EL PESCADO EMPIEZA A
DESCOMPONERSE POR LA CABEZA
Hay cosas que no pueden comprenderse porque escapan a la imbecilidad por sentido común (como la llamó D. Miguel de Unamuno) que por estos lares se estila, sin olvidarme del sectarismo cainita y subvencionado, además de la ignorancia supina a la que nos condenan nuestros desgovernantes. Por eso, la mayoría de la gente carece de elementos de juicio para poder captar la verdadera gravedad de la mayor parte de las cosas tremendas que deliberadamente se nos han ocultado en las últimas décadas. La clase política en su conjunto es la única y gran responsable de la miserable situación de desvertebración que padece España, empezando por la corrupción absoluta del Sistema, de arriba a abajo, que hace ya mucho tiempo comenzó a descomponerse por la cabeza, como el pescado, por lo que no es de extrañar que el pudrimiento abarque ya hasta la cola.
"Los
acontecimientos venideros proyectan su sombra por anticipado",
escribió Goethe. Guardo muchos testimonios irrebatibles de que
algunos ya pronosticamos esta hecatombe en marzo de 2004, a raíz del
mayor atentado terrorista ocurrido en Europa, cuando la clase
política en su conjunto pactó de manera oprobiosa, con la
colaboración necesaria de la Injusticia, para que no se supiese la
verdad acerca de quiénes, cómo y por qué planearon, decidieron y
ejecutaron aquella horrible masacre. Lo que quedó desde entonces de
manifiesto es lo miserable que es buena parte del país: Los que
hicieron campaña electoral con el asunto tras los atentados, el
partido entonces gobernante, que por causas oscuras se tragó el
marrón y, desde luego, la misma ciudadanía que olvidó bien pronto
lo sucedido y a la que le importó y le sigue importando un pimiento
que los dos grandes partidos, PSOE y PP, se pusieran de acuerdo para
manejar la investigación policial y que haya sido una parte ínfima
de la prensa la encargada de informarnos de lo poco o mucho que
sabemos.
Vagones del 11-M destruidos y hechos desaparecer sin que se exigieran responsabilidades |
Al margen de los vaivenes contradictorios del alma humana, y también, sin duda, de las fijaciones del inconsciente colectivo, en nuestro mundo se producen sucesos de los cuales la historia convencional no da cuenta, como por temor a quitarle el sueño a la sociedad con la presentación de ciertos documentos y de ciertas interpretaciones. Excavar en la historia prohibida es un ejercicio muy sano para el espíritu. Uno se desprende de sus repugnancias naturales ante lo inverosímil y que a menudo ha paralizado la investigación y el conocimiento. No cabe duda de que muchos importantes acontecimientos obedecen a razones de ser que la razón desconoce y que las líneas de fuerza que mueven la Historia pueden ser tan difíciles de ver y al propio tiempo tan reales como las líneas de fuerza de un campo magnético.
En lo referente al 11-M
sólo voy a hacer unas reflexiones muy poco cabalísticas, aunque se
trate de asuntos que se relacionan con aspectos de la sentencia del
Juicio de la Casa de Campo no muy comentados hasta ahora y que tienen
que ver con una pregunta que resulta fundamental para ver en qué han
quedado esas maravillosas investigaciones judiciales y policiales que
tan contundente respaldo han recibido en la sentencia. La pregunta
es: ¿A cuánta gente se ha condenado por el 11-M?
Repaso la historia:
A lo largo de la
instrucción del sumario, se detuvo a un total de 116 personas por su
presunta relación con los hechos. De éstas, sólo 29 personas (9 de
ellas españolas) llegaron a juicio. Los demás, un total de 87
personas, fueron exonerados de cualquier tipo de cargo. Es decir,
durante la instrucción del sumario se detuvo a 87 personas no
relacionadas con la trama del 11-M.
De los 29 imputados que
llegaron a juicio, sólo 28 lo terminaron y de ellos, 7 han resultado
absueltos por el Tribunal, con lo que sólo ha habido 21 condenas a
individuos que ya están en la calle, al haber cumplido ya las penas
de prisión impuestas. ¿Y cuántos de los condenados fueron
condenados por su implicación en por el 11-M? Pues exactamente
tres: Emilio Suárez Trashorras, Jamal Zougham y Otman El Gnaoui.
Todos los demás condenados, un total de 18, lo han sido por diversos
delitos, pero no por los hechos del 11-M, por lo que no tendrán que
indemnizar a las víctimas de la masacre.
Es decir, que el
resultado de tres años y medio de investigación policial y judicial
es que se ha condenado a tres personas por el 11-M: un español y dos
marroquíes. El español es Suárez Trashorras, un hombre tratado
médicamente por esquizofrenia diagnosticada y que saldrá en no
mucho tiempo por este motivo; de los dos marroquíes (ambos con los
teléfonos intervenidos antes de la masacre), ninguno es islamista y
el primero de ellos, Jamal Zougham, no conocía al resto de los
imputados, cosa que quedó absolutamente probada en el juicio, así
como que las testigos rumanas lo implicaron pasado un año de la
masacre, lo hicieron con testimonios contradictorios y con muy serios
indicios de haber mentido para recibir los beneficios que se les
ofreció. Aunque mi opinión personal no sea tenida en cuenta, creo
que es el más inocente ─si así fuera correcto decirlo, que no lo
es─ de todos los inculpados y que ha sido elegido precisamente por
eso, porque no es relacionable con nada ni con nadie, es Jamal
Zougham. O sea, que ha podido ser acusado y condenado impunemente sin
que se hayan producido efectos “colaterales” no deseados.
Desde luego que no es
una acrobacia en el aire decir que si estos tres desgraciados son los
responsables de la masacre, yo soy el Gran Turco. No voy a
anatematizar a nadie porque se lo crea; desde luego que hay gente
para todo. Pero creo merecer respeto cuando afirmo eso de "que a
otro perro con ese hueso", porque, como ahora suele decirse,
¡aquí hay tomate”. No es de extrañar que en los titulares de
urgencia publicados inmediatamente después del Juicio, la prensa
internacional no centrara su atención en si la teoría de la
conspiración había sido derrotada o en si las condenas eran más
altas o más bajas, sino en el hecho de que el 11-M se había quedado
sin cerebros, al haber sido absueltos los acusados de ser autores
intelectuales de la matanza, aunque oficialmente el asunto quedara
resuelto para no dejar en entredicho tres años de investigaciones
policiales y judiciales, a pesar de que, según la sentencia, la
autoría de ETA o de Al-Qaeda aparecen por ninguna parte. Que es
exactamente lo mismo que yo vengo sosteniendo desde que me metí de
lleno a investigar el embrollo y quedé perplejo de horror por lo que
empecé a vislumbrar.
Para aclarar mis visión
de este tenebroso asunto, quiero referirme a otra cuestión que no
forma parte directa de los hechos, sino que puede ser considerada
como una consecuencia analítica de ellos. En mi opinión, la
sentencia fue producto de un pacto de Estado entre PSOE y PP para
evitar una crisis política de consecuencias incalculables que habría
afectado a los dos grandes partidos entre los que el poder se
reparte. Lo que más sorprende de la sentencia, una vez leída en su
totalidad, es comprobar que se trata de la mejor sentencia que el PP
podría lograr sin entrar a cuestionar el funcionamiento de los
aparatos del Estado, bajo su directa responsabilidad en el momento
del atentado.
Toda la "verdad
judicial", recogida en los sucesivos autos del juez instructor,
en los diversos escritos de la Fiscalía y en los diversos informes
policiales, afirmaba que ETA no tenía nada que ver con el 11-M; que
el 11-M era un atentado yihadista provocado por la guerra de Irak;
que la instrucción del caso había sido correcta; que las pruebas
eran verdaderas y suficientes, que los inductores eran unos
personajes claramente vinculados a organizaciones islamistas, con
nombres y apellidos precisos... Y que, por tanto, estaba claro que el
PP mintió entre el 11 y el 14 de marzo, cuando se empeñaba en
atribuir el atentado a una ETA de la que no había pista alguna en
las investigaciones.
Después del juicio, sin
embargo, nos encontramos con un panorama radicalmente distinto. Con
una nueva "verdad judicial" que altera de manera llamativa
la posición que antes existía. La desaparición de los autores
intelectuales y la eliminación de la Guerra de Irak como motivación
de los atentados convierten al PP en el gran beneficiario de la
sentencia. Si el PSOE afirmó "No fue ETA", el PP
respondió: "Tampoco fue Al-Qaeda". Si el Gobierno de
Zapatero dijo que "Todo estaba claro", el PP contestó: "No
sabemos quién fue el que dio las órdenes, lo que demuestra que hay
que seguir investigando". Pero si alguien sigue acusando al PP
de haber mentido entre el 11 y el 14-M, la respuesta es inmediata:
"Entonces mintieron también aquellos que vincularon la masacre
con el tema de la Guerra de Irak".
En resumen, que para mí
el mensaje del Tribunal no pudo estar más claro o, al menos, yo he
creído interpretarlo a la perfección: el funcionamiento de los
aparatos del Estado no se discute, su policía ni se toca y los
Servicios Secretos son como los ectoplasmas de los espiritistas, que
sólo aparecen si se les convoca. Y pobre del que lo haga, porque
será sometido a escarnio público en vivo y el rebaño entero lo
pondrá en la picota. Mensaje recibido, corto y cierro. Desde hace
mucho tiempo sé que, en la mayor parte de los casos, el conocimiento
es la ignorancia envuelta en risas. Pero soy muy testarudo o será
que no tengo nada que perder. Por eso, mientras no encuentre otras
evidencias, seguiré diciendo que las cloacas del Estado no son de
izquierdas, ni de derechas y que no hay que removerlas bajo ningún
concepto, aunque nos atufen con su pestilencia. No importa que el
11-M se halla quedado sin cerebros pensantes, sin motivaciones
ideológicas o religiosas y casi sin ejecutores. La gente, según sea
su adscripción política, se apuntó la ganancia, los familiares de
las víctimas cobraron la morterada por sus asesinados y el enigma
permanecerá abierto hasta que nuevos hechos vengan a remover la
conformidad colectiva cuando nosotros estemos muertos y la verdad
pueda ser digerida sin protectores para el estómago. ¡Qué
gratificante para muchas conciencias que la “verdad legal”
suplante a la verdad real, que la Justicia salga fortalecida y que
las dos principales fuerzas políticas queden empatadas y exoneradas
de toda responsabilidad para seguir apostando por el Poder, sin tener
que ahondar en lo que pasó! Ni en Disneylandia, vamos. ¡Puaffffff,
qué tragaderas hay que tener...! ¿O no?
Yo me enteré de la
sentencia del Juicio de la Casa de Campo elaborada por el juez Gómez
Bermúdez durante una estancia en El Cairo. Desde allí escribí:
"Si a partir de hoy
alguien duda de que estamos ante una maniobra de altísima
inteligencia, minuciosamente planeada y perfectamente ejecutada,
deberá ir al psiquiatra de inmediato. Con tremendas dificultades y
tras muchas horas de porfía, consigo entrar en la Red desde un
ciber-café situado a miles de kilómetros de distancia. Me he
quedado absolutamente helado, a pesar de que aquí estamos a casi
40º. Sinceramente, no me esperaba esta parodia de sentencia. ¿Tanto
corrompe o atemorizan los poderes fácticos?
Mi conclusión es la
misma a que llegó Rosemary Woodhouse en “La semilla del Diablo”,
después de conocer la verdadera identidad del doctor Sapirstein:
“Todos ellos brujos. Todos ellos son brujos”. Me va a costar
mucho trabajo regresar a España y enfrentarme a lo que nos espera.
El Golpe de Régimen ha sido jurídicamente revalidado. ¡Qué futuro
tan tenebroso nos espera...!
William Faulkner
escribió una vez que el pasado todavía está sucediendo. Puede que
esto ocurra siempre y en todas partes, pero en la España de nuestros
días es particularmente cierto. Aunque las imágenes de los muertos
y heridos despanchurrados entre la chatarra de los trenes de
cercanías de Madrid hayan sido vetadas en las pantallas de las
televisiones para que no perturben nuestras digestiones, en una
manifestación más de lo que resulta políticamente correcto, a
pesar de que, utilizando una expresión machaconamente repetida por
nuestra clase política, “hay que pasar página” y, sobre todo,
pese a que a los gobiernos de Zapatero y Rajoy les ha olido a chamusquina cualquier
referencia, indagación o investigación contraria a la sostenida por
la versión oficial de lo que ocurrió, todos los días vienen siendo
repetición de aquel tiempo inmisericorde que transcurrió entre el
jueves 11 de marzo de 2004 y el domingo 14, cuando a primeras horas
de la noche conocimos el vuelco del electorado español que,
bombardeado hasta la náusea durante la jornada de reflexión
electoral del sábado 13 por la maquinaria del Partido Socialista y
sus prolongaciones mediáticas ─fundamentalmente la Cadena Ser y el
diario El País─, concedió a las huestes del hasta entonces
insignificante D. José Luis Rodríguez Zapatero la mayoría relativa
que le permitió acceder a la Presidencia del Gobierno de España.
No hace falta se un lince para ver que la misma maniobra de descrédito al Gobierno de la nación que protagonizó Rubalcaba, cuando en plena jornada electoral compareció en la televisión para acusar al ejecutivo de Aznar de mentir a los españoles y organizar su acoso en la calle, es lo que ahora está volviendo a realizar este siniestro personaje con ocasión del asunto Gürtel a través de sus incendiarias declaraciones para calentar los ánimos de esos que permanentemente están dispuestos a causar disturbios siempre que no sean los socialistas los que estén en el poder, sin importarle el descrédito de la imagen exterior de España, algo especialmente dañino en las especiales circunstancias de crisis económica por las que atravesamos.
A mi juicio, todas estas
consideraciones son pertinentes respecto al 11-M para señalarlo como elemento
clave para la comprensión de nuestro presente. Tan es así que, sin
el 11-M no resulta explicable nada de que lo viene sucediendo en
nuestro país desde entonces, desde la aceleración de la espiral separatista catalana, la instalación de Bildu en las instituciones vascas, la excarcelación de Bolinaga o el reciente anuncio de negociaciones por parte del Gobierno de Rajoy para ceder al gobierno vasco las competencias sobre las prisiones ubicadas en aquella autonomía. La dinámica política y el tremendo
enfrentamiento social que, fomentado desde las más altas instancias
del poder, viene desarrollándose a una velocidad que produce
escalofríos, vienen determinados por la existencia misma del 11-M y
por la voluntad evidente de los dos grandes partidos de mantener a toda costa el pacto de sangre por el cual mantienen su hegemonía, impidiendo cualquier cambio que revierta en una democratización auténtica de nuestra vida política, como sería el urgente cambio de la ley electoral para anular la ventaja que ésta confiere a los partidos nacionalistas vasco y catalán, así como una verdadera reforma del Poder Judicial que lo libere de su yugo respecto al Poder Ejecutivo. Que el resultado de esta alianza contra natura sea el imperio de la omertá mafiosa ante la corrupción galopante que enfanga todas las instituciones españolas, desde los ayuntamientos y autonomías hasta las concesiones opacas de obras estatales, como ya dejé anotado en mi anterior entrada en este Blog, es algo que no debe de sorprender a nadie.
http://elsacodelogro.blogspot.com.es/2013/01/espanaun-estado-que-va-tras-la-estela.html
Si ya es suficientemente grave que los destinos de una nación vengan determinados por la sangre de los inocentes sacrificados en la masacre, lo es mucho más que los mecanismos democráticos, asentados en sus instituciones, se hayan mostrado incapaces de resolver las terribles incógnitas del 11-M y poner en evidencia las contradicciones y flagrantes mentiras a las que tuvieron que recurrir muchos de los más altos responsables de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado para ocultar la verdadera historia de este sangriento atentado. Sin el 11-M tampoco resulta explicable el "Caso Faisán" y, muchísimo menos, que después del cambio de gobierno, sigamos sin aclarar las responsabilidades últimas de aquella traición criminal al Estado que señalan inequívocamente a quien entonces era titular del Ministerio del Interior, el mismo Pérez Rubalcaba que desde su puesto de jefe de la oposición sigue actuando de la peor manera posible a los intereses de España.
ESPAÑA,
TRAS LA ESTELA DE LA CAMORRA
Si ya es suficientemente grave que los destinos de una nación vengan determinados por la sangre de los inocentes sacrificados en la masacre, lo es mucho más que los mecanismos democráticos, asentados en sus instituciones, se hayan mostrado incapaces de resolver las terribles incógnitas del 11-M y poner en evidencia las contradicciones y flagrantes mentiras a las que tuvieron que recurrir muchos de los más altos responsables de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado para ocultar la verdadera historia de este sangriento atentado. Sin el 11-M tampoco resulta explicable el "Caso Faisán" y, muchísimo menos, que después del cambio de gobierno, sigamos sin aclarar las responsabilidades últimas de aquella traición criminal al Estado que señalan inequívocamente a quien entonces era titular del Ministerio del Interior, el mismo Pérez Rubalcaba que desde su puesto de jefe de la oposición sigue actuando de la peor manera posible a los intereses de España.
El resultado de toda
aquella miseria pactada entre PP y PSOE es la situación a la que la nación ha llegado como
consecuencia del rumbo disparatado que se inició el 11-M. Aquellos barros trajeron estos lodos. Desde aquel sangriento mes de marzo de 2004, todas las grandes decisiones de la política nacional están corrompidas desde su misma base, formando parte de la película de serie negra que comenzó entonces y en cuyos entresijos todavía se deciden los asuntos más importantes que afectan al país desde los oscuros poderes que anidan en las cloacas y que han convertido a España en uno de los países más corruptos de Europa: "Hay
épocas significativas de las que sabemos muy poco, situaciones cuya
importancia sólo se nos hace manifiesta por sus consecuencias. El
tiempo que transcurre con las semillas bajo tierra es esencial en la
vida de las plantas", escribió también el sabio Goethe.
En España hace
demasiado tiempo que arraigó una planta venenosa cuyas semillas
están esparcidas hoy por todas partes. Por eso, acontecimientos
todavía más terribles nos aguardan, porque la putrefacción que corrompe nuestro sistema político no puede ser arreglada por la misma clase política que la ha producido.
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