Tres autores españoles escriben
sobre Egipto y Siria
sobre Egipto y Siria
Hasta ahora no he reproducido en El Saco del Ogro ningún texto que no fuera escrito por mí. Hoy, dada la vibrante actualidad de los artículos elegidos, cedo estas páginas a tres ilustres escritores españoles, Gabriel Albiac, Luis Antonio de Villena y Juan Manuel de Prada. Los dos primeros fijan su escrutadora mirada en Egipto, mientras que el tercero lo hace, con claridad "políticamente incorrecta", en el holocausto sirio que el yihadismo lleva a cabo ante la aprobadora actitud de las naciones occidentales, o mejor dicho, de sus gobiernos sujetos al vasallaje de Washington. Sus aportaciones acerca de la embestida islamista iniciada con la mal llamada "primavera árabe" enriquecerán, sin duda alguna, mis propias entradas sobre el, incendio que arrasa el Próximo Oriente.
La
paradoja Mursi
Por
Gabriel Albiac, publicado el lunes 8 de julio de 2013, cinco días
después del derrocamiento de Mursi en Egipto
Gabriel Albiac |
Los
islamistas han puesto todos los fundamentos para hacer que el país
retorne a la Edad Media, que es donde Alá se siente de verdad a
gusto.
El
primer presidente civil electo en la historia de Egipto es un
islamista. Más que eso: Mohamed Mursi lidera la cofradía de los
Hermanos Musulmanes, la cual, desde su constitución en 1928, ha sido
el germen del cual iba a nacer el islamismo político, que es el
riesgo mayor sobre el cual se abre la política internacional en el
siglo XXI. Y el islamismo no conoce democracia, ni Estado, ni nación
que se pretenda independiente.
No
es capricho. Es mandato coránico. En el rigor incuestionable de ese
mandato, nación y Estado son abominaciones que traban el
advenimiento de la umma, la universal comunidad de los creyentes bajo
el dictado de la verdadera ley dada por Alá, en la cual no es
admisible distinción entre sagrado y mundano: la sharía. Cualquier
Constitución es teológicamente blasfema, desde tal supuesto: sólo
Alá dicta ley. Y eso a lo cual el degenerado Occidente llama
democracia, no puede sino aparecer como furtiva arma por cuyo medio
agreden los infieles cristianos y judíos de un modo
particularmente odioso a los hombres devotos, a los cuales
encomendó Alá la sagrada misión de expandir la verdad de su Libro
frente a quienes, por su testarudez en negarla, deben ser
exterminados. Mohamed Mursi, primer presidente civil electo en la
Historia de Egipto, sabe no puede no saberlo, puesto que es un
creyente que la legitimidad de un presidente electo sólo es una
blasfemia más, propia de las perversas cabezas de quienes, al
afirmar su fe en la democracia, no afirman sino su no-fe en el
mandato del Libro: su insumisión al Grande y Misericordioso. Una
democracia y una teocracia se excluyen por exigencia del diccionario.
No son conciliables modernidad política e Islam.
La
paradoja egipcia es, estos días, la forma extrema del imposible
sobre el cual se asienta esa re-islamización del mundo árabe, a la
cual la estupidez europea bautizó como «primavera» y que da ahora
sobre un invierno glacial sin transiciones. En Egipto se afrontan hoy
delirios de diverso tipo. En ninguno de ellos suena un sólo acento
democrático. Los islamistas de Mursi en el poder han puesto, a lo
largo del año que va ya desde su triunfo, todos los fundamentos para
hacer que el país retorne a la Edad Media, que es donde Alá se
siente de verdad a gusto. Para conseguir eso, hay que pasar por la
ruina. Lo han logrado. Aunque puede que a una parte de sus electores
lo de la ruina no acabe de gustarles mucho. Los agazapados
beneficiarios de la cadena de dictadores cuyo último espécimen
fuera el caído Mubarak, aguardan su revancha: puede que ellos fueran
corruptos, reconocen, pero al menos su incompetencia no llegaba al
extremo de la cofradía de meapilas que, en doce meses, ha reducido
el país a la miseria. Los militares aguardan su momento. Saben que,
una vez que Hermanos Musulmanes y añorantes del régimen anterior se
despanzurren convenientemente, habrá llegado su hora: la de salvar
al país, que es algo que gusta mucho a los espadones del tercer
mundo. También, la hora de embolsarse la compensación a la que su
sacrificio los hace acreedores.
En
el punto de cruce de esos tres vectores asesinos, habrá, como
siempre, un puñado de gente decente. Gentes que quisieran vivir sin
clérigos castradores, sin castas funcionariales fundadas en el robo,
sin militares por igual asesinos y ladrones. Y esas gentes, esas
pobres, decentes gentes, son las que están condenadas.
Gabriel
Albiac es filósofo y escritor
¿Peligro
islámico?
Artículo
de Luis Antonio de Villena, publicado el día 26 de agosto de 2013,
cuando la señal para intervenir militarmente en Siria parece haber
sido tomada por Estados Unidos
Cuando
comenzaron las revueltas de las mal llamadas «primaveras árabes»,
cuyo origen era razonable y justo, pocos previeron que en las
actuales circunstancias de los países arabo-musulmanes, las
democracias a lo occidental eran prácticamente inviables. Entre
otras razones (que no son pocas) por falta de tradición, dicho de
otro modo, de cultura democrática y familiaridad con los «derechos
del hombre». Los políticos europeos de turno dieron, una vez más,
pruebas de miedo, ligereza, ignorancia o todo junto, al no darse
cuenta (como dije otro día) de los «inviernos islámicos» que
vendrían a continuación. Naturalmente es lógico que se quiera
deponer a dictadores clásicos como Mubarak o Ben Ali (o al
estrafalario Gadafi) malos para sus pueblos pero relativamente
cómodos para Occidente… Claro que era lógico deponer a esos
tiranosaurios pero ¿qué vendría después? Nuestros ingenuos
líderes –bastante sandios– no lo dudaron: la democracia. No
sabían de qué hablaban.
Todos
estos países (incluidos Siria e Irak, de diferente modo, tan
castigados) sufrieron, desde la caída del Imperio Otomano en 1919,
diversas formas de regímenes coloniales, liderados por Gran Bretaña
y Francia. Esos regímenes –nada democráticos, por cierto–
crearon unas élites occidentalizadas y dejaron a la mayoría de la
población en la pobreza. Cuando se fueron, tras la Segunda Guerra
Mundial, los occidentales no habían hecho nada especialmente
brillante, pero dejaron el poder en manos de líderes
independentistas (educados en Londres o París) que tras la anhelada
independencia se erigieron a sí mismos en dictadores clásicos, y a
sus partidos «revolucionarios», en partidos únicos. Recordemos a
Bourghiba en Túnez. Cada media hora la televisión oficial ponía
fragmentos de discursos e imágenes del insustituible «padre de la
patria». Quienes habían colaborado con la colonia o habían
estudiado en la antigua metrópoli tenían buenos puestos asegurados
con tal de que juraran fidelidad al partido y al líder. Hablaban,
sobre todo, en francés o en inglés y eran laicos. La mayoría
popular hablaba (habla) en árabe y son musulmanes, al principio en
verdad moderados (el islam ha conocido en su historia muchos momentos
de moderación), pero después del 11-S y de las guerras de
Afganistán e Irak –sin duda perdidas por EEUU y sus aliados–
cada vez más integrista y extremado. Y este islam enrabietado con
Occidente o con quienes se supone que colaboran o colaboraron con los
occidentales es el que hoy predomina en los países arabo-musulmanes,
incluidos nuestros vecinos mediterráneos.
Huyendo
del colonialismo, la gente ha querido buscar sus raíces y se ha
hallado con un islam herido que desconoce la Revolución Francesa y
que cuando habla de «democracia» o de «derechos del hombre» no
entiende, en absoluto, lo mismo que entendemos nosotros.
Era evidente (con una ligera reflexión sobre estos someros datos históricos y sociológicos) que no habría «primaveras árabes» sino «inviernos islámicos», llevando por bandera la implantación de la sharia, la más rigurosa ley coránica, que es algo (para un occidental) como volver a validar el horror de la Inquisición cristiana. El caso Mursi, en Egipto, y sus durísimas consecuencias, puede ilustrar perfectamente lo que digo…
La Libertad guiando al pueblo. Óleo de Eugène Delacroix |
Era evidente (con una ligera reflexión sobre estos someros datos históricos y sociológicos) que no habría «primaveras árabes» sino «inviernos islámicos», llevando por bandera la implantación de la sharia, la más rigurosa ley coránica, que es algo (para un occidental) como volver a validar el horror de la Inquisición cristiana. El caso Mursi, en Egipto, y sus durísimas consecuencias, puede ilustrar perfectamente lo que digo…
Mohamed
Mursi es elegido democráticamente presidente de Egipto, pero en un
año de mandato, va derogando las leyes liberales para imponer el
islamismo desde arriba, en ese momento salta la chispa de los no
religiosos o con una más abierta visión de la religión. Salvadas
las diferencias (que son bastantes), Mursi estaba haciendo quedamente
lo que Hitler hizo más brutalmente. Hitler ganó unas elecciones
democráticas –Alemania no debiera olvidarlo–, pero en cuanto
estuvo en el poder barrió la democracia, a los demócratas y a
cuantos no se avinieran con el poder nazi. Mursi aspiraba a dejar
fuera de la ley a cuantos no fueran islamistas. Se dijo en Occidente
que los Hermanos Musulmanes (a los que pertenece Mursi) eran
islamistas moderados. No lo parece. La Hermandad de los Hermanos
Musulmanes fue fundada en El Cairo en 1928 por Hasan al Banna.
Inicialmente no era un partido político, propiamente hablando, sino
una fratría panislamista, cuyo objetivo último era y es el
aislamiento de las mujeres y de los no musulmanes de la vida pública
y –por último– la implantación de Estados islámicos, es decir,
regidos estrictamente por las leyes del Corán.
Dadas
estas características, es fácil suponer que en los regímenes
dictatoriales pero con influencia de Occidente (a la señora Mubarak
la vestía Chanel) los Hermanos Musulmanes han pasado de cierta
marginación a la prohibición más drástica. No es equivocado
suponer que la Hermandad está en el origen de buena parte del mayor
extremismo islámico de nuestros días. Cuando asesinaron al
presidente egipcio Sadat –que buscaba la paz con Israel– muchos
vieron ya la mano de un grupo que hace 30 años Occidente desconocía.
¿Y sus servicios diplomáticos también? Tal como está el islam
actual, resentido y vengador con buena parte de los países
occidentales, me parece muy difícil ir más allá de una convivencia
con respeto mutuo. No parece el momento de intervenir en ningún país
árabe, aunque los occidentales deben sentirse más seguros con el
ejército egipcio (o aún turco) que con Mursi o sus confraternales.
Pero si nosotros podemos y acaso debemos respetar la opción de cada
país –vigilantes– debemos tener absoluto cuidado de que el
extremismo islámico no pase de nuestras fronteras más de lo que lo
haya hecho ya. No cabe concesión ninguna al islamismo extremo, pues
para Europa sería tanto como volver a la Edad Media menos deseable.
Cualquier musulmán que quiera entrar en la Unión Europea tiene que
saber que si la práctica de la religión (de cualquiera) es libre
privadamente, el creyente que fuere tiene que aceptar todas las
libertades políticas y morales –emancipación de la mujer,
homosexualidad libre– que en este momento caracterizan el mundo
occidental, libertades a las que se ha llegado con no pocos
sacrificios y por ello mismo aún más irrenunciables. Todo el que no
acepte nuestras libertades –como dijo un primer ministro
australiano– tiene también «la libertad de irse». No se confunda
nada de esto con xenofobia o autoritarismo, puesto que no es sino la
defensa clara y explícita de todo lo que se consiguió con la
Declaración de los Derechos del Hombre.
Puede
y debe preocuparnos la existencia cada vez mayor de un islam
intolerante desde Irán a Marruecos, pero debe preocuparnos más que
un imam en una mezquita de nuestro territorio (de Ceuta en este caso)
y hablando en español condenara a las mujeres que usan perfume
porque soliviantan a los hombres. Machismo aparte, una declaración
como esa –de la que el clérigo pidió perdón a los no musulmanes–
está en flagrante contradicción con nuestros más válidos y
esenciales principios. Fuera de la intimidad familiar no debe ser
tolerada. Quizá nosotros (que fuimos malos colonizadores en el Medio
Oriente y el Norte de África, y de aquellos polvos estos lodos) no
tengamos derecho sino defensivo a entrar en las políticas de esos
países, aunque no nos gusten. Pero sí tenemos todos los derechos y
el deber de defender lo que es nuestro.
Una
sociedad racial y culturalmente plural es deseable mientras no toque
sino acepte las libertades y pluralidad fundamentales. La Europa que
conocemos, la Europa de los Derechos del Hombre es incompatible con
la sharia coránica. Por tanto, quien desee ser un musulmán
integrista (estilo Hermanos Musulmanes o derivados) no tiene sitio en
nuestras sociedades, que distan mucho de ser perfectas, pero que han
elegido el camino de la libertad y no el de un dios estricto y severo
en el que uno puede, muy lícitamente, no creer. El problema del
fundamentalismo islámico bajo ningún punto puede ser minimizado. Y
si queremos entender lo que ocurre en Egipto y puede repetirse en
otros lugares de la zona, bástenos recordar que hay un rechazo a
Occidente –históricamente explicable– y un equivocado afán
nacionalista de encontrar las propias raíces en una religión –el
Islam– tan respetable como atrasada, especialmente en su lectura
integrista. Respeto y máxima alerta. Hasta que todo se vaya
aclarando no parece haber mejor solución.
Luis
Antonio de Villena es escritor.
CHUSMA
Por Juan Manuel de Prada, publicado el sábado 31 de agosto
en el diario ABC
Como los Estados Unidos no pueden proclamar sin ambages que apoyan el terrorismo en Siria justifican ahora su ataque alegando que el régimen de Assad ha utilizado armas químicas. ¿Quién puede tragarse semejante superchería? El ataque con armas químicas ocurrió en Guta, el suburbio oriental de Damasco, donde Assad mantiene reñida disputa contra los terroristas financiados desde el exterior. Resulta muy difícilmente concebible que se empleen armas químicas allá donde se mantienen concentradas tropas; y resulta directamente rocambolesco que, además, se empleen mientras los inspectores de armas de la ONU se hallan en el país. Las armas químicas, evidentemente, han sido empleadas por la chusma a la que apoya Estados Unidos. Y el intento de justificar tan burdamente la intervención se incorpora así al repertorio de engañifas fabricadas por los Estados Unidos en su afán imperialista, iniciado con la voladura del Maine.
en el diario ABC
La intervención en Siria es un subterfugio para desestabilizar aún más la zona y justificar una ofensiva contra Irán.
Juan Manuel de Prada |
EMPECEMOS por aclarar que en Siria no hay ninguna guerra civil. Los llamados «rebeldes sirios» no reclaman reformas ni acaudillan ninguna «revolución popular». Los llamados «rebeldes sirios» no son sino mercenarios y terroristas reclutados en los parajes más variopintos del atlas, financiados desde Qatar o Arabia Saudita y con frecuencia adiestrados por los propios Estados Unidos, que les llevan prestando apoyo logístico al igual que Israel desde que comenzara el conflicto. Enfrente de ellos se halla un régimen de corte dictatorial que, al igual que ocurría con Sadam Husein en Irak o con Gadafi en Libia, se distingue por ejercer la tolerancia con las comunidades cristianas y por defender los barrios en los que se asientan de los sanguinarios ataques de los «rebeldes», que no pierden ocasión de cometer las atrocidades más espeluznantes contra los cristianos. Si esta chusma no hubiese recibido incesantes refuerzos, financiación y suministros de armas desde el exterior, la guerra en Siria habría sido atajada hace tiempo.
Como los Estados Unidos no pueden proclamar sin ambages que apoyan el terrorismo en Siria justifican ahora su ataque alegando que el régimen de Assad ha utilizado armas químicas. ¿Quién puede tragarse semejante superchería? El ataque con armas químicas ocurrió en Guta, el suburbio oriental de Damasco, donde Assad mantiene reñida disputa contra los terroristas financiados desde el exterior. Resulta muy difícilmente concebible que se empleen armas químicas allá donde se mantienen concentradas tropas; y resulta directamente rocambolesco que, además, se empleen mientras los inspectores de armas de la ONU se hallan en el país. Las armas químicas, evidentemente, han sido empleadas por la chusma a la que apoya Estados Unidos. Y el intento de justificar tan burdamente la intervención se incorpora así al repertorio de engañifas fabricadas por los Estados Unidos en su afán imperialista, iniciado con la voladura del Maine.
La intervención en Siria fue diseñada hace mucho tiempo, a modo de prólogo al ataque a Irán, que es la pieza que en última instancia se pretende abatir. Las razones que se alegaban para justificarla eran, sin embargo, tan inconsistentes y la calaña de la chusma que combate a Assad tan repugnante que tal intervención se había tenido que aplazar. Pero el peligro de colapso inminente del dólar ha exigido urdir ahora esta engañifa tan burda. Por aceptar euros a cambio de petróleo fue derrocado Sadam Husein; por pretender crear una divisa africana fundada en el patrón oro el dinar fue liquidado Gadafi; por pretender desligar las ventas de su petróleo del dólar, Irán se ha convertido en la bicha de los americanos. El problema de fondo es que el dólar, la moneda de reserva mundial desde Bretton-Woods, está cada vez más desprestigiada; con una deuda pública mayor que todos los países de la Unión Europea juntos, cada dólar que imprime Estados Unidos es, a estas alturas, papel mojado. El colapso del dólar sólo se podrá dilatar mientras se mantenga como divisa de las transacciones internacionales de petróleo; en cuanto un grupo de países empezase a comerciar en otra divisa, Estados Unidos iría a la bancarrota. La intervención en Siria es tan sólo un subterfugio para desestabilizar aún más la zona y justificar una ofensiva contra Irán.
«Otra vez millares de víctimas serán sacrificadas sobre el altar de una imaginaria democracia», acaba de denunciar paladinamente el Patriarcado de Moscú. Estamos en manos de una chusma dispuesta a todo con tal de mantener su supremacía.
© Copyright José Baena Reigal
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