domingo, 10 de febrero de 2013


           TRILOGÍA DE MARRUECOS

                   III. Rapsodia en Blue

Mezquita de Hassán II, en Casablanca

Todas las fotos que he elegido para ilustrar esta entrada y que guardo como preciosos trofeos de mis andanzas por Marruecos tienen en común la preponderancia del color azul, que junto al ocre del barro primigenio y el verde de los palmerales, es el tercer color marroquí característico. Por eso la he titulado "Rapsodia en Blue", como la célebre obra musical de Gershwin.



De compras en la medina de Rabat

Zócalos azules en la Medina de Rabat

Pastorcita bereber. Gargantas del Todra

Tertulia en la Plaza de Jemaá El-Fná. Marrakech

En Ksar Tumnay

L'art c'est l'azur!, escribió Víctor Hugo. Azul, si, pero de ese azul de Marruecos que envuelve las alturas y del que se desprenden soles radiantes para dorar las espigas y las naranjas de las tierras regadas por el agua que conducen las acequias, las mismas que los árabes trajeron a Al-Ándalus. El mismo azul bajo el que maduran los racimos de las vides de Meknés y sirve de telón azul a las palmeras que se mecen al borde de las torrenteras que bajan del Atlas, que estallan en los oasis del desierto y que brotan donde menos se espera. Sí, el arte es el azul, pero de aquel azul de mar que desborda las pasiones del alma y acaricia la risa de los niños, que en Marruecos son más niños que en ninguna otra parte. No sé por qué será, pero el azul que inunda Marruecos de oleadas azules es el azul en el que navegan los sueños, que al regreso confunden la memoria del viajero con nostalgias azules que le harán regresar a Marruecos como una querencia en el azul indecible que fue claro espejo del mundo para ese infinito breve que nos aguarda en los viajes cuando son verdaderos.                 

 Fotos del Jardin Majorelle, restaurado y donado
 a Marrakech por el modisto Ives Saint-Laurent















En el Riyad des Pamiers. Tinghir

Calle de Asilah
Asilah

Ouaidia

Ksar Bicha. Merzouga


Preparando el té de bienvenida en Ksar Bicha


Lago en pleno desierto de Merzouga

En las pinturas murales prehistóricas el azul no aparece: hay rojos, negros, marrones, ocres de todos los matices... Pero el azul está ausente. Es un color que el ser humano tardó mucho en reproducir, aunque esté tan presente en la naturaleza. Hasta bien entrada la Edad Media fueron el rojo, el blanco y el negro los tres polos en torno a los cuales se organizaron todos los códigos sociales y la mayor parte de los sistemas de representación construidos sobre el color. Los romanos también ignoraron el azul, pese a que frente al azul contrastan las columnas romanas de las ruinas de Volubilis, un milagro que permanece en las cercanías de Meknés. El olvido del azul llegó al punto de reflejarse en el vocabulario. En latín clásico existen númerosos términos para referirse al azul, pero todos son polisémicos, cromáticamente imprecisos y de uso discordante. Incluso se llegó a plantear si los romanos (y los griegos) veían el azul tal y como lo vemos hoy. De hecho, no hay que olvidar que en francés, así como en italiano y en español, las dos palabras más corrientes para designar el color azul no son heredadas del latín, sino del alemán y del árabe: “bleu” (blau) y “azur” (lazaward)”.


Plaza de la Tour Hassan. Rabat

Calle en la Medina de Rabat

Riyad des Palmiers. Tinghir


Puesto de minerales y geodas en el bosque de cedros próximo a Azrou

Hotel Hanene Club. Ouazarzate

Morabito en la playa de Essauira

El primer despertar del azul se manifiesta en Occidente de manera paulatina. A partir del siglo IX se convierte en el color de fondo para escenificar la majestad de los soberanos, prelados y papas, tal vez a causa de las ideas difundidas por la teología medieval, según las cuales la luz es la única parte del mundo sensible que es a la vez visible e inmaterial. Y si el color es luz, dijeron los teólogos, entonces participa de lo divino por su propia naturaleza. Así es como el azul –color del cielo– pasa a tener un valor celestial. La primera manifestación de este interés, inédito hasta entonces, se manifiesta en las tonalidades escogidas por los vidrieros de las catedrales y por los pintores para los mantos de las dulces Madonnas italianas. Asimismo, los señores feudales y las casas reales que se consolidan en Europa eligen el azul para dejar constancia de su nobleza, por eso los escudos de armas pasan a adoptar este color y el del rey de Francia es el azur, sembrado de doradas flores de lis, el mismo azul que recubre las bóvedas de las iglesias medievales italianas sobre las que navegan a millares las estrellas de oro.

Como aparece en diversos tratados medievales y renacentistas, el color azul representa en lenguaje místico el ansia de unidad de los contrarios o la suma de iguales, al modo platónico. También simboliza la unión del cielo y de la tierra, de arriba y de abajo, del ascenso y del descenso, la formulación literaria del ensueño o la iluminación que puede alcanzarse como una explosión de luz en medio de la noche oscura del alma. En suma, podemos decir que el azul representa la Perfección, o sea, la Unidad Divina, tal como lo pregonan incansablemente los místicos sufíes de todas las escuelas y que representan las voces más altas de la espiritualidad islámica medieval. Por eso, para el primer gran santuario musulmán, la Cúpula de la Roca construida en Jerusalén por el califa Omar, el azul es el color elegido para que, allá en las alturas, la piedra de las construcciones humanas se confunda con el Cielo.

Cúpula del Mausoleo de Mohamed V. Rabat

Mosaicos en una fuente de Meknés

Karim, nuestro joven guía en Ait Behaddou

Los sabios sufíes encontraron en el color azul una proyección poética que sirviera para ampliar, junto al campo de nuestro saber, el de nuestro sentir humano a la altura de las plantas de los pies, tal vez para que se cumpla el sabio dicho sufí que dice: "Es tanto lo que no sé, que no sabía que era tanto". Entonces, cuando lo que consideramos inerte se llena de vida y lo simple se abre en nuevas complejidades, el suelo que nos sostiene y alimenta canta su sinfonía edénica convirtiéndonos por un momento en el "sello del anillo de todo lo viviente", que cantara el gran Omar Khayyam, el poeta sufí por excelencia. A través de su azul, el Cielo íntegro trabaja para nuestra alegría y el trono de barro ocre, del mismo barro que nos conforma, se convierte en asiento para nuestros sueños de ser reyes de la Creación.

El Océano Atlántico desde desde la muralla de Asilah

Los psicólogos recuerdan que el azul representa las cualidades intelectuales, por eso la primera computadora que consiguió vencer a un maestro mundial del ajedrez llevaba el significativo nombre de Deep Blue. También el azul es sinónimo de confianza, por lo que en la lengua inglesa se asocia a la fidelidad (true blue). En la jerga económica de hoy se habla de "blue chips", valores bursátiles seguros, no sujetos a las oscilaciones cambiarias. Estas connotaciones explican también por qué el azul ha sido elegido por muchos organismos internacionales para simbolizar unión y paz, como podemos ver en las banderas de las Naciones Unidas o de la Unión Europea. Y es que el azul tiene un algo único para ser percibido como color neutro, no discriminante. El azul es pacífico, tranquilo y hasta un poco remoto. De este modo, es un color que hace soñar, pero con un sueño vaporoso que también tiene algo de anestésico y que lo convierte en el color favorito del movimiento romántico, que lo traslada al universo  de los pintores vanguardistas, hasta convertirse a finales del siglo XIX y principios del XX en el color protagonista del impresionismo y del arte moderno. “Cuanto más profundo es el azul, más llama al hombre a lo infinito y despierta en él el anhelo de lo puro y, finalmente, de lo suprasensible”, dice el pintor Kandinsky, uno de los precursores del arte abstracto. El mismo Pablo Picasso, se entrega entre 1901 y 1904 a pintar en tonalidades azules. Según la crítica de arte Helen Kay, “el celebre azul de Picasso es el azul de la miseria, de los labios sin sangre, del hambre. Es el azul de la desesperación, de los blues”. Acaso por asociación, sea el color más próximo a la faceta trabajadora del hombre, cuyos trajes de faena siguen siendo preferentemente azules. Por no hablar de su singular asociación con el mar y con todas las actividades con él relacionadas, empezando por el uniforme de los marineros.    

Pescado fresco en el puerto de El Jadida

Puerto pesquero de El Jadida


Essauira


Barcas en el puerto de Essauira


Essauira


Barcas varadas en el puerto de Essauira

Descendiendo al terreno más prosaico y tan a ras de tierra como la sociedad marroquí actual, alguien me dijo en algún lugar de Marruecos que emplear el azul en fachadas, puertas y ventanas servía para ahuyentar a los mosquitos. Eso no lo he comprobado personalmente, pero lo que sí sé bien es que a las moscas bereberes no las espanta ni el mismísimo Alá.

En cualquier caso, también he elegido para esta entrada de mi blog el azul, porque es mi color favorito, junto con el blanco y el dorado áureo. A lo que se ve, en eso de los colores tengo un gusto muy parecido al de nuestros vecinos marroquíes. Por algo será…


Las cumbres nevadas del Atlas en Ksar Timnay, cerca de Midelt


Ruinas de Volubilis

Relevo de la Guardia en el Palacio Real de Rabat


Cigüeña. Necrópolis de Mellah. Rabat

Salida del Puerto de Tánger

Cruzando el Estrecho de Gibraltar



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