LAS LÁGRIMAS DE CLIO
O EL SAQUEO A LA HISTORIA DE ESPAÑA
Clio, Musa de la Historia, representada en una cerámica ática |
Todos los pueblos necesitan mantener viva la memoria de las gestas que acontecen a lo largo de su trayectoria en el tiempo, es decir, de su Historia. Este deseo lo personifica la mitología griega en
Clio (en griego Κλειώ Kleiô, de la raíz κλέω kleô,
“alabar” o “cantar”), musa de la Historia y de la poesía
heroica. Su nombre significa alabar, ensalzar o celebrar. Ella
cantaba las hazañas y las grandes proezas de los héroes
acompañándose de su cítara. Como todas las musas, es hija de Zeus
y Mnemósine, o sea, del padre de los dioses olímpicos y de la
Memoria, la personalización de esa cualidad especial que distingue a la especie humana de
sus ancestros animales.
¿Por
qué la mitología diferencia entre Mnemosine y Clio? La respuesta
está unida al hecho de la jerarquía conceptual que los antiguos
griegos distinguían entre memoria e Historia. Para ellos la Historia es
hija de la Memoria, que es concebida como una realidad anterior a la
Historia, a pesar de que representa un nivel más evolucionado, de tal modo que Clio aparece adornada de algunas cualidades que no poseía
su madre: la reflexión sobre lo acontecido y la belleza en su
exposición. La Historia, por tanto, se construye a partir de los
vestigios del pasado que conserva la memoria, pero reclama, a su vez,
una acción intelectual y creativa para convertirse en el testimonio
continuado de las gestas humanas que hacen memorable la historia de
un pueblo. Por esta causa, resulta fácilmente comprensible que la
Historia haya sido considerada por todas las naciones como la base
misma de su patrimonio cultural y hasta adornada para mejorarla ante los ojos de propios y extraños, todo lo contrario que ocurre en
España, cuya Historia es tradicionalmente vituperada y, más recientemente, canibalizada por las versiones
“políticamente correctas” elaboradas por las distintas
autonomías, convertidas en gulags cuyos horizontes culturales vienen
delimitados por los estrechos límites regionales hasta en los mapas
climatológicos, un fenómeno único y digno de ser estudiado por alienistas y psiquiatras.
La
cultura, sin adjetivos añadidos, es una palabra terrible, peligrosa.
Pocos se atreven a sacar la pistola limpiamente ante el hervor
insoportable de la inteligencia y se sienten capaces de declararle la guerra con la
brutalidad de la fuerza y el grito. El uso habitual consiste en tomar
la cultura, con la Historia en el saco, y hacerla avanzar vestida
para la circunstancia, disfrazada con la sumisa vaciedad de su
contrario, pintarrajeada por el zafio aspirante a comisario general de la
administración autonómica correspondiente. Junto con la ominosa
aplicación selectiva impuesta por la Ley de Memoria Histórica, que
el Gobierno presidido por Mariano Rajoy no se ha atrevido a derogar,
acaso la más evidente señal externa de este asalto a la Historia
venga representado por el expolio decretado por Zapatero y su
ministra Ángeles González-Sinde al Archivo General
de la Guerra Civil Española ubicado en Salamanca y consistente en la cesión a Cataluña de documentación
histórica perteneciente a veinticuatro provincias españolas de
siete autonomías distintas, siendo las más perjudicadas por el
volumen de lo enviado a Cataluña las comunidades de Valencia,
Madrid, Asturias y Aragón, aunque el perjuicio sea para
todos los historiadores e investigadores de nuestra Historia y, en
general, para el pueblo español en su conjunto, al desmembrarse un
Archivo Histórico Nacional por intereses políticos espúreos. Si encima
sabemos que la Generalidad catalana ha gastado en este penoso
cambalache más de un millón de euros aportados por los contribuyentes solo para digitalizar las
copias documentales dejadas en Salamanca, el disparate cobra una
dimensión que carece de precedentes en la Historia Contemporánea
europea.
Salamanca. Portada del Archivo General de la Guerra Civil Española |
A
los interesados en conocer con mayor exactitud los detalles de la
fechoría cometida por los mismos que estaban obligados a la conservación de semejante patrimonio les aconsejo que lean con detenimiento los
comentarios de Policarpo Sánchez, un investigador que dedica su vida
profesional a estudiar los documentos del Archivo de la Guerra Civil
y que viene alzando inútilmente su cualificada protesta ante el
traslado a Cataluña de cerca de dos millones de documentos, con un
valor, según las tasaciones de las compañías aseguradoras, de unos
dos millones y medio de euros, tirando por lo bajo.
Documentos expoliados del Archivo de Salamanca |
A
pesar de los pesares y de tantos golpes bajos a la enseñanza de las humanidades, los historiadores todavía estamos en
condiciones de demostrar que los que piensan que España es víctima de una fatalidad histórica cíclica, centenaria y
violenta, se equivocan. Nuestro país no se tiñó durante la
Transición, y hasta ayer mismo como quien dice, por la sangre
inocente derramada por los terroristas de ETA con la justificación de alguna militarada
que buscara derrocar el sistema instaurado
tras la muerte de Franco para imponer un orden distinto. Fueron otras
razones mucho más prosaicas las que han provocado la situación de derrape crónico
en la que vivimos: el poder del Estado fraccionado en diecisiete
mini-estados mal gobernados desde el despilfarro impune y los
privilegios de la casta detentadora del poder; la corrupción
asentada en las múltiples instituciones que han proliferado por doquier como
enredaderas venenosas, alimentadas por el maná de los presupuestos
públicos; las familias políticas que pugnan entre sí por controlar
las distintas autonomías del país, después de haber desvalijado, ante la mirada complaciente del Banco de España, casi todas las Cajas
de Ahorros españolas; el fulanismo desatado gracias a la lacerante
falta de preparación de la mayoría de nuestros cargos políticos, impuestos en las listas electorales por las cúpulas de unos poderes
fácticos alimentados por las comisiones ilegales, la venalidad y el nepotismo; los
partidos políticos y los principales sindicatos desacreditados; la Justicia,
encargada de proteger al país de tales desmanes, instrumentalizada
para que los manejos corruptos no salgan a la luz o para que cuando
afloren no sean debidamente sancionados y, en fin, la burocracia
institucionalizada que, afectada de una elefantiasis tan prodigiosa
como el milagro de la multiplicación de los panes y los peces,
requiere para su sostenimiento una parte escandalosa de los recursos
públicos, que deberían dedicarse a nuevas inversiones o a
fortalecer las pequeñas y medianas empresas, vertebradoras de la
economía real española, después de pagar la enorme deuda contraída
y de los multimillonarios intereses devengados por el derroche de
unos gobernantes más atentos a sus intereses partidistas y
personales que en enderezar la situación de una nación con seis
millones de parados que sigue bordeando la bancarrota.
El
peor de los infiernos es aquel en el que sus víctimas se acostumbran
a contemplar el horror cotidiano desde la frustración y la
impotencia. ¿España se ha convertido ya en ese infierno? Prefiero
que cada cual que estas líneas leyere responda para sí a mi
pregunta. Pero, en lo que todos estaremos de acuerdo es que España
está mal. Es cierto que, afortunadamente, hay cosas muy buenas en
esta gran nación y que mucha gente sale todos los días a realizar
su trabajo con un empeño que nos beneficia a todos, sorteando a
menudo importantes e innecesarias cortapisas legales. Pero tampoco podemos
negar que formamos parte de una generación a la que le ha tocado
sobrevivir en el desastre político, económico, social y moral.
¿Qué
hacer entonces? ¿Por dónde empezar para componer esta hecatombe?
¿Hacia dónde debe dirigirse esta sociedad huérfana, que ya lleva
demasiado tiempo soportando sus males?
España
necesita un nuevo proyecto de futuro. El país tiene que imaginarse
un mañana diferente al presente que vivimos. Y para lograrlo
necesita reivindicar su Historia para deshacerse de muchos mitos,
prejuicios y errores que lo tienen inmovilizado. España tiene que
cambiar, eso es innegable. Sólo si miramos hacia atrás buscando las
causas de tantos errores (a pesar de lo doloroso que pueda ser)
podremos encontrar las soluciones que necesitamos. Aunque haya quien
quiera convencernos de lo contrario, ahora más que nunca necesitamos apoyarnos en la Historia, una Historia no falseada, no dividida en diecisiete
relatos parciales y delirantes. Como dijo Anatole France: "No perdamos nada
del pasado. Sólo con el pasado se forma el porvenir". Por eso,
para construir un proyecto de futuro ilusionante en el que quepamos
todos, necesitamos urgentemente la base común de una Historia no
usurpada, no raptada por el sectarismo manipulador de las
aberraciones nacionalistas. Al igual que para llegar a ser personas
con señas de identidad precisas debemos conocer los antecedentes
familiares que constituyen nuestra herencia, esos que nos instruyen
acerca de nuestra procedencia como individuos, una nación que ignore
de dónde viene históricamente su razón de ser es una nación
condenada al fracaso o a la extinción por carencia de verdaderos
conciudadanos. Y es que una nación quiere ser algo más que una
componenda presupuestaria, un agregado de tierras y de personas o una
amalgama de lugares y de fechas.
En
las peores circunstancias sociales y económicas que ha conocido
España en más de medio siglo, debemos exigir que las palabras deban
revestirse de la lealtad a su significado y que la Historia de España
deje de ser la Histeria de España. Solamente asentados en la
realidad que nos vertebra como nación estaremos en condiciones de
asumir el órdago lanzado por los nacionalistas, inimaginable sin una
renuncia previa del Gobierno central a la idea misma de España propiciada y multiplicada
desde los planes de estudio vigentes, en los que no se enseña que el
concepto de nación es anterior al del Estado.
Denunciados
de forma tan reiterada como ignorada, los sistemas educativos de las
diversas autonomías y, muy especialmente, los vigentes en las
comunidades vasca y catalana, constituyen un ejemplo notorio de
adoctrinamiento disgregador que sólo encuentra parangón en
precedentes totalitarios que, por conocidos, huelga referir. Como ha
escrito Pérez-Reverte en un reciente artículo, “de la educación
se ha hecho ideología; y de la ideología, negocio. Vivimos un
presente absurdo, sin pasado ni futuro: hemos rebajado la calidad de
la enseñanza, y cada comunidad, cada colegio, cada taifa, hace lo
que quiere”.
En
este maremágnum, al igual que ocurre en los centros educativos
catalanes, en las escuelas vascongadas ha desaparecido del léxico la
palabra España, que es cuidadosamente omitida, sustituyéndose por
un término que se acuñó e hizo fortuna durante el franquismo entre
los grupúsculos de izquierdas y nacionalistas: “Estado español”.
Este rótulo, que en la época de Franco servía para eludir tanto la palabra República como también Reino de España, se emplea en
numerosas áreas de la sociedad española para evitar pronunciar la
palabra tabú: España, vocablo a menudo sustituido por un término
geográfico y equívoco, “la Península”. La fórmula “Estado
español”, empleada por grupos secesionistas y por españoles
vergonzantes adscritos a lo que el filósofo Gustavo Bueno definió como
izquierdas divagantes y/o extravagantes, suponiendo, de forma
intencional, la negación de su condición de nación política,
condición que reclaman para sí éstas y otras regiones cautivas de
una superestructura llamada España, cuyo origen habría que buscar en
el reino de Castilla, sin perjuicio de que las provincias vascongadas
formaran parte constitutiva de ella en su momento, o que, incluso,
facciones operantes en la propia Castilla actual, reclamen liberarse de tan oneroso yugo.
De
este modo, y acogiéndose de forma velada a la idea de la España de
los cinco reinos, los nacionalistas vascos y catalanes, tratan de
construir, desde los mismos pupitres, unas entidades políticas tan
disparatadas como Euskal Herria y los Països Catalans. Si bien el
objetivo en ambos casos es el mismo, la destrucción de España para
dar paso a tales proyectos políticos, existen sutiles diferencias
entre ellos, diferencias que hemos de buscar en los fundamentos
esgrimidos en la búsqueda de legitimación para estas sediciosas
iniciativas.
El
objetivo es claro, la estación término del proyecto, la misma en
ambos casos. Se busca la construcción de una "Euskal Herria" y una
“Catalunya”, paso previo a los citados “Països Catalans”,
integrados en una Europa percibida a menudo –en sintonía, se
ignore o no, con la Europa diseñada por los nazis– como la "Europa
de los Pueblos", a la que se incorporarían las llamadas "naciones
sin estado" de las que algunos estudiosos se ocupan con profusión digna de mejor causa.
Pero si este es el objetivo, el sistema de gobierno elegido por ambas
naciones "liberadas" sigue siendo común. Los dos proyectos políticos
se acogen, mostrando su grado de fundamentalismo, a sistemas
democráticos para los cuales se buscarán forzadas referencias
pretéritas adscritas a un ancestral pactismo en el que tendría
cabida la diversidad de estas tierras marcadas por sus “hechos diferenciales” respectivos.
En
los panegiristas a sueldo que abogan por la formación del espíritu
nacionalista desfila el bestiario completo del adoctrinamiento
separatista que en las dos regiones en discordia se despliega durante
las últimas décadas, siendo el asunto de la lengua la base
doctrinal y práctica sobre la que gravita toda la acción política.
Pero
si la lengua es fundamental, empleando para menoscabar el prestigio
del idioma de Cervantes las más arteras maniobras, la geografía
localista, acompañada de gran aparato cartográfico, y la
introducción de ingredientes folclóricos y etnológicos, es también
constante. Por eso, tanto en Cataluña como en Vascongadas, la
alusión a la comarca, al terruño, es constante. De este modo, será
en el ambiente rural donde los prohombres del separatismo encuentren
las esencias de unos pueblos ahistóricos en los cuales se cimentaría
la construcción de las dos nuevas naciones. En consecuencia, la base de
su propuesta política requiere del sustrato proporcionado por
naciones étnicas plenas de componentes de laboratorio a menudo
confeccionados y añadidos ad hoc por departamentos de propaganda al
servicio de una idea obsesiva: la búsqueda del "hecho diferencial".
Desde esta perspectiva hay que mirar la idea de CiU para
atomizar/dividir Cataluña en “veguerías” superpuestas a las
cuatro provincias actuales. Con ello buscan dotar a esta región no
sólo de instituciones propias y distintas a las que funcionan en el
resto de España, sino también que aquélla se perciba como un
territorio de gran complejidad, una suerte de fractal a pequeña
escala de una nación como pueda ser Francia, a quien Pascual
Maragall se aproximó de manera vergonzante solicitando la
incorporación de Cataluña al área francófona, maniobra a la que
se destinaron y se siguen destinando sumas ingentes de decenas de
millones de euros para reforzar los vínculos entre Cataluña y los
territorios franceses fronterizos, de la misma manera que sucede con su expansión colonizadora por las provincias valencianas y las islas Baleares.
El nefasto Pascual Maragall vinculó el socialismo catalán al separatismo excluyente de los nacionalistas |
Pese
a los numerosos aspectos comunes, existen, sin embargo, sutiles
diferencias entre ambos nacionalismos. Si en el caso vasco la
recurrencia al mundo rural es constante, en un intento de ocultar el
hecho de su pertenencia histórica a la Corona de Castilla, en
Cataluña, las cosas son diferentes, pues la verdadera Historia es camuflada con mayor sutilidad. En efecto, los manuales
vascos de Historia deben realizar una pirueta enorme, pasando de la
Vasconia legendaria, a las guerras carlistas y de ahí, claro está,
a las vicisitudes actuales, es decir, los oportunistas vaivenes protagonizados por el
PNV, verdadero protagonista de la realidad vasca durante el último
siglo en todos los sentidos. Fieles a esta estrategia, para los
redactores de estos manuales no existen vascos de la entidad de Blas
de Lezo, Juan Sebastián Elcano, Jerónimo de Uztáriz, Miguel de
Unamuno o Pío Baroja, figuras gigantescas de ámbitos distintos que
no tienen cabida en una historia falsaria que pretende hacer pasar a
España como la potencia extranjera ocupante que habría oprimido a
las tierras en las que se hablaba la lengua del Paraíso, hoy
catalogada por muchos estudios lingüísticos como de procedencia
africana, concretamente bereber, algo de lo que los vascos no quieren
ni siquiera oír, porque del Paraíso a Marruecos va un trecho demasiado largo.
Juan Sebastián Elcano |
Jerónimo de Uztariz, el gran economista español del siglo XVIII |
Miguel de Unamuno |
Pío Baroja |
El
caso catalán es distinto. Dada su pertenencia histórica a la Corona
de Aragón ―convenientemente rebautizada como Corona Catalano-Aragonesa―, Cataluña, con el fin de alejarla de España,
será mostrada como una nación de fuerte vocación europea,
marcada por su apego a las soluciones dialogadas, que habría perdido
“sus libertades” con la caída de Barcelona, episodio final de la
Guerra de Sucesión, que es presentada, como ocurrirá después con
la Guerra Civil del 36, como un enfrentamiento entre España y
Cataluña.
Carga francesa en la Batalla de Denain |
Sentadas estas peculiares bases históricas, los textos abordan el presente político con constantes alusiones a dos palabras fetiche: autodeterminación e independencia. Ambas aspiraciones, fomentadas de forma explícita en los libros escolares, se ampararán en una retorcida interpretación del Derecho de Libre Determinación de los Pueblos o Derecho de Autodeterminación amparado por la ONU, en sintonía con la presentación de ambos territorios como tierras de ocupación por parte de España.
Tras
décadas de machacar a los escolares con estos argumentos, lo extraño
es que todavía una parte muy importante, acaso mayoritaria, de la
población vasca y catalana repruebe abiertamente la independencia
respecto a España, como resulta evidente en el caso catalán tras
las últimas elecciones, que han supuesto un hachazo a las ilusiones
visionarias de Artur Mas, quien, pase lo que pase, se ha convertido en
un cadáver político que contagiará su putrefacción a CiU, pese a
los malabarismos de ese viejo lobo disfrazado de cordero que es Duran
i Lleida.
Mientras
no se imponga la sensatez de obligar en todas las autonomías la adopción de unos
textos libres de neurastenias elaborados por especialistas de la Historia, la realidad no invita a ningún tipo de
optimismo respecto al futuro, ya que el proyecto disgregador seguirá
arraigando en la población y el pensamiento único dirigido hacia el
separatismo seguirá ganando nuevos adeptos para su causa. Hasta tal
punto esto es así, que las versiones apócrifas de la Historia de
España presentan diecisiete variantes, tantas como autonomías. Como
andaluz y atento observador a los desvaríos de la Junta, puedo
asegurar que las pintorescas y desopilantes manipulaciones históricas
propiciadas por las autoridades docentes andaluzas llenarían muchos
capítulos de esta Historia General del Disparate con la que el
sectarismo mafioso que detenta el poder busca afianzar en el sentir
colectivo las falsas bases diferenciales sobre las que legitimar su
reino de taifa y que en la Ley de la Memoria Histórica ha
encontrado un estimulante y bien remunerado acicate para sus
desvarios.
No
nos engañemos: el Estado de las Autonomías propicia el fomento de
las más provincianas y absurdas cuestiones, que si en algunos casos
nada tienen que ver con los cócteles molotov o los asuntos raciales
de sesgo nazi-fascista que encontramos en los herederos de Sabino
Arana, Prat de la Riba o Blas Infante (el padre putativo de la Patria
Andaluza que por odio a la idea de España llegó a hacerse
musulmán), buscan en el localismo y la negación de España como
nación sus señas de identidad, rótulo oscuro donde los haya, y que
tanta devoción reúne entre los muchos españoles que odian a su
nación tanto como se odian a sí mismos. La calidad humana de los
personajillos que detentan el poder autonómico, que en los casos catalán y vasco rozan lo patético, jamás atenderán a las razones de
España. Y nunca aceptarán un llamamiento a la razón, porque con la
sinrazón y con el desbordamiento de las fantasías visionarias es
como han llegado al poder.
Sabino Arana, antecesor de las doctrinas raciales del nazismo |
Enric Prat de la Riba, inventor de las fantasías históricas del catalanismo |
Blas Infante, padre putativo de la Patria Andaluza y converso a la religión musulmana |
Somos criaturas del tiempo en cuyo destino el pasado rebulle como una resaca de futuro y solamente la Historia puede ayudarnos todavía a que no olvidemos nuestras señas. Y nuestras sombras.
Relieve de Mantinea con tres de las Musas, de las que Clio es la situada a la izquierda |
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