viernes, 22 de febrero de 2013


LA ESPAÑA DE HOY VISTA POR

DON SANTIAGO RAMÓN Y CAJAL




¿Progresamos? No, retrocedemos. En demasiados asuntos cruciales estamos como antes de la Guerra Civil. Vean este texto de un hombre no político. Parece escrito ahora mismo. Pero no, ¡data de 1934! Su autor es D. Santiago Ramón y Cajal, Premio Nobel de Medicina, a quien hoy nadie se atrevería a llamar “facha”. No cabe duda de que estamos ante el científico español más importante de todos los tiempos, que situó en lo más alto el nombre de España en una época en que la ciencia española estaba en pañales. Pero Ramón y Cajal no solamente destacó en la histología: sus innovaciones en la fotografía o su obra literaria suelen pasar desapercibidas frente a su excepcional producción científica, lo que constituye una pérdida lamentable para todos los españoles.

El testimonio que transcribo a continuación está recogido en su libro “El Mundo a los ochenta años”. Lean, lean y pásmense:

En la Facultad de Medicina de Barcelona, todos los profesores, menos dos, son catalanes nacionalistas; por donde se explica la emigración de catedráticos y de estudiantes, que no llega hoy, según mis informes, al tercio de los matriculados en años anteriores. Casi todos los maestros dan la enseñanza en catalán con acuerdo y consejo tácitos del consabido Patronato, empeñado en catalanizar a todo trance una institución costeada por el Estado.



A guisa de explicaciones del desvío actual de las regiones periféricas, se han imaginado varias hipótesis, algunas con ínfulas filosóficas. No nos hagamos ilusiones. La causa real carece de idealidad y es puramente económica. El movimiento desintegrador surgió en 1900, y tuvo por causa principal, aunque no exclusiva, con relación a Cataluña, la pérdida irreparable del espléndido mercado colonial. En cuanto a los vascos, proceden por imitación gregaria. Resignémonos los idealistas impenitentes a soslayar raíces raciales o incompatibilidades ideológicas profundas, para contraernos a motivos prosaicos y circunstanciales.

¡Pobre Madrid, la supuesta aborrecida sede del imperialismo castellano! ¡Y pobre Castilla, la eterna abandonada por reyes y gobiernos! Ella, despojada primeramente de sus libertades, bajo el odioso despotismo de Carlos V, ayudado por los vascos, sufre ahora la amargura de ver cómo las provincias más vivas, mimadas y privilegiadas por el Estado, le echan en cara su centralismo avasallador.

No me explico este desafecto a España de Cataluña y Vasconia. Si recordaran la Historia y juzgaran imparcialmente a los castellanos, caerían en la cuenta de que su despego carece de fundamento moral, ni cabe explicarlo por móviles utilitarios. A este respecto, la amnesia de los vizcaitarras es algo incomprensible. Los cacareados Fueros, cuyo fundamento histórico es harto problemático, fueron ratificados por Carlos V en pago de la ayuda que le habían prestado los vizcaínos en Villalar, ¡estrangulando las libertades castellanas! ¡Cuánta ingratitud tendenciosa alberga el alma primitiva y sugestionable de los secuaces del vacuo y jactancioso Sabino Arana y del descomedido hermano que lo representa!

La lista interminable de subvenciones generosamente otorgadas a las provincias vascas constituye algo indignante. Las cifras globales son aterradoras. Y todo para congraciarse con una raza que corresponde a la magnanimidad castellana (los despreciables “maketos”) con la más negra ingratitud.

A pesar de todo lo dicho, esperamos que en las regiones favorecidas por los Estatutos, prevalezca el buen sentido, sin llegar a situaciones de violencia y desmembraciones fatales para todos. Estamos convencidos de la sensatez catalana, aunque no se nos oculte que en los pueblos envenenados sistemáticamente durante más de tres decenios por la pasión o prejuicios seculares, son difíciles las actitudes ecuánimes y serenas.

No soy adversario, en principio, de la concesión de privilegios regionales, pero a condición de que no rocen en lo más mínimo el sagrado principio de la Unidad Nacional. Sean autónomas las regiones, mas sin comprometer la Hacienda del Estado. Sufráguese el costo de los servicios cedidos, sin menoscabo de un excedente razonable para los inexcusables gastos de soberanía.

La sinceridad me obliga a confesar que este movimiento centrífugo es peligroso, más que en sí mismo, en relación con la especial psicología de los pueblos hispanos. Preciso es recordar –así lo proclama toda nuestra Historia– que somos incoherentes, indisciplinados, apasionadamente localistas, amén de tornadizos e imprevisores. El todo o nada es nuestra divisa. Nos falta el culto de la Patria Grande. Si España estuviera poblada de franceses e italianos, alemanes o británicos, mis alarmas por el futuro de España se disiparían. Porque estos pueblos sensatos saben sacrificar sus pequeñas querellas de campanario en aras de la concordia y del provecho común”.


También me parece justo destacar las palabras que pronunció en el paraninfo de la Universidad de Madrid con ocasión del homenaje que le dedicaron profesores y alumnos cuando le fue concedida por la Reina Regente, Dª. María Cristina, la Gran Cruz de Alfonso XII y nombrado consejero de Instrucción pública.

Me dirijo a vosotros, los jóvenes, los hombres del mañana. En estos últimos luctuosos tiempos la patria se ha achicado; pero vosotros debéis decir: “A patria chica, alma grande”. El territorio de España ha menguado; juremos todos dilatar su geografía moral e intelectual.

Combatamos al extranjero con ideas, con hechos nuevos, con invenciones originales y útiles. Y cuando los hombres de las naciones más civilizadas no puedan discurrir ni hablar en materias filosóficas, científicas, literarias o industriales, sin tropezar a cada paso con expresiones o conceptos españoles, la defensa de la patria llegará a ser cosa superflua; su honor, su poderío y su prestigio estarán firmemente garantizados, porque nadie atropella a lo que ama, ni insulta o menosprecia lo que admira y respeta. He nombrado a la patria y deseo que, en tan solemne ocasión, sea ésta la última palabra de mi desaliñado discurso. Amemos a la patria, aunque no sea más que por sus inmerecidas desgracias. Porque “el dolor une más que la alegría”, ha dicho Renan. Inculquemos reiteradamente a la juventud que la cultura superior, la producción artística y científica originales constituyen labor de elevado patriotismo. Tan digno de loa es quien se bate con el fusil como el que esgrime la pluma del pensador, la retorta o el microscopio. Honremos al guerrero que nos ha conservado el solar fundado por nuestros mayores. Pero enaltezcamos también al filósofo, al literato, al jurista, al naturalista y al médico, que defienden y afirman enérgicamente en el noble palenque de la cultura internacional el sagrado depósito de nuestra tradición intelectual, de nuestra lengua y cultura, en fin, de nuestra personalidad histórica y moral, tan discutida y a veces tan agraviada por los extraños”.

¿Existe alguien en la universidad española de hoy que se atreva a hablar en estos términos de España? Que la respuesta que se la dé cada cual. La mía es, desde luego, un “no” como una casa. Hablar de España como la patria común de todos los españoles no está dentro de los cánones de lo que hoy viene considerándose como “lo políticamente correcto”. ¿O me equivoco?

Monumento a D. Santiago Ramón y Cajal en el 
madrileño Parque del Retiro

Don Santiago Ramón y Cajal dejó de existir en las primeras horas de la noche del 17 de octubre de 1934 y su muerte produjo un tremendo impacto, no sólo en los círculos universitarios y científicos, sino en todos los sectores de la sociedad española, que ya vivía bajo los efectos de las grandes revueltas que marcaron los años finales de II República, de tal manera que junto a la noticia de su fallecimiento, los periódicos incluyen también la de la sublevación de Asturias. Afortunadamente, no llegó a presenciar la contienda civil entre los españoles

El entierro fue el día 18 a las cuatro. Una tarde plomiza, que entristecía más aún el ambiente, fue testigo de una de las mayores manifestaciones de duelo popular vivido en la capital de España. El pueblo de Madrid, de ese Madrid que tanto quiso Cajal, estaba allí, al lado de los restos del maestro. Faltaba la representación oficial, porque su españolidad a ultranza no gustaba a los jerarcas de las izquierdas encaramados en los poderes republicanos. El presidente de la República se limitó a enviar un representante y el del Gobierno delegó en el Ministro de Instrucción Pública para hacer llegar el pésame a la familia. Nadie más con representación oficial acudió al entierro del gran genio aragonés y español hasta el tuétano de los huesos. No obstante, al año siguiente, en 1935, por decisión de las mismas autoridades gubernamentales que ignoraron su entierro, la imagen de Ramón y Cajal apareció entronizada en los billetes de cincuenta pesetas acuñados por el Banco de España. La desvergüenza y el descarado oportunismo de los políticos españoles, como puede verse, viene de antiguo.




4 comentarios:

  1. Efectivamente, amigo Averroes. Cuando el normal discernimiento va unido a la más alta inteligencia, como es el caso de este ilustre sabio,y una recta mirada sobre la realidad, es decir, no desfigurada por anteojeras sectarias, el resultado no puede ser otro que el correcto enfoque de los problemas, que es la condición primera y principal para poder resolverlos. Hoy, por desgracia, pocos son los intelectuales que se atreven a denunciar las aberraciones de la maldita partitocracia engendrada por la Constitución del 78, que, como una hiedra venenosa, pervierte hasta el mismo aire que respiramos. Por eso, como afirmo al principio de esta entrada, no solamente no avanzamos hacia ninguna meta común y aceptable para la mayoría ciudadana, sino que retrocedemos. Y lo peor de todo es que ningún partido tiene voluntad de arreglar unos andamiajes sociales, políticos y económicos que amenazan con aplastarnos en su derrumbe. Como decía D. Miguel de Unamuno, otro ejemplo de gran español, "me duele España".

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  2. Muchas gracias por el post. Con tu permiso lo comparto en Facebook.

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  3. Por supuesto. Como puedes ver mi blog está abierto a todos, lo cual no impide que te agradezca la atención que has dedicado a esta entrada.

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