EN
ELOGIO DE ALBERT BOADELLA, GRAN CATALÁN Y GRANDÍSIMO ESPAÑOL
Admiro a Albert Boadella porque es de los pocos personajes de la vida pública española que al cabo de los años nunca me ha defraudado. He visto casi todas sus producciones teatrales, he leído sus libros, así como muchas de las entrevistas que ha venido concediendo, por lo que tengo la sensación de conocer a este hombre transparente mucho más que a otras personas a las que he tratado directamente y hasta con asiduidad, porque si es verdad que “obras son amores y no buenas razones”, las de Boadella son públicas y notorias para quien quiera verlas.
Aunque
muchas cosas buenas pueden decirse de este personaje inquieto e
inteligente, creo que lo mejor puede ser que se ha mantenido contra viento y
marea fiel a sí mismo, por encima de presiones políticas y sucios
ataques de gentecilla que no le llegan a la altura de los zapatos.
Malicioso, tierno, irónico, sentimental, Boadella es desde hace
décadas el mejor referente de esa versión caricaturesca de la
realidad, tan característicamente española como es el esperpento, y
que está en la base misma de muchas de nuestras más altas
creaciones artísticas, de Goya a Picasso, de Cervantes y Quevedo a
Valle-Inclán o Fernando Arrabal. Albert Boadella es el teatro hecho
carne, un juglar reencarnado, además de hombre verdadero y, según
el decir machadiano, hasta “poeta y mártir”, aunque él lleve la
palma de su sacrificio con galanura digna de admiración. Y es que pocas cosas hay menos rentables en España que ser amante
apasionado de una de las palabras más bellas que existen en nuestro
diccionario: la libertad.
Discrepar
del sentir general, decir algo políticamente incorrecto, aunque sean
verdades como templos y sabidas por todos, es caer de inmediato bajo
sospecha y que te cuelguen etiquetas que abran o cierren puertas. La
libertad individual, la más valiosa de todas las libertades, es una
conquista pendiente en este país en donde las contiendas se
establecen casi en exclusiva con una orientación sectaria y, por
ello, con réditos gananciales a corto plazo. Y así nos va.
Como dice "El Brujo", otro talento inclasificable de nuestra mejor escena, reconozco en Albert a un comediante auténtico, y si decir esto es ya decir mucho, él representa la esencia del teatro como nadie y en todas sus posibilidades. Y es que en el teatro cada vez hay menos gente “de teatro”, pero Boadella es un comediante de raza: da la impresión de que, en sus otras vidas, se ha reencarnado siempre en comediante.
Hablando
de su compromiso, dice Boadella: “Nosotros hemos sido siempre un gueto de acogida de
inadaptados. En El
Nacional,
la última obra que dirigí con Els Joglars decíamos: «Nosotros
somos un oficio de putas, cabrones y maricones, la grandeza del cual
está en que las putas hacen de Virgen, los cabrones de héroes y los
maricones de don Juan. Y en gran parte es verdad, porque incluso, desde
el punto de vista sexual, hemos tenido las puertas abiertas y durante
años refugiamos a los homosexuales. Pero esto ha cambiado. La nueva
versión es demasiado correcta. Se ha perdido la rebeldía”.
Albert Boadella con los integrantes de Els Joglars |
Los
párrafos que anteceden vienen hoy a cuento porque, según confiesa
con contenida tristeza Boadella en una reciente entrevista publicada
el pasado día 3 en el El
Mundo:
“me voy en AVE a Barcelona y mi desplazamiento en Cataluña es del
parking del AVE al jardín de mi casa. Ya no me paseo por Cataluña,
porque para que me llamen facha, españolista... La gente que pasea
por Barcelona ve una ciudad amable, pero es como si se paseara por el
Berlín Oriental en los 60. Habríamos visto unos alemanes
encantadores y no los barrios empobrecidos con los cristales rotos.
Pero venid a pasear conmigo un cuarto de hora y os daréis cuenta de
lo que sucede”.
Como
reflexiona el propio Boadella, “nos encontramos en una paradoja
extraordinaria; vivimos en una época en la que, sobre el papel, hay
más libertad que nunca, pero en la realidad, da la sensación de que
es cuando la gente menos utiliza la libertad. Parece que, como todo
ya está hecho y la libertad ya está regulada por ley, ¿por qué
vamos a pensar distinto de los demás? Ha desaparecido el sentido del
riesgo”. Si a esto añadimos el dulce maná de la subvenciones, la
resistencia para mear fuera del tiesto está más que explicada y el
instinto gregario fortalecido.
Albert Boadella y el Brujo durante la entrevista publicada en El Mundo. |
En los setenta pedíamos “libertad para Boadella” y para los que tenemos memoria propia resulta muy penoso constatar que hoy, después de casi cuarenta años, esta petición seguiría teniendo sentido pero, ¡quién lo hubiera imaginado entonces!, circunscrita a la Cataluña que vio nacer a Els Joglar, así como a casi todos sus componentes. Con la muerte de Franco no acabaron los ataques contra Albert Boadella y su grupo, en este caso provenientes de los sectores más inmovilistas de nuestra sociedad, sobre todo a raíz del estreno de la obra Teledeum, en la que muchos vieron un ataque insoportablemente blasfemo contra el nacionalcatolicismo residual, pero activísimo, que muchos defendían como ideología única. En plena controversia del estreno de Teledeum, provocada por la gira española del grupo, publiqué en el desaparecido “Diario 16" un artículo en defensa de Albert Boadella y de Els Joglars, a raíz de otro artículo aparecido en el mismo diario, firmado por un tal Manuel Pérez Casaux, un autor andaluz de poca monta, residente en Barcelona por aquel entonces, que pedía la hoguera para los cómicos catalanes y que llegó a acusar de "felonía" a las autoridades de Castilla-León y Andalucía por permitir en dichas comunidades autónomas la exhibición de una obra que consideraba antiespañola y, para mayor inri, vinculada a un proyecto manejado desde Cataluña con la finalidad de destruir los sacrosantos valores patrios.
Cartel de Teledeum |
Escena de Teledeum |
Hoy, veintinueve años más tarde, parece surrealista que el hombre entonces denostado por el españolismo más reaccionario sea la bestia negra de los independentistas catalanes, hasta el extremo de haber sido excluido, primero, y perseguido con saña, después, en su Cataluña natal, sobre todo después del estreno en 1995 de Ubú President, una sátira desopilante acerca de Jordi Pujol y su guardia pretoriana de catalanistas tan incultos como ferozmente represivos.
De este Ubú-Pujol escribió Boadella: “El Ubú-Excels penetra diariamente en nuestra intimidad y, amparado por su cargo, reprende, aconseja, amenaza, moraliza y pontifica a todo un pueblo de "seny" (sensatez). En una palabra; nos explica cómo tenemos que orinar los catalanes. Pero que nadie se confíe. Los "Excelsos" están por todas partes. No son exclusiva de ningún país. Para Alfred Jarry, creador del personaje en 1896, Ubú era su propio maestro. El poder más restringido y cercano suele ser el más opresor, por ello se hace imprescindible ampararse en la tradición liberadora del humor, la sátira y el sarcasmo a fin de compensar la prepotencia. Si "Ubú President" consigue cumplir esta función terapéutica, no duden que aceptaremos con satisfacción las contrapartidas que de la juerga pudieran derivarse. La misma satisfacción que durante treinta y cuatro años nos ha hecho generar risas sobre dictadores, generales, obispos, presidentes y toda clase de pesados en general que no han conseguido parar nuestro juego”.
Cartel de Ubú President |
Escena de Ubú President |
Xavier Fontsere en su genial representación de Ubú President |
La Cosa Nostra catalana |
Como para mucha gente 1984, el año en que escribí mi artículo, es pura arqueología, quiero dejar algunas pistas para el entendimiento cabal de lo que escribí entonces, referidas al contexto social en que vivíamos. En primer lugar, éramos jóvenes y nos sentíamos respirar en un país casi tan joven y optimista como nosotros. Superado el temor a la involución democrática producida tres años antes por el asalto al Congreso de los Diputados encabezado por el coronel Tejero (y sin conocer todavía la verdadera tramoya de aquel suceso), la mayoría de los españoles creímos ver en ese espejismo llamado Felipe González, que llevaba dos años como Presidente del Gobierno, el político joven y audaz que nos llevaría a Europa, meta soñada, y a la prosperidad, lejos todavía la corrupción que afloró poco después y a la terrible historia del terrorismo de Estado practicado por los GAL, que colocó a los representantes del orden constitucional casi al nivel moral de los asesinos de ETA, el único problema grave que entonces lastraba con sangre nuestra convivencia. Cataluña, aunque con erupciones periódicas de catalanismo paleto, parecía que llegaría a integrarse en el “estado plural” que entonces parecía el bálsamo de Fierabrás para asegurar definitivamente nuestra pacífica convivencia, ya que la economía parecía encauzada hacia el derroche gracias a la construcción, a los créditos para todos y a la solvencia previsora de un flamante Miguel Boyer, ministro de la cosa.
Don Enrique Tierno Galván |
"Madrid me mata" |
No creo equivocarme si digo que el mayor exponente de la euforia en la que vivíamos instalados en 1984 era “la movida madrileña”, jaleada por el alcalde Tierno Galván (“el viejo Profesor”), cuyos célebres bandos municipales, redactados por él mismo, fueron un exponente de ingenio, fina ironía y talento literario que hoy resulta imposible ver en ninguno de nuestros políticos. Fue en esos días de vino y rosas cuando escribí el artículo en defensa de Albert Boadella al que he hecho referencia y que apareció en Diario 16 el día 12 de septiembre.
Máscaras
y mascaradas
Contra el
oportunismo que atribuye el autor a Pérez Casaux, defiende en este
artículo el desenmascaramiento de tantos atavismos deleznables que
ha realizado Els Joglars en sus representaciones, contribuyendo a la
erradicación de las tradicionales hogueras con las que en este país
se acogen las innovaciones culturales.
No
quiero ocultar que redacto estas líneas desde la indignación y la
vergüenza. Si algo me ha parecido bastardo ━por
usar una palabra que Pérez Casaux utiliza━
alguna vez ha sido el desvergonzado oportunismo de medrar en los
ceremoniales de confusión, sobre todo utilizando la cínica coartada
de hacerlo esquinadamente pretendiendo la defensa de valores nobles,
y, por tal, dignos de todo respeto. Ese es el caso de nuestra lengua
más representativa, utilizada por Cervantes y tantos otros nombres
que pertenecen por propio derecho al común acervo de nuestra
cultura. Por eso me llena de horror que alguien que dice representar
una asociación cultural que lleva el nombre del insigne autor de “El
Quijote” utilice para la supuesta defensa de la españolidad la
falsedad como argumento y el insulto soez como procedimiento.
Y
digo supuesta defensa, porque después de leído el detestable bodrio
a que hago referencia, aparece muy claro que lo que en él se
defiende no es otra cosa que la desmesurada egolatría de un
autorcillo frustrado por la incapacidad de hallar satisfactorio hueco
(¡menos mal!) en esa España abierta y plural que, no sin tropiezos
ni sacrificios, estamos colectivamente alumbrando y a la que
Cataluña, como siempre ha sido, tanto deberá seguir aportando, pese
a que algún esporádico nubarrón venga de vez en cuando a
ensombrecer el horizonte como fruto inevitable de provincianismos
culturales ━la
incontinencia del utopismo, que diría Ortega━
de los que, por otra parte, no estamos exentos en ninguno de los
rincones de nuestra geografía.
Desde luego
que quien esto escribe no puede ofrecer como “prueba de valor” la
publicación de libelos catalanes desde la propia Cataluña. Pero sí
tengo el buen juicio de hacer mi defensa desde esa Andalucía que
sabe en propia carne las consecuencias del centralismo y de esa larga
colonización interior que si bien no se ha manifestado, al menos
fundamentalmente, bajo la modalidad del expolio lingüístico, lo ha
sido desde otros muchísimos ángulos, más dolorosos si cabe.
De todas
formas, confundir un espectáculo de máscaras y cómicos de la legua
con un ataque en toda regla a Castilla y León, a España y a los
pretendidamente sacrosantos valores hispánicos representados por la
liturgia católica es, a semejante altura, algo completamente
delirante. Y todavía más, vincular tales argumentaciones a la
calculada realización de no se sabe qué supuesta conjura
judeomasónica que, alentada y organizada desde Cataluña, tendría
como objetivo la perversión de todo lo que huela a hispánico y que
iría desde la conmemoración del V Centenario del Descubrimiento
(olvidándose la ejemplar restauración del monumento al Descubridor,
símbolo casi de Barcelona) hasta las Cortes de Cádiz, pasando por
Calderón, Santa Teresa, Ortega y la madre que nos parió.
Si
alguien tiene aquí parado el reloj no son las autoridades
democráticas castellano-leonesas o andaluzas, declaradas convictas
de “felonía” (así, como suena) por el señor Pérez Casaux a
causa del sedicente progresismo de haber “arropado espectáculos
vejatorios para el sentir de sus conciudadanos”, esos mismos que,
no lo olvidemos, acudieron en masa y libremente a presenciar el
espectáculo de Els Joglars, aplaudiéndolo con largueza. El paro
parece afectar más bien al declarado “progresismo” desde el que
nuestro Savonarola de turno lanza sus anatemas sobre “Teledeum” y
que rezuma por los cuatro costados no confesada nostalgia por los
“forrenta años”, acaso nuevamente de moda desde la reciente
mascarada de Dallas en la que Reagan (cómico de la legua metido a
enviado de Dios en peligroso cóctel), en la cúspide senil de su
paranoia apocalíptica, se atreve a declarar urbi
et orbi
como deseable e indisoluble el matrimonio entre religión y política.
Pese a míster Reagan y a todos los demás dinosaurios no extintos, la historia cultural de Occidente camina por otros derroteros. Y pese a los deseos del articulista, en España vivimos un momento cultural en el que es posible que las máscaras de Els Joglars (también lo hicieron antes con victimario esfuerzo) jueguen a reinventar las sombras para llenarlas de centauros bárbaros que arrasen nuestro largo ritual de hipocresía ortodoxa, ideal caldo de cultivo de ciertos autorcillos de tres al cuarto. Porque la cultura, esa palabra que de tan sobada nos empieza a parecer demagógica y vacía, es fundamentalmente la capacidad del hombre para adquirir conocimientos sobre la realidad que le permitan transformarla. Y esto sólo es posible fuera de toda represión y luchando contra ella. Así lo han entendido siempre Els Joglars, rehuyendo la exposición narrativa tradicional y formando situaciones a partir del movimiento, de los cuerpos, del gesto y del espacio escénico no normativizado que los hacen seguidores de una tradición marcada por la comedia del arte, por los bufones, por las fiestas profanas medievales y por el esperpento, en válida reacción al desvalorizado clasicismo puritano. Por eso es positivo que vengan a decirnos, desde Cataluña o desde el mismísimo infierno, que esas raíces pretendidamente inmutables presentan en ocasiones recovecos que apestan o que nuestra historia se nos ha presentado en demasiadas ocasiones como recurrente lección de anatomía forense en abarcadora jerga de vivos-muertos que nos han arrojado con insospechada asiduidad las (presuntamente) venerables reliquias de muertos-vivos, en surrealista parafernalia de brazos amojamados, estigmas y sangres licuadas en barrocos relicarios exhibidos por custodios ajenos al mar y a la brisa si dolorosa farsa de castraciones, espirituales ejercicios e inciensos ofrecidos como expiación del propio cuerpo y de su voluntad expectante de reconocerse en cuerpos otros en los que depositar la asumida marea de luces y sombras desnudas.
Ronald Reagan Presidente de los Estados Unidos entre 1981 y 1989 |
Pese a míster Reagan y a todos los demás dinosaurios no extintos, la historia cultural de Occidente camina por otros derroteros. Y pese a los deseos del articulista, en España vivimos un momento cultural en el que es posible que las máscaras de Els Joglars (también lo hicieron antes con victimario esfuerzo) jueguen a reinventar las sombras para llenarlas de centauros bárbaros que arrasen nuestro largo ritual de hipocresía ortodoxa, ideal caldo de cultivo de ciertos autorcillos de tres al cuarto. Porque la cultura, esa palabra que de tan sobada nos empieza a parecer demagógica y vacía, es fundamentalmente la capacidad del hombre para adquirir conocimientos sobre la realidad que le permitan transformarla. Y esto sólo es posible fuera de toda represión y luchando contra ella. Así lo han entendido siempre Els Joglars, rehuyendo la exposición narrativa tradicional y formando situaciones a partir del movimiento, de los cuerpos, del gesto y del espacio escénico no normativizado que los hacen seguidores de una tradición marcada por la comedia del arte, por los bufones, por las fiestas profanas medievales y por el esperpento, en válida reacción al desvalorizado clasicismo puritano. Por eso es positivo que vengan a decirnos, desde Cataluña o desde el mismísimo infierno, que esas raíces pretendidamente inmutables presentan en ocasiones recovecos que apestan o que nuestra historia se nos ha presentado en demasiadas ocasiones como recurrente lección de anatomía forense en abarcadora jerga de vivos-muertos que nos han arrojado con insospechada asiduidad las (presuntamente) venerables reliquias de muertos-vivos, en surrealista parafernalia de brazos amojamados, estigmas y sangres licuadas en barrocos relicarios exhibidos por custodios ajenos al mar y a la brisa si dolorosa farsa de castraciones, espirituales ejercicios e inciensos ofrecidos como expiación del propio cuerpo y de su voluntad expectante de reconocerse en cuerpos otros en los que depositar la asumida marea de luces y sombras desnudas.
Porque
todavía conservamos la memoria, por todo lo que somos y desde el
privilegiado momento en que nos encontramos ━pese
a tantas cosas━
debemos agradecer a Els Joglars sus máscaras para desenmascarar
tantos atavismos nuestros deleznables y que realicen sus exorcismos
desde una escena, con elegancia, sin ira y sin innecesaria violencia,
en lúcido ejercicio de libertad (constitucional) y saludable
convivencia.
Antes de
terminar quisiera dejar expresa constancia de que esa nueva derecha
laica “orquestada desde París por el grupo D´Etudes et Recherches
Européennes” que tanto asusta a nuestro articulista y esa inculta
y montaraz que ha escrito con spray en el vehículo utilizado por Els
Joglars para sus desplazamientos “¡Viva Cristo Rey”, me quedo,
aunque sea por una vez, con la versión francesa. Siquiera sea por
estética, habremos evitado el riesgo de anacrónicas hogueras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario