TRILOGÍA
DE MARRUECOS
II.
VERDE QUE TE QUIERO VERDE
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Flor de acanto Necrópolis de Chellah. Rabat |
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Madraza Bou Inania. Fez |
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Patio del Palacio Bahia. Marrakech |
Verde
que te quiero verde.
Verde
viento. Verdes ramas.
El
barco sobre la mar
y
el caballo en la montaña.
Estos célebres
cuatro versos, que como aldabonazos se repiten en el Romance
Sonámbulo cuando el poema adquiere su secuencia dramática, sirven
a Federico García Lorca para caracterizar la vida en sus facetas
más misteriosas y obsesionantes, valiéndose del color verde, que es
el más abundante en la naturaleza, sugiriéndonos la frescura que va asociada a las plantas y a los árboles.
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El jardin florido de Chez Kamal. Sefrou |
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Necrópolis de Chellah. Rabat |
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Las ruinas de Chellah están consideradas como las más bellas de Marruecos |
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Acantos florecidos en las ruinas de Chellah |
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Bosque de cedros gigantescos cerca de Azrou |
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Monos en libertad en el bosque de Azrou |
He querido iniciar
con estos versos del inmortal poeta granadino esta segunda entrada de mi
“Trilogía de Marruecos” porque el color verde constituye casi
una obsesión marroquí, que se manifiesta tanto en la eclosión íntima de sus jardines como en el verdor tímido de las plantas
humildes que sobreviven en las dunas de Merzouga, en la omnipresente
yerbabuena que se ofrece a la mirada del viajero en mercados y zocos,
en los palmerales innumerables que jalonarán nuestro viaje, en los huertos volcados sobre las
áridas torrenteras de los pueblos bereberes, que arrancados con el esfuerzo de generaciones a la verticalidad de los farallones que cierran los abruptos desfiladeros, mitigan el hambre antigua de estos campesinos laboriosos gracias a sus
pobres cosechas de hortalizas y frutales. También de este color
suelen ser las puertas, rejas y ventanas que perfilan su verde contra
los muros ocres de las antiguas kasbahs y hasta de color verde es la
estrella que sobre un fondo rojo sangre conforma la bandera del
Reino de Marruecos.
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Soldado de la Guardia Real con gorro verde. Plaza de La Tour Hassan. Rabat |
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Jardin Majorelle. Marrakech |
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Plaza Sidi Benissa. Sefrou |
El viajero que cruce
el Estrecho de Gibraltar esperando encontrarse con un paisaje
desértico se equivoca, porque las tierras del Rif muestran un verde
tan intenso como el que dejamos en las bellas sierras gaditanas,
aunque conforme descendemos hacia el Sur, el verde se refugia en los
jardines de algunas ciudades privilegiadas, como Marrakech, en los
patios interiores salpicados de flores, en los pequeños huertos
domésticos arañados al ocre dominante y, sobre todo, en los enormes
palmerales que rodean las kasbahs del Atlas o que emergen junto a los cauces de torrenteras y ríos, acompañando su curso con su esbeltez arborescente, de la que cuelgan esos dátiles que se ofrecen tentadoramente a la vista en los tenderetes de los zocos y que, por
su riqueza en azúcar, constituyen un alimento básico en todos los
países del Magreb, que etimológicamente significa "el lugar
por donde se pone el sol".
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Llanura cultivada en el alto Dadés |
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Contraste de verdes y ocres en el Valle del Dadés |
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Olivos y palmeras junto a la kasbah de Tinghir |
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Eclosión vegetal en los huertos de Tinghir |
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Trigales en los alrededores de Tinghir |
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Haciendo la colada en el río. Tinghir |
Más que un color,
el verde representa la quintaesencia de la naturaleza y podíamos
decir que hasta una ideología, un estilo de vida, tanto que en nuestros días supone conciencia
medioambiental, amor a la naturaleza y, al mismo tiempo, rechazo hacia una sociedad dominada por la tecnología. Desde el punto de vista
cromático, el verde es un pigmento, mezcla de azul y amarillo,
pero que por el simbolismo elemental que incorpora, se considera como
un color psicológicamente primario porque modula la transición y
comunicación entre los dos grandes grupos de colores: cálidos y
fríos.
El verde es un color
de extremo equilibrio, porque esta compuesto por los colores de la
emoción (amarillo = cálido) y del buen juicio (azul = frío) y por
su situación transicional en el espectro cromático. Tal vez para
dar razón al proverbio que dice "dime de qué presumes y te
diré de lo que careces", el color verde suele ser el favorito
de los neuróticos, porque produce sensación de reposo en los
estados de ansiedad. No es coincidencia que el verde presente en los
semáforos indica paso libre, así como en los rótulos que indican
las salidas de emergencia, así como en las telas usadas en los
quirófanos y batas del personal quirúrgico por razones funcionales:
además de su efecto sedante, en la vestimenta de los cirujanos
tienen la ventaja de que sobre este color la sangre parece marrón y
resulta menos impresionante.
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Reja sobre fondo verde. Mausoleo de Muley Ismail. Meknés |
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Pabellón del Jardin Majorelle. Marrakech |
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Estanque del Jardin Majorelle |
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Alberca para el riego. Jardin Majorelle |
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Nenúfares en el Jardin Majorelle |
Desde otra
perspectiva, el color verde aparece asociado con la locura, algo que
cuadra bien con Marruecos que, por encima de sus encantos
fascinantes, es un país lleno de locos de todas clases, algunos
absolutamente incatalogables y hasta geniales. Acaso por motivos
analógicos, y en contraposición a lo saludable, el verde es también
símbolo de lo venenoso, sobre todo el verde luminiscente hecho con
limaduras de cobre, que era el color usado por los pintores y el
mismo tipo de verde del que suelen ser las tejas de los edificios
tradicionales de Marruecos, el llamado “verde de cobre”, que,
debido a su procedencia es tan tóxico como suelen ser los
insectos, batracios y reptiles de este color. También el verde es el
color de los seres horripilantes y de las criaturas mitológicas que
infunden miedo. El verde, color de la vida, combinado con el negro,
forma el acorde cromático de la destrucción. Tal vez no sea coincidencia que
las enseñas de todas las organizaciones terroristas nacidas en el
mundo musulmán sean verdinegras.
Por encima de otros detalles pintorescos o anecdóticos, es una gran verdad que Marruecos
es un país capaz de desequilibrar al más pintado, lo que, lejos de
representar un contratiempo, supone una experiencia catártica de
primer orden para los viajeros procedentes de los países
occidentales por la experiencia vital que produce adentrarse en un
mundo con coordenadas tan poco acordes con nuestra mentalidad. En
Marruecos todo resulta excesivo, hasta la amabilidad, que puede
hacernos desconfiar por resultarnos abrumadora en muchas ocasiones.
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Muchacho cantor en la kasbash de los Oudayas. Rabat |
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Ensalada verde en Chez Kamal. Sefrou |
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Palacio Bahia. Marrakech |
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Jardines en el Palacio Bahia |
Si los toques verdes
de puertas, ventanas y otros detalles del mobiliario urbano nos
llaman la atención por su insolencia colorista, la iluminación
verde que las mezquitas lucen por la noche roza lo extravagante, una
característica que es compartida en todo el mundo musulmán, ya que
el verde es el color tradicional del Islam, por eso es el segundo
color nacional de Marruecos que ondea en su bandera por todas partes:
una estrella verde de cinco puntas sobre fondo rojo, en la que la
estrella simboliza la vida, las sabiduría y la salud, mientras que
el rojo es un homenaje a los descendientes de Mahoma, el profeta del
Islam.
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Cactus en el Jardin Majorelle. Marrakech |
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Puesto de zumos y helados en Risani |
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Ventana abierta a la medina de Risani |
Conforme nos
adentramos en las regiones más secas o declaradamente desérticas,
el verde escasea, aunque siempre asome en los arenales, pero
reaparece triunfal en cuanto puede para mostrar al viajero el milagro
de la vida en los sitios más insospechados, una vida jubilosa de su
simple existencia, que estalla como erupciones verdes en los oasis
del desierto para deslumbranos con sus chaparrones de esmeraldas brotadas de la aridez.
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Milagro vegetal en las dunas de Merzouga |
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Palmeras en una ribera próxima a Midelt |
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Estanque en los jardines de Ifrane |
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El famoso león de los jardines de Ifrane |
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Impresionantes ruinas de la ciudad romana de Volubilis |
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Naranjos junto a la muralla del Palacio Real de Meknés |
Cuando el viajero regresa de Marruecos perdura en la retina un revoltijo de colores ardientes enmarcados en un palimpsesto que abarca la esencialidad multiforme de una vida que asoma su bullicio por todas partes en una confusión fascinante que nada tiene que ver con el flujo controlado del pensamiento, sino más bien con la aceptación de las propias contradicciones asumidas y estalladas al fin. Olores, sabores fuertes y un mar de colores entre los que el verde aporta esa paz vegetal que tranquiliza el alma y, al mismo tiempo, la seducción convertida en veneno de una memoria ancestral que nos invitará inevitablemente a repetir otra nueva experiencia viajera para comprobar que nuestros recuerdos de Marruecos no son un espejismo brotado milagrosamente en el corazón de la aridez africana. Sí: Verde
que te quiero verde / Verde
viento. Verdes ramas / El
barco sobre la mar / y
el caballo en la montaña.
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Bouganvilla en el Palacio Bahia de Marrakech |
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