domingo, 20 de enero de 2013


 El HOLOCAUSTO SIRIO:

POR EL BIEN DEL IMPERIO


Madre siria encuentra un zapato de su hija entre
 los escombros de la Universidad de Alepo
 tras el reciente atentado terrorista

En una época de engaño universal, “decir la verdad es un acto revolucionario”, escribió Orwell. Antes de él, Charles Hoy Fort, inconformista, iconoclasta, destructor de falsas creencias comúnmente admitidas como verdades indiscutidas, en "El Libro de los condenados” (editado por primera vez en Nueva York en el año 1919) se refiere al conocimiento que de las cosas más elementales comparte la inmensa mayoría como “la ignorancia envuelta en risas". Con desolación creciente cada día que pasa, no puedo más que suscribirla cuando compruebo la sarta de mentiras que los poderes establecidos fabrican para que vivamos ciegos de por vida ante la verdadera realidad de los sucesos que forman parte de la historia diaria y que minuto a minuto nos presentan los medios informativos, empezando, cómo no, por los de esta bendita España. Si esta apreciación suele ser válida respecto a los grandes sucesos que conforman el eufemísticamente llamado “orden mundial”, en el caso de la agresión terrorista que viene asolando Siria desde hace casi dos años, puedo afirmar sin vacilación alguna que la manipulación suministrada como información fidedigna hace que, parodiando a Fort, nuestro conocimiento sea la ignorancia misma envuelta en el más absoluto desprecio hacia la verdad.



Esta crónica que ahora escribo será la tercera que dedico a la espiral destructiva que arrasa Siria y que comenzó a los tres meses escasos de mi último viaje al país de Cham, para que los ataques iniciales se confundieran con la denominada “primavera árabe”, aunque la estrategia había sido diseñada con mucha antelación. 

A los que hayan leído mis tres artículos anteriores no les pillará desprevenidos el análisis que ahora hago, que espero sea el último, en el que haré un cuidadoso resumen explicativo de las verdaderas causas de la tormenta de sangre desatada sobre Siria para derrocar el régimen baazista del presidente Bashar Al-Assad, caso único entre los países musulmanes del Oriente Medio que se rige por una constitución laica y, por ello, ajena a los preceptos coránicos que rigen la “sharía”, fundamento legal de casi todos los países musulmanes. A pesar de que a las libertades reales que la mayoría del pueblo sirio ha venido gozando ya me he referido en artículos anteriores, quiero resaltarlas con el siguiente comentario tomado literalmente de la Wikipedia, para que no quepa duda alguna acerca de mi objetividad cuando me refiero a la cuestión religiosa, un aspecto que resulta absolutamente fundamental en todos los países de mayoría musulmana e
n general y particularmente en Siria, en cuyo territorio siempre ha coexistido un gran número de minorías religiosas, muchas de ellas cristianas, así como etnias diversas, cuya eliminación supondría la destrucción del país: “Cabe anotar que, a diferencia de otras naciones del Medio Oriente, en Siria se respeta la libertad de cultos, por lo que no hay enfrentamientos entre cristianos y musulmanes, que las mujeres pueden transitar libremente por las calles sin el velo islámico y que las fiestas cristianas de la Natividad de Jesús, así como el Viernes Santo y el Domingo de Resurrección se celebran en todo el país como días de fiesta nacional”.


Dos fotos consecutivas tomadas en la misma calle de Alepo
que ilustran la libertad de las mujeres sirias  para vestir como les parezca




En Rusafa, la antigua Sergiópolis, durante mi estancia en Siria
 en noviembre de 2010 

Vista parcial de la ciudad de Alepo desde la Ciudadela

Calle del centro de Alepo desde la ventana de mi hotel


Patio en el barrio armenio de Alepo, imagen de una prosperidad que no volverá

Creo que este artículo puede ser el último que escriba sobre Siria, porque si los acontecimientos siguen por los mismos derroteros actuales, el aquelarre puede estar llegando a su final con un desenlace ya anunciado en mis entregas anteriores. Carece, pues, de sentido insistir en los pormenores de una historia infamante que estaba condenada desde su mismo inicio a un terrible final, aunque todavía quede por presenciar mucha carne humana sacrificada por decisión de los poderes que gobiernan nuestro atribulado mundo. Una historia que, para más inri, los españoles tendemos a contemplar como si no nos afectara en absoluto, porque, por pereza mental o ignorancia, la asociamos a las pugnas internas que han convulsionado el mundo árabe desde la muerte del Profeta, un mundo de complicado entendimiento, del que si poco sabemos, menos nos preocupa saber, a pesar de que la plaga del terrorismo islamista siga golpeando a nuestras puertas, como ocurre ahora mismo, cuando los sangrientos sucesos que tienen lugar en Argelia y Malí acaparan los informativos de las televisiones y las primeras páginas de todos los periódicos del mundo occidental.

Antes de proseguir, y para quien no conozca mis escritos anteriores sobre Siria y sienta curiosidad por leerlos, colocaré sus títulos y los enlaces que sirven para acceder a ellos:

SIRIA, LA VERDAD, TODA LA VERDAD Y NADA MÁS QUE LA VERDAD:



Comprender la manifiesta falsedad de la historia que los medios informativos españoles nos vienen contando acerca de la tragedia siria no es tarea difícil si reparamos en unos pocos datos elementales de geografía política. Veamos: la superficie de Siria es de 185.180 km², algo más que la del doble de Andalucía, de la que más del 65 % corresponde al desierto, una circunstancia determinante para que sus habitantes, unos diecinueve millones, se concentren en los territorios del oeste del país, donde están los principales núcleos urbanos en los que habitan el 52% de los sirios. Si a esto añadimos que el ejército sirio, muy bien pertrechado con armamento moderno y eficazmente instruido, está formado por un personal activo de 304.000 soldados, más 450.000 pertenecientes a la reserva y que su presupuesto anual asciende a unos dos mil millones de dólares (lo que supone el 3,6 % del PIB), veremos que Siria cuenta con unas fuerzas armadas seis veces mayores que las españolas para defender un territorio casi tres veces menor, del que más de la mitad es desierto. La conclusión obvia para cualquier observador inteligente es que conseguir la desestabilización de una nación con semejantes características geográficas y poderío militar gracias a la acción de unas cuantas bandas de insurrectos no profesionales y mal organizados resulta imposible de admitir. Otro dato complementario, pero de la mayor importancia para reforzar esta conclusión viene dado por el hecho de que un 70% de los soldados profesionales de las Fuerzas Armadas Sirias son alauitas, es decir, de la minoría religiosa a la que pertenece el presidente Bashar Al-Assad y, por lo tanto, leales defensores de su régimen. A mayor abundamiento, los puestos de generales y altos mandos están copados también por alauitas e incluso las fuerzas de élite y varias divisiones acorazadas están compuestas casi exclusivamente por alauitas, como es el caso de la Guardia Republicana Siria, sin contar con que las principales unidades de los cuerpos policiales y de las diversas policías secretas existentes son por los mismos motivos igualmente fieles al gobierno de Damasco. Con estos antecedentes cabe afirmar, sin forzar la razón, que el derrocamiento del gobierno nacional por parte del autodenominado Ejército Sirio Libre, sin participación extranjera alguna, resulta a todas luces una tarea tan imposible como escalar el Everest con los pies atados.


Vehículo lanza-proyectiles Pantsir del ejército sirio

Pese al panorama descrito, la realidad es que desde hace veintiún meses Siria se ha visto inmersa en una escalada de violencia que ha ido en aumento hasta convertirse en un sangriento enfrentamiento que ya ha causado la muerte a cerca de veinte mil personas y forzado al exilio a unas doscientas mil, conflicto que las cancillerías de los gobiernos y los medios de información occidentales no vacilaron en calificar desde el primer momento como “guerra civil”, sin duda para otorgarle legitimidad ante los ojos de la opinión pública internacional. 

¿Cuál es la verdad que subyace bajo el infierno sirio? ¿A qué causas cabe atribuir la oleada de violencia y salvajes atentados que han conducido a un país tan bien organizado y militarmente defendido como Siria al borde del colapso absoluto? ¿Cómo es posible que unos efectivos rebeldes absolutamente irrelevantes respecto al inmenso poderío militar de las Fuerzas Armadas sirias estén siendo capaces de acorralar al régimen del presidente Bashar Al-Assad ante la complacencia de Estados Unidos y la inmensa mayoría de los países occidentales? ¿Acaso los integrantes de las fuerzas opositoras al régimen y sus líderes representan de manera incontestable la voluntad democrática de la mayor parte del pueblo sirio para luchar por su libertad? ¿O será, por el contrario, que el Ejército Sirio Libre es una ficción montada para encubrir, por razones inconfesables, la punta de lanza del yihadismo islamista, ese mismo que bajo el socorrido paraguas de Al-Qaeda se combate por terrorista en Afganistán, en Gaza, en Malí, en Argelia y en medio mundo,  tal como denuncia Al-Assad?




La respuesta más plausible a estos interrogantes aparece lógica e impecablemente explicada en el reciente y formidable libro del gran historiador Josep Fontana, en una obra que marca un antes y un después y a cuya elaboración su autor ha dedicado los últimos años de su fecunda vida intelectual: “Por el bien del Imperio. Una historia del mundo desde 1945”, (editorial Pasado&Presente, Barcelona, 2012). Desde ahora anticipo que la explicación al conflicto sirio, así como las razones últimas del peligroso avispero en el que se han convertido las naciones del mundo islámico están contenidas en el título de la obra del profesor Fontana.




En la Carta del Atlántico de 1941, los que iban a ser ganadores de la Segunda Guerra Mundial proclamaron “el derecho que tienen todos los pueblos a escoger la forma de gobierno bajo la cual quieren vivir", así como una paz justa que habría de proporcionar a todos los hombres de todos los países una existencia libre, sin miedo ni pobreza”.

Cuando van a cumplirse ya mismo setenta y dos años de aquellas promesas, la frustración no puede ser mayor. No hay paz —Iraq, Afganistán, Dafur, Somalia, Congo, Siria, Malí, y la amenaza permanente del terrorismo islamista dan testimonio de ello—, la extensión de la democracia es poco más que una apariencia y en medio mundo ni siquiera eso, como lo demuestra la frecuencia con que los derechos humanos más elementales son pisoteados en un registro que resultaría interminable. Lejos de la prosperidad global que se nos anunciaba, vivimos en un mundo cada día más desigual, puesto que la diferencia entre los países desarrollados y aquellos que acostumbramos a denominar “en vías de desarrollo”, lo cual parece un sarcasmo, no solamente es mayor que en 1945 —lo cual implica que la globalización ha actuado como un factor de empobrecimiento relativo━, sino que se ve todavía agravada en un mundo que no consigue evitar que centenares de miles de seres humanos, en especial niños, sigan muriendo de hambre cada año.

Apenas acabada la contienda mundial, la guerra fría primero, y la lógica del empleo de la fuerza en intervenciones puntuales o en guerras locales permanentes después, ha sido la constante de una situación en la que los Estados Unidos, sobre todo tras la disolución del Pacto de Varsovia en 1991, ejerce la indiscutible hegemonía internacional con el noble pretexto de asegurar el funcionamiento del proclamado Nuevo Orden Mundial bajo la cobertura de la OTAN, lo que viene a demostrar que los objetivos de esta organización militar iban más allá de la defensa del “mundo libre” contra una amenaza global comunista que desapareció hace más de veinte años. Esta vocación de liderazgo universal se sustenta en una idea que ha vertebrado la política norteamericana desde 1945 hasta la actualidad. Lo dijo con toda claridad el secretario de Defensa, Robert MacNamara, en un memorándum destinado al presidente Johnson, en el cual afirmaba su convicción de que la función dirigente que los norteamericanos habían asumido “no podía ejercerse si a alguna nación poderosa y virulenta —sea Alemania, Japón, Rusia o China— se le permite que organice su parte del mundo de acuerdo con una filosofía contraria a la nuestra”. George W. Bush, por su parte, llegó a afirmar que "Nuestra nación ha sido elegida por Dios y designada por la Historia como modelo del mundo". En la misma línea, Obama, en el discurso de su investidura del 20 de enero de 2009, no tuvo empacho en declarar: "Esta es la fuente de nuestra confianza: la certeza en que Dios nos anima a modelar un destino incierto".     

¿Puede expresarse un designio imperial impuesto por la fuerza militar con mayor diafanidad? La evidencia de que el régimen sirio aparece adscrito, acaso como residuo extemporáneo de la “guerra fría” a una “filosofía” equivocada, es la matriz fundamental que debemos considerar para explicar la actual situación de violencia que asola la nación siria. Si a esto añadimos la posición estratégica del territorio sirio, fronterizo con Turquía, miembro clave de la OTAN para controlar el flanco Sur de Rusia, y también con Israel, la nación aliada predilecta de Estados Unidos, las razones explicativas que buscamos aparecen dadas con con la terrible fatalidad de una tragedia griega.


Robert MacNamara


La doctrina expresada por MacNamara y sus exactos objetivos siguen vigentes hoy, pues la llegada de Obama a la Casa Blanca en 2009 no ha servido más que para exacerbar sin disimulo alguno la voluntad imperial de Washington: los asesinatos con drones, que se pusieron en marcha bajo el mandato de su predecesor, el denostado Bush, se han convertido en la marca personal del ganador del Premio Nobel de la Paz, Obama ordenó una operación de estas características cada cuatro días, una diez veces más que Bush. La voluntad de mantener un mundo unipolar bajo el domino estadounidense explica que siga siendo necesario utilizar todos los medios del poder político y militar acumulado después de la Segunda Guerra Mundial para proseguir la tarea de asegurar la hegemonía norteamericana con la existencia de 865 bases militares distribuidas por todo el mundo, sin contar las desplegadas en zonas de conflicto bélico. Pocos han expresado esta necesidad de manera más contundente que otro secretario de Defensa norteamericano, Donald Rumsfeld, quien el 19 de octubre de 2001 dijo a las tripulaciones de un grupo de bombarderos: “Tenemos dos opciones. O cambiamos la forma en que vivimos o cambiamos la forma en la que viven los otros. Hemos escogido esta última opción. Y sois vosotros los que nos ayudaréis a alcanzar este objetivo”. Que los "daños colaterales" supongan la devastación de naciones enteras, decenas de miles de víctimas civiles y millones de desplazados, como en los casos de Iraq, Libia y Siria es algo que carece de importancia: la red global de propaganda al servicio del imperio está para justificar todos los desmanes habidos y por haber bajo el vergonzante paraguas de las "razones humanitarias", algo nunca visto anteriormente en la Historia Universal.  


Donald Rumsfeld

Si nos acercamos a la sangrienta realidad siria bajo la óptica de esta formulación implacable, habremos despejado la incógnita fundamental de la ecuación que nos aportará las claves para interpretar el enfrentamiento actual, así como lo que sucederá cuando el régimen del presidente Al-Assad sea sustituido por el recambio que los poderes fácticos de Washington han decidido, con la sumisa aquiescencia de los países de la OTAN, de la que España forma parte. De ahí la apresurada actitud de nuestro ministro de Asuntos Exteriores, García-Margallo, cuando hace escasos días responsabilizó a las Fuerzas Armadas sirias, sin pestañear y sin que se le cayera la cara de vergüenza, de la horripilante y reciente matanza de jóvenes estudiantes ocurrida en la Universidad de Alepo, con el escandaloso seguidismo de casi todos los medios de información españoles, tan enfrentados en su interpretación de los acontecimientos nacionales como unánimes en todo lo que se refiere a los asuntos que afectan al orden mundial regulado por los intereses del Pentágono y de la OTAN, que es su más visible prolongación.






El ministro de Asuntos Exteriores García-Margallo con el representante de la oposición siria durante su visita a Madrid


Frente a la condena del atentado, que nuestros medios informativos atribuyen a un bombardeo realizado por la aviación gubernamental, con la repetida consigna de que Al-Assad no tiene cabida en el futuro sirio, resulta paradójico que la prensa norteamericana, mucho menos mediatizada, haya puesto en duda la autoría de lo que ha sido un atentado terrorista, otro más, perpetrado por los piadosamente llamados "rebeldes" que actúan en suelo sirio para minar, con el terror ejercido sobre la población civil, la voluntad de resistencia de las Fuerzas Armadas sirias y la de un Gobierno acosado y, previsiblemente, en fase de liquidación. El hecho de que la Universidad de Alepo está situada en la zona controlada por las tropas leales a Damasco es el detalle más revelador que la prensa norteamericana ha puesto de relieve y que hace difícilmente tragable que las Fuerzas Armadas sirias atenten contra objetivos que, precisamente, estaban bajo su directa custodia. Como aparece narrado por The New York Times en su edición impresa del pasado miércoles 16 de enero: 

The toll was extraordinarily high even for Syria’s bloody conflict. The target was mysterious. The university has been a center of antigovernment demonstrations but is in a government-held area, so neither side had an obvious reason to strike. And there was horror that the explosions struck as students tried to go about their studies normally, even after people who had fled the fighting in other Aleppo neighborhoods had taken up residence in a dormitory, which was hit by a blast.

One student said that insurgent fighters just outside Aleppo who apparently were armed with a heat-seeking missile fired it at a MIG fighter, that the pilot dropped a heat balloon as an evasive tactic, and that the missile followed the balloon and then exploded near a military post adjacent to the university dormitories.



 Imágenes tomadas después del atentado
      terrorista en la Universidad de Alepo      
                      




























Para quien no sepa inglés, aclararé que la información recogida por el diario neoyorquino especifica que un estudiante sobreviviente de la hecatombe cuenta que las milicias rebeldes situadas en las afueras de Alepo dirigieron un misil contra un avión militar de las Fuerzas Armadas sirias, cuyo piloto eludió el impacto con una maniobra de evasión, por lo que la cabeza explosiva lanzada fue a parar al campus universitario, donde estalló cerca de un puesto militar gubernamental situado en la proximidad de los dormitorios universitarios.


Los llamados "rebeldes" por los medios de información occidentales,
celebran el derribo de un caza gubernamental


Aunque en mi segundo artículo “Siria: sangre, fuego, mentiras y cintas de vídeo” abordo la manipulación informativa de la realidad siria, insistiré en este asunto recordando algunos antecedentes que considero de interés. En su época, al presidente estadounidense Ronald Reagan le costó mucho trabajo presentar a sus mesnadas de “contras” en Nicaragua como verdaderos revolucionarios. Para ello creó una estructura de propaganda que hoy en día se dirige desde la Casa Blanca por el Consejero Adjunto para la Seguridad Nacional, Ben Rhodes, quien está aplicando los mismos viejos métodos y ha recurrido otra vez a la socorrida y falsa acusación del uso de armas químicas, ya utilizado contra Sadam Hussein, para demonizar al gobierno del presidente Al-Assad.

En colaboración con el M-I6 británico, Rhodes ha logrado imponer una estructura fantasma como principal fuente de información de las agencias de prensa occidentales: el “Observatorio Sirio de los Derechos Humanos” (OSDH). Los medios no han cuestionado hasta ahora la credibilidad de semejante organismo, a pesar de que sus afirmaciones han sido desmentidas en numerosas ocasiones por los observadores de la Liga Árabe y por los de la propia ONU. A pesar de ello, esa estructura fantasma, sin locales ni personal visible, se ha convertido en la única fuente de información de las cancillerías europeas desde que Washington pidió a los gobiernos sobre los que ejerce influencia que retiraran de Siria a su personal diplomático.

Ben Rhodes organizó también una serie de espectáculos para periodistas en busca de emociones fuertes. Para ello se crearon dos agencias de viajes, una en el gabinete del primer ministro turco Tayip Erdogan y la segunda en el gabinete del ex-primer ministro libanés Fouad Siniora, desde las cuales se reclutó a periodistas occidentales para que entraran ilegalmente en territorio sirio con la ayuda de guías adiestrados al efecto. Durante meses ofrecieron la posibilidad de viajar desde la frontera turca para visitar una aldea en la montaña, donde ofrecieron sesiones fotográficas con los “revolucionarios” y compartir con ellos la vida diaria de sus campamentos, con el objetivo propagandístico de que trasladasen sus crónicas a los periódicos como si se tratara de arriesgados reportajes realizados desde el escenario de los combates.



Frente a estas manipulaciones, resulta más que sorprendente que las fotos y documentales obtenidos por las fuentes sirias sean casi generalmente ignorados por los medios europeos o se les añadan comentarios falsos cuando son distribuidos por las agencias occidentales, tal como ha sucedido con el criminal atentado contra la Universidad de Alepo. Estas prácticas vergonzosas no impiden que nos lleguen documentos gráficos estremecedores realizados por aficionados que ilustran la barbarie de los actos cometidos por las bandas terroristas contra los soldados de las Fuerzas Armadas Sirias, como el vídeo registrado el pasado 16 de diciembre, que mostraba a los rebeldes insultando y golpeando salvajemente a veintiocho soldados heridos antes de alinearlos en el suelo y rematarlos con disparos a bocajarro. El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Rupert Colville, condenó el acto que catalogó como “crimen de guerra”. Su portavoz comentó que resultaba difícil verificar quien estaba implicado en semejante salvajada, antes de agregar que el vídeo sería cuidadosamente analizado, pero que "las imágenes indicaban sin lugar a dudas que las víctimas eran soldados y no combatientes", una más de las continuas ejecuciones sumarias realizadas por las fuerzas de la oposición al gobierno de Damasco.

Milicianos sunitas se disponen a ejecutar a un sospechoso
de ser partidario del régimen de Bashar El-Assad


Espantosa imagen de un niño que se dispone a decapitar a un oficial
de las Fuerzas Armadas Sirias, jaleado por los milicianos yihadistas

  
Antes proseguir mi análisis, quiero dejar bien claro que los grupos armados que combaten y practican el terrorismo en Siria integradas en el pomposamente denominado "Ejército Sirio Libre” no defienden la democracia, sino que son sus peores enemigos, a pesar del amable trato que reciben en los medios de comunicación occidentales.

La interpretación de los acontecimientos registrados en Siria como un episodio más de la primavera árabe es una ilusión en la medida en que esa llamada “primavera” está lejos de ser una realidad; no se trata más que de un eslogan publicitario tendente a fabricar una imagen positiva de toda una serie de hechos que presentan características diversas según en el país al que nos refiramos. Si bien es cierto que en Túnez, Yemen y Bahréin sí se produjeron revueltas populares masivas, en Egipto y Libia los acontecimientos presentan otras aristas que, para no apartarme del caso sirio, no voy a analiza ahora, aunque no estará de más dejar anotado que la revuelta separatista surgida en la región de Cirenaica en contra del poder de Trípoli sirvió de pretexto para la intervención militar de la OTAN, que costó la vida a unas ciento sesenta mil personas, y que solamente ha servido para consolidar en el poder a la minoría religiosa sunita perteneciente a los Hermanos Musulmanes, que, como en el caso de Egipto, se ha apresurado a declarar la sharía como base única de su Constitución, algo que resulta inaceptable para la juventud de todas las creencias religiosas que exigió desde las calles de Egipto el fin del régimen de Mubarak y unas libertades más lejanas hoy que hace un año, lo que no augura nada bueno de cara al inminente futuro. 

En cualquier caso, la estrafalaria dictadura de Gadafi justifica difícilmente que se le haya tratado como a un peligro mayor que el representado por otros tantos regímenes dictatoriales tolerados y hasta financiados por Occidente. Gadafi fue hasta poco antes de su decretada caída un colaborador amistoso de la Unión Europea, con muchos de cuyos dirigentes mantuvo cordiales relaciones y hasta colaboró para frenar con métodos expeditivos, plenamente aprobados por Europa, el flujo de la emigración africana que llegaba a través del desierto. De que su régimen era oficialmente respetado puede dar testimonio el hecho de que el Fondo Monetario Internacional lo elogiase todavía el 15 de febrero de 2011, animándolo a seguir con sus reformas económicas neoliberales, congratulándose de que Libia hubiera quedado al margen de las conmociones acaecidas en Túnez y Egipto.




El encono de la intervención inmediatamente posterior, iniciada con bombardeos sistemáticos efectuados por aviones británicos, franceses y norteamericanos, con asistencia italiana y española, en una operación aprobada por las Naciones Unidas y puesta bajo el mando de la OTAN, no tiene motivos claros, salvo que obedezca al hecho de que en marzo de 2011 Gadafi amenazó con echar de Libia a las petroleras occidentales e invitó a las empresas de Rusia, China y la India a que invirtiesen en la producción del petróleo libio. Y algo todavía más intolerable para Estados Unidos: Desde el 1970 hasta hoy el precio del crudo viene siendo marcado exclusivamente en dólares. El petróleo es hasta ahora la base de la divisa norteamericana, por lo que resulta vital al poder americano controlar a los países petroleros para evitar que comercialicen su producción con otras divisas. Aquí se enmarca la decisión de intervenir militarmente en Libia, porque Muammar El-Gadafi comenzó a exportar petróleo utilizando el euro como divisa de referencia y y planeaba hacerlo después en dinar oro. Como es natural, Washington no estaba dispuesto a permitirlo y decidió, con la colaboración de sus peones de la OTAN, acabar con el régimen libio.

El patrón de estas actuaciones es siempre el mismo. Cuando el dólar empieza a depreciarse, Washington provoca un conflicto armado o un cambio de régimen, sobre todo en Oriente Medio, con lo que el valor de su divisa se recupera. El dólar caro asegura para EE.UU. los productos importados baratos para mantener el consumo dentro del país y la posibilidad de comprar por todo el mundo los recursos naturales que necesita y no produce, así como nuevos activos que abonen la especulación financiera global, que es su principal negocio, junto con la venta de armamento y la exportación de guerras.

Actualmente, la deuda nacional de EE.UU. asciende a un 104,5% y la deuda exterior, a un 107% del PIB, una enorme carga cada vez más difícil de mantener. Para sobrevivir, los funcionarios de la Reserva Federal Estadounidense (FED) tendrán seguir acudiendo a su medida favorita: reclamar a sus militares la creación de conflictos de todo tipo para fortalecer el dólar y que la economía estadounidense pueda sobrevivir con su astronómica deuda a cuestas. El dólar necesita incesantemente provocar nuevas guerras locales en naciones indefensas ante el potencial bélico norteamericano para mantenerse como primera divisa internacional. 

Muammar El-Gadafi fue sometido a todo tipo de vejaciones
 antes de ser ejecutado

Para mayor confusión del panorama descrito, la estación libanesa “Nour TV” se anotó un resonante éxito con la transmisión de una serie de programas de Hassan Hamade y Georges Rahme titulada “La primavera árabe, de Lawrence de Arabia a Bernard-Henri Levy”, cuyos autores desarrollan la idea de que la “primavera árabe” es un remake de la “revuelta árabe” de 1916-1918, orquestada por los británicos en contra de los otomanos, aunque esta vez los países occidentales han manipulado las situaciones internas de los países para favorecer el derrocamiento de sus líderes e imponer en el poder a la Hermandad de los Hermanos Musulmanes. De hecho, la “primavera árabe” cae en la categoría de lo que conocemos como publicidad engañosa, pues no hace falta más que ver cómo en estos momentos, todos las naciones musulmanas asentadas en las orillas mediterráneas y en el Oriente Medio están siendo gobernados por una misma ortodoxia religiosa sunita, que, por un lado, impone un orden legal estrictamente confesional regulado por la sharía, mientras que por el otro apoya los intereses del capitalismo anglosajón. Por eso, varios autores críticos hablan, en tono de burla, de la “primavera otánica”.

Volviendo al caso sirio, es preciso señalar que los dirigentes del Consejo Nacional Sirio (CNS) y los comandantes del Ejército Sirio Libre (ASL) no son demócratas según los parámetros occidentales. Por ejemplo, el primer presidente del CNS fue Burhan Galioun, profesor en una universidad francesa y que nunca ha sido un “opositor sirio perseguido por el régimen”, ya que entraba y salía libremente de Siria. Tampoco es, como ahora intenta parecer, un “intelectual laico”, pues fue consejero político del argelino Abbassi Madani, presidente del Frente Islámico de Salvación (FIS), actualmente refugiado en Qatar. Su sucesor, Abdel Basset Syda, desde el momento mismo de su elección a la cabeza del CNS, se comprometió a aplicar la “hoja de ruta” redactada por Washington para Siria, titulada The Day After, “El Día Después”.




Del mismo modo, los combatientes del Ejército Sirio Libre difícilmente pueden ser catalogados como demócratas cuando reconocen la autoridad espiritual del jeque Adnan El-Arour, un incendiario predicador takfirista que llama al derrocamiento y posterior ejecución de Bashar Al-Assad, de su familia y de todos sus colaboradores no por motivos políticos, sino porque la cúpula dirigente siria es alauita, una secta disidente del sunismo, que la convierte en herética a los ojos del jeque. Por otra parte, todos los oficiales del ESL identificados y todas las brigadas del ESL llevan nombres de figuras históricas sunitas. Los “tribunales revolucionarios” del ESL condenan a muerte a todos sus opositores políticos, no sólo a los partidarios del presidente Al-Assad, sino también al resto de los “infieles” que lo apoyan y cuyas degollaciones públicas son sobradamente conocidas.

El programa del ESL consiste en acabar con el régimen laico del partido Baaz para instaurar un modelo confesional estrictamente sunita. Así pues, no es posible explicar con qué bases reales atribuye Occidente el pedigrí democrático a las milicias armadas combatientes en en Siria, mientras que estos mismos elementos son señalados en todos los demás lugares como terroristas de Al-Qaeda. A estas alturas, resulta más que conocido el trasvase de guerrilleros mercenarios de obediencia sunita desde Gaza y Libia a Siria, a través de Turquía y Jordania, financiado con el dinero de Qatar y de Arabia Saudita, con el obvio consentimiento de Estados Unidos y de sus socios de la OTAN. Y es que resulta de dominio público el deseo occidental de acabar con el régimen sirio, consideración que sobra y basta para explicar los actuales acontecimientos y cual será el futuro inmediato que espera a la desgraciada nación siria.




A este respecto cabe recordar algunos hechos que no dejan lugar a dudas acerca de la premeditación que caracteriza los actuales acontecimientos. La decisión de imponer la guerra a Siria fue adoptada por el presidente George W. Bush, en una reunión en Camp David celebrada el 15 de diciembre de 2001, cuando después de los atentados de Nueva York y de Washington fue incluida en el "Eje del Mal". En aquel momento inicial, lo previsto era comenzar la intervención militar en Siria y en Libia para demostrar que las fuerzas norteamericanas podían actuar de manera simultánea en dos teatros bélicos, un detalle que conocemos por el testimonio del general Wesley Clark, ex-comandante supremo de la OTAN, quien se opuso al proyecto. Atacar Afganistán fue la mejor solución mientras se preparaba la Guerra de Iraq para derrocar a Sadam Hussein y controlar sus inmensas reservas petroleras.  




Fue en 2003, en el momento de la caída de Bagdad, cuando el Congreso estadounidense adoptó dos leyes que facultaban al presidente norteamericano para que preparara una guerra contra Libia y otra contra Siria (la Syria Accountability Act).

En 2005, después del asesinato de Rafik Hariri, Washington trató de provocar la guerra contra Siria, pero no encontró excusa para hacerlo, porque Damasco retiró su tropas estacionadas en El Líbano. Los norteamericanos montaron entonces una serie de testimonios que no pudieron demostrar para acusar al régimen sirio de haber ordenado el atentado y hasta llegó a crear un tribunal internacional de excepción para juzgar a Al-Assad. A la larga, Estados Unidos se vio obligado a olvidar sus acusaciones cuando se revelaron como burdos montajes de la CIA. No obstante, como el propósito seguía siendo invariable, en 2006, los servicios de inteligencia norteamericanos comenzaron a preparar la revolución siria mediante la creación del "Syria Democracy Program"Se trataba de crear y financiar grupos de oposición, como el Movimiento por la Justicia y el Desarrollo, vinculado a los Hermanos Musulmanes, con el objetivo de servir como bases operativas para coordinar las actuaciones contra el gobierno de Damasco. Al financiamiento oficial del Departamento de Estado se agregó un aportación secreta de la CIA, a través de una asociación californiana llamada "Democracy Council".



Siguiendo la escalada, y bajo presión norteamericana, Israel atacó a Siria en 2007 con el bombardeo de de una instalación militar en la llamada “Operación Orchard”, pero Siria no se dejó arrastrar a la guerra y esperó a que posteriores verificaciones del Organismo Internacional de la Energía Atómica demostraran que el blanco del ataque no correspondía a una instalación nuclear. Al año siguiente, en 2008, durante la reunión que la OTAN organizó bajo el patrocinio del Grupo Bilderberg, la directora del Arab Reform Initiative, Bassma Kodmani, y el director de la Stiftung Wissenschaft und Politik, Volker Perthes, expusieron brevemente ante la flor y nata de Estados Unidos y Europa las ventajas económicas, políticas y militares de una posible intervención de la OTAN en Siria. En esa línea, en 2009, la CIA organizó varios instrumentos de propaganda dirigidos hacia Siria, como los canales Barada TV, con sede en Londres, y Orient TV, con base operativa en Dubai.

La trama continuó con la celebración en El Cairo, durante la segunda semana de febrero de 2011, de una reunión a la que asistieron John McCain, Joe Lieberman y Bernard-Henri Lévy, personalidades libias como Mahmud Jibril ━la entonces segunda autoridad en importancia de la Yamahiria━ y responsables sirios como Malik Al-Abdeh y Ammar Qurabi. En aquella reunión se dio la señal para iniciar las operaciones secretas que comenzaron simultáneamente en Libia y en Siria: el 15 de febrero en Bengasi y el 17 en Damasco bajo la cobertura propagandística de “la primavera árabe”. Posteriormente, en enero de 2012, los departamentos estadounidenses de Estado y de Defensa crearon el grupo de trabajo “The Day After. Supporting a Democratic Transition in Syria”, que redactó una nueva constitución para Siria y el programa de reparto a realizar tras el derrocamiento del régimen de Bashar Al-Assad.




Finalmente, en mayo de 2012, la OTAN y el Consejo de Cooperación del Golfo (CCG) crearon el “Working Group on Economic Recovery and Development of the Friends of the Syrian People”, bajo la co-presidencia de Alemania y de los Emiratos Árabes Unidos. En el marco de ese grupo, el economista sirio-británico Ossam Al-Kadi elaboró un programa para repartir las riquezas sirias entre los países miembros de la coalición, que sería aplicado a partir del “día siguiente” a la caída del gobierno de Al-Assad.

Después de los antecedentes expuestos, parece evidente que los grupos armados que ensangrientan Siria no surgieron de las manifestaciones pacificas de febrero de 2011, parecidas a las que tuvieron lugar en los países europeos más afectados por la crisis, como fue el caso de Grecia, Portugal, Italia y la misma España. Sin que deje de ser cierto que las muy escasas protestas sirias denunciaban la corrupción gubernamental y reclamaban más libertades, nada tenían en común con los grupos armados procedentes del yihadismo salafista que tomaron el relevo de los manifestantes para actuar sin reparar en medios ni en salvajismo contra todos los sospechosos de apoyar al gobierno de Damasco y a las minorías no sunitas, entre ellas las diversas confesiones cristianas que hasta entonces habían gozado de la más absoluta libertad bajo la protección del Estado sirio. 


Yihadistas sunitas integrantes de las fuerzas mercenarias
reclutadas para derrocar el régimen sirio


Yihadistas disparan en Alepo contra el ejército sirio


A modo de síntesis, cabe decir que en el seno de la sociedad siria, que ha venido representando el paradigma de la tolerancia religiosa, se desarrolló una corriente de descontento que terminó vertebrándose en un grupo organizado de corte takfirista, que es la versión más radical del salafismo yihadista, corriente mesiánica derivada del sunismo musulmán vertebrado a través de los Hermanos Musulmanes. En el islam, el “takfirismo” es una forma de intolerancia violenta que se caracteriza por su propensión a anatemizar prioritariamente a otros musulmanes considerados impíos. En Siria el takfirismo ha cristalizado en contra de los alauitas (minoría a la que pertenece Al-Assad y los principales dirigentes de su régimen laico), acusados del grave pecado de apostasía, que aparece singularmente encarnado, ¿cómo no?, en el presidente Bashar Al-Assad, a quien presentan como el Gran Satán.

La corriente takfirista sustentó inicialmente a los grupos armados financiados principalmente por las monarquías wahabitas de Arabia Saudita y los emiratos de Qatar y Sharjah. Esa riada de dinero atrajo nuevos combatientes, entre los que hay parientes de las víctimas causadas por la represión masiva al sangriento y fracasado golpe de Estado organizado por los Hermanos Musulmanes en 1982, al que hice referencia en mi primer artículo, Siria, la verdad, toda la verdad y solamente la verdad.

El móvil de los integrantes de esas milicias suele estar más cerca de la ganancia personal que de cualquier motivación ideológica o religiosa, pero, atraídos por el dinero fácil, es de creer que delincuentes comunes e individuos con problemas con la justicia se unieron a los takfiristas, como ocurre siempre que las aguas bajan revueltas. Si reparamos en que cada “revolucionario” recibe una suma que representa siete veces el salario medio sirio, podemos hacernos una idea de qué tipo de gente estamos hablando. Finalmente, comenzaron a llegar profesionales que ya habían combatido en Afganistán, Bosnia, Chechenia o Iraq. En primera fila de estos se estaban los hombres de Al-Qaeda en Libia, lidereados por el propio Abdelhakim Belhaj. Los medios de prensa los presentan como revolucionarios, lo cual es totalmente falso porque se trata de mercenarios a sueldo.


Abdelhakin Beljah


Combatientes yihadistas en las calles de Alepo


Los medios informativos occidentales y los de los países del Golfo insisten en la presencia de desertores de las Fuerzas Armadas sirias entre los miembros del ESL, lo cual no deja de ser cierto en una pequeña parte. Pero es falso que estos hubieran desertado por negarse a reprimir manifestaciones políticas contrarias al gobierno de Damasco. El perfil de tales desertores corresponde casi siempre a la tipología ya descrita y, en todo caso, en un ejército tan numeroso como el sirio siempre será posible encontrar fanáticos religiosos y hasta delincuentes. Los grupos armados utilizan una bandera que sustituye la franja roja de la actual bandera siria por una franja verde y presenta tres estrellas, en vez de dos. La prensa occidental califica esa bandera de la franja verde y las tres estrellas como “la bandera de la independencia”, que ya que estuvo en vigor al proclamarse la independencia de Siria en 1946. Pero las tres estrellas representan los tres distritos confesionales existentes en la época colonial (alauita, druso y cristiano), así que parece extraño considerar esa bandera como símbolo revolucionario, pues representa todo lo contrario: proclamar el deseo de seguir el proyecto colonial definido por Acuerdo Sykes-Picot de 1916, por el cual se hizo el diseño del actual mapa del Oriente Medio, contra el que se opuso el coronel T.E. Lawrence, conocido como Lawrence de Arabia, cuyas vicisitudes cuento en mi novela "El octavo pilar. Historia secreta de Lawrence de Arabia", en donde también expongo las bases en las que se asienta la problemática actual de las naciones que configuran hoy el denominado Oriente Medio.



Durante estos meses de acciones armadas, los grupos rebeldes se han coordinado para ser más operativos, de tal manera que la gran mayoría actúan ahora bajo control turco bajo la etiqueta del Ejército Sirio Libre, aunque la realidad es que se han convertido en milicias dirigidas por la OTAN y entrenadas en el cuartel general del ESL, que se encuentra en la base aérea de la OTAN ubicada en Incirlik, Turquía. Los islamistas más extremos han formado sus propias organizaciones o se han unido a Al-Qaeda, bajo el control de Qatar o de la rama sudairi de la familia real saudita, aunque, de facto, también actúan bajo control de la CIA. Como reconoce Félix Arteaga, investigador principal de Seguridad y Defensa de una institución tan poco sospechosa de antiamericanismo como es el Real Instituto Elcano: “Turquía no es un país neutral ante el conflicto interno sirio porque hace tiempo que tomó partido en contra del régimen, ha albergado en su territorio a la dirección de la insurgencia, no ha impedido el flujo de insurgentes que tratan de liberar el noroeste sirio y está tratando por todos los medios de propiciar alguna intervención militar que contenga la llegada de refugiados y le evite un enfrentamiento directo con Damasco. El gobierno turco ha ejercido su legítimo derecho a la autodefensa y ha bombardeado las posiciones sirias desde las que partió el disparo inicial y los posteriores, pero el fuego de contrabatería se ha alargado durante varios días de forma sistemática y causado tantas bajas como las que pretendía vengar. También movilizó a su parlamento para respaldar una posible intervención armada en territorio sirio, un apoyo contestado en la calle por miles de manifestantes que no la desean y que no pidió para enviar sus fuerzas aéreas y terrestres a territorio iraquí a atacar las bases del Partido de los Trabajadores Kurdos (PKK) cada vez que lo consideró oportuno.




"El gobierno sirio sigue empeñado en ganar la guerra por medios militares y malgasta el crédito que le da la multiplicación de actos terroristas entre los insurgentes, como el ocurrido días antes en Alepo, reivindicado por la franquicia Jebhat al-Nusra de al-Qaeda que causó medio centenar de muertos y un centenar largo de heridos, y que valió la condena del presidente del Consejo de Seguridad. También tiene derecho a prevenir la entrada de combatientes y armamento por las fronteras y a prevenir la liberación de zonas fronterizas que sirvan a la insurgencia pero es responsable objetivo de los daños que provoquen esas acciones militares. Unas acciones que se vienen reiterando en la frontera turca –incluido el derribo en junio de un avión de combate turco– y que afectan a las fronteras jordana, libanesa e iraquí cada vez con más frecuencia, aumentando el riesgo de que los enfrentamientos armados se extiendan, tal y como viene denunciando el secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki-Moon”.


"Quienes combaten en Siria también piensan qué harán el día siguiente y cuál será su destino, su cuota de poder o quiénes serán sus aliados tras la caída del régimen. Las numerosas milicias rebeldes que se han formado no se desmovilizarán tras la caída de Al-Assad y tratarán de exigir su compensación a la hora de recomponer el nuevo orden, para lo que conservarán el armamento actual y procurarán seguir haciéndose con todo lo que encuentren en los arsenales gubernamentales o reciban desde fuera por si la lucha continúa. Los kurdos, hayan combatido o no en la guerra civil, se prepararán para hacerlo si tienen que defender los niveles de autonomía conseguidos con el régimen que se acaba, creando a Turquía e Irak un problema para el día siguiente más grave que el de atender a los refugiados sirios que llegan a sus fronteras. Una vez que caiga el régimen, muchos yihadistas suníes que han estado combatiendo volverán a sus lugares de procedencia —numerosos, por desgracia al norte de África y al Sahel— mientras que otros como los del Frente al-Nusra se quedarán para combatir la presencia occidental o apoyar las luchas sectarias contra las minorías no islamistas. Los milicianos pro-iraníes que han combatido en Siria, tendrán que dirigirse al Líbano o a Gaza, donde Irán seguirá apoyándoles para preservar sus últimos reductos de influencia en la zona, lo que no es una buena noticia para Israel ni para la estabilidad del Oriente Medio en su conjunto.

Un grupo de "rebeldes" descansando en las cercanías de Alepo

Llegados a este punto, me parece oportuno resaltar la importancia de dos elementos de ese patchwork árabe que es específico de Siria. El primero es el mayoritario y fundado miedo a que tras el derrocamiento del régimen de Al-Assad suceda un régimen teocrático de corte sunita, que haría retroceder varias décadas a la sociedad siria, condenándola a una intransigencia religiosa que destrozaría los evidentes logros sociales conseguidos por el régimen actual. 

El segundo y decisivo es la existencia de una voluntad, anterior a los trágicos sucesos de la primavera árabe, de derrocar al régimen de Damasco por medio de una insurrección armada organizada desde el exterior por el poder americano, con la colaboración de Arabia Saudita, los emiratos del Golfo sumisos a Washington y Turquía, lo que a todas luces habría de suponer no solo el acabamiento del poder de la minoría alauita y del clan de la familia El-Assad, sino el anunciado exterminio físico de esta minoría y de los demás grupos minoritarios, entre ellos todos los cristianos, que vienen prestando su colaboración y apoyo al régimen de Damasco a cambio de la protección para actuar con libertad que éste les ha venido dispensando.



Los drusos manifiestan su apoyo a Bashar Al-Assad


El reconocimiento de estas dos circunstancias es, según mi opinión, lo que confiere al enfrentamiento que desde hace meses ensangrienta Siria la trágica característica de inevitabilidad que le caracteriza. No encuentro ningún precedente histórico en el que una minoría bien asentada en los poderes del Estado se haya rendido sin oponer resistencia a su propia, completa y definitiva aniquilación, algo que, lejos de ser una opinión personal infundada, aparece compartida por Félix Arteaga, el analista ya mencionado del Real Instituto Elcano: “Las minorías no suníes –como la drusa, kurda, cristiana y, especialmente, la alauita– temen la revancha de la mayoría suní, especialmente la de sus elementos más radicales, que ya han demostrado su capacidad de venganza durante la guerra civil (las imágenes de ejecuciones sumarias y de limpieza étnica de algunos videos rebeldes no dejan lugar a dudas sobre lo que les espera)". 

Como afirma Josep Fontana, una gran parte de la población urbana de Siria teme que la caída de Al-Assad origine una situación semejante a la de Libia o Iraq, ante la posibilidad de que la seguridad ofrecida por el régimen actual dé paso a luchas confesionales como las que desangran a los dos países destrozados por la intervención militar occidental. Una eventualidad que resulta especialmente alarmante para Israel, a quien, precisamente, muchos no vacilan en atribuir un papel predominante en la voluntad de derrocar a Al-Assad, sin querer dirigir sus miradas hacia Jordania y Turquía, cuyas fronteras han sido los coladeros por donde han entrado en Siria los millares de integrantes que han engrosado las milicias armadas contra el Gobierno de Damasco.




La salida negociada que algunos propugnan me parece un bonito recurso teórico, pero que resulta totalmente inviable en la práctica, tal como el curso de los hechos nos viene demostrado. Y la Historia no se escribe con buenas intenciones, sino con actos, muy a menudo terribles. Mucho más plausible hubiera sido que el poder americano hubiese apoyado la propuesta rusa consistente en una transición pactada al régimen de Al-Assad capaz de garantizar la protección efectiva de las minorías que lo han venido apoyando, empezando por la alauita, complementado con la encomienda a las Fuerzas Armadas sirias de un poder moderador que sirviera para evitar las carnicerías anunciadas por los enemigos del gobierno de Damasco, evitando repetir los fracasos en las tareas de pacificación cosechados por los norteamericanos y sus aliados tras las guerras y posterior ocupación de Iraq y Afganistán. En este sentido, Robert Gates, director de la CIA con G.H.W. Bush y secretario de Defensa tanto con G.W. Bush como con Barak Obama, expuso el más lúcido juicio final acerca de estas dos guerras: “En mi opinión, cualquier futuro secretario de Defensa que aconseje de nuevo al presidente un gran ejército de tierra norteamericano a Asia, al Oriente Próximo o a África habría que examinarle la cabeza, como delicadamente dijo el general MacArthur”.

En esta línea, el camino más seguro para actuar en Siria es el de una guerra por poderes, en la que EE.UU. no intervendrá directamente. En lugar de ello, Arabia Saudí y Qatar serán las encargadas directas de entregar las armas y el dinero a los mercenarios yihadistas, los llamados "rebeldes", mientras que Jordania y, sobre todo, Turquía, les conceden refugio, organización y vía libre por sus fronteras para entrar en territorio sirio. El remate final previsto es el mismo de Libia: resulta vergonzoso ver tanto a Francia como a Inglaterra adelantarse cada día a Washington en su voluntad de poner fin a sangre y fuego al gobierno de Bashar Al-Assad, no de acabar con los horrores del terrorismo yihadista, mero títere conyuntural montado por la geoestrategia norteamericana. 

         

Explosión de un coche- bomba en el barrio cristiano de Damasco


El hecho indudable es que la coexistencia de las minorías religiosas, grupos tribales y etnias que han venido conviviendo pacíficamente en Siria ha saltado hecha pedazos. Y que el enfrentamiento entre las dos ramas principales del islam sigue la pauta de lo acaecido en los países vecinos. Mientras los rebeldes suníes cuentan con el apoyo de Turquía, Egipto y Arabia Saudí, Al-Assad se mantiene en el poder gracias a Irán con la complicidad apenas encubierta del Gobierno iraquí de Al Maliki, a los libaneses del Hezbolá y a los denudados esfuerzos diplomáticos de Rusia. La guerra siria corre el riesgo de extenderse por todo Oriente Próximo e incendiarlo, tal como también sucedería en el caso de un ataque preventivo de Israel a Irán. No cabe duda de que todo saldrá perdiendo si se llegara a la internacionalización del conflicto.

La actitud de Europa respecto de los acontecimientos que sacuden al mundo árabe desde hace cuatro meses indica que el pensamiento estratégico occidental permanece bajo la batuta de Estados Unidos y se alinea ciegamente bajo las decisiones tomadas por Washington, cuya acción se fundamenta en dos principios inalterables: el control territorial de todo el Oriente Medio, el cerco a la Rusia de Putin y su hegemonía sobre el control del petróleo árabe. Así de simple termina siendo todo. Los hechos desmienten en su totalidad el discurso acerca del apoyo a la democracia y a las reformas en Siria. Basta ver que la monarquía saudita es el gobierno más antidemocrático del mundo y el más autocrático de los regímenes políticos, sin dejar de ser el gran protegido de los norteamericanos. Es en Arabia Saudita donde encontramos el origen del pensamiento takfirista-wahabita, que constituye el crisol ideológico y cultural de las corrientes terroristas que aparentemente hoy pretende combatir Occidente en Siria, luego de haberlas fomentado para utilizarlas en Afganistán contra la desaparecida Unión Soviética.

Más todavía, los hechos indican que el terrorismo takfirista es utilizado contra Siria, bajo la dirección del príncipe saudita Sultan Ben Abdulaziz, hombre de confianza de los Servicios de Inteligencia de los Estados Unidos desde hace casi treinta años. Y, como se pregunta Juan Goytisolo en un reciente artículo publicado en el diario El País, “si ahondamos aún en ese confuso magma, ¿quién cree que Arabia Saudí y los emires del Golfo luchan por la democracia cuando encarnan el peor ejemplo de teocracias en el ámbito del islam?”.


Príncipe Sultan Ben Abdulaziz

Algunos analistas independientes europeos se encargan de alertar, con escasa repercusión mediática, que si esta corriente escapa a todo control, existe el riesgo de que se vuelva contra la orilla europea del Mediterráneo, en la que se asienta una gran masa de inmigrantes musulmanes en donde ganan sus adeptos las corrientes más integristas. Sumergir a Siria en el caos y en el desorden acarreará un nuevo ciclo de violencia sangrienta cuya amplitud resulta difícil de prever, pero cuyas consecuencias serán desastrosas para las minorías religiosas cristianas y étnicas que conviven en Siria y que tradicionalmente ha venido apoyando al régimen de Damasco, porque bajo su protección han gozado de todas las libertades efectivas que les son negadas en los restantes países árabes, empezando por el Iraq posterior a Sadam Hussein. Algo que no parece importar en absoluto a los dirigentes estadounidenses ni europeos. 

Madrid. Sede del Real Instituto Elcano
 en la calle Príncipe de Vergara


Las conclusiones que de la tragedia siria hace Félix Artega desde su posición de analista del Real Instituto Elcano me parecen asumibles:

“La guerra civil siria ha entrado en su fase final. Más lentamente de lo que querrían los rebeldes y quienes les ayudan a derribar el régimen de los Al-Assad, pero más deprisa de lo que suponen quienes lo defienden, la guerra civil ha superado un período de equilibrio en el que cualquiera de las dos partes podía acabar imponiéndose para entrar en su fase final donde sólo los rebeldes pueden ganar. Las fuerzas leales han perdido la iniciativa y tratan de defender –aunque todavía no desesperadamente– las posiciones estratégicas que ocupan en las grandes ciudades, la zona costera y las vías de comunicación que las unen. Aunque todavía disponen de capacidad para impedir que las fuerzas rebeldes consoliden sus ganancias territoriales, ya no pueden hacer frente a todos los rebeldes en los numerosos frentes que éstos les abren cada día porque han perdido la superioridad militar que han mantenido hasta ahora y van cediendo terreno a los rebeldes. Las vías terrestres de comunicación se han vuelto inseguras y cada vez dependen más de los medios aéreos para sus acciones operativas y logísticas, por lo que la captura de armamento antiaéreo a las fuerzas leales y la llegada de misiles tierra-aire están inclinando decisivamente la balanza en favor de los rebeldes.




"La guerra civil en Siria ya está decidida aun antes de que se produzcan los últimos combates –que los habrá y muy duros– porque las guerras modernas no se ganan sobre el campo de batalla de las ciudades sino entre las percepciones de las poblaciones. El centro de gravedad de una guerra, es decir, el hecho decisivo que altera el curso de la contienda, ya no se consigue mediante una victoria militar sino haciendo triunfar la percepción de que uno de los dos bandos va a ganar inevitablemente. El relato de lo que va a ocurrir se convierte en una autoprofecía que se cumple a favor del bando que tiene un relato triunfador. Los rebeldes no han ganado ninguna gran batalla ni conquistado ninguna gran ciudad pero están consiguiendo imponer su relato de lo que va a ocurrir: que el régimen va a caer por la fuerza, mientras que el relato del régimen –que podrá imponerse a los terroristas jaleados desde el exterior– comienza a hacer aguas.

"Las actuaciones militares y diplomáticas de última hora, dentro y fuera de Siria, se enmarcan en la progresiva asunción del relato y conducen la guerra civil hacia su fase final en la que ya se conoce cuál va a ser el ganador y, mientras los bandos se preparan para librar los últimos combates, todos los actores se preocupan por lo que pueda ocurrir al día siguiente de la caída del régimen que de la forma y fecha en que esto sucederá.

"La percepción de que se aproxima el fin del régimen también se refleja en el campo diplomático. Rusia y China, que hasta ahora han estado tratando de encontrar una salida al régimen desde dentro del mismo, han comenzado a sondear los sectores de oposición y a los rebeldes para buscar alternativas. Sus contactos, sobre todo de los rusos, les facilitan la interlocución con los actores locales que pueden acelerar o retrasar la caída del régimen desde dentro. Sin esos contactos y sin tanta influencia interna, EEUU, Francia, el Reino Unido y los países del Golfo han dejado de apoyar al Consejo Nacional Sirio, una construcción suya desde el exilio que ha sido incapaz de articular durante el último año un proyecto de futuro, de aglutinar las distintas facciones políticas y de coordinar las acciones militares del Ejercito Libre Sirio. En su lugar han articulado en noviembre de 2012 una Coalición Nacional Siria de las Fuerzas Revolucionarias y de Oposición a la que se han apresurado a reconocer Francia, los países del Golfo y los de la Liga Árabe, salvo Irak, Argelia y Líbano.

"Hasta ahora, las milicias y los mandos del denominado Ejército Libre de Siria se han resistido a cualquier control jerárquico, pero los donantes externos les han obligado a hacerlo si quieren seguir recibiendo fondos, armas y asistencia. La asistencia ya era condicional entre los donantes porque cada país tenía sus milicias preferidas, incluidos las yihadistas que no participan en los circuitos formales de reparto (según fuentes abiertas, Qatar ha reconocido que pueden haber acabado en manos de ellos varios de sus envíos de armas). Ahora, han forzado a quienes las dirigen desde el terreno a articular una estructura de coordinación –o una apariencia de ella– que venza las resistencias externas a apoyar a los rebeldes sin correr el riesgo de que las armas entregadas acaben en manos yihadistas o de los contrabandistas de armas, algo que ocurrió en Libia y que ha multiplicado la inseguridad en el norte de África, el Sahel y Oriente Medio. Si consiguen hacerlo, comenzarían a fluir hacia los rebeldes las armas que precisan para afrontar los duros combates que se avecinan y equilibrar el inventario pesado de las fuerzas gubernamentales que aún están por usar.



En cualquier caso, la intervención más difícil no será para derribar al régimen de Bashar Al-Assad, sino para reconstruir el país a partir del día siguiente. Quienes intervengan tras la caída tendrán que demostrar que son capaces de ayudar a preservar la unidad territorial, el orden, así como proporcionar ayuda humanitaria y hacer funcionar el país, para lo que no bastará con invertir un poco de dinero y desplegar algunas unidades militares. Tampoco lo tendrán fácil las construcciones políticas y militares creadas a toda prisa gracias al apoyo externo, porque la Coalición Nacional Siria no dispondrá de capacidad política para aglutinar la oposición ni implantar un plan de transición, ni capacidad militar para imponer disciplina entre las milicias. Además, no es descartable que tras concluir la violencia actual no comience otra entre las minorías y regiones para consolidar su seguridad o su autonomía mientras se pone en marcha el proceso de transición, reconstrucción y reconciliación que Siria necesitará para no desintegrarse completamente.

“Prefiero volverme loco con la verdad que cuerdo con las mentiras”, afirmó el gran Bertrand Russell con la lucidez que le caracterizaba. Por eso, como advierte Josep Fontana en la introducción del libro que he citado al comienzo de este largo artículo, el propósito que me ha guiado en la redacción de mis análisis sobre Siria, aparte del dolor que siento hacia un país en el que ve vivido experiencias inolvidables, no ha sido dejar sentados los principios de una nueva interpretación que explique todas las verdades —las respuestas que deben reemplazar a las viejas son más complejas que la simple negación de estas— sino en la necesidad de agudizar el sentido crítico ante los hechos de la Historia que se desarrolla ante nuestros ojos para afinar las herramientas analíticas que sirvan para aclararnos en un presente tan confuso como el que nos ha tocado vivir: reflexionar sobre la naturaleza de las “aguas negras” que circulan por las cloacas de la Historia para prevenir los hechos que nos amenazan en la noche que viene. Porque, para decirlo con palabras de Walter Benjamín, “No se puede esperar nada mientras los destinos más terribles y oscuros, comentados a diario, incluso a cada hora, en los periódicos, analizados en sus causas y consecuencias aparentes, no ayuden a la gente a reconocer los oscuros poderes a los que la vida está sometida”.

                                     Copyright José Baena Reigal



                   
                  

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