El HOLOCAUSTO SIRIO:
POR
EL BIEN DEL IMPERIO
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Madre siria encuentra un zapato de su hija entre
los escombros de la Universidad de Alepo
tras el reciente atentado terrorista
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En
una época de engaño universal, “decir la verdad es un acto
revolucionario”, escribió Orwell. Antes de él, Charles Hoy Fort,
inconformista, iconoclasta, destructor de falsas creencias comúnmente admitidas como verdades indiscutidas, en "El Libro de
los condenados” (editado por primera vez en Nueva York en el año
1919) se refiere al conocimiento que de las cosas más elementales
comparte la inmensa mayoría como “la ignorancia envuelta en risas". Con desolación creciente cada día que pasa, no puedo más que suscribirla cuando compruebo la sarta de mentiras que los poderes establecidos fabrican para que vivamos ciegos de por vida ante la
verdadera realidad de los sucesos que forman parte de la historia
diaria y que minuto a minuto nos presentan los medios informativos,
empezando, cómo no, por los de esta bendita España. Si esta
apreciación suele ser válida respecto a los grandes sucesos que
conforman el eufemísticamente llamado “orden mundial”, en el
caso de la agresión terrorista que viene asolando Siria desde hace casi
dos años, puedo afirmar sin vacilación alguna que la manipulación
suministrada como información fidedigna hace que, parodiando a Fort,
nuestro conocimiento sea la ignorancia misma envuelta en el más
absoluto desprecio hacia la verdad.
Esta
crónica que ahora escribo será la tercera que dedico a la espiral
destructiva que arrasa Siria y que comenzó a los tres meses
escasos de mi último viaje al país de Cham, para que los ataques iniciales se confundieran con la denominada “primavera árabe”,
aunque la estrategia había sido diseñada con mucha antelación.
A
los que hayan leído mis tres artículos anteriores no les pillará
desprevenidos el análisis que ahora hago, que espero sea el último, en el que haré un cuidadoso resumen explicativo de las verdaderas
causas de la tormenta de sangre desatada sobre Siria para derrocar el
régimen baazista del presidente Bashar Al-Assad, caso único entre los países musulmanes del Oriente Medio que se rige por una constitución laica y, por ello, ajena a
los preceptos coránicos que rigen la “sharía”, fundamento legal
de casi todos los países musulmanes. A pesar de que a las libertades
reales que la mayoría del pueblo sirio ha venido gozando ya me he referido
en artículos anteriores, quiero resaltarlas con el siguiente
comentario tomado literalmente de la Wikipedia, para que no quepa duda
alguna acerca de mi objetividad cuando me refiero a la cuestión religiosa, un
aspecto que resulta absolutamente fundamental en todos los países de mayoría musulmana en general y particularmente en Siria, en cuyo territorio siempre ha coexistido un gran número de minorías religiosas, muchas de
ellas cristianas, así como etnias diversas, cuya eliminación supondría
la destrucción del país: “Cabe anotar que, a diferencia de otras
naciones del Medio Oriente, en Siria se respeta la libertad de
cultos, por lo que no hay enfrentamientos entre cristianos y
musulmanes, que las mujeres pueden transitar libremente por las
calles sin el velo islámico y que las fiestas cristianas de la
Natividad de Jesús, así como el Viernes Santo y el Domingo de
Resurrección se celebran en todo el país como días de fiesta
nacional”.
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Dos fotos consecutivas tomadas en la misma calle de Alepo que ilustran la libertad de las mujeres sirias para vestir como les parezca |
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En Rusafa, la antigua Sergiópolis, durante mi estancia en Siria
en noviembre de 2010 |
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Vista parcial de la ciudad de Alepo desde la Ciudadela
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Calle del centro de Alepo desde la ventana de mi hotel |
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Patio en el barrio armenio de Alepo, imagen de una prosperidad que no volverá |
Creo que este artículo puede ser el último que escriba sobre Siria, porque si los acontecimientos siguen por los mismos derroteros actuales, el
aquelarre puede estar llegando a su final con un desenlace ya anunciado en mis entregas
anteriores. Carece, pues, de sentido insistir en los pormenores de una
historia infamante que estaba condenada desde su mismo inicio a un
terrible final, aunque todavía quede por presenciar mucha carne
humana sacrificada por decisión de los poderes que gobiernan nuestro
atribulado mundo. Una historia que, para más inri, los españoles
tendemos a contemplar como si no nos afectara en absoluto, porque,
por pereza mental o ignorancia, la asociamos a las pugnas internas
que han convulsionado el mundo árabe desde la muerte del Profeta, un
mundo de complicado entendimiento, del que si poco sabemos, menos nos
preocupa saber, a pesar de que la plaga del terrorismo islamista siga
golpeando a nuestras puertas, como ocurre ahora mismo, cuando los
sangrientos sucesos que tienen lugar en Argelia y Malí acaparan los
informativos de las televisiones y las primeras páginas de todos los
periódicos del mundo occidental.
Antes de
proseguir, y para quien no conozca mis escritos anteriores sobre
Siria y sienta curiosidad por leerlos, colocaré sus títulos y los
enlaces que sirven para acceder a ellos:
SIRIA,
LA VERDAD, TODA LA VERDAD Y NADA MÁS QUE LA VERDAD:
Comprender
la manifiesta falsedad de la historia que los medios informativos
españoles nos vienen contando acerca de la tragedia siria no es
tarea difícil si reparamos en unos pocos datos elementales de geografía política. Veamos: la superficie de Siria
es de 185.180 km², algo más que la del doble de Andalucía, de la que más
del 65 % corresponde al desierto, una
circunstancia determinante para que sus habitantes, unos diecinueve
millones, se concentren en los territorios del oeste del país, donde
están los principales núcleos urbanos en los que habitan el 52% de
los sirios. Si a esto añadimos que el ejército sirio, muy bien
pertrechado con armamento moderno y eficazmente instruido, está
formado por un personal activo de 304.000 soldados, más 450.000
pertenecientes a la reserva y que su presupuesto anual asciende a
unos dos mil millones de dólares (lo que supone el 3,6 % del PIB),
veremos que Siria cuenta con unas fuerzas armadas seis veces mayores que las españolas para defender un territorio casi tres veces menor,
del que más de la mitad es desierto. La conclusión obvia para
cualquier observador inteligente es que conseguir la
desestabilización de una nación con semejantes características
geográficas y poderío militar gracias a la acción de unas cuantas
bandas de insurrectos no profesionales y mal organizados resulta
imposible de admitir. Otro dato complementario, pero de la mayor
importancia para reforzar esta conclusión viene dado por el hecho
de que un 70% de los soldados profesionales de las Fuerzas Armadas
Sirias son alauitas, es decir, de la minoría religiosa a la que
pertenece el presidente Bashar Al-Assad y, por lo tanto, leales defensores de su
régimen. A mayor abundamiento, los puestos de generales y altos mandos están copados también por alauitas e incluso las fuerzas de élite y varias divisiones
acorazadas están compuestas casi exclusivamente por alauitas, como es el
caso de la Guardia Republicana Siria, sin contar con que las
principales unidades de los cuerpos policiales y de las diversas
policías secretas existentes son por los mismos motivos igualmente fieles al gobierno de Damasco. Con estos antecedentes cabe
afirmar, sin forzar la razón, que el derrocamiento del gobierno
nacional por parte del autodenominado Ejército Sirio Libre, sin
participación extranjera alguna, resulta a todas luces una tarea tan
imposible como escalar el Everest con los pies atados.
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Vehículo lanza-proyectiles Pantsir del ejército sirio |
Pese al
panorama descrito, la realidad es que desde hace veintiún meses
Siria se ha visto inmersa en una escalada de violencia que ha ido en
aumento hasta convertirse en un sangriento enfrentamiento que ya ha
causado la muerte a cerca de veinte mil personas y forzado al exilio
a unas doscientas mil, conflicto que las cancillerías de los
gobiernos y los medios de información occidentales no vacilaron en
calificar desde el primer momento como “guerra civil”, sin duda
para otorgarle legitimidad ante los ojos de la opinión pública
internacional.
¿Cuál es la verdad que subyace bajo el infierno
sirio? ¿A qué causas cabe atribuir la oleada de violencia y
salvajes atentados que han conducido a un país tan bien organizado y
militarmente defendido como Siria al borde del colapso absoluto?
¿Cómo es posible que unos efectivos rebeldes absolutamente
irrelevantes respecto al inmenso poderío militar de las Fuerzas
Armadas sirias estén siendo capaces de acorralar al régimen del
presidente Bashar Al-Assad ante la complacencia de Estados Unidos y la inmensa mayoría de
los países occidentales? ¿Acaso los integrantes de las fuerzas
opositoras al régimen y sus líderes representan de manera incontestable la voluntad democrática de la mayor parte del pueblo sirio para
luchar por su libertad? ¿O será, por el contrario, que el Ejército
Sirio Libre es una ficción montada para encubrir, por razones
inconfesables, la punta de lanza del yihadismo islamista, ese mismo
que bajo el socorrido paraguas de Al-Qaeda se combate por terrorista en
Afganistán, en Gaza, en Malí, en Argelia y en medio mundo, tal como denuncia Al-Assad?
La
respuesta más plausible a estos interrogantes aparece lógica e
impecablemente explicada en el reciente y formidable libro del gran
historiador Josep Fontana, en una obra que marca un antes y un
después y a cuya elaboración su autor ha dedicado los últimos años
de su fecunda vida intelectual: “Por
el bien del Imperio. Una historia del mundo desde 1945”,
(editorial Pasado&Presente, Barcelona, 2012). Desde ahora
anticipo que la explicación al conflicto sirio, así como las razones últimas del peligroso avispero en el que se han convertido las
naciones del mundo islámico están contenidas en el título de la obra
del profesor Fontana.
En la Carta
del Atlántico de 1941, los que iban a ser ganadores de la Segunda
Guerra Mundial proclamaron “el derecho que tienen todos los pueblos
a escoger la forma de gobierno bajo la cual quieren vivir", así como una
paz justa que habría de proporcionar a todos los hombres de todos
los países una existencia libre, sin miedo ni pobreza”.
Cuando
van a cumplirse ya mismo setenta y dos años de aquellas promesas, la
frustración no puede ser mayor. No hay paz —Iraq,
Afganistán, Dafur, Somalia, Congo, Siria, Malí, y la amenaza
permanente del terrorismo islamista dan testimonio de ello—,
la extensión de la democracia es poco más que una apariencia y en
medio mundo ni siquiera eso, como lo demuestra la frecuencia con que los derechos humanos más elementales son pisoteados en un
registro que resultaría interminable. Lejos de la prosperidad
global que se nos anunciaba, vivimos en un mundo cada día más
desigual, puesto que la diferencia entre los países desarrollados y
aquellos que acostumbramos a denominar “en vías de desarrollo”,
lo cual parece un sarcasmo, no solamente es mayor que en 1945 —lo
cual implica que la globalización ha actuado como un factor de
empobrecimiento relativo━,
sino que se ve todavía agravada en un mundo que no consigue evitar
que centenares de miles de seres humanos, en especial niños, sigan
muriendo de hambre cada año.
Apenas
acabada la contienda mundial, la guerra fría primero, y la lógica
del empleo de la fuerza en intervenciones puntuales o en guerras locales permanentes después, ha sido la constante de
una situación en la que los Estados Unidos, sobre todo tras la disolución del Pacto de Varsovia en 1991, ejerce la indiscutible
hegemonía internacional con el noble pretexto de asegurar el
funcionamiento del proclamado Nuevo Orden Mundial bajo la cobertura de la OTAN, lo que viene a demostrar que los objetivos de esta
organización militar iban más allá de la defensa del “mundo
libre” contra una amenaza global comunista que desapareció hace más de veinte
años. Esta vocación de liderazgo universal se
sustenta en una idea que ha vertebrado la política norteamericana
desde 1945 hasta la actualidad. Lo dijo con toda claridad el
secretario de Defensa, Robert MacNamara, en un memorándum destinado
al presidente Johnson, en el cual afirmaba su convicción de que la
función dirigente que los norteamericanos habían asumido “no
podía ejercerse si a alguna nación poderosa y virulenta —sea
Alemania, Japón, Rusia o China—
se le permite que organice su parte del mundo de acuerdo con una
filosofía contraria a la nuestra”. George W. Bush, por su parte, llegó a afirmar que "Nuestra nación ha sido elegida por Dios y designada por la Historia como modelo del mundo". En la misma línea, Obama, en el discurso de su investidura del 20 de enero de 2009, no tuvo empacho en declarar: "Esta es la fuente de nuestra confianza: la certeza en que Dios nos anima a modelar un destino incierto".
¿Puede expresarse un designio imperial impuesto por la fuerza militar con
mayor diafanidad? La evidencia de que el régimen sirio aparece
adscrito, acaso como residuo extemporáneo de la “guerra fría” a una “filosofía” equivocada, es la matriz fundamental que
debemos considerar para explicar la actual situación de violencia
que asola la nación siria. Si a esto añadimos la posición estratégica del territorio sirio, fronterizo con Turquía, miembro
clave de la OTAN para controlar el flanco Sur de Rusia, y también con Israel, la nación aliada predilecta de Estados Unidos, las razones explicativas que buscamos
aparecen dadas con con la terrible fatalidad de una tragedia
griega.
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Robert MacNamara |
La doctrina
expresada por MacNamara y sus exactos objetivos siguen vigentes hoy, pues la llegada de Obama a la Casa Blanca en 2009 no ha servido más que para exacerbar sin disimulo alguno la voluntad imperial de Washington: los asesinatos con drones, que se pusieron en marcha bajo el mandato de su predecesor, el denostado Bush, se han convertido en la marca personal del ganador del Premio Nobel de la Paz, Obama ordenó una operación de estas características cada cuatro días, una diez veces más que Bush. La voluntad de mantener un mundo unipolar bajo el domino estadounidense explica que siga siendo necesario utilizar todos los
medios del poder político y militar acumulado después de la Segunda
Guerra Mundial para proseguir la tarea de asegurar la hegemonía
norteamericana con la existencia de 865 bases militares distribuidas
por todo el mundo, sin contar las desplegadas en zonas de conflicto
bélico. Pocos han expresado esta necesidad de manera más contundente
que otro secretario de Defensa norteamericano, Donald Rumsfeld, quien
el 19 de octubre de 2001 dijo a las tripulaciones de un grupo de
bombarderos: “Tenemos dos opciones. O cambiamos la forma en que
vivimos o cambiamos la forma en la que viven los otros. Hemos
escogido esta última opción. Y sois vosotros los que nos ayudaréis
a alcanzar este objetivo”. Que los "daños colaterales" supongan la devastación de naciones enteras, decenas de miles de víctimas civiles y millones de desplazados, como en los casos de Iraq, Libia y Siria es algo que carece de importancia: la red global de propaganda al servicio del imperio está para justificar todos los desmanes habidos y por haber bajo el vergonzante paraguas de las "razones humanitarias", algo nunca visto anteriormente en la Historia Universal.
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Donald Rumsfeld |
Si nos
acercamos a la sangrienta realidad siria bajo la óptica de esta
formulación implacable, habremos despejado la incógnita fundamental
de la ecuación que nos aportará las claves para interpretar el
enfrentamiento actual, así como lo que sucederá cuando el régimen
del presidente Al-Assad sea sustituido por el recambio que los
poderes fácticos de Washington han decidido, con la sumisa
aquiescencia de los países de la OTAN, de la que España forma
parte. De ahí la apresurada actitud de nuestro ministro de Asuntos
Exteriores, García-Margallo, cuando hace escasos días
responsabilizó a las Fuerzas Armadas sirias, sin pestañear y sin
que se le cayera la cara de vergüenza, de la horripilante y reciente
matanza de jóvenes estudiantes ocurrida en la Universidad de Alepo,
con el escandaloso seguidismo de casi todos los medios de
información españoles, tan enfrentados en su interpretación de los
acontecimientos nacionales como unánimes en todo lo que se refiere a
los asuntos que afectan al orden mundial regulado por los intereses
del Pentágono y de la OTAN, que es su más visible prolongación.
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El ministro de Asuntos Exteriores García-Margallo con el representante de la oposición siria durante su visita a Madrid |
Frente
a la condena del atentado, que nuestros medios informativos atribuyen
a un bombardeo realizado por la aviación gubernamental, con la
repetida consigna de que Al-Assad no tiene cabida en el futuro
sirio, resulta paradójico que la prensa norteamericana, mucho menos
mediatizada, haya puesto en duda la autoría de lo que ha sido un
atentado terrorista, otro más, perpetrado por los piadosamente llamados "rebeldes" que
actúan en suelo sirio para minar, con el terror
ejercido sobre la población civil, la voluntad de resistencia de las Fuerzas Armadas sirias y la de un Gobierno acosado y, previsiblemente, en fase de liquidación. El hecho
de que la Universidad de Alepo está situada en la zona controlada
por las tropas leales a Damasco es el detalle más revelador que la prensa
norteamericana ha puesto de relieve y que hace difícilmente tragable
que las Fuerzas Armadas sirias atenten contra objetivos que,
precisamente, estaban bajo su directa custodia. Como aparece narrado por The
New York Times en su edición impresa del pasado miércoles 16 de enero:
“The
toll was extraordinarily high even for Syria’s bloody conflict. The
target was mysterious. The university has been a center of
antigovernment demonstrations but
is in a government-held area, so neither side had an obvious reason
to strike. And
there was horror that the explosions struck as students tried to go
about their studies normally, even after people who had fled the
fighting in other Aleppo neighborhoods had taken up residence in a
dormitory, which was hit by a blast.
One
student said that insurgent fighters just outside Aleppo who
apparently were armed with a heat-seeking missile fired it at a MIG
fighter, that the pilot dropped a heat balloon as an evasive tactic,
and that the missile followed the balloon and then exploded near a
military post adjacent to the university dormitories.
Imágenes tomadas después del atentado
terrorista en la Universidad de Alepo
Para quien
no sepa inglés, aclararé que la información recogida por
el diario neoyorquino especifica que un estudiante sobreviviente de
la hecatombe cuenta que las milicias rebeldes situadas en las afueras
de Alepo dirigieron un misil contra un avión militar de las Fuerzas
Armadas sirias, cuyo piloto eludió el impacto con una maniobra de
evasión, por lo que la cabeza explosiva lanzada fue a parar al
campus universitario, donde estalló cerca de un puesto militar
gubernamental situado en la proximidad de los dormitorios
universitarios.
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Los llamados "rebeldes" por los medios de información occidentales,
celebran el derribo de un caza gubernamental |
Aunque en mi segundo
artículo “Siria: sangre, fuego, mentiras y cintas de vídeo”
abordo la manipulación informativa de la realidad siria, insistiré
en este asunto recordando algunos antecedentes que considero de
interés. En su época, al presidente estadounidense Ronald Reagan le
costó mucho trabajo presentar a sus mesnadas de “contras” en
Nicaragua como verdaderos revolucionarios. Para ello creó una
estructura de propaganda que hoy en día se dirige desde la Casa
Blanca por el Consejero Adjunto para la Seguridad Nacional, Ben
Rhodes, quien está aplicando los mismos viejos métodos y ha
recurrido otra vez a la socorrida y falsa acusación del uso de armas
químicas, ya utilizado contra Sadam Hussein, para demonizar al gobierno del presidente Al-Assad.
En
colaboración con el M-I6 británico, Rhodes ha logrado imponer una
estructura fantasma como principal fuente de información de las
agencias de prensa occidentales: el “Observatorio Sirio de los
Derechos Humanos” (OSDH). Los medios no han cuestionado hasta ahora
la credibilidad de semejante organismo, a pesar de que sus
afirmaciones han sido desmentidas en numerosas ocasiones por los observadores de la Liga
Árabe y por los de la propia ONU. A pesar de ello, esa estructura
fantasma, sin locales ni personal visible, se ha convertido en la
única fuente de información
de las cancillerías europeas desde que Washington pidió a los
gobiernos sobre los que ejerce influencia que retiraran de Siria a su personal diplomático.
Ben Rhodes organizó
también una serie de espectáculos para periodistas en busca de
emociones fuertes. Para ello se crearon dos agencias de viajes, una
en el gabinete del primer ministro turco Tayip Erdogan y la segunda
en el gabinete del ex-primer ministro libanés Fouad Siniora, desde
las cuales se reclutó a periodistas occidentales para que entraran
ilegalmente en territorio sirio con la ayuda de guías adiestrados al
efecto. Durante meses ofrecieron la posibilidad de viajar desde la
frontera turca para visitar una aldea en la montaña, donde
ofrecieron sesiones fotográficas con los “revolucionarios” y
compartir con ellos la vida diaria de sus campamentos, con el objetivo propagandístico de que trasladasen sus crónicas a los periódicos como si se tratara de arriesgados
reportajes realizados desde el escenario de los combates.
Frente a estas
manipulaciones, resulta más que sorprendente que las fotos y
documentales obtenidos por las fuentes sirias sean casi
generalmente ignorados por los medios europeos o se les añadan comentarios falsos cuando son distribuidos por las agencias occidentales, tal como
ha sucedido con el criminal atentado contra la Universidad de Alepo.
Estas prácticas vergonzosas no impiden que nos lleguen documentos
gráficos estremecedores realizados por aficionados que ilustran la barbarie de los actos cometidos por
las bandas terroristas contra los soldados de las Fuerzas Armadas
Sirias, como el vídeo registrado el pasado 16 de diciembre, que
mostraba a los rebeldes insultando y golpeando
salvajemente a veintiocho soldados heridos antes de alinearlos en el
suelo y rematarlos con disparos a bocajarro. El Alto Comisionado de las Naciones
Unidas para los Derechos Humanos, Rupert Colville, condenó el acto que catalogó como “crimen de guerra”. Su
portavoz comentó que resultaba difícil verificar quien estaba
implicado en semejante salvajada, antes de agregar que el vídeo sería cuidadosamente
analizado, pero que "las imágenes indicaban sin lugar a dudas que las
víctimas eran soldados y no combatientes", una más de las continuas ejecuciones sumarias realizadas por las fuerzas de la oposición al
gobierno de Damasco.
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Milicianos sunitas se disponen a ejecutar a un sospechoso
de ser partidario del régimen de Bashar El-Assad |
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Espantosa imagen de un niño que se dispone a decapitar a un oficial
de las Fuerzas Armadas Sirias, jaleado por los milicianos yihadistas
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Antes proseguir mi
análisis, quiero dejar bien claro que los grupos armados que
combaten y practican el terrorismo en Siria integradas en el pomposamente denominado "Ejército Sirio
Libre” no defienden la democracia, sino que son sus peores enemigos, a pesar del amable trato que reciben en los medios de comunicación occidentales.
La interpretación de
los acontecimientos registrados en Siria como un episodio más de la
primavera árabe es una ilusión en la medida en que esa llamada
“primavera” está lejos de ser una realidad; no se trata más
que de un eslogan publicitario tendente a fabricar una imagen
positiva de toda una serie de hechos que presentan características
diversas según en el país al que nos refiramos. Si bien es cierto
que en Túnez, Yemen y Bahréin sí se produjeron revueltas populares
masivas, en Egipto y Libia los acontecimientos presentan otras
aristas que, para no apartarme del caso sirio, no voy a analiza
ahora, aunque no estará de más dejar anotado que la revuelta
separatista surgida en la región de Cirenaica en contra del poder de
Trípoli sirvió de pretexto para la intervención militar de la
OTAN, que costó la vida a unas ciento sesenta mil personas, y que solamente ha servido para consolidar en el poder a la minoría
religiosa sunita perteneciente a los Hermanos Musulmanes, que, como en
el caso de Egipto, se ha apresurado a declarar la sharía como
base única de su Constitución, algo que resulta inaceptable para la juventud de todas las creencias religiosas que exigió desde las calles de Egipto el fin del régimen de Mubarak y unas libertades más lejanas hoy que hace un año, lo que no augura nada bueno de cara al inminente futuro.
En cualquier caso, la estrafalaria dictadura de Gadafi justifica
difícilmente que se le haya tratado como a un peligro mayor que el representado por otros
tantos regímenes dictatoriales tolerados y hasta financiados por Occidente. Gadafi
fue hasta poco antes de su decretada caída un colaborador amistoso
de la Unión Europea, con muchos de cuyos dirigentes mantuvo
cordiales relaciones y hasta colaboró para frenar con métodos
expeditivos, plenamente aprobados por Europa, el flujo de la emigración africana que llegaba a través del desierto. De que su régimen era oficialmente respetado puede dar testimonio el hecho de que el Fondo Monetario
Internacional lo elogiase todavía el 15 de febrero de 2011, animándolo a seguir con sus reformas económicas neoliberales, congratulándose de que Libia hubiera quedado al margen de las
conmociones acaecidas en Túnez y Egipto.
El encono de la
intervención inmediatamente posterior, iniciada con bombardeos
sistemáticos efectuados por aviones británicos, franceses y
norteamericanos, con asistencia italiana y española, en una
operación aprobada por las Naciones Unidas y puesta bajo el mando de
la OTAN, no tiene motivos claros, salvo que obedezca al hecho de que
en marzo de 2011 Gadafi amenazó con echar de Libia a las petroleras
occidentales e invitó a las empresas de Rusia, China y la India a
que invirtiesen en la producción del petróleo libio. Y algo todavía más intolerable para Estados Unidos: Desde el 1970 hasta hoy el precio del crudo viene siendo marcado exclusivamente en dólares. El petróleo es hasta ahora la base de la divisa norteamericana, por lo que resulta vital al poder americano controlar a los países petroleros para evitar que comercialicen su producción con otras divisas. Aquí se enmarca la decisión de intervenir militarmente en Libia, porque Muammar El-Gadafi comenzó a exportar petróleo utilizando el euro como divisa de referencia y y planeaba hacerlo después en dinar oro. Como es natural, Washington no estaba dispuesto a permitirlo y decidió, con la colaboración de sus peones de la OTAN, acabar con el régimen libio.
El patrón de estas actuaciones es siempre el mismo. Cuando el dólar empieza a depreciarse, Washington provoca un conflicto armado o un cambio de régimen, sobre todo en Oriente Medio, con lo que el valor de su divisa se recupera. El dólar caro asegura para EE.UU. los productos importados baratos para mantener el consumo dentro del país y la posibilidad de comprar por todo el mundo los recursos naturales que necesita y no produce, así como nuevos activos que abonen la especulación financiera global, que es su principal negocio, junto con la venta de armamento y la exportación de guerras.
Actualmente, la deuda nacional de EE.UU. asciende a un 104,5% y la deuda exterior, a un 107% del PIB, una enorme carga cada vez más difícil de mantener. Para sobrevivir, los funcionarios de la Reserva Federal Estadounidense (FED) tendrán seguir acudiendo a su medida favorita: reclamar a sus militares la creación de conflictos de todo tipo para fortalecer el dólar y que la economía estadounidense pueda sobrevivir con su astronómica deuda a cuestas. El dólar necesita incesantemente provocar nuevas guerras locales en naciones indefensas ante el potencial bélico norteamericano para mantenerse como primera divisa internacional.
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Muammar El-Gadafi fue sometido a todo tipo de vejaciones
antes de ser ejecutado |
Para mayor confusión del panorama descrito, la estación libanesa “Nour TV”
se anotó un resonante éxito con la transmisión de una serie de
programas de Hassan Hamade y Georges Rahme titulada “La primavera
árabe, de Lawrence de Arabia a Bernard-Henri Levy”, cuyos autores
desarrollan la idea de que la “primavera árabe” es un remake de
la “revuelta árabe” de 1916-1918, orquestada por los británicos
en contra de los otomanos, aunque esta vez los países occidentales
han manipulado las situaciones internas de los países para favorecer
el derrocamiento de sus líderes e imponer en el poder a la Hermandad
de los Hermanos Musulmanes. De hecho, la “primavera árabe” cae
en la categoría de lo que conocemos como publicidad engañosa, pues
no hace falta más que ver cómo en estos momentos, todos las naciones musulmanas asentadas en las orillas mediterráneas y en el Oriente Medio están siendo gobernados por una misma ortodoxia religiosa sunita, que, por un lado, impone un orden legal estrictamente
confesional regulado por la sharía, mientras que por el otro apoya los intereses del capitalismo anglosajón. Por eso, varios
autores críticos hablan, en
tono de burla, de la “primavera otánica”.
Volviendo
al caso sirio, es preciso señalar que los
dirigentes del Consejo Nacional Sirio (CNS) y los comandantes del
Ejército Sirio Libre (ASL) no son demócratas según los parámetros
occidentales. Por ejemplo, el primer presidente del CNS fue Burhan
Galioun, profesor en una universidad francesa y que nunca ha sido un “opositor sirio perseguido por el régimen”, ya que
entraba y salía libremente de Siria. Tampoco es, como ahora intenta parecer, un “intelectual laico”, pues fue consejero
político del argelino Abbassi Madani, presidente del Frente Islámico
de Salvación (FIS), actualmente refugiado en Qatar. Su sucesor,
Abdel Basset Syda, desde el momento mismo de su elección a la cabeza
del CNS, se comprometió a aplicar la “hoja de ruta” redactada
por Washington para Siria, titulada The Day After, “El Día
Después”.
Del mismo
modo, los combatientes del Ejército Sirio Libre difícilmente pueden ser catalogados como demócratas cuando reconocen la autoridad espiritual
del jeque Adnan El-Arour, un incendiario predicador takfirista que llama al derrocamiento y posterior ejecución de Bashar Al-Assad, de su familia y de todos sus
colaboradores no por motivos políticos, sino porque la
cúpula dirigente siria es alauita, una secta disidente del sunismo, que la convierte en herética a los ojos del jeque. Por otra parte, todos los
oficiales del ESL identificados y todas las brigadas del ESL llevan
nombres de figuras históricas sunitas. Los “tribunales
revolucionarios” del ESL condenan a muerte a todos sus opositores
políticos, no sólo a los partidarios del presidente Al-Assad, sino
también al resto de los “infieles” que lo apoyan y cuyas degollaciones públicas son sobradamente conocidas.
El programa del ESL consiste en acabar con el régimen
laico del partido Baaz para instaurar un modelo confesional estrictamente
sunita. Así pues, no es posible explicar con qué bases reales
atribuye Occidente el pedigrí democrático a las milicias armadas combatientes en en Siria, mientras que estos mismos elementos son señalados en
todos los demás lugares como terroristas de Al-Qaeda. A estas alturas,
resulta más que conocido el trasvase de guerrilleros
mercenarios de obediencia sunita desde Gaza y Libia a Siria, a través de Turquía y Jordania, financiado con el dinero de Qatar y de Arabia Saudita, con el obvio consentimiento de Estados Unidos y de sus socios de la OTAN. Y es que resulta de dominio público el deseo occidental de acabar con
el régimen sirio, consideración que sobra y basta para explicar los
actuales acontecimientos y cual será el futuro inmediato que espera a la desgraciada nación siria.
A este respecto cabe recordar algunos hechos que no dejan
lugar a dudas acerca de la premeditación que caracteriza los actuales
acontecimientos. La decisión de imponer la guerra a Siria fue
adoptada por el presidente George W. Bush, en una reunión en Camp
David celebrada el 15 de diciembre de 2001, cuando después de los atentados de Nueva York y de Washington fue incluida en el "Eje del Mal". En aquel
momento inicial, lo previsto era comenzar la intervención militar en Siria y en
Libia para demostrar que las fuerzas norteamericanas podían actuar de manera simultánea en dos teatros bélicos, un detalle que conocemos por el testimonio del general Wesley Clark, ex-comandante
supremo de la OTAN, quien se opuso al proyecto. Atacar Afganistán fue la mejor solución mientras se preparaba la Guerra de Iraq para derrocar a Sadam Hussein y controlar sus inmensas reservas petroleras.
Fue en 2003, en
el momento de la caída de Bagdad, cuando el Congreso estadounidense adoptó
dos leyes que facultaban al presidente norteamericano para que
preparara una guerra contra Libia y otra contra Siria (la Syria Accountability Act).
En 2005, después del asesinato de Rafik Hariri, Washington trató de provocar la guerra contra Siria, pero no encontró excusa para hacerlo, porque Damasco retiró su tropas estacionadas en El Líbano. Los norteamericanos montaron entonces una serie de testimonios que no pudieron demostrar para acusar al régimen sirio de haber ordenado el atentado y hasta llegó a crear un tribunal internacional de excepción para juzgar a Al-Assad. A la larga, Estados Unidos se vio obligado a olvidar sus acusaciones cuando se revelaron como burdos montajes de la CIA. No obstante, como el propósito seguía siendo invariable, en 2006, los servicios de inteligencia norteamericanos comenzaron a preparar la revolución siria mediante la creación del "Syria Democracy Program". Se trataba de crear y financiar grupos de oposición, como el Movimiento por la Justicia y el Desarrollo, vinculado a los Hermanos Musulmanes, con el objetivo de servir como bases operativas para coordinar las actuaciones contra el gobierno de Damasco. Al financiamiento oficial del Departamento de Estado se agregó un aportación secreta de la CIA, a través de una asociación californiana llamada "Democracy Council".
Siguiendo
la escalada, y bajo presión norteamericana, Israel atacó a Siria en
2007 con el bombardeo de de una instalación militar en la llamada
“Operación Orchard”, pero Siria no se dejó arrastrar a la
guerra y esperó a que posteriores verificaciones del Organismo
Internacional de la Energía Atómica demostraran que el blanco del
ataque no correspondía a una instalación nuclear. Al año
siguiente, en 2008, durante la reunión que la OTAN organizó bajo el
patrocinio del Grupo Bilderberg, la directora del Arab Reform
Initiative, Bassma Kodmani, y el director de la Stiftung Wissenschaft
und Politik, Volker Perthes, expusieron brevemente ante la flor y
nata de Estados Unidos y Europa las ventajas económicas, políticas
y militares de una posible intervención de la OTAN en Siria. En esa
línea, en 2009, la CIA organizó varios instrumentos de propaganda
dirigidos hacia Siria, como los canales Barada TV, con sede en
Londres, y Orient TV, con base operativa en Dubai.
La
trama continuó con la celebración en El Cairo, durante la segunda
semana de febrero de 2011, de una reunión a la que asistieron John
McCain, Joe Lieberman y Bernard-Henri Lévy, personalidades libias
como Mahmud Jibril ━la entonces segunda autoridad en importancia de la Yamahiria━
y responsables sirios como Malik Al-Abdeh y Ammar Qurabi. En
aquella reunión se dio la señal para iniciar las operaciones secretas que
comenzaron simultáneamente en Libia y en Siria: el 15 de febrero en
Bengasi y el 17 en Damasco bajo la cobertura propagandística de “la
primavera árabe”. Posteriormente, en enero de 2012, los
departamentos estadounidenses de Estado y de Defensa crearon el grupo
de trabajo “The Day After. Supporting a Democratic Transition in
Syria”, que redactó una nueva constitución para Siria y el
programa de reparto a realizar tras el derrocamiento del régimen de
Bashar Al-Assad.
Finalmente,
en mayo de 2012, la OTAN y el Consejo de Cooperación del Golfo (CCG)
crearon el “Working Group on Economic Recovery and Development of
the Friends of the Syrian People”, bajo la co-presidencia de
Alemania y de los Emiratos Árabes Unidos. En el marco de ese grupo,
el economista sirio-británico Ossam Al-Kadi elaboró un programa para repartir las riquezas sirias entre los países miembros de la coalición, que sería aplicado a partir del “día siguiente” a la caída del gobierno de Al-Assad.
Después de los
antecedentes expuestos, parece evidente que los grupos
armados que ensangrientan Siria no surgieron de las manifestaciones
pacificas de febrero de 2011, parecidas a las que tuvieron lugar en los países europeos más afectados por la crisis, como fue el caso de Grecia, Portugal, Italia y la misma España. Sin que deje de ser cierto que las muy escasas protestas sirias denunciaban la corrupción
gubernamental y reclamaban más libertades, nada tenían en común
con los grupos armados procedentes del yihadismo salafista que
tomaron el relevo de los manifestantes para actuar sin reparar en medios ni en salvajismo
contra todos los sospechosos de apoyar al gobierno de Damasco y a las minorías no sunitas, entre ellas las diversas confesiones cristianas que hasta entonces habían gozado de la más absoluta libertad bajo la protección del Estado sirio.
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Yihadistas sunitas integrantes de las fuerzas mercenarias reclutadas para derrocar el régimen sirio |
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Yihadistas disparan en Alepo contra el ejército sirio |
A modo de síntesis, cabe
decir que en el seno de la sociedad siria, que ha venido
representando el paradigma de la tolerancia religiosa, se desarrolló
una corriente de descontento que terminó vertebrándose en un grupo
organizado de corte takfirista, que es la versión más radical del
salafismo yihadista, corriente mesiánica derivada del sunismo
musulmán vertebrado a través de los Hermanos Musulmanes. En el islam, el “takfirismo” es una forma de
intolerancia violenta que se caracteriza por su
propensión a anatemizar prioritariamente a otros musulmanes
considerados impíos. En Siria el takfirismo ha cristalizado en
contra de los alauitas (minoría a la que pertenece Al-Assad y los
principales dirigentes de su régimen laico), acusados del grave pecado de apostasía, que aparece singularmente encarnado, ¿cómo no?, en el
presidente Bashar Al-Assad, a quien presentan como el Gran Satán.
La corriente takfirista
sustentó inicialmente a los grupos armados financiados
principalmente por las monarquías wahabitas de Arabia Saudita y los
emiratos de Qatar y Sharjah. Esa riada de dinero atrajo nuevos
combatientes, entre los que hay parientes de las víctimas causadas por la
represión masiva al sangriento y fracasado golpe de Estado
organizado por los Hermanos Musulmanes en 1982, al que hice referencia en
mi primer artículo, Siria, la verdad, toda la verdad y solamente la verdad.
El móvil de los
integrantes de esas milicias suele estar más cerca de la ganancia personal que de cualquier motivación ideológica o
religiosa, pero, atraídos por el dinero fácil, es de creer que delincuentes comunes e individuos con problemas con la justicia se
unieron a los takfiristas, como ocurre siempre que las aguas bajan revueltas. Si reparamos en que cada “revolucionario”
recibe una suma que representa siete veces el salario medio sirio,
podemos hacernos una idea de qué tipo de gente estamos hablando.
Finalmente, comenzaron a llegar profesionales que ya habían combatido en
Afganistán, Bosnia, Chechenia o Iraq. En primera fila de estos se estaban los hombres de Al-Qaeda en Libia, lidereados por el propio
Abdelhakim Belhaj. Los medios de prensa los presentan como
revolucionarios, lo cual es totalmente falso porque se trata de
mercenarios a sueldo.
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Abdelhakin Beljah |
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Combatientes yihadistas en las calles de Alepo |
Los medios informativos
occidentales y los de los países del Golfo insisten en la presencia
de desertores de las Fuerzas Armadas sirias entre los miembros del ESL, lo cual no deja de ser
cierto en una pequeña parte. Pero es falso que estos hubieran desertado por negarse a reprimir manifestaciones políticas contrarias al gobierno de Damasco. El perfil de tales desertores corresponde casi siempre a la tipología ya descrita y, en todo caso, en un ejército tan numeroso
como el sirio siempre será posible encontrar fanáticos religiosos y hasta delincuentes. Los grupos armados utilizan una bandera que sustituye
la franja roja de la actual bandera siria por una franja verde y
presenta tres estrellas, en vez de dos. La prensa occidental califica
esa bandera de la franja verde y las tres estrellas como “la
bandera de la independencia”, que ya que estuvo en vigor al
proclamarse la independencia de Siria en 1946. Pero las tres estrellas representan los tres distritos confesionales existentes en la época colonial (alauita, druso y cristiano), así que parece extraño considerar esa bandera como símbolo revolucionario, pues representa todo lo contrario: proclamar el deseo de seguir el proyecto colonial definido por Acuerdo Sykes-Picot de 1916, por el cual se hizo el diseño del actual mapa del Oriente Medio, contra el que se opuso el coronel T.E. Lawrence, conocido como Lawrence de Arabia, cuyas vicisitudes cuento en mi novela "El octavo pilar. Historia secreta de Lawrence de Arabia", en donde también expongo las bases en las que se asienta la problemática actual de las naciones que configuran hoy el denominado Oriente Medio.
Durante estos meses de acciones armadas, los grupos rebeldes se han coordinado para ser más operativos, de tal manera que la gran mayoría actúan ahora bajo control turco bajo la etiqueta del
Ejército Sirio Libre, aunque la realidad es que se han convertido en
milicias dirigidas por la OTAN y entrenadas en el cuartel general del ESL, que se
encuentra en la base aérea de la OTAN ubicada en Incirlik, Turquía. Los
islamistas más extremos han formado sus propias organizaciones o se
han unido a Al-Qaeda, bajo el control de Qatar o de la rama sudairi
de la familia real saudita, aunque, de facto, también actúan bajo control
de la CIA. Como reconoce Félix Arteaga, investigador principal de
Seguridad y Defensa de una institución tan poco sospechosa de
antiamericanismo como es el Real
Instituto Elcano: “Turquía
no es un país neutral ante el conflicto interno sirio porque hace
tiempo que tomó partido en contra del régimen, ha albergado en su
territorio a la dirección de la insurgencia, no ha impedido el flujo
de insurgentes que tratan de liberar el noroeste sirio y está
tratando por todos los medios de propiciar alguna intervención
militar que contenga la llegada de refugiados y le evite un
enfrentamiento directo con Damasco. El gobierno turco ha ejercido su
legítimo derecho a la autodefensa y ha bombardeado las posiciones
sirias desde las que partió el disparo inicial y los posteriores,
pero el fuego de contrabatería se ha alargado durante varios días
de forma sistemática y causado tantas bajas como las que pretendía
vengar. También movilizó a su parlamento para respaldar una posible
intervención armada en territorio sirio, un apoyo contestado en la
calle por miles de manifestantes que no la desean y que no pidió
para enviar sus fuerzas aéreas y terrestres a territorio iraquí a
atacar las bases del Partido de los Trabajadores Kurdos (PKK) cada
vez que lo consideró oportuno.
"El
gobierno sirio sigue empeñado en ganar la guerra por medios
militares y malgasta el crédito que le da la multiplicación de
actos terroristas entre los insurgentes, como el ocurrido días antes
en Alepo,
reivindicado por la franquicia Jebhat al-Nusra de al-Qaeda que causó
medio centenar de muertos y un centenar largo de heridos, y que valió
la condena del presidente del Consejo de Seguridad. También tiene
derecho a prevenir la entrada de combatientes y armamento por las
fronteras y a prevenir la liberación de zonas fronterizas que sirvan
a la insurgencia pero es responsable objetivo de los daños que
provoquen esas acciones militares. Unas acciones que se vienen
reiterando en la frontera turca –incluido el derribo en junio de un
avión de combate turco– y que afectan a las fronteras jordana,
libanesa e iraquí cada vez con más frecuencia, aumentando el riesgo
de que los enfrentamientos armados se extiendan, tal y como viene
denunciando el secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki-Moon”.
"Quienes
combaten en Siria también piensan qué harán el día siguiente y
cuál será su destino, su cuota de poder o quiénes serán sus
aliados tras la caída del régimen. Las numerosas milicias rebeldes
que se han formado no se desmovilizarán tras la caída de Al-Assad y
tratarán de exigir su compensación a la hora de recomponer el nuevo
orden, para lo que conservarán el armamento actual y procurarán
seguir haciéndose con todo lo que encuentren en los arsenales
gubernamentales o reciban desde fuera por si la lucha continúa. Los
kurdos, hayan combatido o no en la guerra civil, se prepararán para
hacerlo si tienen que defender los niveles de autonomía conseguidos
con el régimen que se acaba, creando a Turquía e Irak un problema
para el día siguiente más grave que el de atender a los refugiados
sirios que llegan a sus fronteras. Una vez que caiga el régimen,
muchos yihadistas suníes que han estado combatiendo volverán a sus
lugares de procedencia —numerosos,
por desgracia al norte de África y al Sahel—
mientras que otros como los del Frente al-Nusra se quedarán para
combatir la presencia occidental o apoyar las luchas sectarias contra
las minorías no islamistas. Los milicianos pro-iraníes que han
combatido en Siria, tendrán que dirigirse al Líbano o a Gaza, donde
Irán seguirá apoyándoles para preservar sus últimos reductos de
influencia en la zona, lo que no es una buena noticia para Israel ni
para la estabilidad del Oriente Medio en su conjunto.
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Un grupo de "rebeldes" descansando en las cercanías de Alepo |
Llegados
a este punto, me parece oportuno
resaltar la importancia de dos elementos de ese patchwork
árabe que es específico de Siria. El primero es el mayoritario y fundado miedo a que
tras el derrocamiento del régimen de Al-Assad suceda un régimen teocrático de corte sunita, que haría retroceder varias décadas a la
sociedad siria, condenándola a una intransigencia religiosa que
destrozaría los evidentes logros sociales conseguidos por el régimen actual.
El segundo y decisivo es
la existencia de una voluntad, anterior a los trágicos sucesos de la
primavera árabe, de derrocar al régimen de Damasco por medio de una
insurrección armada organizada desde el exterior por el poder
americano, con la colaboración de Arabia Saudita, los emiratos del
Golfo sumisos a Washington y Turquía, lo que a todas luces habría
de suponer no solo el acabamiento del poder de la
minoría alauita y del clan de la familia El-Assad, sino el
anunciado exterminio físico de esta minoría y de los demás grupos
minoritarios, entre ellos todos los cristianos, que vienen prestando su colaboración y apoyo al régimen de Damasco
a cambio de la protección para actuar con libertad que éste les ha
venido dispensando.
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Los drusos manifiestan su apoyo a Bashar Al-Assad |
El reconocimiento de
estas dos circunstancias es, según mi opinión, lo que confiere al
enfrentamiento que desde hace meses ensangrienta Siria la trágica
característica de inevitabilidad que le caracteriza. No encuentro
ningún precedente histórico en el que una minoría bien asentada en los poderes del Estado se haya rendido sin oponer
resistencia a su propia, completa y definitiva aniquilación, algo que,
lejos de ser una opinión personal infundada, aparece compartida por
Félix Arteaga, el analista ya mencionado del Real Instituto Elcano:
“Las minorías no suníes –como la drusa, kurda, cristiana y,
especialmente, la alauita– temen la revancha de la mayoría suní,
especialmente la de sus elementos más radicales, que ya han
demostrado su capacidad de venganza durante la guerra civil (las
imágenes de ejecuciones sumarias y de limpieza étnica de algunos
videos rebeldes no dejan lugar a dudas sobre lo que les espera)".
Como
afirma Josep Fontana, una gran parte de la población urbana de Siria
teme que la caída de Al-Assad origine una situación semejante a la de Libia o Iraq, ante la posibilidad de que la seguridad ofrecida por el régimen actual dé paso a luchas confesionales como las que
desangran a los dos países destrozados por la intervención militar occidental. Una eventualidad que resulta
especialmente alarmante para Israel, a quien, precisamente, muchos no
vacilan en atribuir un papel predominante en la voluntad de derrocar a Al-Assad, sin querer dirigir sus miradas hacia Jordania y Turquía,
cuyas fronteras han sido los coladeros por donde han entrado en Siria
los millares de integrantes que han engrosado las milicias armadas
contra el Gobierno de Damasco.
La
salida negociada que algunos propugnan me
parece un bonito recurso teórico, pero que resulta totalmente
inviable en la práctica, tal como el curso de los hechos nos viene demostrado. Y la Historia no se escribe con buenas
intenciones, sino con actos, muy a menudo terribles. Mucho más plausible
hubiera sido que el poder americano hubiese apoyado la propuesta rusa consistente en una transición pactada al régimen de Al-Assad capaz de garantizar la
protección efectiva de las minorías que lo han venido apoyando,
empezando por la alauita, complementado con la encomienda a las
Fuerzas Armadas sirias de un poder moderador que sirviera para evitar las carnicerías anunciadas por los enemigos del gobierno de
Damasco, evitando repetir los fracasos en las tareas de
pacificación cosechados por los norteamericanos y sus aliados tras
las guerras y posterior ocupación de Iraq y Afganistán. En este
sentido, Robert Gates, director de la CIA con G.H.W. Bush y
secretario de Defensa tanto con G.W. Bush como con Barak Obama,
expuso el más lúcido juicio final acerca de estas dos guerras: “En
mi opinión, cualquier futuro secretario de Defensa que aconseje de
nuevo al presidente un gran ejército de tierra norteamericano a
Asia, al Oriente Próximo o a África habría que examinarle la
cabeza, como delicadamente dijo el general MacArthur”.
En esta línea, el camino más seguro para actuar en Siria es el de una guerra por poderes, en la que EE.UU. no intervendrá directamente. En lugar de ello, Arabia Saudí y Qatar serán las encargadas directas de entregar las armas y el dinero a los mercenarios yihadistas, los llamados "rebeldes", mientras que Jordania y, sobre todo, Turquía, les conceden refugio, organización y vía libre por sus fronteras para entrar en territorio sirio. El remate final previsto es el mismo de Libia: resulta vergonzoso ver tanto a Francia como a Inglaterra adelantarse cada día a Washington en su voluntad de poner fin a sangre y fuego al gobierno de Bashar Al-Assad, no de acabar con los horrores del terrorismo yihadista, mero títere conyuntural montado por la geoestrategia norteamericana.
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Explosión de un coche- bomba en el barrio cristiano de Damasco |
El hecho indudable es que la coexistencia de las minorías religiosas, grupos tribales y
etnias que han venido conviviendo pacíficamente en Siria ha saltado
hecha pedazos. Y que el enfrentamiento
entre las dos ramas principales del islam sigue la pauta de lo
acaecido en los países vecinos. Mientras los rebeldes suníes
cuentan con el apoyo de Turquía, Egipto y Arabia Saudí, Al-Assad se
mantiene en el poder gracias a Irán con la complicidad apenas
encubierta del Gobierno iraquí de Al Maliki, a los libaneses del
Hezbolá y a los denudados esfuerzos diplomáticos de Rusia. La guerra siria corre el riesgo de extenderse por todo
Oriente Próximo e incendiarlo, tal como también sucedería en el caso de un ataque preventivo de
Israel a Irán. No cabe duda de que todo saldrá perdiendo si se llegara a la internacionalización del conflicto.
La actitud de Europa
respecto de los acontecimientos que sacuden al mundo árabe desde
hace cuatro meses indica que el pensamiento estratégico occidental
permanece bajo la batuta de Estados Unidos y se alinea ciegamente bajo las decisiones tomadas por Washington, cuya acción se
fundamenta en dos principios inalterables: el control territorial de
todo el Oriente Medio, el cerco a la Rusia de Putin y su hegemonía sobre el control del petróleo árabe. Así
de simple termina siendo todo. Los hechos desmienten en su totalidad
el discurso acerca del apoyo a la democracia y a las reformas en
Siria. Basta ver que la monarquía saudita es el gobierno más
antidemocrático del mundo y el más autocrático de los regímenes
políticos, sin dejar de ser el gran protegido de los norteamericanos. Es en Arabia Saudita donde encontramos el origen del pensamiento
takfirista-wahabita, que constituye el crisol ideológico y cultural
de las corrientes terroristas que aparentemente hoy pretende combatir Occidente en Siria, luego
de haberlas fomentado para utilizarlas en Afganistán contra la desaparecida Unión
Soviética.
Más todavía, los
hechos indican que el terrorismo takfirista es utilizado contra
Siria, bajo la dirección del príncipe saudita Sultan Ben Abdulaziz, hombre de confianza de los Servicios de Inteligencia de los Estados Unidos desde hace casi treinta años. Y, como se pregunta Juan Goytisolo en un reciente artículo publicado en el diario El País, “si ahondamos
aún en ese confuso magma, ¿quién cree que Arabia Saudí y los
emires del Golfo luchan por la democracia cuando encarnan el peor
ejemplo de teocracias en el ámbito del islam?”.
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Príncipe Sultan Ben Abdulaziz |
Algunos analistas
independientes europeos se encargan de alertar, con escasa
repercusión mediática, que si esta corriente escapa a todo control,
existe el riesgo de que se vuelva contra la orilla europea del
Mediterráneo, en la que se asienta una gran masa de inmigrantes
musulmanes en donde ganan sus adeptos las corrientes más
integristas. Sumergir a Siria en el caos y en el desorden acarreará
un nuevo ciclo de violencia sangrienta cuya amplitud resulta difícil
de prever, pero cuyas consecuencias serán desastrosas para las
minorías religiosas cristianas y étnicas que conviven en Siria y
que tradicionalmente ha venido apoyando al régimen de Damasco,
porque bajo su protección han gozado de todas las libertades
efectivas que les son negadas en los restantes países árabes,
empezando por el Iraq posterior a Sadam Hussein. Algo que no parece importar en absoluto a los dirigentes estadounidenses ni europeos.
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Madrid. Sede del Real Instituto Elcano en la calle Príncipe de Vergara |
Las conclusiones que de
la tragedia siria hace Félix Artega desde su posición de analista
del Real Instituto Elcano me parecen asumibles:
“La
guerra civil siria ha entrado en su fase final. Más lentamente de lo
que querrían los rebeldes y quienes les ayudan a derribar el régimen
de los Al-Assad, pero más deprisa de lo que suponen quienes lo
defienden, la guerra civil ha superado un período de equilibrio en
el que cualquiera de las dos partes podía acabar imponiéndose para
entrar en su fase final donde sólo los rebeldes pueden ganar. Las
fuerzas leales han perdido la iniciativa y tratan de defender –aunque
todavía no desesperadamente– las posiciones estratégicas que
ocupan en las grandes ciudades, la zona costera y las vías de
comunicación que las unen. Aunque todavía disponen de capacidad
para impedir que las fuerzas rebeldes consoliden sus ganancias
territoriales, ya no pueden hacer frente a todos los rebeldes en los
numerosos frentes que éstos les abren cada día porque han perdido
la superioridad militar que han mantenido hasta ahora y van cediendo
terreno a los rebeldes. Las vías terrestres de comunicación se han
vuelto inseguras y cada vez dependen más de los medios aéreos para
sus acciones operativas y logísticas, por lo que la captura de
armamento antiaéreo a las fuerzas leales y la llegada de misiles
tierra-aire están inclinando decisivamente la balanza en favor de
los rebeldes.
"La guerra civil en
Siria ya está decidida aun antes de que se produzcan los últimos
combates –que los habrá y muy duros– porque las guerras modernas
no se ganan sobre el campo de batalla de las ciudades sino entre las
percepciones de las poblaciones. El centro de gravedad de una guerra,
es decir, el hecho decisivo que altera el curso de la contienda, ya
no se consigue mediante una victoria militar sino haciendo triunfar
la percepción de que uno de los dos bandos va a ganar
inevitablemente. El relato de lo que va a ocurrir se convierte en una
autoprofecía que se cumple a favor del bando que tiene un relato
triunfador. Los rebeldes no han ganado ninguna gran batalla ni
conquistado ninguna gran ciudad pero están consiguiendo imponer su
relato de lo que va a ocurrir: que el régimen va a caer por la
fuerza, mientras que el relato del régimen –que podrá imponerse a
los terroristas jaleados desde el exterior– comienza a hacer aguas.
"Las actuaciones
militares y diplomáticas de última hora, dentro y fuera de Siria,
se enmarcan en la progresiva asunción del relato y conducen la
guerra civil hacia su fase final en la que ya se conoce cuál va a
ser el ganador y, mientras los bandos se preparan para librar los
últimos combates, todos los actores se preocupan por lo que pueda
ocurrir al día siguiente de la caída del régimen que de la forma y
fecha en que esto sucederá.
"La percepción de que se
aproxima el fin del régimen también se refleja en el campo
diplomático. Rusia y China, que hasta ahora han estado tratando de
encontrar una salida al régimen desde dentro del mismo, han
comenzado a sondear los sectores de oposición y a los rebeldes para
buscar alternativas. Sus contactos, sobre todo de los rusos, les
facilitan la interlocución con los actores locales que pueden
acelerar o retrasar la caída del régimen desde dentro. Sin esos
contactos y sin tanta influencia interna, EEUU, Francia, el Reino
Unido y los países del Golfo han dejado de apoyar al Consejo
Nacional Sirio, una construcción suya desde el exilio que ha sido
incapaz de articular durante el último año un proyecto de futuro,
de aglutinar las distintas facciones políticas y de coordinar las
acciones militares del Ejercito Libre Sirio. En su lugar han
articulado en noviembre de 2012 una Coalición Nacional Siria de las
Fuerzas Revolucionarias y de Oposición a la que se han apresurado a
reconocer Francia, los países del Golfo y los de la Liga Árabe,
salvo Irak, Argelia y Líbano.
"Hasta ahora, las
milicias y los mandos del denominado Ejército Libre de Siria se han
resistido a cualquier control jerárquico, pero los donantes externos
les han obligado a hacerlo si quieren seguir recibiendo fondos, armas
y asistencia. La asistencia ya era condicional entre los donantes
porque cada país tenía sus milicias preferidas, incluidos las
yihadistas que no participan en los circuitos formales de reparto
(según fuentes abiertas, Qatar ha reconocido que pueden haber
acabado en manos de ellos varios de sus envíos de armas). Ahora, han
forzado a quienes las dirigen desde el terreno a articular una
estructura de coordinación –o una apariencia de ella– que venza
las resistencias externas a apoyar a los rebeldes sin correr el
riesgo de que las armas entregadas acaben en manos yihadistas o de
los contrabandistas de armas, algo que ocurrió en Libia y que ha
multiplicado la inseguridad en el norte de África, el Sahel y
Oriente Medio. Si consiguen hacerlo, comenzarían a fluir hacia los
rebeldes las armas que precisan para afrontar los duros combates que
se avecinan y equilibrar el inventario pesado de las fuerzas
gubernamentales que aún están por usar.
En cualquier caso, la
intervención más difícil no será para derribar al régimen de Bashar Al-Assad, sino para reconstruir el país a partir del día siguiente.
Quienes intervengan tras la caída tendrán que demostrar que son
capaces de ayudar a preservar la unidad territorial, el orden, así como proporcionar ayuda
humanitaria y hacer funcionar el país, para lo que no bastará con invertir un
poco de dinero y desplegar algunas unidades militares. Tampoco lo
tendrán fácil las construcciones políticas y militares creadas a
toda prisa gracias al apoyo externo, porque la Coalición Nacional Siria no
dispondrá de capacidad política para aglutinar la oposición ni
implantar un plan de transición, ni capacidad militar para imponer
disciplina entre las milicias. Además, no es descartable que tras
concluir la violencia actual no comience otra entre las minorías y regiones para consolidar su seguridad o su autonomía mientras se
pone en marcha el proceso de transición, reconstrucción y
reconciliación que Siria necesitará para no desintegrarse
completamente.
“Prefiero
volverme loco con la verdad que cuerdo con las mentiras”, afirmó el gran Bertrand Russell con la lucidez que le caracterizaba. Por eso, como advierte Josep Fontana en la introducción del libro
que he citado al comienzo de este largo artículo, el propósito que
me ha guiado en la redacción de mis análisis sobre Siria, aparte
del dolor que siento hacia un país en el que ve vivido experiencias
inolvidables, no ha sido dejar
sentados los principios de una nueva interpretación que explique
todas las verdades —las
respuestas que deben reemplazar a las viejas son más complejas
que la simple negación de estas—
sino en la necesidad de agudizar el sentido crítico ante los hechos de la Historia
que se desarrolla ante nuestros ojos para afinar las herramientas
analíticas que sirvan para aclararnos en un presente tan confuso
como el que nos ha tocado vivir: reflexionar sobre la naturaleza
de las “aguas negras” que circulan por las cloacas de la
Historia para prevenir los hechos que nos amenazan en la noche que
viene. Porque, para decirlo con palabras de Walter Benjamín, “No
se puede esperar nada mientras los destinos más terribles y oscuros,
comentados a diario, incluso a cada hora, en los periódicos,
analizados en sus causas y consecuencias aparentes, no ayuden a la
gente a reconocer los oscuros poderes a los que la vida está
sometida”.
Copyright José Baena Reigal