de 1933.
Tropas de la Cuarta División Orgánica ante la Generalidad de Barcelona |
El general republicano Domingo Batet |
Ese anochecer se
construyeron barricadas, se distribuyeron grupos armados por las
calles que prepararon los edificios oficiales para la resistencia. La
Generalidad fue defendida por un centenar de mossos d'esquadra
dirigidos por Pérez Farrás; la Alianza Obrera ocupó el local de
Fomento del Trabajo Nacional, en la Vía Layetana, con unos
cuatrocientos hombres, número similar a los partidarios del PSOE que
se concentraron en la Casa del Pueblo de la calle Nou de Sant Francesc.
También se prepararon grupos armados con fusiles en los locales de
La Falç, Nosaltres Sols y el CADCI (Centre Autonomista de Dependents
del Comerç i de la Indústria) en la Rambla de Santa Mónica. Cerca
de las once, una compañía de infantería y una batería del
regimiento de artillería llegaron a la Rambla de Santa Mónica y
cuando el capitán se dispuso a leer el bando de proclamación del
Estado de Guerra, desde el local del CADCI empezaron a disparar,
resultando muertos un sargento y heridos otros siete militares. Batet
ordenó entonces el bombardeo de artillería sobre el centro,
resultando muertos Jaume Compte, Manuel González Alba y Amadeu
Bardina, dirigentes del Partit Català Proletari. Sus compañeros se
rindieron a la una y media de la madrugada del día 7 de octubre.
Como era de esperar, en
Cataluña fue suspendido el Estatuto y nombrado un gobernador
militar, el coronel Jiménez Arenas, hecho valorado como una
humillación por dirigentes del catalanismo de izquierdas, e incluso
por los hombres de la Lliga Catalana, que esperaban recibir la
administración del Estatuto tras el derrumbe del gobierno de la
Generalidad. Para suavizar el régimen militar impuesto a Cataluña,
el coronel Jiménez Arenas no tardó en ser sustituido por el
político Manuel Portela Valladares, nombrado Gobernador General, que
asumió las funciones del presidente de la Generalidad y de su
consejo ejecutivo, mientras se incoaba el procesamiento penal contra
Companys y sus colaboradores que no huyeron a Francia. Companys fue
inmediatamente detenido junto con el gobierno catalán en pleno y encarcelado
en el buque Uruguay, fondeado en el puerto de Barcelona, que fue
requisado para ser utilizado como prisión. Companys y sus consejeros
permanecieron recluidos en el Uruguay hasta el 7 de enero de 1935,
cuando fueron trasladados a la cárcel Modelo de Madrid para ser
juzgados por el Tribunal de Garantías Constitucionales. El 6 de
junio de 1935, Companys y los miembros de su gobierno fueron
condenados a treinta años de reclusión mayor e inhabilitación
absoluta y perpetua. Posteriormente, Companys y los consejeros
Comorera y Lluhí fueron trasladados al penal de El Puerto de Santa
María (Cádiz), en tanto que el resto de consejeros eran internados
en la cárcel de Cartagena, en donde permanecieron hasta que el
gobierno del Frente Popular les concedió la amnistía el 21 de
febrero de 1936.
Esta es la verdad
histórica sin adulterar por esa memoria histérica hoy dominante que
solamente proclaman los ignorantes, malintencionados e idiotas de
baba que pululan en este Reino de España, vociferantes defensores
del derecho a opinar sobre todo lo que no tienen ni puñetera idea,
pasando por que la Tierra pueda ser plana, redonda o paralepipédica.
De frenopático, vamos.
Lo que eufemísticamente
se ha venido designando como “plan plural” consiste en presentarse
como solución a un problema que la clase política ha generado para
su propio y exclusivo beneficio. El plan Ibarreche se ofreció en su
momento como solución a ETA y a su “violencia”. El plan
Rovira-Maragall-Montilla, como solución al inexistente clamor
popular de más autogobierno y más catalanismo. El plan Zapatero, en
fin, como solución al PP y a su aislamiento, a la derechización, a
la crispación generada oponía los buenos deseos de paz y el buen rollito, el
inmovilismo episcopal lo ligaba al extremismo de una derecha que ni
siquiera existe en España, porque mueve a la risa llamar extremista
a Rajoy, un pactista por naturaleza con todo lo habido y por haber.
Finalmente, el plan de Mas, compendio de todos los anteriores, es,
que nadie se engañe, la secesión pura y simple de Cataluña a
través de la declaración unilateral de independencia. Ortega se
preguntaba: ¿De qué se duele España? ¿Quién se queja? ¿Quiénes
se proponen como sus salvadores? Los mismos que la hieren y ofenden”.
Sí, pero, ¿quiénes son? El filósofo los señaló con rotundidad
ya en el año 1921: “Unos cuantos hombres, movidos por codicias
económicas, por soberbias personales, por envidias más o menos
privadas, van ejecutando deliberadamente esta faena de
despedazamiento nacional, que sin ellos y su caprichosa labor no
existiría”.
D. José Ortega y Gasset |
DE LA ESPAÑA
INVERTEBRADA
Aunque no hay trazas de
que vaya a suceder, los políticos deberían acabar con el gigantesco
equívoco del artículo 2º. de la Constitución, por el que se
impuso a la nación española que asumiera la existencia de
nacionalidades y regiones, lo que, en la práctica, ha terminado
convirtiendo a España en un Estado plurinacional que, encima, no
reconoce de hecho la soberanía de la nación española. La redacción
de dicho artículo se ha convertido en “un semillero de problemas”
como advirtió muy sensatamente el senador constituyente Julián
Marías cuando se discutía el texto constitucional. Casi cuatro
décadas después hay que proclamar y reconocer que el insigne
filósofo tenía razón cuando dijo gravemente: “Anuncio desde este
momento que se crearán graves problemas si se acepta el término
nacionalidades, con ventaja para nadie”.
Habiendo empezado a
descomponerse por la cabeza, como el pescado, el pudrimiento del
Sistema abarca ya la cola, una larga cola de apestados entre los que,
pese al linchamiento mediático, el yerno del Rey es apenas una gota
en el inmenso océano de la corrupción en el que zozobra la nave del
Estado, sin necesidad de que los independentismos catalán y vasco le
den la puntilla apuntando sus torpedos a la misma línea de
flotación, precisamente en unos tiempos en que a la crisis
devastadora que ha desmoralizado a nuestra sociedad se ha sumado el
desprestigio de sus instituciones nacionales y el debilitamiento de
la credibilidad efectiva que las sustenta.
La amenaza es interna y
la solución ha de depender de nosotros mismos, aunque la falta de
liderazgo del Gobierno, pese a una mayoría absoluta que no volverá
a repetirse, me parece lo más preocupante. La presión europea podrá
afectar a las decisiones económicas pero el colapso político de las
instituciones hay que resolverlo desde dentro mediante un compromiso
de regeneración urgente que no se vislumbra por ningún sitio porque
la casta dirigente vive ensimismada en los problemas que ella misma
ha ido creando y, lo que es peor, acumulando, a lo largo de las
últimas décadas, acentuados por los dos catastróficos mandatos de
Rodríguez Zapatero, uno de los peores gobernantes de nuestra
Historia Contemporánea.
El dilema que se nos
presenta es muy sencillo de plantear: O el sistema político se
regenera sitiando el delito político o éste hace fenecer el régimen
constitucional, provocando una situación de emergencia similar a la
que condujo a Ortega a su aldabonazo político “Delenda est
Monarchia” y a proclamar en 1930: “Somos nosotros y no el Régimen
mismo; nosotros gentes de la calle, de tres al cuarto y nada
revolucionarios, quienes tenemos que decir a nuestros conciudadanos:
¡Españoles, vuestro Estado no existe: ¡Reconstruidlo!."
Que el Reino de los
Cielos no sea de este mundo no quiere decir que los españoles
tengamos que convertirlo en el Infierno, que parece ser la
inclinación de esa horda de bárbaros que rebuznan y se ponen a dar
coces si los llamas "españoles". Más todavía que de
políticos, España está necesitada de buenos psiquiatras. Y, por
supuesto, para los que se desmanden, de legiones romanas. ¡O tempora
o mores...!
Sabes Pepe que no soy muy culto y tampoco escribo bien, por eso siempre he sido amigo de decir las cosas fácilmente y de una forma muy simple, vamos para que todos se enteren, a veces nuestra formación hace que creamos al explicarnos que los que nos leen o escuchan se están enterando de lo que escribimos o decimos, pero las cosas no son así, pocos estamos preparados para traducir lecturas o palabras inteligentes y por eso la mayoría no nos enteramos; a mi me gusta hablar para que todos nos enteremos y algo tan conocido como que las más grandes democracias están en las Monarquías Parlamentarias no se dice hasta que Rosa Diez lo hizo, porque como es natural todo el mundo debía saberlo, pues no es así.
ResponderEliminarEn de España Invertebrada a ........no hay ninguna duda y hasta el más burro lo tiene que entender porque la pura verdad y nadie se atreve a decirlo aunque todos (los cultos) lo saben.
Lo que me extraña que en algo tan evidente y bien escrito no tengas por lo menos un....."me gusta" con tantos seguidores como tienes, ¿da miedo decir que la casta política es un mojón, que Más y los vascos quieren la Independencia y que en el gobierno son unos cobardes?